Читать книгу: «Cuál es tu nombre», страница 5

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Esa era la penúltima vez que la iba a ver, porque la última fue a los diez minutos saliendo de su casa en brazos de su madre que había venido a recogerla tras enterarse de lo sucedido. Tardaría algunos años más en enterarse de qué iba todo aquello de nacer en un cuerpo equivocado, pero aún le llevaría mucho más tiempo comprender por qué le había gustado tanto aquel beso.

Mientras la joven prostituta le sigue besando por el cuello y comienza a abrirle la camisa, él no puede dejar de pensar a dónde podría haber ido a parar Anabel. Nunca la olvidó por completo e investigó sobre cuál habría sido su destino después de aquella tarde. En el transcurso de sus pesquisas averiguó el tortuoso periplo por las distintas ciudades que había tenido que recorrer debido a su condición y la nula aceptación por parte de los chicos y chicas de su edad. Durante mucho tiempo pensó que aquel día ella llevaba razón y que todos los niños poseían en su interior un odio intrínseco y dormido.

El alcohol no le deja escudriñar con claridad en sus recuerdos y, por un instante, el nombre de Anabel ha estado a punto de asomar a sus labios húmedos de champán.

—¿Va a ser tu primera vez de verdad, o el capullo de tu hermano se ha quedado con nosotras?

El chico observa como los manoseos de sus acompañantes a las chicas van aumentando en intensidad y comprende que aquello está yendo a mayores.

—Mi hermano puede ser un payaso, pero en estas cosas no suele mentir.

—¿No tendrás miedo de subir conmigo a las habitaciones, verdad?

—¡Por supuesto que no! ―contesta exagerando un enfado—. Hemos venido a eso y, hasta que no lo haga, no habrá acabado la fiesta.

—Veo que te tiene controlado, chico. No es una casualidad que sea yo la que haya acabado contigo. Fabián se ha ocupado personalmente de elegirme pensando que al ser la más joven te costaría mucho menos.

—Sí, le gusta pensar en todo. Ojalá le gustase también contar con los demás para tomar sus decisiones.

La chica se retira un poco mientras sigue agarrada a su cuello.

—No quiero que hagas nada que no te apetezca hacer. Si te molesta cualquier cosa de las que te hago no tienes más que decírmelo. De todas formas, yo ya he cobrado por el servicio y tú no estás obligado a nada.

—¡Y ahora al baño turco, señores!

A Daniel no le ha dado tiempo a responder a la chica, pues Fabián le ha agarrado de un brazo y lo arrastra hacia la puerta del fondo mientras la joven se ha vuelto para enviarle una amable sonrisa que le hace rememorar la despedida con Anabel.

En pocos minutos, los tres se han desprendido de sus ropas en un aséptico vestuario. Cuatro toallas blancas que cuelgan de unas perchas metálicas acaban en las cinturas del embriagado cuarteto.

Las risas continúan mientras se dirigen a una puerta dotada con una ventanilla redonda. Daniel va en cabeza espoleado por los empujones de su hermano y, tras detenerse ante el círculo de cristal, comprueba que no puede ver nada del interior debido al vapor de agua.

—Pasa ya, no nos van a comer.

Daniel se gira hacia atrás y lanza una dura mirada hacia Fabián. No cree que con la borrachera que llevan encima lo mejor sea el calor húmedo de un baño turco. Dicho y hecho. La primera reacción que tiene su cuerpo al respirar el cálido microclima es la de expulsar todo lo que lleva dentro. Néstor se percata de ello y acude en su ayuda.

—No, amigo, no. Tienes que intentar retener en tu estómago lo que has tomado. No podríamos permitirnos volver a pagar todo lo que hemos bebido en todo el día.

Ese punto de humor es bien recibido por el muchacho, que después de respirar profundamente tres veces parece haber calmado ese primer impulso. Tras devolverle una sonrisa, Daniel vuelve a pensar que Néstor es su mejor tabla de salvación.

Los cuatro se sientan en unos bancos fabricados con diminutos azulejos blancos y la puerta vuelve a abrirse. Entre la espesa niebla aparecen las cuatro chicas llevando cada una de ellas, y como único atuendo, una botella champán y dos copas de cristal.

—¡Esto sí que es placer! —exclama complaciente Fabián—. ¿No te parece que hemos muerto y hemos subido al cielo?

