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Cachorro
Película dirigida por Miguel Albaladejo y estrenada en febrero de 2004. Aunque por cuestión de fecha no se pueda catalogar como una de las obras que abrieron camino en los años setenta u ochenta, Cachorro tiene varios méritos para encontrarse en estas páginas. El primero de ellos es que hacía años que en el cine español no se abordaba el universo homosexual con dosis de sexo y la naturalidad con la que sí se muestran las relaciones heterosexuales, teniendo que remontarnos quizás a La ley del deseo (1987). El segundo motivo es que se centraba en el mundo bear, los osos, que siempre había sido ninguneado en el séptimo arte, más dado a retratar historias de efebos, sin intención de detenerse en bellezas y cuerpos no normativos. Quizás un tercer mérito sea el digno retorno de la legendaria actriz Josele Román, asunto en el que ahondaré más adelante.
Cachorro nos cuenta la historia de Pedro, un dentista de mediana edad, promiscuo en sus relaciones sexuales y sin ganas de compromiso desde que años atrás falleciese su novio. Su hermana Violeta le pide que cuide de su hijo mientras ella y su pareja realizan un viaje por la India. Es así como Pedro ejerce de improvisado canguro de su sobrino Bernardo, un niño de nueve años con el que apenas ha tenido relación. Las dos semanas acordadas se convierten en un tiempo indefinido cuando Pedro recibe la noticia de que su hermana ha sido detenida durante su viaje y tendrá que pasar los próximos años en la cárcel. A partir de entonces, mientras intenta facilitar el regreso de Violeta, Pedro adopta una irremediable función paternal que se tornará en un sentimiento nunca antes vivido, integrando a Bernardo en su vida y en su círculo de amigos. La agradable convivencia se trunca cuando hace su aparición la abuela paterna del niño, que no está dispuesta a dejar que su nieto se críe junto a un homosexual.
José Luis García Pérez encarnó a Pedro y por este papel fue nominado al Goya a mejor actor revelación. David Castillo, aún sin la popularidad televisiva de por medio, dio vida a Bernardo, mientras que la escritora Elvira Lindo era Violeta, su madre. Empar Ferrer ejerció de abuela posesiva, y Jorge Calvo, Mario Arias, Juanma Lara y Juanjo Martínez completaron el reparto como el grupo íntimo de amigos. La actriz Josele Román regresaba al cine con un papel a su medida, interpretando a Gloria, la portera de Pedro, una mujer de confianza y desprejuiciada, con la habitual vis cómica que la caracteriza. Aprovecho la ocasión para resaltar la valentía de Josele, quien, ya en los años setenta, en plena ola aperturista del país, había declarado en la prensa su fiel convicción de que todo el mundo es bisexual, así como su capacidad de enamorarse de cualquier persona.
La película tuvo su estreno en el Festival de Berlín, con la feliz casualidad, o no, de que el símbolo tanto de la ciudad como de los premios es un oso. Algo que demuestra que en ese momento existía una vuelta al puritanismo es que en Estados Unidos se censuraron dos secuencias por su contenido sexual, que fueron extraídas del montaje final. Cachorro llegó a los cines cuando más se debatía políticamente en España sobre los derechos LGTB, lográndose, año y medio después de su estreno, la Ley del Matrimonio Igualitario. El filme de Albaladejo aportó un realismo del que carecían las películas de temática gay de los años anteriores, y abordó con sensibilidad algo tan cuestionado y discutido como es la adopción.
Calé
«Nunca una gitana y una paya se atrevieron a tanto». Así rezaba el eslogan publicitario de Calé, película estrenada en marzo de 1987 y protagonizada por Mónica Randall y Rosario Flores. El argumento gira en torno a una prestigiosa actriz teatral que descubre que su novio, fotógrafo de profesión, ha realizado una sesión publicitaria con una joven gitana, que accedió a posar desnuda con la condición de que no se la reconociese. Este hecho ilumina a Cristina, la actriz, que se encuentra ensayando el personaje de una florista callejera (Eliza Doolitle) para una adaptación de la obra Pigmalión. Antes de su estreno decide contactar con Estrella, la joven gitana, con el fin de que pueda asesorarle y ayudar a mejorar su personaje, a modo de coach. Estrella, absolutamente ajena al mundo de los payos y reacia en un principio, accede al ofrecimiento debido a la generosa compensación económica. Un imprevisto hará que tenga que abandonar su hogar y trasladarse junto a su hijo a casa de Cristina, por miedo a las represalias de su clan familiar. A través de los ensayos y la convivencia surge entre ambas una amistad que irá convirtiéndose en un amor irrefrenable, asumiendo incluso las fatales consecuencias.
