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A lo largo del siglo XX, los fanáticos del fútbol se organizaron en las comunidades deportivas más grandes y, a veces, más violentas de América Latina. A principios de la década de 1900, los clubes ofrecían admisión gratuita a las mujeres con la esperanza de que su presencia disuadiera la violencia masculina en las gradas. A pesar de que la fanaticada se volvió más brusca y el ambiente más amenazante, las fanáticas acérrimas se abrieron paso en grupos organizados. La evidencia fotográfica muestra que en Argentina, Brasil, Chile y Uruguay las mujeres asistían a los partidos en grupos grandes y con bastante frecuencia. Recién en la década de 1960 la fanaticada femenina se convirtió en un tema para los periodistas y directores de clubes. La mayoría desestimaba a las fanáticas porque asumían que las mujeres carecían de experiencia para comprender el juego140. También las acusaban de pretender disfrutar del fútbol para atraer a los hombres. Aun así, en la rivalidad más prominente de Argentina, dos mujeres lograron liderar las barras. María Esther Duffau, conocida como “La Raulito”, de Boca Juniors y “La Gorda Matosas” o Haydée Luján, de River Plate, quienes asumieron este rol en la década de 1960. Ambas acumularon poder dentro de sus respectivos clubes, de hecho controlaban las asignaciones de boletos, los “obsequios” del club y organizaban viajes internacionales. La Raulito y La Gorda prefirieron ropa, peinados y lenguaje masculinos. En las representaciones de los medios, abandonaron sus identidades femeninas para convertirse en “verdaderas fans”141. Tanto Duffau como Luján venían de entornos adversos. Duffau, como se popularizó en una película sobre ella titulada La Raulito de 1975, había crecido en las calles y a menudo pasaba por niño. Luján también era huérfana. Ambas consideraban a sus respectivos clubes de fútbol como su familia extendida. Luján retrataba al club de una manera similar a la que Eva Perón retrataba a la nación argentina, como su pariente ficticio. Luján afirmaba que su prometido no entendía su amor por el club, describía a River como su novio, su hijo y su esposo142. Es sorprendente imaginar el ambiente en el que estas mujeres guiaban a los aficionados en cánticos que ridiculizaban la feminidad y sumisión sexual de sus rivales. Los cánticos de muchos clubes se burlaban de la feminidad y supuesta homosexualidad de los equipos opositores. De esta manera, los clubes terminaron creando un ambiente hostil para las mujeres, así como para los espectadores homosexuales143.

La década de 1980 estuvo marcada por un aumento de la violencia de los fanáticos en los estadios, lo que dificultó aún más la participación de las mujeres. Pese a que existen ejemplos de fanáticas que eran líderes, según los historiadores no eran aceptadas en la década de 1990144. Los fanáticos varones consideraban que ellas no tenían un verdadero conocimiento o pasión por el club, en parte porque sentían que la verdadera pasión se transmitía a través de la violencia, de la cual las mujeres no participaban porque eran excluidas. De hecho, los hombres rápidamente las protegían cuando había una pelea. Si bien las mujeres no sentían que existiera discriminación, también sabían que había líneas específicas que no debían cruzar. Por ejemplo, las fanáticas de Boca sabían exactamente en qué áreas de las secciones de aficionados podían sentarse145. Varias fueron excluidas violentamente de los círculos internos de los grupos de fanáticos. En etnografías con fanáticas, los científicos sociales determinaron que las mujeres eran muy conscientes de que se ignoraba su conocimiento y de que había una falta de representación femenina en los medios deportivos146. Muchas fanáticas criticaban el fútbol femenino, quejándose de que era una mal imitación del juego masculino. Las investigadoras Mariana Conde y María Graciela Rodríguez determinaron que los hombres afirmaban tolerar a las fanáticas, pero cuando se les pidió mayores detalles dudaron de la feminidad y sinceridad de las mujeres. Curiosamente, las Copas Mundiales de la década de 1990 rompieron la visión de los torneos anteriores, destacaron a las fanáticas, pero las presentaron como objetos sexualizados en un momento carnavalesco. La integración continua de los grupos en función de su potencial como consumidores también impulsó la inclusión de las mujeres como sector dentro del fútbol147.

