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Quedaran en poder de los vecinos. El pueblo finalmente desarmó por la fuerza a los pocos soldados que conservaban su arma65. Los prisioneros, incluyendo el capitán, fueron entregados al Gobernador Neff y embarcados en el “Cachapoal”.

El mismo día 23 los sublevados abandonaron el pueblo, reembarcándose en el transporte “Cachapoal” surto en la bahía. Solamente dejaron una pequeña fuerza al mando del Gobernador Neff para resguardar el orden.

Los balmacedistas el 26 exigieron la entrega de la plata, por tener fuerzas superiores. El ultimátum fue rechazado. Sin embargo, después de esa contestación el pequeño contingente rebelde abandonó el puerto y se reembarcó. Los enemigos de Balmaceda sacaron de la sucursal del Banco de Valparaíso una letra por $ 54.000, cantidad que correspondía a los depósitos hechos por el administrador de la Aduana y el Tesorero Municipal.

A bordo del “Cachapoal” se refugiaron los vecinos más comprometidos con el alzamiento, por temor a las represalias de las tropas gobiernistas cuando éstas se posesionaran del puerto66.

Al mediodía del 26 se contuvo con dos disparos del “Cachapoal” un intento de los gobiernistas para bajar al pueblo, obligándolos a esperar la noche para alcanzar su objetivo, como era recuperar Pisagua. El “Cachapoal” zarpó al sur, quedando la “Magallanes” en el bloqueo del puerto.

Resueltos a apoderarse de la rica provincia de Tarapacá, los insurgentes lanzaron un ataque contra Pisagua para tomarla y convertirla en su base de operaciones para concretar ese plan que era de vital importancia.

El 6 de febrero, la flota integrada por 3 buques de guerra y 2 transportes, a la cual se unió la “Magallanes”, entró a la bahía, iniciándose el desembarque de las tropas amotinadas en el lado norte y sur de Pisagua. Desde allí ganaron las alturas y luego emprendieron el ataque para tomar dos cañones emplazados en Alto Hospicio. Conseguido ese objetivo, las tropas rebeldes bajaron al pueblo, trabándose un duro combate con la guarnición que lo defendía. Los buques de la flota apoyaron el ataque con el fuego de sus cañones sobre las posiciones ocupadas por los balmacedistas.

Con la capitulación de los gobiernistas, 8 muertos y 10 heridos. Cayeron prisioneros el teniente M. A. Valenzuela, jefe militar, 4 capitanes, 2 tenientes, 5 sub-tenientes y alférez, 1 cirujano, 1 practicante, y 164 individuos de tropa. Los vencedores se apoderaron de 4 piezas de artillería, 160 rifles, 51 carabinas y municiones67.

Su victoria en Pozo Almonte, el 7 de marzo de 1891, permitió a los insurgentes adueñarse definitivamente de Tarapacá y de las cuantiosas entradas del salitre, que eran fundamentales para financiar la rebelión.

El 9 de junio el puerto vivió momentos de susto con motivo del ataque de la flotilla balmacedista formada por un transporte armado y dos torpederas. Desde tierra se le respondió con fuego de cañón. “La población recibió algunas granadas, por fortuna, sin causar graves daños. Hubo tres amagos de incendio”, informó un diario de Iquique68 .

La guerra fraticida terminó al ser derrotados los balmacedistas en Concón y Placilla. Muy poco después el ex Presidente se suicidó.

Años de gran actividad para el puerto fueron 1887, 1888 y 1890. En el penúltimo año se desembarcaron 3.705.000 qq. Métricas, y 3.771.000 qq. métricas en el último. Posteriormente, este movimiento comenzó a decrecer como consecuencia del funcionamiento de los ferrocarriles de Caleta Buena y Junín. Por culpa de la abusiva tarifa que cobraba la Empresa de Ferrocarriles Salitreros de Tarapacá, se fomentó el desarrollo de dos caletas en perjuicio de los puertos mayores de la provincia. Es así como Pisagua perdió el porteo de nitrato de sodio de muchas oficinas, atraídas éstas por el flete más barato de las ferrovías competidoras. La compañía afectada tuvo que bajar su tarifa.

