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—¿Tienen registrado el nombre que lleva el pasaporte que utilizas?

—Más que registrado.

—Pues entonces tenemos problemas. Hay que cambiar el plan previsto. Se requiere otro que deje atrás cualquier rastro de tu persona. Hablaremos de ello más tarde. Hay que estudiarlo bien y tomar la delantera.

Me llamó la atención la seguridad con la que reflexionaba y anticipaba cambios en los planes. Era como si ella dirigiese toda la red de su padre. Quizás, ¿por qué no?

—Esto debe de ser precioso en verano.

—En primavera y verano no hay otro igual. Estarás en plena naturaleza y vivirás al ritmo que ella te marque. Ningún extranjero se ha arrepentido de haber echado raíces en esta tierra.

—Espero que así sea.

No pude recordar más sobre aquella conversación, porque el sueño se presentó casi sin aviso...

De pronto, escuché las palabras de un hombre desconocido:

—A nadie le sorprende oír la frase de que Finlandia es única, y menos a un finlandés. Los fuertes contrastes que provocan las estaciones son la principal causa para afirmar que ese dicho es cierto. En Finlandia, gran parte del año la tierra está cubierta de hielo y nieve, pero con las estaciones el paisaje cambia y con él también sus gentes.

Aquellas palabras le provocaron una sensación de omnipresencia. Sin saber cómo, se encontró sentado en un teatro. Frente a él, en escena, sobre una decoración de interior apenas iluminada, uno de los actores comenzó a hablar con palabras solemnes, ensalzando las ventajas de su maravillosa tierra al tiempo que una mujer respondía a modo de arenga.

—Todos saben que la primavera por estas tierras pasa de puntillas y es en verano cuando la actividad bulle. Es cuando los finlandeses se comportan como hormigas, utilizando esa estación para realizar todo tipo de actividad; salen a la calle y se aprovechan de cualquier acontecimiento para relacionarse y hablar después de mucho tiempo casi aislados por la nieve y el frío.

Se hizo la oscuridad.Apenas una luz entraba por una pequeña ventana que iluminaba al actor principal, el protagonista de la obra. Con pasos pausados pero seguros, y con una calavera entre sus manos, recitaba:

«¡Ser o no ser, esa es la cuestión!

¿Qué debe más dignamente optar el alma noble entre sufrir de la fortuna impía el porfiador rigor, o rebelarse contra un mar de desdichas y, afrontándolo, desaparecer con ellas?

Morir, dormir, no despertar más nunca, poder decir todo acabó en un sueño; sepultar para siempre los dolores del corazón, los mil y mil quebrantos que heredó nuestra carne, ¡quién no ansiara concluir así! ¡Morir… quedar dormidos… Dormir… tal vez soñar!

¡Ay! Allí hay algo que detiene al mejor. Cuando del mundo no percibamos ni un rumor, ¡qué sueños vendrán en ese sueño de la muerte! Eso es, eso es lo que hace el infortunio planta de larga vida.

¿Quién querría sufrir del tiempo el implacable azote, del fuerte la injusticia, del soberbio el áspero desdén, las amarguras del amor despreciado, las demoras de la ley, del empleado la insolencia, la hostilidad que los mezquinos juran al mérito pacífico, pudiendo de tanto mal librarse él mismo, alzando una punta de acero? ¿Quién querría seguir cargando en la cansada vida su fardo abrumador?

Pero hay espanto allá, al otro lado de la tumba. La muerte, aquel país que todavía está por descubrirse, país de cuya lóbrega frontera ningún viajero regresó, perturba la voluntad, y a todos nos decide a soportar los males que sabemos más bien que ir a buscar lo que ignoramos.

Así, ¡oh, conciencia!, de nosotros todos haces unos cobardes, y la ardiente resolución original decae al pálido mirar del pensamiento. Así también enérgicas empresas, de trascendencia inmensa, a esa mirada torcieron rumbo, y sin acción murieron —[silencio]—».

