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Lo que ha ocurrido, según Xeres —la obra de Salinas e Historia del cristianismo en Chile y América dan cuenta perfectamente de ello— es que “un reflejo evidente del cambio del planteamiento de la historiografía eclesiástica es la preferencia, en los títulos de las obras y en los cursos universitarios, por la denominación “Historia del cristianismo” o “Historia religiosa” antes que “Historia de la Iglesia”. Por otra parte, esta preferencia terminológica podría también ser interpretada como una recepción solo superficial de la apertura conciliar desde el momento en que la misma ampliación de la idea de iglesia operada por el Vaticano II, superando la precedente reducción al elemento jerárquico y al inclusivismo católico, ha permitido indirectamente el desarrollo de una historia de la iglesia que comprenda también otros componentes eclesiales, así como elementos de iglesia presentes en las diversas confesiones cristianas”31. Xeres toca el punto esencial: algunos autores han optado por una historia del cristianismo que les permita no verse comprometidos con la tradicional visión jerárquica y exclusivista del catolicismo. Pero si el Vaticano II precisamente desplaza tales premisas, ¿por qué no considerar la escritura de una historia de la iglesia inclusiva con las tradiciones cristianas no católicas y abierta con rigurosidad académica a la polifonía y la diversidad?

La ampliación del concepto de iglesia operado en el Concilio Vaticano II puede tener un correlato historiográfico. La escritura de tal correlato implica, en primer lugar, una puesta al día de la discusión sobre las relaciones entre historia y teología. La persistencia de ciertos tópicos —“Chile y su Iglesia: una sola historia”— confirma el diagnóstico de Massimo Faggioli respecto a la situación actual de la historia de la Iglesia como disciplina académica.

Podría pensarse que la inclusión de capítulos sobre iglesias evangélicas, protestantes y ortodoxas, escritas por historiadores afines a cada una de estas tradiciones, atenuaría la fuerte identificación del concepto iglesia con su expresión hegemónica, el catolicismo. Sin embargo, la historia que aquí se propone pretende mirar ecuménicamente toda la historia de la iglesia en Chile (y así en otros países). Las consecuencias eclesiológicas de la intuición ecuménica del Vaticano II obligan a releer la historia con lentes renovados, capaces de estimular un relato que, al tiempo que inclusivo y abierto, no se escandalice frente a las rupturas y tensiones históricas entre las tradiciones cristianas en nuestro país y al interior de ellas32.

Notas:

1 Licenciado en Historia por la Universidad de Chile; Magíster en Pensamiento contemporáneo por la Universidad Diego Portales y candidato a doctor en Historia por la Pontificia Universidad Católica de Chile.

2 F. Araneda, Historia de la Iglesia en Chile, Paulinas, Santiago 1986.

3 M. Barrios, La iglesia en Chile: sinopsis histórica, Ediciones Pedagógicas Chilenas, Santiago 1987, 12.

4 M. Barrios, Chile y su iglesia: una sola historia, Editorial Salesiana, Santiago 1992, 9.

5 F. Aliaga, La iglesia en Chile. Contexto histórico, Pontificia Universidad Católica de Chile, Santiago 1987, VII.

6 M. Salinas, Historia del pueblo de Dios en Chile. La evolución del cristianismo desde la perspectiva de los pobres, Cehila-CEDM, Santiago 1987, 9.

7 Para la revisión de las orientaciones teológicas e historiográficas de Cehila, véase Cehila, Para una historia de la iglesia en América Latina. Encuentro latinoamericano de Cehila. Quito, 1973, Nova Terra, Barcelona 1975.

8 Para un análisis histórico-teológico de la trayectoria de la Confraternidad Cristiana de Iglesias, véase M. Ossa, Iglesias evangélicas y derechos humanos en tiempos de dictadura. La Confraternidad Cristiana de Iglesias, 1981-1989, Fundación Konrad Adenauer-Centro Ecuménico Diego de Medellín, Santiago 1999.