Las oficinas que abandonaron al puerto de Pisagua fueron: “Agua Santa”, cuyos dueños fueron los promotores de la creación de Caleta Buena y la construcción de su ferrocarril; “Mercedes”, “Progreso”, “Amelia”, “Aurora” y “Rosario de Negreiros”, que enviaron su producción hacía Caleta Buena69.

Su mejor actividad se reflejó notoriamente en las exportaciones de fines del siglo pasado, llegando al extremo que Junín embarcó más salitre70 .


PISAGUA JUNIN
1896 930.000 qq. métricos 1.025.000 qq. métricos
1897 897.000 qq. métricos 1.207.000 qq. métricos
1898 911.000 qq. métricos 1.304.000 qq. métricos

El 1° de enero de 1901 se iniciaba el siglo XX. La industria salitrera continuaba su expansión productiva, no exenta de dificultades, pues cada cierto tiempo debía organizar las famosas “Combinaciones Salitreras”, convenios para limitar la elaboración y así obtener el alza del precio del fertilizante cuando estaba deprimido en los mercados. El costo social de esos acuerdos era la cesantía y la emigración de los trabajadores desocupados. Y su efecto comercial: la decadencia de la actividad de los pueblos pampinos, puertos y caletas salitreras.

Las oficinas trabajaban con el famoso sistema Shanks que era empleado en la fabricación de carbonato de soda, adaptándolo a la elaboración de salitre con ventajosos resultados. Se implantó por primera vez en los últimos años de la administración peruana de Tarapacá. Después de 1879 el sistema Shanks se generalizó en la industria. La aplicación de importantes mejoras al procedimiento permitió prolongar su vida en forma extraordinaria.

A principios de siglo, Pisagua ocupaba un lugar medianamente importante entre los puertos salitreros. Tenía muelles para el embarque de salitre y descarga de carbón, Aduana, Capitanía de Puerto, Gobernación Departamental, Municipalidad, Juzgado de Letras, Notaría Pública y de Hacienda, Registro Civil, Cuartel de Policía, sucursales del Banco de Chile y Banco de Tarapacá y Argentina Ltda., Cable West Coast (Cable Submarino Inglés). Correos y Telégrafo del Estado, periódicos “La Verdad”, “Alianza Liberal”; Ferrocarril Urbano, Planta Eléctrica, Hospital de Beneficencia, Cuerpo de Bomberos, representaciones consulares, almacenes, tiendas, hoteles, bares, etc.

La década de 1901-1911 se hizo notable por el aumento de los embarques de salitre, aunque con altibajos, y algunos trágicos acontecimientos que pusieron de manifiesto el sino adverso que perseguía a Pisagua, que sin embargo, nuevamente se sobrepuso a esas desgracias.

Una fuerte braveza de mar en febrero de 1902 produjo grandes estragos en sus muelles: El de pasajeros, casi destruido; el número 1 de la Casa Cambio North, y el de Harrington, Morrinson, destrozados; el de la Cía. Salitrera “Aguada”, dañado.

El pueblo construido de madera de pino oregón, fue devorado casi totalmente por un incendio ocurrido el 25 de abril de 1903. Solo se salvaron los extremos norte y sur de la localidad. Se quemaron todas las oficinas públicas y municipales. Solo se salvó la Aduana. El comercio desapareció, con algunas excepciones.

La infortunada Pisagua recibió la ayuda solidaria de Iquique y la Pampa. “Caridad inagotable habitantes esta provincia no se ha hecho esperar y en dinero y recursos están llegando en gran cantidad”, informaba el intendente de Tarapacá al ministro del Interior, por medio de una comunicación telegráfica del 29 de abril71 .

En un crucero inglés, el “Flora”, trasladó ayuda desde Iquique para los damnificados del pavoroso siniestro.

No tardaron demasiado en iniciarse las labores de reconstrucción del pueblo, que como el ave fénix iba a renacer de sus cenizas.

En febrero de 1904, en consideración de la mala calidad del agua potable que consumía la población, la Municipalidad ordenó la absoluta prohibición a la Casa Gamble North de vender ese vital elemento que llegaba por cañería desde Dolores. La autoridad municipal resolvió que en el ingenio de la Planta eléctrica se condensara agua de mar, obteniéndose una de buena calidad72.

Un nuevo y devastador incendio dejó a Pisagua convertida en un espantoso montón de ruinas humeantes, el 17 de abril de 1905, cuando hacía solo dos años que había sido reconstruida del anterior siniestro.

