Читать книгу: «Éramos iglesia… en medio del pueblo. El legado de los Cristianos por el Socialismo en Chile 1971-1973»

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Historia A cargo de esta colección: Julio Pinto Vallejos


© LOM Ediciones Primera edición en Chile, septiembre de 2019 Impreso en 1000 ejemplares ISBN IMPRESO: 978-956-00-1217-3 ISBN DIGITAL: 978-956-00-1344-6 RPI: 307.313 Este trabajo de investigación contó con el apoyo de: Bé-Ruys-Fonds, Christen für den Sozialismus / BRD, Heiner u. Ilsegret Fink, Hartmut Käberich Las publicaciones del área de Ciencias Sociales y Humanas de LOM ediciones han sido sometidas a referato externo. Diagramación, diseño y correcciones LOM ediciones. Concha y Toro 23, Santiago Teléfono: (56-2) 2860 68 00 lom@lom.cl | www.lom.cl Tipografía: Karmina Impreso en los talleres de LOM Miguel de Atero 2888, Quinta Normal Impreso en Santiago de Chile

Índice

  Prólogo

  Introducción

  1. Historial

  2. Cómo comenzó todo: los primeros pasos

  3. 1971: del Grupo de los 80 a la oficina de los Cristianos por el Socialismo

  4. Actividades y acontecimientos en 1971

  5. El año 1972: el viaje a Cuba

  6. El primer encuentro de los Cristianos por el Socialismo

  7. El Grupo de los 2001

  8. Desabastecimientos y ayunos: la segunda mitad de 1972

  9. El Encuentro Nacional en la primavera de 1972

  10. Las discusiones políticas de los Cristianos por el Socialismo: entre Democracia Cristiana, Movimiento de Izquierda Revolucionaria y Chuquicamata

  11. Las elecciones de marzo de 1973 y la discusión sobre el sistema educativo

  12. El tiempo hasta el golpe

  13. El golpe

  14. Epílogo

  Anexo documental

  Anexo Fotográfico

  Bibliografía

Prólogo

Después de una lucha los vencedores suelen dar por hecho que una historia ha terminado –y por eso escriben que ya no hay nada más que decir–. De manera semejante, la Iglesia y la gente de derechas han cerrado como con una lápida el tema de los «cristianos por el socialismo», o han vuelto a escribir la historia del movimiento que llevaba ese nombre de acuerdo con sus propios intereses. Este libro se propone devolver a la actualidad el historial de los Cristianos por el Socialismo (CPS) escribiendo esa historia con narraciones escuchadas «en la base». Michael se ha dado maña para entrevistar en Chile a cristianas y cristianos de izquierda. Ahora les dedica el presente libro contando lo que les oyó decir de sus experiencias. Partiendo de relatos individuales, narra así la historia de muchos y muchas que participaron durante los años 70 en la construcción del socialismo en Chile. Es un libro fascinante y rico en conocimientos que destaca los hechos sobre el trasfondo de una teología de la liberación, en vez de alinearlos sin más el uno junto al otro, como lo hacen a menudo las y los historiadores. Se advierte la empatía y parcialidad con la que conduce las entrevistas y las enmarca en el contexto histórico de la caminata-país que inició Salvador Allende.

Este libro es un intento por documentar que ya entonces había gente convencida de que tomar parte activa en la construcción y creación de una sociedad mejor es obligación de todo cristiano. Por ello no es sólo una descripción de luchas pasadas, sino una guía que nos devuelve a la actualidad y nos conduce al porvenir. Primero, porque no sólo nos recuerda retazos dolorosos de nuestra propia historia –como el golpe de Augusto Pinochet–, sino también hermosas escenas de la caminata social que comenzó con Salvador Allende y la Unidad Popular, un hecho que hoy nos devuelve el ánimo. Una sociedad distinta fue posible entonces y sigue siéndolo aún hoy. Además, como cristiano de izquierda, Michael logra exponer los desafíos, las discusiones y las ideas políticas de los CPS de manera tal que se tornan asombrosamente actuales y pueden sernos útiles a los cristianos y cristianas de izquierda en las controversias actuales. Entre estas cabe mencionar las que se refieren a las relaciones entre un movimiento –o la Iglesia– con un partido, entre la política de vanguardia y el trabajo en la base, entre violencia y no-violencia, entre radicalidad y reformismo. Como Michael conecta repetidas veces estas grandes orientaciones con los procesos sociales reflejados en las entrevistas, los mensajes que se esconden a menudo en las sobrias descripciones biográficas se vuelven apremiantes y cautivadores. A los teólogos y teólogas les gustaría decir que tienen «un toque profético».

