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Sugiero que la multiplicidad de regímenes de subjetivación no es un rasgo novedoso de nuestra época. La repetición de parámetros de diferencia —género, raza, clase, edad, sexualidad, entre otros—pueden cumplir una útil función polémica, pero dichos parámetros sólo dan cuenta de los puntos de partida de un análisis de los modos de subjetivación, no de sus conclusiones: estas categorías tienen también su historia y su ubicación al interior de prácticas particulares de la persona. El “cuerpo” no provee una base sólida para una analítica de la subjetivación, precisamente porque las corporalidades son diversas, no unitarias y operan en relación con regímenes particular de saber: las configuraciones del cuerpo humano inscritas en el atlas anatómico no siempre definieron un modo de delimitar el orden vital de los procesos, o de visualizar y actuar sobre los seres humanos. La división binaria del género impone una unificación falaz sobre la diversidad de formas en las cuales somos “sexuados”: como hombres, mujeres, niños, niñas, masculinos, femeninos, pervertidos, homosexuales, lesbianas, seductores, amantes, señoritas, casadas, solteronas. Ninguna teoría de la psique puede brindar la base para una genealogía de la subjetivación precisamente porque la emergencia de dichas teorías ha sido central para el régimen del sí mismo cuyo nacimiento debe ser objeto de nuestras investigaciones. La noción de “intereses” para explicar las posiciones asumidas en las disputas intelectuales y prácticas es inadecuada, porque lo que está involucrado es la creación de los “intereses”, el forjamiento de relaciones novedosas entre el saber y lo político, y la asociación y movilización de fuerzas en torno a ellos. A pesar de que la atención que dirige la psicología crítica a las condiciones de nacimiento y funcionamiento de la disciplina es de gran valor, su foco en el lenguaje y la narrativa, en la subjetivación como materia de las historias que nos contamos acerca de nosotros mismos, resulta, en el mejor de los casos, parcial y, en el peor, equivocada. La subjetivación no debe ser entendida localizándola en un universo de sentido o en un contexto interaccional de narrativas, sino en un complejo de dispositivos, prácticas, maquinaciones y ensamblajes que presuponen e imponen relaciones particulares con nosotros mismos, al interior de los cuales los seres humanos han sido fabricados. De diferentes maneras, éste será el argumento desarrollado en este libro.

Subjetivación: el gobierno y lo psi

Estos estudios emergen en la intersección entre dos preocupaciones que parecen estar intrínsecamente ligadas. La primera de ellas es la historia de la psicología o, más bien, de todas aquellas disciplinas que, desde aproximadamente mediados del siglo XIX, se han designado a sí mismas con el prefijo psi: psicología, psiquiatría, psicoterapia, psicoanálisis. Esto puede parecer perverso o limitante, ya que las disciplinas son, después de todo, sólo un pequeño elemento de la cultura contemporánea, y además poco comprendido por la mayor parte de las personas. Sin duda, en la cultura popular, donde no es motivo de parodia, lo psi es generalmente representado —o mal representado—de un modo que hace que los profesionales y académicos practicantes de las especialidades psi se enfaden con exasperación. Sin embargo, quisiera sugerir que la psicología, en el sentido en que utilizo el término aquí, ha jugado un rol fundamental en crear el tipo de personas que pensamos que somos. La psicología, en ese sentido, no es un cuerpo de teorías y explicaciones abstractas, sino una “tecnología intelectual”, un modo de hacer visible e inteligibles ciertas características de las personas, sus conductas y sus relaciones con otros. Más aún, la psicología es una actividad que no es nunca puramente académica; es una empresa basada en una relación intrínseca entre su lugar en la academia y su lugar como “expertise” (Danziger, 1990). Con expertise se designa la capacidad de la psicología para proporcionar un cuerpo de personas capacitadas y acreditadas que reclaman una competencia especial en la administración de las personas y las relaciones interpersonales, así como también un cuerpo de técnicas y procedimientos que pretenden hacer posible el manejo racional y humano de los recursos humanos en la industria, en las fuerzas armadas y, de manera más general, en la vida social.