Poco a poco, ese personaje se fue transformando en un hombre actual, su rostro fue cambiando y su calavera se convirtió en una esfera terrestre. William Stowe se vio a sí mismo. Podía verse como un espectador más, podía saber lo que estaba pensando y podía ver cómo la decoración cambiaba. Y en esa transformación leyó su pensamiento.

Fue tal la intensidad y el realismo vivido en ese sueño que me incorporé bruscamente sobre la cama.Tuve que levantarme para mojarme la cara y sentir que aún estaba vivo. Luego miré tras la ventana; estaba nevando. ¿Qué otra cosa podría ocurrir en Finlandia en diciembre? La abrí y extendí el brazo, quería sentir cómo los copos de nieve se posaban acariciando mi mano. Luego, sin saber por qué, dije:

—¡No me abandones!

¿A quién iba dirigida esa petición? Ni yo mismo lo sé; quizás a la nueva tierra que me había acogido, a la esperanza de una nueva vida, a la naturaleza que ya me saludaba o al Creador de todo aquello.

A la mañana siguiente, teníamos que ver tres propiedades en venta en Imatra, en la región de Karelia del Sur. Una ciudad tranquila a las puertas de uno de los países más poderosos de la tierra: la Unión Soviética.Vimos las tres. Yo ya lo había decidido, no necesitaba ver más, y así se lo hice saber a los compañeros. El lugar era un terreno de unos 5850 m², con una casa de madera de 110 m² que aún se conservaba bien, situado en la avenida Kuparintie. El precio era asumible, 138325 dólares, de manera que la búsqueda, por lo que a mí respectaba, había acabado aquel mismo día. Así pues, decidimos volver a Helsinki.

Esa misma noche cenamos juntos para celebrarlo y, por supuesto, invité yo. Se habló de todo. Recuerdo que un sentimiento de fidelidad y sinceridad nos envolvió aquella noche; todos confesaron su identidad y su pasado, incluyéndome a mí como por la familia de Jalo. Era Nochebuena y todos los corazones se abrieron.

Cuatro días después, Sassa me explicó su nuevo plan. Era un poco complejo y difícil de ejecutar, pero se jugaba con el factor sorpresa y el de la anticipación, y eso era una gran ventaja. Tuve que cambiar el billete de vuelta y retrasarlo hasta el sábado 3 de enero. Ni que decir tiene que recibí en compañía de la familia de Jalo el nuevo año. Aquel ambiente y atmósfera familiar me insuflaron nueva energía y esperanza por mi nueva vida.

Tal como se había previsto, regresé a casa, a Nueva York. Solo que esa vez, en el pasaje de aquel vuelo iban también, separados de forma deliberada, Heikki y Sassa, los hijos de Jalo.

Y así comenzó el plan de retirada. Lo primero que hice al aterrizar fue llamar al segundo de La Oficina para mantener una entrevista urgente y darle información personalmente, dada la importancia de esta. Quería anticiparme y poner una bomba en la línea de flotación del FBI para que apretase las tuercas a la Agencia Central de Inteligencia.

El miércoles 7 de enero, cuatro días después de su llegada, a las 10:00 horas y con un plan más que premeditado, me entrevisté en Washington con el subdirector del FBI, Clyde Tolson.

—Me alegro de volver a verle, señor Sullivan. ¿Noticias importantes?

—Más que importantes.

—¡Estoy impaciente!

—Todo ha resultado un poco rocambolesco.

—Cuénteme.

______________________

8 Déjeme que le ayude.

9 Gracias por la ayuda.

10 Agradezco mucho (traducido literalmente).

11 Richard Nixon.

3. Plan «Sibelius»

Dejando a un lado lo que Stowe le contó a Tolson, sigamos al grupo finlandés y cómo fue ejecutando el plan de huida y la adaptación de aquel a su nueva patria.

Mientras realizaba la reunión con el FBI, los hijos de Jalo mantenían una conversación con Hannes Nieminen, un agente de aduanas que no era otro que su hombre en Nueva York, perteneciente a la red finlandesa, el cuarto hombre que iba a intervenir en el plan «Sibelius».

