Читать книгу: «Malestar en la civilización digital», страница 3

Шрифт:

Fue así como, con un mínimo número de intervenciones en las redes sociales (aproximadamente 700 000 sobre 129 millones de votantes), fue cambiado el resultado del escrutinio, gracias a las publicidades enviadas al lugar adecuado en el momento adecuado. Trump ganó las elecciones con 62 984 825 votos, es decir, con el 46,1 % y 304 electores, mientras que Hillary Clinton tenía 65 853 516 votos, o sea, el 48,2 % y 227 electores. Es sabido que el presidente de Estados Unidos no se elige por sufragio universal, sino por los electores, cuyo número varía en función de la población del Estado. Actualmente (1 de junio del 2019), Trump sigue siendo presidente; Cambridge Analytica se declaró en quiebra a principios del 2018, pero otros clones se instalan para explotar ese filón de oro. Recordemos que Cambridge Analytica habría intervenido en numerosas campañas electorales de los cinco continentes, como en Italia, Ucrania, la República Checa, Kenia, México, Colombia, Brasil, India, Malasia…

El retrato psicométrico del usuario de Facebook

Las explicaciones de Zuckerberg frente a los medios, el Congreso y el Senado americano, y la Cámara de los Lores en Inglaterra, no conmovieron a nadie. Y no es la primera vez que el más alto responsable de la red social Facebook se hizo sermonear, ya que él pretende que su empresa “no funge en la venta de datos, sino en la venta de píxeles”. Pero, como la inmensa mayoría de las redes sociales, abre sus puertas a los “desarrolladores externos”, que crean aplicaciones potentes e incisivas de perfilado de los usuarios, estableciendo lo que los psicomotivadores denominan un retrato psicométrico de los consumidores, que es hoy en día la clave de la venta al público de productos y servicios. Todos los ingresos de las redes sociales, o casi, provienen de la publicidad. Ellos dicen que no venden datos, pero sí el acceso a un consumidor con características muy precisas, fruto del cruzamiento de los datos del motor de búsqueda. Pero cada empresa se permite utilizar y enriquecer su banco de datos con los data de sus compañías, sea para Facebook, Instagram, WhatsApp u Oculus. En el caso de Google, se hace de todas las búsquedas y los contenidos visionados en YouTube, su filial. Incluso explotó durante mucho tiempo el contenido de los mensajes electrónicos de los internautas con una cuenta de Gmail, antes de renunciar públicamente a ello en junio del 2017. Además, todas las redes sociales venden sus datos brutos a desarrolladores externos y allí, contrariamente a lo que afirman, pierden toda traza de ellos y del uso de los mismos que esos terceros hacen, como se pudo constatar en el caso de Cambridge Analytica (ver más abajo).

En el caso de Facebook, la parte pública de las informaciones que el usuario entrega (o sea, toda la página de presentación para algunos, o para otros, únicamente su nombre y apellido, y su foto) no necesita la autorización de divulgación por parte del usuario; por el contrario, la utilización del resto de la información requiere en principio el consentimiento del interesado6.

Tipos de segmentaciones posibles de Google y de Apple Google

• Públicos de afinidad y de afinidad personalizada: centros de interés y de costumbres de los usuarios, acontecimientos vitales. Permite interactuar con los consumidores con ocasión de las etapas importantes de la vida: la obtención de un diploma universitario, una mudanza o un casamiento, por ejemplo.

• Públicos de mercado: hace posible encontrar los clientes que buscan (o se plantean seriamente comprar) servicios o productos similares a los que propone el anunciante.

Remarketing: permite resegmentar a las personas que ya se interesaron en los productos y servicios de una empresa, incluidos los antiguos visitantes que accedieron a un sitio web o a una aplicación móvil, que visionaron videos o que comunicaron sus coordenadas.

• Segmentación por listado de clientes: gracias a los listados de distribución de los correos electrónicos.

• Públicos similares: nuevos usuarios con centros de interés comparables a los de los visitantes de un sitio.

Facebook

• Públicos principales: lugar, datos demográficos, centros de interés, comportamientos y conexiones.

• Públicos personalizados: gracias a listas de correos electrónicos.

