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Antonio Amaya

Antonio Amaya forma junto a Pedrito Rico y Rafael Conde «El Titi» la santísima trinidad de cancioneros que durante el franquismo hicieron gala de prendas coloridas, ademanes y, obviamente, una voz portentosa. Miguel de Molina se erige como el estandarte absoluto, previo y quizás más popular, que con su exilio abrió el camino a otros hombres entregados a la canción española como la mejor de las folclóricas.

Amaya nació en Granada en 1924 y sintió desde muy pronto su vocación artística, pese al rechazo y la negativa de su padre. Cuando este fallece, Amaya decide probar suerte en Madrid, adonde viaja en tren escondido bajo un asiento, al no tener ni tan siquiera dinero para el billete. Al poco tiempo, comienza su periplo artístico como chico de conjunto, y logra ser uno de los dos boys de la compañía de revistas de la célebre vedete Celia Gámez. En 1947, ya instalado en Barcelona (donde obtendría sus mayores éxitos), graba su primer EP en un disco de pizarra. Ese mismo año, finalizaba su espectáculo Bronce y oro, que daría paso a múltiples homenajes en la Ciudad Condal y a nuevos contratos.

Doce cascabeles, pasodoble publicado en 1952, supuso el mayor de sus éxitos musicales, aunque después se adjudicaría tal canción a Joselito, niño prodigio del cine español. A mediados de los cincuenta, Amaya se convierte en uno de los reyes del Paralelo barcelonés, actuando junto al actor cómico Alady y las actrices Mary Santpere y Carmen de Lirio. Dicha etapa, de máximo esplendor, se prolongaría hasta 1968. Asimismo, el cantante actuaría en los teatros Lope de Vega de Madrid y Ruzafa de Valencia, con espectáculos como Pim, pam, fuego y Trío de ases. También en Argentina y otros países de América Latina cosechó sucesivos éxitos.

El estilismo de Antonio Amaya fue evolucionando con el paso del tiempo de un modo insólito para la época. Si bien en sus comienzos su imagen era la de un joven apuesto y de aire andaluz, lo que le valió el apodo de El Gitanillo de Bronce, paulatinamente fue añadiendo chaquetas sofisticadas y recargadas, en un alarde de glamour que no siempre resultaba entendido. En pleno tardofranquismo, incorporó anillos en las manos, rímel en las pestañas, colgantes de oro y pelucas masculinas que le proporcionaban un aspecto ambiguo que era toda una declaración de intenciones. El sumun de todo aquello, a modo de triple salto mortal, se dio junto a su amigo Rafael Conde «El Titi» cuando ambos recorrieron el país con los espectáculos Cara a cara y Frente a frente, en los que simulaban rivalizar y emulaban a su manera las peleas en broma de Juanito Valderrama y Dolores Abril. Brotaron así indirectas, alardes y divismos a ritmo de canción española, en teatros como el Ruzafa de Valencia o la mítica sala Oasis de Zaragoza.

Siempre con buen ojo para los negocios, Amaya se instaló en Sitges, paraíso del mariconeo, y regentó durante varios lustros el local Chez Antonio, que viviría su esplendor en los setenta. En 1974, un año antes de la muerte de Franco, grabaría el que sería su último éxito musical, Mi vida privada, versionado posteriormente por un sinfín de transformistas y compañeros del gremio. En 1977, año en el que actúa en la sala Mario’s, posa desnudo para la revista Papillón, algo que ya había hecho con anterioridad el actor Vicente Parra; claro que el cantante se anunció como «el culo más sexy de España». Un año después repetiría la jugada en la revista Party, de marcada línea editorial gay, posando con su look excesivo y dejando unos cuantos titulares con mala leche que no tienen desperdicio. Es la misma época en la que se presenta habitualmente en el escenario ataviado con un bikini y un abrigo de pieles, una imagen nunca vista en un cantante de su estilo.

En 1979, Amaya se subiría al escenario del Teatro Victoria junto a la cupletista Lilián de Celis, en el espectáculo Ídolos del Paralelo. Cabe destacar el siguiente fragmento de la crítica de La Vanguardia con motivo de su estreno:

Amaya es, dentro de su arte, una figura única. Cantante de privilegiada voz y un exquisito arte, humorista, narrador de cuentos divertidos y hombre sorprendente, que gusta de presentarse vestido y enjoyado como una mujer. Tiene especial predilección por los brillantes y las esmeraldas, por las pieles de visón, por los adornos extremados y fastuosos. Pero estas curiosas singularidades no empañan su calidad de cantante de poderosa voz y delicado estilo, con lo que provoca en sus adictos, que son todos, tempestades de aplausos. Su reaparición en el escenario del Victoria, tras nueve años de no haber pisado un escenario teatral, fue una verdadera y jubilosa fiesta.