9 M. Salinas, Historia del pueblo de Dios en Chile, 82.

10 Ibid., 121.

11 Ibid., 218.

12 Ibid., 240.

13 M. Matthei, “La Historia del pueblo de Dios en Chile como interpretación de nuestra historia eclesiástica”, en Teología y Vida, XXX (1989) 229.

14 Ibid.

15 Ibid.

16 Cf. M. Faggioli, “El Vaticano II entre la historia y las narrativas ideológicas”, en Id., La onda larga del Vaticano II. Por un nuevo posconcilio, Ediciones Universidad Alberto Hurtado, Santiago 2017, 49-50.

17 M. Sánchez (dir.), Historia de la Iglesia en Chile. Tomo I. En los caminos de la conquista espiritual, Editorial Universitaria, Santiago 2009, 17.

18 Ibid., 18.

19 Ibid., 29.

20 D. Muñoz, “Iglesias protestantes en Chile y su inserción como actor social”, en M. Sánchez (dir.), Historia de la Iglesia en Chile. Tomo IV. Una sociedad en cambio, Editorial Universitaria, Santiago 2014, 493-532; y “El Consejo de Pastores y la libertad religiosa en Chile”, en M. Sánchez (dir.), Historia de la Iglesia en Chile. Tomo V. Conflictos y esperanzas. Remando mar adentro, Editorial Universitaria, Santiago 2017, 641-674.

21 E. García, “Educación católica”, en M. Sánchez (dir.), Historia de la Iglesia en Chile. Tomo III. Los nuevos caminos: la Iglesia y el Estado, Editorial Universitaria, Santiago 2011, 143-230, 157-159.

22 C. Salinas, “Relaciones Iglesia-Estado”, en M. Sánchez (dir.), Historia de la Iglesia en Chile. Tomo III, 272-275.

23 G. Guarda, “La Iglesia en Valdivia 1820-1925”, en M. Sánchez (dir.), Historia de la Iglesia en Chile. Tomo III, 405-427, 422-427.

24 M. Martinic, “Las misiones cristianas entre los aonikenk (1833-1921)”, en M. Sánchez (dir.), Historia de la Iglesia en Chile. Tomo III, 454-480, 456-464.

25 Cf. M. Concha, “La Iglesia y los protestantismos en el Chile decimonónico: una aproximación histórica (1845-1865)” y W. Pacheco, “Breve fisonomía del protestantismo en Chile durante el siglo XIX”, en B. Silva (compilador), Historia del cristianismo en Chile y América. Tomo I, CECA y Universidad Católica del Maule, Valparaíso 2013, 99-118 y 133-154, respectivamente.

26 Cf. D. Muñoz, “Las oraciones ecuménicas por Chile y el rol de la Fraternidad Ecuménica de Chile, período 1970-2014”, en B. Silva y L. Vaccaro (compiladores), Historia del cristianismo en Chile y América. Tomo II, CECA y Universidad Arturo Prat, Valparaíso 2014, 36-53.

27 Cf. D. Muñoz, “Diego Thompson y su aporte a la matriz educativa en Chile y América”, en B. Silva (compilador), Historia del cristianismo en Chile y América. Tomo III, Litografía Garín, Valparaíso 2015, 105-125.

28 B. Silva, “Introducción”, en Id., Historia del cristianismo en Chile y América. Tomo I, 7.

29 S. Xeres, “El aporte del Concilio Vaticano II a la renovación de la historia de la Iglesia”, en Anuario de Historia de la Iglesia 23 (2014) 219.

30 D. Barry - A. de la Taille, “La historia de la Iglesia en la historiografía chilena, 1965-2015 (I)”, en Anuario de Historia de la Iglesia 24 (2015) 143.

