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A medida que la orden se expandía, fue necesario crear más unidades administrativas. Así, en 1532, dos años después de la fundación de la Provincia de Santa Cruz de las Indias, nació la Provincia de Santiago de México (1532), que separó las regiones de la entonces Nueva España. Luego vino la conquista del Perú y el establecimiento de la orden dominicana allí. Por eso, en 1538 el papa Pablo III dio facultades para la erección de la Provincia del Perú, con conventos y territorios segregados de las Provincias de Santa Cruz y de Santiago de México, que se verificó en 154097.

La cuarta provincia en nacer fue la de la Nueva Granada. Los frailes habían llegado en 1528, habían fundado varios conventos en Santa Marta y Cartagena y mantenían presencia en el altiplano central desde 1537. La organización propiamente dicha de los dominicos en la Nueva Granada solo comenzó en 1550, cuando se creó la Real Audiencia y se dio un proyecto formal de organización colonial, incluida la creación de la Diócesis de Santafé. La fundación de conventos y provincias para las órdenes regulares estaba incluida dentro de este proyecto.

En 1550, junto con los primeros oidores y el obispo de Santafé, Fr. Juan de los Barrios O. F. M., llegó una expedición dominicana al mando de Fr. José de Robles, con la misión de organizar conventos formales en el interior del país. También tenía la tarea de gestar una estructura formal para los dominicos en la región y fundar una provincia independiente. Robles hizo las veces de vicario, verificó la fundación del convento de Santafé, realizó la primera visita a las doctrinas que administraban los frailes de su orden y regresó en poco tiempo a España98. Poco después llegó otra expedición al mando de Fr. Juan de Méndez, quien, a juicio de Zamora, había sido el principal gestor de la fundación de la Provincia. En total, según el cronista, arribaron unos cuarenta frailes99.

Mientras tanto, a instancias de Fr. Bartolomé de las Casas y de otros religiosos influyentes, se insistía a la Corona en dar «provisiones para el buen regimiento y conservación de su religión en aquellas partes y por consiguiente para el aprovechamiento de la predicación y la salud de las ánimas de aquel orbe»100. El Consejo de Indias envió entonces documentos y cédulas reales que favorecían tanto esta idea como la de enviar más misioneros. El Capítulo General de la Orden de Predicadores, celebrado en mayo de ese mismo año (1551), decretó medidas que ayudaron a la organización de la orden en todo el Nuevo Mundo y, en particular, en la Nueva Granada. En especial, se otorgaron concesiones para facilitar la fundación de conventos (reducir el número de frailes a seis, por ejemplo), alargar los periodos entre capítulos provinciales y erigir las provincias de San Vicente Ferrer de Chiapas (en Chiapas, Guatemala, Honduras y Nicaragua) y de San Antonino del Nuevo Reino de Granada101.

La Provincia quedaba fundada al segregarla de la de San Juan Bautista del Perú, con territorios que comprendían las actuales Colombia y Venezuela hasta límites con el Ecuador. Se nombraba como primer vicario provincial a Fr. Pedro de Miranda102 y se proveían de fondos para los gastos necesarios, pues se tenía que crear conventos y templos, y había que dotarlos. Todo esto sería costeado por las Cajas Reales. Como la Provincia de San Antonino no tenía los suficientes frailes y conventos, se la consideró una congregación sujeta a la del Perú, mientras se consolidaba el proceso de organización real, que se dio posterior a la organización jurídica.

Dado este impulso, en las décadas de 1550 y 1560 nacieron doce conventos, entre mayores y menores (entre ellos el de Nuestra Señora del Rosario de Santafé), y se crearon en ellos y en las doctrinas administradas escuelas de catequesis y estudios de primeras letras, conforme a una provisión real expedida por la Real Audiencia de Santafé. La fundación de la Provincia se consolidó con decretos y mandatos emanados de las autoridades centrales de la orden, en 1558, 1561 y 1566. El Primer Capítulo Provincial se realizó en el convento de Tocaima, en julio de 1566103. En 1576, el maestro general aprobó el sello oficial de la Provincia, diseñado por Fr. Alberto Pedrero y que se utilizó durante más de trescientos cincuenta años en los documentos oficiales.