• Públicos similares: nuevos usuarios con centros de interés comparables a los de los visitantes del sitio.

Las dificultades de regular las empresas

Esas desviaciones en la utilización de los datos que están en las manos de Facebook se deben en gran parte a la inadecuación del régimen jurídico de las plataformas digitales. El estatuto de esas interfaces por las que accedemos al mundo conectado y actuamos en él no refleja la amplitud de las cuestiones en juego ni el rol neurálgico que ellas tienen en nuestra vida cotidiana. (Trudel, 27 de marzo del 2018)

En varios países, las plataformas se benefician de un régimen jurídico que limita radicalmente su responsabilidad por todo lo que los “consumidores” hacen circular en sus redes. Ellas decretaron que, dada la gratuidad de sus redes, todas las informaciones intercambiadas les pertenecían, dando por sentado que el usuario otorgó su consentimiento (explícito o supuesto). Están en la envidiable posición de ser casi las únicas en captar el valor resultante de los movimientos de información en internet, sin ser responsables de nada. Por ello se limitan a remitir la responsabilidad de sus acciones al usuario, pues, según parece, es él mismo quien debería disciplinarse. Esta es una afirmación un tanto fácil, justamente en nuestros países, donde la responsabilidad de cualquier acto de comercio está sujeta a severas regulaciones de protección del consumidor.

En realidad, es difícil agregar regulaciones por encima del modelo de negocios de las GAFAM, pues es el propio modelo de negocios el que está en cuestión. En la América de Donald Trump, se trata de un dogma sagrado por el que el Estado no debe obstaculizar la creatividad, motor económico de la era digital; en virtud de ese mismo principio, el Estado debe proteger la innovación en el procesamiento de datos, que es el ADN del capitalismo cognitivo. Ello resulta muy conveniente para la mayoría de los ecosistemas digitales, que, además, son casi todos americanos. Es, pues, America First. Por eso es que casi no existe ninguna ley en Estados Unidos que proteja la utilización de datos provenientes de las redes sociales o de los motores de búsqueda7. La Federal Commission of Communication americana (FCC), que regula las telecomunicaciones, votó incluso la abolición de la neutralidad de la red, uno de los principios fundadores de internet que debe garantizar la igualdad de tratamiento de todos los flujos de datos en la Gran Red, con graves perjuicios para los usuarios (Schepper, 14 de diciembre del 2017). Por el contrario, la autoridad que regula el comercio, la Federal Trade Commission (FTC), vigila y ya ha sancionado a Facebook en el 2011 por su gestión de los datos personales. También concluyó un acuerdo con Google en el 2013 por sus prácticas contrarias a la competencia.

En Canadá y en Europa, existen límites a la utilización de datos, especialmente en lo relativo a las informaciones sobre salud, como explica Ryan Berger, socio de la filial canadiense del bufete Norton Rose Fulbright, quien al menos destaca que la jurisprudencia sobre estos temas es casi inexistente. En Europa, Facebook fue sancionada en el 2017 con 110 millones de euros por la Comisión Europea por haber compartido datos personales en la aplicación WhatsApp. En Francia, la Comisión Nacional de Informática y Libertades (CNIL) impuso una multa a Facebook en mayo del 2017 por el valor de 150 000 euros por “incumplimientos” en su gestión de los datos de los usuarios. El nuevo Reglamento General sobre la Protección de Datos (RGPD), texto europeo que entró en vigor el 25 de mayo del 2018, define líneas más claras en la obtención de datos (como veremos más adelante).

Tabla 2.1

Cinco tipos de informaciones que quedan registradas en Facebook (FB) o en otras redes sociales


Los datos de perfilSexo, edad, lugar de residencia, trabajo, estudios, teléfono, idioma.Las informaciones registradas en el perfil se agregan y Facebook las utiliza para crear publicidades a medida para sus clientelas segmentadas.
Las apreciaciones: los “me gusta” o likeUn rápido clic provee una mina de informaciones. La red social está basada en esas manifestaciones de amor que permiten trazar el perfil psicológico del usuario en Facebook.
CompartirEl simple gesto de compartir una información dice mucho sobre el usuario. Facebook suma esos recursos compartidos y puede trazar su perfil para ofrecerle otros contenidos que tienen una fuerte probabilidad de hacerlo reaccionar.
Los comentariosFacebook puede identificar el sentimiento (positivo, negativo, neutro) de los comentarios dejados en la red social. Se sirve de las palabras clave para saber si al usuario le gusta o no algo.
El vínculo con la publicación inicialTodas esas interacciones constituyen una reacción a una primera publicación. Por ejemplo, una persona o una empresa pública postea algo y el usuario reacciona a esa publicación. Facebook establece un vínculo entre el usuario y esa publicación inicial.

