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1.2. Antorchas nocturnas en el cerro Chacarillas

Desde 1975 los gremialistas controlaron la Secretaría Nacional de la Juventud y eligieron el 9 de julio para recordar a los 77 jóvenes muertos en el combate de La Concepción durante la Guerra del Pacífico. Ahora, en 1977, cuando Jaime Guzmán Errázuriz por fin había convencido al general Pinochet para que fijara un calendario de normalización institucional, otros 77 jóvenes serían condecorados en el torreón de Chacarillas, una de las cumbres del cerro San Cristóbal4. La ceremonia sellaría el compromiso entre Pinochet y sus generales más cercanos con los gremialistas y los Chicago boys para instaurar el modelo neoliberal de desarrollo político y económico.

El arquitecto italiano Vittorio Di Girólamo asumió la producción, ayudado por Enrique Campos Menéndez, asesor cultural de la Junta Militar desde el golpe, recompensado más tarde con el Premio Nacional de Literatura en 1986 y nombrado embajador de Chile en España.

El Frente Juvenil de Unidad Nacional, brazo político de la Secretaría Nacional de la Juventud, a cargo del ingeniero agrónomo Ignacio Astete, se hizo cargo de movilizar a los jóvenes hacia el cerro. El movimiento estaba inspirado en la organización juvenil del régimen franquista, el Frente de Juventudes de la Falange Española.

A los casi mil jóvenes que asistieron se les entregaron dos antorchas a cada uno. Las llamas representaban “la instauración de una democracia autoritaria, protegida, tecnificada y de auténtica participación social”, el sueño de Guzmán. Los símbolos de aquella noche fueron elocuentes: el fuego en manos de los jóvenes que miraban el cielo, los compromisos que los presentes debieron corear en voz alta, el general Pinochet enfundado en una capa gris que lo cubría entero, gran presencia de militares y marchas castrenses como sonido de fondo. La nostalgia del nazismo y del fascismo se palpaba en el aire.

El abogado Javier Leturia, y los veinteañeros Luis Cordero y Juan Antonio Coloma colaboraron para que el plan de Jaime Guzmán resultara perfecto. En primera fila se ubicaron Sergio Fernández, Gonzalo Vial, José Piñera y Jovino Novoa, todos los cuales pocos meses más tarde ingresaron al gabinete.

Cristián Larroulet, quien trabajaba con Joaquín Lavín en Odeplán, recordaría años más tarde:

Sé que en ese momento hubo una discusión muy intensa al interior del régimen. Los nacionalistas tenían mucha fuerza. Chacarillas fue un punto de quiebre que permitió la institucionalización del gobierno militar y la llegada, meses después, de un gabinete blando.

Sergio Fernández también rememoraría aquel instante:

Sabíamos que las Fuerzas Armadas no podían seguir gobernando como tales. Tampoco era conveniente que el poder se ejerciera colectivamente por una junta. Teníamos el mal ejemplo de los otros países latinoamericanos donde las juntas habían terminado muy mal. Chacarillas enfatizó por ello el rol de Pinochet como conductor, pero impuso un calendario para volver a la normalidad democrática.

El discurso que leyó Pinochet fue íntegramente redactado por Guzmán. En él se delinearon tres etapas para democratizar el país. Una primera, que se inició ese día y que debía terminar como máximo el 31 de diciembre de 1980, período en que las Fuerzas Armadas ejercerían integralmente el poder con la colaboración de los civiles. Una segunda etapa de cinco años se extendería hasta el 31 de diciembre de 1985. En ella la Junta conservaría sus atribuciones legislativas, aunque perdería poder real. Paralelamente, los civiles podrían crear una especie de Cámara Legislativa designada por Pinochet y la Junta Militar. Una tercera etapa de “normalización” comenzaría el 31 de diciembre de 1985 cuando una cámara legislativa parcialmente elegida designara a un Presidente de la República por seis años. Para concluir, se declaró “fenecida” la Constitución de 1925 y se les entregó a los militares el papel de “garantes de la institucionalidad” en la Constitución de 1980.

Ignacio Astete fue el encargado de pronunciar el discurso donde por primera vez se habló de “pinochetismo”. “Nos declaramos hoy pública y explícitamente pinochetistas y llamamos a todos los chilenos a estrechar filas en torno a una movilización cívica que convierta al pinochetismo en la fuerza arrolladora que consolidará la institucionalización democrática”, afirmó el dirigente gremialista.

Un mes después, en agosto, Pinochet precisó:

Cuando señalé que habría participación de la comunidad muchos afloraron de inmediato hablando de elecciones y en mil tonos decían que tenían que ir a las urnas. A ellos les vuelvo a repetir: las elecciones para representantes de una Cámara Legislativa no se harán antes de ocho o diez años, en el mejor de los casos5.

1.3. El retorno de un adversario temible

En julio de 1977, diez meses después del asesinato de Orlando Letelier en Washington, el FBI detuvo a algunos cubanos anticastristas que reconocieron a Juan Williams Rose –una de las identidades falsas de Michael Townley– como el sujeto rubio que había participado en el atentado.

