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La presencia del Reino de Suecia en los actuales Estados Unidos fue efímera pero importante. Las primeras exploraciones del actual estado de Delaware fueron tempranas. Marinos españoles y franceses habían navegado por estas costas. También lo hicieron bajo pabellón holandés Henry Hudson en 1609, Cornelius May, en 1613, y Cornelius Hendricksen, que recorrió la bahía del Delaware y también navegó por el río hasta la actual Filadelfia, en 1614. Además levantó un mapa detallado de toda la región. El marino inglés Samuel Argall divisó estas costas en 1610 y las bautizó en honor del gobernador de la recién fundada Virginia, lord de la Warr, como Delaware. El primer establecimiento fue una pequeña factoría comercial holandesa: Zwaanendael destruida e incendiada por los indígenas en 1632. Poco después, en 1638, Suecia creó una colonia en ese territorio. Dos embarcaciones: la Kalmar Nyckel y la Vogel Grip llevaron a emigrantes suecos que fundaron en las riberas del río Cristina el fuerte Cristina, todo ello en honor de su joven reina: Cristina de Suecia (1632-1654). La colonia de Nueva Suecia sobrevivió con dificultades por los continuos ataques de sus poderosos vecinos y fue conquistada por Nueva Holanda en 1655. Sin embargo los pobladores suecos de Delaware conservaron su lengua y costumbres durante generaciones.

Durante el siglo XVII, Francia también contribuyó a la ruptura del monopolio español en América del Norte. Recordando los viajes de Verrazano y de Cartier, la Francia de Luis XIV reclamó su derecho a fundar colonias en América. Los primeros asentamientos franceses en América se fundaron en el Noreste, en Port Royal, en 1605, situado en la península que los franceses denominaron Acadia y los ingleses Nueva Escocia. Un poco después, en 1608, Samuel de Champlain fundó Quebec –palabra algonquina que significa ‘estrechamiento del río’– comenzando la colonización de Nueva Francia. La exploración y la posterior formación del Imperio francés en América del Norte se realizó en tres fases. De 1603 a 1654 se exploró y se fundaron asentamientos en el valle del río San Lorenzo y sus afluentes. De 1654 a 1673 colonos franceses ocuparon la zona de los Grandes Lagos, en la última etapa, de 1673 a 1684, exploraron y fundaron poblaciones en los márgenes del Misisipi. Así paulatinamente exploradores, misioneros, tratantes de pieles y colonos fueron creando asentamientos. Alrededor de 1720 ya había una línea de fuertes, misiones, pueblos y plantaciones que iba desde Louisbourg, en la isla del cabo Bretón, hasta Nueva Orleáns.

Las Trece Colonias inglesas

De la misma forma que Francia, también la Inglaterra de Isabel I (1558-1603) hizo valer sus derechos sobre el suelo norteamericano recordando los viajes que Giovanni Caboto había realizado bajo pabellón inglés.

Durante gran parte del siglo XVI, Inglaterra se encontraba muy debilitada y dividida por profundos problemas religiosos como para disputar a España su presencia en América. Pero en la década de 1580 la dinastía Tudor había reforzado su poder. Y además la Monarquía Católica, por primera vez, como ya hemos señalado, mostraba signos de debilidad y las costas americanas no podrían ser defendidas con eficacia.

Inglaterra tenía muchas razones para crear “plantaciones” en América. La mayoría de los geógrafos e historiadores del siglo XVII invitaban a la fundación de asentamientos ingleses en América del Norte. Richard Hakluyt el Joven publicó un auténtico panegírico sobre la colonización. En A Particular Discourse Concerning Western Discoveries (1584) defendía que las presumibles plantaciones serían la base para atacar al Imperio español. También permitirían a Inglaterra obtener directamente productos coloniales así como disponer de un nuevo mercado para sus exportaciones y, sobre todo, proporcionarían vivienda y tierras para el exceso de población del país. Esa percepción de una Inglaterra densamente poblada la compartían todos los escritores isabelinos. Y por ello consideraban imprescindible no tanto crear puestos comerciales como fundar asentamientos estables –plantaciones– que obligasen al traslado de los “plantadores” desde Inglaterra a América. También sir Humphrey Gilbert en A Discourse of a Discovery for a New Passage to Cataia (1576), enumeraba las ventajas para Inglaterra de los asentamientos ultramarinos. Además de argumentos similares a los de Hakluyt, enarbolaba uno nuevo: América se convertiría en un excelente refugio para los disidentes religiosos. Si bien estas razones defendidas por los escritores ingleses del siglo XVI eran apoyadas por la Corona y por la Iglesia oficial anglicana, no fueron estas instituciones las que dirigieron la colonización. Fueron las emergentes clases comerciales británicas, integradas en gran parte por reformadores puritanos de la Iglesia de Inglaterra, los que organizaron y protagonizaron la empresa de fundar asentamientos ingleses en América.

