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De los turbulentos ochenta hasta nuestros días

Este ciclo, prolongación del inaugurado por El retorno de Aladino (1968), coincide con el inicio de la violencia política desatada por el grupo maoísta Sendero Luminoso en el sur andino (Ayacucho, 1980), que luego se extendería a gran parte del territorio peruano. Durante doce años, el Estado y esta facción escindida del Partido Comunista, liderada por Abimael Guzmán, libraron una guerra con altos costos humanos y materiales. Se calcula, gracias a las cifras de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, que en aquel lapso murieron aproximadamente setenta mil personas, entre civiles, policías, soldados y miembros de los alzados en armas, al que luego se sumaría el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA).

La ciencia ficción posterior a Adolph y Rivera Saavedra está enmarcada, por lo tanto, en uno de los periodos más sombríos de nuestra historia. La guerra interna se agudiza, además, por la inoperancia de los sucesivos gobiernos que, desde Belaunde Terry hasta Fujimori, intentaron resolver militarmente una situación que necesitaba un delicado y, al mismo tiempo, firme manejo político. A la inutilidad del gobierno acciopopulista (1980-1985), la corrupción galopante del encabezado por García (1985-1990) —con el desastre económico fruto de la demagogia e igual infestación de corruptos—, se plegó, en un tercer momento, el régimen encabezado por Alberto Fujimori, quien, con el apoyo de los apristas, derrotó al novelista Mario Vargas Llosa en las elecciones presidenciales de 1990. Dos años después, en 1992, Fujimori dio un autogolpe, revelando de cuerpo entero la impronta autoritaria de un gobierno que golpearía duramente a la institucionalidad a través de una serie de acciones en contra de los derechos humanos y los poderes del Estado. Gracias a una alianza con empresarios de los medios de comunicación y la cúpula militar dominada a su antojo por su asesor Vladimiro Montesinos, Fujimori avaló crímenes como los de la Cantuta y Barrios Altos, amén de asesinatos selectivos de sindicalistas valiosos; como Pedro Huilca, tenaz opositor de la dictadura.

La nueva ciencia ficción peruana dialoga, en consecuencia, con un mundo sometido a los fantasmas de la desintegración y de la inviabilidad del país, en tanto aspiración a convertirse en una República superior y moderna. Esta, por el contrario, parece haber retrocedido al siglo XIX, es decir, a los tiempos de feroces pugnas entre caudillos luego de la Independencia del dominio español. Un sentimiento apocalíptico, del cual Mañana las ratas (1984) es un ejemplo representativo, resultaba, entonces, inevitable. La utopía, ese concepto tan anclado en la construcción del género desde sus inicios, es aquí refutada por las condiciones objetivas de una sociedad que se autofagocita o autoconsume en un baño de sangre colectivo, sin esperanzas de superar esos obstáculos.

Los periodos formativos y libros de Enrique Prochazka (Lima, 1960) y Carlos Herrera (Arequipa, 1961) se insertan de este modo en una dinámica que cuestiona la hegemonía del realismo en la literatura peruana. En efecto, ambos escritores proponen, junto a Gonzalo Portals (1961) o Carlos Schwalb (1955), vías desterritorializadoras11 en la ficción, que ya no son tributarias de Ribeyro o Vargas Llosa, sino que ensayan el planteamiento de universos narrativos exploratorios de las tendencias no realistas y se alimentan de referencias o claves distintas.

Generacionalmente, se encuentran sometidos todavía a las referencias literarias propias de su formación intelectual y artística. Por otro lado, asumen con soltura y sin pudor referentes de la cultura de masas, a la que han accedido principalmente mediante la televisión; pero no son ajenos, en absoluto, al cine y a las publicaciones gráficas de enorme tiraje. Practicarán, en consecuencia y en sucesivos libros, una CF que tributa tanto a los productos de prestigio como a las manifestaciones más populares. Esto trae un efecto inmediato: la disolución de las fronteras.