La película no gozó de una buena acogida por parte de la crítica, y en cierta medida también generó indiferencia en el público. Bien es cierto que, al contrario de los films de temática lésbica rodados en años anteriores, Calé carecía de cualquier atisbo de morbo sensacionalista, mostrando la relación entre las protagonistas de manera más sentimental y pasional que sexual. Quizás, de haberse rodado diez años antes y con mayores tintes de erotismo, la película habría tenido mejor acogida, al igual que Me siento extraña. Hay que tener en cuenta la originalidad de su argumento, falto de oportunismo, y el trabajo de un buen reparto que incluía, entre otros, a Félix Rotaeta, Carmen Balagué, Antonio Flores y Pedro Mari Sánchez.
Carlos Serrano, el director, aseguró en una entrevista promocional realizada en la revista Fotogramas que su intención había sido rodar una auténtica película de serie B, sin pretender transformar nada, y reconocía a su vez que los medios habían sido muy limitados. A esto añadía: «Contar la historia de una gitanita corista y una actriz que se encuentran y se enamoran sin ser lesbianas era muy difícil. Me interesaba hurgar en un mundo desconocido, no trillado, en esas zonas ocultas que todos tenemos dentro y que estallan en un momento dado. Lo que más me atraía era contar con naturalidad cómo puede surgir una pasión así por encima de la lógica, de la razón, de las clases sociales, de la edad y de la raza». La misma publicación recogía el testimonio de Rosario Flores, que defendía con firmeza su personaje: «Que la gente se lleve las manos a la cabeza por eso no me importa para nada. Es una historia normal y corriente que le puede pasar a cualquier persona. Ninguna de las dos protagonistas es lesbiana y, sin embargo, de repente surge entre ellas una pasión especial, un amor muy bonito. Yo me identifico con Estrella en que las dos somos fuertes, independientes, con carácter, con ganas… y gitanas. Porque yo soy señorita, pero gitana. He ido a un colegio de pago, he tenido amigas payas y todas esas cosas, pero luego llegaba a casa y me encontraba con dos pedazos de gitanos».
Como datos curiosos vale la pena señalar que el personaje de la actriz de teatro iba a estar en un principio interpretado por Julieta Serrano, pero al final recayó en Mónica Randall. Carlos Serrano de Osma, padre del director, había dirigido a su vez a Lola Flores, madre de Rosario, en la película Embrujo (1948). También resulta interesante subrayar que el germen de Calé surgió en 1970, cuando el director cursaba sus estudios en la Escuela de Cine y dirigió una película a modo de ensayo sobre el amor entre dos mujeres, tema que desarrolló ampliamente diecisiete años después. En sus inicios, Carlos Serrano realizó un cortometraje que llevaba por título Madame Arthur, coincidiendo con el nombre artístico de uno de los transformistas más populares de Barcelona. Ya en la década de los noventa, dirigió algunos capítulos de la serie Eva y Adán, agencia matrimonial, con la participación de artistas como Ana Lúpez, Manel Dalgó y Eva la Gata, en el episodio titulado Cáscara amarga. Su último trabajo como director fue en la serie En plena forma, donde la televisiva Cristina La Veneno apareció de manera puntual.
Cambio de sexo
Película dirigida por Vicente Aranda en 1976 y estrenada un año más tarde. Supuso el primer filme que abordaba en España el tema de la transexualidad; además, lo trataba de una manera dramática y realista, lejos de frivolizar sobre el asunto, algo que tiene doble mérito si tenemos en cuenta la falta de empatía social que había por aquel entonces.
