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En la actualidad, los centros urbanos se localizan a lo largo de los ríos y carreteras que se extienden de manera marginal sobre el piedemonte llanero y la altillanura, vías que han surgido en respuesta al comercio de exportación. Específicamente, la Avenida Marginal de los Llanos alberga cerca del 80 % de la población de la Orinoquía al conectar la mayor parte de los asentamientos urbanos de la región. Esta misma importancia asume el río Meta, perteneciente a la cuenca del río Orinoco, considerado fuente de alimento e importante vía de comunicación para algunas poblaciones de los departamentos de Meta (Puerto López, Cabuyaro y Puerto Gaitán), Casanare (Orocué) y Vichada (Santa Rosalía, La Primavera y Puerto Carreño).

Es una realidad entonces que el desarrollo de la región de la Orinoquía ha dependido de la expansión económica, la construcción de vías de comunicación, las migraciones por el descubrimiento de yacimientos de petróleo y el crecimiento de su industria, lo que ha generado cambios significativos en los sistemas productivos y la vida social. En este contexto, Yopal, como capital de departamento, centro de las actividades administrativas y financieras y territorio con capacidades potenciales para la oferta de bienes y servicios, ha recibido gran parte del dinamismo poblacional ocasionado no solo por los hidrocarburos sino también por la expansión de la frontera agrícola y la apertura de vías de acceso terrestre en el departamento del Casanare. En suma, se convierte en uno de los elementos catalizadores del desarrollo impulsado por los pozos de Cusiana y Cupiagua. Por otro lado, en el municipio de Tauramena, las tasas de participación económica y social son mayores, pues allí se concentran la mayor parte de las actividades petroleras, lo que permite vincular laboralmente una proporción representativa de la población tanto nativa como migrante (Dureau y Flórez, 1999). No obstante, dada su cercanía al municipio de Aguazul y la intensidad de los desplazamientos entre estos municipios, no es posible considerar como independientes los grupos migrantes entre Yopal, Aguazul y Tauramena ni sus bonos poblacionales, lo que obliga a interpretarlos como un mismo mercado laboral compartido e interrelacionado.

En efecto, el cambio demográfico a causa de la explotación petrolera en dichos municipios no solo impacta en la disminución o crecimiento de la población o la transferencia de capital humano, sino que también repercute en los ámbitos económico, social y cultural. Es así como se deben considerar las dinámicas socioeconómicas de los municipios objeto de estudio, es decir, como manifestaciones de los retos impuestos a la planificación de la región, pues es este aspecto el que determina el grado de consolidación del sistema territorial en un mundo globalizado.

De los sistemas territoriales y su prospectiva: una aproximación teórica

Hacia modelos regionales en sistemas territoriales globalizados

Es importante definir, en primer lugar, una visión de desarrollo territorial global que se integre con estrategias que sean apoyadas en las fortalezas y los componentes que requiere un territorio. Esto lleva a entender que las ciudades y regiones se deberían impulsar como territorios capaces de afrontar el reto del desarrollo sostenible en el marco de la globalización en miras a mejorar la capacidad de innovación, la dinámica social y la investigación, elementos fundamentales de la planificación y el ordenamiento territorial contemporáneo. Dar lugar a oportunidades y posibilidades de integración a escala regional, que expandan territorialmente los procesos de desarrollo, terminan siendo parte fundamental de dicha reflexión junto a la ampliación de la dimensión de los clúster productivos regionales3. El Centro de las Naciones Unidas para el Desarrollo Regional (2005) afirma, en este contexto, que las ciudades del futuro exitosas serán las que probablemente logren conseguir un balance inteligente entre la competitividad económica, la cohesión social y la sostenibilidad ambiental.

Sobre esta misma noción, se reconoce que las ciudades más competitivas son aquellas que consolidan una infraestructura destinada a impulsar el desarrollo económico y acelerar la productividad al tiempo que crean espacios urbanos capaces de mejorar la calidad de vida. Sin embargo, esto debe superar la prestación de servicios para sustentar una economía que aporte a la concepción de planes de desarrollo regional capaces de conservar estrategias territoriales encaminadas a alcanzar un equilibrio entre las dimensiones comentadas. Vegara y Rivas (2016) afirman que es necesario contar con alianzas estratégicas, instrumentos y métodos de trabajo para conocer las condiciones del contexto en el que se desenvuelven las dinámicas del territorio y enfocar correctamente el diseño de un proyecto territorial coherente con la sociedad actual que está en permanente cambio.

