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A la mayoría de los habitantes de Widerstand les decepcionó la forma en que murió su antiguo ídolo. Ellos esperaban ver que Gabriel Reit pagara, más que por asesinar a alguien, por haberle quitado la vida a quien se la quitó. Probablemente, incluso lo habrían felicitado si por un exceso de rabia, fuerza e impotencia por todo lo que le hizo a él y al mundo, no se hubiera controlado y le hubiera dado un tiro en la cabeza a Gerto, como muchos deseaban hacer. El problema era que la bala que salió del arma de Gabriel Reit no fue a parar a ninguna parte del cuerpo de Gerto, ni siquiera al de Berios; la bala, que fue disparada a una corta distancia de su víctima, cruzó la cabeza de uno de los hombres más importante del país; del único hombre que había intentado hacer algo para frenar a los malos, su antagonista. Gabriel Reit no asesinó a cualquiera, asesinó a Tademu Edul, el jefe de la OPM, su jefe.

Aunque no todos conocían cómo fue realmente la relación entre Gabriel Reit y Tademu Edul, odiaban al asesino por dejar la balanza cargada hacia el lado de los enemigos del país, y por eso querían justicia, una que nunca tuvieron.

Durante varias semanas después de la muerte de Gabriel Reit, muchos lugareños se presentaron a las afueras del palacio de Babernë para ver con sus propios ojos la veracidad del incidente. La mayoría consideraba que fue fortuito que el muro del palacio más antiguo país, el mismo que había resistido por más de miles de años las adversidades naturales y seguía estando tan firme como el día en que lo construyeron, pudiera desprenderse con tal facilidad justo sobre el automóvil en que iba Gabriel Reit.

Pero la verdadera respuesta sobre qué sucedió a las afueras del palacio de Babernë aquel día, qué pasó en esos tres años donde Gabriel Reit desapareció y qué hizo que él cometiera tan horrible acción a su regreso, solo la poseían muy pocos: los responsables y algunos de los mejores agentes de la OPM. Pero este reducido número de personas, por alguna razón prefirió callar. Sabían lo suficiente para poder asegurar que la muerte de Gabriel Reit y el homicidio que este cometió, aunque no era el principio de la ola de asesinatos que estaban ocurriendo en Widerstand, era el inicio de los peores días que el mundo podía imaginar.

Capítulo 2

Marty Curtalef

El invierno no daba una de sus funciones normales aquel día. Un sol radiante se imponía en el despejado cielo, que no presentaba ni rastro de las oscuras nubes que el día anterior habían cubierto la ciudad en su totalidad, y que, como traicionero que era, no daba indicios de los horribles días que se aproximaban. Marty Curtalef, quien no imaginaba la gran variedad de problemas que estaban próximos a presentarse en su vida, esperaba en el patio delantero de su casa la llegada de su hermano mayor. Su deseo siempre fue convertirse en un detective famoso y prestigioso como el personaje que salía en Detective Fantasma, su historieta favorita. Marty era un joven muy astuto, que podía descubrir pistas en lo que para otros solo eran caras, frases u objetos. Sin embargo, ser un detective en aquellos tiempos no era para nada sencillo. Nadie le prestaba atención a lo que un joven de quince años decía, ni por muy certeras que fueran sus deducciones. Más de una vez metió sus narices en casos policiales de hurto y mencionó sus perfectas deducciones sobre cómo el ladrón consiguió perpetrar el robo y escapar sin que nadie se diera cuenta. Pero los «expertos» —que en realidad nada sabían— no le prestaron atención y lo regañaron por interferir en asuntos policiales. En más de la mitad de los casos, los profesionales se habían demorado bastantes horas en llegar a las mismas conclusiones que él había conseguido en unos cuantos minutos. Y en un par de ocasiones, dejaron los casos abiertos y a los criminales libres.

Ya que por ese medio veía que no sería fructífero llevar a cabo sus sueños, se conformó con los pequeños misterios que sus compañeros de clase intentaban descubrir, tales como: ¿por qué había faltado tal persona aquel día? O ¿qué relación había entre ellos dos? Cosas que a Marty le aburrían, pero lo mantenían ocupado.