31 S. Xeres, “El aporte del Concilio Vaticano II a la renovación de la historia de la Iglesia”, 246.

32 A diferencia de la Iglesia católica nacional, el mundo evangélico-protestante ha tenido enormes dificultades para dotarse de una historia en la cual las distintas denominaciones se vean representadas. Han primado las historias denominacionales, escritas bajo un fuerte compromiso con la iglesia específica. Una notable excepción —aunque lamentablemente demasiado concisa— es J. Sepúlveda, De peregrinos a ciudadanos. Breve historia del cristianismo evangélico en Chile, Facultad Evangélica de Teología, Santiago 1999. Las diversas iglesias ortodoxas asentadas en Chile aún no han generado una historiografía eclesiástica propia.

Historia del ecumenismo en algunos países de América Latina


III

El camino del ecumenismo en la Argentina


Norberto Padilla1

El autor hace un recorrido por la historia del movimiento ecuménico en Argentina, centrándose en los esfuerzos realizados por la Iglesia católica desde la década de 1960 con la creación del Departamento de Ecumenismo del Celam hasta la institucionalización de los esfuerzos ecuménicos de las diversas iglesias de la Argentina. Presenta el desarrollo de las instituciones ecuménicas, las acciones y los esfuerzos de encuentro que se han realizado hasta la fecha, acentuando el ecumenismo práctico y el ecumenismo espiritual, que han configurado la dinámica del ecumenismo en Argentina.


Los comienzos

La historia del movimiento ecuménico en la Argentina comienza con el presbítero Jorge Mejía, biblista, que publicaba quincenalmente en la revista Criterio sus experiencias en el Concilio, en el cual participaba como perito. A partir de 1966, en la sección “Crónicas” ayudó a conocer, amar y hacer propio lo que el Espíritu decía a la Iglesia.

En octubre de 1966, la 10ª Asamblea Ordinaria del Celam resolvió crear un Departamento de Ecumenismo con sede en la Argentina y, al año siguiente, eligió presidente a mons. Antonio Quarracino, entonces obispo de Nueve de Julio, con Mejía como secretario ejecutivo. Otro biblista y profesor de la Facultad de Teología, el presbítero Luis Heriberto Rivas, fue designado para la relación con el judaísmo, en la que sigue siendo una figura de referencia. Fue particularmente fecunda esa etapa inicial del ahora Departamento de Comunión y Diálogo que, con avatares a lo largo del tiempo, presta apoyo a la labor ecuménica e interreligiosa en el continente. Merece recordarse la publicación del Documento de Malta de 1972 titulado El Evangelio y la Iglesia, el primero del diálogo teológico católico-luterano2.

La decisión del Celam determinó el mismo año 1967 que el arzobispo coadjutor de Buenos Aires mons. Juan Carlos Aramburu encargara a Mejía formar una comisión arquidiocesana de ecumenismo. Sacerdotes, religiosos y laicos fuimos convocados como signo de que la unidad de los cristianos es un compromiso de todo el Pueblo de Dios y no solamente de su jerarquía.

En la 24ª Asamblea de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA), entre el 22 y el 27 de noviembre de 1971, se creó el Secretariado Nacional de Ecumenismo. Mons. Quarracino asumió como director, con Jorge Mejía, Osvaldo Santagada y José M. Arancibia, fray Martín de Elizalde OSB, y María Luisa Luna, a quienes bien podemos caracterizar como pioneros católicos del ecumenismo en la Argentina. En esa misma oportunidad mons. Quarracino tuvo el aval de la CEA como Observador ante la Federación Argentina de Iglesias Evangélicas, ya entonces uno de los primeros y más importantes interlocutores.

A poco de instalado el Secretariado, se incorporaron Norberto Padilla, Angélica Arias y Orfilia Bedacarratz CDM, quien tomó los primeros contactos con los bautistas. Desde el año 2003 el nombre ha sido Comisión Episcopal de Ecumenismo, Relaciones con el Judaísmo, el Islam y las Religiones (Ceerjir) y está integrada por cuatro obispos con un secretario ejecutivo, una secretaria adjunta y un perito3. En una primera etapa, era más bien un ecumenismo de las jerarquías, en que el rico intercambio de personas e instituciones hacía crecer la confianza y el espíritu fraterno. Surgieron iniciativas de diálogo ecuménico, y al mismo tiempo una tarea ad intra de difusión y formación. Tuvo decisivo impacto la Encíclica Ut unum sint (1995), ya que la palabra papal, y la visita del cardenal Edward Cassidy, presidente del Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos, dieron renovada fuerza a la tarea.

