Читать книгу: «Emboscada en Dallas», страница 6

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—¿Podría ser?

—¡Por supuesto!

—Bien, adelante. Pero te pido que, de momento, dejemos al margen a Sassa. No hay por qué preocuparla, ¿de acuerdo? —le rogó Aleksi.

—De acuerdo. Te llamaré para decirte dónde se hace la entrevista.

—¿Podría ser aquí en Turku, lejos de la capital?

—No depende de mí. Lo propondré —le dijo Heikki.

A punto de marcharse, cuando ya terminaron de hablar sobre algunos detalles, Aleksi abrazó a su cuñado.

—¡Muchas gracias, Heikki!

—Todo saldrá bien. No hay nada que temer, en el otro lado la vida es tan buena como aquí.

En el trabajo Aleksi no daba muestra alguna de preocupación, pero en la soledad de su casa no dejaba de pensar en la cuestión.Ahora él sufría en primera persona lo que antes había vivido con el caso de Anatoliy Golitsyn. Fue entonces cuando comprendió a aquel hombre que tuvo que abandonar su patria. Claro que lo suyo no era abandono, él ya había abandonado al conseguir la ciudadanía finlandesa. Esto era otra cosa, significaba trasladarse a un lugar seguro para que su familia viviera en paz y sin ninguna espada de Damocles sobre sus cabezas. Cierto es que su historia, aunque semejante, era distinta por una simple y pequeña cuestión: la Unión Soviética era ahora «el receptor».

Todo el tiempo del que dispuso Aleksi mientras estaba en Turku lo dedicó a acelerar sus escritos. Necesitaba tener preparada, al menos, una parte sustancial de nombres y lugares, así como finalizar su conclusión sobre los importantes sucesos contados. Mientras estuviese alejado de su familia, se centraría en terminar sus memorias; ahora sí pensaba que podrían ser su salvoconducto.

A primeros de julio, en Helsinki y como estaba previsto, se inauguró la primera sesión de la Conferencia con la presencia de las representaciones de treinta y cinco países. Los medios de comunicación y el mundo les observaban, pero tal evento llevaba su tiempo. Pasaron meses hasta que llegaron a algún acuerdo y lo firmaron. Una conferencia así exigía su tiempo.

A principios de septiembre Aleksi visitó a la familia en Imatra. Encontró a su hijo precioso, en cuatro meses había dado un cambio extraordinario. Ya tenía dos años y, cogido de su mano, paseaba casi todo el tiempo; le señalaba los árboles, le ponía su pequeña mano sobre las cortezas; pisaban la hierba húmeda, le enseñaba a escuchar el viento. Sin necesidad de palabras, quería decirle a su hijo que existía un ilimitado espíritu exterior, superior a ellos, que estaba en ellos y que paseaba con ellos en perfecta armonía.

Notaba que su hijo crecía, que aprendía de la vida, de lo que le ofrecía el campo, ampliaba los olores y sabores que la naturaleza puede ofrecer. Con solo verlo y contemplarlo, Aleksi se estremecía de felicidad. Sassa lo miraba y coincidía con él en que había sido un acierto dejar la capital y estar en el campo, en aquel lugar aparentemente tan apartado del mundo; en plena naturaleza, donde muy pocas familias disfrutaban de aquel tranquilo y precioso espacio. El hijo de Seija y Heikki ya parecía un hombrecito, tenía un año más y a esas edades eso marca una gran diferencia. Fue entonces cuando Aleksi se hizo una pregunta: «¿Y si en el otro lado se vive mejor?».

Como el día era inmejorable, decidieron hacer una barbacoa para cenar. En Finlandia, aquello era un motivo más para reunirse en familia y disfrutar del momento. Todo iba perfecto hasta que Seija, estando alrededor del fuego, dijo:

—¡Tenemos nuevos vecinos!

—No me lo habías comentado —le dijo su marido, mirando con disimulo a Sassa, que se había percatado de lo dicho.

—Pues ya lo sabéis. Es una pareja estupenda.

—Es cierto, ahora no están. No veo el coche, pero creo que mañana estarán. Os lo presentaremos —comentó Sassa.

Los dos disimularon, pero entendieron que aquello era algo sospecho. Antes de acostarse fue fácil encontrar un momento para hablar brevemente al respecto con Heikki.

—¿Qué opinas? —preguntó Aleksi.