La década de los ochenta es quizás la más difusa de su carrera y la menos reivindicada, pese a que continuó trabajando intermitentemente. En su Barcelona de adopción, actuó en la sala Ciro’s, presentado como atracción estelar en 1983 dentro del show Magic Cabaret; y en 1985 en el Teatro Apolo, donde compartió escenario con Salomé y Rafael Conde «El Titi» en el espectáculo Tal… para cual. Hacia finales de la década actuaría en las salas de fiestas Babel y Bandolero, que alternó con otras muchas de Valencia y Zaragoza. Los noventa le trajeron esporádicas apariciones en televisión, en programas como 3x4, El salero, Las coplas, Pasa la vida o Qué pasó con…, hasta desaparecer injustamente de los medios.

Sus últimos años los pasó en una residencia de Sitges. En 2010, el artista Pierrot publicó un libro a modo de memorias en el que relataba la vida y triunfos de Antonio, quien fallecería en 2012, sin repercusión alguna pero dejando un ahijado artístico: Adrián Amaya. Aunque el tiempo no lo trató bien, Antonio Amaya imprimió su huella en la época, brindando, siempre al son de una portentosa voz, inequívocos guiños como alarde de su homosexualidad.

A quién le importa

Canción compuesta por Carlos Berlanga y Nacho Canut en 1986, convertida con el paso del tiempo en el himno por excelencia del movimiento LGTBQ en España. Para conocer mejor su historia, me permito autorreferenciarme y dejo a continuación el artículo que escribí en 2016 para el portal de Vanity Fair, con el título de «A quién le importa, 30 años después. Así se gestó un clásico»:

Carlos Berlanga se encontraba de vacaciones en Grecia cuando se dispuso a escribir la letra de A quién le importa. Una vez terminada, añadió en su bloc de notas: «Éxito seguro». Abandonó la isla de Miconos y regresó a Madrid para reunirse con Nacho Canut y así ultimar con este la letra y componer juntos la melodía. No se estaba gestando un hit cualquiera, sino un himno que tomaría fuerza año tras año y de forma imparable: «Jamás imaginamos que se iba a convertir en un himno», cuenta Nacho Canut. «Creíamos que estábamos haciendo una canción al estilo de Sinitta, el High Energy o el I Am What I Am de Gloria Gaynor. Nunca me he propuesto componer un himno y creo que eso además lo decide el público, no el compositor. Son cosas que no se pueden forzar». Alaska se encontraba en aquel momento presentando La bola de cristal, el programa que simpatizó por igual con niños, punks, padres de familia y fans de Los Pegamoides. No es pecado, el álbum de 1986 que contenía A quién le importa, iba a romper con su imagen de bruja televisiva. La cantante rasuró su sien, maquilló sus párpados en tonos metalizados, mantuvo sus largas uñas y se calzó unas plataformas que combinaban a la perfección con sus chaquetas plateadas. Era el look ideal (e insólito) para dar voz y realismo a la canción que se traían entre manos. Ella misma declaró que su madre se había llevado un disgusto con aquel cambio de imagen.

A quién le importa solo podía tener sentido en boca de Alaska, ¿habría acaso resultado creíble aquella estrofa de «qué más me da, si soy distinta a ellos, no soy de nadie, no tengo dueño» en la voz de Ana Torroja, Marta Sánchez o Ana Belén? La cantante mexicana era vista por los medios y el gran público como una exótica contradicción: su aspecto entre punk y cyber resultaba agresivo para gran parte de la población, que a la vez la encontraba culta, agradable y educada cada vez que hablaba en televisión.

