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Ciencia ficción peruana: ¿blanda o dura?

El diálogo de la ciencia ficción peruana con la tradición universal ha sido fructífero y no puede aislarse de las grandes problematizaciones surgidas desde la década de 1960, cuando el género comenzó a interesar a la esfera académica desde la semiótica, los estudios culturales e, incluso, las escuelas de impronta psicoanalítica y marxista. Ya se ha descrito el proceso formativo y la consolidación del género. La pregunta que encabeza el apartado responde a conceptos teóricos atendidos por diversos especialistas. Aclaremos, una vez más, que no son términos peyorativos, sino categorías que permiten colocar a los textos en territorios que se definen por los intereses y el tratamiento de los escritores, a propósito de los temas. O bien, de tendencias a acentuar, con suma atención por los detalles, el sustento científico de las historias.

Verne, desde sus primeras novelas, es uno de los iniciadores de esta corriente basada en el conocimiento exhaustivo y en la información comprobable, de modo que ello garantizara la verosimilitud. Con el tiempo, a esta perspectiva se le llamó, con los matices, respectivos, “ciencia ficción dura” (Pringle, 1995). Su fuente principal era, es obvio, la rigurosa formación de los escritores en algún dominio o campo de la ciencia. Asimov, Hoyle y Clarke (entre otros) formarían posteriormente la columna vertebral de esta orientación, dados sus quehaceres especializados.

Por su parte, Bradbury, un autodidacto, se encuadró en otro tipo de escritura, no tan interesada en las certezas, sino en una suerte de tono especulativo y poético situado más cerca de la reflexión y de las contradicciones humanas. A esa línea se le denominó “ciencia ficción blanda” (Pringle, 1995). Lo mismo puede afirmarse de Vonnegut o Lem. Sin embargo, ello no es obstáculo para hablar también de campos intermedios entre ambas actitudes. Muchos autores de ciencia ficción dura desarrollan también miradas subjetivas e imaginativas en torno del impacto de la ciencia y la tecnología en las sociedades y, por su parte, los creadores afiliados a la CF blanda también poseen un conocimiento amplio de la ciencia, sin el cual los textos no podrían adscribirse de ningún modo al género.

En el Perú, la balanza parece inclinarse hacia esta última por varias de las razones expuestas en el panorama del segundo capítulo. En una sociedad todavía premoderna, débilmente institucionalizada y poco democrática, paupérrima desde el punto de vista industrial y del desarrollo humano, proclive a las posiciones conservadoras o autoritarias, homofóbica, machista —que solo a cuentagotas ha ingresado al manejo de ciertas claves de la modernidad (y de la posmodernidad apenas como un saber y una visión fragmentaria y dispersa)—, la CF no podía desarrollarse igual que en otras latitudes.

En un contexto de contornos incluso semifeudales en cuanto a la tenencia y uso de los medios de producción, con escasa atención por las ciencias formales en los dominios escolares y universitarios, la mayor parte de autores optó por el autodidactismo y el apoyo en lo imaginativo, más que en el conocimiento pormenorizado de las leyes de la física, de la robótica o de la biología. No obstante, al producir sus obras en un contexto signado por desajustes estructurales muy visibles y escandalosos, esa misma realidad precaria también nutrió una heterogeneidad crítica y una visión irónica en un número significativo de autores.

Muchos de los proyectos particulares se sostienen sobre las bases de un universo peruano absurdo, ilógico, que va a contracorriente de aquello que Popper llamó “sociedad abierta”. La modernidad no se ha completado en el país, solo se han adaptado algunos de sus síntomas más cosméticos; ello no garantiza la conquista de una República superior o que se hayan alcanzado los ideales de bienestar y libertad para todos los ciudadanos, sin importar diferencias culturales o sociales. De ahí que al escritor peruano de CF le atañan mucho más los efectos de la tecnología y del pensamiento científico en las colectividades que la exposición pormenorizada de los diversos contenidos u objetos del conocimiento científico.

Autores como Arbaiza, Vera Scamarone y Anglas representarían esa línea dura en ciertos aspectos —dada su formación académica—; aun así, hay un elemento idiosincrático y local en cada uno que impide colocarlos en el mismo territorio de sus pares norteamericanos, ingleses, japoneses o rusos, puesto que en aquellas comunidades la ciencia sí logró transformar la vida de las personas, para bien o para mal. Ello porque en todos los casos devino eje de los proyectos de edificación de identidades nacionales y de institucionalidad, así como del progreso material (no necesariamente mental, pues se trata de sociedades posindustriales que han derivado en el hedonismo y la soledad autodestructiva del sujeto).