José María es un joven que ha de soportar la férrea educación de su violento padre, que estalla al descubrir que el director del colegio ha citado a la madre para recriminarle la delicadeza de su hijo, diana de las burlas de sus compañeros. El padre, furioso, decide aplicar sus métodos dictatoriales y lleva a su hijo a casa de unos amigos a hacer trabajos forzosos, con el objetivo de anular sus modales típicamente femeninos. Su machista propósito incluye la visita a un cabaret en el que obligará a José María a mantener relaciones sexuales con una de las artistas, a la que previamente ha pagado. El intento acaba en frustración, pero José María sale de allí habiendo conocido a Bibi, otra de las artistas que actúan cada noche, y descubriendo a través de ella que puede realizarse como la mujer que realmente es. Para llevar a cabo su plan, huirá a Barcelona y allí, tras romper el vínculo con su familia, empezará una nueva vida como María José.
La película llevaba en un principio el título de Una historia clínica, pero su guion no fue aprobado por la censura y tuvo que dejar pasar el tiempo hasta que la muerte de Franco abrió el camino a ciertas libertades culturales —sobre todo en lo que a argumentos cinematográficos se refiere—. Fue tras el fallecimiento del dictador cuando comenzó el rodaje, estrenándose el 13 de mayo de 1977, con el reclamo de «el filme más insólito que ahora pueda verse en Europa». Se comercializó con dos frases publicitarias que a nadie podían dejar indiferente. La primera de ellas era «la evolución anímica, social y laboral de un transexual de 17 años»; la segunda, una frase extraída de un congreso de sexología en París, que finalmente se quedó también como el eslogan de su distribución en vídeo: «Es transexual quien siente el deseo irrefrenable de cambiar de sexo». Aunque hoy el término correcto sería reasignación sexual, hay que destacar que en la promoción se empleó adecuadamente la palabra transexual, algo inusual en la sociedad y los medios del momento. En ese sentido, la película fue doblemente transgresora.
Es inevitable señalar el buen trabajo de Victoria Abril, todavía menor de edad, que asume con absoluta credibilidad el rol protagonista. Bibiana Fernández debutaba en el cine ejerciendo de Pigmalión para el personaje principal, a modo de hada madrina que allana el camino ante tantas vicisitudes. Lo mismo ocurre con Rafaela Aparicio, que interpreta a la dueña de la pensión donde se aloja María José y viene a ocupar el lugar de la madre ausente. Fernando Sancho encarna con absoluta veracidad al padre violento y machista, mientras que Lou Castel hace lo propio con el dueño del cabaret que contrata a María José e inicia con ella una tormentosa relación sentimental. El reparto se completa con Rosa Morata, María Elías, Montserrat Carulla y Vicky Peña.
La película fue presentada en el Festival de Cannes, aunque fuera de competición. Como curiosidad cabe mencionar que el papel protagonista estaba destinado a Ángela Molina, que había realizado las pruebas pertinentes e incluso firmado el contrato. Días después la actriz contactó a Vicente Aranda y le explicó que no se encontraba con ánimos de llevar a cabo la película, por lo que se citaron en un aeropuerto y rescindieron el contrato.
Se tiende a creer que Mi querida señorita, de Jaime de Armiñán, es la primera película española que abordó la transexualidad. Esta, en realidad, trata acerca de la intersexualidad, pero el desconocimiento en cuanto a cuestiones de género conduce continuamente al error, debido en parte a que su protagonista lleva a cabo una transición sexual. No se puede quitar mérito a su arriesgado argumento, pero es Cambio de sexo la primera cinta que refleja la problemática transexual en toda su extensión. El único precedente en nuestro cine lo hallamos en la película Días de viejo color (1968), de Pedro Olea, donde la actriz María Martín interpreta a una mujer trans, lo cual no se desvela hasta el final del metraje, siendo un personaje sin relevancia alguna para la trama, algo casi anecdótico que sirve a su vez para criticar las costumbres y libertades foráneas (de ahí que no molestase a los censores).