Las actividades de las fanáticas, las madrinas y las miembros de club se han borrado en gran medida de las historias de los clubes. Por ejemplo, el Club Unión Española, un importante club profesional en Chile que surgió a principios del siglo XX a partir de una consolidación de la asociación cívica de inmigrantes españoles, mandó a escribir la historia del club con motivo de su cincuentenario. En un breve libro que registró la historia del club, los directores construyeron una alegoría del club como familia, más específicamente una fraternidad148. “El nacimiento no ocurre sin dolor, el dolor de la madre y del recién nacido”, escribieron los directores sobre la creación del club149. Antes de la profesionalización, la rama femenina era muy popular, pero no era relevante para los directores que escribieron la historia del club. Si bien Unión Española organizó algunos bailes para los jóvenes de la comunidad, muchas fotografías muestran grandes banquetes en las décadas de 1920 y 1930 con cientos de miembros, todos hombres150. Según sus registros, en 1936 el club de fútbol contaba con 2.289 socios, incluidas 405 mujeres y niños151. En los registros del club de 1941, el número de mujeres estaba separado de los hombres, eran 201 de los 2.500 socios152. La historia oficial de la Federación de Fútbol de Chile, escrita en 1945, no mencionaba ninguna mujer153.

A medida que más mujeres se fueron uniendo a los sindicatos, también participaron en los clubes deportivos dentro de sus lugares de trabajo. Esta mayor participación en los deportes se ve reflejada en el Club Deportivo del Sindicato Industrial de Cristalerías de Chile, el cual en vez de elegir a una reina de belleza eligió a una reina del deporte para las festividades de primavera154. A mediados del siglo XX, las mujeres comenzaron a integrarse a las divisiones de los clubes de barrio a un ritmo cada vez mayor. Por ejemplo, las mujeres miembros del Club Pedro Aguirre Cerda, de Conchalí en Santiago, organizaron bailes, torneos deportivos y otros eventos sociales155. El Club Cultural Población Miguel Dávila, que colaboró estrechamente con el político socialista Mario Palestro, creó una rama de básquetbol femenino en 1949, dirigida por Rosa Gomes. Las mujeres también se unieron a los clubes como miembros de juntas directivas en este período156. Por ejemplo, en Lanco, una ciudad relativamente pequeña en el sur de Chile, el Club Diablitos se organizó en las oficinas municipales. El club fue originalmente fundado exclusivamente por hombres en 1960, pero en 1963 se unieron suficientes mujeres para formar una rama de básquetbol femenino. La entrenadora de básquetbol femenino se unió a la junta directiva, “inaugurando una nueva era en la vida del club”157.

La década de los sesenta, desencadenada por el anticolonialismo, el feminismo y los movimientos revolucionarios en el hemisferio sur, no cambió en nada el discurso dominante de las mujeres y el deporte. Nuevas publicaciones juveniles siguieron repitiendo el mismo antagonismo que las mujeres supuestamente albergaban hacia el deporte. En 1965, una joven escribió a una columna de consejos preocupada de que su novio amaba más al fútbol que a ella158. A pesar del crecimiento de los deportes femeninos y la influencia del feminismo en sectores de la izquierda latinoamericana, las atletas fueron ignoradas entre quienes intentaron relanzar los deportes como herramientas de rebelión popular. El libro El Fútbol en Chile, de Antonino Vera, contenía solo dos referencias sobre las mujeres159, la primera aparece en el párrafo inicial en un esfuerzo por establecer la popularidad del deporte. En él escribe: “Niños, jóvenes, hombres mayores, y ahora incluso mujeres han hecho del “juego inglés” su pasatiempo favorito160. La segunda mención aparece en la descripción que Vera hace sobre la entrada de la Universidad de Chile y la Universidad Católica, en 1938 y 1939, respectivamente, a la liga profesional. El autor afirma que los partidos universitarios atrajeron “por primera vez a las mujeres a los estadios”161, aunque sabemos que esto no es cierto. A principios del siglo XX había muchas mujeres en los partidos de fútbol, ya que sus fotografías abundaban en las páginas de sociedad. De hecho, ya en 1912 los periodistas deportivos se quejaban de que el comportamiento grosero de los jugadores estaba disminuyendo la asistencia de las mujeres a los partidos de fútbol162.

