Читать книгу: «La sombra de nosotros», страница 4

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Esperaba que el anciano lograse pasar de aquella noche y despertase por la mañana, porque solo así podrían detener a Bob Eden. Tenían todas las piezas: personajes, sinopsis y portada; planteamiento y nudo. Pero les faltaba el desenlace. Ese final en el que todo cobraba sentido, se resolvía la incógnita que rodeaba al villano para llegar a la moraleja de la historia. Aunque sabía que la realidad implicaba resoluciones agridulces, no había visto un caso que necesitase tanto un final feliz: por Leonor, que llevaba toda su vida arrastrando la pérdida de su familia y los crímenes de su marido; por Teddy, eternamente enamorado de la supuesta viuda; por Eriol y sus agentes, que arrastraban una mala racha. Y por ella misma, que hacía tiempo que dejó de creer en la posibilidad de recuperar su vida. Necesitaba un triunfo, algo que le indicase que había vuelto al camino correcto.

«Lo necesitamos», pensó cansada.

Un leve pitido le indicó que su bebida ya estaba lista, y una vez más le sorprendió el contraste entre la brillante máquina que tenía enfrente, de color amarillo que destacaba como un faro en la amplia e impoluta sala de paredes blancas donde se encontraba. Salvo un par de sillas arrimadas en uno de los extremos, se trataba de un espacio diáfano en el que no cesaba de entrar y salir gente. Aferrando con fuerza ambos vasos de plástico, Juliette se sintió algo perdida entre tanto desconocido, ya que apenas podía ver por encima de su cabeza. Si no hubiese hecho ese mismo recorrido otras tres veces en el último par de horas probablemente se habría perdido. Sin embargo, logró entrar en uno de los ascensores y marcar la sexta planta mientras se hacía hueco entre un par de enfermeras y un anciano que sostenía una percha con una bolsa de suero. El hombre le regaló una sonrisa cansada y, aunque ese tipo de lugares le ponían nerviosa, no pudo evitar devolvérsela.

Llevaba horas en el hospital. Tan solo había pasado por casa para dar de comer a Loki, realizar una breve llamada a su madre disculpándose por haber faltado a la merienda y prepararse un sándwich. Una ducha rápida y un cambio de ropa después se encontraba cruzando las puertas hacia la habitación del último miembro de la banda de Bob Eden, pero la enfermera jefe la detuvo. Por su culpa llevaba las últimas seis horas agarrotada en una de las sillas de la sala de espera junto a Eriol. Él continuaba con las dudas sobre el plan y ella aprovechaba el tiempo muerto para escribir su columna semanal. Nunca les había molestado el silencio, pero ambos detestaban esperar, por lo que habían estado haciendo turnos para estirar las piernas, ir al baño y a por sus respectivas dosis de cafeína.

Le entregó el café a su amigo y volvió a tomar asiento a su lado mientras guardaba el ordenador portátil en la funda. Incluso ella tenía un límite. Treinta y seis horas despierta la habían agotado en todos los sentidos de la palabra. Sentía que las emociones de aquel día se le echaban encima y cerró los ojos un par de minutos para centrarse en el murmullo que la rodeaba: en los susurros de Eriol al teléfono, que la calmaban y ayudaban a desconectar de la espera que aún le aguardaba. Se llevó el vaso a los labios y apoyó la cabeza en la pared que tenía detrás. Tomaba pequeños sorbos para que la bebida calentara cada rincón de su cuerpo. Siempre le había gustado el aroma del café. La hacía sentir como en casa.

Con un suspiro exasperado, el policía colgó el teléfono y se revolvió el pelo. Pequeñas arrugas se habían formado en los extremos de sus ojos y Juliette no pudo evitar darse cuenta de que parecía tener diez años más. Este caso le estaba afectando más de lo que parecía. A ambos, de hecho.

—Bueno, Julie, ¿contenta de volver? —le preguntó Eriol.

No pudo evitar bufar mientras ponía los ojos en blanco.

—No es como lo recordaba —respondió ella. Su voz sonaba áspera después de tantas horas en silencio.

—Y aun así más divertido que la prensa, ¿verdad?

—Sin duda —consintió Juliette con una sonrisa.