Prochazka está considerado como uno de los escritores más importantes del Perú contemporáneo, y no solo en los géneros de orientación fantástica. Cultiva un perfil reservado y es poco asiduo a participar en coloquios, congresos o a conceder entrevistas a los medios. Sus libros, orillados por el siempre cuestionable calificativo de culto, han permitido, desde Un único desierto (1997) hasta Cuarenta sílabas, catorce palabras (2005) —sin obviar la nouvelle Casa (2004)—, solidificar la ciencia ficción local, al reelaborar con profundidad los antiguos tópicos (incluso los tratados por autores menos canónicos), como los viajes en el tiempo y la obsesiva, recurrente preocupación por la creación de máquinas que ocasionen la extinción de la humanidad. Sus canteras académicas de origen, como la filosofía, han derivado no pocas de sus ficciones a una velada disquisición ética y especulativa en torno de la civilización. En Casa son evidentes las referencias a 2001. Odisea del espacio (1968), el filme de Stanley Kubrick que supuso un punto de no retorno en la historia del cine y del género, en particular. Sin duda, Prochazka, luego de Adolph —cuyas resonancias también se explicitan en varias de sus narraciones—, es un eje indiscutible de la nueva ciencia ficción peruana e hispanoamericana.

El caso de Carlos Herrera es similar. Diplomático de profesión, es uno de los narradores destacados de la década de 1980. Su primer libro, Morgana (1988), anunció un giro en las tendencias de la época, todavía visiblemente influidas por el neorrealismo urbano y el neoindigenismo posterior a Arguedas. En un contexto donde las exploraciones afines a Borges y Bioy Casares no habían sido frecuentes —a pesar de los logros de la generación del 50—, ni parecían fomentar un interés en las nuevas promociones, Herrera decide ir precisamente en sentido contrario a lo previsible, o a lo que la institución literaria había determinado como línea central. De ahí que los libros posteriores del escritor arequipeño constituyan siempre apuestas sólidas por instalarse en territorios excéntricos o periféricos, respecto de las tendencias en boga a fines de tan calamitoso periodo, y en una ruta paralela a la recorrida por Prochazka. Sus incursiones en la ciencia ficción, sobre todo en el volumen de cuentos Las musas y los muertos (1997), denotan una mirada refinada y cáustica, producto de lecturas heterogéneas, la formación cosmopolita y una búsqueda expresiva que escape a las fórmulas convencionales del género, sin que esto signifique perder de vista las claves esenciales o las codificaciones que todos los autores han heredado, necesariamente, de una tradición.

En un segundo tramo, es indispensable mencionar a tres autores que, desde diversas estéticas y diálogos con el canon de la CF, configuran la plataforma más sólida en la articulación de un horizonte que ya comienza a mostrar ciertas marcas distintivas e intereses quizás diferenciados de los precedentes inmediatos: José Donayre Hoefken, Daniel Salvo y Alexis Iparraguirre.

José Donayre Hoefken (Lima, 1966) publica, en 1999, una novela compleja y original: La fabulosa máquina del sueño. Constituye su primer libro y se trata de una ficción perturbadora, en la que los territorios de la imaginación y la realidad forman un continuum instrumentalizado por un artefacto imposible, misterioso y perverso que, de algún modo, también escapa al control de sus creadores. Un aspecto relevante del texto es el uso del lenguaje, por momentos experimental y orientado a la expansión constante de sus posibilidades, acorde al universo representado. Abraham (2012) destaca que el libro de Donayre se ubica en un dominio donde se entrecruzan la ciencia ficción y la literatura fantástica.

La obra en sí ya resultaba absolutamente atípica dentro de las tendencias imperantes a fines de la década de 1990. En cierta medida, habita en ella una alegoría poderosa —cifrada y poética, como es toda alegoría— acerca de la descomposición de las identidades como producto de la manipulación y de la violencia que la terrible máquina personifica. JDH ha seguido incursionando en el género posteriormente en libros de cuentos, como Entre dos eclipses (2001), y otra novela, La trama de las moiras (2003). En estas obras los elementos propios de la CF están menos anunciados, pero, aun así, demuestran el conocimiento del autor y la comodidad de la que hace gala para insertarlos en sus ficciones, siempre impregnadas de una oscuridad o un hermetismo deliberado e inquietante.

