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Читать книгу: «Marty Reit», страница 4

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JT lo miró como si fuera un tonto.

—Cuando sepan que estamos aquí, no van a ser tan benevolentes como tú crees que serán. Llamarán refuerzos y dispararán hasta que vean tu cuerpo lleno de sangre. Marty, son mafiosos, no esperes que sean gentiles con un par de jóvenes entrometidos.

—Dudo que estén monitorizando las cámaras —soltó. JT le preguntó con la mirada a qué se refería—. Había una afuera, de esas que giran. Pensé que podría noquearlos a ambos antes de que apuntara en mi dirección. Lo sé, me equivoqué. Pero con el tiempo que el sujeto me tiró al suelo y el que te demoraste en ayudarme, estoy seguro de que nos grabó.

—¿Por qué me lo dices ahora y no antes de saltar el muro? —preguntó asustado.

—Porque no lo consideré trascendental. De igual forma yo iba a entrar. Además, no es que eso nos haya delatado. Si ellos hubieran estado pendientes de las cámaras de vigilancia, ¿crees que estos tres estarían tan tranquilos como lo están ahora? Habrían salido corriendo de inmediato a detenernos.

Lo que Marty dijo hizo que JT se tranquilizara un poco. Tenía razón. Pero, a pesar de eso, se notaba que no dejaba de estar preocupado.

—Sí, pero eso no significa que ahora no las estén monitorizando. Marty, tengo bastante miedo, te lo juro, pero, de cualquier forma, estoy contigo hasta el final. No sé qué vamos a ver allá adentro (si es que conseguimos entrar), o qué nos sucederá luego. Pero te aseguro que daré todo de mí para sacar ileso a Alex de ahí. El asunto es que, aunque tú te hayas vuelto temerario, no somos invencibles. No sabemos cuántas PLC43 y mafiosos hay allá adentro. Por lo que, si de verdad quieres salir vivo de aquí, y con Alex, será mejor que reduzcamos el mayor número de personas que sepan que entramos. Ve cuántas cámaras hay, por favor.

Marty asintió. JT tenía razón. Era mejor prevenir que lamentar.

—Cero —dijo después de concentrarse en encontrar alguna.

Fue demasiado notorio el cambio de actitud de JT. De un momento a otro se relajó. Eso era porque confiaba en la palabra de Marty, que cuando de cantidad de cámaras se hablaba, nunca erraba.

A pesar de tranquilizar a su amigo, Marty seguía asustado. Y ¿cómo no estarlo? Los tres hombres se veían fuertes y musculosos. Sin embargo, por muy asustado que estaba, debía mostrarse valiente y actuar como tal. Pues, como decidió no detener a Alessandro a tiempo, no podía darse el lujo de pensar en qué podrían hacerle si lo atrapaban, pues su hermano ya corría peligro. Por eso debía hacer algo, y hacerlo ahora. Idear un plan era perder tiempo valioso, y más si no estaba seguro de que se llevaría a cabo a la perfección. Por lo que, en ese momento, pensar era un lujo que no poseía. Solo debía actuar.

—¿Qué haces? —preguntó JT al verlo levantarse—. ¡Agáchate!

—No hay cámaras. Somos nosotros contra ellos. Yo saltaré sobre el que está abajo para noquearlo. Creo que eso sí puedo hacerlo. Y tú esperas a que los otros se acerquen y te lanzas. Les puedes dar con ladrillos o lo que quieras.

—¡No seas tonto! Te disparan antes de que toques el suelo.

—¿No te has dado cuenta de que estos no tienen armas? Y si no lo hacemos ahora, ¿cuándo?

Marty se zafó de las manos de su amigo y saltó del contenedor al tiempo que alguien gritó: «¿Qué haces ahí?».

Uno de los guardias que estaba dentro de la estructura de cemento se puso a jugar con su audífono-auricular, pues estaba más que aburrido de escuchar lo que su superior le decía una y otra vez al joven que tenía enfrente. Si hubiera sido él el jefe, habría actuado de otra forma, habría metido más patadas y puños en vez de palabras fuertes, y así habría obtenido la información de manera más rápida y efectiva. El hombre de quien recibía órdenes y que estaba sentado frente al muchacho, tenía la reputación de ser experto en sonsacarle testimonios a la gente. Había escuchado muchas historias de cómo su superior obtenía la información que quería de ciertas personas, incluso de algunos importantes agentes de la OPM y de grandes dirigentes del país. Era bueno en eso. Probablemente el mejor. Por algo Gerto, el verdadero jefe, le tenía bastante estima. Y por eso mismo le molestaba que no hiciera más que charlar con el muchacho. Era muy blando, parecía como si no quisiera que el joven hablara. Conocía la regla de no asesinar a menores de edad. Todos la conocían. Sin embargo, darle unos cuantos golpes para que contara todo no se acercaba en nada a un asesinato. Según lo que le enseñaron en su juventud: intimidar es el mejor método para que canten lo que saben. Ojalá él hubiera sido el jefe en ese momento.

