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Para mis colegas académicas feministas, la familia era un tema denigrado. Me decían, “¿por qué te vas a meter a estudiar el tema familia si lo que tenemos que hacer es cambiar eso por completo?” Yo siempre seguí estudiando la familia, y fue central en mi trayectoria. Hice investigación comparativa con Suecia (Jelin, 2008) y seguí en el tema hasta la actualidad (Jelin, 2017b).

— Estos estudios sobre domesticidad, familia y las experiencias cotidianas de los individuos, son el relato de cómo la historia pasa por sobre los individuos. El movimiento inverso es cómo estos individuos, atravesados por esta historia, intervienen o modifican la historia por medio de los movimientos sociales. O sea que estos trabajos pueden ser vistos como la otra cara de tus estudios sobre movimientos sociales y ciudadanía.

— Sí, básicamente la contraparte de estos estudios sobre la familia y la situación cotidiana de los trabajadores son mis trabajos sobre participación popular, movimientos sociales y demandas de ciudadanía y derechos.

Género

— Hablemos ahora del tema de género en detalle. Este tema ha ido apareciendo en diversas oportunidades, pero sos la persona indicada para tratar cómo el tema de género ha sido incorporado en los estudios sociales latinoamericanos. ¿Cuál es tu trayectoria en estos temas? ¿Qué implicaba estudiarlos en América Latina?

— La conciencia de relaciones desiguales de género y, desde ahí, el intento de militancia intelectual, creo que se originó en mí a partir de mi experiencia en Nueva York a fines de los sesenta, después de haber pasado por México. El contraste con el mundo del departamento de sociología en Buenos Aires era grande, porque en esa temprana etapa no tuve conciencia de la discriminación hacia las mujeres, que en todo caso era sutil. Lo manejaba de una manera relativamente igualitaria en mi vida privada, y aceptaba las reglas de juego –que ya mencioné– en las relaciones con colegas. Especialmente en México, pero también en Nueva York, parecía que el mundo era completamente masculino y las mujeres no teníamos nada que ver. Al mismo tiempo y de manera incipiente, en Nueva York había gente que se preguntaba cómo se podía combinar la academia y la familia. Esa es mi experiencia personal.

Es con la llegada a Brasil a comienzos de los 70, y con el trabajo con el grupo de estudios en CEBRAP, que empieza a aparecer el tema desde una perspectiva más teórica. El trabajo de Heleieth Saffioti llamó la atención sobre la ausencia de escritos sobre reproducción social. Antes, la idea de reproducción era interpretada solamente en términos de fecundidad, reproducción biológica, y la preocupación estaba en los altos niveles de fecundidad en América Latina. En nuestra investigación sobre Salvador de Bahía, en cambio, tuvimos discusiones sobre la relación entre producción y reproducción. Y mi trabajo sobre las bahianas habla sobre la necesidad de reconocer el trabajo doméstico y reproductivo, el que no está en el mercado. Al intentar replicar la investigación que habíamos hecho en Monterrey donde no incluimos a las mujeres, me di cuenta de que incorporar a las mujeres era central.

Ahí empezó también un movimiento internacional. Esa primera conferencia que organizaron Helen Safa y June Nash en el 74, y el movimiento que se empezó a armar, fueron significativos para ir viendo la pertinencia y la importancia de la incorporación del tema. También pasó otra cosa, que fue una opción personal con implicancias. Empezaron a formarse los primeros centros de estudios de mujeres, y me invitaron a participar en uno de ellos. Yo dije que no, con la convicción de que no tenía sentido armar guetos académicos. Desde entonces, mi conducta fue siempre la de intentar integrar el estudio de las mujeres en las investigaciones sociales. Quería evitar que los estudios de mujeres los hagan solamente las mujeres feministas, cerradas en un círculo y hablando entre ellas. Esa fue mi opción, y reconozco que el resultado fue muy limitado.

— ¿Cuál era la percepción que el resto de los académicos y científicos sociales tenían sobre que aparecieran estas mujeres estudiando temas de género?

