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La entrada a la modernidad se realiza con el triunfo del Renacimiento, de la Ilustración, de la fe en la razón y de la figura de la soberanía ejercida por la ley sobre un sujeto sometido. El Estado rige la justicia a través del código legal, sistema que defiende lo permitido y lo prohibido. Es la época de la razón del Estado y el tiempo de los mercantilistas, quienes plantean el desarrollo de los intercambios. El Estado funge como policía y hay una vigilancia constante de la razón diplomática mediante la fuerza militar: ordenanzas, prohibiciones, consignas, reglamentos, disciplinas locales del trabajo, la escuela, del ejército (Foucault, 2006).

Quitarle la angustia a los hombres y liberar el mundo de la magia eran –según Becker, Horkheimer y Adorno– los fines de la Ilustración. El mundo se ha convertido en un objeto calculable y dispuesto para su explotación en beneficio del hombre. La tradición, el mundo de los mitos, los sacrificios y la historia son hoy más que nunca el enemigo del espíritu moderno.

El dinero representa ahora el sacrificio y al mismo tiempo, media cualquier sacrificio a través del intercambio. Quien tiene suficiente dinero está liberado del sacrificio; puede comprarlo todo. Éste es un motivo para el egoísmo. “El filosofo de la moral y economista escocés Adam Smith, percibió cómo la tendencia al intercambio está fundamentada en la naturaleza humana, e hizo al egoísmo responsable del deseo de intercambio” (Kurnitzky, 2001, p. 48).

Del egoísmo, como motor de la convivencia social, surge el concepto liberal de la economía y sociedad. Ahora cualquier persona quiere tener lo que es propiedad del otro y surge así la envidia.

Este concepto es abordado por los economistas y le llamaron la prueba de la envidia. Como la igualdad dentro del dogma liberal se da partiendo de la igualdad de recursos, la prueba de la envidia se basa en el interés. Quien no puede comprar su libertad envidia y desea lo que el otro tiene. La justicia protege al que compra su libertad y el que no puede, queda excluido de la justicia impuesta por el liberalismo.

En Occidente las ideas como racional, progreso, civilización, útil, benéfico, eficaz, eficiente o flexible denotan la inclinación hacia la modernidad, la cual se entrelaza con la ideología del liberalismo. Si bien el Estado se basa en la elaboración y pacto de documentos constitucionales, mismos que otorgan legitimidad política y legalidad jurídica a los gobiernos, definiendo así el ser y el deber ser de los Estados, estos documentos protegen al que tiene alguna propiedad y puede pagar su libertad. Como la gran mayoría de la población no puede hacerlo, tendrían que ser las instituciones sociales las que protejan a esta mayoría. Sin embargo, en este contexto social que merma la seguridad social de los sujetos, la protección que ofrecen tales instituciones, día con día se va desdibujando

El mercado supone presupuestos jurídicos de libertad que la gobernabilidad liberal intenta promover: no la libertad en pro del bienestar social de los sujetos, sino la libertad del mercado, del vendedor y del comprador, es decir, el libre ejercicio del derecho de propiedad (Foucault, 1997). El mercado se convierte en el objetivo por realizar y universalizar como proyecto de sociedad, y ésta se vuelve un mercado. El Estado se limita a fijar las reglas del juego entre los actores económicos, mientras que el Estado de derecho se rige por los principios formales que requiere el mercado. El nuevo orden jurídico forma lo económico y viceversa. Se regula la cuestión social fuera del derecho y en los márgenes de la economía como una cuestión moral, relativa a la pobreza moralmente aceptable (idem).

En relación con el comercio, éste ocupa el lugar de la violencia en todas las sociedades. Un comercio pacífico sólo puede florecer bajo la protección de una fuerza mayor, la ley cívica y de los derechos universales. Pero la realidad es que el comercio se ha liberado, es decir, que los Estados y sus gobiernos se han flexibilizado y subordinado a las normas del mercado. “La relación se ha invertido: ya no es la sociedad o una organización supranacional la que define el marco de las condiciones del mercado, sino las empresas que actúan globalmente las que deciden cómo y cuándo pueden intervenir los gobiernos nacionales con sus leyes en la economía” (Kurnitzky, 2001, p. 67).