Centralidad del ecumenismo espiritual

Un eje central de la labor del Secretariado era la oración por la unidad de los cristianos. Año tras año se preparaba en conjunto la Semana de Oración, trasladada en la Argentina entre pentecostés y la Santísima Trinidad. Cabe consignar que el material sobre la Semana de 1979 fue encargado al Secretariado de Ecumenismo argentino por el Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos y el Consejo Mundial de Iglesias, que constituyó un grupo con otros referentes cristianos, el cual eligió el lema: “Estad al servicio los unos de los otros para gloria de Dios (1 Pe 4, 7-11)”4.

Como parte de ese gran “monasterio invisible” de que hablaron los precursores del ecumenismo, la Abadía Trapense de Nuestra Señora de los Ángeles y el Monasterio Madre de Cristo de religiosas trapenses en la provincia de Buenos Aires se constituyeron en centros anuales de celebración y diálogo entre católicos y evangélicos de la zona e invitados especiales de las diversas confesiones. El Secretariado encaró dos aspectos íntimamente vinculados entre sí, la relación ad extra con los hermanos separados (como se decía entonces) y ad intra para crear conciencia entre los católicos sobre la necesidad de la oración, la formación catequística y de divulgación e iniciativas de cooperación ecuménicas5.

En 1978, mons. Quarracino fue elegido secretario general del Celam, reemplazándolo mons. Mario José Serra, obispo auxiliar de Buenos Aires. De gran bondad, afectuoso, sencillo y cercano en el trato, asumió con gran dedicación la tarea dejada por su predecesor6. Los colaboradores fueron confirmados, Elizalde pasó a ser consultor. Además de los antes nombrados, debemos destacar las sucesivas designaciones del presbítero Juan Carlos Leardi, Andrés Baqué MIC y de Remigio Paramio OSA. Las revistas Criterio y Actualidad Pastoral, dirigidas, respectivamente, por Jorge Mejía y mons. Vicente Vetrano, acogían en sus páginas artículos de figuras relevantes en la materia, así como crónicas y noticias sobre el ecumenismo en la Argentina.

Los llamados años de plomo que vivió la Argentina, en particular durante el régimen militar entre 1976 y 1983, no tuvieron repercusión visible en este nivel de la relación, aunque hubo deseos del lado evangélico de que la Iglesia católica adoptara algo similar a la Vicaría de la Solidaridad chilena. Pero primó el temor a manipulaciones de grupos comprometidos con la violencia y la convicción de que las tratativas discretas y directas con autoridades y jefes militares daban mejor resultado que la confrontación pública. Las iglesias históricas conformaron el Movimiento Ecuménico de Derechos Humanos (MEDH) en el que participaron, a título personal, los obispos Jaime María de Nevares y Jorge Novak. La actuación de la Iglesia católica en ese período excede las posibilidades específicas de este trabajo. Con motivo del conflicto de Malvinas, en 1982, mons. Serra, el obispo anglicano Richard Stanley Cutts y el metodista Federico Pagura expresaron en conjunto su anhelo de que los dos países desechasen toda acción bélica, asegurando que sus iglesias “orarán y trabajarán sin descanso… por una solución pacífica, justa y permanente del litigio”7. El Gobierno, pese a las gestiones de los antes nombrados, no permitió la visita de una delegación del Consejo Británico de Iglesias. El sábado 12 de junio, el papa Juan Pablo II quiso viajar a la Argentina debido a la visita dos semanas antes a Gran Bretaña, prevista antes del conflicto austral. El papa, entre los diversos actos, celebró misa en el parque de Palermo, a la que fueron invitados y presentados al Pontífice los miembros de las iglesias no católicas.

