promo_banner

Реклама

Читать книгу: «Vida y muerte de un convento», страница 3

Шрифт:

Los viajes de los dominicos a América fueron organizados generalmente por los provinciales españoles, delegados a tal fin por el Capítulo General de 1508. Las expediciones se constituían al atender las peticiones de los mismos frailes o de autoridades civiles y eclesiásticas. En la primera mitad del siglo XVI, estos viajes no contaban con mayor regulación por parte de las autoridades, salvo la limitación del número de religiosos que debían acudir.

A partir de mediados del siglo, el Consejo de Indias expidió una serie de requisitos para controlar el acceso de frailes al Nuevo Mundo, de modo que cada religioso necesitaba su respectiva licencia real. Tras la autorización del Consejo, se relegaba a la Casa de Contratación sufragar los gastos de los religiosos y realizar las nóminas de estos, con señas personales, listados que eran enviados a las autoridades americanas. La Real Hacienda (es decir, las Cajas Reales) pagaba todo el viaje desde convento de salida hasta el convento de llegada46. Los requisitos exigidos a los frailes eran tener voluntad, contar con una preparación intelectual suficiente y buenas cualidades morales. A partir de 1530 aparece también en los documentos la palabra calidad47. Hacia 1571 toda la responsabilidad de aprobación de las expediciones quedó por cuenta del Consejo de Indias48.

La Corona centralizó, burocratizó y controló cada vez más los viajes de religiosos a América, con la intención no solo de disminuir y regular los gastos que ocasionaban a las Reales Cajas, sino, además, de esperar que la Iglesia establecida en el continente produjera sus propias vocaciones nativas entre la población criolla. A partir de la segunda mitad del siglo XVI, en raras ocasiones fue el Consejo el que tomó la iniciativa de enviar las expediciones. Sin embargo, las apoyaba, debido a que los frailes significaban la posibilidad de extender la presencia hispánica en la región y así ampliar las fronteras del Estado. Isabelo Macías agrega, aunque sin decir las razones, que con ello la Corona también intentaba “erradicar” de la península a un excedente de religiosos que existía allí. Las cifras muestran que más de más de 29.000 clérigos seculares y 32.000 regulares existían solo en Castilla a fines del siglo XVI. Si se comparan las cifras con América (5.000 clérigos y religiosos masculinos, en el siglo XVII) resulta que en ese continente la presencia clerical era ínfima, en proporción al territorio49. Es lógico pensar que las autoridades buscaran reducir este desnivel.

En cuanto al número de dominicos arribados al Nuevo Mundo, el cálculo es bastante difícil50. Autores como Agustín Galán, Isabelo Macías y Pedro Borges, quienes han trabajado a partir de datos de archivo, no se ponen de acuerdo para definir ni el número de expediciones ni el número de frailes que fueron registrados en la Casa de Contratación entre los siglos XVI y XVII. Por ejemplo, solo para el siglo XVII, si Borges habla de 16 expediciones, Agustín Galán se refiere a 4951, e Isabelo Macías contabiliza 3352, cifras que difieren ampliamente entre sí. Pese a ello, existe un acuerdo (especialmente en Macías, Galán y Ciudad Suárez) en que el número de dominicos registrados entre los siglos XVI y XVII superó los 1.700, cifra un poco superior a la expuesta para el caso de los jesuitas (alrededor de 1.400), pero muy por debajo de los franciscanos (aproximadamente 5.000), según los cálculos hechos por los historiadores de estas órdenes53. Los destinos principales de las expediciones eran las zonas menos integradas a la colonización, que eran las que requerían más religiosos (Filipinas y Guatemala, por ejemplo), mientras que los principales centros coloniales redujeron poco a poco el número de envíos procedentes de España54.

Por otra parte, dado que las expediciones de dominicos registran un índice mucho menor de estudiantes y hermanos legos respecto a los sacerdotes, parece que el nivel cultural o educativo de los misioneros dominicos era alto, lo que confirma las referencias hechas en crónicas y otros documentos sobre la calidad intelectual de los religiosos55. En cuanto a los lugares de origen, hay que decir que, según las investigaciones, la mayor parte de los registrados en la Casa de Contratación procedían de conventos castellanos, entre los que priman Salamanca y Valladolid), y andaluces en segundo lugar. El aporte de otras regiones como Cataluña es ínfimo56.