—Si los conocemos antes de marcharnos, les haremos alguna pregunta sin levantar sospecha.Anotaremos la matrícula del coche e investigaremos. Ahora tenemos que proceder con alegría, como buenos vecinos.Tenemos que ganarnos su confianza. Si no son lo que pensamos, mejor.

—De acuerdo.

Los dos entraron en la casa. Con sumo cuidado, Aleksi palpó en la oscuridad hasta sentarse en la cama y desnudarse. No quería despertar a Sassa. Parecía todo tranquilo.

—Aleksi, cariño, estoy despierta.

—No quería despertaros.

—No te preocupes, el niño nos despertará. Tenemos poco tiempo.

Aleksi, como esposo obediente y agradecido por haberle dado un hijo tan precioso, comenzó a complacerla. Su hijo se despertó dos veces y el que se levantó fue Aleksi. Al día siguiente, poco acostumbrado, llevaba la cara como si acabara de superar una resaca. Sassa lo miraba con cierta ironía y Seija se le reía a la cara:

—¿Crees que esto de ser madre es fácil y cómodo?

—Nunca he dicho eso —aseguróAleksi con voz bronca, lo que hizo que las dos se rieran sin contemplaciones.

Pronto apareció Heikki con su hijo a caballo.

—¿Qué pasa? ¿Cuál es el motivo de esas risas?

—Aquí tu cuñado, que no ha dormido —explicó Seija.

—¡Pues aún te queda! —le dijo a Aleksi, dejándole a su hijo sobre las rodillas.

Aquel día Heikki yAleksi estaban más pendientes de sus vecinos que de la familia. Al final desistieron, pues no aparecieron. Acabado el tiempo y retornando a sus respectivas ciudades, los dos cuñados, que viajaban en el mismo coche, tuvieron tiempo para hablar de sus cosas.

—No hemos podido verlos, pero como yo vengo con más frecuencia, estaré al tanto. En cuanto tengamos el número de matrícula, investigaré —aseguró Heikki.

—Me parece bien, aunque creo que nos estamos obsesionando.Ahora mismo, el país está lleno de personas de todos los rincones que asisten a la Conferencia, y creo que irá para largo, lo que implicará ver muchas personas desconocidas y sospechosas.

—Puede que sí, pero no nos cuesta nada saber más de ellos. A fin de cuentas, son nuestros vecinos y cuanto más sepamos, mejor.

—En eso tienes razón —contestó Aleksi.

Hablaron de muchas cosas hasta que llegó la cuestión más importante.

—¿Has contactado con los rusos?

—Sí, creo que están esperando a que baje la presencia extranjera. Nos avisarán. Si algo tienen los rusos es que son lentos pero seguros; al menos, eso era lo que decía mi padre.

—Si lo decía tu padre, esperaremos. Yo ya voy muy adelantado con mis notas. Así, llegado el momento, podré responder con mayor precisión.

—Me parece bien. Sigue con esas memorias. Cuando lo tengas acabado…

—Cuando lo tenga, te entregaré una copia para que la guardes — interrumpió Aleksi.

—No quería decir eso, simplemente que las leas. Pero me parece bien tu idea. Así nos cubrimos las espaldas.

—¿Te ha contado algo más tu amigo británico?

—El jueves 13 de septiembre tenemos una reunión.

Los dos hablaron de la importancia de la seguridad; del papel que tienen las agencias de inteligencia para el Estado, tanto de lo bueno como de lo malo; de la confianza en el grupo y del riesgo de estar y pertenecer a ese círculo. Cuando llegaron a Helsinki, Heikki se bajó y abrazó a su cuñado.

—Hasta la próxima.

—Hemos quedado el viernes 21, ¿no? —preguntóAleksi como para confirmar lo que ya sabían.

—Sí. A ver si para entonces tenemos noticias británicas.

A Aleksi aún le quedaba por recorrer la distancia que separaba la capital de Turku, su destino. Se lo tomó con calma, ya que el tráfico era mayor de lo que esperaba. Entonces recordó lo que días atrás había leído sobre el caso Watergate, no lo pudo remediar.

«Después de que el mismo consejero de Nixon le implicara, días después otro testigo,Alexander P. Butterfield, sacó a la luz la existencia de cintas magnetofónicas que contenían la mayoría de las conversaciones mantenidas en la oficina presidencial desde principios de 1971.Ante el rechazo de Nixon a comparecer y a permitir el acceso del Senado a sus archivos, el Comité y el fiscal especial, Archibald Cox, le enviaron un requerimiento para que entregara las cintas grabadas entre el 20 de junio de 1972 y el 15 de abril de 1973. El presidente se negó».