En estos ensayos argumento que el crecimiento de las tecnologías psicológicas en Europa y Norte América, desde fines del siglo XIX, está intrínsecamente ligado a las transformaciones en el ejercicio del poder en las democracias liberales contemporáneas. También sugiero que el crecimiento de lo psi ha estado conectado, de un modo importante, a las transformaciones en las formas del ser personas: nuestras concepciones acerca de lo que las personas son y cómo deberíamos entenderlas y actuar respecto de ellas, así como nuestras nociones acerca de lo que cada uno de nosotros es, en sí mismo, y cómo podemos devenir aquello que queremos ser. Para plantear el asunto de este modo me he inspirado en los escritos de Michel Foucault, en la medida que intentan explorar “los juegos de falso y verdadero a través de los cuales el ser se constituye históricamente como experiencia, es decir, como una realidad que puede y debe pensarse a sí misma” (Foucault, 1985: 6-7). Aquí Foucault no se refiere a la experiencia como algo primordial que precedería al pensamiento, sino a “la correlación, dentro de una cultura, entre campos de saber, tipos de normatividad y formas de subjetividad” (ibíd.: 3), y es en un sentido similar que utilizo el término en este libro. Exploro los aspectos de los regímenes de saber a través de los cuales los seres humanos han llegado a reconocerse a sí mismos como cierto tipo de criaturas, las estrategias de regulación y tácticas de acción a las cuales estos regímenes de saber han estado conectados, y las relaciones correlativas que los seres humanos han establecido consigo mismos al tomarse a sí mismos como sujetos. Al realizar esta exploración espero contribuir al tipo de trabajo que Foucault describe como el análisis de “las problematizaciones a través de las cuales el ser se da como una realidad que puede y debe ser pensada por sí misma, y las prácticas a partir de las cuales se forman” (ibíd.: 11).

Desde esta perspectiva, la historia de las disciplinas psi es mucho más que la historia de un grupo particular y sospechoso de ciencias. Es parte de la historia de los modos a través de los cuales los seres humanos han regulado a otros y se han regulado a sí mismos a la luz de ciertos juegos de verdad. Por otra parte, sugiero que este rol regulatorio de lo psi está ligado a las interrogantes por la organización y reorganización del poder político que han sido centrales en el modelamiento de nuestra existencia contemporánea. Esto quiere decir que la historia de lo psi está intrínsecamente ligada a la historia del gobierno. Por gobierno no sólo me refiero a la política, aunque, como se argumentará en los estudios que siguen, el saber, las técnicas, las explicaciones y los expertos psi frecuentemente han entrado en las preocupaciones, deliberaciones y estrategias de los políticos y otros actores directamente vinculados al aparato político del Estado, a los servicios civiles y públicos, a la asistencia social, entre otros, así como a aquellos actores políticamente implicados en la organización de las fuerzas armadas y los asuntos económicos. No obstante, utilizo aquí el término “gobierno” en el sentido más amplio que le ha dado Foucault: gobierno es un modo de conceptualizar todos aquellos programas, estrategias y tácticas más o menos racionalizadas para la “conducción de la conducta”, para actuar sobre las acciones de otros con el fin de alcanzar ciertos fines (Foucault, 1991; véase Rose 1990; Miller & Rose, 1990; Miller & Rose, 1992). En este sentido, podemos hablar del gobierno de un barco, de una familia, de una prisión, de una fábrica, de una colonia y de una nación, tanto como del gobierno de uno mismo.