Una de las actividades más lucrativas de la Inglaterra de finales del siglo XVI consistía en la exportación de lana a los Países Bajos. El colapso sufrido por el mercado de valores de Amberes fue un revés para este comercio tradicional. El nuevo grupo social de comerciantes, artesanos y armadores británicos se aventuró a la búsqueda de nuevas rutas comerciales. Así se crearon nuevas compañías comerciales para explorar y asentarse en territorios lejanos. La Compañía de Moscovia se fundó en 1555, la de Levante, en 1581, y la Compañía de Berbería, en 1585. Además, muchos de estos comerciantes surgidos en las ciudades inglesas simpatizaron con la revisión del anglicanismo realizada desde el puritanismo. Los puritanos no sólo querían purificar la Iglesia de Inglaterra restringiendo el poder del clero anglicano y suprimiendo ritos y ceremonias que la acercaban peligrosamente al denostado catolicismo. El puritanismo trascendía esos márgenes. Implicaba la defensa de una forma de vida sencilla y equilibrada que, de alguna manera, los puritanos identificaban con la que presumiblemente llevaron los primeros cristianos. Los puritanos defendían el alejamiento de los excesos de las corruptas cortes monárquicas y también de la sofisticada sociedad inglesa. Eran críticos con los rituales, ceremonias y adornos de la Iglesia católica y de la anglicana. Primaba en ellos una idea de retorno, de vuelta a la vida sencilla, equilibrada y primitiva, de desandar algunas rutas emprendidas por la cultura dominante en la vieja Europa.

Desde finales del siglo XVI, la Corona inglesa reclamó su autoridad sobre los territorios americanos recorridos por marinos bajo pabellón inglés a finales del siglo XV. Los monarcas podían o bien dejar el territorio como un Dominio Real o bien ceder algunas partes, mediante una Carta Real o una patente, a particulares o a compañías comerciales para su explotación. Pero era la Corona la que mantenía la soberanía y a la que había que acudir para lograr el dominio y la facultad de gobierno para fundar plantaciones. Según la Corona mantuviese su control directo o se lo cediese por patente, a particulares, o por Carta Real a compañías, las nuevas “provincias” norteamericanas serían de Dominio Real, de Propietario, o de Compañía.

Cuando un grupo de personas, normalmente comerciantes, decidían constituirse en Compañía debían conseguir una Carta Real que nombraba a la organización y que les otorgaba sus estatutos de funcionamiento. Además, le garantizaba un área concreta de suelo americano y les confería ciertos poderes: trasladar emigrantes, gobernar las plantaciones, organizar el comercio, disponer de la tierra y de otros recursos. A cambio la Compañía debía someterse a las leyes y tradiciones inglesas. Cuando eran propietarios particulares los que colonizaban, éstos obtenían sus derechos a través de una patente que señalaba si sería uno o varios los propietarios y también se definía el territorio otorgado. De la misma forma que las Compañías, los propietarios adquirían, a través de la patente, la facultad de organizar la colonización y la forma de gobierno de la plantación siempre y cuando reconocieran la soberanía de la Corona y se sometieran a las leyes y tradiciones inglesas.

En 1578, la reina Isabel otorgó a uno de sus favoritos, sir Humphrey Gilbert, una patente autorizándole a fundar colonias en América. Pero estas primeras empresas isabelinas, otorgando permisos a particulares, fracasaron. Sólo cuando, durante los reinados de Jacobo I de Inglaterra y VI de Escocia y de Carlos I, la fundación de plantaciones fue llevada a cabo por compañías comerciales, integradas por capital privado procedente de distintos inversores, pero constituidas en una única persona jurídica, éstas empresas sobrevivieron.