En este punto es bueno preguntarse qué llevaba a los religiosos a viajar a América. Seguramente, el afán de salvar almas, misionar y difundir el Evangelio fue una motivación muy importante, sin duda. Esto es evidente especialmente durante el siglo XVI, siglo de renovación y empuje para las órdenes dominicanas, franciscanas y agustinas. No obstante, según Ciudad Suárez, otros motivos se agregaron con el tiempo, tales como mejorar la situación dentro de la orden, conocer nuevas tierras o simplemente el deseo de la aventura57. Hay que tener en cuenta las características diversas de los misioneros, que mantenían visiones divergentes no solo de la tierra que pisaban y la gente que trataban, sino, además, de la Iglesia y la orden a la que pertenecían. En los primeros años de conquista y evangelización pareció existir un punto de acuerdo.

La primera comunidad dominicana establecida en América (en la actual República Dominicana) es muy famosa en la historia, tanto por sus dotes intelectuales como por sus calidades humanas y religiosas. Aunque es cierto que algunas crónicas asumen un discurso claramente hagiográfico, muchos testimonios tomados de diversas fuentes coinciden en puntos esenciales. Según ellos, los frailes vivían la pobreza con celo evangélico. Se dice que los primeros grupos que llegaban ayunaban siete meses al año, vivían en chozas (aunque hay que decirlo, no había construcciones más sólidas) y se mantenían con muchas limitaciones. En parte, esto era así porque se trataba de grupos de reformados y también porque las condiciones del medio así lo exigían. Según Medina, «La pobreza debía hacerles aptos para la máxima disponibilidad, a la vez que los presentaba totalmente desinteresados ente españoles y naturales. Su predicación sería totalmente libre, sin supeditación a personas o instituciones que pudieran acallar la verdad de sus palabras. Para que la verdad fuera completa, decidieron en común no pedir limosnas»58.

Las reformas internas experimentadas habían hecho de esta primera comunidad dominicana en América una comunidad muy preparada intelectualmente, muy observante y de espíritu abierto. Esa mentalidad le ayudó a no acomodarse fácilmente, sino que estudiadas las situaciones conflictivas y novedosas se proponían formas o métodos de trabajo pastoral59. Su accionar era libre y no tuvo miedo en enfrentarse a los poderes civiles o eclesiásticos. De hecho, según autores como John Phelan, estas primeras comunidades estaban influidas por un espíritu carismático que implicaba imágenes sobre la Iglesia primitiva y el fin del mundo, lo que llevó a algunos a creer que la cristianización de los indígenas americanos era el inicio de la edad del Espíritu Santo, donde todo el mundo sería convertido al cristianismo y reinaría la paz evangélica60.

En esta comunidad fue donde se gestó el famoso sermón del 21 de diciembre de 1511, pronunciado por Fr. Antonio de Montesinos, repetido en muchas obras históricas y tomado como modelo de anuncio profético. Este sermón había sido originado de la confrontación hecha por los frailes entre el método de conquista utilizado y la evangelización que se pretendía ofrecer. Al sermón le siguió el alboroto y la acusación de que los frailes se oponían a la Corona y a sus intereses. Los encomenderos presionaron a los frailes, buscaron que se retractaran, pero ellos no lo hicieron. La defensa de su posición, es decir, el Evangelio predicado sin imponer la fe, sin dominar y sin utilizar la violencia llevó a la formulación de lo que se conocerá como derecho de gentes. Fr. Antonio de Montesinos y Fr. Pedro de Córdoba gastaron su vida en la defensa de esta causa. Fr. Bartolomé de las Casas, clérigo convertido a esta corriente ideológica-religiosa en 1515, apoyó hasta la muerte el derecho de los indígenas. Esta defensa provocaría la emisión de las primeras leyes a favor de los naturales, para impedir su esclavitud, y, en general, en pro de la concepción entre las autoridades de que los indígenas debían ser considerados súbditos-vasallos del rey, aunque en la práctica nunca dejaran de ser siervos.