Diálogo y encuentro

En cuanto a la actividad ad extra, el diálogo fue dándose de ambas partes, lo que no era siempre comprendido ni en algunos medios católicos centrados en el avance de las sectas, como tampoco en grupos evangélicos. En lo positivo, en 1973, el encuentro sobre “Eucaristía y Matrimonio”; en 1976, sobre “El Espíritu Santo en la vida de la Iglesia” y en 1978, con ortodoxos sobre la unificación de la fecha de pascua8. En 1981, el Patriarcado de Moscú invitó a mons. Mario J. Serra y a integrantes del Secretariado a una peregrinación y privilegiada inmersión en la vida y espiritualidad de la Iglesia ortodoxa Rusa en la entonces Unión Soviética9. Cuando en 1983 la Comisión Mixta Luterano-Católica, publicó el documento Martín Lutero, testigo de Jesucristo, a los 500 años de su nacimiento, tuvo difusión y repercusión en la Argentina. Un obispo argentino, disconforme con el documento, planteó a la Congregación para la Doctrina de la Fe un cuestionamiento (dubium) sobre el contenido.

Entre el 28 de julio y el 12 de agosto de 1985, tuvo lugar en Buenos Aires la reunión del Comité Central del Consejo Mundial de Iglesias. La preparación local acercó a ortodoxos y evangélicos que, hasta entonces, no habían tenido actuación en común más allá de las celebraciones de la Semana de Oración por la Unidad y la vinculación a través de la parte católica. El Pontificio Consejo designó al Subsecretario mons. Basil Meeking10 y a Norberto Padilla. En muchos momentos, representantes de las iglesias evangélicas tuvieron palabras críticas sobre la postura de la Iglesia católica durante la dictadura militar, así como respecto a las sanciones a Leonardo Boff, lo que obligó a mons. Meeking a pedir, de manera firme pero cordial, que se respetara la autonomía de la Iglesia católica. El Documento de Lima Bautismo, Eucaristía, Ministerio (BEM), que la revista Criterio publicó íntegramente, suscitó reuniones conjuntas de estudio y respuestas de la Facultad de Teología de la Universidad Católica Argentina y del Isedet (Instituto Superior Evangélico de Estudios Teológicos de Argentina).

El diálogo luterano-católico

En todo este tiempo hubo fructuosas reuniones entre miembros del Secretariado, de la Iglesia Evangélica Luterana Unida (IELU) y de la Iglesia Evangélica del Río de la Plata (IERP), originalmente la iglesia de la colectividad alemana. A raíz de la promulgación del Código de Derecho Canónico en 1983, se trataron en conjunto los cánones sobre matrimonios mixtos, entre ellos, los referidos a la dispensa de forma. El intercambio se reflejó en la Guía de la CEA para la preparación del expediente matrimonial. En 1984, se formó una comisión inicialmente titulada “antepreparatoria” para el diálogo, repitiendo la experiencia de la Federación Luterana Mundial (FLM) y la Santa Sede. Aunque el Bautismo en nombre de la Trinidad y con agua era reconocido como válido, había que decirlo juntos y fundamentarlo. En 1987, la Comisión para el diálogo católico-luterano en la Argentina elevó a las autoridades de sus respectivas confesiones un proyecto de Declaración Conjunta de Reconocimiento Mutuo del Sacramento del Bautismo. Los firmantes fueron los pastores David J. Calvo, Augusto Fernández Arlt y Ricardo Pietrantonio11; el presbítero Juan Carlos Maccarone, decano de la Facultad de Teología, el presbítero Osvaldo Santagada, Remigio Paramio OSA y Norberto Padilla. Aprobada por las máximas autoridades católicas de la CEA, de la IELU y de la IERP, la Declaración se firmó en un acto de oración el 30 de marzo de 1990, quedando como uno de los pocos documentos de naturaleza doctrinal ecuménica en América Latina. Posteriormente, la Iglesia Evangélica Metodista Argentina (IEMA) adhirió a la Declaración, pero debe lamentarse que otras denominaciones en el país no lo hayan hecho también.