“El mundo capitalista no sacrifica ni la violencia del dinero ni el rigor del orden social, pues sabe que ambas cosas son indispensables para su funcionamiento” (Touraine, 2006, p. 122). Es así como los Estados modernos se subordinan a las leyes del mercado, lo que ocasiona que la sociedad se convierta en un producto al servicio del mercado y en un sujeto vulnerable. La flexibilidad laboral hace que tanto los posibles trabajadores como losque ya laboran no tengan voz para hacer valer sus derechos. Lasmedidas de flexibilidad laboral que toman los empresarios –reducción de personal, extensión de las jornadas de trabajo, contrataciones contingentes, reestructuraciones, subcontrataciones sin prestaciones de ley, remuneraciones variables, contratos temporales, no jubilaciones– hacen que la disciplina a la que deben someterse los trabajadores les resulte opresiva, inhumana, desmoralizadora y competitiva. Estas condiciones generan un ambiente de miedo constante por perder el empleo que tanto trabajo costo obtener, y por el cual se compitió a costa de la flexibilización como mano de obra.

Al no haber oportunidades de empleos formales, la informalidad resulta una forma de sobrevivencia de los sujetos que se encuentran sujetados a las reglas del mercado y que no son atendidos por las instituciones encargadas del bienestar social. La informalidad se convierte en un paliativo para intentar sobrevivir cotidianamente. Sin embargo, esa sobrevivencia impide a la mayoría de los sujetos vivir plenamente y conforme a los derechos universales. “Sobrevivencia, la palabra misma lo dice, significa en este caso dejar atrás la vida y penetrar en el mundo de la posthistoria tanto individual como colectiva, donde no existe ni futuro ni pasado, sino únicamente el delirio inconsciente dentro de eventos permanentes” (Kurnitzky, 2002, p. 153).

La sociedad ahora sobrevive pues no puede pagar su libertad. Esta sociedad se encuentra en una lucha para salir a flote, ya que el individualismo, el egoísmo, la competencia y sobre todo la violencia son resultado de la subordinación social al mercado. “Cuando los lazos de unión se disuelven a causa de la lucha por la supervivencia, la ausencia de solidaridad se compensa con subordinación y conformismo” (Kurnitzky, 2002, p. 55).

La modernidad nace con el debilitamiento de la Edad Media, entre los siglos XIV y XVIII con los ideales de la razón, la historia, el trabajo y el progreso. También están presentes la libertad, como idea universal, y la utopía, para seguir caminando; el hombre pensado como sujeto de derecho, igualdad y justicia; el triunfo del hombre sobre Dios; el proyecto democrático; la ciudad como civilización y símbolo de triunfo sobre la naturaleza; el desarrollo de ciencia y tecnología; la defensa del conocimiento y la ciencia; el abandono del pasado y predominio del presente; la renuncia de lo viejo y defensa de lo nuevo (la moda e innovación); el surgimiento del mercado y capitalismo; predominio de pensamiento homogeneizador y cultura única; triunfo del liberalismo económico.

En el siglo XX esta modernidad ha degenerado en el fin de las ideas de la Ilustración, de la razón y la libertad. Las ideas innovadoras han quedado de lado, predominando el consumo; el fin a la idea de revolución y la utopía da paso al triunfo del nihilismo y el hedonismo; se da por terminado al humanismo y al sujeto, abriendo paso al individualismo. Surge una crisis de los valores democráticos y una separación del sujeto/sociedad, ahora la explotación de la naturaleza y del hombre cobran importancia. Se separa la ciencia de la sociedad y se da la muerte del arte, de la historia y existe una incomprensión del tiempo y del espacio, ahora predomina la industria cultural. No se desea la tradición, pero expresa nostalgia por ella. Es real el predominio del mercado, de la racionalidad instrumental y la burocracia.

En este proceso surgen minorías identitarias: mujeres, homosexuales, grupos étnicos y religiosos. Tiene lugar el desarrollo de la sociedad de masas y finalmente el triunfo del neoliberalismo.