Su compañero jamás se rendiría con eso. Si por él fuera, le habría obligado a entrar en el cuerpo hacía años. Pero ella disfrutaba escribiendo. Siempre fue su forma de escape.

—¿Qué has decidido?

—Ahora no, ya te lo he dicho. Cuando despierte —la reprendió Eriol con la mirada. Ella no se sintió intimidada. Al fin y al cabo, ya no era una niña.

Se batieron en un duelo de miradas, el suave azul del mar chocando con el cálido chocolate, hasta que ambos sonrieron con amabilidad. Sintió en su nuca la intensa mirada de la enfermera del mostrador. Era difícil ignorar cómo observaba a Eriol de vez en cuando mientras jugaba con su pelo. No quiso prestarle atención. Lo que menos necesitaba era tener a una mujer celosa acechándola, sobre todo cuando su amigo estaba fielmente enamorado de Claire. Una mujer encantadora, de gran carácter, que Juliette, aunque conocía poco, aprobó desde el instante en el que ordenó a Eriol que dejara de insistirle a la joven con convertirse en policía. Sí, esa enfermera no aguantaría ni un asalto contra Claire. Además, su amigo no parecía haberse percatado de nada.

—¿Cómo estás? —la interrogó él, y por el súbito cambio en el clima entre ambos se dio cuenta de que no preguntaba por los eventos de aquella tarde.

—Bien. —Dirigió la mirada del suelo hacia el rostro de su amigo. No podía mentirle. A él no. Por lo que se corrigió—. Mejor.

—Me alegro.

—Disculpen —la voz de la enfermera coqueta los interrumpió. Parecía algo crispada y su mirada se detuvo más de lo normal en la mano de Eriol, que descansaba sobre la de Juliette—. He pensado que quizás querrían entrar a ver al paciente.

Aquello los espabiló por completo. Llevaban solicitándolo horas y siempre habían recibido una brusca negativa, al menos para ella, o en el caso de él, una explicación de por qué no podían permitírselo, acompañada de un intento de sonrisa seductora.

Después de haber recogido todo, la siguieron hasta la habitación, donde Eric Harris descansaba sobre una cama cubierto de vendas. No tenía buen aspecto y su extremada delgadez ayudaba a que el anciano se desvaneciera bajo las sábanas.

Pese a que tuviese esa apariencia indefensa, Juliette no pudo evitar recordar al hombre de sonrisa confiada y mirada impenetrable que aparecía en la foto que encontraron. Algo en su rostro afilado indicaba problemas. Sin duda, era fácil imaginárselo como parte de la banda que aterrorizó la ciudad décadas atrás. Se sentía intrigada y asustada a la vez, porque si alguien tan fuerte podía ser vapuleado por su antiguo jefe, Bob Eden debía ser alguien a quien temer pese a su avanzada edad.

Por un momento dudó de Leonor. Ella le había hablado con tanto cariño de su marido que quiso creerla, pensar que solo se trataba de un hombre que había tomado malas decisiones y no había podido prever hasta dónde llegaría la magnitud de sus acciones. Había dejado que sus sentimientos interfiriesen en su juicio, y eso era algo que no podía permitirse. Para alejar aquellos pensamientos comenzó a anotar en su cabeza detalles que observaba sobre Eric Harris para redactar su perfil. La habitación era tan impersonal que apenas daba pistas que la relacionasen con el ocupante, quien ni siquiera estaba consciente. Se preguntaba si…

Miró hacia la puerta donde el jefe Johnson se encontraba de espaldas hablando con uno de los agentes que custodiaban al paciente. Dando gracias a su suerte, se acercó con rapidez a la silla donde se encontraba colgada la ropa que había llevado Harris y sus efectos personales. Si había algo relacionado con el caso, era muy probable que lo llevase consigo para evitar que nadie lo encontrase, sobre todo habiendo sido asesinados el resto de sus compañeros. Revisó la chaqueta del traje de tweed que llevaba cuando lo encontraron desangrándose. No había nada, ni tampoco en los pantalones. Frustrada, dirigió una mirada nerviosa hacia la puerta mientras intentaba pensar qué era lo que se le escapaba. Tampoco en la cartera había pistas, solo una foto de los que suponía eran sus nietos, bastante dinero en efectivo y un par de tarjetas. Enfadada, volvió a dejar todo en su lugar y golpeó la chaqueta con el dorso de la mano. Fue entonces cuando sintió algo bajo la palma. Volvió a revisar los bolsillos, pero seguían vacíos. Fue directa a por el forro, y ahí estaba. Cerca de la costura volvió a notar el chasquido del papel cuando se arruga.

