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Capítulo 1

El español viajero

Manuel Álvarez nació en 1796 y pasó su infancia con sus dos hermanos: Ángel y Bernardo y sus tres hermanas: María, Basilia y Engracia en la montaña, en su pueblo natal de Abelgas, situado en la ladera sur de la Cordillera Cantábrica en la provincia de León, en el norte de España. Bajo la atenta mirada de sus padres, Don José Álvarez y Doña María Antonia Arias1, Álvarez llegó a dominar el francés además del castellano, su lengua nativa, y desarrolló una ambición juvenil de convertirse en escritor. Esta ambición le condujo en última instancia a redactar escritos conmemorativos y documentos oficiales e incluso a publicar algunos artículos para una revista madrileña. Ávido lector, se familiarizó rápido con los escritos de Thomas Carlyle, Sir Walter Raleigh y Benjamin Franklin así como los de muchos escritores españoles. Su interés por la historia se refleja en sus diarios en los que escribió sobre la guerra de Independencia norteamericana y sobre la conquista de México por Hernán Cortés y comparó las obras del jesuita mexicano Francisco Clavijero, quien escribió La Historia Antiqua de México, y del noble prusiano Alexander von Humboldt, autor del Ensayo Político Sobre el Virreinato de Nueva España2.

Quizá sea el adjetivo “curioso” el que mejor describa a Álvarez: le interesaba la gente y los nuevos territorios; su curiosidad queda evidenciada en sus diarios, en los que anotó con exactitud sus impresiones, pensamientos e ideas. Expresó una preocupación sincera por su país de adopción: “México no debe vanagloriarse de que el mundo se arrodille ante él solicitando entrada en sus puertos. De ninguna manera. El país necesita el flujo de extranjeros, artesanos y trabajadores. A esta gente, sin embargo, se la debe atraer antes”, y continuó: México “debe probar que es merecedor de ellos… asegurándoles un futuro próspero”. La mayoría de sus conclusiones, si no todas, venían de sus conocimientos históricos, un tema que definió en una cita de Thomas Carlyle: “La historia… es la filosofía enseñando con el ejemplo. Antes de que se pueda enseñar filosofía, la filosofía debe estar en las lecturas; la experiencia debe ser recogida y documentada de forma inequívoca”3.

La obra de gran alabanza documentada de Álvarez fue la otorgada a Hernán Cortés, el español que derrotó a los aztecas y fundó la ciudad de México en 1522. Álvarez escribió sobre Cortés que éste no había sido como mucho “sino un magnifico pirata alrededor del cual se habían reunido una tropa de aventureros necesitados y valientes soldados muy hambrientos de conquista y con temperamento de filibusteros. [Sin embargo], resulta innegable que él [fue] un hombre de una capacidad mental extraordinaria –valiente, sagaz, calmado, resistente, intrépido; hombre de estado, orador, historiador, soldado y poeta. Reunió en su persona todos los atributos netamente masculinos además de éxito, determinación indomable…”4 A Álvarez le interesaba, sin duda alguna, Cortés como persona. Una cita atribuida a Robert Walsh que se encuentra unas páginas más adelante en el libro de anotaciones de Álvarez revela otro aspecto del interés de Álvarez por este hombre de tantas dotes: “Esfuerzo sin descanso y qué forma más buena de pensar correctamente, de actuar honradamente y de aprovechar la vida, porque el logro de estos grandes fines de este ser innato constituye, de hecho, la seguridad fundamental de la felicidad mundana”5. Álvarez comprendía el contexto histórico y estudió las posibilidades sobre las contribuciones del individuo dentro de tal contexto. Entendía que al igual que Cortés, él también tenía aspectos negativos y que alcanzar cualidades positivas dependía de tomar la determinación de esforzarse por obtener objetivos loables.

En 1818, a la edad de veintidós años, Álvarez empezó a sentir otras inquietudes y partió hacia México, en busca de aventuras. Allí fue testigo del caos que derivó en la independencia de México de España en 1821. En 1823, abandonó la nueva república para irse a Cuba, todavía parte del imperio español que se desmoronaba. En La Habana, recibió un nuevo pasaporte español de manos de las autoridades españolas y, sin perder tiempo, se embarcó hacia Nueva York y, en el mismo año viajó a Missouri. Probablemente, conoció allí a Eugenio Álvarez, un carpintero y comerciante que era uno de los colonos originales españoles en San Luis. Aunque no se sabe si Eugenio Álvarez era pariente de Manuel, conocerle posiblemente resultó beneficioso para el recién llegado, dadas las ambiciones de Manuel en temas de negocios. Eugenio le pudo presentar a muchas personas influyentes y ser una fuente de información6.