Fuente: Parent (2019)

Capítulo 3

El capitalismo informacional y la extracción de datos personales

La adopción por parte de Europa de una renovada legislación sobre el derecho de autor podría cambiar las relaciones de fuerza entre los grandes actores de internet (Google, Facebook, etcétera) y los productores de contenidos.

(Trudel, 18 de septiembre del 2018)

Facebook o las lecciones de un escándalo

En el último cuarto del siglo XX, cuando nació la revolución digital en el seno de la contracultura de California, en la época en que los dos Steve (Jobs y Wozniak) creaban en un garaje la primera Apple; en el tiempo en que Jeff Bezos instalaba su ciberlibrería ofreciendo un servicio de 24 horas a partir de Seattle; cuando Serguéi Brin y Larry Page, apenas egresados de la Universidad de Stanford, creaban el primer motor de búsqueda que aún no se llamaba Google, sino BackRub; cuando la empresa de Bill Gates Microsoft, fundada en 1975, ponía en venta su nuevo sistema operativo: Windows 95, nadie preveía que todas esas iniciativas individuales iban a definir el mundo del mañana, ese donde vivimos hoy. Un viento de libertad soplaba desde el Oeste americano, en donde, gracias a la web, todos podrían comunicar sus opiniones al planeta entero. Los Estados se hacían decir que ellos no tenían que involucrarse en las cuestiones del ciberespacio, el reino de la libre creatividad. Para consolidar ese viento de innovación dopado por las orgías de inversiones especulativas en las start-ups, se postuló un ciberespacio sin ciudadanos. “Un mundo en el que solo hay consumidores conectados que consienten en interactuar” (Trudel, 18 de septiembre del 2018).

Los Estados, que no entendían nada de ese “nuevo mundo” se mantuvieron tranquilos, sobre todo porque esas empresas no les pedían nada en términos financieros. Los medios, en general fuertemente regulados en cuanto al formato (como los diarios, la televisión y el cine), tampoco se sintieron concernidos. Cuando las empresas de TI (tecnologías de la información) revelaron sus planes de negocios, grande fue el asombro: ¿cómo era posible que ellas hicieran tanto dinero creando servicios interactivos donde clientes y productores se entendían para coexistir como carne y uña, y sin reglas precisas? Después de todo, se decía, no son más que operaciones de negocios entre un cliente y un productor, y no es habitual para los Estados inmiscuirse en actividades comerciales de ese tipo. Cuando se usa Facebook, se puede ingenuamente pensar que todo ello es solo un asunto individual, gracias a un “contrato” más o menos implícito entre internautas y una empresa que tiene el cuidado de decir a esos ingenuos usuarios que ella utiliza sus datos “para mejorar el servicio”. Después de todo, estamos en el mundo de la gratuidad; por otra parte, ¿qué puede hacer la compañía con las insignificantes informaciones que yo le doy…? Pero convengamos en que cuando se sabe que las acciones en la bolsa de Apple, Amazon o Facebook superan las de las petroleras como Shell, Total o BP, o las de los fabricantes de automotores como General Motors, Renault o Toyota, o las de los principales bancos del mundo, hay sobrado motivo para interrogarse. El diablo se esconde seguramente en los detalles.