De nuevo los pisagueños tuvieron que reponerse de ese desastre y abocarse a las tareas de reedificar lo destruido.

En el funesto año de 1905 sobrevivió otra desgracia que abrumó dolorosamente al puerto: la peste bubónica, que causó muchas víctimas. Su población disminuyó fuertemente, al huir de la epidemia un considerable número de vecinos a Alto Hospicio y Zapiga.

Una gran huelga obrera estalló en las salitreras de Tarapacá en diciembre de 1907. Provenientes de la pampa bajó al puerto una considerable cantidad de trabajadores en huelga. Desde Iquique se envió un pequeño contingente militar para reforzar a la policía local. También arribó el crucero “Blanco Encalada” en prevención de desórdenes. Muchos años atrás, en julio de 1890, Pisagua fue escenario de una importante huelga de trabajadores.

En junio de 1911 sus habitantes se llevaron un gran susto a consecuencia de un huracán que afectó al puerto. “No hubo casa que no sufriera perjuicios más o menos de alguna consideración. Pisagua, al día siguiente se veía triste y feo. En algunas partes era imposible transitar, pues varias casas que se derrumbaron impedían el tráfico por calles”73.

Numerosas lanchas de la bahía se perdieron, varias de éstas con carbón y otras mercaderías. Tres veleros y un vapor que habían en la bahía arrastraron sus anclas y cortaron sus rejeras. Tomaron después fondeaderos sin dañarse.

3.- El Principio del fin

El periodo de bonanza de la industria salitrera llegó a su culminación en 1913. Por desgracia, en julio de 1914 estalló la Primera Guerra Mundial (1914-1918) que le puso término y dio comienzo al periodo de su decadencia y dramático derrumbe.

La iniciación de la gran guerra provocó graves trastornos a la industria, con deplorables consecuencias sociales y comerciales en la pampa y litoral de Tarapacá.

Los bancos cortaron los créditos. Se interrumpió en forma casi absoluta el comercio salitrero con el extranjero. El precio del nitrato de sodio fue bajado sensiblemente. Las oficinas comenzaron a apagar sus fuegos. Los pampinos cesantes bajaron a la costa para abordar los vapores y abandonar la provincia. Los trabajadores nacionales fueron transportados al norte chico y región central. Los peruanos a Mollendo, y los bolivianos a Arica.

El gobierno acudió en auxilio de la industria, anticipando fondos a las oficinas para que siguieran trabajando, con la garantía prendaria del salitre elaborado.

La situación de Pisagua era crítica en 1914. La actividad comercial semiparalizada. Cesantía de empleados y obreros. Carestía de los artículos de primera necesidad por la escasez y la baja del cambio. Este triste estado experimentó una mejoría en 1915.

En esos difíciles tiempos los ánimos de los pisagueños se exaltaron a raíz de la campaña electoral para parlamentarios por la provincia. El clima de odio entre los balmacedistas (coalicionistas) y los aliancistas terminó en graves desórdenes en febrero de 1915. El Gobernador Departamental quedó suspendido de su cargo por orden del intendente por “graves incorrecciones” cometidas en el desempeño de sus funciones74 . El gran derrotado de las elecciones efectuadas en marzo fue el senador balmacedista Arturo del Río, el “Cacique de Tarapacá”, que postulaba a la reelección. Tuvo que ceder el disputado sillón senatorial a su vencedor, Arturo Alessandri Palma, el “León de Tarapacá”.

La industria salitrera se reactivó vigorosamente a partir de 1916 hasta el término de la devastadora guerra mundial (noviembre de 1918), en la cual tuvo gran impulso la producción del salitre sintético por parte de la Alemania Kaisserista.

La Post-Guerra trajo tiempos difíciles para el salitre, que debió afrontar la dura competencia del nitrato artificial. En 1919 disminuyó su producción y la exportación cayó considerablemente75 . Pisagua sufrió las consecuencias de esta dramática situación causando su abatimiento comercial.

En 1920 se produjo una reactivación en la industria. Lamentablemente, el último trimestre de ese año cerró con una paralización casi total de las ventas, con fuerte stock de salitre en la costa, con stock mucho mayores en los Estados Unidos y en Europa.