Cada vez más es inevitable contar con organismos específicos para el desarrollo de proyectos inteligentes que surjan en los nodos de intercepción entre los componentes del sistema territorial. Por tal motivo, el abordaje de su trabajo a diferentes escalas, urbanas y regionales, resulta ser un factor determinante para generar el mayor impacto posible (Vegara y Rivas, 2016). Su magnitud requiere, entonces, observar el territorio a través de múltiples ejercicios de planificación que faciliten la comprensión de las interrelaciones que surgen a escalas determinadas. En esta lógica, las ciudades se convierten en nodos de activación económica y social de un sistema territorial, organizadas en estructuras policéntricas y multiescalares de nodos sinérgicos y complementarios (Vegara y Rivas, 2016, p. 319).

Desde el punto de vista de la planificación territorial, la constitución de regiones representa la inserción de la red de ciudades a un nivel global con el fin de responder a los cambios socioeconómicos por medio de la creación de un nuevo sistema de relaciones. Por ejemplo, los denominados clúster resultan ser conexiones de oportunidades territoriales derivadas de procesos de participación en redes de cooperación que permiten ampliar o crear sectores económicos, lo que convierte este recurso en un elemento de referencia para desencadenar acciones prioritarias en el sector público, privado y de la sociedad civil. Los mismos autores exponen que los clúster “permiten definir diseños urbanos con capacidad para estimular el nacimiento de un ecosistema de innovación único y singular en la ciudad” (Vegara y Rivas, 2016, p. 337), por lo que, se lograría aumentar la competitividad y acelerar el crecimiento económico de las ciudades actuales y consolidar un perfil urbano único e irrepetible.

En el caso colombiano, estos procesos aún no se han logrado materializar en proyectos regionales integrales en los que se sumen los diversos actores sociales que hacen parte del país. Una de las principales y más difíciles misiones del Estado es la de orientar y consolidar un modelo de ciudad en una dirección inteligente, inspirada en componentes urbanos y rurales que sean apropiados por los diferentes actores. Es por esto que se reconoce la necesidad de fortalecer la capacidad de las instituciones para ejercer una gestión eficiente sobre las regiones metropolitanas con el fin de promover políticas de asociatividad, descentralización y autonomía local acordes con las tendencias de la globalización. El asunto es que Colombia actualmente enfrenta una estructuración regional débil y desigual que ha generado amplias brechas de desigualdad en estándares y acceso a servicios, infraestructura, recursos y calidad de vida, generando impactos negativos sobre el crecimiento y el desarrollo territorial del país. La cuestión central es, por tanto, redireccionar las instituciones con el fin de encaminarse hacia el crecimiento y el desarrollo integral (Quintero, 2011). En consecuencia, su crecimiento económico y desarrollo social se han visto afectados por una alta desvinculación, fragmentación e inequidad interregional.

En este punto, es importante tener en cuenta que las ciudades y los territorios se desenvuelven en un entorno abierto y competitivo de dimensión local y global, razón por la cual, disponen de lugares singulares que contribuyen de manera particular al perfil diferencial de los centros urbanos. Estos últimos requieren, en este orden de ideas, ser competitivos tanto en su entorno inmediato como en el entorno globalizado, fomentando iniciativas locales y añadiendo valor a la condición urbana dominante. Se trata, entonces, de articular núcleos urbanos con el fin de buscar la construcción de entidades socioculturales, económicas y políticas que permitan una operación eficiente. Este escenario no es exclusivo de las ciudades situadas en países económicamente desarrollados, sino que también puede alcanzarse en distintos estados de desarrollo. Para lograrlo es importante evidenciar el carácter interdependiente del análisis, el diseño y la gestión con los criterios de interpretación, los métodos y las estrategias de intervención urbanística o territorial, considerando sus efectos ambientales, el impacto de las nuevas tecnologías de la información y el rol de las ciudades en la esfera internacional (Sabaté, 2008).

Con base en esta perspectiva, es posible afirmar que la noción de ciudad-región corresponde a una condición territorial emergente, originada por las características predominantes de la economía mundial. Como lo afirma Quintero (2011), esta categoría obedece al crecimiento de los flujos relacionados con actividades económicas y condiciones ambientales. Para que esto se suscite, los países deben asumir los retos de la denominada apertura económica y, por ende, las regiones y subregiones que los componen. En este ámbito, la infraestructura física, junto con la capacidad institucional, viabilizan la construcción de modelos regionales integrados que potencialicen la inteligencia de los territorios. Esta visión y el enfoque hacia el desarrollo sostenible resultan ser imprescindibles para mejorar la situación actual de las ciudades, lo que significa fortalecer sus conexiones y recuperar sus ecosistemas ambientales (Vegara y Rivas, 2016).