Este libro deja en claro que no ha de subestimarse la aportación de muchas cristianas y cristianos a los procesos revolucionarios y que la Iglesia debe entenderse como la comunidad de todos aquellos que ponen su vida al servicio del mensaje de Cristo sobre la vida y la justicia para todos y están dispuestos a dar su vida por él –pues ellos y ellas son iglesia y no solo la institución y la jerarquía. Este libro renueva el mensaje tan central de Camilo Torres: «El deber de cada cristiano es ser revolucionario; el deber de todo revolucionario es hacer la revolución».

P.S.: Si este mensaje es opio del pueblo, entonces somos drogadictos.

Tus hijos y compañeros

Tomás y Anna-María

Introducción

No fue un interés académico el que estuvo en el origen de este trabajo sobre los Cristianos por el Socialismo en Chile entre los años 1971 y 1973. Soy un teólogo alemán que empezó a estudiar teología al comienzo de los años ochenta y entró rápidamente en contacto con América Latina en la universidad Wilhelms de Westfalia, en Münster. En la universidad estuve en contacto con estudiantes de Brasil y conocí la teología de la liberación en América Central: Guatemala, El Salvador –y por supuesto Nicaragua–. Münster era un lugar donde se iniciaron y desarrollaron muchas iniciativas de solidaridad con las víctimas y luchadores de Chile, los exiliados. Había una parroquia de estudiantes, la KSG (Comunidad Católica de Estudiantes), que trabajaba en ello sin interrupción. Allí se tradujo al alemán la antigua revista de la Vicaría de la Solidaridad, se la distribuyó en toda República Federal y se organizaron colectas y otras actividades en apoyo al trabajo político, sobre todo en relación con los derechos humanos.

Había también en Münster un grupo de «Cristianos por el Socialismo/RFA». Organizábamos discusiones políticas en la universidad, participábamos en el movimiento por la paz, en el movimiento internacionalista y en el movimiento contra los reactores nucleares. Algunos estudiantes militaban en partidos de izquierda. En 1998 organizamos aquí en Münster un congreso: «25 años de neoliberalismo en Chile – ¡Abajo Pinochet!». Vinieron más de 500 personas, y muchas de Chile, entre las cuales Manuel Cabieses, Luis Vitale, Rafael Agacino, Fabiola Letelier, Isabel Cárcamo, Marcel Claude, Tomás Moulian, Iván Saldías Barros, José Bengoa, y también Pablo Richard y Franz Hinkelammert de Costa Rica. El día de la apertura del congreso nos llegó la buena noticia del encarcelamiento de Pinochet en Londres… Les debemos mucho a nuestros amigos de Chile y de otros países latinoamericanos: teoría y práctica de izquierdas, solidaridad, aguante, decisión, amistades.