«Es de ese tipo de canciones de reafirmación personal que se puede emparejar con el It’s A Sin de los Pet Shop Boys o el Digan lo que digan de Raphael», puntualiza Nacho Canut. La canción se convirtió en un gran éxito comercial y la doble intención de su letra no pasó desapercibida para el colectivo gay, ávido de una canción que representara su lucha. Aunque lo cierto es que la letra daba pie a que cada cual se la aplicase a su manera, tal y como ocurrió poco después con Los Panteras Grises, extinto partido político de los jubilados, pensionistas y viudas que pidió utilizar el pegadizo tema como himno de campaña. A eso habría que añadir que desde entonces no hay verbena, orquesta o boda en la que no suene la canción, además de haberse convertido en un clásico del karaoke, donde cada cual la entona con su motivo —y desgarro— personal.

Alaska rompía todos los arquetipos de la clásica diva gay. «El público es muy dado a adjetivar, pero suele tener razón. A mí me gustan las divas que lo son sin proponérselo, ya que algunas veces es algo muy pensado para vender algo a una parte concreta del público», señala Nacho con respecto a ese sector de cantantes en el que algunas caminan hacia el oportunismo comercial y otras lo llevan con total naturalidad.

Alaska y Dinarama volvió a obtener un disco de oro, reconocimiento que ya había logrado anteriormente con Deseo carnal. El triunfo se tradujo en la publicación del LP en México, donde la portada del disco suscitó cierta polémica. Todavía hoy resulta impactante la imagen de Alaska portando una motosierra, lencería y su lasciva pose con la lengua fuera, por lo que no es de extrañar que algunos padres compraran a regañadientes aquel disco que los hijos suplicaban.

Al igual que ocurre con la archiconocida I Will Survive, la canción ha tenido múltiples versiones que vienen a confirmar que nos encontramos ante un standard. En opinión de Nacho, «la versión de Bebe a modo de tango me parece preciosa, y el dúo que hicieron Raphael y Rita Pavone también me gusta bastante». Pero ha habido de todos los estilos, desde a modo de rumba por cortesía de Los Sobraos, pasando por las Baccara, la mediática Yurena, las sevillanas de Raya Real o incluso un ex de Carmina Ordóñez. Aunque, de todas ellas, la que tuvo mayor proyección comercial fue la que realizó Thalía en el año 2002, con un videoclip repleto de intenciones al que hay que aplaudir la presencia de Amanda Lepore. Aun así, Nacho Canut confiesa que le hubiese gustado escuchar la canción en boca de Sara Montiel o Lola Flores, o convertida en rumba por parte de Dolores Vargas «La Terremoto».

«Cuando hicimos Fangoria decidimos no tocar ninguna canción que perteneciese al repertorio pasado, y A quién le importa solo la tocábamos el día del Orgullo. No era solo por hartazgo, sino más bien un plan para no convertirnos en un grupo nostálgico ochentero. Ahora ya con el suficiente paso del tiempo la hemos vuelto a tocar». A diferencia de temas como Bailando, Ni tú ni nadie o Cómo pudiste hacerme esto a mí, que no volvieron a colarse en su set list habitual, a A quién le importa le concedieron ese día concreto del año, entendiendo que de forma espontánea y natural se había convertido en un himno desde el primer momento en que tan solo se congregaban cien personas.

En 2015, Spotify elaboró una amplia lista para la semana del Orgullo. A quién le importa era la canción con mayor número de reproducciones, por encima de Katy Perry, Madonna, ABBA y Lady Gaga. La conclusión más certera sería que nunca debemos subestimar un buen himno por más que pasen treinta años. Y que, diga lo que diga la letra de una canción, todos seremos capaces de autoconvencernos de que está hablando de nosotros mismos.

Barcelona de Noche

Fue el local de transformismo más emblemático de la Ciudad Condal, toda una institución por la que pasaron numerosos artistas, con destacadas vedetes y admirados showmans.

La sala abre sus puertas en 1936, destinada principalmente a espectáculos de flamenco. No es hasta principios de los años setenta cuando cambia de tercio y se decanta por los números de travestismo, en manos de unos nuevos dueños que ya habían probado la fórmula en el cabaret Gambrinus. Es entonces cuando empiezan a representarse espectáculos como Noches de Otoño; Delirio de estrellas; Happy 73; Loco, loco, cabaret; Azulísimo; Gay Story; Corbatas y ligas, y Nosotras. La mayoría de ellos estuvieron encabezados por Dolly Van Doll, Madame Arthur, Pierrot y Pavlovsky, que permanecieron durante largas temporadas en aquellos primeros años de reconversión. También pasaron por allí, como vedetes, Christa Leem, Bibiana Fernández, Yeda Brown y Coccinelle, todas de manera puntual. Hay que señalar que en Barcelona de Noche cogieron tablas artistas que triunfarían posteriormente fuera de allí: Paco España y Elianne, que cosecharían sus éxitos mayormente en Madrid, o Violeta la Burra, que tras ocho años en la sala alcanzaría notoriedad en el cabaret Whisky Twist. Alfredo Kier y Pirondello fueron dos de los presentadores destacados y Christine ascendió hasta convertirse en primera vedete. Sylvan’s, Bianca Fox, Nicol, Samantha y Mimí Pompón también se cuentan entre los nombres propios que formaron parte de los exitosos espectáculos en la etapa de la Transición.

