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No hay duda de que los dominicos constructores del Convento del Rosario utilizaron la mano de obra indígena para sus fines. En 1559 la Real Audiencia había autorizado la concesión de un repartimiento de indígenas para trabajar lo equivalente a mil pesos de plata, que era todo un dineral. Asimismo, en 1594 los frailes propusieron a la Corona la posibilidad de utilizar a indios vacos para el proyecto de construcción de la Universidad Santo Tomás, la cual se pensaba edificar adjunta al convento151.

Por otra parte, es poco probable que estos frailes hubieran sido la excepción de los abusos que se reportaban a Roma y a la Corte Real, cuando ya en 1560 la Corona había enviado una cédula dirigida a los frailes en el Nuevo Reino de Granada en la cual se les pedía moderación en el trato a los indígenas152, lo que indicaba que existían denuncias al respecto. En fechas tardías como 1598 el mismo maestro general de la Orden, Fr. Hipólito María Beccaria, tuvo que ordenar de manera solemne y con amenaza de excomunión que no se emplearan indios de repartimiento en la construcción de sus casas y sus conventos153.

Aunque, según lo indica Esparza, el mandato surtió efecto inmediatamente en algunas regiones, bien pronto las amenazas de excomunión para los infractores debieron olvidarse, pues en 1619, fray Leandro de Garcías, quien venía de ser prior del Convento del Rosario de Santafé obtuvo la noticia de la Real Audiencia del Nuevo Reino de Granada de que los indígenas fueran enviados de nuevo a ayudar con días de trabajo a la terminación de la iglesia conventual154. Tal parece que así como los funcionarios públicos locales acataban, pero no obedecían las órdenes reales, los religiosos (dominicos en este caso) tampoco tenían mayor disposición de aceptar órdenes o recomendaciones de alguien que se encontraba muy lejos y que, además, tenía sus poderes recortados por efectos del Real Patronato y de las constituciones mismas de su orden religiosa.

Todo indica que Santafé y otras ciudades de la América hispánica levantaron sus patrimonios físicos gracias al trabajo de la población indígena. Aún más, no solamente la construcción, sino gran parte del sistema de servicios que sostenía el modus vivendi de la población criolla de Santafé se basó, por lo menos la primera centuria y media de vida, en el trabajo indígena155.

¿Cómo se construyó?

La construcción de conventos, templos y edificios públicos en la Nueva Granada siguió parámetros eminentemente españoles, pues los conceptos espaciales de los indígenas no se adaptaban a las necesidades arquitectónicas de los conquistadores. Por otra parte, hubo una gran disparidad entre conventos construidos por una misma orden, a lo largo del país, lo que da cuenta del sentido realista que se tuvo al aceptar y aprovechar lo que cada región neogranadina ofrecía como recursos técnicos y disponibilidad de mano de obra156.

Además, debido a la pobreza y la escasez de recursos adecuados, los modelos arquitectónicos debieron ser sencillos y de fácil adaptación al nuevo medio. Los diseños no fueron sofisticados sino más bien populares, tradicionales, e incluso, a veces, anacrónicos respecto a Europa, esto último debido al largo tiempo que solía tomar el proceso de construcción, pero también a las mencionadas necesidades prácticas o a los problemas económicos. Varias veces se dio el caso de que proyectos ambiciosos debían recortarse o reducirse en el camino157.

Debido a los altos costos, pero especialmente a los constantes temblores de tierra, que destrozaban bóvedas, cúpulas y torres, rajaban muros y averiaban cubiertas, «las torres altas y esbeltas, así como las cúpulas sobre tambor, no abundaron en la arquitectura neogranadina»158. A eso hay que añadir la escasez de personas suficientemente preparadas como para trazar y calcular elementos estructurales relativamente complejos. De modo que «lo poco que se sabía bien, sobró y bastó para la tarea que demandaba la construcción de templos y conventos»159. En cuanto a los templos conventuales, estos, según Téllez, «no se apartan de dos esquemas espaciales básicos: uno muy sencillo, de una sola nave, larga y angosta, y otro de tipo basilical, de tres naves»160.

Otra cosa era lo relacionado con la decoración. Téllez afirma que «el énfasis de la época no estaba orientado hacia los planteamientos espaciales, sino a las nociones decorativas».161 En ello no se escatimaron gastos ni esfuerzos. El caso del Convento de Nuestra Señora del Rosario es representativo al respecto. No solo su construcción fue lenta, sino que además se prefirió invertir en el diseño y decoración internos antes que en las fachadas.