La sociedad en el mundo moderno se encuentra sujeto a tres instancias de las que no se puede separar: el mercado, el Estado y los medios de comunicación. Para Llano (1988, p. 119) es el economicismo que rige las transacciones comerciales y el racionalismo que se traduce en el plan impuesto por la reglamentación estatal. Los medios de comunicación son la persuasión de las masas. Queda formulada la era moderna, ahora resumida en Estado, mercado y medios de comunicación que controlan y manipulan a las sociedades.

Del liberalismo al neoliberalismo

Foucault realiza una genealogía del liberalismo económico y la gubernamentalidad en el curso Nacimiento de la biopolítica, donde expone que un proceso productivo dirigido políticamente, puede ser tan absorbente que somete el cuerpo y el alma del trabajador. Lo anterior refiere al biologismo político, que tiene como su máxima expresión al régimen totalitario (Castro, 2015).

Esta idea se constató en las conquistas coloniales modernas, las cuales significaron devastación territorial, desplazamientos migratorios y despoblamiento. La esclavización de los vencidos y su explotación laboral, sexual y reproductiva eran una técnica regular, la cual representa un biologismo político, propio de la emancipación del liberalismo.

El nacimiento del liberalismo surge a través de la educación y su máximo representante fue la Ilustración. En la Ilustración son los aparatos y estrategias del poder disciplinarios del Estado los que someten el cuerpo y el espíritu de los sujetos. A este poder Foucault lo denomina biopoder, puesto que trabaja desde el interior de los individuos y los somete produciendo cuerpos dóciles y autodisciplinados. Dichos cuerpos están sujetos a una sociedad la cual reproduce lo que pasa en el ámbito microsocial al ámbito macrosocial. El biopoder se encuentra entrelazado entre los espacios más íntimos de cada individuo y sus interacciones con los otros. A esto Foucault lo denomina micropoder (Foucault, 2009).

El macropoder se encuentra inscrito en los aparatos ejecutorios del Estado, es decir, en las normas o leyes que legitiman decisiones de los poderes del mercado. Dicho poder configura los aparatos de control, marginación, exclusión, represión y normalización que se impondrán a los sujetos desde el micropoder a lo microsocial, impactando en lo macrosocial.

Con la construcción de una estructura afianzada en la ordenanza del cuerpo del sujeto y del cuerpo social, entramos al siglo XX. Es en este siglo en donde surge el liberalismo renovador, denominado también neoliberalismo, y se plantea de esta forma por las tecnologías derivadas de la neurociencia y la ingeniería genética.

La palabra neoliberalismo surge en Alemania. En este país no tuvo impacto ni seguimiento, ya que se encontraba en ruinas después de las guerras y su condición le impedía fijar con independencia sus estrategias económicas. En Chicago sí se pudieron desarrollar estrategias económicas denominadas neoliberales, las cuales tuvieron un gran impacto alrededor del mundo.

Sin embargo, pasa algo curioso con el término neoliberal. Quienes impulsaron dicha doctrina no se reconocen en la palabra, y quienes adoptan la palabra no se reconocen en la doctrina. El resultado es que la palabra nos remite a la historia: identificarse con las estrategias monetaristas, la restricción del gasto fiscal, así como el gasto social y la baja de impuestos, dando la máxima libertad para la iniciativa privada. Las políticas que se impulsaron durante la década de 1980 se llevaron a cabo por figuras como Reagan en Estados Unidos y Thatcher en el Reino Unido (Lemm, 2009).

Para el neoliberalismo, el Estado se convirtió en una especie de estorbo, al cual había que flexibilizar y “liberar” desde un enfoque de mercado, y enterrar su legitimidad. Tiene lugar la destrucción de los Estados-nación, convirtiéndolos en causa de guerra y estrategia de mercado, ya que la reconstrucción de los mismos es un negocio. La destrucción se convierte en una política (Lemm, 2009).

El liberalismo es consciente de que el Estado tiene el control absoluto de los cuerpos y la sociedad mediante sus aparatos disciplinarios. El neoliberalismo requiere que el poder que concentra el Estado sea liberado para centrarlo en el mercado. Este poder se convierte así en un instrumento mediante el biopoder. La economía del mercado, al regular y suplantar al Estado, da como resultado el triunfo del liberalismo económico, que consiste en que la política se convierte en apéndice y sostén del mercado. Ahora, el Estado instaura y sostiene al mercado, lo cual es promovido en el neoliberalismo.

