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El modelo global

Un consenso social se logra cuando un grupo es pequeño porque los comunicantes (receptores / transmisores) intercambian información al interior del mismo contexto gracias a la simultaneidad en el momento de la interacción. Para que haya homogeneidad en la transmisión de la información y en la forma en la que los receptores le dan sentido, se necesitan contextos e historias similares, eso es lo que hace posible la construcción y la vigencia de un mito15. Es difícil concebir tal consenso si pensamos en sociedades física, geográfica e históricamente distintas y distantes. Pese a la distancia y a la diversidad se habla de comunidad global, las tecnologías de comunicación contemporáneas permiten simultaneidad en la emisión y en la recepción no solo de mensajes, sino de objetos varios, es por esto que es posible generar referentes prácticamente homogéneos en todo el Planeta Tierra.

El modelo global tiene características de Imperio, pues recrea los métodos ancestrales de reducción social para lograr consenso e imponer sus reglas, manteniendo así el control sobre las relaciones humanas y sociales, los modos de intercambio y de Gobiernos. Uno de los roles de los medios masivos es el de difundir cierta información, y de ciertas maneras, con el afán de reducir la sociedad mundial a un grupo homogéneo capaz de compartir los mitos que permiten mantener el orden establecido. Los sistemas de educación convencionales juegan este mismo rol y para ello fueron y continúan siendo mantenidos como obligatorios.

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15 Ídem 9.

Sociedades míticas

El mito garantiza sin duda alguna la cohesión de un grupo y el mantenimiento del orden establecido porque no deja lugar al suspenso, «las cosas son así y nunca de otra manera». El mito toma forma, tiene cabida y funciona como panacea al temor que vuelve vulnerables a los miembros de un grupo. Al interior de una tribu, la mitología funciona incluso si tales mitos parecen del exterior irreales o improbables; las críticas nada pueden en su contra cuando provienen del exterior, y hasta pueden ser toleradas, siempre y cuando no afecten el funcionamiento del grupo, ni alteren los roles de sus integrantes.

Hay intelectuales, estudiosos y científicos, que niegan lo míticas que pueden ser sociedades cosmopolitas, urbanas y occidentales. Algunas personas no pueden aceptar que el uso y la creencia en mitos sea posible al interior de sociedades modernas, occidentales u occidentalizadas porque suponen que el acceso a la información y la comprensión del mundo y de lo que sucede en él es más grande, más profunda, más extensa, más crítica, gracias a la educación institucional obligatoria y a los medios de comunicación, de información y de tecnología contemporáneos. Sin embargo, a lo largo de nuestra historia humana, tanto la educación institucional, como los medios masivos, han sido y siguen siendo los mecanismos a través de los cuales se logra la reducción, la cohesión y el control social, como ya lo hemos anotado antes. Inclusive los trabajos científicos pueden y suelen ser usados para justificar ideas míticas como realidades objetivas, es decir, como verdades incuestionables. Al respecto de esto, Lévi-Strauss escribió:

«Puede ser que un día descubramos que la misma lógica funda el pensamiento mítico y el pensamiento científico... el lugar en el que se ha desarrollado la idea mítica de progreso no habrá sido la conciencia, sino el mundo, en el cual una humanidad dotada de facultades constantes se habrá encontrado continuamente, en el curso de su larga historia, con objetos distintos». (Lévi-Strauss, 1958, 1974: 265).

... Estableciendo, imponiendo y controlando el orden social a través de mitos. Toda explicación dogmática de los hechos, todo discurso incuestionable de los sucesos, de los fenómenos, de las concepciones del mundo, de los conceptos, son formulaciones míticas.