Lo que más llamó su atención, después de varios minutos sin llegar a ninguna parte con el interrogatorio, fue escuchar un ruido proveniente del exterior. Se volteó para ver a través de los barrotes de acero qué sucedía. Quedó atónito al percatarse de cómo un joven, que no superaba los dieciséis años, saltaba sobre uno de sus colegas y lo derribaba en el acto. Los dos hombres que resguardaban la entrada se lanzaron hacia él para detenerlo, pero un segundo joven, que saltó después que el primero, les hizo la guerra. No había visto a ningún adolecente defenderse de tal forma como aquel delgado muchacho con puños de acero. Era asombroso. Pero lo que más le sorprendió es que lo hacía mucho mejor que él cuando tenía su edad.

—Jefe, unos niños nos atacan. —Esbozó la frase y de inmediato se dio cuenta de lo estúpido que sonaba.

Su superior lo miró incrédulo. Parecía no creer lo que su guardaespaldas decía. No obstante, cuando lo hizo, tomó al muchacho por el cuello de la camiseta y, a unos centímetros de su rostro, le gritó:

—¡Me has mentido! ¡No has venido solo!

—¡No! He venido solo. ¡Lo juro! —aseguró Alessandro, casi llorando, alzando los brazos sobre su cabeza, esperando que no lo golpearan.

—¡Más te vale que sea cierto! —lo amenazó el hombre. Nada más tuvo que decir para que Alessandro entendiera que su vida estaba en juego.

La puerta se abrió de golpe y un joven trigueño de ojos pardos apareció. El jefe con un grito ordenó a su guardaespaldas que lo agarrara. Este, que había estado esperando por más de veinte minutos algo de acción, accedió con gusto. Lo atrapó entre sus musculosos brazos para que no tuviera oportunidad de escapar.

Marty planeó seguir a su hermano al almacén, pero no tenía idea de qué sucedería después de entrar en él. Sabía que no lo iban a esperar con una taza de té y una sonrisa, pero nunca creyó que lo tomarían de inmediato al poner un pie dentro. Más bien, pensó que habría bastantes cajas para poder esconderse y escuchar toda la plática que pudieran tener los malos entre ellos y/o con su hermano antes de que el pensara en actuar. No esperó llegar a una oficina completamente vacía, a excepción de un par de sillas, los dos hombres y Alessandro.

El gigante lo estranguló con el brazo. Él intentó zafarse, pero le fue imposible. Marty era más delgado, pequeño y débil, nuevamente, que su adversario.

—¿Lo conoces? —le preguntó el jefe, iracundo, a Alessandro, mientras este último miraba asustado a Marty, posiblemente porque no se explicaba qué hacía él ahí—. Te he preguntado: ¿Lo conoces? —gritó a unos centímetros de su rostro, zamarreándolo.

—¡Es mi hermano! —chilló Alessandro entre lágrimas y jadeos.

—Conque tu hermano, ¿eh? Bien. Yo y tu hermano tendremos una plática, así que mantente atrás. —Dicho esto, el hombre lo lanzó con todas sus fuerzas contra la pared del fondo y luego se acercó lentamente a Marty.

—¡Alex! —gritó al ver cómo su hermano se golpeaba contra la pared y caía al piso.

Quería defenderse, contraatacar, dar patadas en las canillas, o cualquier otra cosa que el detective fantasma hubiera hecho en su lugar. Pero no podía. Si intentaba moverse, moría estrangulado.

Ver a Alessandro tan vulnerable —aunque en otro momento le hubiera encantado presenciarlo—, siendo que siempre había sido un buscapleitos, le hacía arder la sangre.

—No deberías estar aquí, Reit. —Escupió las palabras con una sonrisa burlona.

—¿Cómo me has dicho?