Para la época colonial, los límites de la Provincia quedaron definitivamente fijados en 1584, cuando los conventos del suroccidente, ubicados en el Reino de Popayán, fueron incorporados a la Provincia de Santa Catalina, de Quito. De esta manera, la Provincia de San Antonino, cuyo centro era el Convento de Nuestra Señora del Rosario de Santafé, comprendía los territorios actuales del centro, norte y oriente de Colombia, además de regiones ubicadas en los actuales estados de Táchira, Mérida, Apure y Barinas, en Venezuela. La Provincia fue dirigida exclusivamente por religiosos españoles hasta 1611, cuando el crecimiento del número de frailes criollos llevó a la elección del primer provincial nacido en la Nueva Granada, en la persona del santafereño Fr. Jerónimo Vásquez104.

El proceso de organización dominicana en la Nueva Granada, como en toda América hispánica, tuvo una característica particular. Si usualmente la expansión de los frailes y las bases reales de la provincia se daban primero y su institución jurídica después, en esta región la Provincia tomó vida jurídica antes de haber sido organizada en la práctica, lo que, en consecuencia, la impulsó.

Hacen de Santafé de Bogotá su centro

El 7 de abril de 1550 una numerosa comitiva atravesaba las polvorientas calles de la recién fundada Santa Fe de Bogotá. El grupo estaba encabezado por varios funcionarios del imperio español, que venían a instalar allí la Real Audiencia, y por varios religiosos de la Orden de Predicadores. Estos últimos tenían las misiones de fundar un convento en esta ciudad, y en otras poblaciones de la región, y de comenzar el proceso de constitución de una provincia autónoma. Unas semanas antes habían llegado los franciscanos con iguales objetivos.

Todos caminaban lentamente, mientras recibían los saludos y los homenajes de la población. En medio, dentro de un cofre ricamente adornado y protegido por un palio, se transportaba la Real Cédula de fundación de la Audiencia de Santa Fe del Nuevo Reino de Granada105. La comitiva fue recibida por el cabildo de la ciudad y, como era usual, cada uno de ellos tomó solemnemente el documento, lo tocó con su frente y profirió un juramento de obediencia. Una nueva etapa comenzaba para estas tierras que otrora habían conformado el cacicazgo del zipa de Bogotá.

La capital del Nuevo Reino de Granada

No era casual que los frailes acompañaran a los oidores y demás funcionarios reales. El proyecto de fundación de conventos y del obispado se articulaba al de la Real Audiencia y hacía parte de la estrategia de poblamiento y control territorial que los españoles habían concebido desde los orígenes de la empresa de conquista y colonización.

Al llegar los conquistadores a la que hoy se llama Sabana de Bogotá, se encontraron con una numerosa y pacífica comunidad indígena que mantenía un nivel social desarrollado, con una organización política basada en cacicazgos en proceso de unificación y, por ende, proclives a aceptar la autoridad y el sometimiento. Además la alta densidad de población indígena, la buena calidad de las tierras y el primaveral clima de la región106 fueron visto con buenos ojos por los españoles, quienes pronto buscaron convertir a la ciudad de Santa Fe de Bogotá en un centro político y económico. Efectivamente, la ciudad logró ganar su importancia gracias al control de los recursos agrícolas y mineros, de la mano de obra indígena y esclava, a través del sistema de haciendas y estancias107. Debido a estas posibilidades, advertidas ya por los fundadores, solo doce años después de su nacimiento la ciudad se convertía en sede de la Real Audiencia, de un obispado y de varios conventos108.

Santafé (o Santa Fe) de Bogotá se transformó en la capital del Nuevo Reino de Granada, pese a su ubicación en la cima de un altiplano de más de 2.600 metros sobre el nivel del mar, una zona ciertamente muy rica en recursos y mano de obra, pero muy lejos de los puertos y de muy difícil acceso. La principal vía de acceso desde la Costa Caribe la propiciaba el río Magdalena, en cuya navegación se utilizaban rústicos champanes remolcados por bogas, por lo que el viaje era muy largo (de Cartagena a Honda duraba alrededor de un mes), incómodo, inseguro y agotador.