El capitalismo informacional

Lo que la mayoría de nuestros economistas y dirigentes no habían entendido es que el fenómeno de internet no era una pequeña oportunidad para informáticos brillantes (los geeks), sino una revolución económica, un cambio de paradigma en la manera de hacer negocios y dinero. A fines del siglo XX, el capitalismo iba a cambiar completamente para convertirse en un capitalismo informacional o cognitivo, basado en la explotación de una riqueza común, el dato, o, como se dice corrientemente, los data; y cuando digo común, es porque se trata de un bien colectivo (lo que pertenece a todos no pertenece a nadie), aunque en su origen solo es la agregación de datos individuales multiplicados por millones y billones. En el escándalo de la estratagema de Cambridge Analytica de utilizar los datos de 80 millones de abonados de Facebook con fines políticos, algunos pretenden que habría que haber sido más prudente: debemos controlar individualmente nuestros datos personales, cambiarlos, cambiar nuestros parámetros e incluso desconectarnos de Facebook (de allí el hashtag #deletefacebook). Pero el hecho es que, sin darnos cuenta, dejamos nuestros datos en todos los lugares por donde nos movemos en este planeta, y perdemos muy rápidamente la posesión de esos datos que velozmente se convierten en anónimos; son anonimizados y desaparecen en la masa de los big data por procesar, lo que indica que se trata precisamente de una riqueza colectiva.

La genialidad de Jeff Bezos de Amazon, de Bill Gates de Microsoft o de Serguéi Brin y Larry Page de Google es haber sabido captar el valor de los data en su provecho, sin pedir permiso a nadie, en particular al consumidor que utiliza su sistema pretendidamente “gratuito”. Yo no estoy seguro de que Mark Zuckerberg, al crear Facebook para reunir a la comunidad estudiantil de su universidad, supiera desde el inicio cómo ampliar su clientela a todo el planeta y, sobre todo, cómo rentabilizar financieramente su gigantesca red. Si él no encontraba un modelo de negocios (business model) rentable, quebraría; y le llevó varios años poner a punto dicho modelo de negocios. Desde el principio, decidió que todos esos datos (llamados personales) le pertenecían a él y que podía utilizarlos libremente para hacer progresar su empresa, transformando a sus usuarios en compradores, focalizando sus ganas y sus deseos, orientando sus decisiones hacia sus propios productos o los de sus asociados. ¿Quién dijo que la moda consistía únicamente en responder a las necesidades de los compradores, cuando en realidad se trata de orientar sus deseos hacia los productos ofrecidos por una empresa o por una de sus asociadas, inflando su poder de comprar al facilitar sus intercambios a distancia?

El problema no es, entonces, el candor pregonado como virtud de Zuckerberg; es la filosofía libertarista que él practica. Una filosofía muy en boga en Silicon Valley que se resume así: todo está permitido hasta que se prohíba formalmente. En inglés, se dice “Don’t ask permission ethic” (Cardinal, 12 de abril del 2018). Esta manera de proceder se remonta a la época de Napster —recordemos que era en los años noventa—, que le ofrecía a quien quisiera compartir la escucha de la discoteca de cualquier persona, sin pagar los derechos de autor a los artistas ni a las productoras musicales. Napster, que gozaba de gran popularidad entre los internautas, se rehusaba categóricamente a pagar nada a los creadores, so pretexto de que no era ni un fabricante ni un distribuidor de contenidos.

La llave del éxito de las plataformas en Estados Unidos

Solemos aceptar como evidente el hecho de que Google, Facebook o Uber serían las encarnaciones de esos modelos “disruptivos”, que funcionan a base de innovación.

El éxito de las empresas de Silicon Valley sería el resultado del mercado que se dejó en libertad para que liberaran la innovación. Y normalmente se las contrapone a las empresas “tradicionales”, que se atarían a modelos de negocios ya superados y reclamarían protección contra los rigores del libre mercado. No obstante, el dinamismo tan celebrado que emana de Silicon Valley no radica únicamente en su predilección innata por el riesgo y la innovación.

Una parte del éxito de las empresas que desarrollaron plataformas en la web deriva de un estatuto jurídico preferencial otorgado en los años noventa por los legisladores norteamericanos1. Se trata de un estatuto del que no se beneficiaron las empresas europeas, asiáticas ni canadienses. Un estatuto que vale por sí solo muchas ganancias.

¿Qué es el data mining?