En 1578 y en 1583 sir Humphrey Gilbert, tras conseguir su patente de la reina, dirigió expediciones a Terranova, proclamando allí su soberanía y ejerció su autoridad sobre un pequeño grupo de pescadores que poblaban esas tierras. Desde allí, se dirigió hacia el sur intentando encontrar un lugar confortable para iniciar su empresa colonial. No logró su objetivo al naufragar su embarcación en su segunda tentativa. A Gilbert le sustituyó en la empresa colonizadora su hermanastro sir Walter Raleigh, tras renovar la patente. Después de explorar las costas frente a Carolina del Norte consideró que la isla Roanoke era el mejor lugar para fundar una plantación. En 1585 envió allí una expedición colonizadora que regresó por la falta de alimentos y por las dificultades con los indígenas. Raleigh, sin desfallecer, envió en 1587 otro grupo de unos 116 colonizadores bajo el mando de John White. El capitán tuvo que volver a Inglaterra para buscar provisiones y garantizar el futuro de la colonia. Cuando regresó a Roanoke en 1590 –más tarde de lo previsto debido a la presencia en las costas inglesas de la Armada Invencible– no existía en la colonia ni rastro de los plantadores. Esta primera experiencia fracasada conocida históricamente como la “colonia perdida” no hizo desistir a los ingleses.

Tras estas primeras tentativas la Corona británica, como hemos señalado, cambió de estrategia. Serían las compañías comerciales las que tendrían permiso para colonizar. Eran mucho más solventes y resistirían mejor a lo que se presentaba ya como una empresa difícil. Así en 1606 Jacobo VI de Escocia y I de Inglaterra otorgó a una compañía londinense, la Compañía de Virginia, la posibilidad de colonizar el área de la bahía de Chesapeake, al norte de los territorios floridanos y que ya entonces se conocía como Virginia. En el mes de diciembre la Compañía fletó tres barcos y envió un grueso de 105 plantadores, mujeres y niños incluidos. Dirigidos por el experto capitán Christopher Newport los colonos arribaron, el 13 de mayo de 1607, a lo que denominaron Jamestown en honor al rey de Escocia y de Inglaterra.

Los primeros años de la colonia de Virginia fueron muy difíciles. La colonia estaba situada sobre un terreno pantanoso por lo que los pobladores estuvieron acosados por enfermedades. Además, los plantadores conocían mal las características de la tierra y de los cultivos americanos y los productos ingleses no servían para esas latitudes. Tampoco las relaciones con los indígenas fueron sencillas. El hambre y las penurias causaron continuos enfrentamientos entre los colonos. El primer año sólo sobrevivieron sesenta plantadores. La plantación estaba a punto de ser abandonada cuando la Compañía de Virginia envió un refuerzo de colonos y también de provisiones. Para motivar la emigración, la compañía estableció un plan de alicientes. Se implantó un sistema por el cual cualquiera que afrontase el gasto de trasladar a la plantación a un familiar o conocido recibía cincuenta acres de terreno. La compañía también trasladó a otra clase de emigrantes. Doscientos niños vagabundos londinenses fueron recogidos y transformados en trabajadores de las plantaciones y también fueron trasladadas de forma forzosa “doncellas jóvenes, agraciadas y con buena educación a Virginia deseosas de contraer matrimonio con los más honestos y esforzados plantadores que estén dispuestos a abonar el importe de sus pasajes”. La mayoría eran prostitutas amonestadas en las calles de las ciudades inglesas. Pero no fueron las medidas demográficas sino las económicas las que garantizaron el futuro de la colonia. El encontrar un producto óptimo para el suelo virginiano fue una garantía de éxito. El tabaco pronto creció en los campos de Virginia garantizando el futuro de la colonia. También fue importante la configuración de una estructura política eficaz. La primera asamblea de plantadores de la colonia de Virginia se celebró, en la Iglesia anglicana de Jamestown, el 30 de julio de 1619. Y allí se eligió al primer Gobierno representativo de Virginia.

Pero la colonia no cumplía los objetivos mercantiles de la compañía londinense. Ese conjunto de paupérrimas viviendas y de cultivos difíciles no eran rentables. En 1624 la Compañía de Virginia se disolvió y los territorios se transformaron en una colonia real, es decir en una colonia que dependería política y económicamente directamente de la voluntad del rey de Inglaterra y Escocia.