Esta nueva crisis siguió agravándose en 1921. En Tarapacá quedaron inactivas muchas oficinas: nuevamente la cesantía y el quebranto comercial en la costa. El gobierno se vio obligado a auxiliar a los industriales con los “anticipos salitreros”.

En 1925 el malestar social de los obreros de las salitreras de Tarapacá se tradujo en huelga y agitación, que culminó con una matanza de trabajadores en la oficina “La Coruña”, en el cantón de Alto San Antonio.

Al año siguiente, la actividad salitrera volvió a padecer una crisis derivada de la drástica disminución del consumo de nitrato de sodio habido en el año salitrero 1925-1926, lo que dejó una “sobre-existencia de 500.000 toneladas métricas en la época precisa en que los abonos rivales han bajado sus precios en una ofensiva que tiende a desplazar definitivamente del mercado al salitre chileno”76 . Política favorecida por el encarecimiento del costo de elaboración en la industria.

Varias oficinas suspendieron su actividad, con el consiguiente desempleo en la clase obrera.

El movimiento comercial de Pisagua fue decreciendo sensiblemente. Desde la finalización de la Gran Guerra, paulatinamente, iban parando los establecimientos salitreros que enviaban su producción por ferrocarril hacia el puerto, por el agotamiento de sus terrenos calicheros o su alto costo de elaboración que hacía no rentable su funcionamiento. Esas oficinas eran. “Aguada”, “Angela”, “Aragón”, “Camiña”, “Carolina”, “Enriqueta”, “Jazpampa”, “Paccha”, “Sacramento”, “Santa Catalina”, “Santa Rita”, “San Patricio” y “Trinidad”.

Con el caso de las salitreras del norte sobrevino en forma gradual el despoblamiento del puerto. En 1907 tenía 4.089 habitantes. En cambio, en 1920 allí solamente vivían 1.788 personas.

En 1927 el Gobernador Departamental, preocupado por la situación de Pisagua, solicitó el cierre de Junín, en razón del daño que causaba a dicho puerto. El intendente de la Provincia se manifestó contrario a esa petición, por tener actividad la citada caleta. Su clausura significaba abandonar su ferrocarril con el evidente perjuicio de la industria. A lo cual hay que agregar que tal medida hería los intereses de una empresa británica, un asunto por lo demás delicado.

La industria tuvo gran actividad en 1927 y 1928, con una producción de 2.872.000 toneladas métricas y 2.961.000 toneladas métricas, respectivamente. Desafortunadamente, el 29 de octubre de 1929, ocurrió el terrible derrumbe de la bolsa de Nueva York, que marcó el inicio de la gran crisis mundial que azotó tan duramente al país, a la industria salitrera y a la provincia de Tarapacá.

En 1930 la industria empezó a sufrir los efectos de la Gran Depresión. En Tarapacá cerraron oficinas. Los trabajadores cesantes debieron emigrar. Se produce la contracción comercial en el litoral.

La actividad salitrera se enfrentó a un gravísimo problema: la acumulación de grandes existencias de salitre en el exterior: “en el periodo comprendido entre los años 1928 y 1929, y a raíz de un resurgimiento de la economía mundial, el gobierno, con el objeto de incrementar sus rentas, otorga subsidios a los productores de salitre, y en esta forma la producción aumenta considerablemente, rebasando las necesidades del mercado y formándose al mismo tiempo en el extranjero grandes stocks de salitre”77.

El gobierno de Carlos Ibáñez del Campo trató de proteger a la industria de los efectos de la crisis, al crearse la Compañía del Salitre de Chile (COSACH) en julio de 1930. Era una sociedad mixta formada por el Estado y las compañías salitreras. La COSACH fue un fracaso.

Un diario iquiqueño llamó la atención sobre la triste situación de Pisagua, al expresar: “Es preciso mover todos los resortes imaginables para dar vida al puerto de Pisagua”. Agregaba: “No es posible dejar que muera cuando existe justamente de parte del Gobierno el mejor espíritu de ayudar”78.

Su población en 1930 alcanzaba a 1.296 habitantes, fiel reflejo de su absoluta decadencia.

La crisis se agudizó en 1931, llegando a su culminación en 1932. La actividad salitrera quedó reducida a su mínima expresión. En ese último año solamente se embarcó salitre por Iquique. Había cesado la exportación por Pisagua, Caleta Buena y Junín.