El tiempo previsto para su total ejecución sería inferior a 60 días. En dicho plan, se utilizarían ocho pasaportes falsos y se llevarían a cabo ciertos viajes para dejar rastros falsos, que hasta al más sabueso dejarían estupefacto. Llegado el momento, todos tomaron sus vuelos en el mismo día y con diferentes destinos, a saber:

William Stowe, con pasaporte a nombre de Pedro Alvarado Aguilar, y Sassa, con pasaporte a nombre de Miska Harmaajärvi, volaron desde el Aeropuerto Internacional de La Guardia hacia Toronto, Canadá. Allí cogieron vuelo a Londres, y desde allí hasta Finlandia; en el caso de Stowe, con un pasaporte diferente a nombre de Aleksi Sibelius Virtanen.

Heikki Smirnov (hermano de Sassa), con pasaporte a nombre de William Stowe, salió delAeropuerto Internacional de Idlewild hacia Río de Janeiro, Brasil. Desde esta ciudad viajaría a Ciudad del Cabo, Sudáfrica, como Kevin Sullivan. Tras una corta estancia, regresaría a Finlandia con el mismo nombre con el que salió de su país, Kustaa Laukkanen.

Hannes Nieminen (el hombre de Nueva York de la red de Jalo) viajó a París, Francia, desde el aeropuerto de La Guardia como Kevin Sullivan. Días después volaría a Ciudad de México como Kallio Mäkinen y regresaría tres días más tarde a Nueva York con pasaporte a su nombre.

Con todo ello se pretendía que, si hubiera algún seguimiento o rastreo a posteriori, se produjera un cruce de nombres diferentes, suficiente como para dudar de cuál era el destino verdadero del nombre a buscar y rastrear, que no era otro que William Stowe, más conocido en las agencias de inteligencia como Kevin Sullivan. Y tendrían que buscarlo en cualquier estado norteamericano, Brasil, Sudáfrica, Francia o quizá México, el país en el que más probabilidad de estar tendría, a vista de los futuros rastreadores, dado que lo conocía y disponía de los contactos suficientes como para moverse fácilmente por todo su territorio.

A primeros de marzo de 1970 todos estaban definitivamente en su lugar de destino, tal como se había previsto. El plan se había ejecutado sin ningún problema, incluso las primeras transferencias habían llegado ya a la cuenta del Banco Central de Helsinki a nombre de su titular, que no era otro que el de Aleksi Sibelius Virtanen, nombre muchas veces reflejado en la solicitud de la ciudadanía finlandesa, lo que implicaba esperar a obtenerla para poder utilizar aquellos recursos.

Sin embargo, no todo había terminado. Con cierta frecuencia recibía pequeños paquetes de la documentación que había guardado en su archivo de Nueva Orleans, tal como le había indicado Stowe a su amigo Jim Alcock meses atrás. De esta manera, en su nuevo hogar, fue repasando día tras día los documentos; clasificaba los importantes, y los que no tenían importancia los quemaba. Desde aquel escondido rincón, olvidado y perdido por el momento de sus amigos y antiguos compañeros, se dispuso a escribir los hechos más importantes de su pasado, incluyendo ciertos aspectos personales, para otorgar, si cabía, más autenticidad a los relatos y vivencias de su pasado. Con ayuda de todas las notas y de aquella selecta fuente, en el verano de ese mismo año comenzó a escribir sus memorias.

El prefacio decía así:

Creo que muchos sucesos, por increíbles que puedan parecer, están sujetos a las voluntades de numerosas personas cuyos intereses pudieran verse afectados o en peligro. No todo es lo que parece, o muchos intentan que parezca, sino que la realidad es más compleja o, por qué no, a veces más sencilla. El hilo de la madeja de la vida está lleno de imperfecciones, de irregularidades que a veces, si estiramos demasiado, acaban por romperse, y nosotros, marionetas del poder, caemos con más frecuencia de lo debiéramos en el vicio de hacer de la mentira una verdad.

