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Cuando llegó a la esquina, sacudió su pantalón y volvió a la marcha. No sabía si era suerte o mera casualidad, pero ahí, al fondo de la calle, estaba la estación. Por un segundo agradeció haber sido raptado, pues lo llevaron donde debía ir. Aunque no era necesario haber recorrido toda la ciudad en el intento, y más si lo lanzaron del vehículo antes contarle todo lo que tenía preparado para él. Ahora solo le quedaba ayudar a Alessandro y esperar que, en tanto, quien estuviera detrás de la voz del parlante no se desquitara con el resto de los integrantes de su familia. Aunque era más probable que volviera a contactarse con él antes de hacerle algo malo a los suyos, porque, o si no, no habría sido raptado desde un principio. Lo querían a él. Y algo le hacía creer que este inconveniente —el romper el vidrio divisor y haber sido eyectado del vehículo— no influía mucho en el desenlace de esta historia. El líder de la mafia lo sería hoy, la semana siguiente, hasta, incluso, podía serlo dentro de prisión. Así que, si no lo contactaban ese mismo día, lo harían muy pronto.

Un edificio color grisáceo de dos pisos que tenía una amplia entrada de cemento con una pequeña escalera limitada por dos pilares tapizados en cobre oxidado llevaba como título: «Estación Las Peinas».

Él sabía que todos lo observaban. Cojeaba y sangraba por los codos. Al ver la asquerosa mezcla que tenía en los brazos —grumos de sangre y tierra— trató de removerla sin detener el paso. Sintió gran dolor al momento en que sus dedos pasaron a llevar la herida.

Al llegar a la puerta de la estación, la empujó y entró. El lugar estaba atestado de gente. Unos esperaban en las filas para pagar; otros, para pasar por las barandillas giratorias que estaban cerca de los vagones. Sacó su boleto y lo observó. Este decía: «Estación las Peinas - Estación Velpaso. 16.39». Dejó de ponerle atención al boleto y se concentró en el reloj gigante que había en una de las paredes de la estación. Era las cuatro treinta y ocho. Sonrió. A pesar de los inconvenientes, logró llegar antes de la hora estimada.

Desde su posición podía ver a través de la puerta de vidrio el único metro estacionado. Era el suyo. Corrió entre la multitud, pasó por la barandilla giratoria luego de poner el boleto encima de ella y subió al metro.

Capítulo 3

JT

Divisó un asiento disponible y fue hacia él. Apenas se sentó, escuchó un «¿tú de nuevo?». De un sobresalto miró sobre su hombro a quien lo había reconocido. A su lado estaba la muchacha de hace un rato, la que desapareció.

—Hola —dijo entre nervioso y asustado.

—Lo siento, no te quería asustar —agregó la muchacha, tocándole el brazo y mostrándole su perfecta hilera de dientes en medio de una agradable sonrisa—, pero es que me parece tan simpático que de casualidad se haya sentado junto a mí el mismo chico que vi caerse de un árbol hace un rato.

Marty le respondió con una sonrisa, intentando permanecer sereno, siendo que por dentro se moría de vergüenza.

—Dolió bastante —confesó.

—Me imagino. ¿Y qué te dio por saltar del árbol?

—Quería algo de emoción en mi vida.

Ella asintió y guardó silencio, lo que provocó que Marty se sintiera más incómodo aún, ya que creía que estaba dando una pésima segunda impresión. Sin saber qué hacer ni qué decir, sacó su teléfono para ver si había obtenido algún mensaje o llamada de JT. Nada. Estaba preocupado. Lo necesitaba. No podía hacer esa misión sin su mejor amigo.

Le envió un mensaje:

«¿Dónde estás?».

A los segundos llegó la respuesta:

«Estoy en el metro. Sentado. Así que nos vemos en Velpaso.

Pd: Acabo de notar que me llamaste. Perdón, estaba ocupado».