Daniel sonríe a la fuerza mientras que Néstor observa la escena desde el fondo. Las chicas se intercalan entre ellos y abren las botellas al tiempo. Es evidente que no era la primera vez que lo hacían.

Los brindis se suceden sin pausa y, en más de una ocasión, Daniel está a punto de vomitar. Un gesto de Néstor desde el fondo del banco de azulejos le hace reír en su interior. El amigo de su hermano vierte a escondidas el contenido de su copa sobre su entrepierna manchando la toalla, tras lo cual hace el paripé de beber de ella. Daniel asume que tendrá que aprender alguno de los trucos que tienen que hacer los amigos de su hermano para poder seguir su ritmo desenfrenado. Las rayas de coca que se han metido al mismo tiempo que recogían las toallas también les ayudan a sobrellevar mejor la carga de alcohol, pero Daniel tiene claro que nunca probará esa forma de divertirse.

El calor sigue subiendo dentro de la sala y las chicas se esmeran para que sus clientes se sientan satisfechos con el trato. Hay dos bancadas, una enfrente de otra, y las parejas se sitúan en las cuatro esquinas de la sala, separados por unos cinco metros los unos de los otros.

El vapor de agua impide ver con nitidez las desdibujadas formas, y eso es algo que Daniel agradece y de qué manera. Justo enfrente tiene a su hermano, que ya se ha desprendido de la toalla y sobre cuya entrepierna la pelirroja juguetea con un sensual movimiento de cabeza.

La más joven de las chicas intenta que Daniel abandone su ostracismo y se abra al placer de las caricias, pero comprueba que eso va a ser más difícil de lo que había pensado. Una y otra vez acaricia la toalla buscando algún rastro de rigidez, pero lo único que percibe es la flacidez que reflejan los nervios del chico.

Daniel, por su parte, se deja hacer e intenta por todos los medios poner su mente en blanco buscando sentir alguna reacción de su miembro.

—Tú tranquilo —le susurra al oído la chica—, al final ya verás como sí puedes.

Daniel aprieta los ojos como si ese gesto bastase para que su mente pudiera evadirse y acabase llevándolo al mundo en el que a él le gustaría estar en estos momentos. «Esto no tiene pinta de acabar bien», piensa tras abrir los ojos y ver como la pelirroja se ha subido a horcajadas sobre su hermano.

Las caricias de la prostituta no surten el efecto deseado y ver culear a su hermano no parece ser el remedio para esta incómoda situación. Daniel no sabe qué hacer, pero le ayuda bastante el poder constatar como la inoperatividad de su miembro no parece importarle en absoluto a la chica, la cual no duda en agraciarle con una sonrisa cada vez que sus ojos se cruzan.

Entre la compacta neblina alcanza a ver, no sin dificultad, a los dos amigos de su hermano. Humberto se ha tumbado totalmente sobre la bancada de azulejos y la chica lo masturba de forma pausada. Al mirar hacia el lugar que ocupa Néstor, se sorprende al comprobar como, mientras la rubia recorre con la boca todo su cuerpo, él se dedica a observarle con una mirada serena. No sabe si será por culpa del alcohol por lo que Néstor no aparta sus ojos de él, pero en estos momentos eso le trae al pairo y disfruta de cada mirada lasciva que le dedica.

—¡Señores! —grita Fabián—. Creo que este es el momento en el que tenemos que buscar un sitio que sea más cómodo que estos jodidos ladrillos.

Las chicas rompen a reír y se incorporan con energía. La más joven tiende la mano a Daniel, mientras que el resto ya han abandonado la vaporosa sala. Este niega con la cabeza con una expresión de dulzura en su rostro.

—Tienes que dejar que me relaje un poco. Creo que me hace falta algo de tranquilidad.

En la cara de la chica no se aprecia sorpresa alguna y asiente con su sonrisa cristalina y experta.

—Como tú quieras. Cuando salgas solamente tienes que preguntar por la habitación 415. Allí te estaré esperando para lo que quieras. Tienes pagados mis servicios hasta el amanecer. Te esperaré tomando una copa o durmiendo, según el tiempo que te tomes para relajarte.

Las chicas han salido por una puerta y ellos por otra que les ha llevado hasta las taquillas.

—Por lo visto, a mi hermanito le ha gustado el baño turco y quiere tomarse un tiempo extra con la niña esa.

Fabián hace ese comentario sin percatarse de que la joven ha abandonado la sala poco después que ellos y que su hermano se ha quedado solo.

