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La ñerez multifálica

En la coproducción plural con Francia, Alemania, Dinamarca, Noruega y Suiza La región salvaje / La région sauvage / Det fremmede / Det främmande / The Untamed), Mantarraya Producciones - Tres Tunas - Foprocine / Imcine - Eficine 189 - Le Pacte - The Match Factory - Mer Film - Adomeit Film - Copenhagen Film Fund - ZDF - ARTE - Labodigital - Bord Cadre Film - Pimienta Films, 98 minutos, 2016), hipotéticamente renovador cuarto largometraje del exniño terrible barcelonés-guanajuatense del cine minimalista mexicano hiperrealista de 37 años Amat Escalante (Sangre, 2005; Los bastardos, 2008; segmento El cura Nicolás colgado del film-ómnibus Revolución, 2010, y su obra maestra Heli, 2013), con guion suyo y de Gibrán Portela, León de Plata al mejor director en el Festival de Venecia en 2016, la humilde operaria repostera tijuanense delicadamente inerme Alejandra (Ruth Jazmín Ramos tan inane cuan insóplida) habita con modestia de típica ama de casa rural en cierto poblado de Guanajuato, trabaja casi por favor o de limosna laboral en la panificadora de su despectiva suegra arrogante (Andrea Peláez más lejana que amenazante), ha procreado un par de inaguantables chamaquitos llamados Iván (Pablo López Pérez) y Jacobo (Zaír Alberto Gutiérrez) de cinco y cuatro añitos respectivamente más o menos, y sostiene una seudoamorosa relación conyugal sexualmente insatisfactoria, que la ha vuelto medio frígida, al lado del topógrafo bisexual Ángel (Jesús Meza repulsivo), quien mantiene en realidad una apasionada relación clandestina aunque patológicamente posesiva con el guapillo enfermerito del sanatorio regional Fabián (Edén Villavicencio), precisamente el hermano de su esposa y gracias al cual la conoció, pero los devaneos eróticos del seductor joven desatado en los antros socavan al adulto hipócrita y le provocan furiosos celos asesinos, exacto cuando el frívolo Fabián ya había entablado una decisiva amistad plena de comprensión, afecto y complicidad sensual con una de sus pacientes, la hermosa forastera distante para todos los demás Verónica (Simone Bucio) que, siempre llena de dolorosas mordeduras como caninas en el cuerpo, suele visitar también desde antes de conocerlo, a las afueras del pueblo, la cabaña del amable matrimonio formado por el anciano científico Vega (Óscar Escalante) y su mujer igual de amablemente provecta Martha (Bernarda Trueba), vigilantes y quizá creadores de un extraño monstruo con múltiples tentáculos fálicos que hacen gozar enormidades a la muchacha autoentregada a él (o a ello) y le crea una riesgosa adicción (“Es hora de que te vayas” / “Sólo un poco más, por favor”), aunque le cause lastimaduras difíciles de atender y sanar (“¿Sabes el lugar exacto donde te atacó?”), proporcionándole un goce supremo que generosamente va a compartir con su nuevo amigo del alma Fabián (“¿Te han dicho que tienes los ojos muy bonitos?”), poco antes de que éste sea golpeado por el furibundo celoso Ángel en el estacionamiento del hospital delante de testigos y acabe siendo descubierto severamente magullado y medio ahogado en la vera de un arroyo, acaso por el monstruo demoniaco, acaso por su Ángel, reanimado de su apabullamiento pero sostenido en estado de coma dentro del mismo hospital donde trabajaba, hasta ser desconectado por su doliente e inconsolable hermana Alejandra, quien pronto habrá descubierto en los mensajes acumulados en un teléfono celular el fatal nexo erótico que unía a los dos varones, habrá denunciado ante la fuerza pública al marido y hecho encarcelar, y ella misma intimará inevitablemente con la Verónica a punto de continuar errante, que la introducirá con los ancianos moradores de la cabaña y así ella empezará a frecuentar al monstruo para saciar sus apetitos omnívoros (“¿Por qué no lo vas a buscar?”), si bien al ser liberado su encarcelado esposo ávido de reivindicación y venganza, también será calmado y colmado por el monstruo, para engrosar, junto a la vieja Martha, el cúmulo de cadáveres que serán arrojados al arroyo por el implacable provecto señor Vega y ella misma, a merced de los afanes satisfactorios y exterminadoramente monstruosos de una desenfrenada e intempestiva ñerez multifálica.