Para ello, se señala la necesidad de establecer sistemas urbano-regionales que faciliten la proyección de una nueva territorialidad basada en las relaciones que forjan los habitantes con el espacio: “una construcción social, política, económica y cultural de un grupo humano sobre un espacio determinado que se lo apropia, que establece arraigos y genera identidades individuales y colectivas que le permite representarlo y dotarlo de significación simbólica” (Quintero, 2001, p. 28). Esto significa, en otras palabras, el entablar procesos de construcción colectiva que se vinculan a un espacio específico donde se adhieren representaciones y se reproducen relaciones. Las conexiones que posee un territorio determinan lo regional mientras que sus límites y fronteras demarcan formas y tamaños en un espacio relacional que depende de constantes dinámicas de cambio, lo cual permite concluir que la región se manifiesta gracias a las relaciones de territorialidad que se establecen como una expresión política a partir de condiciones geográficas y socioculturales.

Dinámicas territoriales: dependencias, sinergias y complementariedades

El ámbito territorial es propicio para abordar algunas problemáticas actuales debido a la caracterización de especificaciones físicas, económicas y funcionales en el área de estudio. Para ello, es determinante considerar que la ordenación del territorio implica comprender sus dinámicas demográficas y socioeconómicas, así como analizar las formas de crecimiento urbano y los patrones de ocupación vinculados a las dinámicas espaciales, aspectos que han ocasionado, por lo menos en el caso colombiano, la fragmentación del territorio y el surgimiento de un núcleo importante en cada región, al tiempo que se tensiona la dinámica económica del país con un proceso de expansión espontánea y conflictiva de la frontera agrícola sobre nuevas zonas.

En este contexto, los flujos de migración y el intenso crecimiento de las ciudades han propiciado el deterioro de las condiciones de vida para amplios sectores poblacionales, generando condiciones de pobreza, desigualdad en el ingreso y altos niveles de segregación socioespacial (igac, 2011). Así las cosas, es importante considerar que la producción de bienes y servicios requiere del traslado hacia los principales lugares de consumo. Esto implica la configuración de redes de comunicación e infraestructura como el sistema de movilidad terrestre, factor clave de las transformaciones del territorio (Sabaté, 2008). De esta manera, se da paso a conexiones entre los lugares de residencia y trabajo de los habitantes con las actividades que se desarrollan en el territorio según las formas y los patrones de ocupación, de ahí que se forjen intercambios que permitan optimizar la productividad y establecer relaciones comerciales para el desarrollo.

Sobre esta misma línea argumentativa, se expone que las dinámicas espaciales son producto de la interacción de procesos físicos, ambientales y sociales que generan determinadas configuraciones territoriales y una amplia diversidad espacial en la región. Por tal motivo, pensar el desarrollo territorial como un proceso de cambio gradual y direccionado en un contexto espaciotemporal determinado, obliga a reconocer el potencial de las dinámicas existentes y la aplicación de atributos funcionales como componentes esenciales de la planificación. Además, se requiere de la organización social e institucional en un “esfuerzo consciente, continuo y delibrado por parte de los actores privados y públicos para generar la elaboración de sinergias que solo se pueden constituir a mediano y largo plazo, bajo una dimensión relacionada con la eficiencia colectiva” (Quintero, 2011, p. 70). Todo lo anterior se da en tanto que exista un modelo de ordenación claro y explicito que sintetice y articule las dinámicas socioeconómicas de las áreas específicas para el desarrollo del territorio.

Se puede afirmar entonces que la configuración de la ciudad-región4 se asume como el ámbito de desarrollo para la formulación de nuevas herramientas de ordenamiento y diseño regional, soportadas en la comprensión de las dinámicas socioeconómicas y la construcción de nuevas territorialidades: “las dinámicas de transformación de las ciudades y territorios demanda la consideración de escenarios diversos que atiendan a la combinación de factores como tiempo, espacio y estrategias” (Sabaté, 2008, p. 10). Dichas transformaciones se sintetizan en el crecimiento y desarrollo de la región pues su propósito es el de fomentar la productividad. Por un lado, el crecimiento se entiende, en términos socioeconómicos, como el aumento de la productividad y el capital económico, lo que involucra la concentración de actividades que están directamente vinculadas a los mercados más dinámicos (Quintero, 2011). Por otra parte, el desarrollo se relaciona con la creación de oportunidades para la población con el fin de que esta pueda integrarse activamente a los componentes de la productividad económica. Para ello, se requiere del redireccionamiento de las capacidades nacionales, regionales o subregionales del territorio, un tema en el que Colombia se introdujo recientemente con la entrada en vigor de la Ley Orgánica de Ordenamiento Territorial y la formulación de la segunda generación de instrumentos de planificación.