El siguiente tema fue el de la eucaristía, plasmado en otro documento del 15 de marzo de 1993, con importante trabajo de mons. Santagada en la redacción, como había ocurrido en el documento de Bautismo. Fue aprobado por la Comisión de Fe y Cultura de la CEA y las otras dos iglesias participantes con el alcance de instrumento útil para proseguir el diálogo doctrinal12. Durante un tiempo más las reuniones prosiguieron, pero pronto llegaron a su término. Fui el único laico y, para más, no teólogo, y puedo dar fe de la experiencia fascinante y de honda huella espiritual de ese intercambio realmente ejemplar de diálogo ecuménico, cristiano y humano.

Un hecho memorable, al menos para quienes tomamos parte, fue la visita del Presidente de la FLM, obispo Christian Krause, mientras se llevaba a cabo el proceso de aceptación, por las autoridades católicas y luteranas, de la Declaración Conjunta sobre la Doctrina de la Justificación firmada en 1999. El obispo Krause fue recibido por la cúpula del Episcopado, el 20 de abril de 1998, a cuyo frente estaba mons. Estanislao Karlic, y los integrantes de la Comisión Episcopal de Ecumenismo y colaboradores. El vicepresidente, mons. Jorge Bergoglio, había asistido a la santa cena, en la sede de la IELU, presidida por el obispo Krause con motivo de la celebración de su sínodo y de sus 50 años como iglesia nacional. Fue, como escribí en la revista Criterio, una hora por reloj de intensa comunión: “La reunión fue de verdadero diálogo y de encuentro fraterno, lejos del simple protocolo” —dije en mi crónica— “el compromiso ecuménico que nuestro Episcopado ha asumido en los últimos tiempos con decisión”13.

Juan Pablo II en la Argentina

La segunda y extensa visita pastoral de San Juan Pablo II tuvo como característica en la Argentina, con relación a Chile y Uruguay, incluidos en el viaje papal, tres reuniones en la Nunciatura Apostólica: con miembros de las comunidades musulmana y judía y la última, el Domingo de Ramos de 1987, con los cristianos no católicos14. En algunas de las declaraciones evangélicas de los días precedentes se echaba de menos la posibilidad de un diálogo más extenso con el Pontífice, temiéndose una reunión meramente protocolar. Llegó el 12 de abril, y antes de la misa de Ramos tuvo lugar el encuentro en el que las dificultades quedaron atrás. El papa aludió a “todos los esfuerzos que se llevan a cabo —también en la Argentina— en el campo del diálogo teológico, de la colaboración en tantas facetas de la vida eclesial, del testimonio común en lo que ya estamos unidos y, sobre todo, nuestra confiada plegaria”15. Luego saludó a uno por uno y antes de partir se detuvo a escuchar un canto litúrgico entonado por el arzobispo ortodoxo del Patriarcado de Antioquía. Un párrafo de la declaración del Consejo Consultivo de Iglesias Evangélicas entregada al papa pidió una relación más fluida de diálogo y consulta mutua entre nuestras iglesias y la CEA, sobre todo cuando se trata de problemas importantes para el país16.

El ecumenismo toma una dimensión nacional

A partir de 1982, el presidente del Secretariado de Ecumenismo y los obispos y pastores que preparaban la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos comenzaron a reunirse periódicamente. Fue así como surgió la idea de conformar una “Comisión Ecuménica”, que de acuerdo con el Directorio de Ecumenismo de 1967-1970 podía componerse de los líderes de las respectivas iglesias o sus delegados.