La lucha entre esta primera comunidad dominicana y los encomenderos-esclavistas generó muchas batallas, lo que a su vez ocasionó expulsiones, amenazas e incluso cobró la vida de algunos frailes61. Este conflictivo debate obligó a la Corona a tomar una postura con respecto a la libertad de los indígenas, a la justicia de la guerra de conquista y a la obligación de trabajar para los vencedores. Uno de los resultados fue la emisión de las Leyes Nuevas,62 inspiradas en el trabajo realizado por Fr. Bartolomé de Las Casas y por Fr. Francisco de Vitoria. Sin embargo, estas leyes nunca fueron aplicadas más que de manera superficial, pues recibieron gran oposición por parte de los colonos y los cabildos en América63.

La Orden de Predicadores comenzó a expandirse por el Caribe. Después de varios intentos infructuosos, tardó una década en llegar al continente, debido a las contradicciones con los encomenderos, los esclavistas y a las dificultades mismas que ofrecía el método de conversión escogido. Finalmente, gracias a las gestiones y el liderazgo de Fr. Tomás de Berlanga, vicario de las comunidades establecidas en el Caribe, en 1526 los dominicos arribaron a México, conquistado unos años atrás. Poco tiempo después llegaron a las actuales Venezuela y Nueva Granada, tierra que pisaron en 1529.

Berlanga fue también quien lideró el proceso de creación de una provincia dominicana independiente para América, separándola de Andalucía. El Capítulo General de 1530 oyó esta petición y estableció la Provincia de Santa Cruz de las Indias. Ese mismo año celebró su primer Capítulo Provincial, el cual eligió como provincial al propio padre Berlanga. Esta provincia tuvo la singularidad de ser promotora de expediciones a otras regiones del continente. También fue en esta provincia donde nació la primera universidad americana, en una fecha muy temprana, en 1538, cuando el estudio del Convento de Santo Domingo, de la ciudad del mismo nombre, en la entonces isla La Española, adquirió estatus de universidad pontificia.

Los frailes fueron adentrándose en el continente casi al tiempo que los indígenas del Caribe desaparecían, producto de los malos tratos y las enfermedades. Por ello esta región perdió atractivo para aquellos que tenían como propósito evangelizar y misionar; además era una zona peligrosa y difícil, debido a los constantes ataques de piratas que se ensañaban especialmente con los conventos y casas religiosas. El mismo Convento de Santo Domingo de La Española (República Dominicana) desapareció en llamas en 1586, y con él todos sus archivos y crónicas, lo que impidió conocer muchos detalles sobre la historia de esta primera provincia64.

La expansión dominicana por el continente americano bajo dominio hispánico puede considerarse vertiginosa. Según la Geografía y descripción universal de las Indias (1574), de Juan López de Velasco, la Orden fundada por Santo Domingo, sesenta años después de su arribo al Nuevo Mundo, contaba con 126 conventos, frente a 127 de los franciscanos, 60 de los agustinos y 26 de los mercedarios. En cuanto a las provincias, si a mediados del siglo XVI apenas existían dos constituidas y dos en proyecto, hacia 1600 la orden dominicana tenía ya siete provincias, convertidas en nueve en el siglo XVIII65. Tal velocidad en su propagación tuvo mucho que ver con su papel de atalayas de la conquista y la evangelización66. A eso hay que añadir que gracias a su preparación, estilo y trabajo, la Orden de Predicadores ganó mucha confianza en las autoridades reales, de modo que 121 de sus frailes fueron nombrados obispos entre 1500 y 1850, y esa cifra no fue alcanzada por las demás órdenes religiosas67.

Se establecen en el Nuevo Reino de Granada

La Orden de Predicadores fue una de las primeras órdenes religiosas masculinas que hicieron presencia en la Nueva Granada, actual Colombia, durante la época colonial68. La primera mención de dominicos que se hace para este territorio se registra en la capitulación concedida a Diego Caballero, para la conquista de la península de la Guajira, que fue firmada en 1525. Allí se habla de llevar en la armada a un par de religiosos dominicos. Ya antes se habían dado planes para traer frailes a este territorio. A fines de 1509, Alonso de Ojeda pasó por la costa cercana a la futura Cartagena, junto con tres franciscanos, un sacerdote secular y un diácono, pero no bajaron a tierra firme. En 1510 se fundó Santa María la Antigua, en el Darién colombiano. Los franciscanos formaron su convento allí, que permaneció hasta 1524, pues su acción misional fracasó dadas las dificultades del medio y la hostilidad encontrada. Se sabe que esa fundación fue abandonada y que sus restos fueron devorados por la selva. En 1526, el mercedario Fr. Francisco de Bobadilla, acompañado de cuatro hermanos de su orden, fundó en la recién nacida Santa Marta, el Convento de Nuestra Señora de la Merced, que fue liquidado en 154569.