Forzó el cosido hasta desgarrarlo, siempre con la precaución de no alertar a Eriol, quien no aprobaría los métodos. Cuando consiguió estropear la chaqueta, extrajo la pequeña hoja de papel de su interior.

Una foto idéntica a la que hallaron Leonor y Teddy se encontraba junto a un recorte de periódico.

Importante colección de arte es robada del museo de Elveside. Los responsables dejan en su lugar el dibujo de una constelación.

Se trataba del primer caso de la banda, pero ¿por qué alguien guardaría pruebas que lo relacionasen con un pasado criminal del que nadie sospechaba? ¿Sentimentalismo? No, no parecía que ninguno de ellos fuese a cometer tal desliz solo por recordar el pasado. ¿Por qué lo haría?

Sentía cómo su cerebro se sacudía en busca de una solución. Mientras tomaba asiento al lado del hombre se fijó en su expresión, calmada, serena. Y entonces todo encajó. La única forma por la que alguien podría encontrar esa foto sería que revisasen su traje, y eso solo podría pasar si hubiese sido asesinado. No trataba de ocultarlo, sino todo lo contrario. Pretendía que alguien lo descubriese en caso de que le pasase algo. Su propio hermano había muerto a manos de Bob Eden, al igual que sus otros compañeros. Probablemente hizo las conexiones y quería que hiciesen pagar al responsable. En ningún momento pensó que fuesen a encontrarle con vida, ni que una muchacha con la curiosidad de Nancy Drew revisase entre sus pertenencias.

Más que nunca necesitaban que despertase, porque con estas pruebas en su contra no iba a tener más opción que confesarles qué sucedía. Y ella pensaba estar en primera fila cuando eso pasase. Mientras su compañero entraba de nuevo en la sala, agarró la mano del anciano y le susurró al oído:

—Señor Harris, es hora de que despierte.

El sol empezaba a asomar por la ventana del cuarto cuando Juliette procedió a contarle su descubrimiento a Eriol, dispuesta a someterse a la correspondiente bronca por volver a hacer las cosas por su cuenta y sin seguir protocolos. Pero su amigo la sorprendió quedándose en silencio, ojeando los recortes. Le dirigió una mirada entusiasmada cuando se dio cuenta de que la joven le había proporcionado una prueba tangible, algo que relacionaba a ambos criminales y, aunque aún necesitaran el testimonio del último superviviente del grupo Casiopea, habían conseguido algo para continuar con el plan.

—Al menos ahora sabemos qué dirección tomar con el interrogatorio. Aunque, cuando contemos esto, diremos que yo te encargué revisar sus pertenencias.

—Claro, llévate la gloria. Aléjame de los focos. —Le dedicó una mueca de falsa tristeza que hizo que el otro la golpeara en la cabeza.

—Te noto de muy buen humor. ¿Qué hay de ese pesimismo y mal genio que suele acompañarte?

—Creo que estoy demasiado cansada para utilizarlos.

—Bien, porque la enfermera me ha dicho que sus constantes son normales y que debería despertar pronto.

Lo siguiente en la lista era descansar. Juliette se echó sobre el sillón y, antes de quedarse dormida, Eriol la cubrió con su chaqueta.

OTOÑO 2016

Correteó por la calle mientras se dejaba envolver por la cálida lana de su abrigo. Era una noche fría, perfecta para una velada de película y pijama en casa. Sin embargo, ella se dirigía a una estúpida cita con un estúpido chico que conoció en una de las estúpidas reuniones del periódico. No es que fuera un mal tipo. Lo cierto es que era inteligente y muy atractivo, y las chispas saltaron cuando se conocieron, por lo que cuando él le preguntó si podía invitarla a cenar decidió olvidarse de su regla sobre no salir con alguien que acababa de conocer y aceptó sin dudarlo. Quizás porque hacía meses que no tenía una cita y le pareció buena idea.