El regreso del fútbol femenino

Considerando la represión del fútbol femenino en Sudamérica, no deja de sorprender que Argentina haya enviado a un equipo al segundo Campeonato Mundial Femenino celebrado en México en 1971, y que otras naciones sudamericanas hayan considerado asistir. Las redes de comunicación informales fueron clave, ya que antes del evento casi no apareció en la prensa163. Si bien la revista chilena Estadio mencionó una vez el evento en febrero de 1971 e indicó brevemente que México se estaba preparando para organizar un torneo de fútbol femenino164, cuando se llevó a cabo el campeonato, no lo cubrió. Lo que sí hizo, fue informar sobre los campeonatos de fútbol femenino de 1971 en Estados Unidos, la noticia incluía una fotografía de gradas vacías como una forma de demostrar que nadie quería ver a las mujeres jugar al fútbol165. Pese a esto, los periodistas deportivos sudamericanos reconocían hasta cierto punto el éxito de las costarricenses y centroamericanas en el balompié. De hecho, una publicación chilena que discutía la decisión de la FIFA de prohibir la afiliación de organizaciones femeninas menciona que los centroamericanos serían los más decepcionados166.


Figura 1.5. Club Universitario, Buenos Aires, 1971

Fotografía del equipo Universitario de Argentina de 1971 que participó en el segundo Campeonato Mundial, de El Heraldo de México, 3 de julio de 1971

Si bien se rumoreaba que las chilenas y brasileñas estarían organizando equipos para el torneo, Argentina fue la única otra delegación latinoamericana en competir en el Campeonato Mundial de 1971 en México167. ¿Pero de dónde venían las jugadoras? Con la poca cobertura informativa de la prensa argentina, la mera existencia del fútbol femenino podría haber sido una sorpresa. Pero según informes de medios de comunicación tan lejanos como España y México, parece que los clubes más grandes de Argentina fueron los motores de un crecimiento en el fútbol femenino a fines de los años sesenta y principios de los setenta. Igual hubo cierta difusión, se emitió un torneo entre Universitario, Real Torino, Sporting y Rosario en el canal trece, con índices de audiencia muy altos.

Poco después de que México anunciara que organizaría la Copa Mundial Femenina de Fútbol de 1971, la recién formada Asociación Argentina de Fútbol Femenino se comprometió en asistir. La asociación tenía seis clubes afiliados y, según el vicepresidente de la asociación, Raúl Rodríguez, planificaba organizar el primer torneo nacional después de participar en los campeonatos mundiales168. Si bien el periódico El Heraldo de México identificó a Daniel Fabri como entrenador del equipo femenino, este no viajó a México169. De hecho, las futboleras que integraron este equipo pionero no recuerdan ni a Fabri ni a Rodríguez, lo que puede significar que la prensa se equivocó o que probablemente mencionó a hombres marginales en el deporte para presentar figuras de autoridad masculina al público lector. La prensa mexicana también informó que Brasil enviaría una delegación, tal vez suponiendo que el país participaría en todo lo relacionado con el fútbol.