A sabiendas de cómo funcionan las mentiras y embustes en la política, Aleksi no pudo más que decir en voz alta:

—A este Nixon se lo van a comer las alimañas.

Aquellos veintiún días que tardó en verse de nuevo con Heikki se le hicieron eternos. El viernes 21 Aleksi aparcó su coche frente a la casa de su cuñado y subió al coche de este; ahora le tocaba viajar con el suyo.

—¡Camino a Imatra! —gritó Heikki.

—¿Todo bien?

—Sí, estupendamente. Como te dije por teléfono, conseguí el número de matrícula de nuestros vecinos. No creo que tengamos de qué preocuparnos. La chica se llama Audra Simonis, es lituana, y él se llama Dariusz Janowski, polaco…

—¿A qué se dedican? —interrumpió Aleksi.

—A eso voy. Él es ingeniero y trabaja desde hace un año en Imatra, en la central hidroeléctrica. Ella da clases de inglés en el Centro Escolar Kosken, también en Imatra. Parecen buena gente.

—¿Sabes algo de los británicos?

—Según fuentes bien informadas, me ha dicho mi amigo, hay un acuerdo tácito por parte de todos los presidentes que sean elegidos, tanto republicanos como demócratas, de que seguirán las conclusiones Warren, y no solo eso, sino que están limpiado cualquier testigo. Esto ya es reflexión mía. A quienes más afecta es a Johnson y a Nixon, por lo que mientras ellos estén vivos, seguirán más que interesados en dejar todo limpio.

—¿Entre ellos estoy yo?

—Sí, pero no por lo que puedas aportar del caso Kennedy, sino por ser desertor o haber engañado tanto al FBI como a la CIA. Marcaron muy de cerca a tu jefe Scott. Le costó el puesto no informar sobre ti.

—¿El británico sabe dónde estoy yo?

—Tuve que contárselo todo, hasta que nosotros te ayudamos, pero le dije que te dejamos en Brasil.

—Entonces es cuestión de tiempo que me localicen.

—Sí, creo que pronto todos nosotros seremos observados. Por eso, la solución rusa es la mejor.

Un silencio prolongado cortó aquella conversación hasta que Aleksi habló:

—Tu hermana no debe saber nada de esto hasta que lo tengamos todo claro.

—Descuida.

Sin duda,Aleksi y Heikki formaban un buen equipo. Se compenetraban en todo y su amistad se reforzó por encima de lo habitual. Eran como hermanos. Se lo contaban todo y siempre tomaban las decisiones juntos.

Hablando y hablando, pronto llegaron a su destino. Por la parcela vieron pasear a sus mujeres con sus hijos, sin duda, ya impacientes por la llegada de sus maridos. Cuando se encontraron, todo fueron gritos de alegría. Aleksi encontró a su hijo muy cambiado, y eso que apenas había pasado un mes desde la última vez que lo vio. Tan pronto como Kevään vio a su padre, corrió hacia él.

—Madre mía. ¡Está tan cambiado…!

—Es un glotón —aseguró su esposa Sassa con alegría, cogida del brazo de Aleksi.

Cuando descargaron del coche las mochilas y las metieron en la casa, Aleksi pudo ver a su vecina de enfrente. No quiso prestar mucha atención, pero como no había perdido su práctica de calcular las edades, le echó unos treinta y dos o treinta y cinco años. Aquella noche se preparaba una buena fiesta, así que decidieron invitar a sus nuevos vecinos a la barbacoa que iban a celebrar. Fue un gran éxito, todo estaba exquisito y disfrutaron de la compañía de los nuevos vecinos, que eran unas personas muy agradables y educadas; por eso, cuando se retiraron a descansar, Sassa y Aleksi comentaron algunas cosas sobre ellos.

—¿Qué te han parecido? —preguntó Sassa.

—Muy bien, y me alegro mucho, porque me quedo más tranquilo cuando Heikki y yo nos volvamos a casa, sabiendo que están tan cerca de vosotros. Ya no estáis tan solas.

—¿Y qué me dices de Audra? ¿Qué te parece la chica?

—Al principio tenía mis dudas. No creía que fueran tan extrovertidos, pero creo que tanto ella como él lo son. Me gustan. Son personas con las que puedes compartir.

—Pues a mí me parece que ella no te quita el ojo de encima.

—¡Qué dices, Sassa! ¿Te refieres a… Audra?

—¿A quién si no?