Daniel Salvo (seudónimo de Julio Viccina, Ica, 1967), como ya se ha comentado a lo largo del presente trabajo, es probablemente el autor de factura más clásica y, al mismo tiempo, el que más ha elaborado textos de ciencia ficción inspirados en la precaria realidad peruana y en la dramática historia del país. Al igual que Adolph y Rivera Saavedra, utiliza el género para plantear parábolas sobre la injusticia social, la intolerancia, el racismo y la inviabilidad de un colectivo con tendencia a la involución y a la anomia. Abogado de profesión, desarrolló en paralelo una profusa labor de investigador y crítico, con la virtud de no hacer distinciones entre las producciones de prestigio y las de alcances más mediáticos. Su generosa labor de difusión sobre autores peruanos, a través de una serie de soportes virtuales, lo colocan en una posición singular: una especie de aduana, de gran central por la que transitan textos y creadores con el único propósito de que estos sean leídos. Creyente fiel del e-book y el Kindle, y escéptico ante los mecanismos de distribución tradicionales, su importante obra solo fue conocida en revistas y antologías hasta que se decidió, en 2014, a publicar una selección de sus relatos en el volumen físico El primer peruano en el espacio, texto que debe sumarse a los grandes hitos de la ciencia ficción peruana, como El retorno de Aladino, Casa, La fabulosa máquina del sueño o El fuego de las multitudes. Salvo, sin lugar a dudas, es quien más ha contribuido a que la ciencia ficción local alcance una suerte de visibilidad que contradice largamente los lugares comunes acerca de su condición periférica o de mera curiosidad.

En tercer término, debe incluirse a Alexis Iparraguirre (Lima, 1974) como cierre de este grupo de autores determinantes. Su libro El inventario de las naves (2005), galardonado con el importante premio de narrativa concedido por la Pontificia Universidad Católica del Perú, fue una verdadera revelación, y no solo de Iparraguirre como autor de talento, capaz de elaborar textos renuentes a ubicarse en un casillero único, con universos ficcionales autosuficientes o autocontenidos, emparentados quizás con los planteamientos de Donayre Hoefken —lo mistérico, lo apocalíptico, las referencias literarias y la impronta metaficcional, aparte de una gran preocupación por el estilo—, pero también distintos en cuanto al sentido de la estructura; es decir, a la construcción de los discursos. En El inventario de las naves Iparraguirre desarrolla una serie de inquietantes relatos —en torno del escape de esta realidad a través de una sustancia sicotrópica— que, al final, desembocan en uno solo, el que lleva el título del libro: clara alusión a un pasaje de la Ilíada, ligado a una posible catástrofe planetaria. El esperado retorno de Iparraguirre ocurrió precisamente en 2016, cuando la Editorial Emecé del Grupo Planeta publicó El fuego de las multitudes, volumen que consta de cuatro narraciones de gran factura literaria. La ciencia ficción, en la perspectiva de Iparraguirre —especialmente en cuentos como “Albedo” y “Demonio atómico”—, vincula el relato del ascenso de la civilización y sus logros con la locura inherente al ser humano: el desequilibrio crónico que lo lleva a ejecutar acciones donde la tecnología no lo redime, pues ha quedado solo como una cáscara despojada de significado: la razón o la fe en el progreso ya dejó de ser la fuerza generadora para una humanidad más bien proclive a caer bajo la férula de los poderes más oscuros y siniestros. Estos dos libros sitúan a su autor dentro del canon, y son una buena muestra de la madurez que está alcanzando el género en el Perú.

Las escritoras peruanas, al contrario de lo que ocurre en otros países, no han incursionado en la ciencia ficción de un modo decidido o como un objetivo central. La autora más destacada y reconocida es Tanya Tinjälä (Callao, 1963), quien radica hace muchos años en Finlandia, donde enseña inglés y francés. Al igual que Salvo, es una verdadera animadora cultural, pues está dedicada a difundir el género en blogs y espacios similares. Tinjälä es autora de la novela La ciudad de los nictálopes (2003), libro destinado, en principio, a un público juvenil que, como en muchos casos similares, logra traspasar esas fronteras, pues su problemática atañe sobre todo a una amarga crítica al mundo construido por adultos. La protagonista vive en una ciudad futurista en la que todas las necesidades son automáticamente resueltas para lograr el bienestar del individuo. Pero esta urbe, una especie de entidad artificial que vela por los sujetos, llega a convertirse en una cárcel, en una atadura que anula la inventiva y la creatividad. De este modo, se propician ansias de libertad entre los habitantes. La novela fue muy exitosa en la órbita del llamado plan lector.