Si la primera piedra del convento y de su primera iglesia fue puesta en 1577, la construcción, que dependía de la llegada de dineros para tal fin, se adelantó tan despacio, que solo a fines del siglo XVII pudo considerarse concluida. Vale decir que las obras del templo y del convento se hicieron simultáneamente. En 1598 se instaló la silletería del coro. En 1619, todavía sin concluir la obra, el templo fue consagrado por el arzobispo Hernando Arias de Ugarte.

En las primeras décadas del siglo XVII se construyó el noviciado, y, asimismo, se ornamentó la capilla del Rosario, trabajo concluido hacia 1630. En las décadas de 1630 y 1640 se construyó la sacristía, la sala capitular y la escalera mayor del claustro. Luego se levantó la torre y el claustro sur, y a finales de los años de 1640 se construyó el claustro oriental en dos plantas y la segunda escalera. Estos trabajos fueron dirigidos por un arquitecto dominico, Fr. Antonio Zambrano.

En la década de 1660 se inició la construcción del edificio sede para el Colegio y Universidad de Santo Tomás en la esquina suroeste del convento, también en dos plantas. En estos mismos años se construyó el artesonado en la sala capitular y un retablo barroco correspondiente. En 1679-83 se terminó el trabajo del antecoro y de las tribunas del templo; hacia 1683 se levantó el arco toral y hacia 1691 se renovaba el dorado del altar, «con crecido costo y precio»162. Al tiempo, la iglesia fue adornada con «pinturas costosas»163. Habían pasado alrededor de ciento catorce años desde el inicio de las obras.

Pero el trabajo no se limitó a la construcción. En más de una oportunidad hubo que hacer reparaciones significativas en muros o techos ya levantados, debido a deterioros producidos por la naturaleza. Así, en 1644 un temblor produjo graves daños en la capilla de la Virgen del Rosario, de modo que fue necesario, para no destruirla, agregarle refuerzos estructurales164. Hacia 1670 el convento sufrió un incendio que destruyó la cocina y otras habitaciones. El prior de la época, Fr. Pedro de Achury, tuvo que gestionar la reparación de tales daños165. A todo ello se añade que la construcción misma no era muy sólida, debido a la ya mencionada falta de personal competente en arquitectura e ingeniería en todo el territorio del Nuevo Reino de Granada166. Así, según un informe de la Real Audiencia, del 6 de marzo de 1709, por estas fechas, la iglesia de Santo Domingo ya estaba sometida a nuevas reparaciones, pues «amenazaba ruina»167.


Figura 9. Plano del Convento de Nuestra Señora del Rosario, siglo XVIII. Plano hipotético del conjunto conventual al finalizar el siglo XVIII, con su primera (abajo) y segunda iglesia. Fuente: dibujo de Óscar Millán García (Universidad Santo Tomás, Málaga), a partir de interpretación realizada por la arquitecta e historiadora Liliana Rueda Cáceres sobre fuente primaria.

¿Cómo quedó?

El resultado de este largo proceso constructivo fue una de las mejores, grandes y más bellas obras arquitectónicas de la Nueva Granada durante la época colonial. Observadores y cronistas coincidían en afirmar que el Convento de Nuestra Señora del Rosario o de Santo Domingo era «el mayor y más rico» de los edificios religiosos, «con magnífica y muy adornada iglesia», y que, en palabras del cronista Basilio Vicente de Oviedo168, tenía por competencia en esplendor solo al edificio del Colegio de la Compañía de Jesús.

Un convento dominicano o de las órdenes mendicantes, en general, se construía según los siguientes requerimientos y funciones inherentes: la celebración de la liturgia y el oficio divino; la predicación y la confesión, dos actividades fundamentales en las órdenes mendicantes; el estudio; la acogida al visitante y al enfermo; y la sepultura a los muertos.

Los conventos de las órdenes mendicantes, en regla general, se elevaban sobre dos o tres pisos, estructura impuesta por lo exiguo de los terrenos en el medio urbano. Otro rasgo típico de los conventos era su forma cuadrada y elevada, cuyo centro quedaba libre para ser utilizado como jardín o patio. Este diseño tenía como fin impedir la intrusión externa, pero además las salidas furtivas169. Un convento de buenas dimensiones se componía de celdas de dormitorio, sala capitular, aulas, biblioteca, refectorio, enfermería, hospicio para visitantes, recibidor (al lado de la portería) y jardín o patio.