Una vez en el Estado fronterizo, no obstante, Álvarez debió mostrarse ansioso por regresar a México. Además de reunirse con restos de la población hispana, no pudo evitar encontrarse con muchos tramperos y comerciantes que se congregaban en San Luis. Por ellos supo que se había abierto el Camino de Santa Fe y de las muchas oportunidades que aguardaban en Nuevo México, entonces departamento del norte de México. Comenzó los preparativos para el viaje de vuelta, solicitando un pasaporte al gobernador de Missouri, Alexander McNair. Iba a llevar con él once compañeros de viaje, incluidos Louis y Esadore Robidoux y Antoine Lamanche. Todos ellos eran comerciantes y la mayoría tenían apellidos franceses o españoles. Álvarez y sus acompañantes recibieron sus documentos de viaje el día 3 de septiembre de 1824. En estos documentos, escritos en español y en inglés, McNair alababa a estos hombres con comentarios como: “estos comerciantes que van a México son ciudadanos de los Estados Unidos que conozco bien”. Su pasaporte describía a Álvarez físicamente: 1,70 m de estatura, bien afeitado, pelo y cejas negras. Tenía una nariz aquilina y complexión clara que se oscurecería con el tiempo debido a los años de exposición al sol justiciero del sudoeste de los Estados Unidos7.

El 30 de septiembre de 1824, el ya muy viajado español comenzó su viaje a través de las llanuras hacia Nuevo México. Cualquiera que viajara por la ruta de Santa Fe desde Ciudad de Mexico tenía que hacerlo durante 1.500 millas de trayecto por territorio habitado por indios hostiles. Álvarez caminó más de 800 millas, una ruta aún peligrosa pero no tan dura ni hostil. El comercio entre el norte de México y el oeste de los Estados Unidos se había convertido en lucrativo. Por designio o por accidente, Álvarez había encontrado un lugar y un momento especialmente apropiado para un joven aventurado con aspiraciones de éxito como comerciante.

El viaje se convirtió en una experiencia beneficiosa para Álvarez. Aparte de conseguir beneficios económicos inmediatos, este comienzo de aventura y camaradería le iba a ser muy útil durante toda su vida ya que la familia Robidoux, compuesta por nueve hermanos representaba un papel muy influyente en el comercio de pieles en el Sudoeste de los Estados Unidos y siguió haciendo tratos con Álvarez durante muchos años. Tras la llegada del grupo a Taos, a finales de noviembre de 1824, a Álvarez lo contrató Francisco Robidoux, hermano de Louis y Esadore, y al año siguiente se vio involucrado en el embargo por parte de México de la mercancía de su patrón. Robidoux y Álvarez resolvieron el problema pagando al oficial mexicano una cantidad de dinero aparentemente adeudada de antes8.

El español solicitó inmediatamente la nacionalidad mexicana pero se le negó por los documentos que el gobernador McNair había redactado en los que Álvarez aparecía como ciudadano estadounidense. Mientras esperaba que se aclarara este asunto, Álvarez comenzó a explorar la zona alrededor de su nuevo hogar adoptivo. Algo acerca de Santa Fe, la ciudad fronteriza atrajo su atención. Es posible que la topografía y el clima le recordaran a su León de origen. Santa Fe se encuentra a 7.000 pies sobre el nivel del mar al pie de las montañas de Santa Fe o Sangre de Cristo que alcanzan una altitud por encima de los 3.676 metros. El río Santa Fe, en realidad, un arroyo, así como algunos manantiales locales, proporcionaban suficiente agua. En el reguero había sabrosas truchas, pez que a Álvarez le era familiar por el arroyo del mismo caudal que discurría por su pueblo natal de Abelgas. Robustos álamos y bosques alpinos dejaban paso gradualmente a coníferas más bajas que crecieron en la ciudad antes de que fueran utilizados como lumbre. También crecían robles y olmos alrededor del arroyo.