El ejemplo que mejor describe lo que en estas líneas acabo de manifestar es el magnicidio del presidente norteamericano John Fitzgerald Kennedy; hay muchos otros, pero este, por su universalidad, es el que tomo como ejemplo.

Yo fui testigo de aquel suceso y a veces, si no activo, sí pasivo o indirecto de aquellas circunstancias. Es posible que mi vida corra peligro al exponer por escrito mi vivencia y también la de otros al proclamar con metafóricos gritos la otra versión, por lo que hoy, más que nunca, trataré de reflejar y desenmascarar ¡la otra cara del poder!, la que se impone en nombre de la «Seguridad nacional» o del «Interés nacional», como se prefiera.

Existen muchos intereses para mantener que lo ocurrido el 22 de noviembre de 1963 en Dallas fue obra de un solo hombre, un antiestadounidense, un antisistema que obró en solitario. Nunca más lejos de la realidad. Lo que se pretende, en este teatro de la vida a través del engaño, de la contrainformación, es ocultar y modificar los hechos sucedidos, aun a costa de sacrificar vidas humanas inocentes, y eso no lo puede permitir ningún ciudadano que ame las libertades y los derechos de mí país.

Son muchos los detalles, los testigos, los recuerdos y anécdotas que, no se podrán exponer. Sin embargo, lo que a continuación dejaré escrito será más que suficiente para obtener una visión de conjunto de lo que ha sucedido en este país en una década. Lejos de la vida corriente, del día a día de las gentes aferradas a su trabajo y a sus sueños, existe otra vida aferrada al poder económico y político, que vive también su día a día, pero lejos del sentir del más humilde de los mortales.

Es cierto también que, en casi todos los países, la gente se comporta de la misma forma, pero en nuestra nación, la primera potencia económica mundial, la nación con la «democracia» como valor y bandera en sus instituciones y en la Carta Magna de todos sus ciudadanos, suceden hechos repudiables que alguien hace evacuar desde las cloacas del Estado. Todos los que hemos realizado esa mala praxis somos culpables, en una u otra medida, de deteriorar el futuro de nuestros hijos y de nuestras futuras generaciones.

Casi siempre encontramos el origen de ese mal en los ricos y poderosos que manejan los hilos, que solo se preocupan de corresponder y pagar los favores recibidos; de esa forma, el círculo vicioso se cierra una y otra vez.

Independientemente del periodo que se analice, estudie o investigue, el comportamiento humano siempre es el mismo. El dinero rompe voluntades, la corrupción es la herramienta con la que se aplica y el silencio forzado, el medio de acallarlas. ¡Esta es la verdad!

El mero hecho de que algún día, tú, lector, puedas leer estas líneas supondrá que he desaparecido para siempre o que la vida que aún me queda está perdida en algún lugar remoto, tranquilo y desconocido donde pueda, cada minuto que pase, contemplar como marioneta rota que mis hilos no responden a la mano que dirige mis movimientos. Eso es lo que deseo, contemplar la vida alejada de toda influencia, saboreando los silencios, los recuerdos y las alegrías de un pasado, de un presente y de un futuro por vivir.

¡Dios bendiga a esta nación que me ha acogido en sus brazos!

Día a día, Stowe iba plasmando sobre papel lo que recordaba con todo detalle. Entretanto, sus nuevos amigos —que sabían por propia experiencia, por los muchos casos que habían conocido, que romper con el pasado no es nada fácil; al contrario, que llevaba su tiempo— no querían forzar la situación, no querían molestar. Estaban pendientes de él, atentos a lo que necesitase, pero sin caer en el hostigamiento. Le estaban ofreciendo, sin decírselo, tiempo y espacio.

En el mes de julio de 1970 Stowe recibió una carta certificada para que se presentara personalmente en los juzgados de Helsinki. El motivo no era otro que recoger la nueva ciudadanía y jurar sobre la Carta Magna defender las leyes finlandesas. Fue todo un acontecimiento y un motivo de enorme alegría. Así que, después de realizar el juramento y para celebrarlo, Aleksi preparó un viaje con sus tres amigos finlandeses.