—Eres igual a tu padre. Ese semblante petulante de un Reit no te lo quita nadie.

De nuevo. Esta vez no lo estaba imaginando. Realmente lo estaban confundiendo con su tocayo.

—Te equivocas. Yo no soy… —No podía decirlo. Creía que citarlo sería confirmar que él era el otro.

—¿Marty Reit? —interrumpió el hombre con un tono más insoportable que el anterior—. Me doy cuenta de que aún lo no sabes.

—¿Saber qué? —contestó de mala gana—. Te confundes de persona.

El hombre estaba a punto de refutarle, justo en el momento en el que JT entró con una sonrisa de oreja a oreja y echando un vistazo hacia atrás, observando a los hombres que había derribado. Su actitud triunfante hizo que el sujeto guardara silencio y que pareciera estar aún más molesto que antes. Marty notó que cerró los puños a ambos costados de su cuerpo, intentando mantener la calma.

—¡Los he derribado! —La euforia en el rostro de JT desapareció cuando sus ojos se toparon con los del sujeto. En ese momento palideció. Tragó saliva al ver a Alessandro quieto en el fondo de la habitación y a Marty siendo sujetado del cuello por un hombre vestido igual a los que habían dejado atrás.

El líder metió las manos en los bolsillos y se acercó más a Marty, quien, por una extraña razón sospechó que algo guardaba en ellos. Posiblemente un arma. Al parecer, JT pensó lo mismo, porque, ágilmente, se lanzó para colocarse entre Marty y el hombre. ¡Cómo si poniendo su cuerpo en medio iba a impedir que sucediera lo que estaba por ocurrir!

Más que sentirse agradecido porque se estaba sacrificando por él, Marty se confundió. Si JT era tan bueno en las artes marciales, ¿por qué no intentó lanzarse sobre el hombre para desarmarlo, como hizo con los dos guardias fuera del recinto, y noquearlo, como también hizo con los que estaban dentro, en vez de estirar los brazos, insinuando que estaba a su disposición? Posiblemente fue la actitud decidida del sujeto la que hizo que JT creyera que no podía ganar si lo enfrentaba, pues Marty sentía lo mismo. Si no fuera porque se encontraba en una situación complicada, habría sonreído al recordar lo estúpida que fue la petición de la persona que lo raptó. «Queremos que nos traigas al cabecilla de esa organización». Con verle la cara, sabía que incluso siendo el detective fantasma le sería imposible vencerlo.

—Por favor, no le haga nada —suplicó JT.

El sujeto solo con la mirada hizo que el gigante que agarraba a Marty del cuello, empujara a JT hacia atrás. JT intentó apartarse, pero también le fue imposible, pues el sujeto se lo impedía. El jefe, en tanto, se acercó a Marty hasta que este pudo sentir la respiración del otro en su oreja. Intentó apartar la cabeza, pero no fue mucho lo que pudo hacer con el brazo del guardaespaldas limitando su cuello. Se estremeció cuando el vaho expulsado de la boca del enemigo tocó su piel.

—El águila salió del cascarón —musitó, y luego retrocedió.

—¿Qué? —preguntó Marty, girando la vista hacia el sujeto. Pensó que lo acuchillaría o le dispararía, no que le diría una estúpida frase y luego se apartaría. ¿El águila salió del cascarón? ¿Qué era eso?

—¿Qué te ha dicho? —preguntó JT, gritando.

—Alessandro me ha traído una encomienda —dijo el jefe—, eso es todo. Puedo ver que han derribado a unos cuantos de mis guardias. Pero como hoy me siento generoso y no quiero meterme en problemas, dejaré que se vayan por las buenas. —Fulminó con la mirada a su guardaespaldas, que parecía no haber comprendido la indirecta, por lo que se vio obligado a reproducir su idea con palabras—: Puedes soltar al joven.

El guardia asintió e hizo caso de inmediato, aunque más deseaba darle un puñetazo en la cabeza que soltarlo.

—¿Encomienda? —preguntó Marty, tocándose el cuello—. ¿No querrás decir droga?

Sabía que lo que había dicho era erróneo. No tenía la certeza de qué era lo que Alessandro había llevado al almacén, pero estaba completamente seguro de que eso no era droga. A pesar de saberlo, debía mostrar desconocimiento, puesto que nadie podía enterarse de lo que vio la noche anterior, ni siquiera JT.

—No. Y tú lo sabes, Marty.