El arribo de los frailes

Durante siglos no estuvo asegurada la fecha exacta de la llegada de la primera expedición de dominicos a las costas de la Nueva Granada, actual Colombia. Esta duda fue resuelta hace varias décadas por Fr. Alberto Ariza y Fr. Enrique Báez, quienes encontraron documentos relativos en el Archivo General de Indias70 y concluyeron que en diciembre de 1528 un grupo de frailes dominicos desembarcó en Santa Marta, al mando de Fr. Tomás Ortiz. Este grupo fue reforzado con cuatro expediciones más en la década de 1530. Existen divergencias en cuanto al número de frailes que llegaron en esa primera expedición. El cronista colonial Fr. Alonso de Zamora afirma que eran veinte. Ariza, quien trabajó con diversas fuentes, encontró errores en fechas e inexactitudes biográficas, así que determina que aunque el número inicial designado era de veinte personas, finalmente solo llegaron doce religiosos a la primera fundación española exitosa en América del Sur,71 cuyos nombres da a conocer: F. Tomás Ortiz, Fr. Martín de los Ángeles, Fr. Juan de Torres, Fr. Juan Tomás de Mendoza, Fr. Pedro Durán, Fr. Juan de Montemayor, Fr. Rodrigo de Ladrada, Fr. Juan de Osio, Fr. Pedro Zambrano, Fr. Francisco Martínez Toscano. Fr. Agustín de Zúñiga, Fr. Domingo de Trujillo, Fr. Pedro de Villalba72. La mayoría de ellos habían vivido antes en la isla La Española.

El 14 de enero de 1533, los dominicos llegaron al sitio de Calamari, al oeste de Santa Marta, que había sido elegido para la fundación de la ciudad de Cartagena de Indias ese mismo año. Tres frailes dominicos y uno franciscano viajaron con Pedro de Heredia, su fundador. La ciudad nació en junio y fue destinada a ser cabeza de diócesis y centro de avanzada de la conquista. El 3 de septiembre del mismo año se nombró como primer obispo a Fr. Tomás de Toro y Cabero, quien llegó a fines de 1534. Durante todo el siglo XVI la diócesis contó con obispos mayoritariamente dominicos73, lo que da cuenta de la influencia que tuvo la comunidad en esa región.

Fr. Jerónimo de Loaysa, nombrado obispo en reemplazo de Toro (muerto en 1536), arribó a Cartagena en 1539 con una nueva expedición de frailes y la misión de fundar un convento para su orden, que canónicamente se denominaría San José, pero que se conocería popularmente como Santo Domingo. Loaysa tuvo la idea de fundar una escuela, colegio de artes y teología, abierta a los seculares, que incluyera a los hijos de los caciques, pero su proyecto se truncó con su nombramiento al arzobispado de Lima, en 1540, pocos meses después de su llegada a Cartagena74.

El grupo que se estableció en la Costa Caribe trabajó, en un comienzo, en las doctrinas75 creadas en los alrededores de las dos ciudades españolas fundadas en el litoral caribe: Santa Marta y Cartagena. El Convento de Santa Marta, por ejemplo, recibió en un comienzo las doctrinas de Bondinga, Gaira, Taganga, Mamatoco, Guajiros, Aruacos, Tupes, Chimilas y Durcinos, además del curato de Santa Marta. Varias de las doctrinas correspondían en realidad a comunidades indígenas enteras76.

Los frailes que evangelizaron la región, según el ejemplo de sus colegas misioneros de las Antillas, se enfrentaron en poco tiempo con los encomenderos por el trato que daban a los indígenas. Ello provocó que el jefe de la expedición, Fr. Tomás Ortiz, discípulo de Fr. Pedro de Córdoba, abandonara la región ante amenazas y acusaciones de los conquistadores. En medio de controversias, Fr. Tomás regresó a España y se retiró de la Orden. Fr. Bartolomé de las Casas afirma que las problemáticas vividas por este religioso hicieron que terminara sus días en su pueblo natal, «muy abatido y angustiado y no sé si en alguna hora de su vida se pudo consolar»77.