Ese mismo mes el general Pinochet comunicó a Contreras su decisión de terminar con la DINA.

El 12 de agosto de 1977 se anunció oficialmente la disolución del organismo represivo y su reemplazo por la Central Nacional de Informaciones, CNI. La noticia se hizo pública durante la permanencia en el país de Terence Todman, asistente del secretario de Estado de Estados Unidos, quien en un gesto de apoyo a la defensa de los derechos humanos visitó la sede de la Vicaría de la Solidaridad.

Ese mes se registraron muy pocas detenciones. Desde hacía varias semanas los arrestos e interrogatorios los venían practicando los integrantes de la Brigada de Asaltos de la Policía de Investigaciones.

Por medio del Decreto Ley N°1.876, del 13 de agosto de 1977 se derogó el Decreto Ley N°521 que había dado creación legal a la DINA. El Decreto Ley N°1.878, que ese mismo día creó a la CNI, le entregó el personal y el patrimonio de la DINA y justificó su existencia por “la conveniencia de estructurar de acuerdo a las actuales circunstancias las atribuciones de un organismo creado en situación de conflicto ya superada”.

La CNI quedó constituida de un modo muy similar a la DINA en cuanto a su definición, características, funciones y objetivos. Las diferencias más importantes fueron su subordinación jerárquica, pues pasó a depender del Ministerio del Interior y no de la Junta de Gobierno, como era en el caso de la DINA; y una nueva función genérica de “mantener la institucionalidad vigente”. Según el artículo primero del decreto de creación, la CNI fue definida como un “organismo militar especializado de carácter técnico profesional”. Para ello podía “reunir y procesar todas las informaciones a nivel nacional provenientes de los diferentes campos de acción que el Supremo Gobierno requiera para la formulación de políticas, planes, programas” y se le facultó para “la adopción de medidas necesarias de resguardo de la seguridad nacional, y el normal desenvolvimiento de las actividades nacionales, y mantención de la institucionalidad constituida”.

A la CNI se le entregaron atribuciones para arrestar, en virtud de una orden judicial, para allanamientos a locales habitados o deshabitados en que se presumiera la existencia clandestina de armas de fuego, explosivos, sustancias químicas, etc., o la comisión del delito de organización de milicias privadas6.

Tras la muerte legal de la DINA, Contreras quedó nominalmente al frente de la CNI, pero bajo la intervención del jefe de la Dirección de Inteligencia del Ejército, DINE, el general Héctor Orozco.

Por esos días Pinochet fue invitado por el gobierno del presidente Jimmy Carter para asistir el 5 de septiembre junto a todos los gobernantes del continente, a la firma del tratado que devolvería a Panamá la soberanía sobre la zona del canal que une a los océanos Pacífico y Atlántico. Contreras le pidió que lo autorizara a designar a los mejores oficiales de la DINA para que lo acompañaran a Washington. Sería –le dijo– como un gesto de reconocimiento al trabajo que habían efectuado. Pinochet aceptó y el propio Contreras gestionó las visas para él y 54 de sus hombres. El trámite se lo solicitó como un favor especial al delegado del FBI en Buenos Aires, Robert Scherrer, quien no dudó en otorgárselas. El agente federal norteamericano consideró que era una oportunidad única para tener las fotografías de los más sobresalientes cuadros de la DINA. En uno de los pasaportes que ya se tramitaban en el consulado estaba el de un tal Morales Alarcón, el propio Contreras. Todos los documentos con sus respectivas fotografías fueron copiados. Los permisos para porte de armas solo fueron 13.

Durante las últimas semanas de septiembre y en el mes de octubre Contreras se mantuvo cerca de los agentes civiles de la DINA. Los oficiales de carrera empezaron a volver a las filas de sus respectivas instituciones. En los primeros días de la primavera estalló una serie de bombazos en El Mercurio, en el Citibank y en la antigua residencia de Pinochet. Muchos periodistas y el personal de la embajada de EE.UU. estaban convencidos de que los responsables pertenecían a la DINA.

El 22 de octubre, en extrañas circunstancias, se suicidó de un balazo en la cabeza el jefe de Protocolo de la Cancillería, Guillermo Osorio, quien era considerado un testigo clave por haber firmado los pasaportes que fueron utilizados por algunos de los implicados en el asesinato de Orlando Letelier. La muerte del funcionario diplomático ahondó aún más las sospechas sobre la DINA.

En noviembre de 1977 Pinochet convocó a su despacho al coronel Contreras.

–Dime, Mamo, ¿dónde quieres que te destine? Elige lo que quieras –ofreció el general.

–Mi decisión está tomada, general: el Comando de Ingenieros –replicó.

Pinochet le pidió a Contreras que asumiera como consejero especial en materias de seguridad nacional y que actuara como delegado suyo en el manejo de las delicadas relaciones con Argentina, tarea que entusiasmó sobremanera al exjefe de la DINA7.