«El problema fundamental del mito en las sociedades es la relación entre un cierto tipo de individuos y ciertas exigencias del grupo (…) una situación en la que todos los protagonistas han encontrado sus lugares (...) entrando así, en un orden sobre el cual (al parecer) no acechan ya amenazas (…). Que la mitología no corresponda a una realidad objetiva no tiene importancia: la gente cree en ella y esa gente hace parte de un grupo social que cree en esa misma mitología (...) todos hacen parte de un sistema coherente que funda la concepción de cierto universo. Por lo tanto, lo importante no es que un mito sea falso o verdadero, lo que importa es que exista un acuerdo entre las personas que comparten el mito». (Lévi-Strauss 1958, 1974: 226).

La apertura del sistema

El juicio crítico sobre sí supone tomar distancia de las propias certezas, significa poner los propios conceptos en duda. Buscar significados sólidos implica cuestionarlo todo, pero también compromete buscar respuestas. La única manera real de desarrollar todas nuestras posibilidades es aceptando las propias limitaciones para luego de comprenderlas, cambiar gracias a ellas. El mito será usado siempre que un grupo social pretenda establecer acuerdos que permitan mantener su cohesión y su vigencia sin autocrítica, sin cuestionamientos ni búsqueda de razones profundas en los modos de percibir las cosas y de vivirlas.

La gente le teme al ridículo, la aprobación social permite la integración. El ser humano es un ser social que necesita de un grupo humano para poder sobrevivir. La vergüenza es, por excelencia, un sentimiento social, por eso la burla suele ser usada para desacreditar a quienes buscan el cambio, a quienes se atreven a desafiar al orden establecido. Para evitar las preguntas, para impedir las innovaciones, para negar la contestación, para menospreciar las críticas y mantener el control, quienes detentan el poder suelen burlarse de los detractores. ¡Ya no se habla más del asunto! O, ¡eso es asunto clasificado!, son frases que se utilizan para cerrar las puertas de un sistema que corre riesgo de ser abierto gracias a preguntas, observaciones y críticas. La burla permite mantener el orden establecido porque produce un cierre de sistema; la argumentación sólida, basada en conocimientos profundos, puede ayudarnos a abrirle.

Occidente


Occidente es un término que proviene del latín y significa oeste: donde el sol se oculta. Occidente es también una palabra que se utiliza para expresar identificación cultural. Existen distintas acepciones sobre los países, naciones o zonas geográficas que pertenecen a la civilización occidental; este concepto puede incluir o excluir a países por razones políticas, culturales o históricas, según el contexto en el que se le utiliza. Esta palabra usada para hablar de países, de culturas o civilizaciones, tiene sus orígenes en la Grecia Antigua. Los griegos se pensaron en el centro del cosmos, a partir de su cosmovisión dividieron al mundo en dos partes: el este, donde sale el sol y el oeste u Occidente, por donde el sol se oculta.

En la Antigua Grecia el mundo estaba dividido entre los pueblos griegos y los bárbaros, esta división también era geográfica según los territorios ubicados en la zona occidental de la Antigua Grecia. La cuenca del Mediterráneo conquistada por el Imperio romano mantuvo la división entre este y oeste; por un lado, los pueblos occidentales, aunque diversos con predominancia latina, y por el otro lado, los pueblos del Mediterráneo oriental en los que predominaba la cultura griega. Diocleciano dividió el Imperio romano en dos regiones en el 292, la región oriental se desarrolló en el Imperio bizantino, mientras que la parte occidental sufrió de invasiones «bárbaras» que originaron varios reinos.

La división entre Oriente y Occidente se mantuvo durante la Edad Media, ambas partes cristianas, pero distintas. El sentimiento de cristiandad tomó fuerza con las cruzadas en contra de árabes y turcos. Los bizantinos fueron, sin embargo, considerados por los occidentales como distintos; pese a sus comunes raíces, la ruptura con el patriarcado romano tras el Cisma de Oriente —de la cual su mayor expresión es la Iglesia ortodoxa, rama del cristianismo que predomina en esos países con diferentes patriarcados según cada nación—, difieren con la Europa, católica y protestante, considerada occidental.