A pesar de las distancias, del clima árido y de los indios hostiles, Álvarez decidió quedarse en Nuevo México y construyó su hogar entre una gente que era hispana como él y cuyos ancestros habían desafiado esta frontera más de tres siglos atrás. En el momento de su llegada, la mayoría de los nuevomexicanos vivían en asentamientos enlazados a lo largo y ancho del valle del río Grande desde El Paso a Taos. Ninguno de los asentamientos, aparte de Santa Fe y Santa Cruz, era numeroso. Eran pequeñas comunidades cada una con una población de menos de mil habitantes que vivían en casas de adobe de tejado plano que parecían diseminadas al azar9. Aproximadamente 5.000 personas vivían en Santa Fe- apenas una metrópoli comparada con algunas de las ciudades a las que Álvarez ya había viajado, aunque fuera la capital de Nuevo México desde 1610. La mejor representación de la comunidad a principios del siglo XIX la hizo el teniente Zebulon Montgomery Pike, un militar estadounidense apresado en el territorio español en 1806: como una “flota de barcos de fondo plano de aquellos que se ve descender por el río Ohio en primavera y en otoño”10.

Las calles eran gastados caminos de tierra y Santa Fe no pudo presumir más que de sucios suelos en las casas hasta los años 1830. Al este de la plaza11 se encontraba situada la parroquia que recibía el nombre de San Francisco. En la parte sur de la plaza había casas, comercios y una capilla militar. Al oeste, más casas y establecimientos. Un edificio de una planta y tejado plano al norte de la plaza alojaba al gobernador, al personal y a los soldados regulares del regimiento militar que había sido de hasta 110 hombres durante el dominio español. El edificio había sido construido en un principio como prisión o fuerte a la fundación de Santa Fe y recibió el nombre de “Casas Reales” o “Presidio Real” durante la mayor parte de su historia. Aparentemente, a causa de la revolución terminada poco tiempo antes, los ciudadanos de la nueva república independiente le dieron al edificio el nombre de Palacio del Gobierno12. Aunque otros extranjeros criticaron con frecuencia las casas de adobe en las que vivían los mexicanos, Álvarez entendía su valor en aquel ambiente. El adobe le era familiar ya que en León, su provincia de origen, se utilizaban técnicas de construcción similares

Álvarez iba pronto a aprovechar el potencial de beneficio que tenía su nuevo hogar. Mientras el gobierno español pre-revolucionario había mantenido un sistema mercantil que prohibía el comercio exterior, las autoridades mexicanas que gobernaron tras la revolución no dudaron en abrir sus fronteras de par en par al comercio internacional. Los nuevomexicanos, hambrientos desde tiempo atrás de mercancías útiles acogieron esta oportunidad con agrado. En noviembre de 1821 el gobernador Facundo Melgares recibió calurosamente a William Becknell y su pequeño grupo de comerciantes, la primera misión de comercio legal que venía de los Estados Unidos. En los cuatro meses posteriores a que el gobernador Melgares jurara lealtad a México, tres grupos de comerciantes llegaron a Santa Fe. El futuro se tornaba positivo para los nuevomexicanos.

Los estadounidenses estaban igual de interesados en nuevos mercados. Muchos habitantes de Missouri, la mayoría granjeros, se habían visto forzados a comerciar con los indios para proporcionarse sustento, pero las minas de la parte central del norte de México dieron en especie –plata y oro. En 1822 cuando Becknell regresó con informes entusiastas sobre la ruta de comercio de Santa Fe, la impaciencia de los de Missouri por vender sólo se vio igualada por el deseo de los mexicanos de comprar13. Santa Fe era un punto de intercambio para las mercancías de Missouri y el metal precioso de México. El Camino de Santa Fe acababa en la capital del departamento y el Camino de Chihuahua continuaba desde allí adentrándose en México. Así, en el periodo de un año desde la entrada de Missouri en la Unión, las circunstancias geográficas y económicas habían formado una sociedad comercial entre el nuevo Estado y el nuevo país: una sociedad que significaba una nueva fuente de riqueza para la tradicionalmente olvidada ciudad fronteriza de Santa Fe. Cuando Álvarez llegó a Nuevo México, las caravanas desde y hacia Missouri ya llevaban tres años obteniendo enormes beneficios14.