Desde que la concertaron semanas atrás, las ganas de asistir habían ido reduciéndose hasta el mínimo. Y no era solo a causa de su habitual manía —Juliette disfrutaba de cierta fama entre sus amigos por perder el interés siempre que ligaba con algún chico, pues cuando ya no suponía un reto, el chico dejaba de merecer la pena— sino también porque de repente él le había empezado a parecer un esnob, aburrido y superficial. Lo que antes veía como virtudes de repente se convertían en defectos. Pese a todo, su instinto le decía que había algo artificial en la máscara de chico perfecto de aquel hombre. Perdida en sus reflexiones tropezó con una grieta y a punto estuvo de caerse.

«Benditos reflejos» pensó, mientras miraba la hora en su reloj de pulsera.

—¡Hola, Jules!

La voz de Alec Trailaway la sorprendió por segunda vez en la última semana. No podría haber escogido peor momento. Llegaba tarde al restaurante y no tenía tiempo para uno de sus debates. Pero el chico ya había bajado del contenedor en el que se encontraba sentado y la alcanzó en un par de zancadas.

—Que no me llames así… —replicó con voz cansada—. ¿Qué haces aquí? ¿No tienes algún gato que torturar?

—En realidad, me gustan los gatos —reveló el chico tras encogerse de hombros.

Vestía con prendas oscuras para pasar desapercibido. Una sudadera con capucha cubría su desordenado pelo.

—Menuda sorpresa… —respondió Juliette, quien, por el contrario, iba más sofisticada que de costumbre, con un abrigo abotonado hasta las rodillas y un par de tacones bajos. El vestido verde botella, más ceñido de lo que le gustaría, quedaba oculto para aquel chico descarado.

—Bueno, ¿a dónde vamos?

Sonrió como si fuesen a comenzar una aventura y ella estuvo a punto de sentirse mal al contrariarle. Pero solo a punto.

—Yo tengo una cita. Tú puedes perderte.

Juliette intentó continuar su camino.

—¿Una cita? Eso me ofende, pensé que teníamos algo especial —declaró mientras se llevaba una mano al pecho, fingiendo estar dolido—. He luchado en vano. Ya no quiero hacerlo. Me resulta imposible contener mis sentimientos. Permítame usted que le manifieste cuán ardientemente la admiro y la amo, señorita Libston.

—Lo siento, pero no te pareces en absoluto al señor Darcy alguno, así que para, por favor.

Él se limitó a sonreír con inocencia, sabiéndose atrapado. Si había algo que admiraba del chico era cómo parecía encontrarle el lado divertido a todo. Se trataba de algo extraño en una ciudad como Elveside y le resultó incluso irónico que fuera alguien tan callejero y demente como Alex Trailaway quien pareciera entender la importancia de ser feliz. Quizás había que estar loco para hallar la felicidad en aquella ciudad.

—Bueno… —Se balanceó sobre sus pies mientras se llevaba las manos a la espalda—. ¿Sobre qué hora acabarás? No me importa esperar.

Entonces fue ella quien le dedicó una sonrisa.

—Julie… Julie —oyó como alguien la llamaba y le sacudía el brazo.

Con un gran bostezo, abrió los ojos al desperezarse como un gato. La habitación estaba llena de luz y tuvo que pestañear varias veces antes de que su vista se enfocara del todo.

—¿Qué pasa, capitán? ¿Está bien el viej… oh?

Unos ojos grises la miraban curiosos desde la cama y la joven sintió que su cara enrojecía al instante. Como si le hubiesen echado encima un jarro de agua fría, se levantó de un salto atusándose el pelo y la ropa.

—Oh, me alegro de verlo despierto, señor Harris. Soy…

—Una jovencita muy curiosa, sin duda.

El anciano parecía amable, pero a ella no se le escapó cómo entrecerró los ojos por un momento para evaluarla. Dispuesta a pasar la prueba, aceptó el reto y se recompuso. Con pasos confiados, se acercó a la cama del convaleciente y le dedicó una sonrisa desafiante.

—Disculpe mi aspecto. Su caso lleva impidiéndome dormir bien desde hace semanas. Mi nombre es Juliette Libston y soy asesora del Cuerpo de Policía de Elveside.