El 13 de septiembre de 1988, tras varios años de conversaciones, se aprobó el reglamento de funcionamiento de la Comisión Ecuménica de las Iglesias Cristianas en la Argentina (Ceica) con el obispo católico como presidente. El sucesor de mons. Serra, mons. Juan José Iriarte, arzobispo de Resistencia, se negó a ser reelegido; le escuché explicar sus razones: “Si este es un grupo ecuménico, el presidente no puede ser siempre de una misma confesión”17. Fue esta una actitud de gran significado, sin perjuicio de aclarar que encabezar la Ceica nunca fue una exigencia católica. Pero obligó a los demás, de muy buen grado unos, resignados los otros, a elegir a un no católico. El obispo anglicano David Leak18 se convirtió así en presidente de Ceica, sucediéndose otros integrantes hasta la actualidad. Pasado más de un cuarto de siglo, es el único foro católico-ortodoxo-evangélico de encuentro y diálogo, y que como tal participa en las reuniones con dirigentes de confesiones cristianas que visitan el país19.

Mons. Iriarte propulsó que el ecumenismo tomara una dimensión que incluyera a las diócesis a través de delegados, para lo que movilizó la respuesta de sus hermanos obispos. Comenzaron así a realizarse anualmente los Encuentros Nacionales de Delegados de Ecumenismo, con un número variable de diócesis, con el objetivo de fomentar la formación y compartir los informes a la Comisión Episcopal. Con el tiempo, los encuentros de delegados pasaron a reflejar también una alentadora y a veces sorprendente actividad de relación con el judaísmo y con el islam en la capital y en el interior del país20. Cuando nos acercábamos al Tercer Milenio, se dio un fenómeno bifronte, relacionado con la relación que tenía la Iglesia católica con los otros cristianos. Por un lado, las iglesias originalmente interlocutoras tuvieron una presencia más acotada y contactos menos fluidos que en décadas anteriores, salvo en la Ceica, también, por el retiro de algunas figuras de relevante participación hasta entonces y la disminución de su feligresía.

Había prevenciones recíprocas que tenían mucho que ver con el alineamiento de las iglesias históricas, o al menos de sus dirigencias, con posiciones próximas a la teología de la liberación, así como con lo que sucedía en Nicaragua con el intento de una “iglesia popular”. Cuando se sancionaron leyes de educación sexual y reproductiva, el matrimonio “igualitario” y proyectos sobre aborto, las dirigencias de iglesias evangélicas históricas les dieron su apoyo, sin prestar atención o en contraposición expresa con las posiciones católicas sobre familia y sexualidad.

Pero más allá de las dificultades, nunca se afectó sustancialmente la relación. Un ejemplo de esto ocurrió en octubre del 2000 cuando la Arquidiócesis de Buenos Aires y diócesis sufragáneas e iglesias no católicas organizaron un “encuentro cristiano” con motivo del Gran Jubileo. Pero en la víspera, la FAIE, aunque dejando en libertad de acción a sus miembros, se retiró de la organización del acto debido a que la Declaración Dominus Iesus, siguiendo el decreto de Ecumenismo, distingue a las confesiones cristianas entre “iglesias” (las antiguas orientales y las ortodoxas) y “comunidades eclesiales” (las vinculadas a la Reforma)21. La IELU y la IERP asistieron, en tanto que la IEMA no lo hizo. Unas 4 000 personas —un número más bien escaso— se reunieron a rezar y escuchar la palabra de Dios así como las predicaciones del obispo anglicano Leake, del arzobispo armenio Muradián y de mons. Bergoglio, para quien se estaba ante un “pequeño pasito hacia la unidad, en puntas de pie”, con el Verbo hecho carne de compañero de camino “hasta el final”22. Aunque bregando con los que tenían una visión englobante y simplista de las llamadas sectas, había que asumir el crecimiento del fenómeno evangélico, pentecostal y neopentecostal particularmente en los lugares menos favorecidos de la sociedad. Además de la expresión de pastores mediáticos, cabe señalar la actuación de un grupo nacido en Brasil, la Iglesia Universal del Reino de Dios, que instaló sus lugares de reunión en antiguos locales cinematográficos y en otros que permitieran una numerosa concurrencia.

