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Vanguardia: ampliación del horizonte

Sobre las primeras manifestaciones de la vanguardia en el Perú como superación de los usos modernistas y, en general, de las poéticas del siglo XIX, existen consensos críticos que colocan a Abraham Valdelomar (1888-1919) en una posición limítrofe: es un creador ubicado justo en la frontera de cancelación de una era y el inicio de otra. Como fundador de Colónida, un grupo renovador por excelencia, se convierte en un activista de los nuevos tiempos no solo a través de la revista del mismo título, sino de varios medios de prensa de la época, como Variedades.

En efecto, es factible rastrear en varios de sus trabajos, tanto narrativos como poéticos, ese espíritu recusador de lo establecido, en permanente búsqueda de lenguajes y medios expresivos novedosos que canalicen las sensibilidades en torno del afán rupturista propio de estos movimientos, igualmente dictados por la influencia o hegemonía cultural de las grandes capitales europeas.

Luego de la Primera Guerra Mundial, la atmósfera evidente de transformaciones que preexistía en Europa, antes del conflicto, se radicaliza y fragmenta. La influencia del futurismo o el surrealismo no se dejan esperar. Incluso, la vanguardia peruana adquiere un vuelo inusitadamente creativo y cosmopolita con el grupo “Orkopata”, conducido por los hermanos Peralta, cuyos ejes se asientan en Puno, Cusco y Arequipa, ciudades conectadas con todas las novedades y los vientos de cambio que llegaban al sur peruano desde Buenos Aires, a través del territorio boliviano. Las tempranas experiencias del indigenismo se fusionan con la irrupción de nuevos usos o praxis, y con un vuelo de originalidad y desafío inexistentes en la capital.

En su irregular “Panorama”, el argentino Abraham (2012) le atribuye a Valdelomar una incursión en estos registros a través de narraciones como “El círculo de la muerte”, que plantea ingeniosamente el estudio de estadísticas de suicidas por parte de un hábil empresario. Ello le permite idear un grotesco espectáculo circense de seres humanos que se autoinmolan ante un público ávido de emociones. El otro cuento al que alude Abraham es “Finis desolatrix veritae”, historia con evidentes influencias del Wells de La máquina del tiempo. Ambas narraciones se inscriben en un terreno fronterizo entre el relato de crítica social o política y la especulación negativa acerca de los supuestos avances de la humanidad.

César Vallejo (Santiago de Chuco, 1892 - París, 1938), poeta que marcará el tránsito del modernismo a una mirada universalista plenamente humana en medio de las grandes contiendas bélicas y políticas del siglo XX, exploró la narrativa con brillantez en libros como Contra el secreto profesional y Escalas. Los textos incluidos en estas colecciones incorporan una sensibilidad decadentista, lindante con lo gótico, en el planteamiento de las ficciones fantásticas que Vallejo cultiva a través de un lenguaje poético y abundante en sugerencias de todo corte.

“Los caynas o el paso regresivo” grafica el interés de Vallejo por un tema tan polémico como el de la evolución del ser humano desde un estado de primate inferior hasta la conquista de la naturaleza y la modificación del entorno. En este relato, los habitantes de un pueblo parecen haber emprendido el proceso contrario: han sufrido un retroceso hacia las condiciones primigenias de la humanidad. En 1963, Pierre Boulle, un novelista francés, publicaría una célebre novela titulada El planeta de los simios, que en buena parte coincide con las adelantadas ideas de Vallejo, medio siglo antes.