—Un placer, señorita Libston. ¿No es algo joven para encargarse de casos como este?

Su voz era áspera y estaba impregnada de prepotencia. No iba a llevarse bien con aquel anciano.

—¿No es usted algo mayor para seguir jugando a los delincuentes? —contraatacó la joven.

—Descarada y mordaz. Sin duda una fiera con cara de ángel. Algo peligroso, ¿no cree, jefe Johnson?

—Bueno, mi equipo debe estar a la altura. ¿No le parece? —Eriol no pensaba jugar a aquel juego, aunque el comentario no detuvo la lengua del anciano.

—Conozco a las personas como usted, demasiado brillantes para su propio bien. Aves fénix que no pueden ser enjauladas y que siempre buscan nuevos retos. Por desgracia, necesitan problemas para renacer. Y eso no se encuentra en el lado de la ley —explicó Harris con provocación.

La joven sintió la ira recorrer todo su cuerpo al escucharlo, como si una corriente eléctrica le atravesase las venas, y tuvo que apretar los puños para no lanzarse hacia el anciano que intentaba retarlos.

No pensaba darle la razón.

—Las personas como yo —respondió ella— nos sentimos mejor encerrando a los tipos como usted.

—Basta —se apresuró a intervenir Eriol para evitar una discusión mayor—. Es su vida la que está en peligro, no la nuestra. Aproveche el tiempo que corre en su contra, amigo. Quizás quiera explicarnos qué relación tiene con esto.

Eriol puso delante la fotografía y el recorte haciendo que la sorpresa inundase los rasgos de Harris.

—¿Sabe? Este de aquí se parece a usted —comentó Juliette bajo la mirada que le lanzó Eriol. Era momento para la policía.

—¿Ahora es delito sacarse una foto con amigos?

«Mala elección», pensó Juliette. Lo creyó más inteligente y sagaz. Aquella postura de indiferencia no beneficiaba a nadie de aquella habitación, y menos aún a Harris.

—Por supuesto que no, pero cuando tres integrantes han sido asesinados por un cuarto miembro, uno no puede evitar hacerse preguntas.

—Dado que ese cuarto es un criminal que creíamos muerto, en realidad no hay ninguna sospecha. ¿Quién creen que me atacó? —alzó la voz con enfado.

—Sin duda sabemos que Eden va tras usted, pero ¿se le ocurre por qué? —Eriol cuestionaba cada palabra de aquel viejo criminal. Harris, por el contrario, solo podía creer que su vida dependía de aquel hombre y de la joven que le acompañaba, aunque él ya se sentía condenado y no deseaba ensuciar aún más su memoria.

—No tengo ni idea.

—Claro. ¿Por qué alguien iría asesinando a los miembros de su antigua banda? —se burló el policía mientras le tendía una trampa.

—Está mal de la cabeza. Siempre lo estuvo.

—Entonces, lo admite. ¿Formaba parte de Casiopea?

—Yo no he dicho eso.

El hombre se dio cuenta de su error e intentó repararlo, pero ya no había solución.

Eriol no pensaba marcharse de allí sin una confesión.

Juliette tampoco.

—Sin embargo, no lo ha negado. ¿Qué tal si nos dejamos de mentiras? Pongamos todas nuestras cartas sobre la mesa, porque solo cuando aclaremos esto podremos asegurarnos de que no llega a usted de nuevo.

—Quiero un abogado.

—Por supuesto, llamaremos a su abogado y, para que hablen más tranquilos, retiraré a todos mis agentes del edificio. A todos sin excepción.

Juliette admiraba la versión más policial de Eriol. Solo él conseguía que un maldito viejo orgulloso desembuchara de aquella manera. Aún tenía mucho que aprender de él.

Tras unos minutos en silencio, el anciano suspiró y asintió.

—Está bien, nada de abogados. Pero tengo condiciones.

—Pues claro que las tiene —se le escapó a Juliette, y el hombre le dirigió una sonrisa torcida.

—No iré a la cárcel por esos crímenes. Mi nombre no saldrá en la prensa. Y me protegerán hasta que atrapen a ese bastardo.

—Me parece razonable —intervino la joven antes de que Eriol negase algunos de los requisitos. Él le permitió continuar—. Pero si vuelve a involucrarse en algo, no habrá condiciones.