Durante los años ochenta, el local cambió de propietarios en diversas ocasiones y acogió espectáculos que llevaban por título Tapias Street, Locas de amor, Señoras y caballeros, Recuerdos, Las tretas de Ana, Un desplume diferente y E.L.L.A.S, entre otros. Ana Lúpez, además de ejercer de empresaria, se alzó como la vedete principal de dicha década, acompañada en el elenco por Yani Forner, Patrick, Manel Dalgó, Jaiza, África y otros artistas. Pirondello y Pierrot regresaron durante aquellos años para hacer las veces de maestros de ceremonias, al igual que Madame Arthur y Christa Leem, que volvieron a subirse a este escenario de manera más puntual. Alberto Aurenti destacó como showman en los últimos años. La sala ofrecía dos espectáculos distintos a lo largo de la noche, y fue el decorado de multitud de películas y series rodadas en Cataluña.

Un plan de reforma en el barrio del Raval, en vistas a modernizar la ciudad para albergar los Juegos Olímpicos de 1992, llevó a la mítica sala a su fin, coincidiendo con el inicio del declive de un género que tantas alegrías había dado a un público entregado años atrás. El 16 de septiembre de 1990, Barcelona de Noche cerró sus puertas, dejando para siempre el testimonio de quienes pisaron con garbo sus tablas.

Bibiana Fernández

Hay veces que homenajear a una artista poniéndole una calle resulta insuficiente. Es el caso de Bibiana, que bien se ha ganado una avenida, sin quererlo ni pretenderlo, limitándose a ser ella misma —que no es poco— y tomando las riendas de su destino sin buscar nada a cambio.

Bibiana ha vivido los convulsos tiempos de la Transición democrática en los agitados y destapistas años setenta; la supuesta explosión de modernidad de los ochenta con la cacareada movida madrileña de fondo; los agitados noventa con la llegada de las cadenas privadas; y los actuales y ya bien entrados dos miles, durante los que sigue al pie del cañón. En todas las décadas ha triunfado y dejado huella con su estilo y su indudable magnetismo. Todo ello la sitúa a la altura de otros iconos aquí presentes tales como Alaska, Lola Flores o Sara Montiel, con el añadido de que para ella el término «liberarse» conlleva mayor conocimiento de causa.

Al contrario de lo que se suele creer, Bibiana sí habló con detalle de todo lo que atañe a su identidad. En sus inicios, tuvo la paciencia de explicar, comentar, responder y ahondar en muchas de las cuestiones que se le planteaban, pero terminó decidiendo no darles más cabida. La explicación es muy sencilla, pese a que pocos reparen en ella. Hablar constantemente de lo mismo, sea lo que sea, no hace sino encasillar a cualquier artista, en ese exprimidor involuntario que muchas veces son los medios de comunicación.

Cuando una persona se prepara a conciencia para dar lo mejor de sí misma en el mundo del espectáculo, lo que menos quiere y necesita es hacer concesiones al morbo: tan solo desea demostrar su valía. No es una cuestión de rechazo, sino de hartazgo e inteligencia. Natalia Figueroa entrevistó a Bibiana para el suplemento de ABC en 1984 y, a la pregunta de si fueron muy duros los comienzos, la artista contestó:

El tiempo posee un poder especial, y los malos recuerdos se van olvidando… Para mí siempre pesa más lo bueno que lo malo. Sí, los comienzos fueron duros, pero cada vez que me hacen esta pregunta intuyo que se quieren rebuscar una serie de cosas de mi vida… Quizá es que estoy viciada por las entrevistas que me han hecho, por las preguntas… Mis principios fueron igual de difíciles que para otra persona cualquiera. Siempre el principio es difícil. El trabajo no es grato en un ambiente donde la gente no reconoce el esfuerzo que puedas hacer. En aquel momento yo no tenía calidad para que se me admirase, pero al menos podían intuir mi esfuerzo, mi anhelo de abrirme camino… El ambiente de cabaret es un ambiente de gueto.