Bloqueo la pantalla y guardó su celular. No le quedaba de otra que permanecer media hora más junto a la muchacha. Así sacó valor de alguna parte y le habló:

—¿Disculpa, te puedo hacer una pregunta? —dijo, observándola detenidamente.

El cintillo que la muchacha llevaba puesto impedía que su ondulada cabellera cayera sobre su rostro. Sus ojos café almendrados brillaban por sí solos, lo que los hacía resaltar sobre su tez color oliva, de la misma forma que lo hacía el pequeño lunar que tenía justo debajo del ojo derecho. Y su sonrisa, como ya había notado anteriormente, era perfecta.

—Sí, obvio. Dime.

—¿Cómo es que desapareciste?

—¿Cuándo? —preguntó ella, acortando la distancia entre sus cejas y subiéndose el cierre de la sudadera—. ¡Ah! No, no. Mi padre estaba estacionado en la casa contigua a la tuya. Luego de que te pregunté cómo estabas, él me llamó y me fui. Perdón por no quedarme a escuchar tu respuesta. Pero ¿por qué la pregunta?

—No, por nada. Es que me han pasado un par de cosas extrañas últimamente y parece que me estoy preocupando más de lo necesario.

—¿Cosas extrañas?

—Muy extrañas.

—¿Como qué?

—¿De verdad quieres saber?

Ella asintió.

Eso fue todo lo que necesitó para autorizarse a contarle aquellas cosas que juró no decirle a nadie aparte de JT.

—Solo espero no aburrirte.

—Lo dudo. Me encantan las historias, y más en días tan fríos como este.

Marty la miró fijamente a los ojos. Una alegría lo invadió. Había deducido algo acerca de ella.

—¿Por qué me miras así? ¿Qué pasa?

—Tú no eres de acá. Eres del norte.

—De Widerstand —precisó ella—. Vine con mi padre a hacer un trámite.

El tema del frío era algo que siempre recalcaban los nortinos cuando visitaban Calipso. La diferencia promedio que había entre los extremos del país era la necesaria para que alguien del norte, con ese clima perfecto para los lugareños, sintiera frío. Y más en invierno.

—Pero si has venido con tu padre, ¿por qué estás tomando el metro?

—Porque no alcanzamos a terminar a tiempo y él se quedó. Yo debía volver sí o sí, así que tomé el único medio de transporte que me puede llevar hasta allá.

Con lo obvia que era la respuesta, se sintió tonto por haber hecho semejante pregunta. El único medio para conectar las ciudades en su país, si es que no se iba en vehículo propio, era el metro. Y eso todo el mundo lo sabía.

—Ah, entiendo.

Tras la breve interrupción, Marty le relató a la muchacha todo lo vivido desde que se cayó del árbol hasta que llegó a la estación Las Peinas. También le contó por qué había salido por la ventana y no por la puerta, como una persona normal haría. Sin embargo, no habló de su tocayo, de la encomienda ni de Alessandro y su relación con los mafiosos de Velpaso. No sabía nada de ella, aparte de que venía de Widerstand a hacer un trámite, por lo que prefirió no darle ninguna información de su familia. Por alguna razón, sospechaba que había algo oculto detrás de aquel bonito rostro.

Manteniendo la sonrisa, la muchacha lo escuchó en silencio hasta que Marty terminó de hablar.

—Es que no puede ser cierto. ¿Un vehículo sin chofer? ¿Cómo es eso posible?

—No tengo ni la menor idea. Para mí también es confuso. Yo esperaba que la voz fuera de quien conducía el vehículo, pero no.

Marty quedó perplejo al ver el asiento vacío del piloto cuando acercó su cabeza a la parte delantera del vehículo después de romper el vidrio divisor. Intentó no pensar en ello, porque debía concentrarse en ayudar a su hermano mayor. Pero ahora que la muchacha se lo preguntaba, y parecía tan interesada en el tema como él, las interrogantes y las hipótesis surgieron sin más.

—Pero ¿estás seguro de que no había nadie?