Los territorios de América fueron llamados al principio las Indias Occidentales. Al encontrar y conquistar América, los colonizadores integraron las nuevas colonias europeas a la Cristiandad. Esta gente supuso llevar consigo la «civilización» a pueblos autóctonos que consideraron «salvajes», es decir, violentos. El occidente europeo impuso con la conquista de América su paz con violencia. Los países del continente americano fueron incorporados por la fuerza al «pacífico» y «civilizado» modelo occidental. Las antiguas colonias de América se transformaron durante el siglo XIX en Estados-Nación al independizarse, algunas llegaron a convertirse en grandes potencias rivales a las europeas, especialmente los vastos territorios de los Estados Unidos y del Canadá, antiguas colonias de los poderes holandés, británico y francés.

Occidente ha sido un término utilizado de maneras muy diversas según las personas y las culturas. Para mucha gente en Europa, «Occidente» se refiere únicamente a la parte occidental del continente europeo. La Real Academia de la Lengua define la palabra Occidente como el conjunto de países de varios continentes cuyas lenguas y culturas tienen su origen principal en Europa. El concepto más amplio del término incluye a la hora actual, al mundo entero, debido a la occidentalización cultural del Planeta promovida con la globalización.

La idea de «Occidente» en Europa se utiliza como antónima de la idea de «Oriente». El discurso de la Europa occidental no considera «occidentales» a muchas de las civilizaciones ubicadas en la región occidental de Europa: las culturas africanas y las originarias de América no son occidentales desde esa perspectiva, para hablar de ellas se utiliza la palabra «Sur». La cosmovisión eurocéntrica divide el planeta en Norte y en Sur para incluir al Canadá y a los Estados Unidos en la categoría occidental, a la cual atribuyen características descritas con palabras como desarrollo y progreso.

Existen, además, otras categorizaciones de la palabra Occidente que excluyen a muchos grupos humanos de la antigua Europa y de la Europa altomedieval, los llamados «bárbaros del Norte», o «vikingos», por ejemplo. El caso eslavo, sobre todo el de Rusia es particular, pues se constituye en la tensión entre Oriente y Occidente. Algunos autores utilizan la categoría «extremo Occidente» para referirse a América Latina y al Caribe, pero sin incluir a las culturas indígenas debido a que sus orígenes son anteriores a la colonización europea. El pensamiento católico, por otro lado, ha distinguido a las iglesias oriental y occidental. Desde mediados del siglo XX la teología latinoamericana llamada de la Liberación desarrolló una tercera categoría definida como «Iglesia latinoamericana» con características teológicas, culturales, políticas y antropológicas propias.

Cada civilización ha narrado su historia desde su propio punto de vista. Así, por ejemplo, mientras Europa Occidental ha escrito una historia a la que se le denomina eurocéntrica (se debería decir occidentalo-céntrica), la China ha escrito una historia sinocéntrica. La civilización dominante en Europa occidental frente a la diversidad, no solamente del resto del mundo, sino al interior de la mismísima Europa de Occidente, aunque ya ha sido criticada, sigue siendo formalmente enseñada y difundida como la mejor y la más fuerte; la fuerza de sus armas hizo que las potencias europeas lograran asentar su poder; las independencias de las nuevas naciones del continente americano fueron protagonizadas por las élites europeas locales, transmisoras también de la mitología occidental con la idea de civilización y de progreso.

El mismo término «civilización» es un concepto europeo; este ha sido enseñado y transmitido de generación en generación bajo la idea de que civilizar al mundo es la gran responsabilidad del «hombre blanco». Una de las grandes crisis del modelo occidental y del concepto de civilización sucedió al estallar la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Tomar conciencia de aquel desastre despertó en muchas personas de Europa el sentimiento de un suicidio de la «civilización», pero los herederos del mito «progreso» instalados ya en el continente americano, lejos de la Gran Guerra, guardaron la confianza y los anhelos de progreso de la civilización occidental. La decadencia de Occidente ya escrita y publicada entre 1918 y 1923 por autores tales como Oswald Spengler16 no lograron enterrar el mito de la superioridad occidental. La crisis de la moneda de 1929, la Segunda Guerra Mundial, que ocurrió en consecuencia de 1939 a 1945 y la Guerra Fría de 1945 a 1989, han sido muestras sucesivas de que el modelo occidental no funciona y, sin embargo, la humanidad sigue comportándose como si nada se supiese.