La profesión de Álvarez cumplía de forma parcial los estereotipos mexicanos creados sobre los peninsulares, los nacidos en España, a quienes veían como hombres de negocios que cosechaban riqueza a expensas de los criollos, los españoles nacidos en México. La envidia que tenían los criollos de los españoles peninsulares fue sin duda una de las razones para el estallido de la revolución mexicana. El hecho de que Álvarez hubiera dejado el centro de México para volver a entrar en el país por su remota frontera norte, primero como ciudadano estadounidense, después como solicitante de ciudadanía mexicana y que se hubiera asentado como próspero comerciante en un nuevo punto de entrada hizo que sus actividades resultaran más sospechosas, ya que parecía incorporar todas las características que los criollos consideraban como amenaza.

Con el dinero que pudo haber ganado en México, Álvarez abrió inmediatamente una tienda en la vieja capital, en Santa Fe –una tienda que regentó en persona hasta 1829 y controló durante el resto de su vida. Su negocio le permitió permanecer en contacto con los muchos comerciantes de Missouri y con los tramperos de los vastos e inexplorados territorios más allá de Santa Fe e intentó aprender en persona sobre el creciente comercio de pieles en la zona norte de Nuevo México.

Mientras William H. Ashley desarrollaba un nuevo sistema de cazar pieles y comerciar con ellas para San Luis, el norte de Nuevo México llevó a cabo la misma trasformación pero más deprisa. Ashley merece mención por conducir la industria en general lejos de su dependencia de la vía fluvial y por desarrollar el sistema de encuentro en el que los hombres se quedaban en las montañas y la compañía recogía sus cosechas. Los hombres que trabajaban fuera de Nuevo México, sin embargo, no habían dependido nunca de las vías fluviales. Allí simplemente no había ríos importantes navegables que llevaran a sus mercados. Con las pieles que llegaban a las ciudades de Taos y Santa Fe, y bien situadas en el norte de México, Álvarez y otros se las arreglaron para conseguir beneficios utilizando el Camino de Santa Fe a San Luis15.

En relación con su nuevo negocio, Álvarez realizó dos viajes más a Missouri. El primero de ellos –con Louis Robidoux, Vicente Guiron, Thomas Boggs, Paul Padilla y otros diez– les reportó muchos beneficios cuando llegaron a Franklin, Missouri en 1827 con alrededor de 30.000 dólares en especie y varios cientos de mulas16. Inmediatamente después de su regreso de Taos en noviembre, Padilla y Álvarez comenzaron a intentar conseguir más pieles. Álvarez fue a Abiquiu a hacer ofertas y compró al menos doce pieles a Bernardino Váldez17. En condiciones normales era más barato comprar las pieles que cazar sin licencia y la mayoría de los tramperos evitaban quebrantar la ley comprando pieles a ciudadanos mexicanos que, a su vez, las habían adquirido de los indios, normalmente de los Ute. Quedaba el riesgo de levantar las sospechas de las autoridades mexicanas, quienes parecían asumir que cualquier trampero estadounidense que poseyera pieles las había obtenido de manera ilegal. Álvarez se vio involucrado en un caso de ese tipo cuando las pieles de Guiron fueron confiscadas por el comandante de Santa Fe el 21 de febrero de 1828. Guiron utilizó a Álvarez como traductor en la vista ante el alcalde de Santa Fe: Juan Estevan Pino18.

El 20 de marzo de 1829, el gobierno central de México promulgó una ley por la que todos los ciudadanos españoles, nacidos en España, tenían que abandonar el país. Los españoles en Nuevo México tenían un mes para abandonar la frontera y tres meses para dejar México y aquellos que no tuvieran recursos recibirían dinero para que pudieran llegar a los Estados Unidos. El nombre de Álvarez apareció en una lista de españoles en Nuevo México y así, con otros nueve, tuvo que marcharse. Era un momento oportuno para encaminarse a las montañas y vivir la vida del trampero19.

La industria de la caza y del comercio de pieles se encontraba en pleno apogeo cuando Álvarez, a sus casi 33 años, decidió probar suerte. La competición era fuerte entre varias compañías peleteras así como entre países. Muchas expediciones y tramperos habían utilizado la zona de Santa Fe y Taos como base de operaciones tras la independencia de México. Álvarez y su socio, J. Halcrow, también comerciante en Santa Fe actuaron como tramperos independientes asociándose a P.D. Papin y compañía, un grupo que ya antes había establecido contratos de negocios con la tienda de Álvarez y quizá uno de los motivos de Álvarez para irse a las montañas fuera incrementar el negocio de su tienda con compañías peleteras.