Al norte del río Potomac el rey Carlos I (1625-1648) concedió a Cecilius Calavert, primer lord Baltimore, una enorme extensión de tierra. La intención de lord Baltimore fue convertir su territorio en un refugio para sus correligionarios católicos que estaban siendo perseguidos en Inglaterra. Por eso el nombre elegido para su propiedad americana fue Maryland. Fue su hijo y heredero, el segundo lord Baltimore, quién impulsó la colonización y a él le interesaba no sólo que la nueva colonia fuera un refugio para católicos sino también que fuera una empresa económicamente próspera. En 1633 dos embarcaciones, el Ark y el Dove, llegaron con 140 pasajeros a la nueva colonia. Aunque efectivamente los dirigentes de la expedición eran católicos, el resto era protestante para lograr una mayor rentabilidad económica. Desde muy pronto surgieron problemas entre las dos comunidades y por ello tras largas negociaciones se promulgó el Acta de Tolerancia de Maryland, en 1649, que permitía la libertad religiosa pero sólo para los cristianos trinitarios. Fueron excluidos los cristianos unitarios, los judíos, los deístas y los agnósticos. La colonia políticamente se organizó con una asamblea en donde estaban representados los colonos. Pero a diferencia de Virginia, Maryland fue una colonia de “propietario” hasta la independencia de las colonias inglesas.

Mucho más al norte surgió otro núcleo colonizador inglés. Desde 1616, la costa nordeste de los actuales Estados Unidos era conocida por los ingleses como la Nueva Inglaterra. Fue en el libro del capitán John Smith, A Description of New England (1616) en donde el término apareció por primera vez. En 1620 se creó en Londres la Compañía de Nueva Inglaterra, estructurada de la misma forma que la Compañía de Virginia. Pronto consiguió del rey Jacobo I el monopolio sobre la tierra, el comercio, y la pesca, entre los 40 y los 48 grados de latitud norte en la costa atlántica norteamericana. Pero antes de que concluyeran los trámites legales entre el Compañía y el monarca, un pequeño grupo de colonos arribó en el Mayflower a estas costas de Nueva Inglaterra. Los pioneros formaban parte de un grupo de puritanos radicales, llamados también separatistas, que defendían la separación de la Iglesia de Inglaterra y no sólo su “purificación” como el resto de los puritanos. Originarios de Scrooby, en Nottinghamshire, habían huido a la calvinista Holanda, en 1609, para evitar críticas y persecuciones. El exilio les demostró que era difícil, en una sociedad “con historia”, establecer un modelo de vida similar al que, según ellos, tuvieron los primitivos cristianos. La sencillez, el equilibrio, la tranquilidad y el silencio eran virtudes defendidas por los separatistas y alejadas de todos los rincones de la vieja Europa. América para ellos podría ser el Jardín del Edén. El lugar en donde comenzar una vida en donde su fe religiosa se fundiría con una nueva y santa sociedad civil. Los “peregrinos”, como fueron bautizados por sus descendientes, buscaron financiación para su utópico proyecto en Inglaterra. Un grupo de comerciantes ingleses subvencionó la empresa del Mayflower y logró permiso para desembarcar cerca de Virginia. Sin embargo atracaron mucho más al norte, en el puerto natural que bautizaron como Plymouth, en cabo Cod. Buscando una legalidad a esta situación difícil –no habían atracado en Virginia sino en Nueva Inglaterra– redactaron y firmaron el Pacto del Mayflower. En este texto claramente puritano los firmantes –todos varones y adultos– se comprometían “en presencia de Dios y de todos nosotros a pactar y a constituirnos en un cuerpo civil y político para logar nuestro mejor gobierno…”. Además todos prometieron sumisión y obediencia a las “leyes justas y equitativas” que los futuros representantes promulgasen.