¿Qué significa civilización? ¿Cuál es la fuerza de esta palabra para ser vivida y sentida como algo supremo que debe ser impuesto incluso con violencia?

En 1989 se desmoronó el bloque comunista, la globalización pareció nacer entonces como una nueva era. El concepto hegeliano de «final de la historia» retomó vida con esta civilización mundial que aún muchos suponen nueva y original. Lo cierto es sin embargo, que el mundo sigue siendo poblado por comunidades muy diversas a las cuales, los portadores de la «civilización» quieren «civilizar». Las civilizaciones siguen chocándose unas contra otras porque los intereses de unos poderosos siguen enfrentándose a los intereses de otros poderosos; cada grupo de poder se autoriza el derecho de hablar en nombre de un gran número de grupos humanos diversos, la gran mayoría de las veces, pacíficos y laboriosos, pero lamentablemente, muy crédulos.

Durante la llamada Guerra Fría se representó al mundo dividido en tres: el Primer Mundo estaba formado por los Estados miembros de la OTAN, Organización del Tratado Atlántico Norte, formado por los países aliados a los Estados Unidos. El Segundo Mundo estaba formado por los Estados miembros del Pacto de Varsovia, países aliados a la Unión Soviética como Cuba, Mongolia, China, los Estados socialistas asiáticos como Vietnam, la República Popular Democrática de Corea y otros países como Camboya y Laos. Al Tercer Mundo pertenecen todos los estados sin alineamiento a los dos bloques dominantes.

El mundo fue dividido según el alineamiento político. Esta división produjo muchas contradicciones. Suiza, Suecia e Irlanda, consideradas parte del primer mundo se mantuvieron, sin embargo, neutrales durante toda aquella época. El territorio de Finlandia, al este de la Unión Soviética, estaba ligado a la esfera de influencia soviética, empero, permaneció neutral porque nunca se declaró socialista ni perteneció al Pacto de Varsovia. Austria, al oeste de la Cortina de Hierro, por tanto, parte de la esfera de influencia de los Estados Unidos, se mantuvo neutral a partir de 1955. Turquía, que es miembro de la OTAN, jamás ha sido considerada parte del Primer Mundo ni de la civilización occidental.

Tras el final de la Guerra Fría, el mundo occidental pasó a ser el Primer Mundo, pero ahora exclusivamente según criterios económicos y no políticos, se dejó de hablar de Segundo Mundo, mientras que el Tercer Mundo pasó a representar la «idea global de retraso» económico y cultural, así fue como numerosos países pacíficos terminaron por ser considerados «pobres». Actualmente se les denomina países en vías de desarrollo, pues el modelo dominante cuenta seguir con su expansión civilizadora.

La civilización occidental suele ser definida a partir de la filosofía griega, el Derecho romano, la Religión cristiana, el arte Renacentista, el Pensamiento Ilustrado considerado «moderno»; la democracia liberal, el capitalismo, el socialismo, el individualismo, el Estado de derecho, el Estado de bienestar, los Derechos Humanos, el feminismo... La relación que mantienen todas las categorías anteriores con la noción de occidente muestra cuán complejo es este concepto y cuán necesario es hacer explícito eso que imaginamos cuando vamos a hablar de Occidente. Dicho esto último, se puede afirmar que, el colonialismo, la vocación universalista, la expansión global y la imposición del poder de la civilización occidental, son categorías que definen con mayor pertinencia a esta compleja palabra.