El domingo 2 de agosto de ese mismo año cogieron juntos el tren desde Helsinki con destino a Oulu, tardando nueve horas. Querían saborear el tenue sol que, conforme avanzaban hacia el norte, se hacía más presente en la noche. Iban en departamentos separados. Solo había un ligero inconveniente: en aquel viaje Seija estaba en avanzado estado de gestación, ya que, según sus cuentas, esperaba al bebé para mediados de septiembre. En principio, nada que objetar.

A las cinco y media del día siguiente llegaron a Oulu. Tomaron un fuerte desayuno y subieron a un nuevo tren, pasadas las ocho, que los dejó sobre el mediodía en Kemijärvi, primer objetivo del viaje. Allí descansaron en un pequeño hotel, donde celebraron con una típica cena la incorporación de su amigo a la ciudadanía finlandesa. Hablaron de muchas cosas en aquel maravilloso viaje:

—Bueno, Aleksi, ¿qué opinas de nuestro país? —preguntó Sassa.

—¿Qué quieres que diga? Finlandia me cautivó desde el primer momento que puse los pies en él. Pero su gente es lo mejor que he conocido. Sois personas que amáis la vida, la naturaleza, la familia y cuidáis muy bien a vuestras amistades, lejos del materialismo al que estoy acostumbrado a ver en otras ciudades y países. No tengo más que palabras de agradecimiento, de felicidad, y espero que podamos pasar muchos años de nuestras vidas juntos. ¡Jamás olvidaré lo que habéis hecho por mí! ¡Gracias, amigos!

—Por todos los espíritus, me has hecho emocionarme, Aleksi. Nos tendrás siempre a tu lado. ¡Eres de nuestra familia! —añadió conmovido el bueno de Heikki.

Mientras escuchaba aquellos halagos, Sassa notó que, cada vez que se encontraba junto a aquel hombre, se sentía feliz y despreocupada de todo y de todos. Sintió que se estaba enamorando. Ella, una mujer fría que nunca había expresado blandura o emoción ante nadie, ni cuando murió Jalo, su padre, ahora sentía que el amor llamaba a su puerta. Nunca había sentido nada igual, y mucho menos tan de repente. Se sentía insegura, incapaz de afrontar aquellos sentimientos; sin embargo, aun con todo, su admiración y su atracción tanto física como sentimental hacia Aleksi era ya irreversible. Aquella noche tenía ganas de abrazar, de gritar y también de besar a su amado. ¿Hasta cuándo podría disimular aquel sentimiento?

Al día siguiente el grupo alquiló un todoterreno para dirigirse a su destino: Inari. Tardaron en llegar cuatro horas y media, no tenían prisa. Iban contemplando el paisaje que había dejado al descubierto el manto de nieve que lo cubría en invierno. Aquella región de Laponia, la más grande de Finlandia, era única. Tanto es así que cuando uno la visita, se queda enmudecido al contemplarla. Uno siente estar en otro mundo donde la naturaleza te habla, se comunica contigo mediante un silencio acogedor. Durante largos momentos nadie hablaba, cada uno de ellos mantenía un diálogo consigo mismo.

—¿Te gusta, Aleksi?

—Me estremece contemplar tanta belleza.

—Pues verás cuando estemos en Inari; la paz que se vive por cualquier rincón por donde paseas es indescriptible. Nuestro padre decía que era como tocar a Dios.

—¿Cómo se llamaba Jalo? —preguntó Aleksi.

—Nicolái Isaákovich Jomiakor —contestó rápidamente Heikki.

—¡Era ruso!

—Sí. Nació en 1915 y, por entonces, a todo el territorio finlandés se le llamaba el Gran Ducado de Finlandia, dependiente del Imperio ruso, aunque nació en Kuhmo, en la región de Kainuu. ¡Era más finlandés que ruso! —matizó Sassa.

—Era un gran hombre —remató Heikki.

Después de aquella corta conversación, otro largo silencio envolvió de nuevo al grupo, hasta que Seija lo rompió:

—¿Has matado a alguien, Aleksi?