Antes de darse el tiempo de pensar en cualquier cosa, se volteó a ver JT, pues no quería que creyera que sabía más de lo que le había contado. Extrañamente su amigo y su hermano ya no se encontraban en la habitación. Tampoco el guardaespaldas. Solo estaban el sujeto del código y él.

Tenía la triste seguridad de que algo muy extraño estaba a punto de suceder. Y no pasó mucho para que desde la esquina superior de la habitación saliera un denso humo que se esparció rápidamente. Su vista se nubló en menos de diez segundos, hasta que sus ojos quedaron completamente en blanco. No podía pensar en nada. Un cosquilleo le recorrió todo el cuerpo, hasta que cedió y se impactó de espaldas contra el suelo.

Capítulo 4

Familia Curtalef Nicolini

Se refregó la cara con ambas manos. Tenía la extraña sensación de haberse despertado de un insólito sueño del cual no se acordaba de nada, pero sabiendo de que había algo trascendental en él. Se sentía mareado y con muchas ganas de vomitar. Abrió lentamente los ojos y vio el techo girar sobre su cabeza. Por un momento pensó que seguía en el almacén. Pero no, no era posible. Su espalda estaba cómodamente apoyada en algo blando. Y si no se encontraba en el almacén, entonces ¿dónde estaba? Divisó su entorno. Aún su vista no se recuperaba por completo, pero incluso así pudo percatarse de manchas y siluetas que se movían a su alrededor. No pasó mucho para que pudiera reconocer el lugar. Todo gracias al estúpido espejo que lo reflejaba.

Se encontraba en su habitación y acostado en su propia cama.

—¡Ha despertado! —exclamó JT.

Sentado cerca de la cabecera de la cama de Marty, Alessandro temblaba sus piernas con celeridad, intranquilo. Tenía un par de círculos rosados en la frente —uno sobre cada ceja—, luego de apretarse con los pulgares al ver que su hermano, que seguía respirando, no abría los ojos por mucho que lo zamarrearan. Lograron eludir a su madre al entrar, pero como los minutos pasaban y Marty no reaccionaba, temió que ella se diera cuenta de que algo andaba mal. Y no sabía qué hacer si eso sucedía. Porque realmente desconocía el motivo por el cual su hermano no despertaba. Por eso, luego de escuchar a JT dar la noticia, Alessandro estuvo a punto de saltar de felicidad.

—¿Cómo he llegado hasta acá? —le preguntó Marty a la difusa imagen de JT que tenía enfrente.

—¡Con mucha suerte! —exclamó su amigo, suspirando.

Suerte. Aquella precisa palabra era la única que podía englobar todo lo vivido en el almacén. No obstante, la suerte jamás es permanente. Si Marty lo hubiera considerado antes de proseguir con el siguiente tema, no le habría dejado todo el trabajo a ella y él se habría esforzado más en planear y concretar sus próximos movimientos. Pero ¿qué iba a estar pensando en la suerte que tuvo y en la que no iba a tener, si no se podía sacar de la cabeza lo vivido recientemente? Además, le llamaba mucho la atención que tanto Alex como JT parecían no haber pasado por lo mismo que él, pues se les veía mejor que nunca.

—No, en serio, ¿cómo llegué aquí? No me acuerdo de nada. Ustedes desaparecieron, me quedé solo con ese tipo y ahora despierto en mi cama como si nada. ¿Qué pasó?

—No estamos seguros —confesó JT—. Después de que se acercó a ti y yo le exigí que repitiera lo que te había dicho, un imbécil me jaló de brazo y me sacó del lugar. A Alex le hicieron lo mismo por la puerta de atrás. No nos golpearon ni nada, pero nos mantuvieron con las PLC43 pegadas al pecho durante todo el tiempo que el tipo charlaba contigo. O eso era lo que nosotros creíamos que ustedes hacían. A los cinco minutos él salió y nos dijo que nos fuéramos y que no habláramos con nadie de lo que vimos, porque él no daba segundas oportunidades.

—Volvimos dentro y tú estabas acostado en el piso —agregó Alessandro, muy nervioso por lo sucedido—. ¡Pensé que te había matado!

Marty cruzó miradas con JT, mientras que Alessandro, aliviado, se pasaba una mano por la cabeza. Le llamaba mucho la atención ver que su hermano mayor se preocupaba por él. Sin embargo, tenía más que claro de que lo hacía porque temía que su madre lo castigara si se llegaba a enterar de que estaba metido en algo turbio.