En cuanto a los caminos que conducían a la ciudad, estos mejoraron muy poco en los tres siglos de dominación hispánica. Adjetivos como «escalas de Jacob», «son más bien para gamos y cabras que para hombres», «cornisas disimuladas sobre precipicios», «trochas colmadas de maraña» o «cuestas agotadoras» son empleados frecuentemente por viajeros y observadores hasta el siglo XIX. Un religioso betlemita en el siglo XVIII decía que en comparación con los Andes neogranadinos, «los celebrados Alpes parecerían apenas alamedas»109.


Figura 6. Santafé y su zona de influencia inmediata (ss. XVII-XVIII). Fuente: elaboración propia a partir de datos proporcionados por DÍAZ DÍAZ Rafael Antonio. Esclavitud, región y ciudad. El sistema esclavista urbano-regional en Santa Fe de Bogotá, 1700-1750. Bogotá: Universidad Javeriana, 2001, pág. 57. ISBN: 9789586833301.

Así, no se debe considerar a Santa Fe como una ciudad en cuya función se articulaban las regiones. En la época colonial no existió una red regional en función de la ciudad. Dice Rafael Antonio Díaz que «es cierto que la ciudad, como sede de los poderes, leía el territorio, quizás y desde ya, con óptica urbana, y que las disposiciones que de ella emanaban influían decididamente en las dinámicas internas provinciales; sin embargo, ello no obsta para reconocer dinámicas propias e internas de sentido local y regional. De la misma manera, ni todos los caminos ‘conducían’ necesariamente a la ciudad, ni todos los caminos ‘pasaban’ por ella y su región adyacente»110.

De hecho, la integración regional fue casi inexistente. Pese a todo, Santa Fe logró ser el centro de una vasta zona que comprendía la Sabana de Bogotá y las mesetas ubicadas al norte de esta111, el valle del adyacente río Magdalena, la región de Mariquita e Ibagué y, al final del periodo colonial, el piedemonte llanero.

El talante de la ciudad de Santa Fe se definió, en gran parte, por su condición de capital de la Audiencia, declarada en los años de 1550. Esto significó concentrar una serie de dignidades políticas, eclesiásticas y militares, lo que le dio la «impronta de una ciudad burocrática y eclesiástica, que reunía a estas casas de letrados y jueces, de clérigos y frailes, las cuales influyeron definitivamente en el talante de su sociedad»112.

No es descabellado decir que las pretensiones, títulos y linajes de los vecinos de Santa Fe colonial fueron mayores que su desarrollo urbano, que fue bastante pobre, sin alcanzar la magnitud de otras capitales, especialmente de Lima o México. En medio de esas realidades geográficas y económicas, la aparición de esta ciudad que dominara el territorio representó ante todo el establecimiento de un centro político-administrativo y religioso, que, sin embargo, «tuvo que enfrentar desafíos y compartir el poder económico con ciudades rivales de otras regiones»113.

Fundación del Convento de Nuestra Señora del Rosario

Fr. Domingo de las Casas había sido el capellán de la expedición de Gonzalo Jiménez de Quesada, fundador de la ciudad de Santa Fe, y había celebrado la primera misa en la iglesia pajiza construida rápidamente en el sitio original de fundación. También había sido el primer doctrinero en esas tierras, junto con el clérigo secular Antonio de Lescamez (1537-1539). Fr. Domingo de las Casas se marchó luego con Quesada, Nicolás de Féderman y Sebastián de Belalcázar, cuando estos se devolvieron a España a reclamar los derechos de los territorios conquistados. La doctrina de Santa Fe quedó encargada a Juan de Verdejo, sacerdote secular, quien luego la pasó a Fr. Juan de Torres, dominico que había llegado a la zona en 1540, junto con otros frailes de su orden, de San Francisco y de La Merced. En 1543, Torres entregó la doctrina de Santa Fe a don Diego de Riquelme. La retomó de nuevo hasta 1546, donde quedó definitivamente en manos de los seculares.

La cantidad de población indígena susceptible de evangelizar requería la presencia de muchos religiosos. Por ello, en esos años se pensó seriamente no solo en la posibilidad de establecer un convento de estudios, sino también de hacerlo sede de una provincia independiente. Los frailes, según lo expresa el propio Quesada en una carta enviada a la Corona, debían constituirse además en bastiones para que se consolidara el obispado, que también se proyectaba crear114.