El gobierno de Arturo Alessandri Palma en 1933, ordenó la liquidación de la COSACH. Al año siguiente, se crearon la COVENSA y la COSATAN, y se terminó la liquidación de la COSACH. La administración del “León de Tarapacá” logró el resurgimiento de la industria, en especial, en Tarapacá.

La mayor parte de las salitreras del norte pertenecían a la COSATAN. Algunas pocas pertenecía a productores independientes: “Camiña”; “Aguada” y “Progreso”, que volvieron después a trabajar por cierto tiempo, pero la que más duró en actividad fue la oficina “Aguada”. En cambio, las oficinas en manos de la COSATAN, por ser consideradas anti-comerciales, fueron desarmadas.

Los pisagueños ansiosos por la recuperación de su puerto, a través del Comité de Salvación Regional y vecindario del pueblo enviaron en 1936 una solicitud al Presidente Arturo Alessandri Palma, pidiendo se fijara una cuota de embarque para Pisagua, cuya única actividad era en ese tiempo el fierro viejo extraído de las oficinas paralizadas que se desarmaban, que era “embarcado” en forma periódica y sin dificultad alguna.

Reclaman en su nota por la injusticia que el salitre producido en su departamento se embarque de Iquique, exponiendo el caso de la oficina “Progreso”. Añaden que pronto encenderían sus fuegos la oficina “Aguada”, que sus dueños deseaban portear su producción a Pisagua, pero la COVENSA los obligaba a llevarla a Iquique. “Esta medida es realmente cruel y significa la muerte de este puerto”79 . Además señalan que la oficina “Camiña” hacía gestiones a fin de obtener ayuda fiscal para reanudar sus faenas, asegurando que la oficina tenía interés en utilizar el puerto, pero que la COVENSA exigía el embarque por Iquique.

La petición no tuvo éxito. El vecindario quedó apesadumbrado por el fracaso de las gestiones para lograr la reanudación de los embarques de nitrato. Esto confirmó definitivamente a Pisagua, la pérdida de su condición de puerto salitrero.

De esta manera finalizó el Ciclo Salitrero de Pisagua.

Conclusiones: Pisagua nació con la Industria del Salitre. Disfrutó su bonanza. Y padeció su decadencia. Y dramático derrumbe.

Pisagua en los tiempos de González Videla

Luis Muñoz Orellana

Llevábamos varias horas sentados en el suelo, en plena pampa, bajo el implacable sol del verano de 1948. A cierta distancia nuestra, un grupo de policías armados, distraídos, nos custodiaban. No había necesidad de mayor preocupación. Solo polvo y sol nos rodeaban. En las lejanías se divisaban desmontes, “tortas”, de lo que debió ser alguna salitrera desmantelada en cualquiera de las tantas crisis que azotó a esta industria. Los que algo conocían de la historia de la zona se atrevieron a decir que nos encontrábamos en las cercanías del Alto de San Antonio, escenario de cruentas represiones a mineros, en los comienzos del siglo XX. Para la mayoría, esas afirmaciones no eran más que simples conjeturas. Lo que si era cierto, era que nos encontrábamos en un lugar descrito por aquella canción “en donde el ave gorjea/en donde nunca la flor creció/ni del arroyo que serpentea/su cristalino bullir se oyó”.

Constituíamos un grupo de aproximadamente treinta varones y una mujer de edad madura. La noche anterior habíamos sido embarcados, fuertemente vigilados, en un vagón acoplado al tren longitudinal que debería terminar su recorrido en Iquique. Casi todos habíamos permanecido detenidos en un recinto militar de la ciudad de Antofagasta, donde vivíamos, acusados de conspirar de convivencia con un espía ruso –Igor Bakulini o algo así- para sabotear barcos petroleros que arribasen al puerto. Tal vez no resulte ocioso decir que este señor Bakulini desapareció de la escena tan misteriosamente como había irrumpido. Jamás pudimos verle la cara ni conocer siquiera una fotografía del personaje.

Se suele decir que quien espera, desespera, pero en nuestro caso, la incertidumbre de lo que sería nuestro futuro nos hacía más proclives a prolongar todos nuestros momentos. El cansancio que comenzaba a invadirnos nos permitía comprobar que hay algunas horas que son más largas que otras. Nada más.

