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Esta cronología poco precisa del deporte femenino y la historia de género en el transcurso del siglo XX identifica cambios en el sentido más amplio. Si bien estos fueron inmediatamente promovidos como saludables y necesarios y, a la vez, temidos como transgresores por los actores estatales y las élites, los esfuerzos atléticos de las mujeres ocuparon un espacio intermedio y peligroso. A veces el Estado las apoyó, pero los padres y los activistas conservadores adoptaron una visión mucho menos optimista de la actividad física de las niñas. Para ellos, el aumento de las actividades fuera del hogar y la iglesia conduciría a la perdición. Nuestro estudio comienza con una descripción del surgimiento de la educación física y los deportes en el Cono Sur, donde encontramos los primeros intentos de crear programas para niñas y mujeres. Destacamos la construcción de los regímenes de educación física y algunos debates que surgieron. Si bien el Estado tenía un interés particular en el desarrollo de la educación física de las niñas, también desconfiaba de las prácticas deportivas femeninas. Al mismo tiempo que se promovió la educación física femenina, las atletas permanecieron bajo la atenta mirada de los maestros y los llamados expertos en salud pública. Estos expertos, como se muestra, tenían poco conocimiento sobre la fisiología femenina y se preocupaban más por la apariencia como indicativo del valor del deporte. La apariencia no solo les importaba a los supuestos expertos en el campo de la salud, sino también a las revistas deportivas de la época. Si bien hubo poco consenso sobre cómo tratar a las deportistas, según nosotros existieron dos temas recurrentes: la atleta como deportista y la atleta como objeto de burla masculina. Su trato varió no solo debido a las diferencias de opinión sobre los beneficios para la salud del atletismo femenino, sino también a las diferentes prescripciones en cada clase, lo que refleja la interacción entre el prejuicio de clase y la eugenesia. Si los países latinoamericanos iban a crear poblaciones más saludables, entonces la feminidad y la salud de sus “mejores” ciudadanos eran primordiales. Como resultado, las discusiones sobre el deporte femenino a menudo coincidían con las discusiones sobre la clase social y la raza. Ciertos deportes, como el tenis y la natación, se consideraron saludables y apropiados, en función de su supuesta armonía con las capacidades femeninas, el nivel de esfuerzo y la falta de contacto físico. Otros, como el fútbol y el básquetbol, se convirtieron en el foco de un intenso debate, apoyo ocasional y sospechas casi constantes. El posible empoderamiento de las mujeres a través de los deportes en equipo asustaba a las instituciones deportivas y estatales.

El segundo capítulo se centra en el desarrollo de los deportes femeninos y la participación de las mujeres en Brasil a principios del siglo XX. A medida que el balompié masculino se arraigó tan profundamente en la sociedad brasileña, el fútbol femenino llegó a ser visto como un anatema para los ideales del país. Un Brasil sano, y por ende una brasileña sana, debía centrarse en las habilidades maternas y no en la destreza deportiva. Este capítulo rastrea el desarrollo del fútbol femenino en todo el país. Como parte de la trayectoria del fútbol femenino, los esfuerzos estatales para desarrollar la educación física de las niñas desempeñaron un papel importante. En Brasil, al igual que en Argentina y Chile, la preocupación por la sexualidad y la apariencia física de las mujeres impulsaron los debates sobre su salud pública. Los expertos promovieron la gimnasia y los ejercicios ligeros que resguardaban la supuesta fragilidad femenina al fomentar el ritmo y la armonía, mientras que otros “deportes violentos”, como el balompié, no se incentivaban, pues amenazaban la “estética” de la mujer. Así también, la clase social preocupaba a las autoridades brasileñas. Para muchos brasileños, el desarrollo del fútbol femenino se volvió preocupante solo después de que los brasileños blancos de élite comenzaron a jugar y los hombres de color se integraron en los mejores clubes. En ese momento, los críticos lo vieron como una amenaza para la nación y tenían amplia “evidencia” que los respaldaba. La principal revista de salud pública del mundo, The Lancet, había publicado estudios sobre los problemas percibidos de las actividades deportivas de niñas y mujeres en la década de 1920. Inglaterra citó esta evidencia para prohibir el fútbol femenino y, 20 años después, Brasil hizo lo mismo. Al momento de la prohibición, las mujeres brasileñas llevaban al menos 20 años jugando al fútbol en lugares tan variados como carpas de circo, fábricas y patios escolares. El deporte femenino, específicamente el balompié, pasó de ser un espectáculo marginal a convertirse en un deporte de moda en muy poco tiempo. A medida que el deporte ganó popularidad, sus críticos comenzaron a alzar más la voz, lo que llevó al recién centralizado Estado brasileño a prohibir el deporte dado que amenazaba la supervivencia de la nación.