Ahora, respecto a la cuestión ambiental, las corrientes contemporáneas asumen un cambio de perspectiva que va más allá de los enfoques sectoriales y las políticas de conservación. Se trata de crear iniciativas fundamentadas en la cohesión territorial y en una gestión prudente de los recursos naturales y culturales, partiendo de un profundo entendimiento de los espacios ambientales, lo cual permite orientar las acciones de control y seguimiento que evitan el deterioro y la ocupación. De esta forma, se pueden identificar estrategias de ocupación que impacten en las dimensiones de la sostenibilidad y en las circunstancias futuras. La Mesa de Planificación Regional Bogotá-Cundinamarca, el Centro de las Naciones Unidas para el Desarrollo Regional y el Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de la Secretaría de las Naciones Unidas (2005), afirman que estos aspectos deberían encaminarse en colaboración con la geografía del territorio, siendo esta un factor que ayuda a definir sus límites, los bordes de entidades territoriales, los cinturones verdes para delimitar zonas y asentamientos, los perímetros urbanos y de servicios y las zonas para propiciar el crecimiento.

Esta condición supone actuar sobre el paisaje5 como forma de gestión del territorio, fundamentada en un ejercicio de caracterización y análisis que conlleva a evaluar la presencia de dinámicas que modifican y configuran el territorio. En síntesis, el territorio se convierte, en últimas, en una experiencia paisajística concebida como una cualidad de un sistema funcional. Como lo señala Mata et al. (2009), el paisaje constituye un modo particular de leer las características, los valores y los cambios, además de evidenciar los procesos de deterioro y la pérdida de calidad ambiental. Sobre dicha noción, es posible decir que el paisaje se convierte en un elemento importante que permite gestionar el territorio a todas las escalas y todos los contextos con la cualidad de manifestarse sobre la morfología y estructura del territorio.

Curiosamente, son las estructuras las que experimentaron los mayores cambios en las últimas décadas gracias a los procesos de sub-urbanización metropolitana extensiva que no solo ha conducido al aumento de la movilidad regional, sino también a propiciar relaciones dispersas, fragmentadas y descentralizadas. Monzón de Cáceres y Hoz (2009) plantean que uno de los resultados de esta dinámica regional representa “un cambio hacia pautas de movilidad menos sostenibles […] dependientes del automóvil” (p. 58), contribuyendo así a la formalización de una estructura territorial que se dinamiza por medio de la infraestructura vial, un escenario nada lejano a la realidad colombiana. Es la dispersión de actividades y, por ende, la movilidad regional lo que determina las relaciones de dependencia, complementariedad y sinergia en el sistema territorial, conduciendo a escenarios propios de las economías de la aglomeración.

Conforme a esto, la mejora de la conectividad física es fundamental para la articulación de los territorios, pues constituye un esfuerzo por comprender las dinámicas existentes y emergentes en el sistema. Se llega así a una base fundamental para la integración a escala regional: tejer conexiones para fomentar la participación de la ciudad en la red con base en su posición estratégica, potencializando sus intercambios políticos, económicos, sociales y culturales (Vergara y Rivas, 2016). Dichas dinámicas se sustentan, como conclusión, en vínculos sólidos e inteligentes a nivel regional, nacional e internacional, materializando los esfuerzos de cooperación e interdependencia en un sistema abierto capaz de adaptarse a las diferentes circunstancias existentes, dentro de un modelo de alta complejidad y dinamismo capaz de responder a las solicitudes actuales y futuras.