La gubernamentalidad neoliberal reduce la libertad política a la libertad económica y sustituye al ciudadano por el animal labrador y consumidor (Lemm, 2009, p. 195).

Mientras que el liberalismo nace en oposición al absolutismo del Estado, el neoliberalismo nace en oposición al Estado benefactor. El mercado se convierte en un poder soberano y trasnacional con infinitas libertades políticas, transformándose en una anarquía, puesto que no hay una economía y política diferentes que contrarresten a ésta. Ante esto, resulta indispensable plantearnos el impacto de los costos políticos y sociales del sistema de mercado.

El neoliberalismo y el proyecto de modernidad, instauran complejos marcos jurídicos mediante el uso del Estado, el cual ejecuta una serie de normas legales y morales en la vida cotidiana de cada sujeto. En el caso de México, se establecen dichas normas bajo la ordenanza del aparato ejecutivo (el que hace cumplir las órdenes del mercado), legislativo (el que aprueba las leyes a favor del mercado) y judicial (el que hace respetar las leyes del mercado). Los tres poderes sirven para que ninguna persona o institución pueda tener el control del país.

Las tecnologías políticas que plantea el neoliberalismo, de acuerdo con Foucault, producen modos de existencia para los individuos y colectivos, en los que el propósito de dichas técnicas es la autorregulación de los sujetos. Estas tecnologías logran que los gobernados hagan coincidir sus propios deseos, esperanzas, decisiones, necesidades y estilos de vida con objetivos gubernamentales fijados de antemano (Castro, 2015, p. 15).

El biopoder, como lo plantea Foucault, no es algo externo a los sujetos, sino que trabaja en el interior de ellos desde un sometimiento íntimo. No se trata solamente de dominar a otros por la fuerza, sino de dirigir su conducta de una forma eficaz y con su consentimiento, lo cual supone necesariamente la libertad de aquellos que deben ser gobernados (Castro, 2015, p. 15). Es decir, tanto el liberalismo como el neoliberalismo son capaces de crear un ethos, “unas condiciones de aceptabilidad” en donde los sujetos se experimentan como libres; así, la resistencia a lo anterior o su antagónico, emana también desde el interior de los sujetos, desde lo microsocial y se proyecta a lo macrosocial.

Modernidad y neoliberalismo en México

En México, el proceso de modernidad se dio de forma inminentemente impositiva mediante la Conquista, el uso de la fuerza y la violencia legitimada. El caso de la caída del Imperio mexica fue un hecho dramático, se calcula que un 95% (Dobyna, 1983) de la población total de América murió en los primeros 130 años después de la llegada de Colón.

Cook y Borak (Cook, 1963), de la universidad de Berkeley, afirman que la población de México disminuyó de 25.2 millones en 1518, a 700 000 personas en 1623, es decir, menos del 3% de la población original. Muy probablemente se trata del mayor desastre demográfico de la historia.

El proceso de conquista culminó en 1521, aunque en cierto modo no se trata de una culminación, pues la conquista cultural e ideológica llevó mucho más tiempo. El régimen colonial impuso dos instituciones clave para dominar: la primera es el orden político mediante la figura de un virrey que representaba la monarquía absolutista de España; la segunda fue la Iglesia católica, la cual llevó a cabo la conquista espiritual. Mientras que en Europa en ese momento histórico se llevaba a cabo la Reforma de Lutero, en América y en particular en la Nueva España, el cristianismo tomaba nuevos adeptos como medio de nivelar el terreno perdido. De esta forma, los españoles dominaron tres siglos a lo que hoy conocemos como México.

La organización de la Colonia siguió con la intención de transformar a las culturas antiguas, con base en las ideas y las instituciones europeas. Desde su inicio y bajo un principio civilizador, se buscó la superación de la sociedad antigua encarnada en las culturas autóctonas. La concepción misma de Nuevo Mundo lleva implícita un alto contenido de utopía, pues en ésta se expresan las esperanzas de encontrar una realidad diferente (Maravall, pp. 438-439), donde las exploraciones se financian y los exploradores son contratados por un salario, esto como parte del fortalecimiento del capitalismo mercantil.