También es interesante citar el caso de Adriana Alarco de Zadra (Lima, 1937), de educación cosmopolita, pues se educó en los Estados Unidos y en Italia, donde reside. Especializada en literatura infantil, ha abordado la ciencia ficción en repetidas ocasiones. Alejandra Paredes Demarini y Yelinna Pulliti Carrasco son dos nombres recurrentes en antologías y en distintos foros, y quienes junto a Tynjälä deben ser consideradas como representantes de una emergente literatura de ciencia ficción femenina, parcela lamentablemente dominada todavía por los varones. Sin embargo, en poco tiempo, esto debería cambiar, como ya ha ocurrido en el género fantástico con la escritora Yeniva Fernández (Lima, 1969), por ahora la única representante destacada en estos dominios entre las nuevas generaciones.

Casos interesantes son los de escritores no identificados con el género como un registro constante, pero que han llegado a él por afinidades electivas o coyunturas particulares en algún momento de sus trayectorias. Son los casos de escritores reconocidos, como Carlos Calderón Fajardo (1946-2015), Luis Freire Sarria (1945), Nilo Espinoza Haro (1950) y Jorge Valenzuela Garcés (1962). Dos de ellos, Freire y Valenzuela, han sido incluidos en la antología.

Otro caso significativo es el de Giancarlo Stagnaro (Lima, 1975), precoz escritor que a comienzos de los noventas, cuando tenía catorce años, publicó Hiperespacios, una novela de anticipación que combina elementos clásicos de la space opera con la cultura de los mass media. Hoy es un respetado crítico, profesor universitario e investigador que radicó muchos años en los Estados Unidos. Se esperan de él más incursiones en este género. Precisamente, su tesis doctoral aborda la problemática de la ciencia ficción peruana, trabajo que se suma con grandes méritos, por la seriedad y el rigor asumidos, al de Elton Honores.

También es oportuno mencionar a Pedro Novoa Castillo (Huacho, 1974), un escritor galardonado en múltiples ocasiones y que se orienta a varios registros, como el realista y el fantástico. Su libro de cuentos, Cacería de espejismos (2013), es uno de los más sólidos conjuntos de narraciones de ciencia ficción que se hayan publicado durante los últimos años, debido a que incluye una mirada que excede las convenciones y los tratamientos típicos o desgastados.

Finalmente, hay una lista larga de escritores, de heterogéneas edades, en proceso de construcción o afirmación de una obra propia, que han aprovechado al máximo los nuevos soportes tecnológicos en comunicación para difundir sus obras y tender redes globales. Varios de ellos apuntan a consolidarse durante los años venideros.

Entre ellos, es pertinente mencionar a Alfredo Dammert, Carlos de la Torre Paredes, Luis Bolaños, Alberto Casado, Luis Arbaiza, Luis T. Moy, Carlos Vera Scamarone, César Anglas, Carlos Saldívar, Hans Rothgiesser, Jorge Casilla, Carlos Scotto, Raúl Quiroz, Francisco Bardales, Alberto Benza, Miguel A. Vallejo, Aland Bisso, Jorge Ureta, Benjamín Román Abram, Antoanette Alza Barco, Jeremy Torres-Montero, Luis Zuñiga, Horacio Vargas, Juan José Cavero, Enrique Kawamura, Jesús Salcedo, Carlos Bancayán, Aurora Seldon, Víctor Coral, Amador Caballero, Fernando Luque, Sandro Bossio, Augusto Murillo, Francisco Bardales, Giulio Guzmán, Jim Rodríguez, Alejandro Neyra, Carlos Echevarría, Andrea Rivera, Manuel Antonio Cuba, Iván Bolaños, José Dellepiane, Antony Llanos Sánchez, Doménico Chiappe, Bianca Miosi, Sebastián Esponda, Giuseppe Albatrino, Fred Guerra Velásquez, José Manuel Balta, Ethel Bazán Vidal, Antonio Castro Cruz, Arturo Delgado Galimberti, Miguel Franco Ulloa, Abram Jara Támara, Zózimo Roberto Morillo, Paul Muro Lozada, Pablo Nicoli Segura, Martín Palma Melena, Iván Paredes Córdova, Andrés Paredes, Jorge Revilla, Isaac Robles, Luis J. Torres, Pablo Salazar Calderón Galliani y Carlos Yushimito. Es evidente que la lista no se agota aquí y debe ser revisada constantemente.