Entonces, cuando se dio cuenta de que Alessandro, su hermano mayor, tramaba algo, supo que aquella sería la única oportunidad que tendría en mucho tiempo para llevar a cabo su anhelado sueño de vivir una aventura tan emocionante como las que experimentaba su detective favorito en su amada historieta. Nunca sospechó que aquello le traería a la mente cosas del pasado que cambiarían por completo su presente y su futuro, secretos se removerían y gente no esperada aparecería para ayudarlo o perjudicarlo aún más. Su vida, tal como la conocía, cambiaría para siempre.

—¡Hola! —dijo al verlo acercarse—. ¿Por qué has llegado tarde?

Alessandro Curtalef trató de inventar una excusa al paso, tal como lo hacía cada vez que obraba mal. Era un gran mentiroso, un mitómano estupendo, aunque no siempre le salían las cosas como él esperaba. El que en la mayoría de las ocasiones las mentiras no le funcionaban, era más porque nació siendo un completo imbécil que se contradecía a los pocos segundos, que por la viabilidad misma de sus ideas. Pero esta vez, el final iba a ser diferente, puesto que, si su madre llegaba a cruzarse en su camino, Marty iba a involucrarse en el asunto para que, por primera vez en la vida, Alessandro no se contradijera, y así evitar que lo castigara por hacer cosas que no debía. Todo para que el plan que Marty ideó la noche anterior no se frustrara antes de que comenzara lo emocionante.

—¡Ah, por qué te doy explicaciones a ti! —se quejó, enfadado por la mirada incrédula que Marty le dio luego de escuchar la exagerada excusa que acababa de inventar.

Alessandro Curtalef era el mayor de tres hermanos, y como le ganaba por diez meses a Marty, se creía mejor, más inteligente y mucho más atractivo, cosa que Marty y Sofia, la hermana pequeña, desmentían habitualmente. Dejando de lado quién de los dos tenía mejores cualidades, cabe mencionar que entre ellos permanecía latente, desde que eran muy pequeños, una rivalidad que no hacía más que provocar en ambos un constante odio por el otro, produciendo que su mayor entretención fuese hacerse la vida imposible. Por eso mismo, lo que más le alegraba el día a Marty era probar que Alessandro era un completo tonto, porque así podía sacárselo en cara. Y ahora, luego de alzar la llave de su casa y ver cómo su hermano rebuscaba en sus bolsillos, intentado encontrar la suya, sonrió maliciosamente, porque había conseguido que cayera en su trampa.

—¿Me abrirás o te quedarás adorándola? —le gritó Alessandro, sujetando de la reja.

—Alex, ¿cuándo hemos cerrado con llave? —preguntó con una gran sonrisa en el rostro.

—¡Idiota! —exclamó luego de meditarlo. Empujó la puerta de la reja y entró sin mirar a Marty, quien no podía parar de reír.

Marty movió hacia un costado el mechón castaño claro que le cubría los ojos para observar la llave que tenía en su mano. El logo de Mouxi yacía en la parte trasera. «Nadie ha entrado a una propiedad con protección de Mouxi», salía en la publicidad que aparecía muchas veces al día en todos los medios de comunicación. Aunque más que publicidad para que la gente poseyera el producto, parecía ser un mensaje de los dirigentes para recalcar la excelente seguridad del país. Era como si los políticos le tuvieran miedo a algo, como si quisieran que la población se sintiera a salvo. Pero ¿por qué? Si lo estaban. Además, nadie entraba a la propiedad de otro sin su consentimiento, a excepción de algunos infames en la capital —la ciudad más ignominiosa de todo el mundo, que llevaba varios años sin poder erradicar la vaga cultura de sus habitantes—. Ellos necesitaban la seguridad de Mouxi, no ciudades tan tranquilas como Calipso, donde sus familias cercaban sus propiedades por pura estética.

Dejó de observar la llave y se levantó para continuar con su plan.