—Mantuve mi cabeza muy poco tiempo adelante, pero estoy totalmente seguro de lo que vi y de lo que no.

En este punto de la conversación, Marty ya tenía una idea de cómo era posible que no hubiera nadie manejando el automóvil que lo raptó. Para que no supiera quiénes estaban detrás de todo el embrollo, manipularon el vehículo con un control a distancia. Con una buena vista —o teniendo la posibilidad de monitorear las cámaras de vigilancia— podían hacerlo desde donde quisieran y no errar en sus movimientos.

—Tu teoría me parece muy interesante, y el suceso completamente extraño. Aunque, por otro lado, de lo que realmente yo me preocuparía si fuera tú, es de la información que tienen de ti y de tu familia. El que el vehículo no tuviera chofer lo dejaría en un segundo plano.

—Lo que tú dices me preocupa bastante —confesó, girando la cabeza hacia el respaldo del asiento delantero para mirar sus manos—. Mi familia podría estar en peligro, lo sé. Pero, como te dije, tengo otra cosa en mente en este momento.

—El asunto de Alessandro.

—Sí, el asunto de… —Sin quitar la vista del asiento delantero, guardó silencio. Mordió su labio inferior, cerró los ojos y luego se pasó una mano por la cabeza.

—Comenzabas a caerme bien…

—Yo…

—No, no digas nada —la interrumpió—. Lo hecho, hecho está. Fui un imbécil en pensar que podía confiar en ti, pero erré. Estás con ellos, ¿no? ¿Tú también quieres al líder de los mafiosos?

—¿Qué? No, te equivocas.

—Sí, claro. Te sabías el nombre de mi hermano sin yo decírtelo. Mi intuición me decía que no debía fiarme de ti, pero como parecías buena chica… —dijo y guardó silencio.

Luego de escuchar el aviso de que habían llegado a Velpaso, Marty se levantó, se dirigió hacia la puerta y bajó del metro sin volver la vista atrás.

Cuando consideró salir de la estación y esperar a JT afuera, divisó la sobresaliente cabeza de su mejor amigo. Fue a su encuentro y juntos subieron a la calle. Después de que Marty lo recriminara por no avisarle acerca del cambio de planes y por no contestarle el teléfono, le contó todo, incluyendo lo sucedido con la muchacha. JT quedó admirado por todo lo que Marty había pasado en tan poco tiempo —incluso después de saber que hizo añicos su bicicleta—, pero, como era de esperarse, no supo cómo explicar los extraños sucesos que le acontecieron, en especial el hecho de que la muchacha conociera a Alessandro.

—Probablemente es una de ellos —dijo como última opción, después que Marty contradijera las anteriores suposiciones con astutas respuestas.

Era imposible que a ella le gustara Alessandro y deseara saber más de él, porque ¿quién en su sano juicio iba a estar enamorada de su hermano? Tampoco podía ser una ladrona que intentaba obtener información de su familia para concretar un robo. Sin considerar que en Calipso la gente no suele irrumpir en propiedades ajenas con tal fin, la hipótesis de JT iba tan mal encaminada, porque, de ser así el caso, ella hubiera preferido platicar más cerca de la casa y menos en el metro.

—No lo creo —respondió Marty a la idea menos tonta que dio su amigo.

—¿La viste bajarse en la estación?

—No, salí corriendo. Fue mucho para mí que supiera de Alex.

—Entonces no sabes si se bajó o no. Puede que lo haya hecho y…

—Pero no la vemos por ningún lado, JT —dijo, girando trescientos sesenta grados con los brazos extendidos—. Estoy seguro de que ella oculta muchas cosas, y me frustra el hecho de que supiera el nombre de mi hermano sin yo decírselo, pero siento que no mentía cuando decía que no tenía nada que ver con mis secuestradores.

—Mi papá me contó que cuando ejercía como abogado se topaba con clientes que eran buenos para hacerte creer lo que querían que creyeras. Ella puede ser igual.

—No es así.

—¿Cómo estás tan seguro?