— Bueno, era un “que hagan lo que quieran”. Era visto como una demanda a la que había que dar algún espacio, que el costo no era tan alto, y que si las que molestan se iban por su lado, dejaban en camino libre para hacer lo que había que hacer en realidad, estudiar “cosas más importantes”. Cuando vinieron los de la Ford al CEDES, e hicieron notar que en el programa de becarios no había becarias mujeres en economía, mis colegas lo vivieron como una imposición. Pero aun así poco cambió. Los economistas del CEDES no adoptaron una perspectiva de género en la economía. Además, las economistas mujeres que contrataban eran las que seguían exactamente los mismos parámetros. Es decir, una cosa es ser mujer y otra es tener una perspectiva de género o feminista. En otras palabras, cumplir la cuota es una cosa, incorporar perspectivas es otra.

Ese era el entorno. Lo que me pasaba es que yo tenía suficiente red internacional como para hacer lo que quería, sin estar sometida al modelo dominante en el CEDES.

— En tu perspectiva, ¿cómo se ha ido desarrollando este tema en las preocupaciones académicas?

— La temática de género entra desde la demanda de las mujeres. No es un desarrollo planificado. Entra porque hay académicas, porque cambió la estructura educacional y hay más mujeres en la academia. Más mujeres con “buenos antecedentes” a las que no se les puede negar su lugar. A pesar de todo tipo de discriminaciones, hay una buena cantidad de mujeres que logran penetrar los circuitos; en algunos lugares más que en otros. Hay una presión internacional para tener mayor igualdad y menor discriminación. Y hay una militancia activa. Entonces, así es como entran los temas.

Hubo, si se quiere, una sobreactuación, una idea de que se estaba revolucionando los saberes. Recuerdo cuando algunas que seguían a Carole Pateman decían que el feminismo proponía un nuevo concepto de poder.25 Yo decía, “muéstrenmelo”. Solo así podíamos ver si podíamos revolucionar el concepto de poder dominante. Hubo momentos en los que el activismo académico iba muy lejos. Hay cosas que sí fueron muy revolucionarias. Entre ellas mencionaría la preocupación por la relación entre la reproducción y la producción, que estaba ausente en el marxismo; la lógica del cuidado y la demanda social por políticas de cuidado; y las respuestas limitadas sobre conciliación entre trabajo y familia para las mujeres.

Esto alimenta un desarrollo en la economía propiamente feminista, que yo creo que está abriendo caminos no solo en el mundo académico sino también en el mundo político. Las demandas están y, por ejemplo, Uruguay tiene un Sistema Nacional de Cuidado. Nadie sabía de qué se hablaba cuando se usaba la palabra “cuidado” hace diez años. Recuerdo que cuando preparamos el libro sobre las lógicas del cuidado infantil con Valeria Esquivel y Eleonor Faur (Esquivel, Faur y Jelin, 2012), la gente nos decía que nadie iba a entender el concepto de cuidado. Este es un ejemplo de un campo en el cual el feminismo tuvo un impacto muy significativo. Hay otros, por supuesto, y creo que hoy en día las perspectivas feministas están penetrando en los modelos analíticos de manera más cabal. Todo llega…

He seguido el debate más político sobre las demandas de cuotas o paridad en el sistema político. Me parece que ahí hay otro campo que vale la pena mirar. Lo mismo que en otros temas relacionados a las nuevas demandas, como la violencia de género. Este es un tema que ves hoy, y nadie puede decir que no es un tema. Pero hace unos cuantos años era como abrir una punta donde poco o nada se había hecho. Me parece que hay aperturas de temas que tienen que ver con desarrollos en las disciplinas y con desarrollos en el movimiento.

— ¿Los temas que aparecen en la discusión sobre género en América Latina van en tándem con la discusión anglosajona o europea? ¿Son más independientes o idiosincráticos?

— Hay muchos puntos de contacto, pero también hay muchas cosas que van para otro lado.