La actividad económica de esta pequeña colonia fue la agricultura. Aprendieron, según la tradición, del indio Squanto a cultivar el maíz americano y supieron adaptar al nuevo clima el cultivo del trigo y otros productos europeos. La primera cosecha de maíz la celebraron juntos, colonos e indígenas, iniciándose así la celebración en las colonias inglesas del Día de Acción de Gracias. Además también comerciaron con pieles y madera e iniciaron una prolífica actividad pesquera. Muy pronto los colonos abrieron negociaciones con el Consejo de Nueva Inglaterra para solucionar los problemas causados por haber fundado la plantación de Plymouth dentro de sus territorios y no en Virginia. En 1621 lograron que el Consejo aceptase la nueva plantación. En 1627 los colonos lograron saldar las deudas con los comerciantes londinenses que les habían respaldado y en 1629 compraron a la Compañía de Nueva Inglaterra los títulos de los territorios que ocupaban. Conocemos muy bien la historia de la colonia por la obra de su segundo gobernador, William Bradford, titulada History of Plymouth Plantation, escrita entre 1630 y 1651, que narra con sobriedad puritana las dificultades de los peregrinos.

Mucho más numerosa e importante fue la gran emigración puritana no separatista iniciada hacia la bahía de Massachusetts en 1630. Desde la fundación de Plymouth existían en esta bahía, que había tomado su nombre de los indios massachusetts, grupo de lengua algonquina, pequeñas aldeas habitadas por pescadores y comerciantes de pieles de origen europeo. En 1626 Robert Conant fundó un pueblo pesquero llamado Naumkeag, actual Salem, que fue el núcleo en donde se asentó una comunidad puritana. John White, pastor anglicano de Dochester y estricto puritano, consideró que este núcleo podía ser el germen de una colonia constituida por puritanos descontentos con la forma de vida inglesa. Tras negociar con la Compañía de Nueva Inglaterra obtuvieron los derechos sobre los territorios de la bahía. En 1629 fueron más lejos y constituyeron la Compañía de la Bahía de Massachusetts Poco después obtuvieron una Carta Real que les permitía establecer una colonia y ratificaba muchas de las ambiciones de este grupo de puritanos. En primer lugar les permitía trasladar el gobierno del nuevo asentamiento, desde Londres a Massachusetts. Además garantizaban que la colonia fuera puritana. Así establecieron que solo los miembros de las iglesias puritanas podían ser electores y elegibles para las instituciones representativas y además los pastores puritanos se reservaban puestos de gobierno y de justicia. A partir de su aprobación por el rey, se produjo la gran migración puritana a la bahía. Diecisiete embarcaciones, con más de mil emigrantes, partieron en 1630 rumbo a Massachusetts capitaneados por John Winthrop, un abogado y terrateniente del este de Inglaterra que se convirtió en gobernador de la colonia. Durante los once años siguientes más de 20.000 emigrantes, todos ellos puritanos, llegaron a la colonia. Las características sociales de este grupo de emigrantes fueron distintas a las del resto de las colonias inglesas en Norteamérica. En primer lugar emigraron sobre todo grupos familiares. La distribución por edades también fue inusual. Mientras que aquellos que viajaron a Virginia y a otras colonias tenían entre 16 y 25 años, a Massachusetts fueron adultos –más de 2/5 partes eran mayores de 25–, y niños –casi la mitad de los emigrantes eran menores de 16–. La gran mayoría de los emigrantes pertenecían a la clase media inglesa, con el predominio de pequeños agricultores, artesanos y comerciantes. Fue un grupo de emigrantes con un alto nivel de riqueza, educación y capacidad.

Pero también existieron problemas en esta comunidad puritana. Para muchos la presencia del clero y de las normas constituidas del puritanismo era excesiva. Hubo graves desacuerdos en el refugio de disidentes. Roger Williams fue el principal opositor de la nueva colonia. Descontento por le estrecha unión entre la Iglesia y el Estado y sobre todo por considerar que se debía romper de forma radical con la Iglesia de Inglaterra, elevó airadas protestas y fue desterrado. Con él se fueron multitud de disidentes y se instalaron en el año 1636 en la bahía de Narragansett donde fundaron Providence que se constituyó en el núcleo de una nueva comunidad de ciudades llamada Rhode Island. Dos años después llegaba otra disidente: Anne Hutchinson, también duramente criticada por el clero bostoniano por su independencia. La nueva comunidad se basó en el gobierno de la mayoría, en la separación de la Iglesia y del Estado, y en la libertad religiosa. Esta tolerancia permitió que judíos, cuáqueros y otros grupos religiosos minoritarios eligieran Rodhe Island como su hogar americano. En 1644, Williams viajó a Inglaterra y publicó una de las críticas más duras contra la colonia de la bahía de Massachusetts: The Bloody Tenent of Persecution, que criticó duramente la presencia del clero puritano en la colonia de Massachusets. En ese mismo viaje logró la Carta Real que autorizaba a la nueva colonia y reconocía los principios previamente establecidos en Rhode Island. Estos principios fueron de gran importancia para el futuro político de Estados Unidos.