La ñerez multifálica se presenta, con aplomo enigmático un tanto aberrado y aplastante, como una inasible fábula orgásmica (“Es lo más hermoso que vas a ver en tu vida, en el universo probablemente, nada volverá a ser igual”) que tiene mucho de horror, thriller, fantasía, ciencia-ficción y drama rural, como sigue: un cine de horror sin que ni el miedo con sobresaltos ni el susto por sorpresa barata se instalen jamás, aunque no se renuncie por completo a ellos; un thriller criminal y hasta judicial con presencia policiaca, reja de declaraciones por testigos con voz en off o en in ante el inquisidor ministerio púbico-tribunal para darle oportunidad de subrepticiamente deslizar algunos silencios deliberados por parte de la esposa rencorosa; una fantasía monstruosa cual subproducto de algún infragenérico fenómeno paranormal; un cuento cienciaficcional a partir de la inicial imagen estelar del Cosmos y paralizado en la sospecha colectiva de la caída local de un meteorito (según se insinúa verbal y oblicuamente, pues no se trata aquí de ningún intergaláctico ET spielbergiano de Camino a Marte de Humberto Hinojosa o de la Anadina de Raúl Fuentes, ambas 2017) y la cálida presencia en sí, jadeante pero entrañable (claro: más entrañable que esos seres queridos), de un acogedor alienígena de hecho tan devastador como el protagonista mudo de la saga Alien (la iniciada por Ridley Scott en 1979); y un drama del encierro / entierro rural cual mero cuadro de costumbres, fiel al ritmo minimalista de la franquicia Reygadas-Escalante en la que tras un prólogo desconcertante nada ocurre por encima de las pasiones y de una familiarista telenovela regional (ese rocambolesco pleito secuestrador de los hijos / nietos entre la suegra y la nuera, esa abrupta reconciliación corporal entre el conmovido padre viejo y el expresidiario hijo desobediente), puesto que ésta ya puede lacanianamente incluir a cierta sagrada lucha por el colosal falo alienígena como (in)significante fundamental, la íntima lucha en solitario y sin soliloquio ultrajante de todos sus usufructuarios por turno fatal (Verónica, Fabián, Alejandra, Martha, Ángel), como si esperpénticamente se tratase del rilkeano Ángel Terrible del Teorema de Pier Paolo Pasolini (1968), y last but not least la ávida o Voraz (Julia Ducournau, 2016) búsqueda-hallazgo y compartida o triunfal posesión iniciática y de inmediato pírrica de ese enrollado superfalo macrofálicamente multiplicable.

La ñerez multifálica se deja impregnar y conducir por los mecanismos de la autorrepresión sexual, la homofobia y la hipocresía pueblerinas, al tiempo que cree ir documentándolos, desmontándolos y hasta dinamitándolos, mediante la puesta en práctica y la dramatización ejemplares del discurso de la doble moral, la humillante discriminación y la abierta estigmatización brutal, con esa truculenta y tremebunda historia ojete del sujeto que se coge al cuñado a la vez que lo bulea en privado y en público ante sus machines compañeros de trabajo, lo degrada de cara a su familia (“Estaría raro porque a tu hermano se le hace agua la canoa”) y les prohíbe a sus hijitos que lo frecuenten, como si se tratara de ilustrar retorcidamente los Fragmentos de un discurso amoroso de Roland Barthes reescritos por algún desgastado pero aún desatado macho provinciano, o de una relamida versión melodramática de Cuando los cuñados se cogen por algún asustadizo Juan Bustillo Oro, o una novísima fusión críptica de ambos discursos, porque ¿será la sociedad guanajuatense la comunidad más retrógrada del país, tal como lo expone, detalla y exhibe de nuevo el director de Sangre y Heli?, en la duda he aquí una sociedad reprimida y tartufesca, sustancial y axiológicamente anterior a toda ética individual o colectiva, menor de edad a perpetuidad e incapaz de asumir mínimamente la autonomía de su vida sexual cualesquiera que sean sus preferencias, una sociedad patriarcal y machista hasta el tuétano donde la homosexualidad y el placer femenino deben ser escondidos o negados, o lo peor de todo ahora, simulados y satisfechos por un alien cogelón.