Una aproximación a los conceptos de región y regionalización

Tradicionalmente, la región geográfica se ha descrito física y espacialmente a partir de sus extensiones y bordes, siendo un ámbito espacial que alberga procesos sociales, económicos y políticos junto a intercambios y procesos de urbanización cuyas características les otorgan atributos diferenciadores respecto a las demás regiones. Para la Mesa de Planificación Regional Bogotá-Cundinamarca, el Centro de las Naciones Unidas para el Desarrollo Regional y el Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de la Secretaría General de las Naciones Unidas (2005), el concepto de región se utiliza para designar a la ciudad y los municipios que comprenden una aglomeración metropolitana. En otras ocasiones, se refiere al área de influencia de la ciudad que se extiende en un territorio determinado e incluye relaciones con mejores condiciones de vida, el incremento de la productividad y la seguridad, un mejor acceso a servicios y mayores posibilidades de equidad y sostenibilidad.

Por otro lado, Montañez y Delgado (citado en igac, 2011, p. 20) definen la región como una subdivisión espacial de conveniencia que, dependiendo de los criterios que se utilicen para dar coherencia al espacio, asume una escala y una particularidad económica, cultural, histórica, paisajística o política en los procesos de regionalización que le dan paso a la construcción de una identidad propia. En todo caso, región es sinónimo de área, extensión o espacio donde se territorializan relaciones funcionales que soportan la concepción y uso de modelos espaciales concebidos con base en criterios cualitativos y cuantitativos con un énfasis económico importante (igac, 2011).

Considérese ahora que, durante el transcurso del siglo xx, las regiones colombianas se conformaron por un conjunto de ciudades que adquirieron diversidad, identidad y complejidad sin la necesaria especialización y complementariedad, consolidando escenarios de crecimiento fragmentado y disperso (Leboreiro, 2009). Esta característica del sistema ha generado territorios aislados, conectados por infraestructuras de transporte y desarrollados en baja densidad o con dotaciones insuficientes para prestar adecuadamente servicios urbanos. Como consecuencia, aproximarse a la regionalización es explorar la integración a nivel global, regional y subregional, lo que supone un nuevo orden sobre la realidad del territorio y la formulación de lineamientos renovados para la planificación territorial y la inserción de las ciudades en los mercados internacionales, siendo esto uno de los objetivos de los planes regionales integrales.

Desde dichos instrumentos también se promueve una coordinación institucional, por lo que es válido plantear que la comprensión de una región “es resultado de la superposición de componentes económicos, institucionales, de prestación de servicios y de la creación de infraestructura” (Mesa de Planificación Regional Bogotá-Cundinamarca, Centro de las Naciones Unidas para el Desarrollo Regional y Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de la Secretaría de las Naciones Unidas, 2005, p. 173). Se trata así de crear un proyecto territorial regional en el cual se establezcan múltiples relaciones a diferentes escalas y explorar la configuración de un modelo de ocupación que permita transformar las fuertes tendencias de concentración económica mediante el diseño y la implementación de estrategias pensadas sobre los principios de la sostenibilidad y el mejoramiento de la calidad de vida. De esta manera, se conformaría un territorio competitivo soportado en el aprovechamiento de sus capacidades y recursos, así como en la preservación ambiental, la creación de corredores de movilidad multimodal, la explotación de las ventajas derivadas de las economías de la aglomeración, el incremento de la productividad y la cohesión social.

La multiescalaridad como herramienta de planificación territorial

Con respecto a crear un proyecto territorial, la cuestión de la escala se convierte en un factor fundamental para la proyección de escenarios prospectivos. El asunto es que, en la multiplicidad de espacios, las escalas resultan ser diversas e interrelacionadas, abordando cuestiones sectoriales, jerarquizadas o fragmentadas. Asumiendo el concepto en términos espaciales, el Instituto Geográfico Agustín Codazzi (igac) explora la escala como el nivel espacial de ocurrencia de un fenómeno particular, ligada con el nivel de detalle que orienta su análisis y la comprensión de las relaciones existentes en el territorio. Esto significa que “la capacidad de identificar la ocurrencia de los eventos y el nivel de detalle para analizarlos se conjuga, además, con el análisis entre niveles de área de espacio o análisis interescalar” (igac, 2011, p. 6).

Resultado de esta noción, su análisis representa la superposición de capas interdependientes en las que se puede descomponer el territorio con el objetivo de determinar las escalas proyectuales que permiten profundizar en los temas relevantes que afectan el ámbito de estudio y con ello hacer énfasis en la elaboración de un modelo de ordenación (Sabaté, 2008). Pero de la misma manera, se crea la posibilidad de entender las dinámicas existentes en la región. Para ser más específicos, Sabaté (2007) señala que las escalas no solo definen un conjunto de áreas homogéneas, sino que también son una base imprescindible para la regulación y el ordenamiento del territorio pues traducen urbanísticamente requerimientos e incluyen propuestas de sistemas a escala territorial. Así mismo, menciona que sobre ellas se diseña el soporte estructural necesario para diferentes escenarios, generando condiciones para las redes de movilidad y de servicio en coherencia con las características del territorio.