Hay que añadir que el tesón y la constancia hicieron el resto, pues Bibiana no dejó de trabajar y logró así que su vida privada quedase en un segundo plano. Su buen hacer primó sobre la intolerancia. Cualquier persona que sobreviva a todo ello ya merece el mayor de los respetos, pero no el respeto al uso que todo ciudadano merece, sino aquel que entiende su camino y sus decisiones. Porque en España se nos da bien enarbolar efusivamente las libertades que atañen a una mayoría, pero, cuando se trata de la libertad individual, la cosa cambia. La artista supo dar su pertinente explicación, cuando fue entrevistada por Nacho Fresno en la revista Shangay, en 2018. Él le preguntó acerca de las etiquetas y ese absurdo reproche a no ejercer de abanderada, y Bibiana, siempre acertada, contestó:

En el mundo LGTBI existen muchas. Y me da mucho coraje. Por ejemplo, la palabra trans, que parece que yo estoy en contra. ¿Cómo voy a estar en contra de esa palabra?, ¿cómo voy a estar en contra de alguien que quiera cambiar? Yo no puedo negarle el derecho a elegir a nadie. Pero sí me molesta, porque, cuando tú coges a un niño, o a una niña, con cuatro años, ¡no te dice que quiere ser trans! Te dice que es un niño o una niña. Ellos se sienten niños o niñas. ¡Nada más! Eso es lo que quiero decir. Tú vete a una familia donde haya un niño o una niña que sea transgénero, que tenga tres, cuatro, cinco años, y que le diga a su madre que ella es una niña y que se viste de niña. El discurso de esa niña, y la pelea de esos padres que razonan, que afortunadamente ya hay muchos así, es que es una niña. O un niño. Entonces si dice ella que es una niña, ¡coño!, ¿por qué no la dejáis que sea una niña? ¡Y punto! ¡Y punto pelota! Después ya el mundo que diga lo que quiera. Pero eso es el resto del mundo, pero yo no. Yo no te lo compro. Yo ya el peaje lo he pagado. Setecientos años.

En resumidas cuentas, a veces, muchas veces, la educación, la simpatía, la inteligencia y el saber estar, proyectados desde los medios de comunicación, han hecho tanto o más que una bandera, en tiempos en los que ni se alzaban. Ventajas de ser una misma.

La trayectoria de Bibiana es de sobra conocida, pero no está de más puntualizar algunos de sus muchos méritos. Con el nombre artístico de Bibi Andersen, ocupó las carteleras de los teatros y los afiches de cine. Sus inicios en el cabaret pronto le otorgaron su primera oportunidad en el séptimo arte, de la mano de Vicente Aranda, con la película Cambio de sexo (1977), junto a Victoria Abril. El filme supuso todo un ejemplo a la hora de abordar con realismo y dignidad la transexualidad, siendo la primera vez que se trataba el tema en el cine español. En 1978, la artista dio el salto a la revista de variedades con el espectáculo Una vez al año no hace daño, estrenado en el Teatro Calderón de Madrid, con el que viajó posteriormente al Apolo de Barcelona y a otras muchas salas. A este le seguiría, en 1980, Divorcio a la española, junto a los actores Pedro Peña, Pedro Valentín y Jenny Llada, que se prolongó durante once meses de éxito en el Teatro Lido. Ese mismo año debutó en la música con un disco homónimo que incluía canciones como Call Me Lady Champagne o el hoy archifamoso Sálvame, que en su momento sonó sin mayor trascendencia, sin imaginar que casi tres décadas más tarde sería la sintonía, y el nombre, de un programa televisivo. Aquel álbum le sirvió para participar en multitud de galas por todo el territorio nacional, hasta que en 1985 se subió a los escenarios con su propio espectáculo, Una noche con Bibi, con el que recorrió España durante largo tiempo; un show que destacaba por su calidad y sus números musicales, así como la participación de los cómicos Joan Monleón y Javier de Campos y hasta un mago que lograba convertir a la artista en una pantera negra.