La ñerez multifálica replantea, trastoca y subvierte así cualesquiera pirámides de las necesidades existenciales de la naturaleza humana, inclusive las sucesivamente propuestas del psicólogo judío-neoyorquino Abraham Maslow y de sus correctores suavizadores (tipo Douglas T. Kenrick), ya sea la primera de 1954 en la que figuran de manera ascendente las necesidades fisiológicas, de seguridad, pertenencia, estima y autorrealización, o ya sea la segunda pirámide motivacional que parte de las necesidades fisiológicas inmediatas para elevarse por la autoprotección, la afiliación, el estatus, la adquisición y conservación de la pareja hasta arribar a la procreación que hace del individuo una persona realizada, y para lograrlo, a Escalante le basta con poner en el vértice superior a la Necesidad del Misterio, el misterio como la dimensión a la que todas las demás necesidades perentorias confluyen e influyen, a la vez que una atmósfera todoincubadora, en torno al monstruo omnisatisfactor y la idea obsesiva-compulsiva que representa para clavarla indeleble en la cabeza, mágica y conductualmente, a riesgo de la propia seguridad personal, como una droga de drogas o un pansexualismo realizado a lo que todo misteriosamente converge (“Primero pensarás que estás alucinando, lo que está allá en la cabaña es la parte primitiva de todo, nunca se va a extinguir, sólo se va a perfeccionar”), un misterio vuelto inaplazable necesidad libérrima y neolibertina / sublibertina que el monstruito ha contagiado al relato en todas sus líneas de fuerza y de fuga, incluso en sus digresiones divagantes o plásticas, porque el misterio se halla omnipresente, porque aquí la espesa niebla que al emerger de la cabaña envuelve imperialmente a Verónica es la estela y la envoltura del misterio, porque misterio son también los leprosos muros callejeros a foco pelón hediendo a garabatos y conatos de grafiti es también el misterio, misterio es el baile autista a policromo plano cerradísimo enel antro, misterio es el tronco desgajado como inhabitable monstrificación natural, misterio es la torva sordidez aún en Las tinieblas (Daniel Castro Zimbrón, 2016) del amanecer a un costado del bosque, misterio es la caricia asexuada en la intemperie al amigo eroopcionalmente incompatible, misterio es la camioneta pick-up roja imposible de capturar a veloz vuelo de pájaro por la carretera arbolada, misterio es el negrísimo lobo merodeando con body camera e inflamado fondo coral u operático / posoperático que logrará imponerse sobre la crueldad, misterio es la solarización convocadora de una móvil refracción iridiscente, misterio es la mirada femenina lanzándose al irrepresentable cielo sin plano subjetivo que le acompañe, misterio es... misterio es... el misterio, oh el misterio como respuesta toral y palpable (¡de qué forma!) a todos los problemas, el misterio “a manera de símbolo absoluto del erotanatismo en el que vivimos” (Luis Tovar en La Jornada Semanal, 4 de noviembre de 2016), el misterio que redime de los valores negativos seculares e inextirpables y aún por mucho tiempo rampantes (el fingimiento, la homofobia, el machismo, el sometimiento), el misterio trascendente / transdescendente / trans / intrascendente que guarda un presagio de la muerte y oculta y se oculta en una suspensión de ayunos en demasía cuerpo a cuerpo sobre la cama.