El tiempo dirá quiénes se integran a un canon o bien persisten en la escritura dentro de estos parámetros, siempre sometidos a los vaivenes del cambio y las dinámicas propias de cada periodo.

Capítulo 3

Antología crítica de la ciencia ficción peruana

Nota introductoria

Es un lugar común establecer justificaciones que sustenten los criterios de una antología. Una reunión de textos como la que sigue a esta nota estará, como siempre se ha dicho, circunscrita a una serie de factores. Y, además, sometida a las críticas de los especialistas y conocedores en relación con su particular configuración.

A diferencia de una muestra, como lo ha hecho saber el escritor y editor José Donayre Hoefken a propósito de Se vende marcianos (2015) —ejercicio que supone una visión amplia y no rigurosa de un determinado instante de producción narrativa de la CF peruana—, las antologías se desplazan en dirección contraria: se proponen construir, con objetivos más o menos canónicos, una selección lo más exigente y rigurosa posible en materia del corpus trabajado.

En este caso no hay novedades: nuestro propósito, luego de demostrar que efectivamente contamos con una tradición de larga data en el género, es destacar las contribuciones valiosas de autores que llegaron a los linderos de la ciencia ficción por una serie de afinidades electivas. Estas fueron consecuencia de la época en que escribieron (incluso, cuando ni siquiera se había acuñado el término, lo que ocurriría solo en la década de 1920), pasando por aquellos interesados en aprovechar algunos aspectos de esta práctica, hasta desembocar en autores contemporáneos que se asumen a sí mismos, en mayor o menor medida, como escritores a tiempo completo de estos terrenos, compartidos en más de un caso con el ejercicio de la narrativa fantástica propiamente dicha. Obviaremos la discusión sobre si la CF es parte o no de esta literatura. En el primer capítulo hemos intentado realizar los deslindes correspondientes.

Pretendemos brindar una visión panorámica de los textos más representativos de la CF peruana; sin embargo, también es necesario defender una postura estética y el aporte particular a la construcción de un sistema literario que por muchos años fue casi invisible, más allá de la escasa y hasta peyorativa atención que se le dispensaba en diversos ámbitos. En el panorama del segundo capítulo hemos seguido una línea evidentemente cronológica, que ha dictado finalmente la configuración de esta antología.

La separación en seis grandes periodos tampoco agota el asunto o anula la posibilidad de pensar en otras maneras de organizar los textos y autores. Sin embargo, la coincidencia con investigadores del nivel de Elton Honores o Daniel Salvo es un buen punto de sustentación, aunque existan naturales diferencias en cuanto a los autores propuestos. Por ejemplo, no se ha tomado en cuenta la novela del poeta y artista plástico Jorge Eduardo Eielson, Primera muerte de María, porque consideramos que su propósito —cuando utiliza ciertos tópicos del género— es distinto al que plantean autores decididos a escribir clara y explícitamente desde las convenciones o códigos argumentados por Darko Suvin acerca del novum o extrañamiento cognoscitivo. Estos, de acuerdo con lo expuesto en el primer capítulo, son condiciones sine qua non para considerar una obra dentro de la denominada ficción científica o no.

Hemos procurado adecuarnos a los instrumentos de Suvin, puesto que, por ahora, su obra Metamorfosis de la ciencia ficción sigue constituyendo el más importante estudio teórico a la fecha. En consecuencia, nuestra elección también se ha visto determinada por la necesidad de adecuar el conjunto a ciertas herramientas indispensables en la búsqueda de una identidad para los textos canónicos del género en el Perú.

Examinando la lista de creadores incorporados y por todo lo expuesto anteriormente, es sencillo concluir que, desde el siglo XIX hasta la década de 1970, la ciencia ficción de raigambre nacional cuenta con una reducida lista de representantes. Al mismo tiempo, la escasez de nombres revela la colocación periférica de este particular dominio narrativo, cuyo germen habita en el mundo industrial europeo, la consolidación del capitalismo y el ascenso de la racionalidad como paradigma, desde el siglo XVIII.