—Porque de ser así no habría dicho el nombre de Alex. Si fuera como las personas de las que tu papá habló, no se hubiera equivocado. Ella está metida en algo, eso está claro. Pero ahora mismo me tiene sin cuidado qué es.

Siempre que no comprendía algo, anhelaba hacerlo. Pensaba en ello todo el tiempo hasta idear una buena explicación de lo sucedido. Este caso no era distinto. Deseaba entender cómo era posible que ella supiera de Alessandro y por qué se la había topado dos veces en el mismo día. Pero aquel no era el momento para pensar en ello. Estaba en Velpaso, siguiendo a su hermano, intentando evitar que algo malo le sucediera, no para otra cosa.

—¿Y cómo me dijiste que se llamaba?

—No te lo dije, porque no lo sé.

—¿Cómo?

—No se lo pregunté. De cualquier forma, no me lo habría dicho. Habría mentido.

—Sí, tienes razón.

El día estaba hermoso. No había nubes en el cielo y el sol brillaba como si fuera el último que se viera en mucho tiempo. Pasaron por una pequeña plaza, un centro comercial y un conjunto de edificios, para detenerse en el comienzo de un camino de tierra, que era la continuación del de asfalto. Cruzaron miradas de nerviosismo antes de retomar la marcha. A ambos lados del camino, que en ese momento era más barro que tierra, crecía un pastizal que les sobrepasaba los hombros. Al fondo, a un kilómetro de distancia, se encontraba el muro del almacén.

Marty, tratando de hacerse el valiente, comenzó a andar por el camino de tierra. JT lo detuvo de inmediato e hizo que continuara por el pastizal. Podía ser que caminando por el medio de la vegetación se demoraran más en llegar al almacén, pero claramente era mucho más seguro que hacerlo por el lugar donde circulaba libremente el enemigo. Y, en efecto, fue la mejor decisión que pudieron haber tomado. Al recorrer la mitad del trayecto, una camioneta proveniente del almacén pasó muy cerca de ellos. Se quedaron quietos y guardaron silencio, esperando que el enemigo no regresara. Cuando Marty creyó que ya no corrían peligro, se levantó para continuar. Pero no fue mucho lo que pudo avanzar antes de que JT lo jalara de la camiseta y lo lanzara de trasero al suelo. Algo sucedía. Una segunda camioneta pasó por su lado y, a diferencia de la anterior, se detuvo a un metro de distancia de ellos.

—Escuché algo —dijo el copiloto, al tanto que se descendía de la camioneta—. Voy a ir a indagar.

Al ver el arma que portaba, Marty pensó, por primera vez, que había cometido un grave error al no impedir que Alessandro se involucrara con esa gente.

—¡Regresa, debe de ser un perro! —gritó el conductor.

El copiloto dio una última ojeada al lugar y obedeció. La camioneta aceleró nuevamente hasta perderse, tal como lo hizo la anterior. El par esperó unos minutos antes de continuar por si aparecía inesperadamente alguien o algo. Aunque la verdadera razón por la que no se movieron ni un centímetro fue porque seguían muertos de miedo.

—¡No puedo creerlo! Ese idiota portaba una PLC43. —JT estaba pálido, pero sonreía como si fuera lo mejor que le hubiera pasado en la vida—. Esa arma tiene una gran potencia, incluso a largas distancias.

A pesar de que conocía a JT desde hace bastante tiempo, y estaba al tanto de la fascinación de su amigo por las armas, no dejaba de sorprenderle la habilidad que tenía para detectar qué arma era la que le ponían enfrente. No importaba si era poco común, o si la hubiera visto por no más de unos segundos, siempre sabía cuál era. Siendo que solamente las veía en la televisión o en internet, las conocía todas.

—¿PLC43? He escuchado ese nombre antes.

—Me daría vergüenza ajena si no. Es el arma que usan los policías. —Lo dijo como si fuera obvio. Lo que hizo que Marty se sintiera mal por no saberlo.