La idea de fundar un convento dominicano en Santafé había nacido con la ciudad. Sin embargo, según Zamora, varios encomenderos que tenían problemas con los frailes por las críticas que ellos hacían a la explotación de los indígenas intentaron detener dicha fundación (y también la del Convento de San Francisco) o buscar que esta se hiciera a las afueras de la ciudad, como era costumbre en Europa115. El cabildo, integrado en su mayoría por encomenderos, se negó por un tiempo a permitir el asentamiento de los frailes en «lo más principal de la ciudad», pero al fin en 1545 cedió116. No obstante, ni los dominicos ni los franciscanos tenían personal ni licencia para organizar formalmente sus conventos.

Por eso en 1547 los dominicos, establecidos en Cartagena y Santa Marta, enviaron a Fr. Juan José de Robles como legado a Roma y a la Corte española para procurar la fundación de una nueva provincia en el Nuevo Reino de Granada, conseguir la autorización para crear conventos y traer más expediciones de frailes. En 1549 Robles regresó con unos treinta religiosos y documentos necesarios para organizar conventos y formalizar como tales algunas residencias doctrinales existentes en Tocaima y Vélez.

A comienzos de 1550, el mismo padre Robles despachó de Cartagena, al mando de Fr. Francisco de la Resurrección, la misión encargada de la fundación del Convento de Santa Fe y que acompañó en su viaje a los oficiales fundadores de la Real Audiencia. Una vez establecido este organismo, Fr. Francisco de la Resurrección presentó al cabildo la petición el 20 de abril de ese mismo año. Por su parte, la Audiencia confirmó la concesión del terreno en la plaza de mercado, que el cabildo había hecho cinco años antes, y dio su aprobación a la fundación del convento dominicano, simultáneamente con el franciscano. Los dominicos se habían ubicado cerca de la Plaza de las Hierbas, debido a su afluencia de gente, y especialmente de indígenas, en los días de mercado117.

Así, el 26 de agosto de 1550 se hizo la fundación formal del convento, bajo el nombre Nuestra Señora del Rosario, y quedó integrado por diecisiete frailes, de los que quince eran sacerdotes y dos hermanos legos. El primer prior fue Fr. Francisco de la Resurrección, pero solo cinco religiosos se quedaron en el claustro a vivir en comunidad, pues el resto marchó a las doctrinas o a fundar otros conventos en Tunja, Popayán y otras poblaciones118.

En “lo principal de la ciudad”

La ciudad colonial nació como centro de colonización y de evangelización. Por ende, se trazó en torno a los poderes político-religiosos, según recomendaciones emanadas de la Corona. El diseño de sus calles y cuadras se hizo en forma de tablero de ajedrez, de acuerdo con el ejemplo de la traza de la ciudad de Santo Domingo, en República Dominicana –primera ciudad española en el Nuevo Mundo–. Esta delineación, según Jorge Rueda, «aparece indistintamente en la mayoría de las poblaciones colombianas, sea cual fuere su topografía y ubicación, desafiando los accidentes del terreno como si se tratara de una orden que debiera cumplirse sin modificación alguna». Este diseño se escogió porque facilitaba cuestiones como el reparto de solares, su medición y la construcción de las edificaciones119.

La Corona emitió instrucciones sobre la necesidad de crear un espacio abierto o plaza en el centro, y que en torno a ella se trazaran las calles principales. La plaza hacía las veces de lugar de reunión de los pobladores convocados allí por cuestiones políticas o religiosas y también facilitaba el comercio. Sobre los costados de la plaza se construyeron todos los símbolos del poder público: la iglesia, el ayuntamiento, la cárcel, la casa cural.

Posteriormente se edificaron las viviendas de las familias prestantes de la ciudad y los principales establecimientos comerciales. La misma plaza servía para albergar el mercado semanal. A partir de este punto se desarrollaba el resto del pueblo hasta, si las condiciones lo permitían, poder alcanzar las dimensiones que le hicieran merecer el nombre de ciudad. Curiosamente, en un comienzo, pocas plazas tenían árboles (salvo en clima caliente, para proporcionar sombra). Por el contrario, los solares de las casas estaban provistos de patios y jardines. A veces las plazas tenían dimensiones exageradas, superiores a la importancia alcanzada por el pueblo, que en algunos casos apenas llegó a cubrir los cuatro costados de la plaza120.