Entre 1843, año de la aparición de Lima de aquí a cien años, y mediados del siglo XX, la CF peruana atraviesa por su gran periodo formativo o, como sugiere Roman Gubern al explicar la evolución del género, “ingenuo”, sin que ese vocablo implique una calificación despectiva. En otras palabras, hasta Eugenio Alarco (y esto se puede ampliar a José M. Estremadoyro), quien publica sus novelas a fines de la década de 1960 —el segundo no figura en la antología, pues fue infructuoso obtener la cesión de derechos—, la primera ciencia ficción cultivada en el país se caracterizaría por su carácter naif, sin preocupación por la llamada verosimilitud objetiva de los presupuestos narrados. Es imaginativa y a veces tenuemente crítica (los casos disímiles de Palma, Valdelomar o Velarde son muy gráficos), y ostenta ribetes particulares, como el humor negro o la ironía, que otros escritores recorrerán más tarde.

No le interesa la comprobación fehaciente de las leyes científicas en las situaciones, aunque parta del discurso u objetos propios de esa forma de conocimiento de la realidad como elemento impulsor. Se trata de coincidencias o apropiaciones de gran parte de la producción de Verne y Wells, cuyas obras gozarán de gran difusión desde fines del siglo XIX, a través de su inclusión en colecciones destinadas a un circuito masivo y en varios formatos.

La primera ciencia ficción escrita en el Perú, más que la proyección directa de esos autores sobre la narrativa del momento, está mediatizada por los intereses temáticos y estéticos del modernismo, sin que aún los mass media y sus referentes dejen una huella significativa. No obstante, hacia la década de 1920, con el asentamiento de la vanguardia y de su apertura a otras plataformas —el cine, por ejemplo, o la radio—, este periodo formativo, quizás influido por la presencia de la cultura de masas y sus productos representativos —de raigambre norteamericana—, parece tornarse un tanto más complejo que sus precedentes, sin perder ese carácter intuitivo, débil o blando. Así sería denominada la CF que se interesa no tanto en los detalles técnicos comprobables al milímetro, sino en las atmósferas o en los efectos que las innovaciones o los experimentos provocan en los contextos sociales.

En efecto, en las obras de Vallejo y Bedoya se desliza una tímida orientación hacia la problemática contemporánea: la posibilidad de que el ser humano involucione, la lucha contra la medicina entrevista como negocio perverso o las consecuencias nefastas de la creación de la vida en laboratorio. Resulta evidente que se han operado transformaciones en la búsqueda de contenidos y, sobre todo, en la mirada de los escritores que deciden elaborar estas historias no como proyectos exclusivos dentro de su escritura, sino como una de tantas manifestaciones expresivas. Es un aspecto también presente en la obra humorística de Héctor Velarde. La ciencia y sus aristas absurdas ingresan al cúmulo de sus inquietudes. Es un observador agudo de una realidad —la limeña— en un momento específico: la década del odriismo, marcado por la dictadura militar y el ingreso del Perú e Hispanoamérica a una modernidad contradictoria, compleja, irresuelta, todavía anclada con firmeza en las jerarquías estamentales, en los complejos de casta y en una severa brecha socioeconómica y cultural.

Hacia 1968, el género parece encontrarse anquilosado, diluido entre obras dispersas o curiosas, o la escasísima atención de críticos interesados en una producción de carácter local que se asume o bien excéntrica, o bien inexistente. El retorno de Aladino, un clásico moderno de José B. Adolph publicado aquel año, marcará el inicio del momento, siguiendo otra vez a Gubern, “adulto y problemático” de la ciencia ficción peruana. Los cuentos que lo integran, que destilan una perspectiva sombría no exenta de sarcasmo, humor negro y tragicomedia, constituirán un cambio de paradigma en todos los órdenes: cosmovisión, desarrollo de los temas y sentido de pertenencia a una tradición.

Adolph será el primer escritor en el Perú que no llega al género por mero divertimento o exploración estética, sino que desplegará una autoconciencia y una voluntad deliberada de inscribirse en una específica forma de practicar un uso literario. Actuaría, en consecuencia, como una bisagra o puente.