La perspectiva del gobierno lleva nuestra atención hacia todos aquellos multitudinarios programas, propuestas y políticas que han intentado modelar las conductas de los individuos, no sólo para controlarlas, someterlas, disciplinarlas, normalizarlas o reformarlas, sino también para volverlas más inteligentes, sabias, felices, virtuosas, sanas, productivas, dóciles, emprendedoras, satisfactorias, aumentadoras de la autoestima, empoderadoras. Como quiera que sea, nos ayuda a liberarnos de la profundamente engañosa perspectiva de que debemos entender las prácticas normativas que han modelado nuestro presente de acuerdo con los términos del aparato político del Estado. El Estado y lo político son relocalizados como zonas en desplazamiento para la coordinación, codificación y legitimación de algunas de las complejas y diversas gamas de prácticas para el gobierno de la conducta que existen en un tiempo y espacio particular. En las prácticas de gobierno de la conducta, desde las de la seguridad social hasta las de la administración industrial, desde las de la higiene social e individual hasta las del trabajo social enfocado en la familia, abundan las autoridades cuyos poderes se basan en un entrenamiento profesional y en la posesión de modos esotéricos de entender y actuar sobre la conducta basados en códigos de saber y afirmaciones de poseer una sabiduría especial. Esta perspectiva, entonces, dirige nuestra atención al rol del saber en la conducción contemporánea de la conducta, donde cualquier intento legítimo de actuar sobre esta última requiere incorporar algún modo de entender, clasificar y calcular, por lo que debe articularse en términos de un sistema de pensamiento y de juicio más o menos explícito. Esto también enfatiza el hecho de que, en la historia de las relaciones de poder en los regímenes liberales y democráticos, el gobierno de los otros siempre ha estado vinculado a una cierta manera de comandar a los individuos “libres” a que se gobiernen a sí mismos como sujetos simultáneamente libres y responsables: prudentes, sobrios, constantes, ajustados, autorrealizados, etc.

En consecuencia, la historia de la psicología en las sociedades liberales converge con la historia del gobierno liberal. En los estudios que siguen examinaré las formas en que estas vías se entremezclan, las formas en que el desarrollo, trasformación y proliferación histórica de lo psi ha estado ligado a las transformaciones en las racionalidades del gobierno y a las tecnologías inventadas para gobernar la conducta. En un sentido, los expertos de la psicología han tenido un rol en la historia que no es único. Se puede rastrear también el rol jugado por toda una variedad de otros “especialistas” en el modelamiento de los modos en que los seres humanos han llegado a experimentarse a sí mismos: abogados, economistas, contadores, sociólogos, antropólogos, cientistas políticos. De hecho, todos los expertos de las ciencias humanas, incluyendo, por ejemplo, aquellos que han estudiado la conducta animal, la fisiología, la demografía, la epidemiología y la geografía humana, indudablemente han jugado un rol en el establecimiento de estas prácticas de reconocimiento. Sin embargo, en otro sentido, o al menos eso sostendré, durante el siglo XX los expertos psi han alcanzado cierta posición privilegiada, ya que son ellos quienes afirman comprender las determinaciones internas de la conducta humana, así como también quienes aseguran tener la habilidad para proveer el abordaje apropiado, en términos de saberes, juicios y técnicas, para los poderes de los expertos de la conducta, dondequiera que dichos poderes sean ejercidos.

De esta manera, los estudios que siguen son investigaciones acerca de los modos en que las personas han sido inventadas o “confeccionadas”, como lo ha llamado Ian Hacking, en la multitud de puntos de intersección entre las prácticas de gobierno de los otros y las técnicas de gobierno de uno mismo (cf. Hacking, 1986). Estos estudios avanzan la tesis de que el crecimiento de las tecnologías intelectuales y las prácticas de lo psi está intrínsecamente ligado a las transformaciones en las prácticas de la “conducción de la conducta” que han sido reunidas en las democracias liberales contemporáneas. Por supuesto que la historia de las ciencias psi no puede ser reducida a sus capacidades para volver al ser humano gobernable; el complejo y heterogéneo proceso de formación y reforma de las disciplinas y sistemas de pensamiento no tiene necesariamente aspiraciones reguladoras, ya sea como meta consciente o como determinante encubierto. Sin embargo, sugiero que esta historia no es inteligible sin tomar en consideración las relaciones complejas entre los problemas de gobernabilidad y la invención, estabilización e institucionalización de los saberes psi. En este proceso, nuevas configuraciones han sido dadas, no sólo a la naturaleza de la autoridad y a las relaciones que dichas autoridades tienen con sus sujetos, sino también a nuestras relaciones con nosotros mismos. En particular, sugiero que las novedosas formas de gobierno que han sido inventadas en tantas naciones “posasistencialistas” hacia fines del siglo XX, han llegado a depender, tal vez como nunca antes, de la instrumentalización de las capacidades y propiedades de los “sujetos de gobierno”, por lo que no pueden ser comprendidas sin abordar estas nuevas maneras de entender y actuar sobre nosotros mismos y sobre otros en tanto sí mismos “libres de elegir”.