En las afueras del poblado se establecían los ranchos de los indígenas y las castas. La idea que giraba detrás de este modelo urbanístico era separar a los españoles de los indígenas y los demás grupos considerados inferiores en la escala social121. En este esquema, vivir en el centro de la ciudad o del pueblo representaba ser protagonista de la vida de la ciudad, participar del poder local e influir en la población.

Al momento de su creación, Santa Fe de Bogotá se concentró alrededor de la Plaza de las Hierbas, conocida después como Plaza del Humilladero y hoy como Parque Santander. Hasta la década de 1550, la que sería Plaza Mayor fue relegada a un lugar secundario. Esto significó que los vecinos notables y personalidades se instalaran en un principio alrededor de la Plaza de las Hierbas y los dos primeros conventos nacieran cerca de ella122. Efectivamente, los franciscanos ubicaron su convento en el costado suroccidental, mientras que los dominicos lo hicieron inicialmente en el costado oriental. Ya en 1543, el capitán Juan de Muñoz Collantes había construido en la esquina noreste del mercado (hoy Plaza Santander), la capilla de El Humilladero, que sirvió a estos frailes de capilla doctrinera. En 1545 el cabildo había otorgado a los dominicos un solar para su residencia misional123.

Un poco más tarde, la Plaza Mayor santafereña obtuvo su debido rango cuando los oidores de la Real Audiencia determinaron establecer sus viviendas en este lugar124. Eso generó una particularidad de Santafé durante la época colonial: tener dos ejes o centros de desarrollo, lo que daba una jerarquía única a la Calle Real que unía los dos polos. Según Vargas Lesmes, «este bipolarismo y la importancia de su cordón umbilical, produce una orientación lineal que influyó en la definición del crecimiento de su traza y otorgó un peso mayor al norte de la ciudad»125, situación que continúa hasta el presente. En la Calle Real (actual carrera séptima) se establecieron los mejores negocios comerciales, en casas de dos pisos. La mayoría de las tiendas se dedicaban al comercio de mercancías varias, auténticos bazares donde se vendía de todo, pero no faltaron además las chicherías que fueron verdaderos imanes que atraían al pueblo raso126.


Figura 7. Conventos de las principales órdenes masculinas en Santafé de Bogotá, siglos XVI-XVIII. Fuente: elaboración propia a partir de un plano del siglo XVIII.

La particular ventaja que otorgaba la Calle Real fue advertida por todas las órdenes religiosas masculinas. Todas las que pudieron construyeron sus conventos a lo largo de esta vía. En cuanto a los dominicos, al advertir el cambio del centro espacial de la ciudad, hicieron gestiones para buscar trasladar su convento, que por entonces no era más que una débil construcción pajiza. Costumbre era, de vieja data, que los conventos fueran establecidos sobre tierras donadas por benefactores127. Pues bien, Fr. Martín de los Ángeles se dio a la tarea de encontrar quién pudiera hacer tal donación, en cercanías a la Plaza Mayor. Y encontró no uno, sino tres personas dispuestas a satisfacerlo: los encomenderos Francisco de Tordehumos128, Bartolomé González de la Torre y el también capitán Juan de Penagos. Ellos donaron unas casas y solares situadas una cuadra al norte de la plaza Mayor en plena Calle Real, en la arteria misma de la ciudad. Ellos y Juan de Ortega, encomendero de Tocancipá, proporcionaron una buena suma de dinero, con el que compraron varias viviendas a los capitanes Antón de Olalla y Bartolomé González de la Torre, que habían sido ocupadas inicialmente por los oidores de la audiencia129.

De esta forma, los dominicos se convertían en dueños de toda la manzana. Los frailes hicieron una rápida adecuación a las casas para que sirvieran de convento y capilla conventual, y se trasladaron al nuevo sitio en el año 1557130. Este traslado no hubiera sido posible sin la ayuda de los oidores de la Real Audiencia, quienes apoyaron a los frailes ante la oposición que inmediatamente presentó el cabildo de la ciudad.