En un principio, la intención de Vicente Aranda era dar por terminada la película en el momento en que Victoria Abril desempeña un número musical titulado Mi cosita que concluye con un sorprendente desnudo integral que deja atónito al público asistente. De ese modo, Aranda pretendía denunciar la explotación a la que estaban sometidas muchas artistas del gremio, que eran expuestas como auténticos fenómenos de feria, como si viviesen a finales del siglo XIX. En el libro Vicente Aranda, el cine como compromiso de Jorge Castillejo, el director declara:
La película es verdad hasta el momento en que ella canta Mi cosita y se queda desconcertada porque el público no aplaude. Y el mánager, que es su novio al mismo tiempo, le dice que no se preocupe, que es porque han resultado muy sorprendidos, pero que ya lo arreglará él y aplaudirán al día siguiente. Ahí debía terminar la película. Pero, desde un punto de vista comercial, se me exigió que la continuase y que acabase con un final feliz, mintiendo y diciendo que todo se arreglaba. La explotación, que yo advertí durante el rodaje de la película, que se ejerce sobre los transexuales quedaba explícitamente contenida si la historia acababa ahí. Pero no me atreví. Y, más tarde, cuando se ha tratado de hacer un máster para su emisión por televisión y su comercialización en vídeo, tampoco me he atrevido.
Carla Antonelli
Mucho antes de que Carla se convirtiese en una reconocida activista, ya se había abierto camino en el difícil mundo del espectáculo, en unos años complejos en los que siempre que pudo aprovechó la ocasión para lanzar sus reivindicaciones.
Nacida en 1959 en Güímar, municipio de la provincia de Santa Cruz de Tenerife, Carla comienza a estudiar Arte Dramático antes de abandonar la isla a finales de los setenta y enrolarse en un ballet con el que viaja hasta la península. Durante su estancia en Las Palmas ya se había iniciado en el cabaret, por lo que continúa en Madrid en el mundo del espectáculo en salas de fiestas como Lady’s o Nueva Romana, participando en esta última con el show Orgía romana, muy propio de del destape. En 1979, rueda su primera película, la producción alemana Hembras salvajes en Ibiza. Ese año, los periódicos Diario 16 y El Caso publican la noticia sensacionalista de que desea desempeñar el servicio militar, con una doble intención publicitaria. Un año más tarde, en 1980, se sube al escenario del Teatro Lavapiés para protagonizar la función La sexy cateta, y poco después graba el que sería el primer documental de Televisión Española en el que una persona trans mostraba su vida y planteaba al espectador sus problemas e inquietudes. Integrado en el espacio Entre dos luces, el reportaje estaba dirigido por Raúl del Pozo y llevaba por título El enigma de una belleza. En él, Carla ejercía de reportera ocasional y formulaba diversas cuestiones a los viandantes. El programa fue secuestrado por la censura, que daba sus últimos coletazos, y no se emitió hasta 1981 por la segunda cadena de TVE. El espacio ofrecía respuestas que iban desde la ignorancia y el desconocimiento hasta la tolerancia más sorprendente, y alternaba imágenes del día a día de Carla en las que enseñaba su rutina y sus hábitos hogareños y desgranaba vicisitudes y preocupaciones, tales como el miedo a la soledad o qué le depararía el futuro cuando llegase a la vejez. Ya entonces, en este primer documental para la televisión pública, Carla demuestra entereza y afán por hacer frente a las injusticias. Su aparición la llevará a protagonizar un reportaje en la revista Libparty, bajo el titular «El travesti que escandalizó a televisión». Dejando a un lado los términos incorrectos, la artista aprovechaba para reprochar el veto que también había sufrido por parte de la actriz Rosa Valenty para trabajar en el espectáculo Golpes de humor. Carla se vuelve una habitual de la revista Lib, en la que suele aparecer mostrando su sugerente anatomía.
En 1980, Carla rueda Hijos de papá, donde tiene un pequeño papel como prostituta callejera que es boicoteada por la actriz Mabel Escaño, dispuesta a quitarle al cliente de turno a base de transfobia. La siguieron casi de inmediato: Adolescencia, en la que recrea sobre el escenario uno de sus números habituales, y Corridas de alegría, donde no se alude a su identidad y en la que Carla es la amante puntual del protagonista; la película muestra con absoluta naturalidad un desnudo integral que no provoca la burla del resto de los personajes.
El papel de mayor importancia le llegaría en 1981 con Pepe, no me des tormento, en la que interpreta a la novia de un atormentado Luis Varela, que intenta advertir a su amigo de que no ligue con ella, a la que tacha de monstruo en referencia a su transexualidad.