La imposición del canon indiano (Florescano, 2002) marca la separación entre el mundo antiguo y el moderno, condición que señala la oposición de dos visiones de mundos que se mantienen vigentes como punto de referencia central hasta el día de hoy: la separación entre tiempo nuevo y la antigüedad. Las culturas nahuas, purépechas, mayas, y todos los demás pueblos autóctonos que pese a sus diferencias podemos llamar culturas antiguas, representan el referente cultural que pone un límite y confronta a la modernidad, e incluso motiva a reinterpretaciones particulares de lo que ha de ser lo moderno.

La Conquista significó el nacimiento de una nueva raza: la mestiza. Si bien ésta surge como producto de las violaciones de los españoles a las indígenas, es la piedra angular del nacionalismo mexicano. Una consecuencia de la Conquista fue la diversidad racial: africanos, indígenas, mestizos, criollos, peninsulares y las diferentes combinaciones entre estas razas. Las clases se comenzaron a formar partiendo de lo racial, de esta forma los criollos (hijos de españoles nacidos en América) ocupaban un lugar preponderante en comparación a los mestizos y los indígenas.

Sin embargo, los criollos se encontraban en desventaja con respecto a los peninsulares, ocupando la posición de segunda categoría. Ellos opusieron resistencia a ser dominados y comenzaron los levantamientos en contra de los españoles, quienes controlaban el poder económico y político. Los criollos buscaban obtener el poder. La raza criolla podría considerarse como la naciente clase burguesa, y su resistencia era hacia el poder que los dominaba. Los motivos de su resistencia tenían un sólo objetivo: derrocar la Corona en la Nueva España para ascender al poder. El discurso emitido en aquella época era el siguiente:

Son los criollos y no los europeos quienes deben de gobernar en América. Ellos están vinculados al Nuevo Mundo desde su nacimiento, ellos conocen y comprenden los problemas de su país, entienden a sus pueblos, saben sus costumbres, sus hábitos, sus ideas [...]. El europeo, en cambio, es totalmente ajeno a ello, es extraño a la realidad de América con la que no tiene relación alguna, pertenece a otro mundo, a otras circunstancias, a otros principios. El público, el pueblo de América, exige gobernantes que lo beneficien, no que lo dañen, y ese beneficio únicamente pueden lograrlo [...] los criollos (López, 1988, p. 68).

No es casualidad que los principales líderes de la Independencia hayan sido criollos representantes de la Iglesia y la milicia. La colonia novohispana tendría que subsistir ante el embate de las rebeliones criollas; de hecho, antes de dar inicio al movimiento armado de 1810, las conspiraciones se fueron presentando debido al descontento de los criollos. Era el presagio de lo que sería el siglo XIX en México.

Si bien se logra la independencia en 1821 y con ella el naciente Estado moderno, los problemas sociales y políticos se agudizaron, pues ya existían diversas inconformidades. La inestabilidad política fue lo que caracterizó al siglo XIX en lo que hoy conocemos como México. A mediados de ese siglo comienzan los enfrentamientos de los llamados conservadores y liberales (burguesía contra burguesía). La diferencia entre estas facciones era la postura ideológica: una estaba dirigida hacia el liberalismo y la otra hacia el imperialismo. El liberalismo de esa época era un paradigma para los liberales, quienes lo adoptaron partiendo de sus intereses. Luis González y González, señala:

La burguesía mexicana como tal no existía, ni a principios ni a finales del siglo XIX, la sociedad mexicana se encontraba en un periodo de letargo debido a la situación política del momento. Sin embargo, gracias al apoyo que dio a la burguesía la dictadura de Porfirio Díaz es que alcanza un desarrollo y aparecen claramente a escena política. Se adopta la frase “Orden y progreso” y “Nada de política, mucho de administración” (p. 77).