—¿Qué? ¿No era que el arma de la Policía solo la podían adquirir y portar los policías? ¿Por qué estos mafiosos la tienen?

—¿Será porque se las robaron? —Fue más una confirmación que una pregunta.

Marty miró de soslayo a JT, sin poder creer lo que oía. JT no era humorista, pero con lo que decía, parecía estar bromeando. Era imposible que alguien pudiera robar en una comisaría sin que los policías hicieran nada. Además, no existía gente loca que hiciera semejante acción.

—¿Por qué dices eso?

—Porque así es. Sí leyeras más noticias y menos Detective Fantasma, no parecerías tan sorprendido, porque tú solito te enterarías de las cosas que suceden en tu país.

—Pero es imposible, JT. ¿Cómo es que nadie hizo nada para evitarlo?

—No lo sé. No seguí leyendo porque llegó mi papá con una noticia aún más catastrófica.

—¿Qué pasó? —preguntó al tiempo que apartaba una rama que le obstruía el paso—. Si siempre hablas como un loro, ¿por qué ahora te quedas callado?

—Es que es algo fuerte, Marty. Muy fuerte. Ayer, alrededor de las siete de la tarde, asesinaron al senador Máximo Jara.

Marty, que iba primero, se volteó bruscamente, soltando la rama que tenía en las manos, provocando que esta lo golpeara en el rostro. Como estaba tan absorto en lo que acababa de escuchar, ni siquiera lo sintió.

—No, no, eso no puede ser posible. ¿Máximo Jara? Sabes que mi madre trabaja para él. Ella me lo hubiera contado hoy en el almuerzo si hubiera sido cierto.

—A lo mejor ni ella lo sabe.

—¿Cómo no lo va a saber?

—La noticia no ha salido aún en los medios de comunicación. Mi padre me dijo que la Policía quería guardarlo en secreto el mayor tiempo posible por el impacto social que va a provocar cuando todos se enteren. Terror, Marty, eso es lo que van a sentir todos. Terror.

Obvio que así iba a ser, si en la burbuja en la que vivía no solían ocurrir asesinatos.

—Y si nadie lo sabe, ¿cómo es que tu padre sí?

—Máximo Jara lideraba a todos los que apoyaban a mi padre para que obtuviera el puesto disponible en la Corte Suprema de Justicia. Como salió electo, ayer en la noche fue a agradecerle personalmente por su apoyo. Fue mi padre quien llamó a la Policía cuando vio a alguien sospechoso salir de la casa del senador. Desgraciadamente se convirtió en el único testigo de aquel espantoso suceso. El pobre tuvo que pasar toda la noche en la comisaría para dar la poca información que poseía.

Lo del asesinato de Máximo Jara era algo realmente espantoso. El senador vivía en la capital, donde todo era más peligroso, pero, aun así, que alguien entrara a una casa para asesinar al propietario era algo totalmente descabellado. A lo mejor en otra parte del mundo podía suceder, pero ¿en su país? ¡Era imposible! La noticia impactó tanto a Marty, que veinte minutos atrás creía que la seguridad que brindaba la Policía Nacional era extraordinaria y que su único error era no resolver a la brevedad los sencillos casos de hurto. Aunque el asesinato lo desconcertó, más le afectaron los mensajes subliminales que había en las oraciones que acaban de decir JT.

—¿Por qué no me lo contaste? —preguntó molesto. Si no hubiera estado a doscientos metros del almacén, posiblemente lo habría dicho en un tono más elevado.

—Te lo estoy diciendo ahora. No lo iba a hacer en el colegio frente a todos. Y antes menos, porque no lo sabía. Mi papá me lo dijo recién en el desayuno, cuando llegó.

—No estoy hablando de eso, JT. ¿Por qué no me contaste que te ibas a mudar?

—¿De qué hablas? Si te conté que mi papá era un candidato para ocupar el puesto disponible del juez que desertó. Y también te mencioné que mi mamá estaba buscando trabajo en la capital. O ¿no leíste el mensaje que te dejé en la bicicleta que me destruiste?