En el Perú, la impresión predominante es la de una tradición a la que le ha costado mucho, primero, la visibilidad y, con posterioridad, tomarse en serio a sí misma. Parece que un grueso de autores recaló en el género de un modo “ancilar”, citando al mexicano Alfonso Reyes en El deslinde. Prolegómenos a la teoría literaria, o resignados a la condición periférica. En otras palabras, arribaron a ella no porque sintieran una inmediata afinidad o tuvieran un interés envolvente en este género, sino que la consideraron un medio o instrumento para expresar en realidad otros propósitos, como el de la más o menos velada crítica a las carencias mencionadas.

Y esta sería, al fin y al cabo, una de las marcas características que, con el transcurso del tiempo, cristalizó en las ideas de los contemporáneos: que los anhelos utópicos de la modernidad, desde sus inicios en el siglo XVI, están condenados a la imperfección y a lo fallido. Prevalece, por lo tanto, una visión fatalista y escéptica acerca de que los grandes paradigmas de la revolución científica, desde Kepler y Galileo, sean instrumentos eficaces para alcanzar un nuevo nivel de conciencia con respecto a las relaciones entre los humanos y su posición en el mundo.

Tematología

Para terminar, ¿cuáles son los temas preferidos por los escritores peruanos de ciencia ficción desde el siglo XIX hasta nuestros días? Hemos decidido cerrar esta investigación con una tentativa clasificatoria que no agota, por supuesto, otras perspectivas. Se ha elaborado en exclusiva con los materiales seleccionados.

Lo interesante es descubrir en el inventario tendencias, adscripciones, disensos o ensayos de otras rutas creativas por las que nuestros autores se desplazarán en años próximos. Consta de siete grandes zonas. Algunos se instalan en dos o más dominios simultáneos: el futuro utópico o distópico; la inteligencia artificial; la existencia de vida alienígena; experimentos genéticos; viajes espaciales; anomalías o singularidades en el continuum; por último, el cuestionamiento del discurso de la ciencia y de la tecnología como certezas irrebatibles.

a. El futuro o anticipación (utópico / distópico): Del Portillo, Palma, Alarco, Tynjälaä, Salvo, Stagnaro, Arbaiza, Novoa, Polliti, Saldívar, Donayre, Anglas, Vera Scamarone, Valenzuela.

b. Inteligencia artificial: Bedoya, Rivera Saavedra, Adolph, Saldívar.

c. Vida alienígena y colonización del espacio: Alarco, Alarco de Zadra, Freire, Anglas, Novoa, Bisso, Stagnaro, Prochazka.

d. Experimentos genéticos: Bedoya, Vera Scamarone, Demarini.

e. Anomalías o singularidades en el continuum: Vallejo, Herrera, Salvo.

f. Viajes espaciales: Stagnaro, Anglas, De La Torre Paredes.

g. El cuestionamiento del discurso de la ciencia y de la tecnología como certezas irrebatibles: Valdelomar, Velarde, Belevan, Adolph, Prochazka, Iparraguirre, Valenzuela.

¿La predilección por el futuro que una breve revisión del listado señala debería ser explicada por la simple asimilación, por parte de los sistemas subalternos o periferias, de los principales temas de la CF desarrollados en las metrópolis culturales hegemónicas? No es tan simple la respuesta. En las sociedades que incorporaron tan precariamente los emblemas de la modernidad capitalista, la imagen del futuro siempre fue la panacea de los políticos demagogos y expoliadores desde la fundación de la República. En colectividades signadas por la desigualdad, desarticulación y la escasísima movilidad social, el porvenir es asumido con un filtro escéptico y fatalista respecto de sus promesas.