Ya en el segundo piso, cruzó el pasillo hasta su dormitorio, que estaba al frente del de Alessandro y junto al baño. El tener las habitaciones tan cerca, y a la misma distancia del baño, provocaba batallas campales todas las mañanas para ver quién lo usaba primero. La idea era discutir y pelear. No les importaba lo muy tonto que fuera el pleito, ni que la mayoría de las veces no atacaban con buenos argumentos. Solo querían sentir que derrotaban al otro.

Dentro de su habitación pintada de verde, se sentía protegido, tranquilo. Creía que su casa era tan segura y resistente que ni un terremoto, una bomba nuclear o un mísero ladrón —que en Calipso no había— podían perpetrar o dañar. Dentro de su dormitorio, se creía el dueño del mundo; sentía que alcanzar sus metas era tan fácil como respirar, y que no debía arriesgar nada en el intento. Como en Detective Fantasma era así, no pensaba que fuera distinto para él. Los detectives siempre estaban ajenos a los sucesos que investigaban y nunca les sucedía nada malo, porque siempre solían aparecer después de que lo peor ocurría. Entonces, ¿por qué las cosas serían diferentes para él?

Se sentó en el borde de la cama y miró sobre el escritorio el grande y único espejo que había en su dormitorio. Él no lo necesitaba en su habitación, pero como lo utilizó su padre en su época de estudio, prefirió no comentar en voz alta sus deseos de tirarlo a la basura. Un joven de piel mate y pelo castaño claro no dejaba de observarlo. Se percató del fallido intento del joven por levantarse el cabello frontal, que, como superaba los diez centímetros de largo, volvía a embestir una y otra vez contra sus ojos pardos cada vez que alejaba la mano. El joven decidió apartarse el cabello hacia un costado antes de que Marty quitara la vista del espejo para lanzarse de espalda sobre la cama.

Con la mirada perdida en el techo, pensó en lo que pudo haber hecho para evitar lo que estaba a punto de suceder. Debió haber sido mal hermano y contarle todo a su madre. A Alessandro lo habrían castigado, por lo que no podría salir de casa y así no terminaría haciendo lo que estaba a punto de hacer. Pero como Marty guardó silencio, la vida de su hermano y la suya estaban a punto de correr gran peligro. Dejando las cosas tal como estaban, se veía obligado a ir tras Alessandro para asegurarse de que nada malo le sucediera, lo que no hacía más que llenar el vacío que sentía. El asunto era que a él le gustaba la idea de probar cosas nuevas, de poder vivir la vida como lo hacían en las películas. Y eso en su ordinaria existencia no sucedía. Tenía una constante rutina. De la casa al colegio, del colegio a la casa. A veces se quedaba después de clases para hacer algún deporte con sus compañeros, y otras se juntaba solo con JT, su mejor amigo, para hacer lo que se les ocurriera en el momento. Pero, a pesar de que su vida no tenía nada de aburrida y que siempre tenía que hacer, sentía que algo le faltaba. Una experiencia diferente a las que estaba acostumbrado lo llamaba a gritos. Y si para conseguirla debía dejar que su hermano se metiera en problemas, lo iba a hacer sin dudarlo.

Miró su reloj de mano. Eran las cuatro con cinco minutos. Alessandro estaba a punto de salir de la casa para ir a tomar el metro que lo llevaría a Velpaso —lugar donde se encontraba el almacén al cual debía dirigirse—. Según lo que había visto esa misma mañana en el boleto que había comprado su hermano, este debía tomar el metro en la estación las Peinas a las cuatro y media de la tarde. Aún estaba a tiempo para salir y llegar a la hora, pues en bicicleta no se demoraba más de veinte minutos de la casa a la estación. Marty, en cambio, tenía más tiempo para afinar los últimos detalles de su plan después de que Alessandro se marchara, ya que a él lo iban a llevar en auto y, además, había comprado el boleto para el metro siguiente.