—Creo que estás equivocada y un poco celosa. Si me hubieras dicho que era a tu hermano a quien no le quitaba el ojo, podría entenderlo, pero ¿a mí, que le saco catorce años?

Sassa no quiso responder ni que se enfadase su marido, de manera que se dio media vuelta en la cama y no rechistó a lo queAleksi le recriminaba.

—Sassa, creo que te estás equivocando. No veas lo que no hay. Esa muchacha nos mira a todos igual, está conociendo a gente nueva, es normal. Lo mismo podría decirte yo sobre Dariusz, que no te quitaba la vista de encima.

—¡Buenas noches! —contestó Sassa, malhumorada.

Entonces Aleksi comprendió que tenía que hacer mutis por el foro y guardar silencio.

El verano pasó y comenzó el otoño, una estación que cubría el bosque de rojo. La estampa que más le gustaba a Aleksi. Tanto es así que comenzó a practicar la pintura con la técnica de la acuarela. En una ocasión solamente, a finales de octubre, toda la familia volvió a Imatra. El paisaje era indescriptible. Si el verano era precioso, el otoño no se quedaba atrás. Aleksi no tenía que irse muy lejos para pintar. Desde su misma parcela podía hacer sus prácticas. Poco a poco iba ganando destreza y técnica, y no lo hacía mal, atendiendo a sus bocetos.

Cuando Aleksi terminó, estuvo un buen rato mirando el paisaje de su boceto y se sintió muy satisfecho de lo que había pintado. Incluso pensó que no podría mejorarlo por mucho que lo intentara.21 Su ego engordó tanto que casi estuvo a punto de gritar, cuando de repente escuchó a sus espaldas:


—¿Qué haces, vecino?

—¡Aquí pintando!

—¿Puedo verlo? —preguntó Audra.

—¡Claro, pasa!

Nada más invitarle a pasar, Sassa salió de la casa como si hubiera visto venir a una osa queriendo comerse a su marido. Aleksi clamó al cielo para que no pasara nada. Disculpándose y aludiendo que tenía que limpiar toda la pincelería antes de que se secaran, las dejó contemplando la acuarela.

Tardaron en volver a Imatra.A Sassa ya no le gustaba el sitio. Si alguna vez se planteaba ir a pasar algún fin de semana, todo eran excusas. Le dijo una y otra vez a su marido que prefería que estuviesen separados, él en Turku y ella en Helsinki, que ver la cara de aquella mosquita muerta. Nadie entendía el comportamiento de Sassa, ni siquiera su hermano. En una ocasión, los cuñados hablaron de ello:

—No entiendo lo que le pasa a mi hermana. Ha cambiado de la noche a la mañana.

—Creo que no soporta a Audra, hasta me dice que va detrás de mí. Creo que son celos.

—Nunca la he visto tan arisca ni tan cabreada. Lo mejor que puedes hacer es quedarte en Turku, darle tiempo. Incluso le vendría bien una lección. Cuando se le pase el enfado y reclame tu presencia y te necesite, te llamará.

—¿Tú crees?

—Creo que sí, aunque de mi hermana se puede esperar cualquier cosa.

Y así lo hizo Aleksi. Se tomó su tiempo, y aunque la comunicación por teléfono era fluida con sus cuñados, con su esposa dejaba mucho que desear. Sintió que aquella relación se estaba enfriando a pasos agigantados y no dejaba de preguntarse cómo una simple cuestión de celos podía romper un pasado. La prudencia y el consejo de Heikki le hicieron refugiarse en Turku, escribiendo sus recuerdos, fijando fechas y señalando personas.

Todo el trabajo de Aleksi se centró en comprobar la influencia de los Estados Unidos en lo que él llamaba el «quita y pon de los estados» en el área de América Latina. Es decir, seguir el rastro desestabilizador de los gobiernos y cuáles fueron orquestados por la CIA. En lo que respecta al caso Watergate, que le interesaba mucho, fue anotando sus últimas novedades informativas. El 20 de octubre Nixon ofreció entregar un resumen, y al día siguiente destituyó a Cox y eliminó la Oficina del fiscal especial, ante lo cual el fiscal general, Elliot Richardson, presentó su dimisión. Un mes después, concretamente el 17 de noviembre, en Orlando, Florida, ante los editores gerentes de Associated Press, el presidente Nixon aseguró que nunca se había beneficiado de su servicio público:

«Me he ganado cada centavo.Y en todos mis años de vida pública, jamás he obstruido la justicia. La gente tiene que saber si su presidente es o no un ladrón. Pues bien, no soy un ladrón. Me he ganado todo lo que tengo»22.