Las “buenas familias” se fueron acomodando, formando latifundios urbanos y haciendas. La exaltación del buen gusto, la urgencia de compensaciones morales y visuales, requirió de la copia de estilos extranjeros: hay que negar mediante la suprema elegancia, la miseria y la fealdad circundante. Esta idea ilustra nuevamente la polaridad y paradoja del liberalismo. Mientras el arquitecto Goycochea duplica el Petit Trianon en sus terrenos del Paseo de la Reforma (1908), miles de personas a unas cuantas calles de ahí sufren hambre. En la miseria de su barrio hay gente resistiendo mediante la organización comunal (Monsiváis, 2005, p. 158).

Una garantía indispensable de la élite naciente era la exclusividad, que a su vez generaba exclusión. Más que un nuevo París, se anhelaba un Babel, lo cual fracasó y no por la falta de intención, sino por la falta de presupuesto. La vivienda y la moda son declaraciones inobjetables de estatus, progreso, moda y modernidad.

El proceso ideológico de occidentalización va de la mano del político y económico, y su fin último es la modernización del Estado, la cual se muestra en la creación de nuevas instituciones y la redefinición de sus responsabilidades. El cambio de la estructura jurídica brindará el marco legal para la regulación de las relaciones sociales, la diferenciación es el principal interés, pues implica una distinción en el prestigio y los beneficios sociales.

Las ideas filosóficas, la ciencia y la literatura van a ser inmediatamente afectadas por las ideas ilustradas. Comienza a fortalecerse una opinión pública lectora y participante en los debates públicos, ideas nuevas y actitudes novedosas haciéndose la moda más presente. La ciudad de México se convierte en un pequeño París, donde se concentra la población europea y donde se consolidarán las instituciones modernas. La idea de modernidad mexicana tiene su origen en el periodo colonial, y constituye un discurso dominante en la construcción del Estado-nación mexicano. Esta modernidad está presente como normativa e imperativa al definir lo que se es y lo que se debe ser.

En su conjunto, el mundo occidental había aprobado una agenda extremadamente progresista. El académico Karl Polanyi (1989) en su obra maestra La gran transformación, realiza una crítica feroz de la sociedad industrial centrada en el mercado que había caracterizado al siglo XIX. Una de sus afirmaciones terriblemente profética es: “Permitir que el mecanismo del mercado sea el único director del destino del ser humano y de su entorno natural […] provocaría la demolición de la sociedad” (Polanyi, 1989, p. 85). Sin duda, Polanyi proyectó una visión de lo que ahora son algunas consecuencias de la idea del liberalismo.

En México se entiende por burguesía a la clase media en formación, en contraposición a las clases privilegiadas –clero, milicia, españoles y sus descendientes– y a las clases bajas. Hay que entender el liberalismo como un proyecto de la clase media que buscaba acceder al poder. Porfirio Díaz adopta políticas conciliadoras con sus antiguos enemigos, se combinan los proyectos políticos de los conservadores con los de los liberales, y el poder Ejecutivo se pugna con el Legislativo. Entre 1890 y 1910 muchas fábricas, minas y haciendas gozaron de una bonanza hasta entonces desconocida. La modernización es lo que Jackes Derrida define como “un estado del siempre porvenir, cuyo fin es llegar a la modernidad”.

Entramos al siglo XX con el movimiento armado que plasma las aspiraciones y utopías populares en una Constitución de nuevo corte. Esta Constitución, si bien en lo político conserva los elementos liberales de su antecesora, incorpora en lo económico y social elementos de protección nacional a los trabajadores del campo y la ciudad, dando inicio al nacionalismo revolucionario.

Algunos estallidos sociales como las huelgas de Cananea (1906) y Río Blanco (1907), pusieron de manifiesto el malestar con el régimen. Las elecciones presidenciales de 1910 daban la victoria a Francisco I. Madero, quien llamó a las armas con el Plan de San Luis. Se sumaron a la rebelión numerosos grupos de diversas clases. Díaz dimitió en mayo de 1911.