Sostener que lo psi ha jugado un papel constitutivo en las prácticas de subjetivación que son vitales para la gobernabilidad de la democracia liberal no es, por supuesto, sugerir que los psicólogos, psiquiatras y las tecnologías psi no jugaron ningún papel en las estrategias autoritarias de gobierno. Las instituciones reformatorias del siglo XIX, que brindaron condiciones claves para el nacimiento de lo psi, fueron elementos vitales en las estrategias gubernamentales que vieron en la inculcación obligatoria de la disciplina en cada ciudadano una condición subjetiva necesaria para el establecimiento de la libertad (Foucault, 1977; Rose, 1993). A fines del siglo XIX y comienzos del XX, en Gran Bretaña y Estados Unidos, la expertise psi estuvo intrínsecamente ligada a las estrategias eugenésicas en las cuales la libertad de la mayoría debía ser salvaguardada a través de la constricción coercitiva de las capacidades reproductivas, la libertad de movimiento e, incluso, la vida de todos aquellos que pudieran amenazar el bienestar de la raza (he discutido la eugenesia en extenso en Rose, 1985). De manera más clara, en la Alemania nazi y la Unión Soviética, así como en los Estados comunistas de Europa del Este, la expertise psicológica y psiquiátrica fue ciertamente exhortada a tomar parte en la regulación de los individuos y las poblaciones.

Un grupo de excelentes estudios acerca de la historia de la psicología en la Alemania nazi han iluminado estas relaciones (Ash, 1995; Cocks, 1985; Geuter, 1992). Por ejemplo, las teorías psicológicas claves de la personalidad fueron revisadas para ajustarse a la teoría racial. La psicología militar alemana floreció hasta 1941, desplegando principalmente una forma de “caracterología” para evaluar la inteligencia, el carácter, la fuerza de voluntad y la capacidad de mando de potenciales oficiales. Por razones que aún no están claras, esta psicología militar fue desmantelada en 1942. Los poderes de lo psi en la escuela, el tribunal, la fábrica y otros dominios institucionales afines, habían sido, en efecto, debilitados antes de la emergencia del nazismo. La difusión de las tecnologías de cuantificación y de medida de las capacidades humanas, tan significativas en Gran Bretaña y Estados Unidos, fue limitada por el éxito de aquellos que sostenían métodos que abordaban los sentimientos, la voluntad y la experiencia: métodos como el análisis de la escritura manuscrita, que no trataba al individuo como algo meramente mensurable y aprehensible en números, sino que más bien diagnosticaba sus poderes internos y los principios estructurales del alma humana. Después de 1941 la burocracia de la guerra y la exterminación masiva prosiguieron sin demasiada utilización de las afirmaciones de verdad de las psicociencias o de aquellos que las profesaban (Geuter, 1992). La psiquiatría del período nazi estuvo inserta en la lucha contra los enemigos biológicos de la raza: un proyecto en el cual todos aquellos que eran considerados con enfermedades mentales severas, incurables o congénitas, fueron singularizados, excluidos, esterilizados y finalmente exterminados. De manera bastante sorprendente, durante el nazismo a la psicoterapia le fue asignada un papel en el alivio del malestar de los miembros de la Volksgemeinschaft alemana, pero no fue una tecnología ampliamente desplegada para la regulación de la conducta o la subjetividad (Cocks, 1985). De este modo, las relaciones entre el gobierno nazi y lo psi fueron complejas y ambivalentes. Geuter concluye que, mientras muchos psicólogos intentaron insertar su disciplina en los servicios de los órganos de dominación nazi, la psicología contribuyó poco a la estabilización de dicha dominación: su rol en la selección de oficiales para la Wehrmacht no fue necesaria ni particularmente significativa, no estuvo sistemáticamente involucrada en el desarrollo de propaganda oficial y no hay información acerca de la utilización de psicólogos por parte de los nazis y las SS en la persecución, tortura o asesinato (Geuter, 1992). Aunque la participación institucional de lo psi durante el período nazi otorgó ciertas condiciones claves para su posterior profesionalización, el dominio nazi no pareció requerir de una expertise neutral, racional y técnica de la subjetividad.