Han pasado veinte minutos de sosegadas reflexiones entre la húmeda neblina y Daniel ha terminado sucumbiendo al cansancio. Una mano fría le saca de su profundo y resacoso sueño provocando un sobresalto que casi le hace caer al suelo.

—¿Al final no has querido subir con la chica?

El rostro tranquilizador de Néstor se encuentra ante él con un gesto hermético y por unos instantes no sabe cómo reaccionar.

—Me he quedado dormido. Iba a subir, pero no sé…

—No tienes que darme explicaciones —le interrumpe—. Tómatelo como una pregunta retórica. Yo no soy tu hermano y por supuesto que no te voy a pedir explicaciones por nada de lo que hagas o no hagas.

—Gracias —responde desconcertado—. ¿Tú ya has…?

—Sí. —Comienza a reír a carcajadas—. Yo ya he.

Daniel asiente haciéndose cargo del sarcasmo que ha usado en su respuesta.

—Yo no he podido hacer nada. Quizá los nervios me han gastado una mala jugarreta.

—Quizá haya sido eso, sí.

Daniel se queda extrañado mirando al amigo de su hermano de arriba abajo, percatándose de que sigue con la toalla blanca del principio.

—Si has subido a la habitación con la chica, ¿por qué sigues llevando esto? ―dice señalando la prenda.

—No querrías que viniese a hacerte compañía vestido de romano.

Daniel sonríe y asiente echándose para un lado como si hiciese falta dejarle un sitio a Néstor para que pueda sentarse junto a él.

La niebla de vapor ha bajado un poco y Daniel observa como el rubio y fibroso amigo de su hermano se sienta a su lado y se recuesta contra la pared cerrando los ojos.

—La verdad es que no hay nada como un baño de vapor después de echar un buen polvo, ¿no crees?

—Sabes muy bien que eso no lo sé. El día que lo pruebe en ese orden te lo diré.

Néstor sigue manteniendo un aura de misterio en su comportamiento. La tranquilidad que rezuma es un bálsamo para el joven que prácticamente ha olvidado el gatillazo sufrido a manos de la joven prostituta.

—He notado que te gusta mirar. ¿Lo sueles hacer a menudo?

Daniel le observa suspicaz.

—¿Yo te miraba? Me parece que era al revés.

—Bueno —cede Néstor—, si te parece bien lo dejaremos en un empate técnico.

Daniel asiente con la cabeza, detalle que pasa desapercibido para su acompañante, porque en todo el momento se ha mantenido echado para atrás, con la cabeza apoyada en la pared y con los ojos cerrados.

—Esa chica hace auténticas virguerías en la cama. ¿No tienes curiosidad por saber cómo se manejan?

—Si te digo la verdad, nunca he pensado que mi primera vez tuviese que suceder en un burdel. De hecho, si mi hermano fuese de otra forma, le habría quitado esta idea de la cabeza.

Néstor sigue sin abrir los ojos mientras su respiración se hace mucho más profunda.

—Tienes muy idealizado a tu hermano. Sé que no es el mejor momento para decirte esto, pero creo que no es el más indicado para organizar la vida de nadie. Es mi amigo e iría hasta el fin del mundo si él me lo pidiese, pero de ahí a dejar que sea el encargado de decirme cómo tengo que ser y cómo tengo que comportarme va un trecho. Fabián tiene el dudoso honor de ser la persona más irresponsable, impulsiva e irracional de todas las que conozco.

—Intransigente —añade Daniel en voz baja.

—¿Cómo dices?

—Intransigente. Lo que más me molesta de él es su intransigencia.

—¿Por algo en especial?

El chico se queda en silencio, pero comprueba que esas últimas palabras han provocado que su interlocutor abandone su estado de relax y que de repente haya abierto los ojos.

—¿No contestas nada, chico? Ya sé que es un intransigente, pero te puedo asegurar que puedes llevarlo sin problemas a tu terreno usando sus propias armas.

—En algunas cosas no cedería nunca.

Néstor le mira con aplomo.

—Lánzate, Daniel. Dime lo que tengas que decirme sin tapujos.

—No —niega con la cabeza—, a ti no puedo contártelo. No estaría bien.

—Como quieras.

Néstor se reclina un poco más y entrelaza los dedos de ambas manos sobre su cintura volviendo a cerrar los ojos. Daniel le mira de soslayo intentando ocultar una curiosidad latente. Sus cuidadas manos reposan justo por debajo del ombligo, dejando en evidencia su paquete. Sus párpados aparentan estar soldados, mientras que Daniel percibe un nervioso movimiento tras ellos.