Buena parte del territorio al norte hacia Colorado y Utah, era familiar a los nuevomexicanos desde hacía largo tiempo. El comercio con los Ute se había establecido ya bajo el dominio español y continuó hasta 1847 cuando los mormones se instalaron en Utah. Los tramperos de pieles descubrieron que Taos era prácticamente un paraíso donde podían descansar tranquilos. Con Halcrow, sin embargo, Álvarez fue mas allá de las regiones vecinas; los dos comerciantes sirven para ilustrar el papel que los hombres de la frontera norte de México desempeñaron a lo largo del oeste estadounidense. En esta primera expedición, Álvarez actuaba desde fuera del Fuerte Teton y cazaba en los ríos Teton, Little Missouri y Yellowstone20.

En 1831, Papin y compañía se hicieron con el control de la American Fur Company y Álvarez y su socio cazaron bajo su auspicio para Andrew Drips en la zona noroeste de lo que hoy es el parque de Yellowstone. Álvarez pasó el invierno de 1832-1833 con Drips y con una brigada de la American Fur Company en la bifurcación del río Snake. Febrero fue un mes de clima suave y el deshielo llegó en marzo así que Drips puso a cuarenta tramperos bajo las órdenes de Álvarez quien partió Henry Fork arriba con la intención de cazar en el río Yellowstone. Drips condujo al resto de los hombres a otro sitio y finalmente se reunió con Álvarez en el río Green a final de la caza primaveral. El deshielo temprano, sin embargo, no trajo consigo un tiempo suave y Álvarez pronto se quedó estancado en el río Henry Fork con más de medio metro de nieve. Tan pronto como las condiciones lo permitieron, Álvarez condujo a su grupo hacia la zona del río Yellowstone, haciendo historia cuando encontró la cuenca del gran geiser. Hasta ese momento, cosas tales como los geiseres habían sido mitos y rumores. Aunque puede ser que otros euro-americanos los hubieran visto, el único del que se sabe que visitó la zona fue Daniel T. Potts en 182521. Buscando pieles y evitando a los indios Pies negros, Potts había visto algunos geiseres y al menos había oído las explosiones de Old Faithful en 1826. Si bien no creyó que aparentemente los geiseres fuesen un gran descubrimiento, sin embargo, describió lo que vio en una carta a su hermano: unas cuantas “fuentes de agua caliente y de agua hirviendo, algunas de agua y otras de la más hermosa arcilla” que lanza “partículas a una altura de entre veinte y treinta pies”. Potts añadió que en otros lugares azufre puro “era impulsado hacia adelante en abundancia”, acompañado, en un caso, por “terribles temblores” y una “explosión”… “que recordaba a la de los truenos”22.

Álvarez compartió su descubrimiento en 1833, despertando la curiosidad del resto y dirigiendo las visitas de otros, a destacar la de Warren A. Ferris y Osborne Russell, quienes viajaron a los geiseres al año siguiente de reunirse con Álvarez y sus hombres23. Ferris se dio cuenta de que el agua salía disparada 150 pies en el aire aunque “el grupo de Álvarez que la descubrió, [la fuente más grande], insiste que no podía ser menos de cuatro veces tan grande”. Ferris y Russell contaron su experiencia en las historias que harían famosa la zona24. El mito y la leyenda se habían convertido en realidad palpable.

Álvarez demostró tener no menos éxito en sus aventuras que el que había tenido con su negocio: ascendió a “capitán” o jefe de brigada para la compañía peletera y, en la reunión del verano de 1833 en río Verde, recibió un cheque de Lucien Fontenelle, que representaba a la American Fur Company, por valor de 1.325,98 dólares25. Una vez más, Álvarez había demostrado sus habilidades actuando por encima de la media y recibiendo los honorarios correspondientes. Su habilidad para destacar en cualquier actividad que intentara y para, entre tanto, hacer amigos leales se convirtió en su rasgo más significativo.