Los momentos de nuestros viajes en ferrocarril en que no dormitábamos, los destinamos a conversar sobre los días vividos en las últimas semanas. No habíamos tenido tiempo de reflexionar sobre nosotros mismos. Pero, sentados allí, esperando que llegasen los camiones que debían llevarnos a Pisagua –si eso era lo que nos iba a suceder- hubo tiempo para pensar en todo. Tomasa Guzmán, se llamaba la mujer madura que nos acompañaba en ese medio día solidario en plena pampa salitrera, nos conocíamos desde hacía mucho tiempo no solo en aquel cuartel militar, donde compartíamos la vida más de dos semanas, sino desde que yo era muy pequeño. Ella pasaba cada semana con sus burras, ofreciendo leche, a lo largo de la calle donde vivía junto a mis padres. Conocía su rostro moreno y terso, y más tarde, convertida ya en madre de muchos hijos, algunos de los cuales la acompañaban en sus cotidianos recorridos, observé como las arrugas que llevaban la firma del sol y del cansancio, se fueron haciendo cada vez más con mayor nitidez en su cara. Nunca le escuché una queja en aquellos días de la gran crisis de los años treinta como tampoco mientras permaneció detenida y donde actuó como una madre de jóvenes muchachas durante aquellos largos días de ese verano de 1948. Tal vez, ella como nadie, pudo haber inspirado aquellos versos que hablaban de “no nos sentíamos vencidos aunque estuviéramos vencidos”.

A pesar de la amistad que ahora nos unía, no me atrevía a decirle Tomasa, a secas, o compañera Tomasa, aunque muchas veces me lo propuse. No sé por qué cuando quería llamarle o hablarle no podía dejar de anteponer el doña. Quizás al respeto por su pasado y por el mío, aunque estuvo lleno de picardías y aventuras infantiles que merecieron, más de una vez, fuertes castigos de vecinos y familiares. Doña Tomasa es posible que jamás haya vivido una niñez plena. Ahora, mientras recordaba aquello, me pareció que de alguna manera había estado presente en mis experiencias de niño que estuvieron permanentemente matizadas con hechos relacionados directamente con la política contingente. Por esos caprichos del destino fui testigo del movimiento civilista, iniciado en Antofagasta, que puso fin en el mes de septiembre de 1932, a la seguidilla de golpes militares. Un año después, de la mano de mi padre, asistí a la fundación del Partido Socialista, donde divisé rostros y escuché nombres que jamás olvidé: Crisólogo Silva, poseedor de una pequeña fábrica de baldosas; del zapatero Abelardo Collado; del lechero Chester; del estibador Elgueta; del empleado Manuel Figueroa; de Gustavo Pareja que había conformado el grupo de jóvenes que en 1931 habían ocupado la casa central de la Universidad de Chile; del contador Juan Cvitanic; del español Antonio Máximo y de tantos otros como el peluquero ecuatoriano Larrea; del obrero marítimo de apellido Franco; del gordo Pizarro y de Pinto, risueño empleado sanitario.

En 1936, mientras en la esquina de la ciudad, que en aquel entonces no tendría más de 40 mil habitantes, los muchachos, haciendo juegos con los nombres de las empresas cinematográficas, cantaban “si usted me lo Movietones, yo se lo Paramount”, yo tenía que hacer un alto en mis correrías diarias para llevar desayuno, almuerzo y comida a Oscar Schnake, secretario general del Partido Socialista, encarcelado por supuestas injurias al Presidente Arturo Alessandri. Era una tarde que enorgullecía mis once años y me daba cierta superioridad sobre mis compañeros de juegos que no podían siquiera pronunciar su apellido. En aquella misma época, años de fundación del Frente Popular, vocié por las calles antofagastinas el semanario “Consigna”, órgano del PS, y aprovechando que mi padre integraba dicha comisión, participé en la despedida, a bordo del barco “Santa Clara”, de Elías Lafferte, último presidente de la Federación Obrera de Chile (FOCH), que partía al destierro a México. dos años después, en 1938, logré que me aceptaran como ayudante del apoderado general del candidato presidencial Pedro Aguirre Cerda, en el puerto de Mejillones. Mientras tanto, a las playas de Antofagasta llegaron los ecos de la guerra civil española. Nuestras simpatías, por supuesto, estaban depositadas en los leales o republicanos. Se me hicieron familiares los nombres del Presidente español, Manuel Azaña y los de Largo Caballero. La Pasionaria, el general Miaja y las brigadas internacionales. Aprendí a repudiar las actitudes de Franco, Sanjurjo, Mola y Queipo del Llano, generales alzados contra la República, que se enorgullecían de tener una “quinta columna” en el interior de la sitiada Madrid. Junto a otros centenares de jóvenes, canté “Puente de los franceses”, “Donde vas morena”, “Ay Carmela” y otras melodías que nos hablaban de la lucha que desgarraba a España.