Hace algunos años caí en la cuenta de que quienes vivíamos, trabajábamos y luchábamos bajo el nombre de «Cristianos por el Socialismo», no sabíamos nada de la historia del movimiento en Chile. Mi punto de referencia eran los años 80, el tiempo de la resistencia contra la dictadura. Los CPS existían ya durante la Unidad Popular, y su declinación coincidió con la de ella. El único libro que entonces conocía, el de Pablo Richard, publicado en 1976: «Cristianos por el Socialismo. Historia y documentación», no daba ningún nombre, por razones obvias, y había sido escrito todavía bajo la impresión del golpe. Se conocían algunos nombres, por cierto, como los de Gonzalo Arroyo, Sergio Torres o Diego Irarrázaval. Pero ninguno de ellos había escrito nunca nada sobre los CPS, ni sus experiencias ni su evaluación del movimiento. Como si el trauma de la derrota, del golpe, del exilio y también de los encarcelamientos, torturas y asesinatos estuviera pesando todavía después de tan largo tiempo. Así pues, el 2015 desarrollé la idea de hacer un proyecto de historia de los CPS. Mis compañeras y compañeros alemanes apoyaron inmediatamente la idea y me alentaron a realizarla. Viajé entonces a Chile y me puse a buscar huellas y vestigios. Mi primer hallazgo tuvo lugar en el jardín de mi amigo Ivan Saldías Barros, que había vivido en Alemania en el exilio durante años con toda su familia. Allí hablé largo con Ricardo Frodden sobre su amigo el sacerdote Antonio Llidó, detenido y desaparecido hasta el día de hoy. Luego con Hugo Villela y Tomás Moulian, con Mario Carcés y Hernán Leemrijse. En 2016, con Martín Gárate, Diego Irarrázaval, Mauricio Laborde, Antonio Lagos, Sergio Torres y Mariano Puga, con Juana Ramírez, Alicia Cáceres, Sonia Bravo y Oscar Jiménez. Fueron en total unas treinta horas de conversación. Cada entrevista ampliaba el horizonte y hacía que la imagen de los CPS se volviera cada vez más clara, nítida y valiosa. A las entrevistas se agregó el estudio del archivo de Gonzalo Arroyo que se conserva en el Centro Teológico Manuel Larraín de la Universidad Católica de Chile y el archivo privado de Sergio Torres, con trabajos, declaraciones, artículos, cartas circulares, etc., que él puso a mi disposición.

Pienso que la práctica y las reflexiones de los CPS siguen siendo importantes aún hoy. Importantes por cierto en primer lugar para los cristianos y cristianas que andan en busca de un mundo mejor, pero también tal vez para una izquierda que no sabe qué hacer con la religión y el cristianismo y que posiblemente se llene de asombro ante la decisión y radicalidad de esa gente («radical» viene de radix = enraizado en la tierra, firme, constante).

Al mencionar especialmente a algunas personas, se corre el riesgo de omitir a otras. De todas maneras quisiera agregar aquí algunos nombres: el sacerdote CPS Antonio Lagos, de Pudahuel, y su comunidad. Ellos nos compartieron sus recuerdos, sus penas y esperanzas todavía actuales. También Luis, Janet y Hernán, con quienes pude hablar en Valparaíso, me dejaron una impresión personal intensa de la historia pasada y presente de un cristianismo luchador, a menudo extenuado, pero por último siempre gozoso en la esperanza. Quisiera mencionar también a mi amiga Juana Ramírez. Salió de su congregación religiosa el 12 de septiembre de 1973 porque esta no quiso estar a la altura de los desafíos derivados del golpe. Juana es una luchadora, una luchadora alegre, y como tal una de las verdaderas religiosas en la Iglesia Católica, de las cuales no hay muchas.

Quisiera recordar también a Martín Gárate, antiguo secretario general de los CPS, a Alicia Cáceres de La Victoria, quien hablaba de sí misma como obviamente «cristiana por el socialismo», y a Marisol Muñoz, que transcribió muchas de estas entrevistas. Las tres personas recién mencionadas han muerto durante la elaboración de este libro. De Marisol alcancé a saber que su trabajo de transcripción de las entrevistas le dio la alegría de recordar que el cristianismo también puede ser una historia de confiabilidad, humanidad y compromiso social.

Quisiera agradecer también al Centro Ecuménico Diego de Medellín y a Raúl Rosales por la cooperación y antigua amistad. Por último, agradezco al co-fundador de los CPS, Hernán Leemrijse, quien me ha apoyado siempre y a Mauricio Laborde que pertenece también a la primera generación de CPS, quien me ayudó con sus conversaciones, pero además con la transcripción de muchas entrevistas. Un reconocimiento especial a mi amigo Manuel Ossa quien, con gran sensibilidad y entusiasmo, realizó la traducción del libro. Sin su generosa disponibilidad, el libro no hubiera podido publicarse en Chile.