Según el cronista Zamora, el cambio de sede fue celebrado por los vecinos «porque estando en medio de la ciudad y calle del comercio, es el templo (de Santo Domingo) más visitado para la asistencia de los oficios divinos, fiestas, sermones y administración de los sacramentos»131. Tampoco era un secreto que la presencia del convento ayudaba a valorizar más las propiedades de los vecinos y, en general, contribuía al índice de esplendor económico y cultural de la ciudad, a tal punto que, como dice Rosalba López, «una ciudad, en cuanto a su categoría como tal, se determinaba a partir de la existencia de una, dos, tres o cuatro órdenes de predicadores, menores, carmelitas o agustinos».132

Sin embargo, la cercanía entre el convento y la Plaza Mayor no dejaba de provocar recelos en la curia obispal (y desde 1564, arzobispal)133, pues el templo conventual se volvía «competencia directa» para la catedral. Esto generó el primer gran conflicto que el convento tuvo que abordar, en el que se enfrentó ya no solo al cabildo (que representaba a los encomenderos), sino además al mismo obispo de la ciudad, fray Juan de los Barrios, O. F. M., quien intentó infructuosamente impedir la construcción del convento dominicano durante siete años134. En este sitio se construyó un gran edificio conventual, reformado en varias ocasiones, y una iglesia, que luego tendría que ser reconstruida por completo.

La construcción del “mayor y más rico” convento de Santafé

La consolidación de la fundación de un convento se daba con el tiempo. Dependía de la solidez de la comunidad establecida allí, del papel religioso y social que desempeñara entre los habitantes del lugar. Y esto generalmente se reflejaba en el estado y calidad del edificio conventual. Según Rosalba Loreto, los conventos, al igual que las iglesias, comenzaban como «humildes construcciones», que poco a poco adquirían y se consolidaban en estructura material. Las primeras instalaciones no constituían otra cosa que la adecuación de inmuebles adquiridos, pero la construcción propiamente dicha del edificio conventual y su templo anexo generalmente llevaba muchas décadas y a veces siglos135.

El Convento de Nuestra Señora del Rosario no fue una excepción a esta tendencia general. Mientras estuvo en la Plaza de las Hierbas, el edificio conventual no era otra cosa que una estructura pajiza compuesta por una casa de habitación y una capilla pequeña. Una vez formalizada la fundación, los frailes comenzaron a gestionar lo necesario para reemplazar la casa y la capilla pajizas, pero el cabildo paralizó la obra bajo pretextos que no ocultaban la rivalidad entre los frailes y las autoridades locales136.

Al trasladarse al nuevo sitio, cerca de la Plaza Mayor, los frailes adecuaron las casas que habían sido adquiridas, para que sirvieran provisionalmente para vivienda y las actividades religiosas propias de la vida conventual. Tales edificaciones estaban hechas en ladrillo, tapia pisada137y cubiertas con paja o teja de barro138. Estos eran materiales considerados baratos, lo que implica que no se contaba con muchos recursos. Este primer claustro, en el que vivieron los frailes unos treinta años, se componía de dos pisos y tenía poco de artístico y de proporción, «por no tener la rudeza de los oficiales de aquel tiempo»,139 en palabras del cronista Zamora. En 1576, la Audiencia informaba al rey lo siguiente:

La iglesia es de tapias, poco más o menos de un estado de alta y cubierta de paja, la cual se está cayendo; y la demás casas donde viven los religiosos son de tapias y adobes, cubierta de teja, y en ella hay nueve celdas donde habitan los religiosos en lo alto; y en lo bajo está el refectorio y la sacristía y una despensa de prestado, y de fuera han de estar los dichos religiosos dos y tres en una celda cuando se juntan las pascuas y fiestas principales en su convento; tienen necesidad de oficinas que son cocina y un refectorio y enfermería y otro cuarto donde puedan estar los religiosos huéspedes y los que están en las doctrinas cuando se vienen a juntar en este convento140.