Otros disidentes abandonaron también la colonia de la bahía. El reverendo Thomas Hooker decidió, junto al grueso de su congregación, trasladarse para fundar una nueva colonia en donde el peso de las iglesias constituidas no fuera tan fuerte. Así surgieron, alrededor del valle del río Connecticut, pequeños núcleos urbanos, como Hartford y Windsor. También puritanos estrictos fundaron otras poblaciones con nombres significativos como New Haven. Todos unidos lograron una Carta Real en 1662. Esta Carta fue la ley fundamental del estado de Connecticut hasta 1818 y, a pesar de que al principio buscaron un menor peso de los pastores puritanos, recogía que la iglesia congregacionista era la iglesia oficial en cada una de las poblaciones. Católicos, anglicanos y disidentes protestantes encontraron hostilidad en esta nueva plantación.

Al norte de la Bahía de Massachusetts, los territorios actuales que constituyen New Hampshire y Maine, fueron concedidos por la Compañía de Nueva Inglaterra a sir Ferdinand Gorges y a John Mason, en 1622. A Mason le correspondió la parte Sur y la bautizó como New Hampshire. Allí ya existían pequeñas poblaciones de pescadores y comerciantes como Dover, Portsmouth, Éxeter y Hampton. Aunque desde 1649 cayó bajo el dominio de Massachusetts, también fue refugio de puritanos disidentes. La zona más alejada, la actual Maine, continuó, durante todo el periodo colonial, gobernada desde Massachusetts.

La guerra civil inglesa (1642-1660) y la Commonwealth (1649-1660) frenaron el proceso colonizador de Inglaterra. Pero la restauración de Carlos II, en 1660, supuso un nuevo impulso. En sólo doce años los ingleses conquistaron Nueva Holanda, colonizaron Carolina y le dieron forma definitiva al sistema colonial. La diferencia entre este segundo empuje y el iniciado a comienzos del siglo XVII, es que las nuevas colonias surgieron sobre territorios donados por el rey a sus favoritos, que se constituían así en propietarios. Ya no eran las compañías comerciales las promotoras de la colonización. De la antigua colonia holandesa, Nueva Holanda, que había conquistado la colonia sueca de Delaware, surgieron cuatro colonias: Nueva York, Nueva Jersey, Pennsylvania y Delaware.

Como ya hemos señalado, Nueva Holanda estaba rígidamente gobernada por la Compañía Holandesa de las Indias Orientales y por ello sus habitantes no pusieron mucha resistencia cuando 1664 la colonia fue conquistada por el hermano de Carlos II de Inglaterra, el duque de York. La región entera fue cedida por Carlos a su hermano. Los ingleses transformaron el pequeño poblado de Nueva Ámsterdam en Nueva York en honor del duque homónimo. También se denominó de esta forma toda la antigua colonia de Nueva Holanda. Poco después, el duque propietario cedió las tierras comprendidas entre los ríos Hudson y Delaware a sir George Carteret y a lord John Berkeley llamando a este territorio Nueva Jersey.

En 1681, el cuáquero William Penn recibía de los Estuardo una enorme franja de tierra en el litoral atlántico de América del Norte que bautizó, en memoria de su padre, Pensilvania. Fue un refugio para una de las ramas más radicales e igualitarias del puritanismo que fueron los cuáqueros. Con la afirmación de la existencia de una luz interior en todos los hombres que sólo había que encontrar a través de la oración, los cuáqueros defendieron la igualdad de todos. Perseguidos no sólo en Inglaterra sino también en sus colonias llegaron masivamente a los bosques de Penn. En 1682, el duque de York también le concedió a William Penn otra parte del antiguo territorio sueco y después holandés: Delaware.