La ñerez multifálica se conforma en sus capitales momentos clave copulares, que acaso serían los únicos que importan, pues sostienen el edificio completo del discurso erótico (según Philippe Sollers), con hacer y diseminar una colección de imágenes supuestamente provocadoras y hasta shockings nada galantes ni libertinas, en la línea de la inauguradora felación desde la mirada cenital de la cámara cual Cristo Pantocrátor de las catacumbas en el prólogo de Batalla en el cielo del reverenciado Carlos Reygadas (2005), pero aquí se trata de imágenes entre un detallista paulatino naturalismo chato y el álbum grotesco de pena ajena, imágenes cercenadas y cercadas que se creen visiones enigmáticas del monstruoso cuerpo fragmentado o al fin más completo, o íconos milagrosos en escalada, o resguardos de simbolismos inspirados, o reflejos del espíritu maligno al fin revelado y en acto, o desproporciones mudables y mutantes, o ensortijados secretos revelados, o manieristas oscuridades de unipersonales ritos iniciáticos, o melancólica alegoría de mística saturnal, o crepúsculo de las hadas extraviadas en el bosque de lo desconocido sin emerger jamás de una habitación penumbrosa y reverberante de música instrumental que parece tardoelectroacústica compuesta en relevos por Guro Skumsnes Moe y Lasse Marhaug, o rechazo dictado por el rencor visceral, aunque en rigor llega a ser más repelente el marido machín asfixiado por sus desplantes vacuos, que el amorfo monstruito de color café, a fin de cuentas tan tierno como el onírico monstruo-Osito Bimbo de La bestia del franco-polaco erotómano Walerian Borowczyk (1975) ya posUbu Rey y plurisatisfactor gracias a un sexo gigantesco (que a él mismo lo haría morir de placer), y sin duda resulta más misterioso el arroyo transportador de las voces y lavadero de los intrigantes quejidos del secreto, que las puntas de falo inauguradoras del relato en un extremo del cuadro con la semidesnuda Verónica abierta de piernas al fondo del encuadre para tu deleite socarrón, o que los falos-anguila que poco a poco adornan las graves visitas subrepticias, más acá del demonio de Posesión del asimismo polaco Andrzej Zulawski (1981) y más allá del bestiario multifebril de Guillermo del Toro (¿La forma del agua de 2017 antojadizamente convertida de antemano en La forma del falo líquido?), por supuesto sin las inquietantes obsesiones pulsionales del demoledor universo mental de aquél ni la inagotable diversidad imaginaria de éste.

La ñerez multifálica coloca en el puesto de mando una templada destemplada factura ejemplar, basada en una realización que respeta los acentos regionales hasta de municipio en municipio guanajuatense, una dirección de arte un tanto apeñuscada de Daniela Schneider, un sonido límpido (de Sergio Díaz y Raúl Locatelli) que choca con toda clase de ruidos inquietantes, una compendiadora edición a saltos (o asaltos) de Fernanda de la Peza y Jacob Schulsinger, y encima de todo una crucial fotografía en la encrucijada plástica-ambiental de Manuel Alberto Claro, haciendo escasear los largos pero sostenidos planos distantes y desdramatizadores supremos del campo al inescrutable estilo del cortometraje miseroextremo Tierra y pan de Carlos Armella (2008) que hacen arrancar cada nueva secuencia, haciendo proliferar cual inevitable estrategia infalible los planos cerrados de las interacciones telenoveleras y sus insinuantes diálogos chabacanos (“¿Te gusta el sexo?” / “A todos, ¿no?” / / “¿Ya lo sabías?” / “Por primera vez en mucho tiempo estoy bien”), y punteando por aquí y por allá las gamas de esos monótonos procedimientos de conjunto mediante una cámara en mano que se abalanza sobre los personajes en las exiguas escenas de acción violenta entre seres humanos cual infalible estratagema simplista, todo ello para hacer pasar las incongruencias de la trama folletinesca, los truculentos efectismos de su construcción como cojo melodrama vergonzante y carente de emoción que se ha disfrazado de fantasía terrorífica, y las incoherencias / sugerencias / inconsistencias que hacen tambalear tanto la verosimilitud como cualquier principio o sensación de credibilidad sensacionalista a secas.