El Convento de Nuestra Señora del Rosario tenía dos grandes cuerpos, tres si se cuenta el edificio construido especialmente para servir de sede del Colegio y Universidad de Santo Tomás. Zamora cuenta que el primer claustro era el «mayor que hay en nuestra religión», el cual se formaba de cuatro corredores altos y bajos, «de famosa arquería» y descansaban sobre ciento ochenta y dos columnas de piedra labrada, con basas y capiteles. Estos corredores servían de tránsito y de entrada a las celdas de los frailes170.

Las celdas contaban con ventanas con reja en hierro, pintadas de verde y con remates dorados. Sobre algunas ventanas estaba el escudo de armas de la orden. Aunque en un comienzo el convento tenía celdas comunes, cuya separación se reducía a un biombo o tabla entre cama y cama, a medida que la comunidad creció y la construcción también, estas se separaron y se aislaron unas de otras, de manera que cada fraile poseía su propia celda a fin que pudiera estudiar tanto de día como de noche. Los estudiantes más brillantes, los profesores y directivas tenían el derecho a una celda totalmente cerrada y aislada de las demás.

En la parte baja se encontraba la portería, la cual tenía, además de la respectiva celda de los porteros, una capilla «bien adornada», dispuesta de manera que permitiera su acceso a cualquier hora de la jornada171. Cuando visitantes externos masculinos llegaban al convento, estos eran acogidos en una pieza particular, situada a la entrada principal del convento. Allí tenían lugar las entrevistas con el fraile requerido y desde allá se accedía a la iglesia o a la sala capitular. Esta última posibilidad era reservada solo a los más ilustres visitantes.

También, en el primer piso, se encontraba un gran refectorio, que acogía a toda la comunidad para el almuerzo y las comidas. Las mesas eran alineadas a lo largo de los muros, de suerte que el medio de la pieza permaneciera vacío. El claustro contaba con dos escaleras en piedra para subir de la primera planta a la segunda. Cada una de ellas estaba adornada con cuadros de santos de la orden.

El lugar central era la sala capitular, de amplias proporciones, que servía, además, para enterrar a los religiosos. La sala capitular era el lugar donde los religiosos tomaban decisiones, donde se reunía el Capítulo o Consejo del convento. Era un lugar particularmente sagrado. En el Capítulo solo podían ingresar los frailes sacerdotes miembros de este. A fin de que toda la comunidad pudiera sentarse y tener al tiempo la vista sobre los oficiantes de la reunión, el lector y el prior, las sillas o los bancos se situaban junto a los muros. Esta disposición necesitaba una sala de grandes dimensiones, según la importancia numérica de la comunidad172.

La sala capitular del convento santafereño contaba con sillería de nogal, y tenía un retablo que contenía la estatua de un gran cristo crucificado, acompañado de María y San Juan, y un sagrario con el Santo Sacramento. Había otros dos retablos adjuntos, el primero dedicado a la muerte de San Francisco, y el segundo, a Santo Domingo. Todas las paredes estaban vestidas de brocateles. En las cuatro esquinas de la sala capitular había otros retablos dorados dedicados a la vida de Santo Domingo173. El patio de ese claustro era una plaza enladrillada. En la mitad había una fuente de agua, «que con el ruido de su abundancia, que arroja por diversos caños, sirve de entretenimiento y alegría con su hermosura a este primer claustro»174. En efecto, la existencia de la fuente era tradicionalmente considerada indispensable para el descanso físico y psicológico de los religiosos175.

Entre el primer y el segundo claustro se encontraba la casa de los novicios, con sus respectivas celdas para los frailes novicios. A ellos se les prohibía el acceso a las celdas de los frailes profesos y a las habitaciones de los profesores. Los novicios no tenían derecho a celdas cerradas. Esta casa tenía su oratorio y contaba con dos pisos. El segundo claustro tenía tres corredores altos y bajos, sobre columnas de piedra labrada, similar al primer claustro. El piso alto servía como vivienda y en el bajo se encontraba la cocina «que es la mejor y más capaz que hay entre las grandes que tienen los otros conventos de la ciudad». También tenía su propia fuente de agua con algunos caños que iban dirigidos a la calle, para «beneficio de la vecindad»176.