—Como verás, el rudo de Alex ha estado llorando como un bebé desde que salimos del almacén —se mofó JT.

—¿Y cómo esperabas que estuviera tranquilo si Marty no abrió los ojos en todo el camino y fuiste tú quien tuvo que subirlo a rastras hasta acá?

Ese era el momento idóneo para encarar a Alessandro y preguntarle ¿qué tenía en la cabeza cuando pensó que era una buena idea ir a Velpaso, el sector más peligroso de la capital, para entregarle una encomienda a unos mafiosos? Pero otra preocupación, al parecer más importante, cruzó por su cabeza en ese momento.

—¿Subirme a rastras? Entonces… ¿mamá lo sabe?

—No, claro que no. Yo la distraje en la cocina mientras JT te subía por la escalera. Incluso, mantuve entretenida a Sofi para que no se diera cuenta. —Marty suspiró aliviado al escuchar aquello. Cuando Sofia se enteraba de algo, al poco tiempo todo el mundo terminaba sabiéndolo a lujo y detalle. Su hermana pequeña era muy mala para guardar secretos—. No hubo ningún problema. Llega a ser perturbador que todo haya salido tan bien para nosotros.

Aquella fue la primera y última vez que Marty meditó a fondo acerca de la suerte. No le había puesto demasiada atención a JT cuando la citó, pero ahora que escuchaba a Alessandro, opinaba lo mismo que su hermano. Era perturbador que hubieran llegado a casa ilesos —sin considerar que a él lo drogaron— y sin recibir ninguna reprimenda por parte de su madre. Las cosas iban demasiado bien para ellos. Y de acuerdo a lo que su madrina le dijo una vez, hace muchos años, «mucha suerte junta solo llama a más de una desdicha futura», o viceversa. Lo que podía significar:

—¿Cuán seguros están de que no nos siguieron? Posiblemente nos dejaron libres porque, sabiendo dónde vivimos, les será más sencillo amenazarnos después.

JT negó con la cabeza.

—¡Imposible! Cuando salimos no había nadie. Todos desaparecieron. Por muy sorprendente que suene: el almacén estaba desierto. Posiblemente si nos hubiéramos quedado unos minutos más ahí dentro, incluso los contenedores se habrían esfumado.

Marty frunció el ceño.

«Es como si…».

—Es como si hubieran estado ahí solo por nosotros —Alessandro reprodujo sus pensamientos.

Se dirigió hacia su hermano mayor, sin quitar la pasmada mirada que llevaba. Él había pensado lo mismo, pero como fue Alessandro quien lo dijo, ahora sonaba estúpido.

—Imposible. Yo y JT te seguimos, porque sospeché que no ibas a casa de Kerim. Acababas de verlo y ¿estudiar, tú? No sé cómo mamá se lo creyó. Sabes, es más, ahora pienso que ellos solo estaban ahí por ti, pues de nosotros nada sabían.

—Entonces, ¿por qué crees que desaparecieron? Y si estaban ahí por Alex, ¿por qué sigue vivo? —preguntó JT, intrigado.

—Porque los descubrimos. No sé qué hacía en realidad Alex en ese lugar —mintió, y JT lo sabía—, pero estoy completamente seguro de que nosotros interrumpimos lo que deseaban hacerle. Cuando llegué, el que aparentaba ser el jefe lo lanzó contra la pared. Ese sujeto no parecía querer darle las gracias por llevarle la encomienda.

—Entonces, tú dices que si nos hubiéramos detenido en algún lugar o si hubiéramos reducido la velocidad, posiblemente ahora Alex estaría muerto.

—Claro. No querían dejar huellas. Por algo desaparecieron después con todas sus cosas (como tú dijiste) y nos dejaron libres. Posiblemente asesinar a tres jóvenes y esconder sus cuerpos no era lo que tenían en mente. Uno es aceptable, pero ¿tres desaparecidos en el mismo día, después de ser grabados saliendo de la estación de Velpaso? Traería sospechas. Tarde o temprano los hubieran descubierto. —«Pero si hablamos de los policías que no pudieron resolver sencillos casos de hurto, lo dudo mucho», pensó Marty—. Encontrarían primero a nuestros cadáveres y luego a ellos. —Al ver lo espantado que JT lo miraba, prefirió variar un poco el tema—. Como eso no sucedió, no podemos, aunque queramos, avisarle a la Policía sobre estos sujetos. Llevaban armas y eran peligrosos, pero ninguno de nosotros está herido y no tenemos pruebas de lo que ha sucedido. Tampoco podemos acusarlos por drogarme. Pensarán que yo lo hice por mi cuenta.