La ñerez multifálica exacerba, satisface el deseo femenino y homosexual por igual y al mismo tiempo con idéntico golpe y trastorno físico-mental, aunque fungiendo finalmente como catalizador y antídoto contra la hipocresía social, pues la invención de ese Cronos va servir ante todo como un castigo, una autopunición ansiada, una punción que debilita, una disminución de vitalidad, una aversiva reacción conductista, una inagotable fuente del deseo que suprime todos los demás deseos, una aceptación tácita del destino manifiesto para desangrarse tumefacto y terminar apareciendo semiahogado a la orilla del arroyo o acabar arrojado como en carretilla en el basurero-sepulcro de Los olvidados (Luis Buñuel, 1950), en rigor, una suma de tácticas como si se tratara de sustituir a la omnidegradante mascarita victimológica de La libertad del diablo de Everardo González (2017), para restar el último asomo de dignidad y valor humanos a todas las criaturas que se le acercan.

Y la ñerez multifálica era simplemente acaso una simple metáfora punitiva de las fuerzas de la irracionalidad arremetiendo contra la incapacidad de las atrasadas criaturas mexicanas para asumir las pulsiones de su propia sexualidad, pero siempre compensada con formidables y retorcidas formas de autodestrucción consentida, en esta crónica imprecisa y nunca franca de un hueco cambio fundamental de vida, y de vida sexual, y de vía, por parte de esa frágil heroína opaca pero juncalmente erguida Alejandra, a quien se le abandona ilesa e impune y envilecida y disminuida recogiendo y abrazando a sus niñitos a la puerta de la escuela (“¿Por qué estás manchada, má?”), luego de volver a medirse desfavorablemente con la realidad doméstico-patriarcal y de nuevo con un arquetipo anterior o posterior a la creación.