Queda todavía por aclarar por qué mis hijos han escrito el prólogo de este libro –prólogo que para mí es muy valioso–. Ambos estudian en la universidad, son activistas políticos y tienen una mirada crítica –y con buenas razones– sobre la Iglesia en sus condiciones actuales. Por esto me era importante conocer la opinión de ambos sobre esta parte de la historia de Chile y sobre el sentido o sinsentido de la presente investigación. Ambos me han apoyado con sus intervenciones críticas y sus valoraciones políticas en las traducciones. Anna-María participó en varias de las conversaciones de 2016 en Chile, interviniendo en ellas con sus preguntas a partir de sus propios conocimientos y de su experiencia personal de trabajo en La Legua. Su juicio es importante para mí y me llena de esperanza.

1. Historial

El historial de un tema se refiere a sus antecedentes. El historiador relata hechos del pasado que sucedieron en un futuro en relación con sus antecedentes. Pero nada indica que los hechos de que trata el historiador estuvieran prefigurados en esos antecedentes. Nunca la historia se deriva necesariamente de acontecimientos históricos anteriores. Pero estos acontecimientos pueden poner algunas condiciones para que algo suceda, pues establecen determinadas posibilidades. En otras palabras: en tiempos de la Unidad Popular y de la aparición de los Cristianos por el Socialismo –en adelante CPS– había algunos movimientos históricos que favorecieron el surgimiento de este movimiento, y esto aún en circunstancias previas que no hacían prever para nada la configuración de un grupo de CPS. Nos referimos en particular a tres antecedentes: 1.- El desarrollo de la Iglesia chilena tras la separación de la Iglesia y del Estado en 1925, hecho típico de no pocos países latinoamericanos; 2.- la situación económica de Chile en los años 60 y la fundación de la Democracia Cristiana en 1957, luego su crisis y su división, con la fundación de varios partidos, primero el MAPU, luego la división de este, más tarde la fundación de la Izquierda Cristiana (IC); y por último; 3.- el gran acontecimiento de reforma de la Iglesia Católica que fue el II Concilio Vaticano en 1963-65, o mejor, el pacto de las Catacumbas y la Conferencia de obispos latinoamericanos en Medellín en 1968.

1.1. La Iglesia chilena: separación de la Iglesia y el Estado

A comienzos del siglo pasado en Europa la secularización había llevado a la Iglesia Católica a un integrismo y antimodernismo masivo, por un lado, y al desarrollo de la doctrina social de la Iglesia, por otro. Dos intereses estaban detrás de ello: primero la consolidación y el fortalecimiento de la Iglesia Católica desde adentro, y segundo el mantenimiento del poder social hacia fuera, frente a la secularización y al nacimiento del movimiento obrero. El desarrollo eclesiástico fue semejante al europeo en algunos países de América Latina como el Uruguay, Brasil, de alguna manera México o también Chile. La separación de Iglesia y Estado consumada en 1925 traía consigo para la Iglesia Católica una considerable pérdida de poder, situándose como la última y lógica consecuencia institucional de la lucha por la independencia del poder colonial español (1810-1820) y de la Ilustración liberal-burguesa que había acompañado el nacimiento del nuevo Estado. Esta pérdida de poder ponía a la Iglesia ante nuevos desafíos. La reacción de la Iglesia ante ello tiene que ver mucho más con la necesaria reestructuración y el mantenimiento del poder social, que con el «el bien del pueblo»1 relevado por una historiadora alemana. Después de haber roto, al menos formalmente, con la alianza poco santa entre el trono y el altar, la Iglesia debía desarrollar por primera vez en su historia una estrategia propia para anclarse socialmente, pues hasta el momento había estado claramente ligada a la oligarquía y se hacía presente sobre todo en la zona central2. En 1960, con 7,2 millones de habitantes, había sólo 549 parroquias, concentradas mayoritariamente en las ciudades y con pocos sacerdotes en los barrios pobres3. Pero la Iglesia no se sentía afectada institucionalmente sólo por la separación del Estado, sino también en lo social por el nacimiento de Partido Socialista de Chile –hecho inquietante para ella desde su perspectiva– cuyo candidato presidencial ganó en 1932 un considerable 18% de los votos. En ese tiempo ya estaba sindicalizado un 5% de los trabajadores. La reacción de la Iglesia chilena ante el surgimiento del movimiento obrero socialista y comunista fue semejante a la europea: por el lado ideológico, con la doctrina social católica (cristianismo social) y ante la Ilustración burguesa, con el antimodernismo. En la práctica promovía la formación de intelectuales católicos (laicos, por primera vez en la historia de la Iglesia), por ejemplo con la Acción Católica y la inversión en colegios propios, con el objetivo de fortalecer o mantener su posición de poder y contrarrestar la laicización anticatólica de los países.