Tras varios intentos, consiguió sentarse en la cama.

—Ahora solo queda saber —dijo JT, girándose hacia Alessandro— ¿en qué te metiste? ¿Por qué terminamos en esto?

Marty siempre se había caracterizado por ser mucho más calmado y apacible que JT, quien frente a cualquier problema solía sobresaltarse de inmediato. Pero cuando de Alessandro se trataba, él no podía controlarse, y era su amigo quien hacía de mediador entre ambos. Cuando JT no estaba enfadado, sabía jugar con las palabras y decirlas de la manera precisa y en el momento indicado. Por ese motivo, en aquel instante, fue él quien evitó que los hermanos Curtalef volvieran a discutir. Marty, que conocía con antelación lo que Alessandro haría ese día, anhelaba escuchar de la boca de su hermano mayor por qué se había arriesgado yendo al almacén, ya que él no tenía ninguna necesidad de llevar la encomienda a otra ciudad; no por dinero. Sus padres ganaban bien, y a ellos les daban buenas mesadas. Y aunque Marty sabía qué pensaba hacer y no lo evitó porque así concretaría la aventura que siempre anheló vivir, le molestaba lo estúpido que era su hermano por querer participar en ese tipo de cosas. Así que, si Marty hubiera hecho él mismo las preguntas, más se hubiera esmerado en atacarlo que en pedirle alguna explicación. Por ende, el que JT las formulara, daba paso a una conversación más amena para todos los participantes.

Alessandro se levantó de la silla y se encaminó hacia la puerta de entrada con la convicción de no estar obligado a contarle nada a su hermano ni a al mejor amigo de este. Si con alguien debía hablar, sería con Kerim. No importaba la historia que acababan de vivir, ni lo preocupado que estuvo por lo que le acababa de suceder a Marty. Sin considerar aquella tarde, nada los unía, y no iba a actuar como si fueran hermanos amigables, porque no lo eran. El quedarse a platicar demostraría que la barrera que los dividía desde pequeños, descendía, y él no quería que eso sucediera. Le gustaba la enemistad que tenían, porque a pesar de todo, Marty y él nunca iban a encajar. Nacieron siendo diferentes y nada iba a cambiar entre ellos. Para Alessandro, las cosas que no tenían nada que ver con él le importaban un bledo. Pero para Marty era completamente diferente, se involucraba. Incluso llegaba a ser demasiado insistente con tal de comprender todo lo que sucedía a su alrededor, aunque no fuera de su incumbencia. Posiblemente ese era el motivo por el cual ninguno se soportaba. Veían el mundo de maneras muy diferentes. Sin embargo, por muy disímiles que fueran, y aunque no necesitaba explicarle nada a su hermano, lo iba a hacer, y solo porque quería saber por qué y cómo Marty y JT lograron llegar al almacén en el momento justo en que el líder comenzaba a perder los estribos. Era verdad, las cosas se le habían ido de las manos, y en cierto momento él también pensó que lo iban a asesinar. El asunto es que no debía ser un genio para saber que la aparición de su hermano menor no fue una mera coincidencia.

—La semana pasada una persona me llamó para preguntarme si quería ganar dinero fácil —soltó, volviendo solo la cabeza—. Yo dije que sí. Sonaba bien.

—¿hombre o mujer? —preguntó Marty.

—¿Importa? —refutó Alessandro, alzando los brazos—. No me acuerdo, ¿bien?

—Sí, está bien —intervino JT antes de que Marty lo contraatacara y comenzaran una nueva batalla campal entre ambos—. Continúa.

—Me dijo que me llamarían luego para darme toda la información. Y ayer lo hizo. La persona me comentó que lo único que debía hacer era llevar una encomienda hoy al almacén que todos conocemos. Algo sencillo. Más tarde un hombre vino a la casa para entregarme los sobres. Eso es todo.

—¿Eso es todo? ¿Y no pensaste en lo arriesgado que era ir a Velpaso? ¡Vamos, Alex! Todo el mundo sabe que la capital es el peor lugar para vivir. ¿Y Velpaso? ¡Es como si quisieras suicidarte!