Por ejemplo, hay una palabra que se usa mucho en la academia, “interseccionalidad”. Esta palabra quiere decir que no se puede analizar solo una desigualdad, sino que las desigualdades son múltiples e interrelacionadas. Entonces, si una va a mirar desigualdades de género, también hay que ver clase, raza, etnia, origen, etc. Yo lo tomo como una exhortación, no como una teoría. Además, mi trabajo, de alguna manera, fue mostrar que esto no es nuevo, que esto ya estaba presente en el pensamiento latinoamericano de los años sesenta, aunque de manera fragmentaria. Está presente en los trabajos de Florestan Fernandes sobre raza y clase, de Isabel Larguía sobre clase y género, o de Stavenhagen sobre clase y etnicidad. Ellos veían clase y raza, clase y etnia, y género separadamente.26 Pero este nuevo debate sobre la interseccionalidad que se dio en Europa, especialmente en Alemania, pareciera descubrir la rueda con una “teoría de la interseccionalidad”. Acá no hablamos de esas cosas de la misma manera.

Las iniciativas de dar vuelta las miradas es algo que forma parte de otro de mis grandes temas políticos de los últimos años. Algo que yo llamo “descentrar el centro”. Hay ahí algo que, desde los márgenes, incluyendo a las mujeres, cuestiona los paradigmas dominantes y la geopolítica de los flujos del conocimiento.

Derechos humanos y memoria

— Hablando de los temas de derechos humanos y memoria, ¿cuál ha sido tu contribución sobre esos temas?27

— Mi entrada al tema de memoria se dio, si recuerdo correctamente, en el 88, cuando pasé un semestre en la Universidad de Chicago. Yo llegué a este campo siguiendo movimientos sociales, siguiendo al movimiento de los derechos humanos de una forma muy empírica. El movimiento de derechos humanos empieza, poco antes de la transición, a decir “recordar para no repetir” y “nunca más”. Y yo me pregunto, ¿qué quiere decir eso? Entonces me pongo a estudiar qué es lo que se había hecho en Europa en relación a la Shoá,28 y qué es esto de “memoria.”

Pasé unos meses en el 91 en Holanda, y me dediqué a leer como loca. Leí cosas como Modernidad y Holocausto, de Zygmunt Bauman (1998), donde todos los principios de la racionalidad moderna están puestos en cuestión. Una cosa que me golpeó muy fuerte personalmente fue un libro de Helen Epstein, Los hijos del Holocausto (Epstein, 1979). Eran testimonios de gente nacida en la posguerra, de padres sobrevivientes. Como yo tenía esa carga familiar –como te dije al comienzo, mi mamá tenía una forma especial, quizás vicaria, de ser sobreviviente– me identifiqué totalmente. Fue un periodo en que estaba sola, durante dos meses o algo así. Había días en los que no salía de la casa, leyendo y trabajando sobre estos temas.

Desde aquel momento, de fines de los ochenta, se ha desarrollado un campo de estudios sobre memoria con una autonomía y todos los rasgos de profesionalización que uno quiera imaginar: revistas propias, organización internacional, congresos, maestrías… todos los atributos. Yo no sé si estoy tan feliz con esto, con la constitución tan fuerte de un campo. Valoro más que el campo se constituya de tal manera que no sean solo memorias de regímenes dictatoriales o sufrimientos en situaciones límites, sino sobre memorias sociales.

Mi temor es que la memoria sea vista como buena en sí misma: cuanta más memoria, mejor. Me vuelve loca escuchar cosas como “ustedes en Argentina tienen mucha memoria y eso es importante”. También me preocupa la memoria en singular, porque las memorias son plurales, porque son sujetos que actúan en función de sus experiencias pasadas, porque siempre están en conflicto y lucha. Me pone muy mal cuando hay una exhortación al “deber de memoria”. No creo que sea una cuestión moral. Creo que lo que es una cuestión ética y moral es no acallar voces, y confrontar memorias con historia. Esto de los fake news que se discute mucho hoy en día es básicamente lo mismo que cuando te quieren socavar datos históricos, algo que ocurrió con la Shoá.