Pedro Almodóvar contó con ella para el mediometraje Tráiler para amantes de lo prohibido, estrenado en el programa de televisión La edad oro, en el que Bibi encarnaba a una ambiciosa mujer fatal en un guion delirante. Le siguieron la comedia de equívocos Sé infiel y no mires con quién (1985), dirigida por Fernando Trueba, y, de nuevo junto a Almodóvar, Matador (1986), en el pequeño papel de una florista ambulante, y La ley del deseo (1987), como la egoísta madre de Manuela Velasco. En 1988, trabajó a las órdenes de Gonzalo Suárez en Remando al viento, y ese mismo año presentó el programa Sábado noche junto a Carlos Herrera. Su labor en la pequeña pantalla continuó con Buen humor y, ya en la década de los noventa, Estress; Hip, hip, hipnosis; Coplas de verano; Muchas gracias; La alegría de vivir, y El pelotazo, así como una constante labor de tertuliana en diversos programas, hasta el día de hoy.

Continuó trabajando con Almodóvar en Tacones lejanos (1991), donde interpretó a una presa lesbiana que se marca un baile carcelario en una de las escenas más celebradas de la filmografía del cineasta; y Kika (1993), en la que era la amante de Peter Coyote. Precisamente en las fiestas de promoción de Kika, donde la artista cantaba, el director manchego la presentaba de una manera hermosa, repleta de esos referentes a los que Bibiana citó más de una vez. Decía así: «De pequeña ella soñaba con parecerse a Ursula Andress y Raquel Welch. Ahora estoy seguro que tanto a Raquel como a Ursula les gustaría parecerse a Bibi Andersen». Solo alguien sobrado de talento puede contar toda una historia en tan pocas palabras. La actriz siguió su labor en el cine con Más que amor, frenesí (1996), donde daba vida a una proxeneta enamorada de jovencitas; Atómica(1998), como rutilante estrella porno; Rojo Sangre (2004), al lado de Paul Naschy, y más recientemente Solo química (2015), dirigida por Alfonso Albacete, en la que tiene un idilio con José Coronado.

El cambio de siglo le hizo volver a los escenarios con las obras 101 dálmatas, que la convirtió en Cruella de Vil; No se nos puede dejar solos; La gran depresión; El amor está en el aire, y La última tourné, dirigida por Félix Sabroso. Este nuevo tiempo traería consigo una firme decisión. Al igual que Paca Gabaldón dejó atrás el nombre de Mary Francis, Bibiana decidió poner punto y aparte al apellido Andersen. En una entrevista realizada en 1998 por Vicente Molina Foix para El País Semanal, posiblemente una de las mejores entrevistas que le han hecho nunca, la actriz respondió así a la pregunta del porqué de un nombre artístico que parecía tan falso:

Eso, sí. Un accidente. Cuando estaba a punto de debutar en el cabaré de Barcelona buscábamos un nombre, y el empresario me proponía cosas horribles, Pupella Rose y cosas así, pero en la lista tenía Bibí Andersen, así, mal escrito, y yo, que ya había visto películas de arte y ensayo y sabía que Bibi Andersson era la actriz favorita de Bergman, me quedé con ese. Un nombre postizo, totalmente de acuerdo, pero lo he arrastrado, sin gustarme. Yo ahora soy a todos los efectos Bibiana Fernández, y así me gustaría que se me conociera. En la película Atómica ya traté de aparecer con ese nombre, diciéndoles que el mismo cambio podría servir de promoción a la película. Pero nada, no me entendieron. A ver si tú lo consigues con esta entrevista. ¡Quiero llamarme Bibiana Fernández!

Y así fue. La prensa le devolvió todo el amor —y paciencia— que ella le había dado durante lustros, alzándose de nuevo Bibiana como una mujer de sueños cumplidos. Es la concepción profesional de vedete tal y como la entienden los franceses: la señora que actúa, canta, baila y presenta. En alguna ocasión confesó sentir el cine como asignatura pendiente, pero es que ella, queriéndolo o sin querer, va más allá de la pequeña o la gran pantalla. Está en la categoría de gloria nacional, esa misma que alcanzaron Raffaella o La Jurado gracias al cariño del público. Ese público que a veces, aun sin tener ningún disco de la italiana ni haber visto las películas de la chipionera, las adora. En ese pedestal está Bibiana Fernández.

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