El lugar de estudio era el mismo edificio construido para servir de sede del colegio y universidad, ubicado junto al convento, al suroccidente de este. Este contaba con corredores altos y bajos, capilla independiente y «viviendas altas para el rector, vicerrector, colegiales y otros ministros. Tiene tránsito al convento para que vayan a leer los catedráticos, con puertas a la calle para los estudiantes seculares»177. El convento y la iglesia estaban adornados con pinturas y esculturas y retablos de pintores reconocidos local y regionalmente, como Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos o Gaspar Núñez de Figueroa, y de autores europeos, como el italiano Angelino Moro178.


Figura 10. Plano de la primera iglesia del Convento de Nuestra Señora del Rosario. Fue elaborado en 1785 por el arquitecto Domingo Esquiaqui, y en él se evalúan los daños sufridos en el Convento a causa del terremoto de ese año. Constituye el único plano que existe de la primera iglesia conventual. Fuente: Archivo General de Indias, Mapas y Planos, Libros Manuscritos, n.° 7.

La iglesia conventual situada al lado del claustro, unida a él, mantenía una estructura común adecuada a las necesidades de la liturgia dominicana y a la predicación a los fieles. Al mirar planos de distintas épocas, en distintos lugares, puede concluirse que la organización espacial del templo-convento era casi el mismo en todas partes. El plano rectangular estirado era rigurosamente aplicado. Por lo demás, la función predicadora que tenía el templo, imponía la abolición de toda estructura arquitectónica que perturbara el esquema primario. Por ejemplo, los deambulatorios fueron eliminados sistemáticamente. En este mismo propósito, se evitó que la iglesia conventual fuera muy ostentosa por fuera179. De hecho, la iglesia estaba protegida por todos sus costados salvo la entrada, así: al sur, con un edificio anexo que circundaba la calle; al occidente, con edificio que servía de sede al Colegio y Universidad de Santo Tomás; y al norte, con el primer y segundo cuerpo del convento. De esta forma, desde la calle solo sería visible la torre, la fachada de la entrada y la parte alta de los muros laterales.

El primer gran templo conventual, llamado Santo Domingo, fue consagrado en 1621, y permaneció hasta 1785, cuando un terremoto lo derrumbó, luego de haber sufrido los rigores de un incendio en 1761. Era una iglesia grande, decorada al estilo barroco americano y que seguía patrones similares a los de otros conventos de la ciudad y de la región. La iglesia conventual estaba separada en dos partes: una para los frailes, justo al lado o cerca del altar, y la otra para los fieles. Esta separación se materializaba por una reja cuya altura y tamaño variaba según el lugar, que tenía como fin impedir que los fieles miraran directamente a los frailes, pero al mismo tiempo era lo suficientemente abierta como para permitir seguir el rito de la misa, la elevación y la predicación. En medio de esta clausura se encontraba generalmente una puerta por medio de la cual los frailes salían a la nave principal en procesión, cantando la salve.

Todos los templos dominicanos crearon con el tiempo unas capillas laterales para la celebración de misas privadas en honor a santos y vírgenes que eran objeto de devoción particular de benefactores del convento y las cofradías. Estas capillas nacían generalmente después de la fundación del convento, tanto por voluntad de los cofrades como para responder a la necesidad de celebración de misas privadas. También correspondía al deseo de los benefactores de ser enterrados en capillas propias, algunas de las cuales adquirían su propio coro180. Según Rosemarie Terán, las capillas constituían «espacios sagrados apropiados de manera jerárquica por la sociedad laica [...] en las capillas los laicos realizaban la reproducción espiritual de sus linajes, instalaban allí las sepulturas familiares al cobijo de lo sagrado»181. La distribución y el adorno de las capillas y su configuración en el espacio reflejaban bien los rasgos jerárquicos y estamentales de la sociedad de esos tiempos.