En inglés, se dice que el equipo de Facebook hace data mining con los datos de los usuarios de su sistema, es decir, la extracción o la exploración de datos, la prospección y la extracción en masa de datos personales (big data), o aun la extracción de conocimientos a partir de esos datos. El data mining tiene por objeto crear conocimiento a partir de grandes volúmenes de datos, de crear algoritmos capaces de determinar el comportamiento de las empresas y de los individuos llamados a realizar una cierta acción compleja. Se puede apreciar la metáfora minera, porque ella muestra pertinentemente que los big data constituyen una riqueza natural (que teóricamente pertenece a todos y a nadie), como el agua, el aire, el petróleo, el carbón, etcétera, y cuyos únicos costos dependen, en general, de los trabajos de exploración y de prospección, puesto que no se paga la materia prima. Esto fue considerado así hasta hace poco tiempo, esto es, hasta que nuestra conciencia ecológica nos demostró que todas las riquezas naturales a la larga se agotan y que es imperioso que moderemos nuestros apetitos prevaricadores. Entonces los Estados crearon impuestos verdes, tasas de carbono, fondos generacionales, y decidieron actuar colectivamente para proteger esas riquezas naturales estableciendo reglas en los grandes foros como la COP21 (y las otras que seguirán, puesto que la COP24 en el 2018 es la última a la fecha), o reuniones del G7, del G14 o del G20, gracias a organismos multilaterales como la Comisión Europea, la OCDE o la UNESCO, entre otros. En el caso de la ecología, recién se comienza a encontrar algunas soluciones para enmarcar o regular la fortuna y las prácticas de las gigantes mineras o petroleras.

Cuando se trata de grandes proveedores como las GAFAM, basta con ver el capital de Bill Gates, de Jeff Bezos o de Mark Zuckerberg para comprender el poder del capitalismo cognitivo e inmaterial de hoy con respecto al capitalismo industrial de producción, que opera sin límites ni regulaciones, únicamente con las reglas del mercado. Es imperioso reconocer que el ciberespacio está constituido por ciudadanos, y no solo por “consumidores” que consienten, dice Pierre Trudel (13 de marzo del 2018). Por más que Zuckerberg lloriquee delante del Congreso americano y se excuse mil veces, la cosa no funciona, puesto que es su business model. Él hace su fortuna explotando a millones de usuarios mediante su sistema de Facebook; vende su clientela (y la necesidad insaciable de comunicación social de los usuarios) y sus datos a quien quiera explotarlos. En una palabra, tiene entre sus manos una máquina de hacer dinero.

¿Google o Amazon son hegemónicas? “Google y todas las GAFAM se convirtieron, a partir del desarrollo generalizado de internet desde 1995, en los verdaderos bienes de capital de la inteligencia colectiva. ¿Por qué en bienes de capital? Porque permiten producir intangibles, bienes inmateriales” (Moulier Boutang y Rebiscoul, 2009). Más allá del foro social, cuyos beneficios pueden parecer fútiles, nuestros datos son esenciales para el progreso de la medicina, para el funcionamiento del transporte, para la difusión de la información, para la investigación y la educación, para mejorar el comercio y la circulación de productos y servicios, pero también para modelar y organizar la venta y la distribución de productos inmateriales, como la música, la información, la cultura, etcétera.

¿Debemos repensar el estatuto de internet?

“¿Hay que estatizar Google o googlizar el Estado? ¿Google implanta un servicio común privado o un servicio público no estatal?”. Estas son las preguntas que se plantean Moulier Boutang y Rebiscoul (2009). En el siglo XIX, los bienes colectivos que crearon valor (y riqueza) fueron el descubrimiento y la explotación de la energía fósil, eléctrica y luego petrolera; en la segunda mitad del siglo XX, fueron la informática, internet y los big data, impulsados por la inteligencia artificial. ¿Por qué los grandes ecosistemas y las plataformas de servicios deberían escapar a la regulación política de los Estados? Un régimen jurídico cuasi ausente provoca infaliblemente accidentes (como el del escándalo de Facebook-Cambridge Analytica), que producen desequilibrios cuyos perjuicios se intentará mal que bien reparar. Pero el gusano no está aún en la manzana, ¡y no nos referimos solamente a Apple!