—Sí, pero una cosa es que tu padre sea candidato al cargo, y otra muy distinta es que haya sido electo.

—Recién ayer dieron los resultados. ¡Ni que lo supiera hace un mes!

—Y ¿por qué no lo dijiste en ese momento?

—Porque sabía que te ibas a poner así como estás ahora. Quería que esta historia la termináramos como dos ganadores, igual como la empezamos. No es un fin en nuestra amistad, está claro. Pero es como… el final del nivel del juego más complicado que has visto. Vienen cosas difíciles, pero la amistad supera todo, ¿no?

Continuaron caminando en silencio.

Se acordó de su primer día de clases. Alessandro, que entraba a su segundo año de colegio, apareció después de clases con dos amigos. Uno lo sujetó y el otro le dio varios golpes en el vientre. El imbécil de su hermano no hizo más que quedarse parado asesinándolo con la mirada, como si Marty le hubiera hecho algo imperdonable. Al minuto, aunque para el pequeño Marty fue como una hora, apareció un chico un poco más alto que él y dejó a Alessandro y a sus secuaces en el suelo, llorando. Ese era JT, un chico de mirada penetrante muy hábil con los puños.

Marty siempre recordaría ese día como el que ganó un amigo para toda la vida y como el que perdió para siempre a su hermano mayor. No sabía qué había pasado por la mente de Alessandro para que comenzara a odiarlo, pues antes de esa tarde no habían discutido ni peleado jamás. Todos los habían considerado hermanos inusuales, porque se llevaban mejor que nadie. Pero ese día todo cambió. Desde ese momento el odio entre ambos afloró y nunca más se desvaneció.

Al estar a solo unos metros del muro del almacén, se escondieron detrás de un tronco seco medio corroído por el frío del crepúsculo y ahuecado por el tiempo. Permanecieron unos cuantos minutos apoyados en el tronco, esperando, vacilantes y en silencio, a que alguna idea cruzara por sus cautas mentes, por mientras que, de vez en cuando, alzaban la mirada para cerciorarse si los dos guardas vestidos de negro y que portaban una PLC43 cada uno, seguían fijos en su posición, a medio metro del muro.

—¿Qué sucede, JT? —preguntó al ver que su amigo no apartaba la mirada de sus puños—. ¿Tienes miedo?

—Esto es estúpido, Marty. No necesitas ser un genio para saber que, así, desarmados, no somos contrincantes para ellos. —Se notaba ansioso.

—Tú sabes pelear, ¿no? Los puedes dejar en el piso con un solo golpe.

—Claro. ¿Y cuándo quieres que lo haga? ¿Cuando tenga la PLC43 pegada en la cabeza? O ¿cuando ya esté en el piso con un hoyo en frente y otro en la nuca? ¡Tuvimos que haber evitado esto antes!

Se notaba a la perfección que JT quería hablarle más fuerte, pero, al igual que él, solo susurraba. Ambos sabían qué pasaría si subían el volumen.

—Estabas muy a gusto con la idea ayer en la noche cuando te la mencioné.

—Eso era antes de saber lo de las PLC43.

—«Es un arma que tiene gran potencia, incluso a largas distancias». Sí, eso ya lo dijiste. Pero ¿qué tiene de especial? ¿Si tuvieran una bazuca tendrías menos miedo?

—¿Es que no lo ves, Marty? Fueron ellos quienes irrumpieron en la comisaría de Babernë y se robaron todo el armamento. ¡No deberíamos estar aquí! —concluyó, pasándose ambas manos por la cabeza.

Marty observó nuevamente al par de guardias que seguían sin darse cuenta de su presencia. Aunque la idea de enfrentarse solo a dos personas armadas nunca fue parte de su plan, no podía obligar a JT a hacer algo que no quería hacer.

—Gracias por acompañarme hasta aquí, JT. ¡Que lo pases genial en la capital!