El muchacho se siente cada vez más inquieto y los nervios del principio vuelven a hacer su aparición, aunque ahora el sentimiento es distinto al que le asaltaba durante los tocamientos de la chica. Por fin se ha quitado la coraza invisible que le protegía y ahora mira directamente las formas atléticas de Néstor. Observa como su pecho marcado se mueve arriba y abajo en un movimiento acompasado e hipnótico. Sin poder evitarlo, su mirada vuelve a posarse en la toalla blanca y en el bulto que aumenta por segundos tras ella.

Los esfuerzos titánicos que ha tenido que hacer para conseguir una erección hace una hora con la joven prostituta vuelven a repetirse, pero, muy a su pesar, ahora le está sucediendo en sentido contrario. Por más que lo intenta no puede ocultar su emergente excitación, que centímetro a centímetro está comenzando a ganar terreno bajo la toalla, y lo que más le sorprende es que no le importa en absoluto.

Todos los sentimientos reprimidos hasta este día pretenden salir sin pedir permiso y ni tan siquiera contempla la posibilidad de que eso le pueda molestar a Néstor. Lo tiene tan cerca y hoy se ha portado tan bien con él que tiene que hacer verdaderos esfuerzos para sujetar su mano lejos de la piel depilada de su acompañante.

Néstor parece dormido, y por un instante cree que ha podido escuchar un ronquido. Quizá, si alargase la mano y le acariciase el vientre podría poner como excusa que estaba intentando despertarle porque le tenía preocupado. No podía creer que se estuviese planteando en serio el meter mano al que siempre ha contemplado, desde que tenía once años, como una persona adulta a todos los efectos. El exceso de alcohol podría reconvertirse en su segunda excusa, pero esto podría acabar muy mal si Néstor se decantara por contárselo a su hermano.

Otro ronquido leve y comienza a removerse mientras retuerce los labios y la nariz como si un insecto estuviese recorriendo su rostro dormido. «Tengo que intentarlo, tengo que hacerlo». Daniel se repite una y otra vez ese deseo tratando de imprimirle un carácter de orden, a lo que su mano responde alzándose de su cintura y alargándose hasta dejarse caer a unos pocos centímetros del cuerpo sudoroso de Néstor. No consigue llegar a entender cómo puede estar a punto de saltarse todas las normas morales por las que se ha visto acorralado desde el día que tuvo uso de razón.

La toalla de Néstor se afloja por momentos resbalando sobre su piel y se percibe cada vez, con más nitidez, la línea de su marcada cadera, que Daniel contempla como un prófugo lo haría con la muralla de espino que separa la prisión de su libertad.

«¡Al diablo con todo!». El muchacho resuelve apostar todo al mismo número y se decide a rozar el muslo de un Néstor aparentemente dormido. Nada, no ha hecho ni el más mínimo movimiento, y por alguna razón eso le da alas. Sus dedos han dejado de temblar y lentamente suben por la toalla hasta llegar a la zona abultada.

El dique que ha retenido durante tantos años cada uno de sus más furtivos apetitos está a punto de saltar por los aires y, sin embargo, no cambiaría este instante por ningún momento vivido en su corta existencia. Quizá, y ahora que lo piensa detenidamente, solamente ha sentido algo parecido en el pasado y fue con el beso de Anabel.

Los cortos movimientos se suceden a modo de caricias y nota como el miembro de Néstor crece bajo el algodón. La excitación se ha hecho dueña de la situación y le empuja a dar un paso más. Con un rápido movimiento desata el ya de por sí aflojado nudo de la toalla y esta se desliza hacia los lados, dejando el miembro desnudo de Néstor ante unos ojos sedientos de deseo.

Su mirada hambrienta escruta cada una de sus bellas líneas, no pudiendo retener su mano, la cual, sin apenas tocar su piel, recorre cada músculo de ese cuerpo desnudo que a él le resulta sencillamente perfecto.

Cuando se ha querido dar cuenta, su ansioso olfato se ha encontrado absorbiendo los olores naturales que desprende la piel sudorosa de Néstor. Sabe que no es nada elegante, pero, aun así, Daniel ha comenzado a olisquear ese cuerpo rebosante de lujuria hasta que se ha detenido en su entrepierna. Con el miedo de vuelta, ha comenzado a besar con delicadeza un pene que se iba endureciendo por momentos.