Carla continúa en el circuito del cabaret y será una habitual de salas como Dimas, el Poncho erótico o Sachas. También se subiría al escenario del Gay Club en 1982 en la categoría de estrella invitada, con el espectáculo Todo corazón. Un año más tarde, estrena El higo mágico, subproducto habitual de los clasificados S; poco después, rueda Un gendarme en Benidorm y se traslada a esa misma ciudad para trabajar en el Sabrina, local puntero en shows de transformismo, a mediados de los ochenta. En 1986, monta el espectáculo Ellas pueden ser ellos, junto a los artistas José Antígona y Jennifer, con el que viajará por distintos lugares de la geografía española.
Durante los noventa, Carla pasa a la pequeña pantalla, y ejerce de tertuliana recurrente en programas de debates como Todo depende, Crónicas marcianas o Parle voste, calle voste. En 1998, posa por última vez para la erótica revista Lib, donde anuncia su regreso al cine con Extraños, dirigida por Imanol Uribe, y asegura que la han reclamado para participar en el casting de Todo sobre mi madre, algo que no llegaría a buen puerto. Todo ello coincide con su incursión en la política, de la mano de la eurodiputada Carmen Cerdeira, que le abre las puertas del PSOE por su destacada labor activista. Carla seguirá vinculada a su faceta actoral a través de personajes episódicos en series como El Comisario, Tío Willy o Policías, hasta que en 2007 llega su gran oportunidad con la serie El síndrome de Ulises, de la que formaría parte del elenco principal durante sus dos temporadas.
Fue una pieza clave y una de las impulsoras de la Ley de Identidad de Género de 2007, haciendo posible el cambio de nombre y sexo legal en el Registro Civil sin que fuera necesario recurrir a la cirugía. En las elecciones autonómicas de 2011, fue elegida diputada de la Asamblea de Madrid por el PSOE, siendo la primera mujer transexual en acceder a un cargo de representación parlamentaria en España. Fernando Olmeda dirigió en 2014 el documental El viaje de Carla, en el que la Antonelli retorna a sus orígenes para hacer balance de su vida.
Carmen de Mairena
Carmen se resignó a ser incomprendida, asumiendo que a veces el destino te lleva a la popularidad de la manera más inesperada. Nacida en 1933 en el barcelonés barrio de Gràcia, desde muy joven sintió la llamada del mundo artístico. Es en su adolescencia cuando comienza a subirse a los escenarios de locales como Ambos mundos o Café Nuevo, para posteriormente actuar en salas de cine, donde se realizaban espectáculos de variedades. Su estilo se decantaba por el de los entonces llamados cancioneros, con Antonio Amaya como figura principal, seguido de Pedrito Rico, Miguel de los Reyes, Tomás de Antequera y Rafael Conde «El Titi». Todos ellos se caracterizaban por no ocultar sus ademanes a la hora de interpretar grandes temas de la copla, habituales en boca de Juanita Reina o Concha Piquer, y algunos, incluso, llevaban un vestuario colorido e inusual para la época. Como Miguel de Mairena, siguió trabajando en su Barcelona natal en lugares como la Bodega Apolo, Andalucía de Noche y la sala Ciros: sin llegar a ser un cancionero de los que traspasaban fronteras, pudo vivir de su arte. Durante los años sesenta, canta en el cabaret Copacabana y en Whisky Twist, locales punteros de la Ciudad Condal.
Movida por un deseo irrefrenable, ya bien estrenada la democracia, se convierte en Carmen de Mairena. En junio de 1978, conservando todavía su nombre masculino, se presenta por vez primera en la revista Clímax, en la que declara sus intenciones ataviada con peluca y maquillaje mientras hace un striptease sin tapujos. Pero su emulación de ídolas como Sara Montiel y Marujita Díaz no encaja con el público, y acaba fuera del ambiente artístico al comprobar que muchos empresarios no aceptan su nueva imagen. Incomprendida e incluso repudiada, su actividad laboral desciende de forma considerable y se ve abocada a ejercer la prostitución en el barrio del Raval. Pese a su cambio físico, en 1989 continuaba anunciándose como Miguel de Mairena, «cancionero transformista», en salas como Festa Major. La idea de aferrarse a su nombre de antaño se debía a querer seguir siendo reconocida por el público que cautivó en épocas anteriores, sin renunciar al lugar que había conseguido. Un año más tarde, protagoniza el documental Barrio Chino, dirigido por los hermanos Gherardo y Morando Monrandini, donde se muestra la idiosincrasia de tan singular barrio de Barcelona, en una época de cambios por las inminentes Olimpiadas, junto a la vida y supervivencia de sus vecinos.