Se dio media vuelta y comenzó a gatear en dirección al guardia más cercano.

—Pero ¿qué haces? —preguntó su amigo, agarrándole un pie.

—Tienen PLC43. Tú mismo dijiste que eso no era nada bueno. Hablamos de la vida de mi hermano. Y si puedo evitar que lo maten, lo haré.

—¿Eres tonto, o qué? ¿No ves que con eso lo único que haces es poner tu vida en juego?

Marty lo miró directamente a los ojos.

—Y ¿qué es lo que siempre he querido?

Aquella mirada hizo que JT, sorprendido, lo soltara y lo dejara marchar.

Aunque el dolor en sus codos y rodillas no había cesado, arrastrarse como militar era lo único que podía hacer para que no lo descubrieran, ya que por culpa del medio en el que se encontraba, le sería complejo huir. Cuando llegó al límite del pastizal, se levantó y corrió lo más rápido que pudo hasta su enemigo más cercano. Al estar a solo medio metro de distancia, dio un gran salto y se aferró a la espalda de su contrincante para inmovilizarlo y luego lanzarlo al suelo. Aunque tenía más que claro que él no era JT, no creía que le fuera tan difícil derribarlo. Pero erró. El guardia no perdió el equilibrio en ningún momento, por lo que Marty se vio obligado a forcejear. Le rodeó el cuello con el brazo. El hombre soltó el arma para zafarse y atacar de vuelta. A pesar de ser bueno deduciendo cosas, Marty seguía siendo un niño que pensaba que tenía posibilidad de vencer a alguien que le doblaba la edad, era más grande y más fuerte que él. Y como era de esperarse, en esta situación, los sueños no fueron suficientes para evitar que el hombre lo lanzara al piso, entrelazara las piernas alrededor de su cintura y, después de que Marty le diera unos cuantos golpes en el pecho al ver que no podía hacer nada, le sujetó ambas manos sobre su cabeza, recogió el arma y le apuntó.

«Alex, realmente te has metido con gente muy mala» pensó, sin quitar la vista de los inexpresivos y penetrantes ojos del hombre. «Si este sujeto hubiera sido un simple guardia de almacén no me miraría como si estuviera a punto de asesinarme».

No. No podía morir así, no sin saber que Alessandro estaba sano y salvo. Se remeció para intentar zafarse, pero no lo consiguió. Solo logró que el guardia se enojara más, que lo sujetara con mayor fuerza y que apretara la helada arma a su piel, como intentando recalcar que Marty no tenía ninguna posibilidad de liberarse. No podía creerlo. Acababa de comenzar la aventura que siempre había deseado vivir y ya estaba siendo encañonado, a nada de que lo asesinaran. El asunto era que, aunque no le gustaba la idea, debía aceptarlo. No tenía ni el armamento necesario ni las condiciones físicas para ganarle, y más si el otro guardia estaba a punto de verlos forcejear —si es que ya no lo había hecho—. Llamaría refuerzos. Aunque, en realidad no era necesario, puesto que su contrincante por sí solo podía hacerlo desaparecer de la faz de la tierra.

Cerró los ojos con fuerza para que su último recuerdo no fuera la inexpresiva y penetrante mirada del guardia.

—¿Tus últimas pala…? —dijo el hombre con goce en la voz, hasta que, por una extraña razón, tras un sonido desgarrador, se quedó en silencio. La punta del arma se alejó de la frente de Marty y el hombre se movió hacia un costado, soltándole la cintura. Abrió los ojos, sorprendido. El hombre estaba acostado de lado, en forma perpendicular a él, con una mancha roja en la cabeza.

No necesitó mucho para saber qué había sucedido. La respiración jadeante de JT le hizo sonreír. Su amigo sostenía un ladrillo con ambas manos y miraba con terror y odio al sujeto.

—Te dije que era arriesgado —dijo JT, mientras lo ayudaba a levantarse.

—Gracias. Realmente pensé que me mataría —confesó, frotándose la frente.