La nave derecha del gran convento dominicano de Santafé era grande y contenía doce capillas, entre ellas la dedicada a la Virgen del Rosario, de riqueza similar a la que hoy existe en el Convento de Santo Domingo de Tunja. La capilla del convento santafereño tenía un «famoso retablo» con un trono en plata, «riquísimamente labrada», que había sido donado por el gobernador Francisco Álvarez de Velasco. Debajo de ese trono estaba un «riquísimo sagrario», con el Santísimo Sacramento, pues esa era la capilla más visitada de la iglesia. Esa capilla tenía su propia sacristía y había sido ornamentada de tal manera que, según Zamora, era «una ascua de oro, desde el suelo hasta los techos, con tan grande lucimiento y hermosura, que manifiesta la cordial devoción que tiene toda la ciudad a esta milagrosa imagen, que como más antigua en ella es la primera en veneración»182. En esa capilla estaba entronizada una imagen de la Virgen del Rosario, que existe en la actualidad, y que había sido traída a mediados del siglo XVI para “fundar” con ella las cofradías del Rosario en la ciudad. La construcción de esta capilla había sido impulsada por Fr. Francisco de Garayta, quien, según la leyenda, habría tenido una visión en la cual la misma Virgen le había encomendado tal misión183.


Figura 11. Detalle de la capilla del Rosario de la iglesia de Santo Domingo, en la ciudad de Tunja, una de las mejores expresiones del barroco en la Nueva Granada. De similar riqueza era la capilla homónima existente en el Convento Máximo de la orden dominicana en Santafé de Bogotá. Fuente: BARRADO José. Los dominicos y el Nuevo Mundo. Siglos XVIII-XIX. Salamanca, San Esteban, 1995, pág. 640.

Como la Virgen del Rosario era, desde mediados del siglo XVII, la patrona de las letras del Nuevo Reino de Granada, en esta capilla era donde daban los actos y lecciones inaugurales y de conclusión del año académico tanto del Convento como del Colegio de Santo Tomás. Allí se reunía el claustro de la Universidad para conferir grados. Las otras capillas estaban dedicadas a San Jacinto, Santa Rosa de Lima (a fines del siglo XVII), San Andrés y Santa Catalina Mártir. Entre las capillas había muchas pinturas distintas entre columnas y frisos.

Si la nave derecha sobresalía por la capilla del Rosario, la de la izquierda lo hacía por la capilla de San Jerónimo, que contaba con otro gran retablo, cuya ornamentación, tanto de la capilla como de toda la nave, había sido hecha a costa de varias familias pudientes de la ciudad. Esta nave contaba además con otras capillas en honor a distintos santos, todas con adornos, retablos y algo muy importante: «dotadas de capellanías». El costo del adorno y dotación estuvo a cargo de donantes y fieles. Las paredes tenían pinturas, frisos, adornos y demás184.

En el piso de estas capillas se encontraban las tumbas de distintos benefactores del convento, y, por supuesto, las primeras sepulturas habían sido destinadas a los maestros de obra del convento185. El coro del templo, situado encima de las capillas, a lo largo de la iglesia, era grande, con capacidad para unas cien personas sentadas. Tenía columnas de nogal pulido, labrado, con cornisas. Sobre estas se encontraban los misterios del Rosario. El coro tenía dos órganos, «con todos los órdenes que caben en su música» y que habían costado ambos catorce mil pesos de plata, más de la mitad de lo que había sito tasada inicialmente la construcción de todo el convento.

El púlpito «es una pieza tan majestuosa, que en su fábrica y adorno hecho todo un ascua de oro, señoreando toda la iglesia, da a entender que es el púlpito de la Orden de Predicadores». Al frente tenía un reloj de apuntación y campana, «con cuatro leones empinantes que lo sostienen entre las garras, obra todo de bronce dorado» y fabricado en Nápoles para el virrey de esa antigua dependencia española y que después sería donado los frailes de Santafé y traído por el gobernador Fernando de Fresneda, caballero de la Orden de Calatrava186.

La puerta principal de la iglesia quedaba sobre la Calle Real, «con tal disposición fabricada que luego que nace el Sol [este] la baña por todas partes», dice Zamora. La capilla mayor de la primera nave remataba en un «famoso retablo de obra primorosa de ensamblaje de tres cuerpos, que descansa sobre sotabancos y columnas dóricas, vestidas de parras, que trepando llenas de racimos suben a las cornisas, en que se detienen, para volver a trepar por toda su altura, formando proporcionadas divisiones a diferentes retablos, en que están los misterios del rosario de media talla, obra de escultura primorosa y gran viveza»187. Entre las columnas se formaban arcos, en que estaban algunas estatuas de santas vírgenes, «con las divisas de sus martirios». El atrio de la iglesia era descubierto y enladrillado, cercado por columnas de piedra labrada.