La década de los 40 llegó ensombrecida por la Segunda Guerra Mundial y la confusión que nos embargó el pacto entre la URSS y la Alemania hitlerista. A contramano de las intenciones, los dolores no suelen venir solos. Es en este periodo cuando fallece Pedro Aguirre Cerda y las discrepancias entre socialistas alcanzan sus puntos más altos, a pesar de que la izquierda de aquella época lograba elegir un nuevo Presidente de la República, Juan Antonio Ríos, quien, como su antecesor, tampoco alcanzaría a completar su periodo constitucional. El cáncer logró tronchar la vida de dos presidentes.

En el terreno personal, éste fue un periodo de mucha confusión. Me negaba a ver un PS dividido, pero un principio más físico que racional hizo que pronto me encontrara militando en el Partido Socialista de Trabajadores, escindido ya del tronco histórico. En los comienzos no sentí una gran adhesión. No resulta agradable presenciar o participar en peleas entre hermanos. Resultan ser las más enconadas. Pero ya estábamos allí (la inercia también juega un papel importante en la política). Muy pronto esta fracción abrazó la causa del Partido Unico de Izquierda y de ahí a encontrarnos en las filas del Partido Comunista hubo un solo paso. Creo que ninguno de los recién llegados conocíamos a fondo lo que significaba pertenecer a la Tercera Internacional, cuyos 21 puntos aceptó, en 1922, el PC chileno. Eramos solamente una sección de aquella internacional cuya rectoría se le reconocía al PC de la Unión Soviética. Es verdad que en 1943, Stalin firmó el acta de defunción de dicha internacional, pero como desconocíamos lo que significaba en su integridad tampoco pudimos comprender lo que su fin representaba. En cambio, si teníamos información, que nos parecía fidedigna, que en una poblada, la sexta parte del mundo se construía el socialismo, donde todos eran iguales en derechos y deberes. Allí se levantaba nuestra utopía; en ese país de “verdes ríos y dorados llanos”, donde al joven se le abrían nuevas posibilidades y “al viejo la tranquilidad”. En China, mil millones de hombres y mujeres tomaban la misma opción.

Aquello fue lo que predominó en muchos de nosotros y nos hizo sentir, al igual que doña Tomasa, que “no estábamos vencidos a pesar de estar vencidos”.

Miré en rededor. Todos seguían sentados y en silencio. A ratos, cortos cuchicheos eran apagados por el hablar del viento, que llevaba y traía mensajes y pensamientos a través de las arenas. Escruté a fondo el rostro de doña Tomasa y divisé fatiga, penas, pero en sus ojillos alcancé a ver una sonrisa diciéndome: “no estamos solos”. Tal vez, como yo, ella pensaba que a pesar que Rocinante solo pudiese cabalgar en otros mundos, volveríamos al camino, aunque lo hiciéramos tal como lo propusiera León Felipe, sin más armas que una lanza rota y una visera de papel.

Luego de estas largas horas, las cuales, juro, que tenían más de sesenta minutos, llegaron los camiones y la orden de subir a ellos fue inmediata. Sentimos alivio arriba de los vehículos. Se acabaron las conjeturas de algunos y el temor de otros: no nos fusilarían en pleno desierto. Íbamos a Pisagua donde estábamos seguros no estaba el cielo, pero al menos los mapas geográficos daban cuenta de su existencia aquí, en la tierra. En la familia existía una constancia trágica de ello. En los años 20, en pleno auge salitrero, un tío materno había sufrido un terrible accidente, que lo llevó a perder ambas piernas y lo mantuvo agonizante largas semanas en el hospital, edificio que aún se mantenía en pie y que fue lo primero que divisamos al llegar a ese campo de concentración.

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9789567628452
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