A pesar de la prohibición, el fútbol femenino continuó, particularmente fuera de la capital. La continuación del deporte, combinada con la participación de las mujeres en el panorama deportivo de Brasil como miembros de los medios de comunicación y en los roles de clubes auxiliares, significó que la aparente aparición repentina de las futboleras a principios de la década de 1980 no fue más que un resurgimiento en la esfera pública. En otras palabras, si alguien hubiese querido buscar fútbol femenino en Brasil entre 1941 y 1981, lo hubiera encontrado. Aun así, el deporte necesitaba un pretexto “apropiado” para su actividad técnicamente ilegal. Al llamarlos partidos de beneficencia, tanto los organizadores como las jugadoras pudieron evitar el estigma legal y social. De todos modos, recaudar dinero para causas benéficas no neutralizó completamente la oposición al juego, los artículos editoriales en periódicos presionaron contra el deporte. En la década de 1960, el deporte había crecido lo suficiente como para que el CND se viera obligado a reiterar su postura contra el juego e investigar clubes masculinos, como Santos, que habían decidido apoyar a los equipos de mujeres. A pesar de la oposición oficial, las redes de relaciones personales permitieron que el fútbol femenino continuara. Tal fue el caso del Clube Atletico Indiano, organizado por la hermana de José María Marín, quien encabezaría la Confederación Brasileña de Fútbol (y sería acusado en el escándalo de la FIFA de 2015). Finalmente, a fines de la década de 1970, el CND cedió y permitió el fútbol femenino una vez más, aunque la prohibición recién terminó en 1981. El capítulo finaliza explorando los debates sobre el fútbol femenino que continuaron hasta la década de 1990. Las revistas feministas comenzaron a cubrir el deporte y elogiar su potencial poder transformador, pero las mujeres brasileñas continuaron enfrentando desafíos durante las décadas de 1980 y 1990, particularmente las percepciones sobre los supuestos efectos del juego sobre su salud y sexualidad. No obstante, el capítulo demuestra que la apertura política en Brasil contribuyó a un espacio social y cultural más amplio para el deporte femenino.

De Brasil, pasamos a México y América Central, donde el papel del Estado ocupa un lugar central en el desarrollo de la educación física y el deporte de las niñas. Aquí, como en otros países, el interés eugenésico en “mejorar” la nación llevó a un mayor interés en la maternidad como una función patriótica. La Revolución Mexicana (1910-1920) creó un aparato estatal orientado a diseñar nuevas formas de ciudadanía vertical. Como tal, los sucesivos gobiernos revolucionarios buscaron extender la educación secular a las zonas rurales de México. Tanto las escuelas rurales, desarrolladas por la Secretaría de Educación Pública (SEP) en la década de 1920 como las Misiones Culturales, iniciadas a fines de la década de 1920, tenían un componente deportivo explícito. El deporte en las zonas rurales fue visto como una forma de crear camaradería y un sentido de orgullo local, regional y nacional. Se alentó a las niñas a competir en básquetbol, voleibol y otros deportes, aunque solo ocasionalmente en fútbol. Aun así, la idea de la educación física y el deporte femenino molestó a muchos en las regiones más conservadoras del país, causando tensiones entre el Estado y la población. En México, el Estado llevo a otro nivel el uso de la actividad física para crear espectáculos de masas. Los desfiles deportivos y de trabajadores fueron comunes en la década de 1930, con decenas de miles de trabajadores gubernamentales que concurrían a Ciudad de México para mostrar su destreza física. Las mujeres jóvenes desempeñaron un papel tan importante en estas escenas como los hombres, en exhibiciones de gimnasia, así como marchas y bailes que formaron parte de los desfiles. En la década de 1930, el gobierno también organizó campeonatos nacionales para deportes aficionados bajo el auspicio de la Confederación Deportiva Mexicana (CODEME), incluidos campeonatos de básquetbol y voleibol femenino. La atención entregada a la educación física femenina y a la formación de profesoras de educación física supuso que solo era cuestión de tiempo antes de que las mujeres empezaran a jugar al fútbol, que de a poco se fue convirtiendo en el deporte nacional. México se unió a las repúblicas centroamericanas, incluidas Costa Rica y El Salvador, donde el Estado promovió la actividad física para mejorar la población. A fines de la década de 1940, en Costa Rica, los programas de educación física de principios del siglo XX y un movimiento vibrante de mujeres condujeron al desarrollo de los primeros equipos de fútbol femenino en América Central. Desde San José, el deporte se extendió por Costa Rica y en gran parte de América Central y el Caribe. En El Salvador, por otro lado, el interés retórico en la educación física de las mujeres no se tradujo en mayor financiamiento para los programas y, por lo tanto, las oportunidades deportivas se demoraron en llegar.