—¡Seija! —le gritó su marido.

—¿A qué viene eso? —le recriminó su cuñada Sassa.

—Perdonad, era simple curiosidad.

—No os preocupéis, no me ha molestado la pregunta. Contestaré.

Unos segundos de silencio antes de contestar dirigieron toda la atención del resto hacia Aleksi.

—Es difícil de explicar cuando se habla de situaciones en que se raya la ilegalidad. Sabéis perfectamente que el crimen organizado y la policía a veces colaboran entre sí puntualmente y por circunstancias que favorecen a ambos lados. Lo sé por propia experiencia.

—¿Por qué no lo cuentas, Aleksi? —le rogó Heikki.

—No creo que sea de gran interés.

—A mí me interesa —replicó Seija, apoyando sin duda a su marido.

—En 1961, un jefe mafioso contactó conmigo para realizar un trabajo de protección y vigilancia. Por aquel entonces, yo era detective privado, pero también agente externo del FBI. Se hizo un trabajo perfecto y bien pagado, y aunque me ofrecieron pasar de bando, no lo acepté. Sabía dónde estaba mi sitio. Sin embargo, el jefe de aquella familia a la que ayudé, pasado unos años, se puso de nuevo en contacto conmigo. Me envió un mensaje claro: quería ayudar al FBI a cambio de que quitaran de la circulación, es decir, arrestaran al cabecilla de la familia Buffalo en el oeste de NuevaYork, que no era otro que Stéfano Magaddino. Como la policía lo tenía en su lista y siempre se había escapado con recursos y escusadas enfermedades, aceptaron. Su primo hermano, Peter Magaddino, siempre fiel a Joe Bonanno, mi cliente, participó con su complicidad ofreciéndonos todo tipos de datos: dónde guardaba el dinero, lugares de reuniones y de sus actividades ilegales.Ya sabéis… A finales de noviembre de 1968 intervinimos y se le arrestó en la calle. Se registró toda su casa en Lewiston, también la casa de su primo Peter para disimular y la funeraria que tenía, que usaba como una de sus tapaderas. Finalmente, arrestaron a nueve hombres por cargos federales de conspiración y violación de la Ley de Transporte Interestatal y se incautaron de 530000 dólares, pero uno de ellos murió. Al intentar escapar, disparó y me alcanzó; yo estaba muy cerca. En poco tiempo tuve que tomar decisiones rápidas, y disparé. Le vi caer al suelo como un muñeco de trapo. Sí, Seija, he matado y puedo asegurarte que no es nada agradable.

Los tres enmudecieron. Sassa, que conducía atendiendo más a lo que contaba Aleksi, no supo cuánto tiempo ni cómo había estado conduciendo sin prestar atención a la carretera; se quedó perpleja con lo que había escuchado.

—Hemos venido para disfrutar el presente y no el pasado —afirmó tajante Sassa, como queriendo cerrar la conversación.

El resto del tiempo lo dedicaron a hablar de lo que veían, de lo bonito que era Finlandia y de las excursiones que harían cuando llegasen a Inari. Una vez allí, buscaron el pequeño hotel reservado a orillas del lago. Pasaron dos días en él, visitando la ciudad y sus alrededores. La tenue luz del sol de la noche daba a aquel lugar un toque aún más romántico, sobre todo para Sassa, que no veía el momento de insinuarse a Aleksi.

—¿Te gusta todo esto, Aleksi? —le preguntó Sassa.

—Es como ver postales navideñas.

—¡Son postales navideñas!Y tú estás aquí, contemplándolas conmigo.

Él, abstraído por lo que veía a su alrededor, no se percató ni sospechó de las pretensiones de la hija de Jalo.

—Me gustaría que pasásemos dos o tres días de acampada en una de las más de tres mil islas que tiene el lago —dijo Sassa en cierto momento en que estaban tomando unos refrescos.

—¿Y cuál sugieres? Porque tienes donde elegir —respondió su hermano.