La ñerez homoamnésica

En Memorias de lo que no fue (Utopía 7 Films, 116 minutos, 2017), prismático e intempestivo largometraje quickie bien concluido 27 del prolífico hombre-orquesta independiente de nuevo al mismo tiempo director-guionista-editor-fotógrafo-músico (esto último en definitiva bajo el seudónimo de DJ Polodeus) de 46 años Leopoldo Laborde (de Utopía 7, 1995, y Sin destino, 1999, a Cu4tro paredes, 2010, y Piel rota, 2014, más cantidad de filmes inéditos o rigurosamente inconclusos en cada ínterin), siempre muy bien apoyado por su productor-factótum técnico Roberto Trujillo y presentando su resultado un par de meses después cual magna fantasía gay en el 21 Festival Mix Factory de Diversidad Sexual en 2017 (que dedicó una breve retrospectiva-tributo al secreto cineasta más bien clandestino en su heroico tratamiento de la bisexualidad Laborde ya entrando a la madurez), un desnudo chavo miope de identidad desconocida hasta por él mismo (Paul Act absorbente) recoge, al despertar aturdido y crudo en un domicilio acomodado, sus gruesas gafas del suelo, se las pone e intenta vestir su ropa desperdigada con la intención de escapar de ese domicilio ajeno, pero otro chico guapo, su ligador con dos rutilantes lunares en la cara Miguel Mike (Eduardo Longoria vigoroso), lo alcanza, lo acaricia (“¿Te sientes mejor?”), le impide partir y le baja los pantalones para fornicar con él (“Vamos a estar bien”), si bien, ante la dificultad de penetrarlo, a causa de la evidente inexperiencia del otro en el coito anal (“No eres gay, de inmediato te sentí, estás muy apretado, nunca has cogido por atrás”), empieza por violarlo con varios dedos, y poco a poco, apenas habiendo consumado su acto posesivo y rememorado su levantón de anoche en un sofisticadísimo antro chafa lumínico de strippers zonarroseros, el todavía inepto objeto erótico confiesa y reitera obsesivo que nada, ninguna otra cosa recuerda, ni siquiera su propio nombre, ni el de su escuela, ni su procedencia, ni otra actividad, exasperante: (“No creo que no tengas tu credencial de la escuela, algo tienes que tener”), justo para que, al enterarse de que su anfitrión Mike es hijo de un dueño de cafeterías donde a veces ayuda en la administración, le pida trabajo (“¿Me darías chamba aquí?”), pero él a regañadientes lo mantiene durante una jornada en su casa, lo saca por la mañana en su auto amarillo e intenta en vano dejarlo por el camino urbano, al regresar lo corre de su casa, aunque vuelve a recibirlo, consiente ahora sí en alojarlo y sostenerlo (“Te pedí trabajo, no que me mantuvieras”) por una temporada indefinida, pasean de la manita, vive con él un romance en el lago de Chapultepec, luego ensaya esclavizarlo sexualmente de varias maneras y por fin logra iniciarlo en disfrutables prácticas homoeróticas y arrancarlo de su actitud todorreceptiva e inerme, en espera de la pronta, ineludible llegada tanto del goce de sabrosas felaciones al providente Mike, como de los inocultables celos hacia amoríos anteriores (“Sé quién es él” / “Ya no lo extraño”). En eso estaban cuando, cierto día en la calle, el chavo anónimo es abordado furtivamente por un chavo de la Ibero, que lo reconoce, le llama “Fernando” un tanto intimidado y se echa a correr, a consecuencia de lo cual el intrigado Mike decide hurgar clandestinamente en las grabaciones de vigilancia del antro del ligue originario, sigue la pista de un obsequioso chalán del lugar, investiga y ubica, en buena medida gracias a los buenos oficios como indispensable conexión gestora / delatora del legendario zonarrosero septuagenario Don Ricardo (Xavier Loyá redivivo) que resultará ser el padre de un “pinchurriento delegado” y acaso abuelo vicioso de uno de los presuntos atracadores; localiza a los causantes de todo el numerazo y hábilmente interroga, retacándolos primero de droga, a dos de los privilegiados seudoamigos heterosexuales desmadrosos de su ya identificado protegé, un guapo examante de Mike llamado Ricardo (Rodrigo López Carranza) y al también bonitillo ojete principal Damián (Luis Felipe Schÿvÿ el pésimo estudiante de Piel rota con otra grafía nominal), hasta que el obsedido extorsionador tocayo y émulo de Mike Hammer consigue poner al descubierto el complot armado por varios condiscípulos de Fernando, siguiendo órdenes de una sexovengativa desquiciada Patricia (una Abril Ramos Xocheteatzin efímera pero monstruosamente intimidadora), para abandonarlo en inopinado viaje lisérgico al interior del antro de la Zona Rosa donde fuera hallado divagante e indefenso, por lo que Fernando y su amigo decidirán vengarse secuestrando al enjundioso ejecutor material Damián, lo atarán encuerado a una silla, lo torturarán y, amenazando castrarlo con grandes cuchillos, no tendrán que hacer demasiado esfuerzo para que el pobre tipo traidorcillo / autotraidorcito nato se declare culpable y pida perdón, e implore clemencia, antes de ser trasladado en calidad de bulto desnudo a la falda de un imponente bosque, donde será vejado, descompuesto por última vez y dejado escapar despavorido (“Bórrate; si rajas, ya sé en dónde andas”), para cerrar ese inopinado periplo de exacerbaciones de una misma ñerez homoamnésica, como sigue.