—Al final tu hermano se va a salir con la suya y te vas a estrenar hoy.

Daniel se sobresalta al escuchar la voz templada de Néstor, tras lo cual se retira con la misma rapidez que su cara se ha enrojecido.

—No tienes nada que temer. A mí también me gustan los hombres.

El muchacho no da crédito a esas palabras repletas de ternura.

—¿Mi hermano sabe que tú…?

Néstor comienza a reír de forma moderada intentando no ofender al chico.

—¿Tú crees que si Fabián se enterase de que me van las dos cosas volvería a hablarme?

Daniel se queda unos segundos pensativo, sin atreverse a cruzar la mirada con él.

—No lo haría. De hecho, creo que te daría una paliza.

—Para eso me tendría que dejar. —Vuelve a sonreír—. Que sea gay no significa que no tenga brazos para defenderme. Tú deberías saberlo.

Daniel asiente con la cabeza mientras nota como la temperatura de sus pómulos va en aumento.

—¿Desde cuándo sabes que a mí…?

—¿Que te van los tíos? Desde siempre, amigo mío, desde siempre. Lo que no entiendo es cómo tu hermano no se ha dado cuenta.

—Tampoco te ha descubierto a ti.

—Lo mío es distinto. A mí siempre me han gustado los hombres, pero, si tengo que acostarme con una mujer, lo hago y punto.

—Pues yo no podría.

—Ya lo he visto antes. —Vuelve a reír mientras se acerca unos centímetros a Daniel―. La pobre se ha ido pensando que no ha hecho bien su trabajo.

Daniel traga saliva.

—No pretendía ofenderla.

—¿Estás de coña? Solo estaba bromeando. Ten por seguro que esa nena no tiene ni pizca de remordimientos. Sus ojos han vivido tantas cosas que su piel se ha convertido en acero. Ninguna de tus inseguridades va a hacer mella en la conciencia de cualquiera de las mujeres que trabajan en esto.

Cada palabra que llega a los oídos de Daniel sirve para quitar algo de presión a su sentimiento de culpa. No recuerda haber tenido una conversación tan agradable y sincera nunca.

La mirada de Néstor se dirige a la toalla del chico.

—¿No te la vas a quitar?

Daniel no aparta la mirada de esos labios que más de una vez había querido besar cuando dormía en la casa de invitados.

—¿Me dejas que lo haga yo?

El chico no duda en asentir con la cabeza. «¿Cómo puede ser que con la humedad que hay aquí dentro tenga la boca tan seca?».

Néstor se levanta de su asiento y se arrodilla ante un Daniel expectante que estudia con curiosidad cada uno de los lentos movimientos que hace al acercarse a él.

—No te pongas nervioso. Yo no soy la chica de antes.

La toalla va a parar al suelo e instintivamente cierra los ojos. El calor de la lengua de Néstor abraza la punta de su pene y la sensación le resulta indescriptible. Su acompañante llevaba razón. Hoy sería el día que se estrenaría en lo referente al sexo.

—Levántate.

El chico reacciona obedeciendo de inmediato como si estuviese esperando esas órdenes desde hace años.

Los dos quedan desnudos cara a cara, sin tapujos, sintiendo como sus miembros se tocan sin pudor alguno. Mientras nota la lengua de Néstor paseándose por sus labios, su cabeza comienza a pasar página dejando atrás las dobleces morales que él mismo se había impuesto.

Todo podría haber acabado de una forma maravillosa si no se hubiese escuchado el grito desgarrador que provenía del otro lado de la puerta.

—¡Putos maricones de mierda!

La puerta golpea la pared debido a la violencia con la que ha sido abierta y el vapor de agua escapa huyendo del conflicto que se cierne sobre ellos. Los dos corren a agarrar sus respectivas toallas y, en un intento de tapar sus vergüenzas, tratan de amarrarlas a sus cinturas, resultándoles casi imposible hacerlo con la inmediatez que la situación reclama.

—¿Esto es lo que eres? ¡Un mariquita de playa!

El tono despectivo de su hermano fulmina la determinación de Daniel. Este contempla la cara de asco de Fabián y su estómago comienza a removerse.

—¿Y tú? ¡El gran amigo que siempre creí tener y que me apuñala por la espalda en donde más duele! ¿Siempre has sido así o te has vuelto por vicio?