En estos temas, como en muchos otros y en distintos momentos de mi trayectoria, me posiciono en el escenario del debate público, más allá del debate de ideas académicas.

— ¿Hacia dónde crees que van los trabajos de memoria? Mencionaste el tránsito de memorias en situaciones límite a memorias sociales.

— Eso estaba presente cuando Maurice Halbwachs hablaba de la memoria colectiva y del encuadre social de la memoria, en la década del veinte (Halbwachs, 2010). Él no hablaba de sufrimientos, dolores o represiones. Él estaba hablando de la memoria encuadrada por las instituciones en las cuales se transita: la familia, la escuela, la religión, el Estado. Halbwachs está hablando de las memorias “normales”. Pierre Nora, en Les Lieux de Memoires (sitios de memoria) (Nora, 1984-92), escribe sobre lugares franceses que pueden ser recuerdos de la Primera Guerra Mundial, pero muchísimos otros son figuras como el notario, que tienen que ver con la vida normal, no con aquella que está suspendida por violencias. El tema es cómo combinar las memorias de violencias políticas con las otras, que pueden tener también violencias, pero de otro tipo.

¿Hacía dónde van los trabajos de memoria? Los cambios que a mí me interesan últimamente son, en primer lugar, la ampliación temática. Diría que no es que yo abandone o esté en proceso de cerrar el tema de memoria. Estoy en proceso de cerrar mi interés en investigar memorias de violencias sociales macro. La memoria familiar y local es algo que me interesa. Segundo, algo muy importante, está relacionado a mi respuesta frente al giro lingüístico y la proliferación de los análisis de discurso. Hay una movida en los estudios de memoria hacia las materialidades más que a las palabras, que incluya no solo palabras o testimonios, sino también objetos. Me parece útil esta tendencia. Eso es algo que también se vincula con mi interés en trabajar con y a partir de imágenes. No podemos evitar las palabras, porque ellas acompañan, interpretan, explican. Pero también hay algo material que debemos observar y analizar.

El oficio de la investigación

— Ahora pasamos un poco a otras cuestiones que tienen más que ver con el oficio de la investigación. ¿Tenés algún hábito de trabajo? ¿Alguna rutina?

— No. Soy muy dispersa. Trabajo, más que nada, en mi casa. Últimamente, si necesito concentrarme más, lo hago en mi casa en Cortínez.29 Lo que mejor me viene es irme a Epuyén, un pequeño pueblo en el sur de Argentina, cerca de los Andes, en la provincia de Chubut, donde mi hijo tiene una casa. El borrador completo del libro sobre memoria lo escribí en un mes en Epuyén. Cuando tenía que revisar el borrador, me fui nuevamente por quince días. Y voy unas veces al año, para concentrarme en el trabajo mientras miro un paisaje único, y matizo con caminatas.

— ¿Entrás a la casa y no salís?

— No. Entro, salgo, miro cómo nieva o cómo sale el arco iris. Si veo que hay algo que hay que arreglar, lo hago. Si veo que la lavanda tiene una ramita que hay que podar, salgo y lo hago. Pero, como el tiempo es todo para mí, entonces rinde. Pero no, no tengo ningún orden. Puedo trabajar fines de semana y hacer otras cosas otros días. No hay lógica.

— ¿Tenés algún autor clásico o contemporáneo preferido? Mencionaste a C. Wright Mills.

— Si, ese es un mentor. En mi biblioteca, en un estante tengo a mis mentores: todo lo de Germani; todo lo de Albert Hirschman,30 que para mí es alguien muy importante personalmente. Valoro sus escritos y su persona; me ha tocado estar cerca de él y de Sarah, su mujer, muchas veces, y consultarlo en momentos importantes de mi vida intelectual. También está todo lo de Adam Przeworski, porque es un amigo querido y siempre volvemos a conversar, sobre sus libros, sus ideas y las mías. Y los libros de Touraine, no sé por qué … quizás por el papelito del cuál te hablaba. Esos autores me acompañan.