Interpretación hipotética del proceso constructivo del Convento de Nuestra Señora del Rosario

1579


Se decía, además, que la casa que servía de convento era deshonesta, por tener ventanas a la calle y no poder tenerlas en otra parte, y se mencionaba que los religiosos estaban muy desconsolados en él por esa causa141. Se tuvo que esperar a que se disipara la decidida oposición presentada a los dominicos, por el obispo Juan de los Barrios, quien murió en 1569. Así, era posible pensar en iniciar la construcción de un edificio conventual de proporciones y estética, que, a juicio de los gestores, mereciera el título de convento máximo de la Orden de Predicadores en la Nueva Granada. Finalmente, los trabajos comenzaron en forma en 1577, cuando el nuevo arzobispo, el también franciscano Fr. Luis Zapata de Cárdenas, bendijo la primera piedra.

1638-1647


1678


Figura 8. Convento del Rosario en 1579, 1638-1647 y 1678. Fuente: dibujos elaborados por Óscar Leonardo Millán, a partir de interpretación realizada por la arquitecta e historiadora Liliana Rueda Cáceres. Tomado del libro PLATA QUEZADA William et al. Conventos dominicanos que construyeron un país. Málaga: Universidad Santo Tomás, 2010, pág. 49.

¿Quién financió la construcción?

Aunque la obra se calculó inicialmente en unos veinte mil pesos de plata fuerte, cifra ya considerada exorbitante por las autoridades locales142, es de suponer que costó mucho más. Solo los órganos que se instalaron en el coro conventual significaron la suma de catorce mil pesos143. Los frailes por sí mismos no hubieran podido adelantar mucho si no hubieran contado con los cuantiosos recursos económicos proporcionados por una serie de benefactores laicos144; en el caso que nos compete aquí, los primeros dineros salieron de capellanías y donaciones hechas, entre otros, por Francisco de Tordehumos y Juan de Ortega, ambos encomenderos145.

No deja de ser paradójico que los principales benefactores surgieran del grupo de los encomenderos, algunos de cuyos miembros mantenían un constante roce con los frailes por el tema del adoctrinamiento y trato de los indígenas. Una posible explicación a ello tiene que ver con que, a pesar de las disputas “terrenales”, todos pensaban seriamente en que apoyar la construcción de conventos e iglesias reducía la pena que se debía purgar más allá de la muerte, por los pecados cometidos en vida.

La Corona también contribuyó a obtener ayudas para la construcción del convento. En 1559 la Real Audiencia decretó auxilios de mil pesos provenientes de las Cajas Reales, mil pesos de los vecinos y mil pesos del trabajo de los indígenas146. Es decir, que los aborígenes debían ayudar a la construcción del convento sin recibir salario a cambio.

Otra forma de obtener fondos para la construcción de los conventos fueron los estipendios de las misas que se mandaban ofrecer. Los capítulos provinciales dominicanos en América con frecuencia ordenaban cuántas misas debía ofrecer cada sacerdote y a qué convento debía remitirse el dinero obtenido por ese concepto. Cuando un convento estaba en construcción o reparación, se mandaba a los demás conventos de la provincia que entre las misas que ofrecieran destinaran varias de ellas para este fin. Este fue un recurso importante que no debe despreciarse147.

Otra parte del dinero fue finalmente canalizado por los conventos menores de la Provincia, dedicados por entonces en su totalidad a labores de doctrina de indígenas. Estos dineros se obtuvieron a pesar de las críticas y las prohibiciones de los prelados diocesanos que decían que los ingresos de doctrinas y parroquias solo debían gastare en atender a los ministros del altar148.

¿Quién construyó?

La dirección arquitectónica casi siempre quedó en manos de algún fraile149 o seglar español con ciertos conocimientos al respecto, adquiridos generalmente de forma empírica, lo cual redundó en las imperfecciones del edificio, y se convirtió así en “presa fácil” para los temblores y otros fenómenos de la naturaleza. En cuanto a la mano de obra que edificó el convento, esta fue de naturaleza distinta. En la Nueva Granada, como sucedió en otras regiones de América, la mayor parte de los edificios religiosos que se levantaron en los siglos XVI y XVII fueron construidos por los mismos indígenas, utilizados como mano de obra barata y a veces casi gratuita. Para ello se utilizó la institución de los repartimientos150.

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