El capítulo cinco se centra en las preocupaciones sobre la sexualidad que estuvieron presentes, aunque no dominaron, durante el breve auge del fútbol femenino en México entre 1970 y 1972. El desgaste del poder del Estado mexicano, en la década de 1960, abrió más espacios culturales para las mujeres, incluidos los espacios deportivos. A partir de intentos anteriores en las ligas de fútbol femenino, y el crecimiento de la fanaticada, varias ligas se desarrollaron en y alrededor de Ciudad de México entre 1969 y 1971. Esto se vio reforzado por el éxito de México en el primer Campeonato Mundial Femenino, organizado por la Federación Internacional de Fútbol Femenino Europeo (FIEFF) en 1970 en Turín. La nación azteca organizó el segundo torneo, un año después, aunque las futboleras enfrentaron muchas dificultades para jugar. La principal, como en otros lugares, fue la resistencia de las instituciones de fútbol dominadas por hombres (tanto nacionales como internacionales) y la resistencia de la familia. La primera dificultaba la búsqueda de canchas para practicar, la segunda obstaculizaba el acceso de las mujeres a los campos disponibles. Aun así, hubo aliados en el gobierno de Ciudad de México y en la prensa, que le dieron al deporte el espacio que necesitaba para arraigar. Cuando la FMF se hizo cargo del deporte en un esfuerzo por “proteger” a las mujeres de empresarios inescrupulosos y procedió a ignorarlas, las propias jugadoras ya habían desarrollado una red lo suficientemente fuerte como para mantener vivo el deporte bajo tierra.

Esta, en definitiva, es una historia del deporte femenino en América Latina. Los deportes femeninos siempre existieron, pero se mantuvieron debajo de la superficie y en el límite de un comportamiento aceptable. En el caso del fútbol, aunque comenzó casi simultáneamente al juego masculino, desde el principio se vio que las mujeres que jugaban transgredían las normas de comportamiento respetable. A medida que el balompié se fue convirtiendo en una parte de la identidad nacional en la región, las mujeres cada vez fueron más excluidas. No fueron las prácticas deportivas per se las que objetaron las instituciones deportivas. De hecho, durante el siglo XX, el Estado promovió ciertos deportes y actividades físicas para crear madres más saludables como un medio para producir ciudadanos más sanos, además patrocinó programas de educación física para niñas o deportes como régimen de belleza. Una vez que las mujeres comenzaron a organizarse y exigir tiempo libre, espacio público y recursos comunitarios, considerados dominio masculino, encontraron resistencia dentro y fuera del hogar. Tanto en los medios de comunicación como a través de aparatos oficiales, las vías para la práctica del fútbol femenino se cerraron lentamente. Ya no se consideraba espectáculo. La amenaza que causó a las nociones de feminidad y las percepciones de salud pública fueron demasiadas para ser ignoradas. No obstante, el deporte continuó y sentó las bases para las futboleras de hoy. Más allá del ámbito del deporte, las atletas latinoamericanas crearon nuevos ideales de tipos de cuerpos, desafiaron el monopolio que tenían los hombres sobre los recursos y formaron importantes comunidades.