Ansioso por lo que iba a suceder —esperando que Alessandro no se retractara por culpa de la única buena idea que podía estar cruzando por su cabeza tras varios años de ineptitud: el sospechar de que era algo arriesgado lo que estaba por hacer—, se levantó de la cama para mirar por la ventana, esperando ver a su hermano irse. Afuera, los niños corrían y jugaban en la calle. Todos los días, a la misma hora, los mismos niños, que no superaban los diez años, salían a la calle a jugar con sus amigos. Marty se conocía de memoria el rostro de cada uno de ellos, pero no el de la chica que debía de tener su misma edad y que caminaba a toda prisa por la vereda de enfrente. No le quitó la vista en ningún momento hasta que la muchacha desapareció de su campo visual. La duda de quién era se esfumó de su cabeza cuando vio a Alessandro cruzar el patio delantero con la bicicleta al lado para ir supuestamente a estudiar donde un amigo.

—Es hora —dijo cuando Alessandro se alejó en dirección opuesta a la de la muchacha, y se sentó en el umbral de la ventada.

Antes de saltar, miró hacia abajo y se asustó. No es que le tuviera miedo a las alturas, menos a saltar de un segundo piso. El asunto era que aquella situación le recordaba un extraño suceso que vivió en su niñez. Una mañana, cuando solo tenía dos años, Marty despertó junto a la piscina con un corte en la muñeca y sin recuerdo alguno de qué exactamente le había sucedido y de nada antes de ese momento. Se acordaba a la perfección de que fueron los gritos que su madre dio lo que lo despertó aquel día, como también de que su padre le dijo a su madrina que la única forma de que él despertara en la piscina era que hubiera saltado por la ventana. —Nunca pensó que Andio Curtalef exageraba, ya que eso era imposible, puesto que a su corta edad ni siquiera la alcanzaba, pero como lo escuchó cuando era muy pequeño para entender la ironía, siempre creyó que así fue—. Sin embargo, olvidó cómo consiguió descender, y por qué y cómo, después de bajar —o caerse—, rodeó la casa para acostarse junto a la piscina. Según el doctor de la familia, que fue a visitarlo a su hogar con el fin de hacerle bastantes exámenes, todo lo que había sucedido aquella noche fue por culpa del sonambulismo que Marty padecía. Le recetó unas pastillas que debía tomar de por vida y así evitar que el sonambulismo se manifestara. Las pastillas eran tan efectivas que nunca más volvió a levantarse de la cama dormido. Lo triste fue que tampoco recuperó los recuerdos de las vivencias que tuvo antes de los dos años. Si no fuera por las fotografías, no sabría que en su primer cumpleaños lo llenaron de regalos, y que la primera vez que fue a la playa no tenía más de tres meses de vida. Todo eso lo había olvidado. El primer recuerdo que tenía era despertándose al lado de la piscina. Y por eso temía que, si caía mal esta vez, podía perder los recuerdos de los siguientes años de su existencia. Y sin ellos, ¿cómo sabría quién era? Respiró hondo. Si no evitó que Alessandro fuera al dichoso almacén, no podía detenerse por un estúpido miedo. Volvió a respirar hondo y saltó.

Su idea inicial fue sujetarse de la rama que estaba a medio metro de distancia para poder descender después por el tronco del árbol. Sin embargo, la idea no llegó a concretarse. No estimó la fuerza que necesitaba, por lo que, luego de sujetar la rama, su cuerpo siguió la trayectoria que llevaba y se precipitó al piso, tal como no quería que sucediera.

Si hubiera sabido que el caer desde un segundo piso era lo menos grave que iba que vivir en la siguiente semana, habría meditado más a fondo, aquella, su última posibilidad de retractarse. Pero no, no habría tomado un camino diferente. Aunque le hubieran dicho que estaba por vivir cosas espantosas y que su vida estaría en riesgo muchas veces, no se habría retractado, inclusive se habría excitado aún más.