A comienzos de 1537 partió de Santa Marta una expedición dirigida por Gonzalo Jiménez de Quesada, rumbo al interior del Nuevo Reino de Granada. Esta siguió río Magdalena arriba, en dirección hacia el sur. El capellán de la expedición era un religioso de la Orden de Predicadores, Fr. Domingo de las Casas, pariente del célebre defensor de los indígenas. En agosto, las tropas diezmadas por las penalidades del viaje arribaron al actual altiplano cundiboyacense, lugar del reino de los muiscas. Luego de someter a los dos jefes muiscas más importantes, el zaque de Tunja y el zipa de Bogotá, Gonzalo Jiménez de Quesada procedió, el 6 de agosto de 1538, día de la fiesta de Santo Domingo, a fundar la ciudad de Santa Fe (o Santafé)78, la que será desde entonces la capital del Nuevo Reino de Granada.

A finales de 1540 llegaron al altiplano por lo menos tres religiosos más procedentes de Santa Marta: Fr. Pedro Durán, Fr. Juan de Montemayor y Fr. Juan de Torres. El último marchó a Santafé, mientras que los dos primeros se quedaron en Tunja. Según las diferentes crónicas, el padre Durán catequizó y bautizó a Aquimín, último zaque de Hunza, y a Sugamuxi, sacerdote máximo de los muiscas. Más adelante, Aquimín y otros caciques serían ejecutados en la plaza pública de Tunja (ciudad fundada en 1539) por orden de Hernán Pérez de Quesada79, hermano del fundador de Santafé de Bogotá.

Por estas fechas se fundaron los primeros hospicios dominicanos (lugares de acogida temporal para religiosos doctrineros y que podían convertirse en conventos) en Vélez y Tocaima (1540). Estos dominicos y otros más que llegaron trabajaron en la evangelización de indígenas. Estuvieron sin residencia fija durante unos diez años hasta la fundación de los conventos de Santafé (1550) Tunja (1551) y Vélez (1553), cuyos establecimientos determinaron el inicio de una organización más estructurada de los dominicos en la Nueva Granada.

A partir de entonces, sucesivas expediciones de frailes continuaron engrosando la comunidad, pese a que su número, a juzgar por los reclamos y misivas enviados a las autoridades metropolitanas, nunca fue considerado suficiente para cumplir su labor80. No hay estadísticas completas sobre la cifra de frailes españoles arribados a la Nueva Granada. Solo se tienen los datos ofrecidos por Agustín Galán García e Isabelo Macías, ambos para el siglo XVII. El primero contabiliza 51 frailes llegados en seis expediciones, que correspondía al 5,8% del total de los dominicos que emigraron a América en esa época81. Isabelo Macías proporciona la cifra de 48 frailes82, dato que no difiere mucho del proporcionado por Galán. El número parece bajo, aun para el siglo XVII, aunque tal vez esto puede significar que la provincia dominicana había adquirido rápidamente un cierto autoabastecimiento vocacional83 en comparación con otras provincias dominicanas, como Guatemala-Chiapas, donde la “criollización” avanzó con lentitud84. Por otra parte, algunos documentos de mediados del siglo XVIII señalan que por estas fechas aún se buscaba promover expediciones de frailes españoles para la Nueva Granada, para que colaboraran especialmente en las misiones de los Llanos Orientales85, aunque esas expediciones solo se dieron en pequeños grupos86. El panorama al respecto, pues, dista de ser claro. Hay que registrar la mora de realizar estadísticas más completas sobre migraciones de religiosos a esta región del norte de Suramérica.

La fundación de conventos

En América, pese a la naturaleza eminentemente urbana del conventus de origen medieval (que no debe confundirse con monasterio), los dominicos y las otras órdenes mendicantes establecieron dos tipos de conventos: los rurales y los urbanos. Cada uno de ellos mantuvo particularidades y funcionalidades diferentes.

El convento rural (llamado también vicaría, hospicio o conventillo) se ubicaba en aldeas o en medio del campo, rodeado de población indígena. Este tipo de convento se organizó por iniciativa de una parte de los primeros evangelizadores, quienes buscaban hacer más pragmática su labor con los indígenas87. Ello constituía la adaptación de una estrategia pastoral histórica de las órdenes mendicantes88.