En 1902, Juana Gremler escribió una carta al Ministerio de Educación Pública de Chile donde solicitaba, además de fondos para la escuela de niñas que dirigía, espacio al aire libre y recursos para educación física12. Gremler, quien había llegado a Chile desde Alemania con una apasionada dedicación por la educación de las niñas, quería promover los deportes de equipo y los juegos de pelota entre sus alumnas. En 1895, la maestra asumió el timón de la prestigiosa escuela pública Liceo No. 1 de Niñas13. Su plan de estudios priorizaba la educación física porque consideraba que, además de salud física, desarrollaba fortaleza moral. De hecho, su plan curricular sirvió como modelo para la educación femenina en otras escuelas chilenas, así como en Argentina y Perú. En su liceo, las niñas hacían educación física 2 horas por semana, más que en historia o ciencias naturales14. Este contenido formativo se convirtió en un importante lugar de intervención en los hábitos corporales y las mentes de las niñas y jóvenes15. En sus primeros años, la educación física brindó una desviación radical de las convenciones sociales que enfatizaban la importancia de la suavidad, la calma y el enfoque espiritual de las mujeres. A medida que los organismos estatales, los nuevos expertos en educación física y los médicos se fueron involucrando, la educación física fue dominada por hombres que, en base a poca evidencia científica, defendieron las diferencias fundamentales entre varones y mujeres e instruyeron a las niñas sobre su inferioridad.

Juana Gremler era parte de un pequeño, pero influyente círculo de maestras que fue pionero en la educación de las niñas a finales del siglo XIX y principios del XX en América Latina. La maestra brasileña Clara Korte, por ejemplo, creó un programa postsecundario, el Instituto Femenino de Educación Física en Río de Janeiro en 191616. Su plan de estudios fue mucho más allá de la instrucción física e incluyó cursos sobre higiene, salud infantil y economía doméstica. Al igual que programas similares en Argentina y Chile, su propósito principal era producir maestras científicas que desarrollaran las actividades físicas de miles de niñas. Estas mujeres, que por lo general eran solteras, fueron elogiadas por sacrificar la maternidad y el matrimonio por la profesión docente17. Las huellas de sus vidas muestran que no fueron ascetas enclaustradas, sino más bien viajeras, organizadoras comunitarias y profesionales capaces. Estas mujeres formaron asociaciones cívicas con colegas, estudiantes y exalumnas más allá del aula, y fueron pioneras en el deporte femenino en todo el continente18.

En el Cono Sur, a principios del siglo XX, las profesoras de educación física promovieron el ejercicio de sus estudiantes dentro de las escuelas y buscaron establecer clubes deportivos para niñas en la comunidad. Este capítulo examina el crecimiento de la educación física y el deporte de las niñas, particularmente en Argentina y Chile. Estos dos países, seguidos de cerca por Brasil, integraron a las niñas en la educación física desde el comienzo. Nuestra hipótesis es que esto alentó el desarrollo deportivo de las mujeres. Los burócratas estatales, los expertos médicos y los educadores depositaron sus esperanzas en estos programas para producir soldados aptos, ciudadanos disciplinados y poblaciones mejoradas eugenésicamente. Esto último abrió espacios para la participación de niñas y mujeres en actividades deportivas y de educación física. Sin embargo, su participación era condenada o justificada por los expertos en educación física dada su condición de futuros buques reproductivos. En general, la comprensión del cuerpo femenino fue sorprendentemente inexacta entre la comunidad médica hasta mediados del siglo XX, pues había muy poca investigación científica que se centrara en los efectos del ejercicio en la salud femenina. Por lo tanto, cuando las incluyeron en los tratados sobre educación física, los expertos presentaron recomendaciones sumamente contradictorias.