Su trasero fue lo primero en impactar con la arena húmeda que él mismo amontonó el día anterior. Ahogó un grito de dolor y se levantó. Cuando alzó la vista, se percató de que la muchacha que había visto unos minutos atrás en la vereda de enfrente, se había detenido delante de la reja de su casa para mirarlo con una sonrisa de oreja a oreja, demostrando que había visto a la perfección su gloriosa caída.

—¿Estás bien?

—¿Yo? —preguntó algo nervioso—. Sí, perfecto —mintió.

Apartó la vista de la muchacha para sacarse la tierra húmeda del pantalón. Al volver a alzarla, ella ya no encontraba en su campo visual. Corrió hasta la reja y miró a ambos lados, buscándola. Desapareció.

Como no tenía tiempo para perder, olvidó a la muchacha, salió a la calle y se alejó lo antes posible de su hogar.

Caminando a paso ligero, a los cinco minutos se detuvo frente a una de las tantas casas amarillas que había en esa la calle. Tocó el timbre, esperando que su mejor amigo le abriera la puerta. Sin embargo, nadie salió. Volvió a intentarlo un par de veces más y la respuesta fue la misma. Se puso nervioso. Y más al no ver el auto de la madre de JT por ningún lado, quien supuestamente los iba a llevar a la estación. Tomó su teléfono y lo llamó. Nada. Maldijo. El que su amigo no estuviera en casa y que no respondiera el teléfono, arruinaba todo el plan. Marty caminando no alcanzaría a llegar a tiempo a la estación, por lo que perdería el viaje y debería comprar un boleto para el siguiente metro que saliera. Con esto, la brecha de tiempo desde la llegada de Alessando al almacén y la suya sería tan grande, que Marty ya no podría evitar que lo asesinaran. Volver a su casa para buscar su bicicleta no era opción; perdería mucho tiempo y su madre lo vería, porque para sacar la bicicleta debía entrar a la casa. ¿Y si esa era la solución? ¿Y si lo que debía hacer era contarle todo a su madre para que ambos viajaran a Velpaso a rescatar a Alessandro antes de que lo mataran los mafiosos con los que se había relacionado? Sí, eso debía hacer. Era la vida de su hermano la que estaba en juego, y Marty ya no era apto para socorrerla.

Estando a punto de regresar, notó la bicicleta de JT apoyada en la entrada del garaje. Era extraño que estuviera ahí, puesto que su amigo siempre la guardaba en el patio trasero. Pero como no podía desperdiciar la oportunidad, entró a buscarla. Para su sorpresa, se dio cuenta de que, al fin y al cabo, JT no se había olvidado de él, puesto que encima del asiento le había dejado una nota que le decía:

«Marty, te espero en la estación. Mi madre debe viajar de inmediato a la capital para ver un asunto con su nuevo trabajo. Me dijo que te preguntara si querías que te pasáramos a buscar antes de irnos, pero como sé que debes seguir los movimientos de Alex, le dije que no era necesario. Por eso, nos vemos allá. Ah, y como me dijiste que tu madre no te podía ver sacando la bicicleta, porque eso podía arruinar el plan, te dejo la mía. Cuídala».

Pensando que JT pudo haber hecho las cosas de otra manera, se subió a la bicicleta y comenzó a pedalear lo más rápido posible, como si no hubiera un mañana. Avanzó por la ciclovía, sin preocupación alguna, hasta que uno de los dos automóviles negros que parecían estar teniendo una carrera delante de él, se pasó a la ciclovía. Lo peor de todo era que no podía esquivarlo, porque el otro automóvil le cerraba el paso. Lo más sensato que podía hacer era bajarse de la bicicleta y correr hacia el muro más cercano. Pero no. Como Marty en ese momento se creía invencible por haber leído Detective Fantasma el día anterior, aceleró lo más que pudo hasta quedar casi tocando al automóvil que se le precipitaba. Empujó el manubrio hacia abajo con los pies para impulsarse, y saltó sobre el vehículo. Aunque sospechaba que su idea no era suficientemente buena para salir ileso, creyó que era mejor que dejar que el vehículo lo derribara, puesto que entre una fractura de tobillo y la muerte no había comparación.