Alberto Hidalgo (Arequipa, 1897 - Buenos Aires, 1967) es un caso particular en el desarrollo de la vanguardia peruana. Trasplantado muy joven a la Argentina (en Lima, había pertenecido al círculo de Valdelomar), donde conoció a Borges y a toda la generación martinfierrista y ultraísta, carece de una filiación precisa o fácilmente adscrita a las tendencias de la época. Su caudalosa obra poética, en la cual trató de imponer un lenguaje y estética personales, denominados simplismo, va de la mano con su fama de libelista, lo que le granjeó el rechazo y odio de muchos políticos contemporáneos y de colegas, de quienes se alejó abruptamente. Es célebre, por ejemplo, el ataque al dictador Sánchez Cerro, de quien fue enemigo acérrimo e implacable. Influido por el futurismo, publicó precisamente en Argentina su único libro de narraciones, Los sapos y otras personas (1927). En este libro Hidalgo delata su fascinación por la tecnología de la época, como ascensores y tranvías, así como por la ciencia y su ejercicio en un mundo fugaz que el autor somete al filtro de su mordacidad y actitud contestataria. Varios relatos de esta colección extienden afinidades evidentes con algunas de las rutas que la CF hispanoamericana estaba asumiendo en su aún vacilante construcción, a medio camino de las determinaciones externas y la búsqueda de planteamientos originales acordes con las propias transformaciones que las sociedades enfrentaban como parte de sus proyectos modernizadores.

Cierra el ciclo vanguardista de la ciencia ficción peruana Manuel A. Bedoya (Callao, 1888), un escritor que fue muy popular y exitoso en España, con novelas de corte policial y de aventuras. Gracias a Elton Honores, en 2015 apareció, a casi cien años de su publicación original, El hijo del doctor Wolfann. Un hombre artificial (1917), narración escrita durante los días de la Gran Guerra (1914-1918). Esta catástrofe, que acarrearía el fin de una era de certezas, fue vivida de cerca por el autor, quien se encontraba en Europa durante esos días funestos. De ahí la fuerza de muchas de sus ideas e imágenes, tributarias de Frankenstein o el moderno Prometeo, de Mary Shelley —principal referencia de Bedoya—, lo mismo que La Eva futura, de Villiers de L’isle. Con estos antecedentes y una visión crítica frente a los imperialismos europeos, gesta una historia de enorme valor distópico, pues anticipa el uso de soldados fabricados en laboratorio para satisfacer las ansias de poder de los países centrales. La riqueza imaginativa de Bedoya suple al rigor; no se trata de una CF de pretensiones ajustadas a la comprobación exacta. Un claro ejemplo es el recurso del cual se vale el autor para explicar cómo nace la criatura, bastante alejado de cualquier sustento teórico o experimental. Sin embargo, Bedoya formula anticipaciones impresionantes, como el de las células madre, descubrimiento que no sería posible sino hasta más de medio siglo después.

Década de 1950: la conexión hacia el futuro

Desde 1950 en adelante, la ciencia ficción peruana parece experimentar un segundo aire, luego del aletargamiento acaecido durante la década de 1940; en la que no registra actividad, si nos atenemos a los datos brindados por los especialistas.

Tanto Elton Honores (2010) como Daniel Salvo (2004) coinciden en que este es un periodo de tránsito hacia una expansión que conduciría al género a un progresivo afianzamiento. La coincidencia con hechos trascendentales para la historia de la ciencia y de la técnica no es gratuita. Son los años del inicio de la carrera espacial que, en el marco de la Guerra Fría, llevan a cabo los Estados Unidos y la Unión Soviética. En 1945, las explosiones atómicas en Hiroshima y Nagasaki, que marcaron el fin de la segunda contienda global, lanzaron a la humanidad a una nueva era, en la cual, por primera vez, se tomaba conciencia del poder destructivo inherente a la manipulación de la materia.

El Perú, durante esos años, soportará una vez más la presencia de una dictadura militar: la del general Manuel Odría, quien gobierna entre 1948 y 1956, luego de la caída del gobierno democrático encabezado por José Luis Bustamante y Rivero (1945-1948). El socavamiento del régimen, a cargo del Partido Aprista, lleva al país a una crisis de envergadura, lo que lleva a los militares a una nueva ruptura del orden constitucional. Una vez tomado el control, Odría desata una feroz persecución contra políticos de oposición, especialmente de izquierda, y obliga al APRA a replegarse a la clandestinidad, con su líder, Haya de la Torre, asilado en la Embajada de Colombia por un tiempo prolongado.