Las historias sobre la educación física y el deporte femenino reflejan la importancia de las relaciones transnacionales entre docentes y deportistas. Sin embargo, la falta de fuentes disponibles sobre la historia femenina a principios del siglo XX presenta un desafío para cualquiera que intente recrear una cronología perfecta. En Bolivia, Ecuador, México, Paraguay y Perú, por ejemplo, la mayoría de las fuentes son manuales de educación física y publicaciones gubernamentales, mientras que en Chile y Argentina algunas revistas (como Estadio y El Gráfico, respectivamente) cubrieron los deportes a lo largo de todo el siglo XX. En otras palabras, por más que queramos plantear una visión transnacional de la región, no podemos por la falta de documentación en ciertos lugares. De todos modos, este capítulo presenta argumentos y categoriza temas relacionados con la educación física femenina, y al mismo tiempo reconoce que las fuentes a menudo provienen de publicaciones esporádicas y rastros de evidencia.

En términos generales, tres facciones ideológicas dieron forma a la política del deporte a principios del siglo XX. El primer grupo, y el más destacado, estaba conformado por los reformadores liberales, quienes trabajaban dentro del Estado y esperaban que, bajo la tutela europea, el ejercicio pudiera ayudar a reformar los hábitos de los pobres. El segundo grupo provenía de las asociaciones cívicas, con frecuencia de carácter religioso o caritativo, que buscaban promover el comportamiento “moral”, especialmente en lo que respectaba a la sexualidad y el alcohol. Los clubes deportivos surgieron como las principales organizaciones voluntarias seculares. La disparidad de género que existía respecto del tiempo libre, los recursos familiares y el acceso al espacio público significó que las mujeres se vieran excluidas de los clubes hasta mediados del siglo XX. La relación entre educación física y deportes organizados, a pesar de involucrar a muchas de las mismas personas, era complicada. A la luz del fanatismo y la sociabilidad de los clubes deportivos, algunos educadores los veían como antitéticos a la educación física, científica y adecuada. El tercer grupo de líderes trabajaba en el ejército. Los militares crearon clubes deportivos, planes de estudios de educación física y asociaciones olímpicas. Por ejemplo, en Brasil, los militares crearon su propia liga de fútbol en la década de 1910. Los directores de deportes militares tendían a favorecer los deportes marciales, como el tiro y los eventos ecuestres, y en menor medida, la esgrima y la natación. No sorprende que los clubes militares y el personal a cargo de las instituciones estatales fomentaran las estructuras verticales con cadenas de mando claras. Los directores deportivos militares veían la educación física como un vehículo para la glorificación del Estado nación y la producción de soldados sanos. En lo que respecta a las mujeres, mientras los reformadores liberales y las asociaciones conservadoras le hicieron un lugar dentro del currículo de educación física, principalmente como una forma de moldear su comportamiento, los directores militares las ignoraron por completo.

Pocas investigaciones se centraron en la salud femenina, por lo que los reformadores de principios del siglo XX crearon fantasías y trabajaron a partir de ideas retorcidas sobre la anatomía femenina. En los proyectos de educación de los liberales, las mujeres encajaban como futuras madres de una sociedad moderna y de ingeniería racial. En América Latina, la “ciencia” emergente basada en la “mejora racial” estaba estrechamente ligada a las amenazas de los inmigrantes y los movimientos laborales al poder de la élite, así como a los procesos de urbanización e industrialización. Las varias crisis que produjeron estos cambios se han denominado la “cuestión social”. Los responsables políticos buscaron en Europa soluciones a los supuestos problemas raciales y sociales de la región, pero finalmente crearon políticas locales que abordaban sus preocupaciones específicas y percepciones únicas de la composición étnica de sus naciones. Pioneras educativas como Juana Gremler lucharon por convencer a sus colegas de que las niñas debían ser educadas para su propio desarrollo, no solo como futuras madres y esposas19.