—No se preocupe, me retiré hace décadas.

—Más le vale —gruñó Eriol.

—Bien, ¿qué quieren saber?

La actitud del anciano cambió por completo y, si no hubiese estado presente minutos antes, ella misma se habría tragado esa fachada de abuelo agradable dispuesto a colaborar en lo que pudiera.

—¿Fue miembro de Casiopea? ¿Sabía que Robert Eden estaba vivo? ¿Por qué va tras ustedes? —el capitán disparó todas las dudas que le habían acechado durante los últimos días sin esperar respuesta.

—Pensé que lo primero estaba claro: sí, fui integrante del grupo Casiopea, y por desgracia no sabía que ese traidor aún vivía. De lo contrario, créame que habríamos hecho algo al respecto.

—¿Quiénes?

—El equipo, claro está. Thomas Clancy, Lucas Márquez, mi hermano Steve y yo. Y aunque ya no estemos para cacerías, seguimos teniendo viejos contactos dispuestos a pagar más de un favor. Quizás Clancy y Márquez no hubiesen participado. Al fin y al cabo, lo último que supe de ellos era que habían rehecho sus vidas y no querían saber nada del pasado. Supongo que el tiempo nos cambia a todos —reflexionó—. Aunque no de la misma manera.

—¿Por qué lo dejaron? Estaban en su mejor momento y de repente atraparon a su jefe durante un golpe en solitario —Juliette no pudo evitar interrumpir—. ¿Qué ocurrió en el seno de la banda?

—Ambas preguntas tienen la misma respuesta. ¿Sé por qué nos está dando caza el viejo Bob? Sí, se me ocurre una razón. La misma por la que se disolvió el grupo. ¿Quieren saber mi teoría? Probablemente esté enfadado porque por nuestra culpa le atraparon. —Mostró una sonrisa de satisfacción que ambos quisieron borrarle del rostro—. No me miren así. El muy idiota se lo buscó. Nos atrajo a su lado con promesas de riqueza, de hacernos dueños de nuestro propio destino, de la gloria que nos merecíamos… y de repente decidió rajarse y aceptar un encargo en solitario. Un encargo por el que recibiría más dinero del que nunca habíamos visto. No nos gustó la idea de que se quedase con el botín él solo. Y cuando dijo que después de eso se retiraría… Bueno, comprenderán que no podíamos dejarlo así. Él era el líder de la banda, quien había planeado todos los golpes, y pensaba comprarse una nueva vida y dejarnos a nosotros en el punto de mira de toda la policía. ¿Y si los remordimientos le llevaron a cambiar su inocencia por nuestros nombres con los maderos de esta ciudad?

»Fuimos indulgentes. Podríamos haberlo matado, pero, a diferencia de él, nosotros sí pensábamos en el grupo, en la familia que habíamos formado. Nos criamos juntos, nuestras esposas eran amigas y vecinas, incluso nuestros hijos habían sido compañeros de colegio. Así que contratamos a alguien para que diese el chivatazo. Le entregamos pruebas suficientes para asegurarnos que no volvía a salir nunca a la calle.

»Después de la condena a cadena perpetua, los hijos de una de las víctimas lucharon para que reabrieran el caso. Así dieron con todos los trabajos que Bobby hizo sin contar con nosotros. Aquello le supuso la sentencia a muerte. No pude estar más de acuerdo con el juez.

A Juliette le horrorizó la confesión. Pensó en lo mal que debió pasarlo Leonor y cómo aquel hombre parecía regodearse mientras contaba su victoria sobre su exjefe. Ni siquiera el hecho de que muriese parecía afectarle.

—Esa misma reacción tuve yo, querida. No soy tan cruel, créeme. Incluso después de su traición apreciaba a ese bastardo. Había sido el último en entrar en la banda, a causa de mi juventud, y el bueno de Bobby nunca me dejó ensuciarme demasiado las manos. «Alguien debe seguir teniendo el alma intacta, muchacho», solía decirme. Pero a quien vi en mi apartamento no era nuestro Bob. Como he dicho, la gente cambia y algunos dejan de ser personas para ser criminales, sí, pero otros se convierten en monstruos.