En cuanto a la vida alienígena, la preocupación por la otredad o por el otro ajeno o desconocido también es bastante clara en el rol tematológico. La producción de CF peruana, a propósito de este tema, revelaría esa disgregación cultural entre sujetos heterogéneos que no son capaces de entender al próximo, entrevisto como diferente e indigno de confianza, o de construir proyectos nacionales a gran escala que acepten esa unidad dentro de la diversidad. Los cuentos que plantean una coexistencia entre seres de diversas especies, unidos por ciertos objetivos comunes, pueden leerse a la luz de un anhelo ciertamente utópico de que aquello estigmatizado por las diferencias de cultura o clase se transforme en una aceptación de principios inalienables dentro de un sistema democrático: la igualdad ante la ley y el derecho de todos los ciudadanos a ejercer su libertad sin discriminaciones o exclusiones que en el Perú son cotidianas y sublevantes. No nos extendemos hacia los demás apartados de la lista, no porque sean de menor interés o importancia, sino porque exigen sus propias instancias de aproximación. Sin embargo, estamos seguros de que también habrán de reflejar que una ciencia ficción de impronta local se aproxima a ellos con la misma capacidad inquisitoria en torno de una realidad tan caótica como indigna para un gran segmento de esta colectividad, que apenas entrevé un rumbo.

Siglo XIX

Julián del Portillo
(Lima, 1818-1862)

La crítica sigue discutiendo la genealogía de Lima de aquí a cien años (1843). Es un texto insólito para un momento en el cual la literatura peruana apenas estaba despercudiéndose de los modos europeos o metropolitanos, a escasos veintidós años de la separación política de España.

De su autor es poco lo que se sabe, salvo que se dedicó al periodismo. Publicó esta novela de ficción futurista por entregas, en el diario El Comercio (fundado en 1839), formato muy habitual en el siglo XIX. Revela una gran imaginación especulativa, anclada en un interés —quizás de linaje romántico— por el pasado del Perú, cuando aún no se había consolidado un Estado luego de la Independencia. El país emergente está sometido a las luchas intestinas entre caudillos militares. En eso podría sustentarse la génesis de un libro muy adelantado para su tiempo: las preguntas y dudas de un intelectual acerca del destino de la nación que surgía accidentadamente luego de una guerra de liberación prolongada. Subyace al texto un anhelo de orden, de alcanzar un norte claro, que no se avizora en el panorama contemporáneo, ensangrentado por el militarismo y las pendencias interminables entre caciques que se arrebatan el poder unos a otros.

El carácter fundacional y anticipatorio de Lima de aquí a cien años es indiscutible, como ya lo han comentado Daniel Salvo o Marcel Velásquez, pues cuando esta obra fue dada a conocer, la ciencia ficción aún no existía como un género literario con características propias en Europa. El gran mérito de Del Portillo es haber fraguado una historia ingeniosa, que refleja con habilidad preocupaciones de su época. Es una típica narración utópica, que también trasunta la confianza en un progreso social, en una República superior factible, pero en la lejana posteridad, a un siglo de distancia, cuando se hayan superado por fin todos los obstáculos del presente. Por otro lado, está marcada por los problemas exteriores del país naciente, sobre todo en el fallido proyecto de una confederación con Bolivia.

También destaca por las proyecciones inspiradas en elementos ampliamente reconocibles, como los de la ciudad de Lima, sobre los que parece concentrarse Del Portillo. Su preocupación principal gira alrededor de la planificación urbanística y de la búsqueda de un bienestar basado en el equilibrio entre la técnica y el ser humano. En la literatura hispanoamericana de aquel instante no existen piezas que se le aproximen en ambición o carácter visionario. Pese a las fórmulas un tanto convencionales, más propias de los cuentos populares (la participación de un hechicero que duerme a los protagonistas), los elementos próximos a la ciencia y a la tecnología encarados como medios de ascenso para la humanidad convierten a esta novela en un hito. Si la ciencia ficción comenzó en el Perú, aún es un tema discutible. No obstante, el carácter innovador de Lima de aquí a cien años situará a esta novela en una posición imposible de obviar en la construcción de un género dentro de la historia de la literatura peruana.

Obra principal: Lima de aquí a cien años (1843).