Aparentemente, después de que pasaron cinco años, el deseo de México de expulsar a todos los españoles se calmó puesto que Álvarez estaba de vuelta en Santa Fe en 1834 dirigiendo su tienda con un nuevo socio: Dámaso López, otro español peninsular que tenía experiencia en los negocios y que ya había llegado a Nuevo México en 182026. En 1883, López había estado involucrado en la demanda de José Francisco Ortiz por una mina 20 millas al sudoeste de Santa Fe. En calidad de representante del gobierno, López inspeccionó la mina y aprobó la reclamación a favor de Ortiz y su socio, Ignacio Cano. Como ninguno de los dos socios tenía experiencia en minería, tomaron a López como tercer socio, pero una vez que la mina comenzó a producir, éstos se acogieron a una ley de la República Mexicana que prohibía a los extranjeros realizar actividades mineras. Como consecuencia de esta ley, López, que era español, quedó eliminado de la sociedad. La venganza pudo ser un motivo oculto en el asunto: López, en nombre de un comerciante de Chihuahua llamado Lorenzo había iniciado con anterioridad un pleito contra Ortiz y Fernando Delgado en Santa Fe el 19 de junio de 182027. Cualesquiera que fuesen las causas de la separación de la empresa minera Ortiz-Cano, López se unió a Álvarez poco tiempo después28.

Con todas las amistades que había hecho, el conocimiento que había adquirido como trampero y con López, Álvarez se encontraba mejor equipado para manejar los objetivos comerciales de la industria de pieles, aunque sus ventas de pieles en San Luis no llegaran nunca a representar una parte importante de su comercio total29. Ya en 1830, había habido signos de que la industria de la caza de pieles se encontraba en proceso de desaparecer30, incluso a pesar de que, en 1835, las pieles de nutria, menos apreciadas que las de castor, podían llegar a venderse hasta a tres dólares por libra en Nuevo México31. Los británicos habían extinguido la caza de pieles en el territorio de Oregón y las Rocosas Centrales estaban siendo esquilmadas a un ritmo alarmante. La competición entre las compañías además de entre los propios tramperos, junto con la popularidad creciente del sombrero de seda en lugar del de castor significó el fin de la caza del castor como ocupación para obtener beneficios. De hecho, la American Fur Company para la que Álvarez había trabajado, tenía nuevos propietarios. La gestión anterior, que incluía a uno de los hombres más influyentes de las montañas, Jedediah Smith, supo cuando retirarse del negocio. Smith y sus socios como tramperos experimentados representan cuando es el momento oportuno de abandonar el comercio de pieles32. Otros, sin embargo, arriesgaron sus vidas cazando más al norte, dentro del territorio de los hostiles indios Pies Negros, o se mudaron al sur de las Rocosas. Este hecho, en su momento, le dio al norte de Nuevo México la oportunidad de hacerse con parte del comercio de pieles que tradicionalmente habría ido directamente hacia San Luis.

Mientras tanto, la mirada de Ciudad de México se había dirigido hacia el norte, hacia el lejano Departamento de Nuevo México y Álvarez se encontró atrapado en los a veces violentos cambios que siguieron. Ya en 1835, el presidente mexicano Antonio López de Santa Anna, había intentado centralizar su gobierno para obtener más control sobre los departamentos de México que se encontraban alejados de la capital. Nombró al teniente coronel Albino Pérez, uno de sus seguidores, gobernador de Nuevo México. Al vivir en aparente aislamiento de la vida política de Ciudad de México, los nuevomexicanos se habían acostumbrado a que un jefe local les gobernara, y a la vida sin impuestos. Una teoría local sostenía que el riesgo de vivir más allá de la frontera, en un territorio rodeado de indios hostiles y en el que el gobierno central dejaba que la defensa dependiera principalmente de sus habitantes, suponía suficiente impuesto. Así, la relación del nuevo gobernador, que estaba casado con una mujer del lugar, junto con su subida de impuestos preparó a la población para una revuelta. El 1 de agosto de 1837 la resistencia estalló ante el arresto del alcalde de Santa Cruz de la Cañada. El alcalde, Juan José Esquibel, había desobedecido la autoridad del gobernador al sacar a un pariente de la cárcel y se había negado a aceptar la orden directa del gobernador de encarcelarlo de nuevo y pagar una multa. Este episodio fue una de las afrentas más obvias de Esquibel y finalmente forzó al gobernador a mandar arrestar al alcalde. Esquibel fue liberado inmediatamente por una multitud y la violencia subsiguiente tuvo como consecuencia varias muertes, entre ellas la del gobernador de Santa Anna y la del adversario más importante de Pérez: José González33.