El campanario de esta primera iglesia conventual rompía los cánones que mandaban que fuera modesto y de baja altura, como signo exterior de respeto a las autoridades eclesiásticas188. Por el contrario, de acuerdo con Zamora, el del Convento del Rosario tenía una torre «fortísima, bastante elevada, con bien dispuesta arquería, en que están cuatro campanas grandes y pequeñas que hacen sonoro ruido, especialmente la que llaman el segundillo, de sonido tan claro y penetrante, que se oye más de una legua en contorno de la ciudad». Esta era la primera campana del convento y había sido enviada por el emperador Carlos V, según aseguraba el cronista dominico189. Ello contradecía el carácter de oratorio público que en teoría mantenía la iglesia conventual y se convertía en un signo del desafío que la orden dominicana mantenía con las autoridades eclesiásticas y otras comunidades religiosas situadas en el vecindario, como los jesuitas.

El esplendor del Convento de Nuestra Señora del Rosario y de su iglesia de Santo Domingo, en sus versiones acabadas, representaban, más que la prosperidad de sus rentas conventuales, el poder y la influencia, en todos los planos, que la orden dominicana tenía en Santafé y en todo el Nuevo Reino de Granada. Artísticamente, dice Téllez, estos edificios eran «duros y sensuales», «mezcla hispánica de claridad deslumbrante y sombra profunda», como el alma de los frailes que los habían hecho posibles190. Desde este lugar los frailes dominicos irradiaron su acción que trascendió el plano estrictamente pastoral, al influir poderosamente en distintos componentes de la sociedad colonial, desde lo estrictamente espiritual hasta lo económico, sin olvidar lo político y lo intelectual. En el capítulo que viene se estudiará este proceso.

21 CODINA Víctor y ZEVALLOS Noé. Vida religiosa. Historia y teología. Madrid: Ediciones Paulinas, 1987, pág. 81. ISBN: 9788428512084.

22 CODINA Víctor y ZEVALLOS Noé. Vida religiosa… Op. cit., pág. 81.

23 HOSTIE Raymond. Vie et mort... Op. cit., pág. 150.

24 No confundir con Fr. Tomás de Torquemada, su sobrino, tristemente célebre por su papel al frente de la Inquisición de Castilla.

25 ULLOA Daniel. Los predicadores divididos. Los dominicos en Nueva España, siglo XVI. México: El Colegio de México, 1977, págs. 38-41. s. r.

26 Ibid., pág. 38.

27 Ibid., pág. 36.

28 Ibid., pág. 37.

29 Ibid., pág. 39.

30 En el siglo XVI, los agustinos (tras la Reforma protestante), y luego los mercedarios, entraron en el mismo proceso.

31 MEIER Johannes. “Las órdenes y las congregaciones religiosas en América Latina”. En DUSSEL Enrique (ed.). Resistencia y esperanza. Historia del pueblo cristiano en América Latina y el Caribe. San José (Costa Rica): DEI - Cehila, 1995, pág. 583. ISBN: 9789977830896.

32 BORGES Pedro. Religiosos en hispanoamérica. Madrid: Editorial Mapfre, 1992, pág. 249. ISBN: 9788471003379.

33 Esta afirmación no significa que la Corona tuviera un espíritu antimonástico, ya que puede verse que los monasterios femeninos sí se establecieron a partir de la segunda mitad del siglo XVI, e incluso se permitió la aparición dentro de las órdenes mendicantes de recoletos masculinos, cuyos miembros se dedicaban a la observancia y la contemplación. Ibid., pág. 241.

34 Citado en Ibid., pág. 248.

35 Las órdenes que se intentaron fundar fueron las de los benedictinos, los jerónimos, los cartujos y los trapenses. Ibid., pág. 246.

36 Ibid., pág. 241.

37 BORGES Pedro. Religiosos... Op. cit., pág. 246.

38 Idem.

39 Ibid., pág. 48.

40 Ibid., pág. 49.

41 Ibid., pág. 50.

42 HUERGA Álvaro. Bartolomé de las Casas. Vie et oeuvres. París: Éditions du Cerf, 2005, págs. 54-55. ISBN: 9782204068741.

43 Según las periodizaciones aceptadas, la época denominada como Conquista comprende hasta mediados del siglo XVI. A partir de entonces se inicia propiamente la denominada Colonia, lo cual no significa que las expediciones de conquista desaparecieran, sino que hacia la fecha ya se encontraban fundadas las reales audiencias en la mayor parte de los territorios, y, por ende, ya se había establecido formalmente el aparato administrativo colonial español.