Le costaba pensar que el anciano no formase parte de los grandes golpes. Si el bueno de los cinco era así, se alegraba de no haber tenido que interrogar a los otros. Los remordimientos la abordaron en cuanto ese pensamiento estalló en su mente. No debía regocijarse por la muerte de alguien. Incluso si eran asesinos tenían familia y deberían haber sido juzgados, pero Bob Eden lo había impedido. Había decidido ser fiscal, juez y verdugo y nadie, aún menos alguien de su calaña, podía tomar esa decisión.

—El bueno de Bob se fue a dormir y no volvió a despertar —continuó Harris—. Su mujer, pese al dolor, lo llevó todo con una calma asombrosa. Se ocupó ella misma de todo el papeleo, de vender lo que hizo falta y cuidar de su hijo. Incluso volvió a trabajar como maestra. Aunque algo cambió. Se hizo más fría. Creo que dudaba de nosotros, porque cortó lazos con mi hermano y conmigo. Nos dolió bastante. Nos preocupábamos por ella. A fin de cuentas, éramos responsables. Por esa razón le ofrecimos nuestra ayuda varias veces, pero se negó en redondo. Siempre fue una mujer muy orgullosa y decidió sacar a flote a su familia sin ayuda de nadie. No me extraña que lo consiguiese.

Por primera vez vio una emoción sincera en el rostro del hombre: inmerso en sus recuerdos, sus labios se torcieron en una sonrisa de cariño hacia Leonor.

—Pero no estaba muerto —señaló Juliette.

—En efecto. No lo estaba, y yo no lo supe hasta hace un par de semanas.

—¿Cómo? ¿Quién se lo dijo? —preguntó Eriol.

—Mi hermano. Días antes de morir. —Cerró los ojos por un momento y cuando los abrió el dolor marcaba su mirada—. Al parecer, Diane le había llamado contándole que Thomas, su marido, y Lucas habían sido asesinados por un hombre con el aspecto de Bob. A partir de ahí, fue sencillo. Steve movió sus hilos y se enteró de los avances que se producían en el caso. Cuando un agente confirmó que el responsable era Robert Eden no nos cupo duda de que nos estaba cazando.

—¡Eso no es cierto! —Eriol se levantó de un salto y su silla se estrelló contra el suelo—. No hay topos entre mis agentes.

—Le sorprendería la cantidad de policías que van a tomar una copa después del trabajo, jefe Johnson. No se ofenda, pero con un par de copas de más, incluso Judas habría cantado el acuerdo de las treinta monedas. Se oyen muchas cosas en ese bar… The Raven.

Juliette frecuentaba ese pub durante sus primeros meses en la comisaría. Su proximidad y su ambiente tranquilo hacían de él un lugar perfecto donde despejarse cuando el estrés y la crudeza de los casos le pasaba factura. Ella misma había sido testigo de cómo sus compañeros comentaban sin ninguna discreción detalles sobre los casos con el siempre atento camarero.

—Entonces, ¿cree que el señor Eden volverá a por usted? —quiso saber la joven para tratar de volver a la conversación.

—Sin lugar a duda, nunca deja un trabajo a medias. Puede que esto sea algo personal, aunque Bob siempre se ha dejado guiar por su cabeza. Contemplará todas las opciones y actuará en cuanto lo vea claro.

—No parece preocupado —comentó incrédula.

—Señorita, le aseguro que lo estoy. Pero, cuando llegas a mi edad, hay cosas más importantes en las que pensar, como mi familia o mis amigos. Colaboraré en todo lo que necesiten para volver a encerrarlo. Por el Bob que conocí —pese a la frialdad de su voz, un fuego parecía arder en los ojos del anciano.

—Tenemos un plan, ¿verdad, Eriol? —sonrió mordaz al ceder el testigo a su amigo, quien parecía más recompuesto.

—En efecto, lo tenemos.

—¿Y bien? ¿Un piso franco? ¿Una nueva identidad? ¿Patrullas alrededor de casa?

—Señor Harris, ¿le gusta pescar? —cuestionó Juliette

—¿Pescar? —Su ceño se frunció—. Oh, no. No, me niego.

—Eric Harris, le informo de que vamos a usarlo como cebo —aclaró Eriol.

399
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9788416366552
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