Gracias a la bonanza económica, en gran parte debida al incremento en las exportaciones de materia prima que genera la guerra de Corea, el régimen logra cierta ascendencia y reconocimiento por parte de los sectores medios y populares, quienes se benefician con la construcción de viviendas de bajo costo (las llamadas unidades vecinales) y una serie de obras públicas que modernizan a la capital y a otras ciudades. Esto crea adhesiones y genera el fortalecimiento del odriismo como fuerza política, aunque esto nunca se reflejara en el plano electoral, ya que la Unión Nacional Odriista (UNO), el partido fundado por el dictador, no ganó ninguna de las elecciones en las cuales participó —incluso aliado con sus antiguos enemigos apristas—.

Y en las postrimerías del régimen, antes de las elecciones de 1956 que gana Manuel Prado, un nuevo medio de comunicación se instala en los hogares, como gran modelador de gustos y mecanismo de control ideológico que los primeros broadcasters intuyeron como futura industria: la televisión, cuyas primeras transmisiones de prueba —para un flamante canal del Estado— se emitirán desde el último piso del Ministerio de Educación, el primer rascacielos construido en el Perú y que cambiaría el perfil de la ciudad. La elevación del poder adquisitivo de las nuevas capas medias hace factible que esta tecnología, en un mundo hasta entonces dominado por la radio y el cine, transforme la visión acerca del mundo y establezca nuevos parámetros en el imaginario colectivo, esencialmente hollado por la penetración del mercado norteamericano y sus productos6.

No es, precisamente, un escenario abundante en obras y creadores. Llama ciertamente la atención de que ninguno de los autores pertenecientes a la llamada generación del 50 se interese por la ciencia ficción en el momento al que hacemos referencia.

Debe tomarse en cuenta que escritores nacidos después de 1920 solo darán a conocer sus textos en las cuatro décadas posteriores, como José B. Adolph, Juan Rivera Saavedra y Enrique Congrains Martin7, respectivamente. En otras palabras, los miembros de la llamada generación del 50 no se constituyen en agentes protagónicos de inmediato, pues estaban dedicados al periodismo o a la producción literaria de otra naturaleza. La actividad correrá a cargo de autores nacidos muchos años antes. El consenso señala a Héctor Velarde (1898-1989) —arquitecto de profesión y escritor que cultivó el humorismo con mucho éxito— como uno de los pocos autores interesados por las posibilidades de la ciencia ficción, pero desde un punto de vista cáustico o irónico, enfocado sobre todo en las transformaciones de las costumbres y la influencia de un modo de vida cada vez más artificial en los habitantes de Lima.

El aporte de Velarde se concentra en Un hombre con tongo (1950) y La perra en el satélite (1958). A decir de Salvo (2004), estamos ante el caso aislado de un autor de tono crepuscular, quien utiliza los recursos del humor a la manera de una barrea contra la inevitable extinción de un mundo que parecía inalterable, donde todo estaba en su lugar y cada elemento era parte de una tradición sin fisuras. Honores (2010), por su parte, destaca la condición especulativa de estos libros respecto de la lenta inserción de la tecnología en la vida cotidiana8.

En los dos libros de Velarde es visible la preocupación por una suerte de crisis y un descontento frente a la pérdida de la identidad y del arraigo a elementos del pasado que la modernidad, cual vendaval, avasalla sin remedio. Entre líneas, subyace la nostalgia por el paraíso perdido: la ciudad que el autor conoció y en la que vivió toda su existencia está cambiando sin remedio.