En 1992, pisa una única vez el escenario de El Molino, sin repetirse la ocasión, hasta que ya por fin en 1993 se anuncia como Carmen de Mairena en diversas actuaciones. Ese mismo año participa, sin estar acreditada, en la película ¡Semos peligrosos! (uséase Makinavaja 2): su breve aparición se limita a una escena en la que se celebra una fiesta navideña en la comisaría del Raval, como vivo retrato de aquel barrio al que ella pertenece. Es por entonces, ya casi a mediados de los noventa, cuando Carmen acompaña a un amigo a un casting y, por azares del destino, acaba siendo ella quien se convierte en una habitual del programa de Alfonso Arús Força Barça, emitido por la segunda cadena para la desconexión de Cataluña, y posteriormente en la autonómica TV3. Es así como adquiere una nueva popularidad, que la lleva a ser homenajeada en la sala Camoa o a desfilar para los carnavales de 1995, subida en una carroza de El Molino. El programa de Alfonso Arús se traslada a Antena 3 con el nombre de Al ataque. Carmen prosigue sus apariciones y se suceden los contratos en salas como Merca Show, Banana’s y Tango. Gracias a la televisión, su estado de precariedad anterior se transforma en una buena racha laboral. La popularidad le reporta también la oportunidad de grabar un álbum, en formato casete, titulado Con el Tricutricu, en el que canta varios temas habituales del repertorio de la tonadilla española.
Tras un breve parón mediático, regresa con el cambio de siglo a la pequeña pantalla en el programa Crónicas marcianas, donde es entrevistada con asiduidad por Javier Cárdenas, en reportajes realizados en plena calle cuya finalidad es, sin duda, burlarse de ella. La artista acepta el juego y asume el rol denigrante, consciente de que podrá obtener algo positivo de todo ello. En el documental De Carmen a Carmen (2004), en el que se hace un paralelismo entre ella y la bailaora Carmen Amaya, Mairena se sincera: «La mitad de cosas que yo hago no son de mi condición, no me gusta hacerlas, la mayoría de veces. Pero las tengo que hacer, me dan dinero, me dan fama y las tengo que hacer». Gracias a Crónicas marcianas, obtuvo la popularidad absoluta y trabajó sin cesar en discotecas, consagrándose como figura emblemática del cabaret El Cangrejo. Grabó un disco a su medida, Yo soy la copla, que incluía una versión de Mi vida privada y que, por desgracia, tuvo mucha menos repercusión que su incursión en el cine X con dos películas que, según reconoció ella misma, no fueron de su agrado. Carmen era consciente de que la única manera de subirse al escenario era dar al público una dosis de astracanada, con la colección de frases delirantes y rimas ordinarias que la elevaría a la categoría de fenómeno televisivo. Desde el primer momento, hubo dos tipos de espectadores: quienes se reían de ella y los que se reían con ella. Los primeros se quedaron en la superficie y la consumieron como el personaje excéntrico que los medios querían mostrar; los segundos vieron en Carmen a una superviviente entregada a la fórmula catódica con gran sentido del humor. Y al lado de ella, en contadas ocasiones, hacían su aparición otros adalides de la autenticidad, como Violeta la Burra o La Pantoja de Puerto Rico.
En el año 2008, el grupo teatral La Cubana realizó una función especial de su obra Cómeme el coco, negro, en homenaje al Paralelo y en especial al compositor Juan de la Prada. Para esta ocasión, que tuvo lugar en el Teatro Coliseum, la compañía contó con las actuaciones de Sara Montiel, Regina Do Santos, Amparo Moreno y otras muchas más artistas que habían triunfado en suelo catalán, a las que se sumó Carmen de Mairena, que cantó vestida de princesa el Romance de la Reina Mercedes. En 2011, cuando el programa que le dio la enorme popularidad ya había finalizado hacía más de un lustro, Santiago Segura contó con ella en Torrente 4 para engrosar su lista de cameos mediáticos. Por aquel entonces, Carmen alternaba sus actuaciones con puntuales apariciones televisivas en programas como ¿Dónde estás corazón? o Toni Rovira y tú; este último fue el único en el que pudo demostrar su talento y su deseo de cantar, en definitiva, un lugar donde sí era tomada en serio.