Este es el contexto histórico ambivalente y contradictorio del origen de muchas organizaciones e instituciones de la Iglesia Católica en la primera mitad del siglo pasado de las que se esperaba la conformación de grupos de intelectuales católicos. Andrea Botto4 escribe sobre el punto que en ese tiempo se crearon, por ejemplo, las Semanas Sociales (encuentros de intelectuales católicos, empresarios y obreros), los Círculos de Estudio, donde se trataba de darle una sólida formación a una «élite dirigente». En ese tiempo se funda también la ANEC (Asociación Nacional de Estudiantes Católicos) –pensada explícitamente como antagonista de la FECh (Federación de Estudiantes de Chile)– y la Acción Católica5. En 1943 se fundó la JOC (Juventud Obrera Católica) con el apoyo del cardenal José María Caro. En la Universidad Católica de Santiago se agregaron seis nuevas Facultades entre 1920 y 1953 (Arquitectura, Economía, Filosofía, Pedagogía, Medicina, Ingeniería y Teología) y cuatro escuelas (Servicio Social, Enfermería, Ciencias Biológicas y Artes Plásticas), además del Club Deportivo y el Hospital.

Totalmente al revés de como se podía pensar, el mantenimiento del poder de la Iglesia (como aparato espiritual clerical y jerárquico) y la guarda de las relaciones sociales (en particular el vínculo con el Partido Conservador) debía llevar a que por primera vez el catolicismo (parte del clero y los laicos) se ocupara seriamente de las situaciones sociales del país. Es verdad que ello concordaba de alguna manera con la doctrina social católica sobre una cierta nivelación social. Algunas de las consecuencias de este proceso fueron totalmente opuestas a los intereses del mantenimiento del poder y de la vuelta al catolicismo tradicional6. Uno de los iniciadores de la Semanas Sociales fue, por ejemplo, el jesuita Fernando Vives Solar, que influyó entre otros en Alberto Hurtado y Manuel Larraín, uno de los obispos más avanzados del Vaticano II y primer firmante del así llamado «Pacto de las Catacumbas». Entre los discípulos de Vives Solar estaba también Clotario Blest, fundador en 1953 de la CUT (Central Unitaria de Trabajadores de Chile) y en 1965 del MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria). El sacerdote obrero y miembro del MIR Rafael Maroto perteneció también a esta generación: nació en 1913. De la misma generación era también el cardenal Fresno, quien suspendió del ejercicio del sacerdocio a Maroto en 1984, su antiguo colega seminarista.

En estos ejemplos se ve claro que a comienzos del siglo pasado una sucesión de hechos llevó a que se desarrollaran –como por una astucia de la historia– diferentes corrientes de un catolicismo que influyeron sucesivamente en que se dividiera el Partido Conservador, se fundara la Falange y luego el Partido Demócrata Cristiano y este se volviera a dividir en la coyuntura política de la Unidad Popular. Como lo escribe el teólogo de la liberación Alberto Moreira, una parte del catolicismo se politizó en la medida en que la realidad social penetró intelectualmente hasta llegar a criticar a la jerarquía católica y al cristianismo social. Lo mismo sucedió en otros países latinoamericanos como Brasil7 y fue una de las condiciones previas del comienzo de la teología de la liberación y, en Chile, de la formación de los CPS, como se lo puede comprobar en muchas de las biografías de sus miembros. Ya desde los años 1950 y más aún en los 60 se va desarrollando una corriente de izquierda en el cristianismo, contraria a la restauración conservadora de la Iglesia, que cuestiona el papel central que ha jugado hasta ahora la Iglesia como parte de la élite dominante en los países latinoamericanos profundamente marcados ideológicamente por el catolicismo.

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ISBN:
9789560013446
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