“El principio de independencia de un Estado solo podrá afirmarse en el ciberespacio si se repiensa internet. Entre la protección de los datos personales y la lucha contra las ciberamenazas, los Estados tienen dificultades para definir las estrategias de equilibrio”, analizan Imbert-Vier y Muller Feuga (3 de diciembre del 2018). Para la Unión Europea, internet es un espacio neutro y sin fronteras, cuando en realidad está administrado por la ICANN2 americana, y más aún: una de las primeras intenciones de la administración de Trump era abolir la neutralidad de la red en junio del 2018 (lo que implica como consecuencia permitir a grandes ecosistemas como las GAFAM tener prioridad sobre la difusión del contenido en internet). El ciberespacio cuenta con un sesgo esencialmente americano. Políticamente hablando, la protección de las informaciones sensibles se vuelve imposible para los Estados, así como mantener su soberanía frente a las intrusiones de las GAFAM (Google, Apple, Facebook, Amazon, Microsoft) americanas, y en lo sucesivo de las BATHX (Baitu, Alibaba, Tencent, Huawei y Xiaomi) chinas. La venta de equipos de telecomunicaciones por parte de la compañía china Huawei es el primer caso de guerra comercial declarada entre chinos y americanos, por la venta de la infraestructura de equipamiento de las nuevas redes de telecomunicación 5G en Occidente, susceptibles de convertirse en puertas abiertas para el espionaje industrial. Los americanos quieren prohibir a sus compañías nacionales equipar sus redes con infraestructura de Huawei, lo que ya hicieron Australia y Nueva Zelanda. Por otra parte, Estados Unidos pidió a Canadá que retuviera en la frontera de Vancouver a Meng Wanzhou, la directora financiera e hija del fundador de Huawei, Ren Zhengfei, antiguo miembro del ejército chino. Posteriormente, los americanos solicitaron oficialmente a Canadá la extradición de la señora Meng. A guisa de represalia diplomática, China retiene como rehenes a dos diplomáticos canadienses. A mediados del 2019, el asunto está aún irresuelto.

Los datos personales, bienes “comunes”

Profundicemos en el tema con ayuda de la economista Joëlle Farchy, quien estima, en una columna de Le Monde (3 de diciembre del 2018), que los datos digitales, privados y de interés general simultáneamente, deben ser administrados bajo el régimen de los “bienes comunes”, definidos por la economista americana Elinor Ostrom. Como es sabido, la politóloga y economista Ostrom, premio nobel de Economía en el 2009, conocida principalmente por sus trabajos sobre la administración colectiva de los bienes comunes, definió varias clases de bienes colectivos. En su famoso libro El gobierno de los bienes comunes (Governing the Commons)3, la investigadora critica “los fundamentos del análisis político aplicado a numerosos recursos naturales”.

En 1954, Paul Samuelson distinguía los bienes privados de los bienes públicos. Los primeros están reservados a los que pagan por su adquisición (bienes exclusivos y rivales, puesto que únicamente quienes los han comprado pueden consumirlos); los segundos son aquellos que son simultáneamente no exclusivos y no rivales, pues pueden ser consumidos por muchos. En 1965, James Buchanan agrega un tercer tipo de bien: los bienes club o bienes de peaje, que solo pueden ser consumidos por los miembros de una asociación. La pareja Ostrom (Vincent y Elinor) propone agregar un cuarto tipo de bienes: los recursos de uso común (common-pool resources). Dado que la utilidad y el provecho son individuales, mientras que el costo está soportado por todos, su uso conduce ineluctablemente a una sobreexplotación de los recursos. Así, se pueden definir los bienes comunes de conocimiento, cuyo mejor ejemplo en el área digital es Wikipedia.