En 2015, la artista cesa su actividad debido a su delicada salud e ingresa en una residencia en la que se encontrará cuidada y atendida hasta el final de sus días, siendo visitada por algunos pocos amigos y familiares y falleciendo el 22 de marzo de 2020. Durante su ingreso en dicho centro, saltó la noticia de que sus pertenencias habían acabado en un contenedor de basura. Con motivo de tan desafortunado acontecimiento, la que aquí escribe realizó un artículo en marzo de 2016 para la revista Shangay, titulado «Carmen de Mairena y los recuerdos que se perderán», que bien podría aplicarse a muchas de las estrellas que inundan este libro. Dejo a continuación dicho texto, para que mueva a la reflexión:
Hace unas semanas saltaba la noticia de cómo algunas de las pertenencias de la singular Carmen de Mairena habían acabado en un contenedor de basura. Lamentablemente, no es nada extraño que una octogenaria sin descendencia pueda perder sus bienes materiales mientras pasa sus últimos días en una residencia. Para ello no hay distinción entre artistas y gente de a pie.
Ni tan siquiera hay diferencias entre rangos de artistas, ya que incluso los enseres personales de la mismísima Édith Piaf acabaron un día en la basura, con destino a un vertedero municipal que no hacía honor a sus años de trabajo. En el caso de Carmen, al igual que ocurrió con la cantante francesa, lo más positivo es pensar que algunos de sus vecinos hayan rescatado tales objetos y fotografías, aunque no haya un museo destinado para albergarlas.
Quizás a alguien le resulte disparatada la comparación, pero hay un matiz importante en el que los recuerdos de la cupletista barcelonesa cobran verdadera importancia. La vida de Carmen es la vida de una superviviente, frente a una dictadura, un desconocimiento, una sociedad moralista y unas instituciones que antaño miraban a otro lado. Seguramente, el provecho que obtuvo de su paso por televisión en los últimos quince años le haya servido para resarcir su estigmatización, casi a modo de final feliz e incluso de venganza tardía frente a todo ese éxito y dinero que siempre buscó y nunca obtuvo.
La intención de estas líneas no es la de un adelantado obituario, sino la de rendir unas palabras a modo de homenaje antes de que sea tarde. En el momento de su adiós, lo más probable es que solo prevalezcan todas esas imágenes que la lanzaron a la fama derrochando frivolidad desde la pequeña pantalla. Muchos recordarán al personaje y pocos a la persona, tan distintas entre sí.
La despedida de Carmen, junto a todos esos enseres en el cubo de la basura, es también la de una generación ya en extinción, personas que abrieron camino y que en vez de contar con leyes que las protegiesen, sufrían una legislación que las perseguía, castigaba y condenaba. Es nuestra historia más gris y no tan lejana, aunque por cuestión temporal ya queden pocos testimonios. El de la Mairena es uno de ellos, aunque sus mensajes siempre estuviesen destinados a la comedia más ordinaria. Ella, que sufrió vejaciones y calabozos, desconoce por completo términos tan actuales como «viral» —qué duda cabe que lo es— o el manido y malintencionado «friki», que asumía con desgana a cambio de sacar rentabilidad a su actitud y su genuino físico.
Esas fotografías de escenas de camerino y junto a otras vedetes, a punto de ser trituradas en el vertedero, son también el fiel reflejo de cómo las instituciones han ido marginando la cultura del espectáculo, incluso en ocasiones la cultura en general. Los objetos de Carmen tirados en plena calle coinciden con la destrucción de los televisivos y cinematográficos Estudios Buñuel, a sabiendas y con el consentimiento del gobierno. Todos esos míticos cines, teatros y salas de fiestas de arquitectura descomunal se convierten en grandes almacenes debido a que no existe un código que los proteja, a diferencia de lo que sucede en países vecinos, que por descontado cuentan hasta con una plausible ley de mecenazgo.