Otro autor representativo de esta fase es Eugenio Alarco (1908-2005), historiador y ensayista, quien también exploró algunas de las temáticas más identificadas con el género en las novelas La magia de los mundos (1952) y Los mortales (1966). En ellas, este autor perfila la existencia de una humanidad futura dividida entre aquellos que han alcanzado la vida eterna y los que han quedado postergados respecto de esta posibilidad. Más allá del valor literario, poco apreciado por Abraham (2012, p. 415), quien se refiere a un estilo sobrecargado de adjetivos, el interés de estas novelas —a pesar de sus limitaciones artísticas— radica principalmente en los planteamientos distópicos: los hombres siguen estableciendo jerarquías entre ellos, a pesar de la desaparición de los conflictos sociales y de las guerras devastadoras. Y un grupo se arroga el derecho de decidir quiénes merecen alcanzar la inmortalidad.

La Edad de Oro: 1968 a 1977

En la siguiente década, ya en plena era espacial, un nombre es casi excluyente de cualquier otra propuesta vinculada con la CF. Es, obviamente, el de José B. Adolph (Stuttgart, 1933 - Lima, 2008). A diez años de su muerte, el consenso acerca de su importancia para el género en el Perú se ha visto consolidado gracias a una copiosa proliferación de artículos, ponencias y tesis universitarias en torno de su obra.

Trasplantado a Sudamérica desde la cultura europea, en un periodo de crisis que culminaría con la Segunda Guerra Mundial desatada por el Tercer Reich, la obra de Adolph se inicia con la publicación del libro de cuentos El retorno de Aladino (1968) y, a lo largo de cuatro décadas, explorará las diversas posibilidades ofrecidas por la CF en un medio que hasta entonces no la había desarrollado más allá de ciertos tratamientos temáticos o coincidencias, sin estar necesariamente conectado con los grandes centros de producción, principalmente los Estados Unidos.

A diferencia de sus contemporáneos, como Velarde o Alarco, que publican varios años antes, Adolph es un autor que decide inscribirse en los confines adultos y problemáticos, a la manera de creadores modernos como Asimov, Bradbury, Ballard, Heinley, Clarke, Leiber, Lem o Vonnegut, algunos de los cuales parecen haber sido sus principales referencias durante su formación como escritor. Esa visión cuestionadora de la civilización y de sus problemas vía el lenguaje de la CF se prolongará durante toda la primera parte de su obra, que alterna esta corriente con tratamientos afines a la tradición de la literatura fantástica, terrenos en los cuales también es calificado como uno de los contribuyentes de rol protagónico en el Perú.

Daniel Salvo (2010), uno de los más enterados conocedores de la obra de Adolph, intenta una caracterización de lo que él denomina, en un detallado artículo, “La Edad de Oro de la ciencia ficción peruana”. Para el escritor e investigador iqueño, Adolph practica una modalidad “que lo hermana con la vertiente más especulativa del género, no basada en el regodeo tecnológico o aventurero, sino en especulaciones sobre el sentido último de la vida, la inteligencia, la humanidad, la religión” (p. 138). A lo largo de su producción, sobre todo en los cuatro volúmenes de cuentos que siguen a El retorno de Aladino, Adolph, quien fue más reconocido fuera de su país de adopción, abordará la CF como un medio capaz de transmitir reflexiones teñidas de escepticismo e ironía acerca de la sociedad de su época. En otras palabras, el corpus principal de estos relatos se halla en Hasta que la muerte (1971), Invisible para las fieras (1972), Cuentos del relojero abominable (1973) y Mañana fuimos felices (1975). En ellos se instala el núcleo exploratorio de Adolph y su visión de los asuntos tratados anteriormente por el género. Relatos como “Tesis”, “El complejo de Caín”, “El falsificador” “Los mensajeros”, “Hasta que la muerte”, “Inauguración” o “Artemio y Multical”, remiten a unos precedentes más o menos codificados, como Asimov o Clarke. Sin embargo, no estamos frente a un autor simplemente epigonal, sino ante alguien que utiliza los tópicos con el propósito de moldear abordajes originales que no se limiten a la mera imitación o al tributo a las fuentes inspiradoras.