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16 Sus ideas fueron analizadas y desarrolladas por Arnold J. Toynbee en su «Estudio de la Historia», 1933-1961.

Civilización


La Real Academia de la Lengua Española define el término «civilización» como el conjunto de cosas que perduran y que son propias a una sociedad humana, costumbres, saberes y artes, por un lado; y por el otro lado, la RAE define la palabra «civilización» como el estadio —de progreso material, social, cultural y político— propio a las sociedades más avanzadas; en esta segunda definición se hace referencia a aquello que ha sido alterado, a lo que no perdura. Interesante paradoja. Civilización es, además, el efecto de civilizar, conviene entonces conocer la definición y la etimología de este verbo.

Civilizar se define como una elevación del nivel cultural de las sociedades poco adelantadas. La palabra adelanto viene del verbo adelantar que es una acción propia a contextos de competencia. Civilizar significa, además, mejorar la formación y el comportamiento de las personas o grupos sociales; a partir de esta última definición se podría afirmar que el acto de «civilizar» es algo bueno, una acción benéfica, positiva, no adelantemos, sin embargo, conclusiones.

El término civilizar proviene del adjetivo «civil» y del sufijo flexivo «izar» lo que indica el acto de volver a alguien o a algo «civil». Civil proviene del latín, civīlis, que hace por un lado referencia al ciudadano, perteneciente a la ciudad, además de ser sinónimo de los adjetivos calificativos: sociable, atento y urbano, que no es, ni militar, ni religioso. Civiles son las obras de servicio público, pero también lo son los intereses privados de personas, familias, bienes, contratos, responsabilidades, etc. Se les llama civiles a las autoridades laicas por oposición a las de la Iglesia o a las militares. La séptima definición del diccionario de la RAE rompe con el resto de las definiciones citadas porque, en ese caso, «civil» hace referencia a una persona ruin y mezquina.

La definición comúnmente utilizada de la palabra «civil» concierne lo relacionado con las ciudades y se le utiliza en general para referirse a personas comunicativas, cordiales, sociables, educadas, afables, correctas, amables, atentas, en oposición a la barbarie que se sobreentiende es la que reina en la vida campesina. Interesante, muy interesante. Para terminar con este análisis del término «civilización», veamos cómo ha sido definida la palabra «ciudad» en el diccionario. Este término que proviene del latín civĭtas, -ātis, hace referencia al conjunto de edificios y calles regidos por un ayuntamiento cuya población, densa y numerosa, se dedica por lo común a actividades no agrícolas. Cuando se habla de ciudad se piensa en todo lo urbano en oposición a lo rural. En la antigüedad, «ciudad» era el título que se les daba a las poblaciones que gozaban de mayores preeminencias que las villas. Una preeminencia es el privilegio, la ventaja o preferencia que goza alguien por mérito especial. Las ciudades y ciudadanos han sido pensados a través de la historia como las merecedoras de ventajas por sus méritos. ¿Cuáles méritos? El de no mantener el trabajo agrícola. No es sorprendente entonces que hayan proliferado en el mundo las ciudades arrasando con todo lo que es la vida rural y campesina.

Civilizar suena en el imaginario común como un acto de nobleza, todo discurso «respetable» suele contener palabras relacionadas a la ciudad, al ciudadano, a la civilización. La naturaleza, lo rural, han sido, por el contrario, utilizados en general, para hacer referencia a las «barbaridades», de la vida «salvaje» de zonas tribales, de la vida ruda y «violenta» del campesinado, de forma que, parece lógico entonces, que sea preciso civilizarles erradicando lo que quede de rural y de natural en el mundo. He aquí por qué el Planeta está como está en nuestros días. Las palabras tienen un poder inimaginable, por lo tanto, todo ser humano debería pensarlas detenidamente, cuestionarlas, analizarlas y hacer uso de ellas con responsabilidad y en plena consciencia.

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