Mientras que el automóvil pasaba por encima de la bicicleta, haciéndola añicos, él lo sobrepasaba volando.

«¡JT me va a matar!», pensó.

Lo único que debía hacer era caer en cuclillas —como no lo hizo antes y como bien lo hacían en las películas— para prevenir la fea fractura que él mismo se vaticinaba. Pero su idea no alcanzó a concretarse. Antes de caer, vio cómo el vehículo que había aplastado la bicicleta de JT se detuvo y retrocedió acelerando hasta quedar justo debajo de Marty, en el momento preciso donde la gravedad se apoderaba de su cuerpo. El techo del automóvil se abrió y él cayó dentro.

Su cuello fue lo primero en impactar contra aquellos blandos tapices, seguido por el resto de su cuerpo. Al darse cuenta de qué había sucedido, miró hacia arriba para intentar salir por donde había entrado, pero no pudo, porque el techo estaba cerrado. Las ventanas polarizadas no lo dejaron ver hacia el exterior ni al piloto. A la esquina derecha del asiento había un parlante, al cual Marty golpeó, como también lo hizo con las ventanas al percatarse de que las puertas no se podían abrir. Lo único que consiguió fue que una voz femenina proveniente del parlante le dijera que se tranquilizara y que no hiciera nada estúpido. Marty, frustrado y enojado, siguió golpeando el parlante hasta que la voz le gritó:

—¡Marty, para!

Se quedó callado, petrificado y con los ojos fijos en el parlante. Retrocedió un poco, apretando su espalda contra el acolchonado respaldo.

—¿Cómo sabes mi nombre? —preguntó al mismo tiempo que lo pensó.

—Sé todo de ti, Marty Reit.

—¿Qué? ¿Cómo? ¿Qué has dicho?

—Que se todo de ti, Marty Curtalef.

Marty suspiró, aliviado. Todo este asunto de estar siendo raptado hizo que se imaginara cosas.

La voz del parlante comenzó a darle información suya y de su familia, lo que hizo que Marty dejara de pensar en dónde había leído el nombre de su tocayo e interrumpiera a quien hablaba.

—¿Qué? ¿Cómo sabes todo eso?

—Puedo seguir.

—¡No, para! —gritó—. ¿Por qué me haces esto? ¿Qué quieres de mí?

—¿Sabes en qué está metido Alessandro Curtalef?

Aquella pregunta no hizo más que ponerle los pelos de punta. ¿Era una prueba? Era posible que aquella mujer trabajara con los mafiosos que le solicitaron ayuda a su hermano. Incluso, era posible que ella fuera la persona que contactó a Alessandro para darle toda la información y ahora lo ponía a prueba a él para saber cuánto sabía del tema. Pero como Marty era un joven inteligente, no iba a caer tan fácilmente en esa trampa. Iba a negar todo hasta que lo dejaran en libertad por no ser de ayuda.

—No, ¿por qué? ¿Tú sabes?

—Tanto como tú, Marty. Pues, fuiste tú quien nos dio toda la información.

—¿Qué? ¿De qué hablas?

Aquello superaba sus límites. No entendía nada, en lo absoluto. Él estaba completamente seguro de no haber cometido ningún error garrafal. Era creíble el hecho de que la persona que estaba al otro lado del vidrio divisor conociera en qué estaba metido su hermano, pero era imposible que lo hubiera sabido por él.

Trató de hacer memoria. Nada de lo que hizo el último día implicaba estar ahí, siendo secuestrado por alguna persona enferma que sabía suficiente de su vida y de su familia.

—Te hemos seguido desde que vimos el mensaje que le enviaste a la Policía de la capital explicando cómo ocurrió el último robo que se produjo allá.

—Pero eso es confidencial. Nadie fuera de la Policía lo puede saber.

—Nosotros lo hemos conseguido y no tenemos nada que ver con ellos.

—Son ladrones.

—Unos simples ladrones no se preocuparían de un niño al que nadie le presta atención.

—¿Quiénes son, entonces? Y ¿qué quieren de mí?