Victoriano Huerta da un golpe de Estado en 1913 y asesina a Madero y a José María Pino Suárez, pero es depuesto en 1914. Venustiano Carranza quiere unificar fuerzas revolucionarias y convoca a la Convención de Aguascalientes, que después desconoce con el fin de llegar a la presidencia. En 1917, Carranza promulgó la constitución (que sigue vigente hasta nuestros días), los diputados más progresistas repudiaron el texto, mientras que los del bloque liberal estuvieron de acuerdo con él. Para la mayoría parlamentaria, esa Constitución no expresaba los ideales del pueblo. La visión carrancista era insuficiente en temas de suma importancia para los diputados revolucionarios, obreros, campesinos y militares que se habían solidarizado en cierta forma con los villistas y zapatistas durante la Convención.

Estos grupos, al conocer el proyecto carrancista y sus ideas sobre la libertad de trabajo y la propiedad territorial, mismas que habían sido tomadas de la Constitución de 1857, señalaron que las demandas obrero-campesinas no estaban siendo atendidas. Carranza da una solución a esto, incorporando los derechos o garantías sociales. Los constituyentes ortodoxos, juristas y maestros en derecho, creían inadecuada la incorporación de los derechos de los trabajadores en la ley suprema, por contravenir la técnica constitucional. Consideraban inoportuno que se hablara de la duración de la jornada, salario mínimo y del trabajo de las mujeres, pues según ellos todo eso era legislación secundaria (el Estado en favor del mercado). A los legisladores provenientes de las luchas obrera y campesina no les importaron dichos argumentos. Ellos estaban empeñados en ver sus demandas inscritas en la ley suprema.

Si bien Carranza no estaba de acuerdo con las modificaciones desprendidas de la Convención, éste tuvo que adaptarse a los ideales de Francisco Villa y Emiliano Zapata. Es así como el 5 de febrero de 1917 se promulga la Constitución. La lucha entre fracciones revolucionarias estaba lejos de concluir, y en el reacomodo de las fuerzas, fueron ultimados los principales jefes revolucionarios: Venustiano Carranza elimina a Emiliano Zapata en 1919; Álvaro Obregón liquida a Carranza en 1920; Obregón y Plutarco Elías Calles mandan asesinar a Francisco Villa17 en 1923; y Calles, junto con la Iglesia católica, son autores intelectuales de un crimen de Estado: asesinan a Álvaro Obregón en 1928.

El progreso tecnológico simplemente nos ha proporcionado medios más eficientes para ir hacia atrás. La Constitución de 1917 es la culminación de una ideología liberal moderna. En nuestro país, la política social se ha nutrido de los artículos 3, 27 y 123. Destaca el artículo tercero, el cual reconoce, sin exclusión, el derecho a la educación para todos los mexicanos, y señala que esta educación será obligatoria en los niveles de primaria y secundaria; al mismo tiempo que le asigna al Estado la responsabilidad de proveer la educación nivel nacional.

En contraste, los artículos 27 y 123 tratan de derechos ocupacionales, es decir, el derecho depende de una función social, del trabajo agrícola o industrial. Se trata pues de un derecho excluyente. En su fundamento jurídico y filosófico radica el primer problema de la política social. El texto del Constituyente no refleja una normatividad que se oriente a la atención de todos los individuos –y en particular a los que están en la peor situación social–, sino a los trabajadores del campo o la ciudad, lo que refleja que el Estado está a favor del mercado.

Hasta la década de 1970, la justicia social en México fue entendida como apoyo gubernamental al trabajo organizado y al sector ejidal de la agricultura. Mientras tanto, la pobreza se ha medido de manera indirecta y se ha entendido como un problema de ingreso o percepciones salariales. Concebir la pobreza en estos términos desencadena serias implicaciones políticas.

En el periodo de 1949-1982 sucede la implantación del proyecto nacionalista en México, sustituyendo las políticas de beneficio y de movilización que prevalecieron durante el cardenismo. En esta etapa se encarna el Estado paternalista, se institucionaliza un sistema de partido hegemónico y se presentan políticas que intentan contener el acelerado crecimiento poblacional, aumentando exponencialmente el tamaño del aparato burocrático. El Estado fue el único responsable del bienestar social. Otras consecuencias fueron la centralización del poder y la unificación de sindicatos, como la Central de Trabajadores de México (CTM) y la formación de la Confederación Nacional Campesina (CNC). La política social dio lugar a la creación de las instituciones básicas de bienestar social, tales como el IMSS, el ISSSTE y la CONASUPO.

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