La ñerez homoamnésica exacerba los orígenes de cierta forma posible de homosexualidad surgida al azar de una voluntariosa atracción incipiente y de una entrega incondicional, de una abulia aparente (“Una cosa es que no pueda saber quién soy y otra que no sepa lo que quiero”), así como de angustiosas prácticas y posturas pasivas, sólo interrumpidas por el solitario hurgamiento admirativo y casi envidioso en las fotos del compañero al lado de otros ligues apuestos y demás felices romances viriles, con insinuaciones enérgicas por parte del proveedor, timidez absoluta y curiosidad por parte del desconocido, acercamientos corporales, convencimientos, rechazos y dejadeces mutuas, cercando y reciclando todas las posibilidades de las fassbinderianas líneas de fuerza entre dos (“Vístete, ya no vamos, ¿te vistes tú o te visto yo?”), aparte de la dialéctica hegeliana del amo y el esclavo, humillando al otro como perro (homologado con un auténtico can: “Se llama Doggy”) por dormirse en el suelo sin atreverse a acostarse a su lado en el lecho (“Si ahí te vas a quedar, al menos ládrame; cómprate una casita como la del Doggy”), perpetuamente en tiempo dilatado, con jadeos que hacen eco a los sonidos selváticos del DJ, pantallas que emiten viejas películas pretenciosas de Hugo Stiglitz, llegadas por detrás, gestos estáticos con la boca llena, visiones al contraluz de la ventana, panoramas de la empobrecida ciudad gris desde el balcón de piedra, cogidas para obligar a salir de sí mismo al otro, cuerpos perpetuos y recurrentes intentándolo ahora al filo de la cama, arrumacos y explícita mostración de penes y coitos brutales que equivalen sin más a cariñitos y besitos que por su parte equivalen a cualquier cosa menos a vías del placer en sí pudiendo serlo además del misterio para sí y de la indagación del emotivo mundo sensible.

La ñerez homoamnésica exacerba las figuras de un minimalismo límite, con casi una locación única: la casa del chavo anfitrión gay, aunque permitiendo numerosas salidas o escapadas breves al exterior, y apenas dos personajes, como solamente se habían atrevido en nuestro cine el fallido 7:19, la hora del temblor de Jorge Michel Grau (2016) y, a un nivel superior, Almacenados de Jack Zagha Kababie (2015), pero sobre todo desde posturas distintas de las adoptadas por estos cineastas, o sea, ni recurriendo al patetismo de un encierro postsísmico, ni magnificando el teatro del absurdo, y al margen de cualquier forma y figura, o gesto y asomo, de hiperrealismo posible, ya que las iluminaciones iridiscentes y las fotogenias ultrasofisticadas y los encuadres duros de la imagen-acción acaban extendiendo el volumen de posibilidades espaciales como un magma en aumento.

La ñerez homoamnésica exacerba las variaciones de una pasión por el cine que son también la exacerbación de la masculinidad, consumadas aquí como un acto persistente, tanto como un arte diestro y sabio, del cuerpo, una manera de ver y contemplar profunda y eminentemente física, una forma de capturar a los cuerpos estremecidos en la semipenumbra, tendiendo y aprovechando la anonimia fundamental de los cuerpos copuladores que habrán de temblar, estremecerse una vez más, palpitar y disolverse, cuerpos no impulsados por el inagotable deseo sin cesar reinventados, como aquellos siempre escurriéndose azotadamente por las paredes que habitan autorreflejantes en los indomeñables cielos siniestros / siniestrados de Julián Hernández (Rabioso sol, Rabioso cielo, 2009, y Yo soy la felicidad de este mundo, 2014), sino cuerpos de Laborde al borde del ímpetu y el contacto incompleto e insatisfactorio, sometidos a una cópula más bien disyuntiva, en la que se observa al chavo con gafas intentando sentir y en vano salir de sí mismo, mientras el otro disfruta su tentativa de dos movimientos tan contradictorios como la esclavitud y la manumisión simultáneas, haciendo de cada impulso un extraño poema lírico sobre el masoquista tema del “¿en quién piensas?”, o ¿en quién pensamos?, o ¿en qué piensas?, o simplemente ¿piensas?, en medio de las largas pausas con la pantalla en negro, el renovado abismo de la desesperación consabida, la pequeña muerte tan implacable cuan impecable, el vuelo del corazón latiendo cuando no sabe ni puede amar, la tristeza sombría de las alas olvidadas y la mueca que igual servirá para detonar el desespero compungido de la falta de identidad que el descubrimiento de la crueldad vindicadora a la hora del destemplado thriller tan deliberada cuan arteramente confuso tras el hábil giro melodramático de la ficción, en medio de chantajes y videos de seguridad y maraña de dealers y tensiones precipitadas al final de la trama superretorcida (un final que nada desmerece junto a los de Sin destino o Cu4tro paredes y Piel rota), o entre flashbacks estroboscópicos (con fondo de La vie en rose cual sicalíptico motivo inaugural) o ya en medio de los pintoresquismos del testimonial histórico zonarrosero invocando a José Luis Cuevas desde la añosa decadencia caricaturesca del dinástico actor-testigo zonarrosero de la gran época (ese flagrante contraste entre la excelencia de los actores principales y la sobreactuación desviada de los secundarios), o entre la misandria filmada a chilazos misóginos o el folclor futurista del celular convocando algunas imágenes en formato vertical con sus habituales mamparas oscuras, o de plano en medio de esos expansivos juegos de identidades cada vez más demenciales que van extendiéndose hacia estratos tan elevados como las irrealidades histriónicas del generoso actor veterano Loyá haciendo malabares abstractos con su personaje de aristócrata ¡zonarrosero! involuntaria / metafísicamente enclaustrado que encarnó en el falso thriller El ángel exterminador de Luis Buñuel (1962) o las prodigiosas semejanzas físicas ¿intercambiables? entre el examante Ricardo / López Carranza y el amigo traidor crucial Damián / Schÿvÿ.