Adolph propone una visión muy personal de la sociedad y de los seres humanos bajo una pátina de ironía y velado sarcasmo acerca de las múltiples contradicciones: una especie imperfecta y temerosa a pesar de sus grandes conquistas tecnológicas. Ello permanecerá latente incluso en obras tardías, como Los fines del mundo (2003). No hay duda de que este escritor marcará un hito en el hasta entonces inseguro e incipiente territorio de la CF escrita en el Perú. Con su obra perdurable, extendida a novelas distópicas como Mañana las ratas (1984) —en esta plantea un futuro sombrío en el cual una corporación global se ha entronizado para ejercer el control sobre las muchedumbres pauperizadas en ciudades derruidas como Lima—, la CF de factura nacional parece anunciar los primeros síntomas de una madurez posible.

José Manuel Estremadoyro, incluido por Abraham y Salvo en sus respectivos panoramas, es autor de dos novelas aparecidas a comienzos de la década que, de algún modo, cancelarán el ciclo de las obras que aún abordan la ciencia ficción con una perspectiva complaciente, recurriendo a planteamientos ya bastante socorridos. Se trata de Glaskaan, el planeta maravilloso (1971) y su continuación, Los homos y la Tierra (1971). Para Salvo (2010), Estremadoyro acomete la llamada space opera, es decir, las trepidantes aventuras en el espacio exterior. Destaca particularmente la segunda, hilarante; tema en el que también incide Abraham (2012), quien efectúa una reseña de las dos novelas. Asimismo, presta atención a la carga humorística de los libros de este autor, casi una curiosidad en su tiempo, pero que hoy es una pieza a tomar en cuenta en la emergencia del género y su proyección. Incluso la vía ensayada por Estremadoyro parece haber sido retomada desde los 2000 por jóvenes autores, bajo la influencia no necesariamente de estas novelas, sino del cine y productos de audiencia popular9.

El otro nombre relevante de este periodo de consolidación es Juan Rivera Saavedra (Lima, 1930). Dramaturgo e historiador del teatro peruano, su copiosa producción incluye un libro de microrrelatos, titulado Cuentos sociales de ciencia ficción (1976), cuya trascendencia en términos literarios y de afirmación para un género invisible por el sistema es semejante a la de Adolph10. De manera similar, Rivera Saavedra también intenta una confrontación de los problemas contemporáneos, utilizando para tales efectos la tecnología aeroespacial y la robótica. Su visión es sombría y escéptica acerca de un auténtico progreso de la humanidad, que sigue debatiéndose en las aguas del racismo, la expoliación de pueblos enteros y la riqueza inconmensurable de unos cuantos frente a la pobreza de grandes masas situadas en los países periféricos o tercermundistas. Al igual que Adolph, Rivera Saavedra recurre al sarcasmo y al humor negro a la hora de juzgar críticamente a los humanos sometidos con largueza al imperio de las máquinas que él mismo creara en sus afanes por dominar la naturaleza o transformarla (Martínez Gómez, 1992). Se trata de una pieza única en los anales de la ciencia ficción peruana, que ha sido redescubierta por cultores más jóvenes deseosos de reconocerse en una tradición propia y no solo en los referentes canónicos de los Estados Unidos o Europa.

Con la aparición de estos dos escritores, tan afines en concepción y en tratamiento de los temas, la CF del país dio un paso de importancia crucial que la desplazó desde la ingenuidad o el simplismo de los primeros días hasta un nuevo registro, en el que se instalarán los escritores posteriores. Es decir, los que empiezan a pergeñar sus obras desde comienzos de la década de 1980 hasta nuestros días, cada vez más acuciados por la necesidad de que el género plantee con mirada crítica problemas del mundo actual, proyectados hacia un futuro medianamente cercano.

399
623,28 ₽
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483 стр. 6 иллюстраций
ISBN:
9789972454899
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