44 CIUDAD SUÁREZ María Milagros. Los dominicos, un grupo de poder en Chiapas y Guatemala. Siglos XVI y XVII. Sevilla: Escuela de Estudios Hispanoamericanos de la Universidad de Sevilla, 1996, pág. 7. ISBN: 9788400075927.

45 Ibid., pág. 7.

46 Ibid., págs. 10-11.

47 Ibid., pág. 11.

48 BORGES Pedro. El envío de misioneros a América durante la época española. Salamanca: Universidad Pontifica, 1977, pág. 121. ISBN: 8460009475. Obra citada en Ibid., pág. 12.

49 MACÍAS DOMÍNGUEZ Isabelo. “Procedencia conventual y regional del aporte de la Orden de Predicadores a Indias”. En FUNDACIÓN INSTITUTO BARTOLOMÉ DE LAS CASAS. Actas del III Congreso Internacional sobre los dominicos y el Nuevo Mundo. Madrid: Editorial Deimos, 1991, pág. 253. ISBN: 9788486379193.

50 Ante la imposibilidad de saber el número real de frailes que arribaron a las costas del Nuevo Mundo, dada la inexistencia de registros al respecto, los cálculos se han centrado en determinar más exactamente el número de religiosos registrados en la Casa de Contratación, en España, antes de realizar el viaje a América. Obviamente el número de viajeros registrados es mayor que el número de frailes que finalmente realizó el trayecto completo.

51 GALÁN GARCÍA Agustín. “Aportación humana de la Orden de Santo Domingo a la evangelización de América (1600-1668). Una aproximación”. En Los dominicos y el Nuevo Mundo. Actas del II Congreso Internacional sobre los dominicos y su presencia en América. Salamanca: Editorial San Esteban, 1990, pág. 829. ISBN: 9788487557088.

52 MACÍAS DOMÍNGUEZ Isabelo. “Procedencia conventual…”. Op. cit., pág. 248.

53 GALÁN GARCÍA Agustín. “Aportación humana…”. Op. cit., pág. 833.

54 GALÁN GARCÍA Agustín. “Dominicos a Indias (1600-1668). Un intento de aproximación”. En Archivo Dominicano Anuario, 1990, n.° 11, pág. 87. ISSN: 0211-5255.

55 Ibid., pág. 88.

56 GALÁN GARCÍA Agustín. “Aportación humana...”. Op. cit., pág. 829; CIUDAD SUÁREZ María Milagros. Los dominicos... Op. cit., pág. 117.

57 Ibid., pág. 118.

58 Ibid.

59 MEDINA Miguel Ángel, O. P. “Métodos y medios de evangelización de los dominicos en América”. En Actas del I Congreso Internacional sobre los Dominicos y el Nuevo Mundo. Madrid: Editorial Deimos, 1988, pág. 160. ISBN: 8486379040.

60 Citado en LÓPEZ RODRÍGUEZ Mercedes. Tiempos para rezar y tiempos para trabajar. La cristianización de las comunidades muiscas coloniales durante el siglo XVI (1550-1600). Bogotá: Instituto Colombiano de Antropología e Historia, 2001, pág. 25. ISBN: 978-958-8181-87-5.

61 MEDINA Miguel Ángel. Los dominicos en América: presencia y actuación de los dominicos en la América colonial española de los siglos XVI-XIX. Madrid: Editorial Mapfre, 1992, págs. 19-23. ISBN: 9788471002525.

62 El rey Carlos V ordenó en 1540 la reunión de una Junta de Consejeros Reales y juristas de prestigio, de la que salieron en 1542 las llamadas Leyes Nuevas de Indias, que determinaron la creación del Consejo de Indias, la fundación de dos nuevas audiencias, la prohibición de la esclavitud de los indios, la moderación en los repartimientos y la prohibición de nuevas encomiendas. También establecían las condiciones del asentamiento de colonos en nuevas tierras y los tributos y servicios que los indígenas debían pagar como súbditos del rey. Las Leyes Nuevas fueron contradichas, sin embargo, por Juan Ginés de Sepúlveda, lo que originó la célebre controversia con Fr. Bartolomé de las Casas, que tuvo su punto álgido en la Junta de Valladolid.

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