Al escuchar estas palabras, Néstor abandona su papel de víctima y echa un par de pasos hacia él.

—¿Que me he vuelto por el vicio? ¡Siempre has sido un payaso y por eso tenemos que ocultarte cosas que para cualquier persona no tendrían la más mínima importancia!

—¿Pero qué me estás contando? ¿Te estás riendo de mí?

La saliva pastosa comienza a acumularse en las comisuras de la boca de Fabián y, como si de un incendio de verano se tratase, su indignación se aviva por momentos.

—¡Tu hermano es así desde siempre! ¡El ser gay no es como la gripe, que la coges o no! ¡O se es o no se es, así de simple! ¡Esto no es contagioso, mamón!

Fabián no da crédito a las palabras de su colega de confidencias.

—¡No quiero que te acerques a mí ni a mi hermano en tu puta vida! —sentencia Fabián―. Y da gracias de que no te denuncie, porque mi padre estaría encantado de meterte la pena máxima.

—¡Daniel es mayor de edad! —le interpela Néstor—. Y no necesita del permiso de nadie para hacer lo que le venga en gana.

—¿Así lo has planeado? ―grita Fabián—. Has estado esperando como un ave de presa a que tu víctima saliese de la ilegalidad para lanzarte sobre él.

—¡No sé cómo he podido aguantarte durante tantos años! —grita Néstor―. Tendría que haberte mandado a la mierda la primera vez que insultaste a un gay simplemente por el mero hecho de serlo.

—¡Eres un puto hipócrita! —contesta Fabián—. Bien que te reías cuando les decía lo que se merecían a esas nenazas.

Daniel se ha retirado hacia un lado y ni tan siquiera se atreve a interponerse entre los reproches de los dos amigos.

—¡Siempre te has creído más que nadie y quizá te interese saber que más de una de las tías con las que has estado se ha reído de ti en tu propia casa!

Fabián se muerde el labio inferior al ver como su amigo intenta justificar de esa forma tan patética lo que acaba de hacer.

—Daniel tiene la libertad de elegir con quién estar y hoy ha decidido estar conmigo, por lo que…

Néstor no ha podido terminar la frase. Un puñetazo seco ha impactado en su mentón haciéndole caer hacia atrás. Le ha sido imposible evitar el ataque, pero Daniel ha salido de su impasibilidad y se ha abalanzado sobre su desquiciado hermano.

—¡No le pegues! ¡Él no tiene culpa de nada! ¡He sido yo el que ha empezado todo esto!

El rostro de Fabián se muestra desencajado y su boca no deja de temblar.

—No te puedes imaginar la vergüenza que siento al tenerte como hermano. Nunca me podría haber imaginado que la sensación de asco mayor de mi vida me la ibas a proporcionar tú.

El aguante de Daniel ha llegado a su fin y se derrumba ante un Fabián imperturbable que observa con desprecio como el chico se arrodilla ante él. Néstor comienza a salir de su aturdimiento y se toca la cara mientras observa con pena las súplicas de Daniel.

—Lo que le estás haciendo hoy a tu hermano no tiene perdón de Dios. Alguien te castigará por todo esto.

Un escalofrío ha sacudido el cuerpo de Fabián al escuchar esas palabras de su amigo y, tras recuperarse de esa sensación incómoda, proyecta una patada que aterriza en la nariz de Néstor, a lo que Daniel reacciona lanzándose contra su hermano. Los dos ruedan por el suelo en un forcejeo desigual. El chico no tiene la corpulencia ni los conocimientos sobre lucha de su hermano mayor y en pocos segundos se encuentra boca abajo prisionero de un placaje inmisericorde.

La sangre brota sin cesar de la nariz de Néstor y el suelo de la sala del baño turco se convierte en un tapiz modernista elaborado con intrincados trazos rojos que se mezclan en una confusión imposible.

Daniel no deja de patalear intentando inútilmente librarse del agarre de Fabián, y este, a cada esfuerzo de su hermano menor, contesta con sendas bofetadas que restallan en la habitación de forma contundente. La indignación de Fabián no parece aflojar, ni tan siquiera al escuchar los sollozos y súplicas del acongojado muchacho, pero es un puñetazo certero en la nuca lo que le hace besar el suelo, dejando libre a Daniel. El intenso gasto de adrenalina parece haber tenido sus consecuencias, y Fabián se encuentra tendido boca arriba sin fuerzas para intentar devolver el ataque.