Actualmente, toda la reflexión sobre los bienes comunes versa sobre la cuestión ecológica, puesto que la responsabilidad de los daños ambientales debe caber a todos, Estados de todo tamaño e individuos. ¿A quién pertenecen el aire, el agua, las riquezas naturales, y a quién incumbe la protección de la naturaleza, la biodiversidad, la transformación del clima, etcétera? En el 2010, gracias al movimiento de los open data (datos abiertos), emerge una nueva noción, la de datos abiertos de interés general, que exige que se ponga a disposición de los ciudadanos ciertos datos en poder de operadores privados. Por ejemplo, en el proyecto de ciudad inteligente Quayside de Toronto (véase el anexo 1 de este capítulo), muchos grupos e individuos se rebelaron al ver a un sistema privado como Alphabet/Google (financiador del proyecto) apropiarse de todos los datos personales de los habitantes que viven y circulan en el barrio. Otro ejemplo: ¿las empresas como Microsoft, Google o Apple tienen el derecho de poseer y utilizar los datos personales de los alumnos que utilizan sus materiales y sus redes educativas4? Y lo mismo ocurre con los datos médicos de los pacientes examinados.

La economista Joëlle Farchy (3 de diciembre del 2018) propone que se dé a internet el estatuto de bien común. No obstante, en la economía de los data, estamos en plena paradoja:

En primer lugar, no existen actualmente derechos de propiedad sobre los datos, y eso es más bien una buena noticia. En efecto, un dato raramente tiene valor económico en sí; el valor se crea por la agregación y la contextualización de millones de datos. El hecho de introducir nuevas enclosures5 en cada dato contradeciría, por otra parte, la filosofía del compartir que se promovía [en el inicio de internet, en los años noventa, antes que las GAFAM privatizaran la red].

Además, muchos consideran que esa libertad de compartir es la clave de la creatividad que engendra la economía de servicios, característica de la digitalización, como el movimiento de la enclosure permitió pasar de una agricultura considerada poco productiva de la Edad Media a una agricultura más intensiva y de tipo capitalista de la Revolución Industrial.

Si no se hace nada para enmarcar esos cuasimonopolios, los accidentes van a producirse cada vez más frecuentemente, como los tropiezos de la vida democrática, las violaciones a los derechos de la persona, la discriminación por perfil étnico, los escándalos financieros, la disminución y la degradación del trabajo humano, el incremento de la pobreza y el debilitamiento de las clases medias en beneficio del 1 % de privilegiados, etcétera. En el informe publicado en diciembre del 2018 por la Comisión Permanente de Acceso a la Información, de la Protección de la Vida Privada y de la Ética del Gobierno de Canadá6, que se ocupó del escándalo Cambridge Analytica, los diputados se inquietan por la vulnerabilidad del proceso democrático y de la vida privada de los ciudadanos frente a esta recolección masiva de datos por parte de empresas comerciales, por la vigilancia y la manipulación, hoy moneda corriente en la red, y, por supuesto, por la difusión a gran escala de la desinformación. El informe formula 26 recomendaciones al gobierno canadiense. Los diputados de todos los partidos lo repiten en su informe: es necesario ir más lejos. Es necesario darle un marco a la utilización de datos personales por parte de esos monopolios digitales para poder bloquear los discursos de odio, limitar la vigilancia no deseada de los ciudadanos, ofrecer mayor transparencia y mejor control a los usuarios, proteger las elecciones contra las falsas noticias y la injerencia extranjera. En las redes sociales, cualquiera puede decir cualquier cosa con total impunidad. Anteriormente, las empresas de prensa escrita y electrónica jugaban el rol de gatekeepers, controlando la veracidad de los hechos y de las informaciones. Ahora, cualquiera puede convertirse en un trol7 e insultar a quien quiera por cualquier motivo. La red es también un reservorio de noticias falsas (fake news), de conspiradores, de individuos de todas las ideologías extremas; actualmente, existe una darknet, donde se practica cualquier suerte de tráficos; la red es el reflejo de la sociedad que la establece. Algunos definen a Facebook como la conversación social que ha liberado la palabra pública sin filtros ni límites. Por más que Zuckerberg nos presente la maravilla de su sistema de algoritmos hipersofisticados, una máquina no aprenderá nunca a distinguir el bien del mal, el humor de la burla, el sentido del contrasentido, etcétera.

399
525,72 ₽
Возрастное ограничение:
0+
Объем:
428 стр. 15 иллюстраций
ISBN:
9789972455254
Издатель:
Правообладатель:
Bookwire
Формат скачивания:
epub, fb2, fb3, ios.epub, mobi, pdf, txt, zip

С этой книгой читают