Estos conventos rurales fueron concebidos como centros de evangelización y misión, lo que no se reducía simplemente a predicar y administrar sacramentos, sino a realizar toda una labor organizativa política, administrativa y económica: «Los religiosos dotaron a los pueblos de tierras comunales, nuevos cultivos, cajas de comunidad; crearon cabildos indígenas, con alcaldes y regidores y fundaron escuelas para niños y adultos», dice Ciudad Suárez89.

La mayor parte de las fundaciones dominicanas en la época colonial fueron de este tipo. Al fin de cuentas, la evangelización de los indígenas era el fin inicial de la comunidad dominicana y la justificación de su presencia. Estos conventos también servían como hospicio temporal para los frailes doctrineros, que generalmente se componían de tres o cuatro individuos. Periódicamente ellos debían regresar a algún convento mayor del que dependían en el régimen interno de la orden. Económicamente, estos hospicios se sostenían de las rentas que proporcionaban las doctrinas, de modo que a medida que la población indígena desaparecía, las penurias económicas se acrecentaban.

El convento urbano surgió paralelamente al primero y correspondía al tipo tradicional de fundación dominicana. Sus actividades pastorales directas se concentraron preferentemente en la asistencia sacramental, espiritual, intelectual y hasta organizativa de la población española, de sus descendientes criollos y por último, de los mestizos arribados a las villas. Sin embargo, también ayudaron a la evangelización y doctrina de grupos indígenas ubicados en los alrededores. Estos conventos estaban más orientados a la observancia, a la formación y al estudio90.

Por otra parte, fueron objeto de gran cantidad de donativos y legados de parte de la población mencionada, lo que provocó su enriquecimiento y estabilidad material. Los conventos más grandes e importantes de las provincias fueron siempre los de esta clase. En ambos tipos de conventos se dieron unas relaciones simbióticas con los distintos entornos y grupos humanos.

Aparte se encontraron los conventos de recolección o de observancia, que sirvieron para la búsqueda de renovación de la observancia inicial. Estos se instauraron generalmente cuando se dieron épocas de crisis o relajamiento, por lo que la comunidad establecida allí vivió un régimen más observante y estricto que los demás conventos. En el XVII casi todas las provincias dominicanas en América tuvieron, por lo menos, un convento de este tipo, que dependían directamente de la provincia y no tenían ninguna autonomía91.

En la Nueva Granada la mayor parte de los conventos dominicanos se fundaron en los siglos XVI y XVII, época de mayor expansión de la orden en el territorio92. Las rutas de poblamiento siguieron las de la conquista, es decir, partían de la Costa Caribe hacia el interior del país. Otra ruta se dirigió hacia el suroccidente de la Nueva Granada y fundó conventos en la región.

La totalidad de los conventos fundados en el siglo XVI nacieron con el fin y propósito de evangelizar y adoctrinar a los indígenas. Esto hizo que la mayoría de ellos condicionara su importancia, actividades e influencia a la existencia de estas comunidades indígenas, al servicio y bienes que estas aportaran o a la riqueza de la región en general. Si la población prosperaba, el convento también; si los indígenas desaparecían, el convento quedaba reducido; si la economía quebraba, el convento hacía lo mismo93.

La labor misionera y evangelizadora que debían desempeñar en principio los conventos neogranadinos hizo que se facilitara la vida extraclaustro de los frailes, al tener que desempeñar su trabajo en áreas bastante amplias. Esto provocó una particularidad en la organización dominicana: los frailes aparecen ‘afiliados’ mas no ‘asignados’ a sus conventos. Es decir, el religioso, desde su profesión, quedaba afiliado a un determinado convento, pero podía vivir fuera de este, en alguna doctrina, parroquia o en una misión que podía encontrarse a varios cientos de kilómetros de su convento de afiliación.

La mayoría de los pequeños conventos adquirieron durante ciertas épocas (siglos XVI-XVII) la condición ‘prioral’, es decir, tuvieron el derecho a tener prior, pese a que no contaban con el número de frailes suficiente. La Corona española logró que el maestro general y los capítulos expidieran decretos para autorizar la existencia formal de conventos a casas con menos frailes de los indicados (entre ocho y diez). Algunos, pese a los privilegios, ni siquiera llegaron a poseer el número de seis frailes, que era lo mínimo para ser convento prioral. Nunca pasaron o vivieron la mayor parte de su existencia como vicarías, de tres o cuatro frailes. Por ello, estos conventos fueron conocidos popularmente bajo el nombre de ‘conventillos’.