Las navidades de aquel año no fueron agradables para la familia Virtanen. Aunque tanto Aleksi como Sassa se reunieron con el resto de la familia y disimularon su distanciamiento, cuando estaban solos, en pareja, la cosa era tensa y fría. Esos momentos de dificultad que atraviesan los matrimonios, que los hay, son a veces necesarios de compartir con alguien que sepa escucharte y pueda comprender. Aleksi habló con su cuñado al respecto.

—¡No sé qué puedo hacer! ¡Soy incapaz de saber qué le pasa por la cabeza a tu hermana!

—No es nada fácil saberlo.

—¿Has tenido con Seija algún momento como el mío?

—No, pero hemos hablado los dos de tu situación.

—¿Y qué opina ella?

—Piensa que el amor es el culpable de esos celos, porque no encuentro otro motivo para justificar su comportamiento. Dice que cuando las mujeres están enamoradas, defienden a sus hombres como verdaderos felinos, al menos en Finlandia.

—¿Dices amor? Pero si nuestro matrimonio está casi roto…

—Es tanto lo que te ama mi hermana que no quiere compartirte con nadie. Eso es lo que ha dicho.

—Pero tiene que comprender que no puedo vivir en una burbuja, que tengo que hablar con los demás, con los vecinos, con los amigos, con la gente, tanto si es mujer como si es hombre.

—Sí, te entiendo. Pero ¿qué otra explicación puede haber?Tienes que hablar con mi hermana. Esto mismo que me has dicho a mí díselo a ella.

—Lo intentaré.

—¡De esto se sale!

—Pues que así sea —contestó el resignado y preocupado Aleksi.

Las cosas fueron mejorando entre Sassa y Aleksi. Ella dio un paso muy importante para la reconciliación, reconociendo que quizá su comportamiento dejaba mucho que desear, y eso paraAleksi fue suficiente como para que su sonrisa y su buena disposición regresaran.

Sin conocimiento de ella, tal como lo habían hablado Heikki yAleksi, en febrero del 1974 los dos se reunieron en el Consulado General de Rusia en Turku. Obviamente, la entrevista se la hicieron a Aleksi a solas. Cuando salieron de aquel encuentro, Heikki no podía esperar más:

—¡Cuéntame! ¿Cómo ha ido?

—Me han preguntado de todo, sin profundizar mucho. Se quedaron muy extrañados de que hubiera tenido contacto con los altos puestos del FBI, y sobre todo estaban muy interesados por mi etapa en México. Por supuesto, yo tenía que ver en ellos su mejor voluntad y no dar toda la información sin conocer su propuesta.

—¿Y qué te han dicho? ¿Te han hablado de su propuesta?

—Sí…

—¡Cuenta! Dime lo que te han dicho —interrumpió Heikki, excitado.

—Te lo cuento todo, tranquilízate. Nos dan la ciudadanía soviética, si así lo queremos, tanto a mí como a Sassa y a nuestro hijo. Residiríamos en San Petersburgo y yo trabajaría como analista de inteligencia en la Oficina de Apoyo del Directorio Primero para los asuntos latinoamericanos.

—¡Aleksi, eso es formidable!

—Sí, y muy tentador.

—¿Entonces?

—Pues que debemos hablar con Sassa. Y ahí tienes tú una labor fundamental.

—¿Cuándo tienes que contestarles?

—Tengo la segunda entrevista, eso sí, con preguntas y respuestas más concretas, a mediados de abril. Será con todo tipo de datos.

—Entiendo. Hablaré con ella.

—Por cierto, Heikki, ¿Seija sabe algo de todo esto?

—No, y tendría que prepararla también.

De ahí en adelante, Aleksi trabajó más minuciosamente, escribiendo y anotando acerca del periodo que había pasado en Ciudad de México y, en especial, sobre Scott y sus agentes. Es decir, sobre su importante red LITEMPO. Si daba aquel paso, la cosa ya no iría en broma, aunque la ventaja de que su amigo Scott hubiese muerto tres años atrás lo hacía todo menos doloroso. Así que, alegando que debía terminar todo lo que tenía en mente sobre su pasado, le explicó a Sassa que se quedaría esos dos meses en Turku, aprovechando su tiempo libre concentrado en el tema. Sassa no solamente lo comprendió, sino que le alentó a hacerlo. Le dijo que su cuñada y ella aprovecharían para irse a Imatra, ahora que la nieve se estaba retirando, para que los niños disfrutaran y crecieran mejor y más libres que en la capital, cosa que a Aleksi le pareció muy bien. Con ese apoyo y esa tranquilidad, y sabiendo que Heikki le explicaría todo el «plan ruso», se centraría mejor en su tarea de preparación informativa.