—Personas que admiran tu inteligencia y que esperan ansiosos tu ayuda en cierto tema, que para nuestra fortuna, estás tan metido en él como nosotros.

—No tengo nada que ver con ustedes, quienes quiera que sean.

—Eso no es cierto. Ambos sabemos de qué estamos hablando. O ¿dirás que ayer en la noche no espiabas a tu hermano mientras recibía una encomienda? Nosotros solo esperábamos que fueras un chico inteligente que pudiera ayudarnos en nuestro problema. Sin embargo, ahora que sabemos que tu hermano está en contacto con esta gente, y tú, al tanto de todo, no nos cabe la menor duda de que eres el indicado.

Marty sabía a la perfección de qué estaba hablando la mujer. Esa misma encomienda que ella mencionaba le hizo creer que tenía una oportunidad para vivir la aventura que tanto deseaba. Pero, aun así, no podía demostrar que lo sabía. Era probable que todo fuera una treta, que lo que ella decía no eran más que palabras vagas, dichas con la mera intención hacerlo a hablar, delatarse y, por ende, traicionar a su hermano.

—No sé de qué estás hablando —dijo muy seguro de sus palabras.

—No hay por qué mentir, Marty. Nuestras investigaciones nos revelaron que Alessandro Curtalef salió de la casa a las veintitrés horas con dos minutos para recoger unos sobres. Mientras tanto, tú, Marty, observabas la situación desde la ventana de tu dormitorio. Esto es algo que no puedes negar, pues, en el momento exacto en que Alessandro apareció en nuestro campo visual, tú apagaste la luz de tu habitación. Con nuestros radares de calor te vimos quieto junto a la ventana.

Se tomó unos segundos antes de contestar para pensar bien las palabras que iba a decir.

—Quieres que te pase los sobres, ¿no? Lo siento, pero debo informarte de que no los tengo.

—No. No es eso. Lo que nosotros queremos es nos traigas al cabecilla de esa organización.

No podía creer lo que estaba oyendo. Alguien le tenía tanta fe que esperaba que él le llevara al líder de un grupo de mafiosos. Muy bien su sueño era poder, con su inteligencia, resolver casos y salvarle la vida a gente que estuviera en peligro. Pero para eso sucediera le faltaba experiencia. En esta ocasión solo se limitaría a seguir a Alessandro hasta el almacén para sacarlo de ahí sin que nadie se diera cuenta. Ingresaría sin ser visto y se escaparía por la puerta trasera. Grabaría a los mafiosos y después le enviaría el video a la Policía para que luego les fuera más sencillo capturarlos. Ese era todo el plan. Pero raptar al líder de los mafiosos, superaba sus límites, ya que era muy probable que este portara un arma y que tuviera más de un guardaespaldas. Estaría muerto antes de tocarlo.

—Solo tengo quince años. ¿Por qué no se lo pides a alguien mayor y más capacitado?

—¿No eras tú quien siempre anheló vivir una experiencia como esta? —Una cosa era saber información de su familia, pero otra muy distinta era saber eso. Al único que le había contado acerca de su obsesión con los detectives era a JT. Y era imposible que su mejor amigo estuviera al otro lado del vidrio divisor haciéndole tal broma—. ¿Tu sueño no ha sido siempre ser quien resuelva los casos más importantes del mundo? Esta es tu oportunidad para llevarlo a cabo, Marty Curtalef.

—Solo soy un simple joven de quince años que estaba andando en bicicleta en el lugar y en el momento equivocado —dijo muy tranquilo, siendo que por dentro asentía a todo lo que oía.

—Te lo diré de nuevo… Eres hijo de Isabella Nicolini y…

«No me lo dice porque quiere demostrar que conoce a mi familia, lo hace porque sabe qué están haciendo ahora… ¡Ellos también están peligro!».

—¡Entendí! —repitió unas tres veces antes de continuar—. Quieres al líder de esos mafiosos. Lo haré, pero necesito tu ayuda. Esto no estaba en mis planes.