En Bolivia, ocurrió un caso ejemplar de eugenesia liberal impulsada por la educación física. Los estadistas liberales consideraron que los hábitos y costumbres indígenas eran los principales obstáculos para la modernización. Los legisladores bolivianos enfrentaron dos desafíos distintos: la resistencia política de una mayoría indígena que no se convencía fácilmente de la superioridad de los programas europeos para la educación de sus hijos y la falta de recursos estatales. En 1904, el país adoptó el modelo curricular argentino pues consideraba que había abordado con éxito su “problema indio”20. Los educadores diseñaron el plan de estudios con la esperanza de que los estudiantes adquirieran la disciplina necesaria para una futura sociedad industrializada. Inspirados por el educador sueco Henrik Ling, los maestros bolivianos abogaron para que los estudiantes practicaran la gimnasia, por sobre todo. A medida que el Estado boliviano elaboró planes de estudio nacionales, contrató asesores del Instituto Ling de Estocolmo para crear educación física mixta. Los burócratas bolivianos esperaban que los métodos Ling sobre la condición física femenina mejoraran la salud racial de sus futuros descendientes21. A principios del siglo XX, el gobierno boliviano contrató a Henry Genst, de Bélgica, para implementar el método Ling en La Paz, Sucre, Oruro y Potosí. Genst se mantuvo como asesor hasta que regresó a Bruselas en 192922. Genst y sus colegas incluyeron las danzas folclóricas y los juegos indígenas dentro del plan de estudios, aunque de manera tangencial. Junto con el trabajo de Genst en el desarrollo del currículum, el gobierno boliviano creó el Departamento de Educación Física, y contrató a Saturnino Rodrigo para renovar el programa de educación física en la década de 1930. Si bien Genst abogó por diferentes niveles de extenuación para los estudiantes masculinos y femeninos, las niñas siempre formaron parte de su programa más amplio. Sin embargo, después de la partida de Genst, el ejército boliviano se involucró más y mostró menos interés en la educación física de las niñas23. Los programas militares se enfocaron en el sistema prusiano de marcha y en el trabajo en las barras paralelas y horizontales. Sin embargo, los maestros presionaron para incluir juegos al aire libre, incluido el fútbol, en el plan de estudios prusiano y sueco24. La opinión predominante entre los educadores de que las niñas no podían manejar ese estrés competitivo, así como los argumentos estéticos de que su juego parecía poco femenino e indecoroso, impidió su participación en educación física.

Junto con los programas liberales de educación física, la Asociación Cristiana de Jóvenes (YMCA) también incentivó la integración de niñas y mujeres en los deportes, particularmente en el básquetbol, en toda América Latina. La YMCA estableció una sucursal en Brasil en 1893 y estuvo presente en Argentina desde 1902, donde brindó apoyo técnico a los profesores de educación física25. Para la década de 1910, la YMCA ya había abierto centros en todo el continente americano, aunque envuelta en controversias debido a su propósito misionero protestante. En 1919, el Arzobispo de Lima les prohibió a los católicos entrar a las instalaciones de la YMCA26. El personal de la YMCA, incluidos los “padres” del básquetbol argentino, Paul Phillips y Frederick Dickens, provenían de un contexto en el que las mujeres llevaban décadas jugando básquetbol, fútbol, tenis y muchos otros deportes27. En 1914, la YMCA hizo una conferencia con delegados argentinos, brasileños, chilenos y uruguayos en la que se discutió cómo incluir a las mujeres en el básquetbol. Un delegado uruguayo comentó: “La chica latina necesita mucho el atletismo”28. Si bien no queda claro lo que quiso decir, las diferencias de participación femenina entre Estados Unidos y el Cono Sur eran notables.

Los agentes de la YMCA continuaron desarrollando la educación física y los deportes en América del Sur. Por ejemplo, Frederick Dickens se desempeñó como Director de Educación Física en la YMCA de Buenos Aires, antes de ser ascendido a Director Continental de Educación Física de la YMCA de América del Sur. Luego dirigió la delegación olímpica argentina cuando fue a París (1924) y Ámsterdam (1928). También se desempeñó como profesor en el Instituto Nacional de Educación Física de Argentina hasta 1938. Quizás porque la YMCA se mantuvo alejada del balompié, que ya estaba institucionalizado (y demonizado por algunos), el básquetbol, la natación y el atletismo dominaron los deportes femeninos en Argentina y Chile. Por el contrario, el fútbol femenino prosperó en Estados Unidos y Europa en la década de 1920. Dados los intercambios regulares entre los expertos en educación física, podemos suponer que los latinoamericanos estaban al tanto de los avances en otros países. Durante su gira de 1922, las Dick, Kerr’s Ladies, un club de fútbol femenino inglés jugó en todo Estados Unidos. Curiosamente, en Nueva York el club jugó contra el club femenino Centro-Hispano F.C. compuesto principalmente por inmigrantes latinoamericanas29.