En 1995, se llevó a cabo la asamblea de la Alianza Mundial Bautista, en la que participó un delegado fraterno venido de Roma. Si bien ya en 1985 comenzó el diálogo entre católicos y bautistas en Roma y los EE. UU., en la Argentina no había conciencia de ello. A partir de ahí, a nivel local se produciría de alguna manera un descubrimiento recíproco y un “cambio de mirada”. En el año 2001, el cardenal Walter Kasper, acompañado por mons. Marc Ouellet y el secretario de la Alianza Bautista Mundial, Dr. Denton Lotz, presidieron en el Seminario Internacional Bautista en Buenos Aires la sesión de diálogo entre ambas confesiones realizada por primera vez en América Latina. El cardenal, en el curso del culto de oración, hizo una reflexión sobre el evangelio de Juan 13, 3-5, en la que señaló que ambas confesiones habían estado separadas y en conflicto entre sí durante siglos, que ahora podían reunirse de una nueva forma y mantener conversaciones serias, pero que es una relación que recién está comenzando, con un largo camino por recorrer, con necesidad de pedir perdón a Dios y los unos a los otros. Denton Lotz en una entrevista de prensa expresó: “A católicos y bautistas nos une el reconocimiento de Cristo, nuestro Señor, que murió crucificado, resucitó y tendrá una segunda venida. Tenemos intereses sociales comunes: la unidad de la familia, la oposición al aborto, a la corrupción de los gobiernos, el apoyo a la justicia (la social en particular) y la reconciliación en un mundo dividido”. Y agregó que, sin desconocer lo que nos separa, “el conflicto no es entre nosotros, sino frente al secularismo que dice que el hombre puede vivir sin Dios”23. Las palabras transcriptas son elocuentes en cuanto a la correspondencia con las posturas católicas y la afinidad que a partir de allí se sentía. Naturalmente, esto no fue exclusivo con los bautistas, sino también con otras de evangélicos libres.

En octubre de 2007, se llevó a cabo el seminario “La búsqueda de la unidad de los cristianos en la actualidad”, organizado por el Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos y la Conferencia Episcopal Argentina. Participaron obispos argentinos y de los países del Cono Sur: teólogos, agentes de pastoral, delegados diocesanos de ecumenismo, miembros de movimientos eclesiales, sacerdotes, laicos y laicas, consagrados y consagradas con la presencia del cardenal Walter Kasper y de mons. Juan Usma Gómez, que también había estado en el país en oportunidades anteriores24. El cardenal se refirió a los nuevos desafíos del ecumenismo, caracterizó el concepto de sectas más como cualitativo que cuantitativo, y pasó al movimiento pentecostal, en rigor el eje del seminario.

Desde el año 2004 se celebraron en el estadio del Luna Park, en la Ciudad de Buenos Aires, los encuentros de Creces (Comunión Renovada de Evangélicos y Católicos en el Espíritu Santo), que reúne a católicos, bautistas y pentecostales. El cardenal Bergoglio asistía a los primeros encuentros de Creces como uno más, pero en el de 2006 fue invitado a pasar al frente y a hablar. Sucedió, entonces, lo que nadie esperaba: se puso de rodillas y todos extendieron sus manos sobre él en bendición mientras un pastor hacía la oración en voz alta25. En el encuentro de 2012, las oraciones fueron para que se demorase la aceptación de su renuncia, presentada con motivo de cumplir 75 años. Pocos meses después, varios de los pastores estaban reunidos con Jorge Bergoglio, ya no arzobispo de Buenos Aires sino obispo de Roma. Por último, porque habría mucho más que decir sobre esto que ocurre hoy, señalamos los retiros para sacerdotes y pastores, con unos 100 participantes en el año 2012.

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