Néstor se incorpora patinando sobre su propia sangre y ayuda a Daniel a ponerse de pie. Fabián los observa con gesto engreído, haciendo lo posible por mantener una actitud arrogante para ocultar su orgullo herido.

—¡Hijo de puta! Nuestra amistad acaba de terminar. Vete de aquí a tomar por culo. La próxima vez que nos veamos me las vas a pagar todas juntas.

—Por supuesto que me voy a largar ―responde Néstor con la respiración acelerada mientras se presiona la nariz con su toalla—, pero Daniel se viene conmigo. Yo lo llevaré a casa.

—Eso ni se te ocurra —farfulla Fabián—. Daniel se viene conmigo.

—Tú ya no mandas en mí —replica el chico con los ojos repletos de rencor―. Me voy con Néstor. Para mí has terminado.

—¡Ni se te ocurra hacer eso! No te atreverás.

Con una expresión de desprecio en su cara, el chico hace un gesto de negación y se gira dándole la espalda.

—Ya me he atrevido, ignorante.

Daniel ha escupido estas palabras mientras Fabián intenta levantarse del suelo de forma penosa.

Néstor y Daniel se dirigen desnudos hacia los vestuarios, y la sangre de la toalla de Néstor llama la atención de las chicas con las que se encuentran en su camino. En unos pocos minutos los dos se han vestido con sus ropas y abandonan las instalaciones del burdel de lujo.

Néstor se ha aplicado dos tapones que ha elaborado con algo de papel higiénico y que no han tardado en teñirse de rojo bajo su maltrecha nariz. Daniel ha dejado de llorar, pero sus manos tiemblan como una pluma frente a un vendaval. Aun así, su mente se encuentra tan clara y diáfana como el hielo de la última copa.

Mientras corre tras Néstor, su cabeza intenta poner orden en todo este desaguisado. Se sorprende a sí mismo al comprobar como su conciencia está reaccionando con una alegría difícil de contener. No tiene nada que ver con que sienta algo por Néstor, porque no es así, sino más bien con el hecho de que, aunque todo haya tenido un desenlace tan turbulento, él se acaba de desprender de un peso que durante toda su vida le había oprimido el pecho como el pisotón de un mastodonte.

Puede que esté huyendo, pero es una huida hacia delante. Su felicidad ya nunca se vería atacada por esos miedos estériles que siempre habían coartado su libertad. Echando de vez en cuando la vista atrás, se han dirigido al parking todo lo rápido que han podido. El exceso de alcohol consumido a lo largo del día no ha desaparecido. De hecho, los dos están experimentando su punto álgido, y sus tropezones son la prueba de ello.

Una vez que abordan el BMW deportivo, Néstor, con evidente torpeza, intenta meter la llave de contacto, topándose con los grados de alcohol una y otra vez hasta que acaba consiguiéndolo. El motor ruge en la oscuridad del aparcamiento cuando, por el retrovisor, aparecen unas potentes luces que no cesan de proyectar intermitentes destellos.

Los dos giran sus cabezas para comprobar que una silueta amarilla surge de la penumbra y se dirige a toda velocidad hacia ellos. El BMW arranca derrapando, mientras que unas primerizas e inocentes gotas de lluvia comienzan a caer sobre el asfalto. Fabián se aferra con fuerza al volante de su Ferrari. No va a permitir que su hermano pequeño huya con el traidor en el que se ha convertido su mejor amigo.

Ya pasan de las dos de la madrugada y Néstor sabe que atravesar Madrid a esa hora es complicado. Fabián se topa con otro vehículo que está accediendo al burdel y a punto ha estado de colisionar con él, por lo que tiene que detenerse un par de minutos debido a la inoperancia febril del recién llegado. Este lapsus de tiempo le ha servido al deportivo negro para conseguir una ventaja inesperada, que aprovecha para huir del acecho de la mancha amarilla del retrovisor.

Después de cuatro maniobras fallidas, Fabián se ha bajado del Ferrari y prácticamente ha sido él, tras abrir la puerta del conductor, el que ha terminado de completar los giros necesarios para alejar el Audi de la salida. Los nervios se trasladan a sus manos y pies, y por primera vez comprueba en su propia piel como el combinado de alcohol y tensión es una mezcla explosiva para manejar con un mínimo de decoro los mandos de un vehículo tan potente.

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9788412121223
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