LIMA DE AQUÍ A CIEN AÑOS
(Fragmento)

PRIMERA PARTE

Lima, 1 de junio de 1943

Amigo mío y compañero de suerte:

Cuando aquella noche en que reunidos, lamentábamos solos la suerte de la patria y la nuestra, nos arrebató de este mundo ese genio sublime y poderoso que por cien años ha paralizado nuestra existencia terrestre, fue sin duda porque las súplicas fervientes y verdaderas que dirigíamos al cielo llegaron al trono del Eterno, y apiadado de nuestro dolor, nos quiso reservar para ver por nosotros mismos la suerte feliz que desde entonces estaba reservada a nuestra patria. ¡Cuán feliz ha sido nuestro destino, amigo mío! ¿Quién hubiera pensado ahora, cien años [después], que Lima sufriera en tan corto periodo una tan mágica transformación? ¿Quién hubiera creído que debería tan pronto llegar el día en que la palabra querrá se borrara del Diccionario de la Academia Americana, y la palabra revolución infamase al que tan solo la pronunciare?… Fiel a nuestro compromiso, voy a describirte el estado en que he encontrado esta nuestra Lima, esta nuestra patria querida, que causó en un tiempo amargos llantos a más de un genio sublime que hoy reposa en la tumba, no dudo que por tu parte me correspondas describiéndome, a la vez, el estado en que has encontrado la antigua capital de los Incas, a ese Cuzco, al que tu alma está ligada por tan dulces recuerdos.

Figúrate que al volver a entrar en el goce de la existencia material me encontré a bordo de un buque bastante hermoso y elegante, en el que la gente hablaba lengua inglesa; lo primero que pregunté fue a dónde nos dirigíamos.

—iCómo! ¿No sabe U. que dentro de tres días entraremos en el puerto de Lima?

Me dijo un hombre de unos cuarenta años con quien entré en conversación.

—¡Qué fortuna! ¿Con que dentro de tres días veré la mansa y tranquila bahía del Callao?

—¿Qué Callao es ese, señor?, si hace más de cuarenta años que no es puerto; U. habría estado muchos años ausente de Lima, sin duda.

—¡Cien años!…

Al decir yo esto, la luz de la bitácora reflejó sobre mi cara, y comparando mi partner la fecha de que yo hablaba, con lo joven que demostraba ser, se creyó insultado; pidiome satisfacción, la que me fue fácil darle refiriéndole nuestra suspensión extraordinaria de vida; a lo que habiéndose tranquilizado le supliqué tuviese la bondad de contestarme a todas las preguntas que pudiera hacerle, lo que aceptado por él comencé por preguntarle.

—¿Cuál es ahora el puerto de Lima?

—El puerto de Lima —me dijo—, es hace más de 40 años Lima; el arte y la constancia en el trabajo les ha probado al fin a los americanos, del mismo modo que al grande hombre, que para el hombre nada hay imposible.

—¿Y dónde está ese puerto?

—En la portada de Monserrate, un hermoso canal conduce con la ayuda de un pequeño buque de vapor los más grandes buques hasta delante de la ciudad, y los pequeños entran por sí solos; cuando lleguemos podrá U. por sí mismo ver el aspecto tan bello que presenta y el movimiento tan grande que hay en él.

—¡Qué me dice U.! A la verdad que creo que he de estar viendo y aun no lo he de creer, me deja U. atónito.

—¡Pues no se admire U. tan pronto, porque esta obra por maravillosa que a U. parezca, no lo es tanto como otras muchas que U. verá!

—Y dígame U. ¿a qué nación debemos todo esto?, ¿es a la Inglaterra acaso?

—A ninguna, al resultado del sufrimiento que enseñó al fin, a los americanos, que la paz y la unión son las únicas fuentes de la felicidad, con tal que se reúnan al trabajo y a la perseverancia; en cuanto a la Inglaterra ya lleva veinte y cinco años que yace en el olvido; lástima, país tan fecundo en industria.

—¿Pero qué olvido es ese, pues que no está tan poderosa como siempre?

—Ignoro si debajo del mar que la cubrió ejerce algún imperio; en cuanto a nosotros los de sobre el mar, solo hablamos de ella como por recuerdo, y la tenemos colocada entre Pompeya y Herculanum.

—¡Pobre! ¡Quién lo hubiera dicho; que la reina de los mares, la antigua Albión, la fiera Inglaterra, iría a ahogar el eco de su voz en el fondo de ellos! ¿Y por ventura la Francia se ha hundido también?

—No, señor, la Francia sigue, a la sombra de un gobierno bien establecido, una marcha majestuosa; y sin haberse vuelto a elevar a la altura del grande Imperio romano, excita la envidia de las naciones por su industria, su prosperidad y su inalterable paz.