El equipo argentino estaba formado por jugadoras de tres clubes, el Club Universitario, que envío treces atletas a representar a su país, el Real Italiano y el Sporting, que enviaron dos respectivamente. Como ninguno de los clubes tenía dinero, la Asociación Argentina de Mujeres tuvo dificultades financieras para viajar al torneo mexicano170. Las jugadoras también tenían poco dinero para financiar el viaje. La mayoría de las jugadoras eran trabajadoras de fábricas, que jugaban al fútbol en su tiempo libre, aunque cuatro eran estudiantes universitarias. No está claro si todas vivían en Buenos Aires, ya que los periódicos de la época sugieren que las mujeres jugaban en La Plata y Rosario. La edad de muchas de las jugadoras, algunas de treinta y tres años, sugería que habían estado jugando fútbol organizado durante al menos una década171.

El período previo al torneo da una idea de la existencia del fútbol femenino en otros lugares de América Latina también. El equipo nacional mexicano organizó un viaje a Argentina para jugar una serie de partidos amistosos, que se disputarían en el Estadio Gimnasia y Esgrima en Buenos Aires172, pero el viaje terminó extendiéndose porque les pidieron que jugaran en otros lugares. La federación de mujeres mexicanas recibió invitaciones tanto de Perú como de Venezuela, que había organizado un torneo de cuatro equipos en 1959-1960, para que viajara a jugar partidos allá173. Aunque no viajó a Caracas, el equipo femenino mexicano jugó con representantes de Perú en el Estadio Municipal de Lima, como parte de la celebración de la independencia sesquicentenaria del municipio, dirigida por el alcalde Eduardo Dibos Chappuis174. Las Limeñas, que jugaron con zapatillas, perdieron 2-3175. El partido en Buenos Aires, inicialmente programado para el 16 de julio de 1971, se disputó bajo la lluvia. En tanto, los organizadores vendieron tantas entradas que tuvieron que trasladar la sede al estadio del Club Atlético Nuevo Chicago porque tenía capacidad para 50 mil espectadores176. El partido que la selección nacional mexicana perdió 3-2 fue violento. Las jugadoras estaban tan molestas por el arbitraje, específicamente un penal que recibieron por violentar a la portera del equipo rival, que se retiraron temporalmente del partido. Minutos más tarde regresaron a la cancha, pero rápidamente recibieron otra penalización. La jugadora mexicana Irma Mancilla y la argentina Betty García fueron expulsadas por pelear177.

Las futboleras argentinas que viajaron al segundo Campeonato Mundial de Fútbol Femenino en México se sacrificaron bastante para poder asistir, como eran trabajadoras y estudiantes tuvieron que dejar de trabajar y perder clases. Habían querido participar en el primer Campeonato Mundial, en Turín, pero no pudieron recaudar suficientes fondos para viajar. Incluso para México, la situación financiera del equipo era tan grave que la delegación llegó en oleadas para ahorrar dinero en el alojamiento178. La capitana argentina, María Angélica Cardoso, explicó que el equipo había “sufrido bastante para llegar aquí y todavía tenemos que luchar; no podemos regresar a nuestro país derrotadas”179. Fueron entrenadas por un suplente mexicano, ya que su propio entrenador no pudo viajar. Argentina terminó en cuarto lugar al perder contra Italia frente a una multitud de 50 mil personas en Guadalajara180. Hoy, las veteranas del equipo argentino de 1971 se autodenominan Las Pioneras. Gracias a las redes sociales se volvieron a conectar, compartieron sus experiencias y, como parte de este proceso, comenzaron a documentar la historia más amplia del fútbol femenino en Argentina181.