—La que más aislada esté y donde menos gente haya. Podemos preguntar en Información. Ellos sabrán cuál indicarnos, supongo.

—¿Por qué no? Alquilamos un bote y exploramos la zona que nos indiquen. Montamos las tiendas y a disfrutar de la naturaleza. Me parece bien, pero tendríamos que comprar o alquilar todo lo necesario —añadió Aleksi.

—Sí, porque nos quedan ocho días.Tenemos que regresar el domingo 16. Eso es lo que dijimos, ¿verdad?

—Bueno, eso se dijo, pero pueden ser más o menos días. Depende de cómo nos vaya —replicó Sassa.

—¿Tú que dices, Heikki? —preguntó Aleksi.

—Sería estupendo encontrar ese paraíso.

—Pues adelante. No hay más que hablar —dijo Sassa, cerrando la conversación.

Con toda la información obtenida, decidieron dirigirse a la isla de Palkissaari, a treinta kilómetros hacia el este de Inari. Por supuesto, fueron trasladados en un pequeño barco. Para navegar entre centenares de islas había que ser un experto. Cuando llegaron a Liinasvuono —el Fiordo de Lino, al norte de la isla—, descargaron todos sus bultos y el kayak de aluminio para moverse por el agua y, siguiendo el consejo de la gerencia del hotel, lo primero que hicieron fue montar la batería y la antena de la emisora de radio en un lugar seguro, por si se presentaba algún imprevisto. Lo tenían todo pensado. Parecían colegiales, y la más contenta por aquella aventura era Sassa.

Entre todos montaron las tres tiendas y, a la hora de la comida, terminaron de tener todo en su sitio. El encargado de la logística y del material que pudieran necesitar era Heikki; de la comida estaban encargadas las dos mujeres. A Aleksi le dejaron la organización de las pequeñas excursiones que pudieran hacer. Llegó la noche y, como el sol nunca se ocultaba en los días de verano, al menos en aquellas latitudes, nadie tenía sueño ni se quería acostar; de modo que alrededor de una hoguera comenzaron unas conversaciones marcadas por la actualidad internacional.

—¿Qué opinas de Nixon? ¿Lo está haciendo bien? —La pregunta provino de Heikki, sensible siempre a todo lo que afectaba a Estados Unidos.

—En mi opinión, creo que sí; al menos, en lo referente a los asuntos exteriores. Por ejemplo, con el caso de la «vietnamización», buscando una solución negociada. Además, está claro que quiere acercarse a China y a la Unión Soviética, y eso es bueno para todos.

—Pues a los rusos no sé si les gusta tanto —remarcó Sassa.

—Y en tu opinión, ¿cómo fue Kennedy? —preguntó la joven Seija.

—¡Nefasto!

—¿Cómo que nefasto, si lo señalan internacionalmente como el mejor presidente? —replicó Heikki.

Fue entonces cuando Sassa, a quien no le gustaba por dónde iba la conversación, dio muestras de interés.

—¡Pues cuéntanos tu versión!

—Me ocuparía mucho tiempo explicarlo.

—Tenemos todo el tiempo del mundo. Hasta dentro de siete días o más, como ha dicho Sassa, no tenemos que volver —sentenció con todo interés Heikki.

Aleksi no tuvo más remedio que comenzar, como se preveía, un largo monólogo. Sabía que a Heikki le obsesionaba todo lo referente a los Estados Unidos, especialmente los temas políticos.

—Comenzaré por explicaros a modo de introducción lo que considero fundamental para entender mejor lo que más tarde os contaré. Para mí, los acontecimientos recientes que estamos viviendo empezaron en Cuba con su revolución. En los años 50 gobernaba Fulgencio Batista, un hombre que fue acumulando una enorme fortuna gracias al control y los cobros por conceder licencias de construcción y juegos a numerosos millonarios norteamericanos, principalmente, que querían invertir en Cuba, lejos de la fiscalidad norteamericana. Uno de los más importantes mafiosos de Nueva York, Meyer Lansky, se convirtió en una figura prominente en las operaciones del juego en Cuba, ejerciendo influencia directa sobre las políticas de Batista con respecto a los casinos. Tanto fue así que convirtió la isla en un puerto internacional para el tráfico de drogas.