Las disciplinas psi también jugaron un rol en los Estados comunistas. El rol de la psiquiatría en el confinamiento de los disidentes políticos en la Unión Soviética desde fines de la década de 1930 en adelante es bien conocido (Bloch & Redaway, 1977; United States Congress, 1973). Este fue, no obstante, sólo un elemento al interior de un set de estrategias puestas en funcionamiento después de la Revolución Bolchevique, que buscó desplegar la psiquiatría por todo el territorio social intentando prevenir enfermedades mentales y utilizar tácticas reeducativas con el fin de devolver a los ciudadanos inadaptados a la normalidad social y la productividad industrial. Otros estudios sobre la psicología soviética han sugerido que, en ciertos momentos históricos, las disciplinas psi fueron significativas en la regulación de la conducta de un nuevo ciudadano soviético, ya fuere como niños en edad escolar, como trabajadores o como un miembro perturbado de la sociedad (Wortis, 1950; Bauer, 1952; Rollins, 1972; Kozulin, 1984; Joravsky, 1989; para la historia interna de la psicología soviética, véase Cole & Maltzman, 1969). Al nuevo ciudadano comunista se le asignó una subjetividad particular, y esta subjetividad estaba conectada de manera clave al desarrollo y despliegue de lo psi. Por ejemplo, la psicotecnia fue utilizada en la industria en las décadas de 1920 y 1930, y el Congreso Internacional de Psicotecnia de 1931 fue realizado en la

Unión Soviética, aunque enfatizando la distinción entre una psicotecnia burguesa, basada en la premisa de la inmutabilidad de las habilidades y diseñada para perpetuar el orden de las clases y la opresión de las minorías, y una psicotecnia soviética, que situaba el énfasis en las técnicas de entrenamiento que pudieran moldear y remodelar al trabajador para que llegara a cumplir con las exigencias de un trabajador especializado en la expansión de la economía (Bauer, 1952). Más aún, la expertise psicológica fue ampliamente utilizada al servicio de la pedagogía progresista para modelar las prácticas educativas y para la evaluación de los pupilos. En el mismo período, el estudio de las actitudes floreció brevemente y los tests psicológicos fueron ocupados para la selección de oficiales en el Ejército Rojo.

En la segunda mitad de la década de 1930, casi todas estas estrategias psi para el gobierno del factor humano fueron detenidas. Un decreto de 1936 del Comité Central del Partido Comunista abolió la pedagogía: la sala de clases debía ahora ser gobernada de acuerdo a un régimen de disciplina militar, formación de hábitos e instrucción jerárquica (Kozulin, 1984). La evaluación psicológica a través de tests en la Unión Soviética fue prohibida: los tests fueron catalogados como instrumentos burgueses reaccionarios diseñados para perpetuar las estructuras de clase y como contrarios a los principios de la reeducación, que era central en la práctica de la reconstrucción socialista (Bauer, 1952). Del mismo modo, se declaró que los cuestionarios actitudinales que concernían a las perspectivas políticas del sujeto, o que “sondeaban en el lado más profundo e íntimo de la vida, debían ser categóricamente prohibidos” (ibíd.: 111). Aunque después de la Segunda Guerra Mundial hubo sin duda un renacimiento de la psicología, el rol gubernamental de la expertise psi en las naciones comunistas durante la postguerra aún debe ser analizado. De los pocos estudios detallados de los aparatos locales del partido que están disponibles, hay poca evidencia de que los expertos psi fueron de mucha importancia en las relaciones “pastorales” entre las burocracias del Partido Comunista, a través de las cuales la vida cotidiana era regulada en los antiguos Estados comunistas de Europa del Este en el período que precedió a su colapso (Horvath & Szakolczai, 1992).