—Sí, yo también lo pensé. Pero no lo consiguió. Así que quita esa cara de fantasma que tienes y vamos a salvar al imbécil de tu hermano.

JT se acercó al hombre y le tomó el pulsó.

—¡Uff, sigue vivo! Con ese sonido pensé que le había reventado la cabeza. Ven, ayúdame. Escondámoslo entre la maleza para que nadie lo vea y sepa que estamos aquí.

JT lo llevó de las manos y Marty de los pies. Lo dejaron junto al tronco donde minutos antes permanecieron escondidos y regresaron al muro. Fue ahí cuando Marty se dio cuenta de que algo no encajaba.

—¡Mierda! El otro guardia no está. Ha debido de entrar a informarles a los demás.

—¿Hablas de la mujer con cara de zarigüeya? No, la noqueé de un culetazo con su propia arma —dijo JT, muy tranquilo, al tiempo que lanzaba la PLC43 lejos. No la iban a llevar encima, pues si los veían con ella, sí o sí los asesinarían. Sigilo. Eso era lo que necesitaban.

—¿No me digas que antes de ayudarme te diste el tiempo para noquearla y esconderla?

JT se encogió de hombros, esbozando una ligera sonrisa.

—Tu problema es que nunca te detienes en los pros y en los contras. Si te hubiera ayudado antes de encargarme de ella, ambos habríamos recibido balazos. Por eso, Marty, tú solo dedícate a las deducciones, ¿te parece?

—Está bien. Pero ¿qué pasó con el JT que no se quería sacrificar?

—Está aquí. No pienses que he cambiado de opinión. No retractarte es la peor decisión que has tomado en la vida.

—Sabes que…

—Sí, es por Alex —interrumpió—. Lo sé. Por eso, y porque soy consciente de que no podrías solo contra dos sujetos armados, es que no salí corriendo. Yo también sabía que Alex se estaba metiendo en algo turbio y no lo evité. Soy igual de responsable que tú. Así que salvemos al imbécil de tu hermano y larguémonos de aquí cuanto antes.

Treparon el muro y saltaron al otro lado. Sabían que nadie podía verlos, puesto que los contenedores apilados eran más altos que el muro. Ellos no veían el interior, pero tampoco los veían a ellos. Caminaron entre los contenedores hasta que no encontraron pasada y se vieron obligados a trepar uno. Este estaba ahuecado en la parte superior, lo que los hacía imperceptibles desde abajo, por lo que era el escondite perfecto para espiar. Marty echó una ojeada al exterior para confirmar que los guardias que JT había noqueado seguían donde los habían dejado. Al darse cuenta de que así era, se arrastró hasta el otro extremo para observar junto a su amigo lo que ocurría en el interior del almacén.

—Hay tres —murmuró el amante de armas agachando la cabeza.

Uno estaba junto al contenedor en el que se encontraban escondidos, y los otros dos, ubicados a cada lado de una puerta de madera que daba la entrada a algo semejante a una casa de cemento que en vez de ventanas tenía barrotes de acero.

Debía idear un buen plan para entrar a la construcción de cemento sin ser visto. Estaba completamente seguro de que Alessandro se encontraba dentro de ese lugar, entregando la encomienda e intercambiándola por dinero que luego se lo gastaría en cigarros, si no era que los mafiosos habían preferido deshacerse de inmediato de él para evitar que los delatara. Había tres hombres en el patio, pero no tenía ni idea de cuántos había dentro. Podían ser diez o veinte. Todo habría sido más sencillo si hubiera tenido unos binoculares, o uno de esos radares de calor de los que habló la voz del parlante del vehículo sin chofer. Pero como no era el caso, y no sabía cuánto tiempo le quedaba a su hermano, lo único que podía hacer era pensar en cómo deshacerse del trío que tenía en la mira y el resto debía dejarlo para después.

—¿Viste cuántas cámaras hay? —preguntó de pronto JT.

—Si de cualquier forma debemos entrar, ¿de qué sirve eso?

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