—De modo que tanto la felicidad de América cuanto la de Francia las atribuye U. a la paz y al trabajo.

—No solo la de esas dos, sino también la de la Rusia, que hoy es la primera nación del mundo; los tres últimos emperadores que ha tenido han fomentado las ideas liberales, y entrando por medio de la industria y el comercio en un contacto directo con la China y las demás naciones del mundo. Esas masas de salvajes no hace mucho, son hoy las que asombran al mundo con su poder y sus conocimientos; estoy seguro de que en el puerto de Lima encontraremos por lo menos seis u ocho buques rusos.

Ni me atreví a preguntar más y me bajé a mi camarote, porque casi no quería creer todo lo que oía y sentía mi cabeza flojear, por fortuna el sueño se apoderó de mí y dormí perfectamente; al día siguiente, subí sobre cubierta a las ocho de la mañana y lo primero que vi fue una joven que se divertfa en dejar agitar por el fuerte N. E. que reinaba sus lindos crespos de ébano.

—iOh! ¡Dios mío! ¿Para qué habéis dado al corazón del hombre ese poder de amar al primer instante, aun antes de pensar; si le habéis negado el poder de hacerse amar del objeto que lo inspira?

Fue la primera expresión de mi alma al ver la belleza de esta joven; figúrate, amigo, que el ébano se eclipsara junto al brillo de sus crespos, y el marfil empalideciera puesto en contraste con esas perlas que ella encierra en un círculo de coral; en sus mejillas hay un suave colorido de jazmín y rosa, y su frente virginal resplandece pura como el sol; ¿no has visto alguna vez, amigo mío, una de esas vírgenes de Byron, de esas que de un modo lánguido y suave parecen contemplar el cielo? ¡Pues, tal es la expresión de su mirada! Dulce y suave encanto de la vida es para el hombre que se le presente durante la existencia la poética contemplación de una beldad rara.

No me atreví ni a saludarla, pero en el interior de mi corazón juré amarla eternamente…

Dos días después, un marinero nos anunció la tierra, y esta noticia que antes hubiera sido para mí tan agradable, me afligió porque sabía que iba a perder de vista al ídolo de mis pensamientos.

A las dos de la tarde, divisamos claramente la tierra, y a las cinco y media entramos con una ligera brisa en el gracioso puerto de Monserrate, en el que nuevas impresiones esperaban a tu amigo.

Maravillado quedé, a la verdad, al ver tan linda obra del hombre, y repitiendo las palabras del inglés dije: “¡Vea U. el resultado de la paz y del trabajo!”.

Multitud de buques de diversas naciones, entre los que flotan orgullosos muchos balleneros rusos, adornan un hermoso estanque que toma desde Monserrate hasta muy cerca del Puente; y aunque la hora era ya algo avanzada el movimiento comercial era tan grande que sobrepasaba al que hace un siglo admirábamos juntos en el antiguo puerto de Burdeos.

Mi primer pensamiento fue el de bajar a tierra, el que realicé al momento, porque aún no habíamos echado la ancla al agua cuando multitud de botes se disputaron el honor de conducirnos.

Puedo asegurarte, amigo mío, que solo las torres de la Catedral, que al momento conocí, pudieron hacerme reconocer este sitio que fue en un tiempo el lugar favorito de mis meditaciones; entonces era tan solitario y triste, y bien se podía vivir en él sin que alma viviente lo supiese; hoy, apenas se puede caminar distraído porque se sufriría un fuerte encuentro, ya sea con los de a pie, o bien con la multitud de coches, birlochos, caballos que lo atraviesan sin cesar.

Mi intención era la de dirigirme a la plaza para comer, ya fuese donde Coppola o en la Bola de Oro; por fortuna alcé la vista y a medida que camino fui leyendo unos tablones enormes, en uno decía French Hotel, en otro English Hotel, en otro Café de París; por último, vi uno que decía Hotel Ruso, y me decidí a entrar en él.