También tengo otro mundillo que me acompaña, que tiene que ver con la imagen. Soy fanática de John Berger, leo todo de él.31 Cuando falleció me propuse sentarme a releer sistemáticamente todo Berger.

Me llama la atención y me pregunto por qué no tengo a ninguna mujer en este panteón. Y, muchas veces, quiero elegir a alguien. Por ejemplo, separé también la obra de Simone de Beauvoir para releer y trabajar en el verano.32

— Y en fotografía, ¿está el libro de Susan Sontag (2006)?

— Sí.

— Pero está ella por el tema, no por ser mujer.

— Hay mucho trabajo de mujeres en mi biblioteca, pero no hay algo que pueda seleccionar, así como con Berger. No tengo una Berger.

El rol de mujeres en las ciencias sociales

— Nos has hablado cómo desde el principio de tu carrera el ser mujer tuvo sus especificidades; quizás te causó inconvenientes. ¿Qué reflexiones haces acerca del rol de las mujeres en las ciencias sociales?

— Te cuento un incidente que me pasó cuando, siendo directora del CEDES, fui a una asamblea de CLACSO en Río. Era a fines de los años 70. Era directora de uno de los centros importantes; la sensación era que CEDES era uno de los centros pesados de la región, y además valiente, por seguir adelante en Argentina en plena dictadura. Yo tenía una red de colegas, amigos y amigas, porque había estado en México, en Brasil, conocía a la gente. Pero en esa asamblea estaba sola. Entonces decidí hacer una suerte de etnografía de lo que estaba sucediendo y fui tomando notas. A partir de ahí, hice una tipología de tres maneras de ser mujer en el mundo académico latinoamericano.

Una era la mujer que, en medio de una de las reuniones o en la asamblea, levanta la voz con fuerza, ofreciendo un modelo de mujer que imita y se adapta al modelo del hombre. El otro modelo estaba encarnado en una colega amiga que, a la mañana, mientras estábamos desayunando en el hotel, salía en bikini, con una toalla diciendo “yo me voy a la playa, ¿alguien quiere venir?” Todos los hombres se iban detrás de ella. Con ella nos reíamos de todos los hombres que la invitaban a cenar o a salir. Era una avalancha de hombres atrás de la mujer.

Y el tercer modelo era el mío, que no quería ser ni una cosa ni la otra, sino una colega académica, intelectual. Entonces estaba sola. Por ejemplo, si estaba en una cola para el almuerzo, me la pasaba sola, nadie hablaba conmigo. No sabían cómo relacionarse con una mujer que no fuera ni la vociferante donde la femineidad se diluye, ni pura femineidad jugando a la seducción.

Recuerdo que hice esta tipología y, después, cuando volví a Buenos Aires, lo llamé a Francisco Delich, que era el secretario ejecutivo de CLACSO, y me fui a contarle lo que había visto. No le gustó, pero tuvo que aceptar que sí, que el mundo era así, que no había una manera de vincularte de igual a igual en esa relación.

Generaciones jóvenes

— También has tomado un interés particular en las nuevas generaciones.

— Sí, la formación de investigadoras e investigadores jóvenes ha sido una de las cosas más importantes que hice. Me sigue importando mucho, y desde hace más de una década lo hago con estudiantes de doctorado del Programa UNGS-IDES. A lo largo de los años hicimos reuniones internacionales con colegas de otros países para pensar cómo formar investigadores e investigadoras, hasta dónde sirven los cursos de metodología, dónde se acaba la idea de que la investigación es una artesanía que requiere un tipo de práctica, cómo se lleva adelante la investigación, la soledad de la investigación –especialmente el trabajo doctoral. Todo eso es algo en lo que sigo metida. Es importante. Me siento muy realizada al estimular a jóvenes. Me importa no sólo que aprendan el oficio de la investigación. Hablamos mucho sobre trayectorias, carreras, elecciones personales y políticas. O sea, sobre el proceso de crecimiento y maduración. Y me siento mejor todavía cuando esas y esos jóvenes crecen, se convierten en colegas, y podemos transformar nuestra relación en un vínculo horizontal, de igual a igual(a).

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