—No, Marty. No todos somos como tú. No todo el mundo piensa mil veces cada cosa antes de hacerla, ni piensa que le puede suceder algo malo a la vuelta de la esquina. Incluso JT puede asegurarte lo mismo: a nadie le interesa entender todo a la perfección. Eres el único que se raya la cabeza con tal de conseguirlo.

A pesar de estar alterado, no elevó su tono de voz. Si gritaban, su madre se enteraría del motivo de la discusión y ambos terminarían en un castigo eterno.

—¿Sabes qué? Por un momento pensé: «¿Cómo es que ha llegado al almacén justo a tiempo?». Pero ahora que lo medito, no como tú lo haces, obviamente, estoy casi seguro de que es porque tuviste que haber escuchado la conversación que tuve con aquella persona ayer en la noche. No, miento. No «casi seguro», estoy completamente seguro de ello. Pues, ahora que lo recuerdo, yo estaba en el baño cuando recibí esa llamada. Tú subiste detrás de mí, supuestamente para hablar con JT. Y estoy totalmente confiado, también, de que no te podías aguantar las ganas de seguirme al almacén, porque siempre has anhelado ser como ese detective de pacotilla que aparece en las historietas que tanto te encanta leer. Puede que yo haya quedado como idiota al no percatarme de que era algo arriesgado ir hasta allá, pero tú has quedado como un enfermo por no evitarlo si lo sabías. Cuando tu rara personalidad de rayarte la cabeza hasta comprender algo es útil, no la utilizas.

Alessandro salió y cerró la puerta con fuerza. Marty y JT se quedaron observándola en silencio hasta que escucharon fuertes pisadas descender por las escaleras.

—¡Quién diría que Alex llegaría a comprenderlo! —soltó JT al aire.

Marty esbozó media sonrisa. Él también estaba sorprendido. Alessandro era un completo tonto de nacimiento. Tanto así que siempre que debía pensar algo por más de dos segundos, lo dejaba de lado. Era más probable que JT se lo hubiera contado, a que él lo comprendiera por sus propios medios. Pero como su amigo le había prometido que no iba a decirle nada a nadie, en esta ocasión debía darle todo el crédito al tonto de su hermano. A pesar de que su deducción no era cien por cierto certera y había dejado de lado aquello que realmente hizo que Marty prefiriera callar y seguirlo al almacén, deducir eso era un gran logro para él.

—¿Te has dado cuenta de que me ha dicho enfermo? —preguntó confuso, apuntándose.

—Ambos sabemos que en eso tiene razón. Habría sido mucho más sencillo que lo hubiéramos evitado. Hemos tenido bastante suerte —respondió JT, relajado.

El teléfono de Marty sonó y JT se sobresaltó.

—Era mi mamá. Quiere que baje a tomar once —dijo Marty después de cortar la llamada—. ¡Lo sabe!

Se levantó de la cama —todavía un poco mareado—, imaginando el castigo que iba a recibir. Mínimo un grito magistral. Y luego, probablemente, lo llenaría con las tareas doméstica que nadie quería hacer.

—¿Por qué lo dices?

—Si estuviera cien por ciento segura de que estoy en casa, no me habría llamado por teléfono. Habría enviado a Sofi a buscarme.

—¿No crees que lo estás rebuscando mucho? Probablemente tu hermana está ocupada y ella no tenía ganas de gritarte desde el primer piso.

—JT, ¿tus padres te llaman por teléfono cuando estás en casa?

—Eh, no —respondió al pensarlo.

—No sé cómo, pero lo sabe —concluyó.

No dimensionó lo mareado que aún estaba hasta que se levantó de la cama y comenzó a caminar. Cruzó el pasillo apoyándose en la pared y bajó las escaleras sin quitar la mano de la baranda. Al llegar abajo, su madre le preguntó cómo se sentía. Él le dijo que tenía un poco de sueño y hambre, a lo que ella le respondió que se fuera a sentar a la mesa para tomar once y que después subiera a acostarse. Extrañamente no parecía estar a punto de castigarlo. ¿Había una remota posibilidad de que no lo supiera?

«¿Tomar once? Normalmente tomamos once más temprano. Casi es hora de cenar. Algo extraño está sucediendo en esta casa. Puede que esté actuando normal, pero estoy seguro de que lo sabe. Nunca le ha importado la presencia de JT para regañarme. ¿Por qué esta vez es diferente? ¿Por qué está tan sonriente y tranquila? Además, ni siquiera se detuvo a preguntar cuándo llegó JT. Él siempre la pasa a saludar cuando viene a verme».