Difícil me sería pintarte la magnificencia de este establecimiento; sin embargo, contando con tu bondad por mi pobre estilo descriptivo haré un esfuerzo para dártelo a conocer. La puerta es tan grande que dos coches pueden entrar a un tiempo en un patio hermosísimo, cuyo piso formado de piedras grandes perfectamente picadas e igualadas, es tan suave como era duro el que teníamos en otro tiempo en todos nuestros patios, a la derecha hay una puerta de mamparas sobre la que se lee “Billar para caballeros”; a la izquierda otra igual sobre la que dice “Billar general”; al frente de la calle hay tres puertas igualmente de mamparas; en la del medio se lee “Entrada general”. En la de la derecha “Sala de señoras”, en la de la izquierda “Sala de caballeros”; yo lo primero que hice fue entrar a la sala de señoras, pues como tú sabes en todas las cosas de este mundo siempre prefiero aquellas que tienen más relación con ellas. Encantado quedé al penetrar en ella; los muros son de madera de cedro en la que están embutidas unas hermosísimas lunas de reflejo, las que hacen aparecer a esta sala tan grande como la que más en el famoso Versailles: el techo es un cielo raso blanco con sus molduras doradas y sus adornos en relieve, el piso de madera encerada, las mesas de nogal pulido y su cobertor de mármol de venitas con su filete de oro, las que están rodeadas de taburetes de caoba con asiento de terciopelo carmesí, y si a esto reúne algunas señoritas elegantes formando el complemento, y servidas por jóvenes aseados, inteligentes y políticos, verás que el tal hotel ruso es una nueva maravilla.

En fin, comí perfectamente y por un precio acomodado, y salí para dirigirme a la plaza; ¡oh, amigo mío!, ¡cuál fue mi sorpresa al ver el alumbrado!, ¡qué luz, Dios mío! ¡Qué armonía y sencillez en la disposición de los fanales, los que colocados de tres en tres en cada calle y colgados al medio por unas cadenitas que atraviesan de una acera a otra, parece que duran hasta las cinco de la mañana! ¿Te acuerdas, Carlos, de los indecentes y tristes faroles del siglo en que nacimos?, que más bien parecían lámparas sepulcrales que luminarias de hombres; pues, admírate más al saber que estos de ahora son infinitamente más baratos. ¡Consecuencia del orden y del trabajo, y nada más, amigo mío!

Tú sabes que siempre fui sensible de los pies y que no pasaba día que no imprecase sobre ese enlozado fantásticamente caprichudo, que en otro tiempo no nos dejaba caminar y que parecía deseoso de detener nuestra marcha; pues, amigo mío, otros tiempos y otras cosas, tienes a Lima más cómoda en su piso que la mejor ciudad del mundo añejo; unas veredas de maderas perfectamente iguales, elevadas de un pie sobre el centro de la calle, y con sus columnitas de tres en tres varas de distancia, para impedir el desvío de los carruajes, te facilita el modo de correr toda la ciudad en un momento y con la misma comodidad que sobre el más suave tapiz de Persia; es preciso confesar que si el ocupar nuestra alma en ideas elevadas y poéticas procura a nuestro ser distracciones inefables, no por eso es menos agradable a la vez, una buena mesa, un buen alumbrado, un piso suave y cómodo, y todas aquellas pequeñeces que son casi indispensables a esta, nuestra pobre naturaleza, ¡sobre todo al hombre que desde la cuna mama con la educación la molicie de las grandes ciudades! En fin, continué caminando con aquel desembarazo que procura al cuerpo una luz clara y un piso agradable, y miré hasta la antigua calle de las Mantas de la que no queda hoy ni aun el nombre, pues todo el jirón que abraza la distancia desde el puerto hasta la plaza tiene hoy el nombre de “Calle del Puerto”, el que se ve repetido, en cada esquina, en una tablilla negra con letras blancas. Al entrar a la plaza lo único que conocí fue la matriz que se me presentó soberbia con sus erguidas torres y la pila que parece encorvarse bajo el peso de la ancianidad, de todo lo demás no queda ni sombra; el palacio aunque colocado en el mismo sitio, merece hoy con justicia este nombre, pues sobre las ruinas del lugar que así se llamaba antiguamente, se ha elevado hoy un edificio bello y majestuoso, edificado según el estilo compuesto del día que yo creo participa más del griego que ningún otro; en sus cuatro frontispicios hay reunida a la elegancia aquella majestuosidad que debe anunciar a todos el santuario donde reposan nuestras leyes y donde como una recompensa honorable de la patria reside el ciudadano bastante benemérito para recibir la noble misión de hacerles dar puntual cumplimiento; al recordar la antigua ribera y fierro viejo no pude menos que exclamar: “¡Oh, tiempo de costumbres! Cuánto desearía que los que amé en un tiempo pudieran gozar, en mi compañía, tan dulces impresiones”.