Muy cerca de Adolph en esta manera emergente de encarar la especificidad de esta narrativa desde sus propias codificaciones está Rivera Saavedra. Este autor, en Cuentos sociales de ciencia ficción (1977), elige el formato breve y utiliza el sustrato del pensamiento marxista en la edificación de un mundo plagado de tecnología, que se usa para la explotación salvaje de seres humanos por parte de quienes llevan las riendas y el control político de la sociedad. Su contribución, pese a que no volvió a cultivar el género, es tan esencial como la de Adolph. Con ambos, la CF peruana cuenta con dos figuras que se identifican plenamente con esta literatura y concentran en ella sus quehaceres. Otros autores, más identificados con lo fantástico en términos clásicos y parte del canon reconocido por la institución literaria, también postularán una CF más personal, con apropiaciones de ciertos motivos propios de la cultura massmediática, difundida ampliamente por la televisión y el cine desde la década anterior. Entre ellos, es indudable la mención a Harry Belevan. Estos abrirán el camino para la gran explosión, suscitada desde 1980 hasta nuestros días.

Lo ocurrido desde el retorno a la democracia aún espera sondeos profundos. Desde ese año, en sincronía con los acontecimientos políticos que golpearon al país —la violencia subversiva en contra del Estado peruano—, la ciencia ficción experimentó un crecimiento significativo. Esto llevó al género a un cambio en su posición dentro del sistema cultural y literario. Las razones ya han sido expuestas en la sección precedente. Pero, no está de más enfatizar en algunos hechos importantes: primero, que escritores pertenecientes a otras generaciones comenzaron a desarrollar un interés por la CF en tanto es núcleo central de su producción; por ejemplo, Adriana Alarco de Zadra.

En segundo lugar, son los escritores nacidos a fines de la década de 1950 y durante la década de 1960 quienes fortalecen la existencia de una línea, gracias a su lectura y conocimiento de la tradición y el diálogo con los productos de consumo masivo, con los cuales crecieron.

En tercer término, es destacable la importancia de la globalización, en la que se da el crecimiento exponencial de nuevas tecnologías comunicativas; no solamente en el campo de nuevos temas, sino en el protagonismo de las plataformas virtuales de reciente data. Esto hará factible que muchos autores jóvenes, sobre todo los nacidos desde la década de 1970, dada su condición de nativos digitales, ya no encuentren obstáculos para difundir su producción fuera del libro clásico.

En cuarto lugar —quizás el fenómeno más relevante—, la emergencia de una escritura femenina de CF, paralela a la de las autoras reconocidas dentro de las poéticas fantásticas, como Carlota Carvallo, Pilar Dughi, Viviana Mellet o Yeniva Fernández. Son los casos de Alarco de Zadra, Tynjälaä, Pulliti y P. Demarini, quienes integran la punta de lanza de un movimiento que en la actualidad se asocia casi mayoritariamente a los circuitos de los blogs, las páginas web o redes sociales. Ellas, con una obra que ya excedió esos límites, confirman que en el Perú ya se está produciendo otro cambio de gran significación: la CF no es patrimonio exclusivo de los varones, y las escritoras, con su sensibilidad, inteligencia y mirada crítica, tienen mucho que aportar al canon en los próximos años. Esto ya ocurre en Argentina, Cuba, Chile o México, por citar casos del mundo hispanoamericano. En esas sociedades, las prácticas en torno de la CF no se comprenderían sin la participación de sus autoras de renombre y de las jóvenes que dan sus primeros pasos, con originalidad y sentido del riesgo, en estos predios.

Igualmente, debe destacarse la existencia de autores nacidos en provincias, como Bisso, Salvo, Novoa y Herrera. Es cierto que se hallan afincados en el circuito capitalino, centralista y absurdamente aislado del dinámico interior del país; no obstante, y por lo menos como hecho simbólico, demuestra en pequeña escala que en diversas ciudades del Perú existen creadores que una nueva antología estará obligada a difundir, con los mismos criterios aplicados a la producción comentada. Será un intento justo por desentrañar la madeja de una ciencia ficción regional que está aguardando su momento, muchas veces mejor conectada que su par limeña con las redes internacionales, congresos y revistas especializadas.

399
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483 стр. 6 иллюстраций
ISBN:
9789972454899
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