Analizar así las escalas en el planteamiento teórico involucra las especificaciones señaladas por la Mesa de Planificación Regional Bogotá-Cundinamarca, el Centro de las Naciones Unidas para el Desarrollo Regional y el Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de la Secretaría General de las Naciones Unidas (2005): 1) recolección, clasificación y manejo de la información; 2) definición de políticas y articulación regional y local; 3) configuración de las escalas; 4) formulación de un plan y 5) seguimiento y control. Estas tienen el propósito de entender lo local (que corresponde al sitio especifico analizado), lo urbano (que corresponde al contexto total del asentamiento) y lo regional (que involucra el contexto natural, económico y funcional). En efecto, para cualquier propuesta de planificación y ordenación territorial, las escalas representan las formas de concepción de los territorios como sistemas de las ciudades con base en su ubicación en la red y del medio rural con base en su interacción con el componente urbano, introduciendo lógicas que permiten reconocer la importancia de las regiones (Vergara y Rivas, 2016).

En consonancia con lo descrito hasta aquí, se introduce el concepto de multiescalaridad como la incorporación de las diferentes escalas en los procesos de globalización, articulando el planteamiento de las diferentes actividades y características en un modelo regional y creando una visión inteligente del territorio que facilite la formulación de escenarios prospectivos propensos a lograr un equilibrio entre la competitividad económica, la sostenibilidad ambiental y la cohesión social. En definitiva, la discusión teórica expone la conveniencia de una planeación territorial centrada en el análisis de variables espaciales y la conformación de unidades escalares que den cuenta de las particularidades del ámbito de estudio, así como de sus elementos constitutivos y dinámicas funcionales.

El proyecto territorial: la concreción de escenarios prospectivos

Es claro hasta ahora que el territorio se puede entender como el resultado de permanentes procesos de transformación y un sistema complejo en continua evolución que, en el caso colombiano, le ha dado paso a un crecimiento aislado y fragmentado de las regiones. Para Sabaté (2008), dichos procesos se caracterizan por la incertidumbre, la interdependencia y la acelerada transformación, pues se desarrollan en un sistema abierto en red en el que las distintas singularidades producen una multiplicidad de territorios. Esto da origen a dinámicas sujetas al tiempo y el espacio que involucran cambios asociados a una economía globalizada, lo que plantea importantes retos sobre las capacidades de configuración en las regiones. Por esta razón, es necesario reconocer la perspectiva regional como un espacio no homogéneo.

En este contexto de incertidumbre y oportunidades, el ordenamiento del suelo y del soporte infraestructural se convierten en elementos determinantes para crear escenarios prospectivos que permitan incorporar las ventajas competitivas y de innovación en la generación de proyectos inteligentes (Vergara y Rivas, 2016). Por lo tanto, el diseño y la gestión de un proyecto territorial que genere nodos de integración y abran posibilidades para reestructurar los tejidos urbanos y rurales, articular eficiente y equilibradamente los espacios de actividad económica y lograr un urbanización coordinada, competitiva y coherente que ofrezca una mejor calidad de vida, son los derroteros para la implementación de esta herramienta. Para Sabaté (2008), la importancia de su utilización en la planificación territorial puede facilitar la delimitación, el análisis y la comprensión de identidades territoriales autónomas configuradas a partir de espacios naturales, asentamientos e infraestructuras.

Así, se espera garantizar, en primer lugar, la conexión del ámbito metropolitano con el espacio natural, estableciendo distintas relaciones entre centralidades; en segundo lugar, la dotación de identidades propias para cada uno de los asentamientos con base en las complementariedades y sinergias como elemento clave de las relaciones funcionales y, en tercer lugar, el funcionamiento de la infraestructura según las tendencias actuales y emergentes del desarrollo. En resumen, el proyecto territorial responde a modelos territoriales y urbanos concebidos a partir de distintos ejes articuladores que dan paso a la creación de centralidades y demás elementos conectores que otorgan una gran importancia a la red de infraestructuras, los espacios naturales, las economías basadas en la productividad, el equilibrio social y la calidad de vida.

Diseño metodológico: jerarquización funcional y regionalización nodal

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