En cuanto a los conventos fundados en el siglo XVII (seis en total), a su tarea evangelizadora se le añadieron o sobrepusieron otros propósitos, como servir a la piedad popular como centros de peregrinación (Chiquinquirá, Santo Ecce-Homo y Las Aguas) o de lugares de reforma interna (San Vicente Ferrer y Ecce-Homo) para vivir en recolección y en vivencia plena de las reglas y constituciones de la Orden. La consolidación del proceso de colonización y de establecimiento del aparato eclesiástico secular y la reducción significativa de la población indígena explican, por una parte, el freno a la fundación de conventos, y, por otra, que las orientaciones fundamentales de esas comunidades no se centraran ya en la misión y la doctrina de los aborígenes. Estos conventos se establecieron en torno a un ritmo un poco diferente a los primeros.


Figura 4. Conventos de la orden dominicana en la Nueva Granada (ss. XVI-XVIII). Fuente: elaboración propia a partir de datos de ARIZA Alberto E. Los dominicos en Colombia. Op. cit., t. 1, págs. 223-879.

Unos pocos conventos, cuatro para ser exactos, Santafé, Cartagena, Tunja y Popayán, establecidos en lugares céntricos de la audiencia y con afluencia de población hispana y criolla, tuvieron una suerte distinta. El Convento de Nuestra Señora del Rosario, en Santafé, conocido popularmente como de Santo Domingo siempre fue considerado como el convento máximo o más importante de la provincia dominicana. El segundo lugar, aunque más lejos, fue disputado por el San José (o Santo Domingo), en Cartagena, y el Santo Domingo, en Tunja. Desde un comienzo, el Convento del Rosario asumió su papel de convento principal. Incluso, el mismo grupo de frailes que fundó el convento de Santafé fue el responsable de la fundación del convento de Tunja (1551) y de la organización de otros conventos recientemente fundados, en Tocaima y Vélez94. No se hace referencia al convento de Popayán, pues este pasó a integrar la provincia dominicana de Santa Catalina, de Quito, desde finales del siglo XVI.

Los tres conventos mayores de la Provincia de San Antonino fueron casa de estudios, es decir, recibieron y formaron religiosos95, y en torno a ellos orbitaron los demás conventos menores. La cuarta casa de estudios formal fue el Colegio y Universidad de Santo Tomás, contiguo al Convento de Nuestra Señora del Rosario, aunque por cuestiones prácticas, en gran parte de su vida compartieron los mismos catedráticos96.

Un caso aparte es Chiquinquirá. Durante la época colonial el convento dominicano allí fundado nunca dejó de tener categoría menor, pues la localidad en que estaba siempre fue pequeña y poco importante en materia económica y política. Sin embargo, tuvo la característica de ser el centro nacional de peregrinación religiosa, dada la presencia de la imagen de la Virgen del Rosario de Chiquinquirá, milagrosa y muy venerada por las distintas clases sociales. El pequeño convento chiquinquireño tenía una importancia mayor dado que contaba con un capital religioso sin igual. Los dominicos, al convertirse en guardianes de la imagen desde sus orígenes, estuvieron allí amparados por la Virgen y su culto.


Figura 5. Famosa copia del cuadro de la Virgen de Chiquinquirá, guardado desde 1636 por los dominicos en su convento en esa ciudad. Fue declarada patrona de Colombia en 1919. Fuente: copia de Antonio Acero de la Cruz (1660 aprox.). Convento de Nuestra Señora del Rosario, Chiquinquirá. Tomada de VENCES VIDAL Magdalena. La Virgen de Chiquinquirá, Colombia: afirmación dogmática y fuente de identidad. México, Museo de la Basílica de Guadalupe, 2008 (serie: Estudios en torno al arte), pág. 233.

Creación de la Provincia de San Antonino del Nuevo Reino de Granada

839,96 ₽
Возрастное ограничение:
0+
Объем:
770 стр. 67 иллюстраций
ISBN:
9789588956688
Издатель:
Правообладатель:
Bookwire
Формат скачивания:
epub, fb2, fb3, ios.epub, mobi, pdf, txt, zip

С этой книгой читают

Птицеед
Хит продаж
Черновик
4,4
10