Cuando en 1902 Juana Gremler presionó al gobierno para obtener más recursos para los programas de educación física de su liceo, quizás imaginó el impacto que tendrían los deportes y la educación física de las niñas. Después de todo, le dio más importancia que a otros temas “tradicionales”. La primera ola de defensores del deporte femenino creía en el papel que podía desempeñar la educación física para mejorar la salud de las mujeres y la condición física de la nación. Al mismo tiempo, se encontraron con una fuerte resistencia al deporte femenino. Aun así, pocos habrían previsto que generaciones de mujeres lucharían por su lugar en el mundo deportivo. Féminas como Gremler, que trabajaban dentro de la estructura estatal, fueron a la vez árbitros del cambio y guardianes de la política oficial en todo el Cono Sur y más allá. De hecho, la educación física y el deporte para niñas y mujeres jóvenes siguieron siendo temas de intenso debate dentro de las instituciones estatales, la comunidad deportiva y en la esfera pública en general. Los funcionarios gubernamentales, las asociaciones privadas y los “expertos” y educadores de salud pública creían tener todas las respuestas sobre cuánto y qué tipo de actividad física era útil para las futuras madres. A medida que los campos de la medicina y la educación se profesionalizaron en las décadas de 1920 y 1930, las mujeres se vieron desplazadas por sus homólogos masculinos. Sin embargo, la mayoría de los expertos se basaron en poca o ninguna evidencia para respaldar sus teorías sobre el deporte femenino y la actividad física. Más bien, estos expertos basaron su conocimiento en creencias personales y posiciones políticas. No obstante, las decisiones que tomaron, desde Bolivia hasta Argentina, desde Chile hasta Brasil, moldearon directamente los planes de estudio de educación física y la capacidad de las niñas para participar en el deporte, tanto dentro como fuera de la escuela. Literalmente formaron cuerpos de jóvenes, con el objetivo de producir mejores madres y esposas. A pesar de las actitudes sexistas, las niñas y las mujeres se abrieron paso en la cancha y en el campo. Ya fuera en básquetbol o fútbol, tenis o atletismo, el género femenino transgredió los límites destinados a mantener a la mujer en el hogar.

A medida que crecía el número de mujeres que participaban en deportes, también lo hizo su representación en la prensa. Además de que no existía un acuerdo común respecto de si debían o no participar, los medios deportivos en América Latina tenían opiniones distintas. En Argentina, El Gráfico optó por una imagen relativamente inclusiva de la deportista. Como se señaló, la revista a menudo optó por mostrar a las mujeres en acción, y al hacerlo normalizó, intencionalmente o no, la idea de que practicaran deportes. Aunque fue la revista deportiva más influyente de la región, su mensaje no se extendió necesariamente a otros países. En Chile y en otros lugares, las deportistas fueron tratadas en la prensa como anomalías: transgresoras de las normas de género e intrusas en espacios solo para fanáticos. Además, es difícil evaluar con precisión la importancia de El Gráfico para el desarrollo del deporte femenino argentino, que siguió dependiendo de la escasez de fondos del gobierno después de la partida de Juan Perón.

El desarrollo de competencias internacionales en deportes femeninos legitimó aún más la presencia de las mujeres. Desde el básquetbol chileno hasta la natación brasileña, el éxito de las atletas trajo una cobertura mediática más positiva, lo que ayudó a poner más énfasis en la importancia de la educación física y el deporte femenino. Sin embargo, había límites en el impacto que tenían los eventos regionales e internacionales, el apoyo que obtuvieron tendió a ser superficial. Los hombres aún dominaban los medios e instituciones deportivas, así como los ministerios de educación y salud pública. Como resultado, las colegialas y las mujeres atletas seguían dependiendo de los hombres para su apoyo, y aquellas que alzaron la voz se vieron marginadas. De la mano con ese enfoque, también se logró un mayor acceso a la educación física y al deporte, aunque solo como formas de “embellecer” a la nación y crear ciudadanos saludables. Existe amplia evidencia, tanto en Argentina como en Chile, de que la educación física, a veces dirigida por mujeres, promovió el deporte entre niñas y mujeres más allá del aula, lo que resultó en la creación de equipos independientes y comunidades vibrantes, aunque algo efímeras.

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9789561428263
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