Pero no todo sale siempre como uno lo ha programado. Las circunstancias pueden cambiar en cualquier momento y cuando uno menos se lo espera.

El domingo 21 de abril Aleksi recibió una noticia de Heikki.

—¡Aleksi, escúchame! ¡Tienes que venir urgentemente a Imatra!

—¿Qué ocurre?

—Es mejor que vengas. ¡Tienes que venir, Aleksi!

—Por favor, Heikki, ¡dime lo que ocurre!

—¡No encontramos a Sassa!

—¡Qué narices dices! ¿Y el niño? ¿Dónde está Kevään?

—¡Con nosotros! Pero Sassa ha desaparecido. Vente para acá lo antes que puedas.

Todo se trastocó y se interrumpió. Aleksi avisó de inmediato a la dirección del museo y les comentó lo sucedido, que se marchaba a Imatra y que les llamaría en cuanto supiera algo más. Desconocía el alcance o el tiempo que le ocuparía y, temiendo no incorporarse el martes a su trabajo, prefería comunicarlo. No tuvo ningún problema. Es más, le dijeron que se tomara todo el tiempo que necesitase.

El drama que Aleksi se encontró cuando entró en casa fue indescriptible. Nada más verlo, Seija se le abalanzó llorando como una niña. Los pequeños estaban fuera jugando con su cuñado. Cuando reinó un poco la calma, comenzaron las preguntas y los porqués.

—El viernes, cuando vine después de la cena, les expliqué a Seija y a Sassa lo que tú y yo sabíamos. Les conté todo, y lo primero que me preguntó Sassa fue si tú estabas contento de la decisión. Si era así, te respaldaría por completo. Pero comentó que hubiera preferido que hubieras contado con ella desde el primer momento.

—¿Y tú que dijiste?

—Que querías comprobar y asegurarte de que todo fuera lo mejor para ella y el niño, y que después tomaríais la decisión juntos.

—Bien. ¿Cuándo se fue? ¿Se marchó sola? ¿Habéis llamado a la policía?

—Esta mañana, al ver que no bajaba y que tardaba más de lo habitual, hemos entrado en la habitación. Ella no estaba, pero el niño seguía dormido. Entonces te he llamado.

—¿Habéis preguntado a los vecinos por si han visto algo sospechoso o anómalo?

—Sí. No saben nada. Saben que venías y no quieren molestar, pero dicen que si les necesitamos para cualquier cosa, que les llamemos — respondió Seija.

—¿Crees que puede haber sido cosa de mis rastreadores? —preguntó mirando a Heikki.

—No sé, Aleksi. Podría ser, pero no lo creo.

—Creo que lo mejor es que hable con nuestros vecinos primero. Después preguntaremos a otros por si la han visto. Y si no tenemos respuesta, llamaremos a la policía.

—Me parece bien —contestó Seija.

—¿Esperamos a que vuelvas o hablamos con el resto de vecinos?

—¡Sí, esperad! —les dijo.

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15 Fue un antiguo miembro de la policía secreta de Cuba bajo la dictadura de Fulgencio Batista, y más tarde elemento terrorista de la CIA. Estuvo vinculado a la Operación 40 y la invasión de Bahía de Cochinos, en 1961.

16 Nacido en Artemisa, Cuba, tuvo que exiliarse en tiempos de Batista. Regresó a su país y huyó de la revolución de Fidel Castro para volver en el intento de invasión de Bahía Cochinos.

17 Fue señalado por la exagente de la CIA Marita Lorenz como uno de los que dispararon al presidente Kennedy. También muy relacionado con la mafia norteamericana y los cubanos anticastristas.

18 Era un agente contratado por la CIA; cuando le arrestaron portaba material de escucha. Participó en otras operaciones como la Operación 40 o la invasión de Bahía de Cochinos.

19 McCord era también el coordinador de seguridad del Comité para la Reelección del Presidente en la campaña electoral del presidente Nixon.

20 Exclusiva de The New York Times para La Vanguardia. Ver La Vanguardia, viernes 23 de junio de 1972, pág. 22.

21 Acuarela de Kasandra Hyde, con su autorización.

22 Extraído de The Washington Post Co.

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9788419092809
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