¿Te acuerdas, Carlos, de aquella hermosa galería que se hallaba al medio del Palacio Real en París? ¿De aquella galería que encantaba y sorprendía a todo extranjero? Pues, amigo mío, con recordarla tiene una idea clara de los portales modernos de Lima; el lujo, la comodidad y el buen gusto se hallan ahí reunidos, y al pasear por ellos no se tiene que extrañar nada absolutamente…

En la esquina de uno de ellos se eleva una columna redonda de piedra en cuyo extremo hay un crucero formado por letras de fierro que contienen los nombres de las cuatro direcciones que desde ese punto se pueden tomar, nombres que se prolongan hasta sus extremos; más abajo se leen una porción de anuncios impresos sobre toda clase de asuntos. Entre los que se distinguen dos cuadros de caoba, el uno encierra el aviso del teatro de comedias, en él leí: “Para esta noche, Las Amazonas vengadas, tragedia en verso por el señor C. L., joven limeño”; en el otro (el aviso de la opera) leí: “La Nueva Julieta, imitación sobre un tema favorito de Rossini por el señor L. C. [que también es del país]”. Al recordar aquellos cartelones llenos de disparates con que adornaban los actores, en otro tiempo, nuestros antiguos portales, dignos más bien de excitar la curiosidad de habitantes de aldeas y ver esos cuadritos tan sencillos y elegantes, exclamé: “El progreso es general”.

Alucinado con los dos convites de espectáculos, me puse a meditar a cuál me dirigiría: por fin la música tuvo más imperio sobre mi corazón y me puse en camino (después de haber preguntado dónde era el local) por la calle de La Paz [antes Mercaderes] hasta la plaza de los italianos [antiguamente segunda plazuela de San Juan de Dios] donde se eleva majestuoso el bello edificio que los limeños tienen dedicado a las más tiernas musas; toda la plazuela estaba cubierta de carruajes de todas formas y tamaños, el edificio se halla hacia al frente de la plaza y lo ocupa todo él; sobre seis gradas de piedras de un pie de alto cada uno se elevan unas hermosísimas columnas rostrales con sus magníficos capiteles, las que sostienen unos remates del estilo griego, sobre las que reposan doce estatuas de piedra blanca, en el centro se ve a Apolo rodeado por ambos lados de sus hermanas, y a los extremos se hallan, a la derecha, Minerva; a la izquierda, Mercurio.

Penetrado de admiración entré en el interior, tomando antes un billete de asiento de orquesta; el teatro estaba lleno de gente y la señal se dejó oír al momento en que yo entraba. Una orquesta grandiosa comenzó a encantarme con su acento divino, y nada vi, mis sentidos todos se concentraron en uno solo; ¡qué acentos tan suaves, qué melodía tan armoniosa; en ella encontraba la variedad enérgica de Rossini, la suave melodía de Bellini, los caprichos de Donizetti, la gravedad sentimental de Beethoven y un no sé qué que tardé mucho en comprender, un no sé qué que fue enviado desde el Cielo a la inspiración americana!, un no sé qué, en fin, con que Dios o la naturaleza, la influencia del clima o de las costumbres ha puesto a todas las acciones, pensamientos y producciones de las diferentes naciones del mundo.

La orquesta concluyó su introducción y con el telón levantado la escena apareció a mis ojos, clara y radiante como una fantasía de Schubert… salió Julieta y una triple salva de aplausos arrancó de su pecho acentos de amor y de ternura. iOh!, amigos que en un tiempo amé, ¡por qué yacéis tranquilos en la tumba, por qué no os levantáis para venir a admirar conmigo a esta bella Julieta, limeña por la sangre y por el corazón!… Pero mi buen Carlos, perdóname, no puedo decirte más sobre la música, mi pluma vacila al recordar las impresiones que sentí en esta noche; en fin, el primer acto concluyó y por cinco minutos no cesaron ni los aplausos ni las coronas que desde los palcos arrojaban sobre el lugar que acababa de magnetizar Julieta con sus acentos, con sus lágrimas de amor.

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9789972454899
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