Si no discuto estas relaciones entre la gubernamentalidad no-li-beral y lo psi en estos ensayos, no es porque las considere insignificantes. Ciertamente no pretendo argumentar que los saberes y técnicas psi tienen necesariamente alguna simpatía o destino político, y menos aún uno liberal. El argumento que sigue tiene un alcance más limitado, pero que puede ser de mayor utilidad para entender los dilemas políticos y éticos que emergen hoy como eslóganes de la libertad y la autonomía a través de Europa Central y del Este, China y otras regiones que están en proceso de apertura a la penetración de la economía de libre mercado, las políticas culturales anticolectivistas y las tecnologías del consumo. Lo que deseo mostrar en estos estudios es que, en un período histórico y en un ámbito de dispersión geográfica particular y limitado, los lenguajes, las técnicas, las formas de expertise y los modos de subjetivación constitutivos de las democracias liberales modernas —ciertamente, del significado mismo de la vida—, han sido posibles y han sido moldeados por los modos de pensar y actuar que he denominado psi. De manera más decisiva, sugiero que lo psi se ha insertado en la forma y el carácter de lo que en nuestra política y nuestra ética tomamos por libertad, autonomía y elección, ya que, en el proceso, la libertad ha asumido una inevitable forma subjetiva.

Por lo tanto, y de manera más general, lo que está en juego en estos análisis es nada menos que la propia libertad: la libertad como ha sido articulada en normas y principios para organizar nuestra experiencia del mundo y de nosotros mismos, la libertad como se realiza en ciertas formas de ejercer poder sobre los demás, la libertad como ha sido expresada en ciertos fundamentos para practicar la relación con nosotros mismos (cf. Rose, 1993). ¿Cómo hemos llegado a definirnos, y a actuar hacia nosotros mismos, en términos de una cierta noción de libertad? ¿Cómo ha proporcionado la libertad el fundamento para todo tipo de intervenciones coercitivas en las vidas de quienes son vistos como desprovistos de libertad o como siendo, ellos mismos, una amenaza para la libertad: los pobres, los sin hogar, los locos, los peligrosos o los vulnerables? ¿Cuáles son las relaciones entre las racionalidades y técnicas de gobierno que han intentado justificarse a sí mismas en términos de libertad, y aquellas prácticas del sí mismo reguladas por normas de libertad?

Estos estudios sugieren que al menos una de las características centrales de la emergencia de este régimen contemporáneo del individuo libre, y de las racionalidades políticas del liberalismo para las cuales la libertad es tan preciada, ha sido la invención de una gama de tecnologías psi para gobernar a los individuos en función de su libertad. La importancia del liberalismo como ethos de gobierno más que como filosofía política no radica, por tanto, en el hecho de que reconoció, definió o defendió primero la libertad como un derecho de todos los ciudadanos. Su significación, más bien, es que por primera vez las artes de gobierno fueron sistemáticamente vinculadas a la práctica de la libertad y, por extensión, a las características de los seres humanos como potenciales sujetos de la libertad. Desde este punto en adelante, para citar a John Rajchman, los individuos “deben querer hacer su parte en el mantenimiento de los sistemas que los definen y delimitan, deben jugar su rol en un ‘juego’ cuya inteligibilidad y límites dan por supuestos” (Rajchman, 1991: 101). Las formas de libertad que habitamos hoy están intrínsecamente ligadas a un régimen de subjetivación en el cual los sujetos no son meramente “libres de elegir”, sino obligados a ser libres, a comprender y a poner en práctica sus vidas en términos de elección en condiciones que limitan sistemáticamente las capacidades de tantos para dar forma a su propio destino. Los seres humanos deben interpretar su pasado y soñar su futuro como resultado de decisiones personales tomadas o de decisiones aún por tomar, aunque sea en un estrecho rango de posibilidades cuyas restricciones son difíciles de discernir porque forman el horizonte de lo que es pensable. Sus decisiones son vistas, a la vez, como la realización de los atributos de ese sí mismo que puede elegir —expresiones de su personalidad— y el son reflejo del individuo que las ha tomado. La práctica de la libertad aparece solamente como la posibilidad de la máxima autorrealización del individuo activo y autónomo.