La educación física, los medios de comunicación y las deportistas en Argentina

Argentina siempre se caracterizó y satirizó como un país que idealizaba la cultura europea. Por lo mismo, no sorprende que las ideas argentinas sobre los beneficios del ejercicio y el deporte se acercaran a los modelos europeos, particularmente a los métodos de gimnasia sueca y prusiana. Al mismo tiempo, la comunicación con sus vecinos y las particularidades de las instituciones argentinas cambiaron fundamentalmente los programas importados. Los estadistas argentinos promovieron la educación física para las niñas casi desde el principio. En 1839, cuando Domingo F. Sarmiento asumió la dirección del Colegio de Niñas Pensionadas de Santa Rosa, incluyó la danza y la gimnasia dentro del plan de estudios de las niñas30. En la década de 1870, el Dr. Francisco Berra escribió un texto de educación física, que se convirtió en estándar tanto en Argentina como en Uruguay. En él, Berra afirmaba que la educación física era tan importante para las niñas como para los niños. En reuniones como el Congreso Pedagógico de Buenos Aires de 1882, Berra y sus contrapartes en Brasil, Chile y Uruguay entablaron un diálogo directo31. Berra veía la educación física de las niñas como una forma de prevenir los estados nerviosos de las mujeres y evitar enfermedades mortales como la tuberculosis32. Enrique Romero Brest, el sucesor de Berra, fue el experto en educación física más influyente de principios del siglo XX. Brest no solo reconoció la necesidad de que las niñas tuvieran educación física en las escuelas, sino que también la de extender la cultura física fuera de la escuela. En 1902, Brest fundó el club de deportes femeninos Atalanta33. El experto declaró deliberadamente que el objetivo de la educación física femenina era mejorar la “raza” mediante la adopción de hábitos germánicos y anglosajones.

La integración de las niñas en la educación física significó que el Ministerio de Educación creara un vehículo para la representación diaria y corporal de las diferencias de género. Cuando los médicos y profesores afirmaron que las mujeres necesitaban armonía y equilibrio de movimiento, mientras que los hombres necesitaban vigor y acción lo que hicieron fue atribuir cualidades sociales a la biología. Los educadores físicos argentinos repitieron, hasta el cansancio, que el ejercicio femenino necesitaba mejorar la belleza, lo que significaba que las niñas debían mantener un peso saludable, pero no desarrollar músculos. Como ha señalado Pablo Scharagrodsky, aunque mejorar la salud materna era el objetivo final de la educación física femenina, lo mismo no era cierto para los niños34. Los campos emergentes de la educación física y la medicina deportiva enfatizaban la eventual aptitud materna de las niñas, pero no la capacidad de los niños para la paternidad. Brest, por su parte, se opuso a los ejercicios militares que habían sido populares en el siglo XIX. En cambio, defendió los juegos al aire libre que convertirían a los niños en ciudadanos con moral.

El caso de las atletas en Argentina, a pesar de tener puntos en común con los países vecinos e incluso haber influido en ellos, se destaca por varias razones. En primer lugar, los educadores físicos y comentaristas deportivos argentinos priorizaron el papel del ejercicio en la belleza, incluso más que la maternidad. En segundo lugar, la revista deportiva nacional El Gráfico, que tuvo cobertura e influencia regional, cubrió a las atletas de manera regular y trasmitió varios matices. Esto es especialmente cierto cuando se compara con países como Brasil o Chile, que tenían programas similares de educación física y participación deportiva. Finalmente, los recursos que el gobierno peronista entregó a las organizaciones deportivas abrieron oportunidades sin precedentes para las mujeres. Si bien los recursos no igualaban a los de los hombres, el apoyo estatal les dio un impulso temporal a los deportes femeninos. El interés de Perón de abrir espacio para la clase trabajadora dentro de los deportes tradicionalmente de élite también generó oportunidades para que las mujeres practicaran deportes menos populares, como el polo.

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9789561428263
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