La ñerez homoamnésica exacerba así en todo momento el rol desempeñado por la memoria, su papel preponderante, su juego en riesgo, la memoria que se invoca desde el título como la subjetividad objetivada de un joven Fernando que se la habrá de pasar invocando lo que nunca fue, ni está siendo, ni nunca será, ¿ni quizá nunca fui?, una compleja y ambivalente inestabilidad subjetiva fundada para sí y para el otro en la desconfianza (“¿Cómo sé que no te estás escondiendo?”) y fílmicamente en planos sostenidos sobre abrazos suspendidos en la incertidumbre de un espacio-tiempo decidido a devenir memoria intransitable.

La ñerez homoamnésica exacerba las posibilidades de una estructura desdoblada que incluye un cambio de tono y naturaleza genérica prácticamente radical, algo que es por completo novedoso en el personalísimo cine de Laborde, un cine entre ingenuo y rompedor, un cineasta que respira cine y filma por incontenible instinto, una estilización de cine puro que densifica atmosféricamente y ahonda psicológicamente cada instante cinematográfico para convertirlo y convertirse en exacto lo contrario de un porno amateur o de una fotonovela de moda en los años sesenta-setenta, todo ello en perpetua búsqueda y mutación, como la del relato fílmico mismo de Memorias de lo que no fue, dividido, aunque no exactamente por la mitad, en dos partes disímbolas, dos partes casi opuestas, un atribulado inicio con su abundante capitulado intimista por un lado, recurrente a carta cabal, evolucionando en expansivos círculos concéntricos al principio, y por el otro lado, un corpus de intriga parapolicial que redunda en un parco capitulado hermético cada vez más cerrado y ensimismado, rompiendo falsamente con la energía de la intimidad acumulada, haciendo involucionar la trama a modo de una espiral hacia adentro, en implosivos círculos concéntricos, desde una especie de tácito “debo ser homosexual para satisfacer a mi pareja incipiente cada vez más satisfactoria, hasta el desquite consumado, hasta la aparente promesa de un consentido marchitamiento dramático, hasta esa irónico anhelo de integración auténtica de una nueva pareja dejando atrás todo (opción heterosexual, inmostrables nexos familiares, escuela, amigos) para empezar una nueva vida.

382,08 ₽
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791 стр. 2 иллюстрации
ISBN:
9786073016827
Правообладатель:
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epub, fb2, fb3, ios.epub, mobi, pdf, txt, zip

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