Con el estallido de las hostilidades, las fuerzas leales lideradas por el gobernador Pérez se habían visto obligadas a confiar en mercaderes extranjeros, estadounidenses incluidos, para recibir provisiones y dinero. Los comerciantes habían aceptado porque “no habría sido muy seguro denegarles anticipos”34. Además, ya habían hecho negocios en buenos términos con esta gente antes y los salarios de los funcionarios del gobierno normalmente habían sido suficiente aval. Por si los sueldos no bastaban, la aduana local garantizaba las deudas ofreciendo las ganancias de la próxima caravana como aval35. Los comerciantes estadounidenses no esperaban que las fuerzas gubernamentales fueran derrotadas en la primera batalla, tras lo cual, los revolucionarios se dividieron el botín y no mostraron ninguna intención de asumir las deudas de los vencidos36.

Manuel Armijo, un nuevomexicano rico o adinerado de la zona de Bernalillo, al sudoeste de Santa Fe, surgió como nuevo gobernador. La revuelta inició su legendaria reputación de poseer una inteligencia militar, por no mencionar su naturaleza despiadada cuando mandó ejecutar a González. Álvarez, español de nacimiento, mexicano de conveniencia y comerciante por querencia simpatizó con el caso nuevomexicano por el gobierno local. Después de todo, la política conservadora de Santa Anna no iba sino a entorpecer los intereses de sus negocios y Armijo actuaba con permiso del gobierno central. No había fondos previstos para repagar los préstamos obtenidos de los comerciantes estadounidenses y un oscuro futuro se cernía sobre la clase comerciante no mexicana. Aparentemente Armijo sancionó el proyecto de ley por medio de una asamblea central convocada para el 27 de agosto de 1837 en la que los insurgentes aprobarían formalmente “la división de la propiedad de los fallecidos [el gobernador Pérez, González y sus socios] entre las personas destacadas del partido ahora en el poder, dejando así a los acreedores de los fenecidos sin esperanza de recuperar lo adeudado”37. Como Armijo era funcionario de ese gobierno al que los comerciantes se habían visto obligados a ofrecer apoyo monetario, estos se vieron sorprendidos por esta resolución. El gobernador, sin embargo, agradeció a los estadounidenses su ayuda financiera. Álvarez y los demás sintieron que una forma de devolución futura de la ayuda inicial era demostrar su apoyo y su confianza en la nueva administración, aportando una contribución de 410 pesos para el “restablecimiento del orden en Nuevo México”38.

Sin posibilidad de recurrir la decisión, los estadounidenses enviaron un memorándum al ministro estadounidense de asuntos mexicanos, Powhatan Ellis. Creyeron que sólo se podría hacer justicia por medio del gobierno nacional mexicano; como la asamblea local general había decretado que no les iban a pagar, el problema fue contemplado como un acto deliberado de los nuevomexicanos. Sólo el gobierno nacional mexicano podría remediar la situación. Entre los firmantes del memorándum estaban Álvarez, Josiah Gregg, P.W. Thompson, L.L. Waldo y Esadore Robidoux, todos ellos destacados comerciantes. El documento parece haber sido escrito en parte por Álvarez39. No parece que Ellis mostrara mucho interés en el asunto40 y el gobierno nacional mexicano no prestó más consideración de la que había mostrado el gobierno local. Ni los mexicanos ni los comerciantes ignoraban el hecho de que Texas se había sublevado en 1836, en gran parte por las mismas razones que motivarían a los nuevomexicanos insurgentes un año más tarde. A los funcionarios mexicanos seguramente se les habría pasado por la imaginación la suposición de que habían sido extranjeros quienes lideraran la revuelta en Nuevo México al igual que habían hecho en Texas.

Álvarez, sin embargo, persistió en su empeño aunque el gobierno local rehusó ceder. En agosto de 1838, recibió respuesta a una de sus preguntas cuando el secretario de Estado le trasmitió otra negativa de Armijo. El comunicado concluía con la declaración de que el gobierno necesitaba tiempo para concluir “otro negocio”41, en otras palabras, la administración de Armijo no quería ser molestada con la petición.

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