Cuba se transformó en una máquina para hacer dinero. Pero ya sabéis, nada es eterno.Aquella manera de gobernar de espaldas al pueblo cubano prendió un espíritu revolucionario que poco a poco iba marcando la meta dentro de los corazones de la gente, que luchaba por alcanzar una vida digna, distinta a la que vivían llena de penalidades.

—Es que machacando al pueblo no se puede gobernar —interrumpió Seija.

—Es cierto, y eso es lo que ocurrió. En el verano del 53, un grupo organizado de rebeldes asaltó un cuartel militar en la zona de Santiago, en el extremo este de la isla. Como era de esperar, las fuerzas gubernamentales derrotaron a los asaltantes. Muchos fueron encarcelados, mientras que otros muchos participantes huyeron del país.A partir de entonces, Batista suspendió las garantías constitucionales, si es que las había, y gobernó en toda la isla con una policía bien pagada e inquebrantable al régimen. Ese fue el comienzo. Tres años después, los estudiantes, cada vez más apoyados por las clases más pobres y reprimidas, se manifestaban en las calles en contra del presidente Batista. La contestación gubernamental: ¡más represión! Resumiendo, el gobierno dictatorial se hacía cada vez más impopular entre la oprimida población, y la Unión Soviética comenzó a apoyar en secreto a la guerrilla de Fidel Castro.

A finales del siguiente año, en 1958, se llevaron a cabo nuevas elecciones, exceptuando a las provincias, que para entonces ya estaban bajo el control de Castro. Ni con trampa pudo el Gobierno parar el descontento. Para diciembre, los únicos que apoyaban a Batista eran los terratenientes y empresarios cubanos que se habían beneficiado económicamente de aquel sistema dictatorial; el resto, estaban en contra. Pero los acontecimientos se desencadenaron tan rápidamente que a las grandes fortunas de la isla no les dio tiempo de llevarse ni las joyas ni el dinero en efectivo. Así que, en la fiesta para recibir al nuevo año y ante la sorpresa de los asistentes, el presidente se despidió y se marchó a Santo Domingo. El primer día del año Fidel se encontró una capital vacía de poder. Por donde pasaban las fuerzas revolucionarias, todo eran vítores y alegrías. Proclamaron al magistrado Manuel Urrutia Lleó como presidente de la nación. Por el momento, Estados Unidos reconoció al gobierno revolucionario como legítimo, dando consentimiento internacional tanto de derecho como de hecho al final de la dictadura de Batista. Ese mismo mes, enero de 1959, Fidel Castro cerró todos los casinos de la mafia en Cuba y expulsó a los gánsteres.Así que los mafiosos que salieron corriendo y dejando allí todas sus propiedades, como Roselli y Sam Giancana, mafiosos de Chicago, y Santo Trafficante, el jefe de la mafia de Tampa, Florida, se la juraron. ¿Os aburre lo que estoy contando?

—Por favor, sigue. Para mí es como una clase de historia que no conozco —interrumpió Heikki muy interesado.

—Algunos simpatizantes norteamericanos vieron en el revolucionario Fidel un hombre carismático con quien mantener y emprender nuevos negocios donde la corrupción no fuera la moneda de cambio. Y le invitaron a dar numerosas conferencias, tanto en Washington y Nueva York como en otras ciudades de Estados Unidos. Pero no os perdáis lo que ahora os digo. Llegó a entrevistarse con el vicepresidente Richard Nixon, y sus solo quince minutos de intercambio programado se transformaron en casi dos horas y media. El presidente Eisenhower, por diferentes motivos, no quiso reunirse con Castro, aunque reconoció rápidamente al Gobierno revolucionario. Más tarde, Estados Unidos comenzó a preocuparse por las cerca de quinientas condenas a muerte por fusilamiento dictadas por el nuevo régimen en juicios sin garantías procesales durante sus primeros meses.

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9788419092809
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