Mientras la mujer le explicaba qué debía hacer, Marty observaba el vidrio divisor. Pensó que si lo destruía podría verle la cara al chofer y después denunciarlo a las autoridades por secuestro y amenaza.

En ese momento, el automóvil se posicionó, por fin, delante de su compañero, segundos antes de que el otro se detuviera a un costado de la avenida. En el exterior reinaba el silencio, y las luces de los semáforos permanecían en verde. Marty estaba casi seguro de que cruzaron los límites de ciudad, puesto que pudo escuchar a la perfección, fuera de todo el ruido que había dentro del vehículo, los motores de los tractores de las granjas que había en el lado norte de Calipso.

Como no tenía nada que perder, golpeó con el codo el vidrio divisor. Apresuradamente puso ambos brazos delante de su cabeza para evitar que los trozos desprendidos se le incrustaran en el rostro. Sintió cómo los pequeños pedazos impactaron contra su piel, pero ni una mísera gota de sangre se derramó. Como respuesta, el chofer aceleró lo más que pudo, haciendo que la espalda de Marty se presionara contra el respaldo. Pero él no se iba a quedar así como así. Ya tenía una idea metida en la cabeza e iba llevarla a cabo sí o sí, por lo que se impulsó hacia delante, apoyando las manos donde no quedaban pedazos de vidrio. No permaneció en esa posición por más de un segundo, puesto que, por un brusco movimiento que dio vehículo, su cuerpo regresó a su posición inicial.

Todo pasó tan rápido que no pudo entenderlo hasta varios minutos después. Nada le hizo presagiar a Marty Curtalef lo que le iba a suceder. La puerta que se encontraba a su izquierda se abrió mientras que el automóvil doblaba hacia la derecha por una curva que Marty nunca olvidaría. Salió disparado al rocoso cerro. La gravedad no era su única enemiga, sino que la fuerza centrífuga también.

Pensó que moriría. Sin embargo, el destino le tenía preparado otro futuro no más sencillo que la muerte… Se podía decir que aquel era su día de suerte, pues cayó sobre algo blando, tan blando como un colchón. Eso era, no podía ser otra cosa. Había caído sobre un colchón que estaba ahí tirado. ¡Suerte! Rebotó y cayó, esta vez en el suelo rocoso. No tuvo tanta suerte, pero al fin y al cabo seguía vivo. Aun así, no pudo evitar quejarse. El dolor era insoportable. Quedó tendido en el suelo. Había caído con la espalda hacia arriba, apoyándose con rodillas y codos. Tenía las rodillas sucias y los codos le sangraban. No obstante, con dolor o no, debía levantarse, pues tenía una misión que concluir.

Alzó la muñeca derecha para ver la hora y así cerciorarse de que aún estaba a tiempo de llegar a la estación y tomar el metro, cuando notó que su reloj no estaba, y en su lugar vio la casi imperceptible cicatriz del corte que se hizo en la muñeca el día que despertó junto a la piscina. Se levantó de golpe. Por unos segundos el dolor se difuminó. El reloj era más importante que cualquier herida ocasionada por la fatídica caída. Ese reloj se lo había regalado alguien muy especial que había muerto. —O eso fue lo que le dijo su madre el día que se lo entregó. Siempre que él le preguntaba por esa persona, recibía la misma respuesta: «Es alguien especial que ya no está». Y por eso, porque no sabía nada del antiguo propietario, descubrir su identidad se había convertido en el misterio más emocionante de su vida, provocando que diera vuelta toda la casa más de una vez para hallar algún registro de aquella historia. Pero nunca encontró nada relevante—. Por lo que no podía perderlo. Barrió el piso con ambas manos. Parecía un loco. Sin embargo, no lo consiguió. El reloj no estaba por ninguna parte. Y lo peor de todo era que no podía quedarse más tiempo para hacer una búsqueda más prolija. Así que dio una última ojeada y subió a la calle.

964,30 ₽
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470 стр. 1 иллюстрация
ISBN:
9788411141864
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Bookwire
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