Mientras que en el siglo XIX la psicología inventó al individuo normal, en la primera mitad del siglo XX fue la disciplina de la persona social. Hoy, los psicólogos elaboran complejas técnicas emocionales, interpersonales y organizacionales a través de las cuales las prácticas de la vida cotidiana pueden ser organizadas en función de una ética del sí mismo autónomo. Correlativamente, la libertad ha llegado a significar la realización de los potenciales del sí mismo psicológico en, y a través de, actividades mundanas de la vida cotidiana. Aquí, la significación de la psicología es la elaboración de un saber-hacer de este individuo autónomo que lucha por autorrealizarse. Así, la psicología ha participado en la remodelación de las prácticas de aquellos que ejercen autoridad sobre otros —trabajadores sociales, gerentes, profesores, enfermeros—, alimentando y dirigiendo estas luchas individuales de las formas más apropiadas y productivas. La psicología inventó aquello que podemos llamar terapias de la normalidad o psicologías de la vida cotidiana, las pedagogías de la autorrealización diseminadas en los medios de comunicación masivos que traducen los enigmáticos deseos e insatisfacciones del individuo en formas precisas de inspeccionarse a sí mismo, de considerarse a sí mismo y de trabajar sobre sí mismo para alcanzar el potencial propio, ser felices y ejercer la autonomía. También dio origen a una gama de psicoterapias que buscan permitir a los seres humanos vivir como individuos libres subordinándose a una forma de autoridad terapéutica: para vivir como un individuo autónomo debes aprender nuevas técnicas para comprenderte y actuar sobre ti mismo. Así, la libertad es puesta en acto sólo al precio de confiar en los expertos del alma. Hemos sido librados de las prescripciones arbitrarias de las autoridades religiosas y políticas, permitiendo con ello una gama de diferentes respuestas a la pregunta por cómo debemos vivir, pero hemos sido atados a una relación con nuevas autoridades que son más profundamente subjetivantes en cuanto parecen emanar de nuestros deseos individuales de satisfacernos a nosotros mismos en nuestra cotidianidad, de construir nuestras personalidades, de descubrir quiénes somos realmente. A través de estas transformaciones hemos “inventado nuestros sí mismos”, con todos los ambiguos costos y beneficios que esta invención ha implicado.

La estructura de este libro

¿Cómo debería hacerse la historia del sí mismo? En el primer capítulo de este libro sostengo que no deberíamos responder esta pregunta escribiendo una historia de la persona donde la individualidad y el individualismo funcionen como eventos claves en una transición a la “modernidad”, ni donde nuestro estado actual represente el momento de una transformación histórica fundamental similar en la forma del ser persona. Más bien, sugiero una aproximación que denomino “genealogía de la subjetivación”, una genealogía de nuestro moderno régimen del sí mismo —de nuestra “relación con nosotros mismos”—que toma la interiorizada, totalizada y psicologizada comprensión de lo que significa ser humano, como el lugar de un problema histórico. Propongo una aproximación a la analítica de esta relación con nosotros mismos que se enfoque en las prácticas al interior de las cuales los seres humanos han sido abordados y localizados. Esta analítica avanza a través de una serie de vías ligadas entre sí: problematizaciones, tecnologías, autoridades, teleologías y estrategias. Sostengo que los regímenes de subjetivación son heterogéneos y que esta heterogeneidad es significativa en relación a sus modos de funcionamiento. La heterogeneidad y la incrustación práctica de los regímenes de subjetivación nos permiten dar cuenta de la omnipresencia del conflicto, la agencia y la resistencia sin postular alguna subjetividad o deseo esencial. También hago algunas sugerencias sobre cómo una genealogía de la subjetivación puede conceptualizar el material humano sobre el cual la historia escribe, proponiendo algunos elementos de una mínima, débil o delgada concepción del ser humano.

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9789569441523
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