Una vez sentados alrededor de la mesa, comenzaron a comer.

Marty trataba de verse lo más normal posible frente a su madre. No quería demostrar que seguía mareado y somnoliento, aunque le costaba mucho mantener los ojos abiertos. Apoyó la cabeza sobre la palma de su mano izquierda y vio a Alessandro fulminarlo con la mirada, esperando que dejara de actuar así, de forma tan inusual. Y eso era lo que él también quería, pero le era imposible. Se sentía mal, y todo lo que observaba se desfiguraba. Pensó en levantarse e ir al baño para mojarse la cara con agua y volver en sí, pero su cuerpo no le hizo caso. Su madre hablando sobre las vacaciones fue lo último que escuchó antes de que sus ojos se cerraran por completo.

Estaba ahí. Nuevamente estaba ahí, en ese callejón. Había corrido varias manzanas, huyendo de «eso», y terminó como siempre en el comienzo de aquel callejón. No era la primera vez que soñaba con él. Desde pequeño repetía la misma pesadilla una y otra vez. Sabía con lujo y detalle lo que iba a suceder a continuación, pero aun así no dejaba de tenerle el mismo miedo que la primera vez. Estaba oscuro, tan oscuro como en las otras ocasiones, tanto que no podía verse las palmas de las manos, teniéndolas a solo unos centímetros de sus ojos. Sin embargo, no necesitaba ver para saber que lo perseguía; tampoco pensarlo dos veces para huir corriendo por el callejón que tanto conocía. Siempre que se encontraba en esa pesadilla, el callejón no tenía salida. Nunca había escapatoria. «Eso» siempre lo encontraba. Pero debía correr, debía intentarlo, porque posiblemente esta sería la única oportunidad que tenía para poder liberarse de una vez por todas de esa cosa —que no sabía si era persona, animal o monstruo—. Corrió y corrió, pero, como siempre, volvió a chocar contra el muro. No había escapatoria. Nunca la hubo y nunca la habrá. Estaba destinado a ser atrapado por «eso». Pero no quería, no quería que lo encontrara, no quería perder una vez más. Se paró con los puños firmes, igual que en las últimas ocasiones. Solo le quedaba enfrentarse a su enemigo. Esta vez sería la definitiva. Esta vez lo vencería, ya que era una sombra sin forma ni cuerpo. Era una sombra negra y sin vida que lo único que hacía era atormentarlo. Esa sombra que lo había amedrentado muchas noches en su infancia no podía ser invencible. Debía tener algún punto débil, como todos. Y él esta vez… no haría la diferencia. ¿Qué importaba que tuviera un punto débil? Nunca lo encontraría. Ni aunque lo hiciera, jamás sabría cómo utilizarlo a su favor. Y eso pudo confirmarlo cuando ella con una tenebrosa voz, acompañada de una extraña melodía que generaba el viento, le dijo: «¡Te encontré!». Todos los pelos de su cuerpo se erizaron. Tuvo miedo, como siempre. No podía contra ella. No podía hacer nada. Sintió cómo su cuerpo se movía por inercia, se sentaba en una esquina del callejón y se tapaba la cabeza con ambas manos. Quería protegerse de aquella cosa a toda costa. No importaba cuánto más valiente y audaz se volviera, nunca podría contra ella. No era una simple sombra, era el temor más grande de su vida; lo único que lo acompañaba desde siempre. Lo peor era que esa cosa se acercaba cada vez más, lo podía observar a través de la separación de sus dedos, siendo lo único que sus ojos le permitían ver en medio de la oscuridad. No podía contra ella. En las otras ocasiones nunca alcanzó a tocarlo, pero él estaba seguro de que esta vez todo sería diferente. Sabía que lo tocaría. Y no solo eso… lo mataría. Todo seguía estando tan oscuro como al principio, pero tenía más que claro que ella estaba a su lado y lo observaba. Se aproximaba con el sigilo que la caracterizaba. Sentía cómo sus dedos —o lo que fuera que tuviera— se acercaban a su rostro. Fue ahí, estando a escasos milímetros de su piel, cuando una gran ola apareció detrás de ella y los impactó a ambos con bastante fuerza.

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470 стр. 1 иллюстрация
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9788411141864
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