También durante el reinado de Carlos II se establecieron los ingleses en las Carolinas. Este inmenso territorio al sur de Virginia se les concedió a ocho lores propietarios que lo colonizaron con población que provenía de otras colonias, sobre todo, de Barbados y de Virginia. Conforme la colonia avanzaba hacia el Sur los enfrentamientos con los españoles fueron continuos.

La última de las colonias inglesas en Norteamérica fue la de Georgia. La colonia fue entregada por Jorge II, en 1732, a veintiún fideicomisarios. Uno de ellos, el general y filántropo James Oglethorpe se trasladó al nuevo territorio inglés en América. Como militar erigió una serie de fortalezas para contener presumibles ataques españoles desde San Agustín. Como reformador social intentó colonizar Georgia como un lugar de redención de presos ingleses que no hubieran cometido delitos de sangre y también intentó convertirla en un nuevo hogar para indigentes. Quería evitar las grandes propiedades así como la existencia de trabajo esclavo. Tampoco aceptaba bebidas alcohólicas. Hacia mediados del siglo XVIII, nada quedaba de sus planes filantrópicos. Georgia se había convertido en una colonia cuya unidad de producción era la gran propiedad, dedicada al monocultivo y trabajada por esclavos.

Las colonias norteamericanas en el siglo XVIII: las guerras imperiales

La presencia política de Suecia y de Holanda había desaparecido, como ya hemos señalado, de América del Norte en el siglo XVII. Francia impulsaba, sobre todo, la colonización del actual Canadá aunque mantenía a un pequeño grupo de colonos en Luisiana. Sin embargo la Monarquía Católica conservaba los límites septentrionales de su imperio en los actuales Estados Unidos. Pero ya se apreciaba que ni la Florida, ni la parte norte del virreinato de Nueva España tenían la vitalidad demográfica, económica y cultural de las trece colonias inglesas.

Efectivamente, a mediados del siglo XVIII las Trece Colonias inglesas se habían transformado en territorios prósperos. Las colonias de Nueva Inglaterra: New Hampshire, Connecticut, Massachusetts y Rhode Island, estaban densamente pobladas y tenían una economía diversa. Agricultura, pesca, construcción naval y un comercio, no siempre legal, con la América española eran las actividades de sus habitantes. Ciudades como Boston, Newport y Salem eran muestra de esa actividad comercial.

Las colonias del Sur: Virginia, Maryland, las Carolinas y Georgia, tenían una estructura social más desequilibrada. Grandes propietarios de tierras, pequeños labradores y una gran masa de población esclava eran sus rasgos distintivos. El cultivo de un único producto en las plantaciones sureñas les causaba una gran dependencia económica de su metrópoli. Virginia, Maryland y Carolina del Norte exportaban tabaco; Carolina del Sur y Georgia comerciaban con arroz e índigo.

Las colonias intermedias: Nueva York, Nueva Jersey, Delaware y Pensilvania eran más heterogéneas. Su población, originaria de distintos puntos de Europa, les otorgaba una fisonomía más rica. Su actividad económica era también más diversa que la de las colonias de Nueva Inglaterra y que las del sur. Su agricultura era próspera. Producían grandes excedentes de grano, cereales y carne salada que exportaban. También el comercio de pieles, sobre todo, en la colonia de Nueva York, y la industria forestal, eran prósperas. Ciudades como Filadelfia, con más de 40.000 habitantes en 1770, y Nueva York demostraban la vitalidad de las colonias intermedias.

Pero si las colonias inglesas en América del Norte tenían diferencias también compartían ciertas similitudes. Al ser colonias inglesas su ritmo de crecimiento demográfico era parecido y además sus instituciones de gobierno y sus valores culturales eran similares. También mantuvieron durante toda la historia colonial los mismos enemigos: las poblaciones indígenas y las otras potencias coloniales.

Las Trece Colonias inglesas tenían un ritmo de crecimiento demográfico y económico muy superior al de los límites del Imperio español en América del Norte. Al estallar la guerra de Independencia, en 1775, habitaban el territorio alrededor de dos millones y medio de colonos. Mientras que en los márgenes septentrionales del Imperio español, si excluimos a la población indígena no asimilada, sólo vivían unos 100.000 colonos.

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