En las horas siguientes el coronel Manuel Contreras fue ascendido a general junto a otros siete coroneles y destinado al Comando de Ingenieros. Pocos días después una delegación de oficiales del arma de Ingeniería, al mando del director de la Escuela de Tejas Verdes, coronel Julio Bravo Valdés, llegó hasta las instalaciones del Comando en calle Santo Domingo, en Santiago.

–Soy un oficial disciplinado. Si mi general Pinochet tomó la decisión de terminar con la DINA, por algo será. Él es el comandante del Ejército. Yo ahora dedicaré todos mis esfuerzos a conseguir que la mayor cantidad de oficiales del arma de Ingenieros ingrese a la Academia de Guerra y llegue a los altos mandos de nuestra institución. Ese es ahora mi desafío y quiero pedirles a ustedes que me ayuden a conseguirlo –les dijo Contreras.

No obstante, la complacencia del general tuvo un vuelco inesperado cuando se enteró de que Pinochet había nombrado como director de la CNI a uno de sus principales enemigos, el general (r) Odlanier Mena, a quien Contreras creía haber vencido para siempre hacía dos años. Todas las informaciones que tenía indicaban que el elegido para ese cargo sería el general (r) Fernando Paredes. La designación de Mena lo indujo a pensar que estaba siendo marginado del principal anillo de influencias que rodeaba al comandante en jefe. Presintió también el peligro, el inesperado riesgo de que algunos de sus hombres fueran entregados a la justicia estadounidense. Desconfiaba profundamente de algunos de los asesores más asiduos al piso 22 del Edificio Diego Portales, donde tenía su despacho Pinochet, a quienes consideraba demasiado sumisos a los intereses de Washington.

Mena había sido un aventajado miembro de la inteligencia militar durante nueve años, antes de que en 1973 lo designaran comandante del Regimiento Rancagua, con asiento en Arica. Ahora Pinochet lo reintegraba al Ejército y lo traía de regreso de Uruguay, donde estaba como embajador.

El nuevo director de la CNI llegó a comienzos de diciembre de 1977 al cuartel central de calle Belgrado 11 con un grupo de ayudantes de su total confianza. En las siguientes tres semanas fueron eliminados cerca de mil agentes, la mayoría civiles, a través de renuncias voluntarias o despidos. Decenas de miembros de lo que había sido la DINA debieron abandonar sus puestos.

Los removidos estaban en una lista que se distribuyó en todos los accesos y puestos de guardia de la CNI. La orden era perentoria: los incluidos no podían ingresar a ninguna oficina ni cuartel de la institución.

A la jefatura de Inteligencia Interior accedió primero el coronel Juan Jara Cornejo, que luego ocupó la Dirección de Operaciones, dejando su puesto al coronel (r) Daniel Concha.

Una tarde de enero de 1978 Concha apareció en el cuartel central acompañado de Andrés Terrisse Castro, ingeniero electrónico dedicado a la computación y asesor del mayor Ítalo Seccatore Gómez en L5, la Unidad de Computación de la CNI. Estaban haciendo una encuesta sobre los métodos de trabajo de la DINA. Mena transformó a L5 en un centro de apoyo a la dirección y lo trasladó al primer piso de un edificio ubicado en Vicuña Mackenna 69. Terrisse diseñó un sistema que permitía archivar, procesar la información y centralizar el trabajo de las brigadas.

Como unidad operativa piloto se eligió a la brigada Caupolicán, a cargo de los partidos de izquierda, al mando del capitán Manuel José Provis Carrasco (“Francisco Valenzuela”) y recién instalada en el Cuartel Borgoño, un vetusto edificio que había pertenecido al Servicio Nacional de Salud, ubicado en el comienzo de lo que es hoy la comuna de Independencia.

La exmirista Luz Arce, colaboradora de la DINA, cuenta en su libro:

Tuve acceso a parte del trabajo de Andrés Terrisse. Además del desarrollo y del sistema que comenzó a probarse en Caupolicán, existía otro denominado “LIDES”, nemotécnico con el cual hacían referencia al “Listado de Desaparecidos” […] También se comenzó a ingresar la información del archivo de microfichas de la subdirección de la CNI. Es un trabajo que realizó el personal de digitadores de L5 […] En una oportunidad le dije a Andrés Terrisse que la información de los detenidos de la DINA la había manejado el suboficial Manuel Lucero Lobos. Dijo no saber nada al respecto8.

El 7 de diciembre de 1977 la comisión de las Naciones Unidas que investigaba la situación de los derechos humanos en Chile resolvió en contra del gobierno de Pinochet. Una semana después, el 14 de diciembre, la Asamblea General aprobó la resolución “con preocupación especial e indignación” por el “incumplimiento de promesas del gobierno chileno de que mejoraría la situación de los derechos humanos”. Noventa y seis países votaron en contra del gobierno de Pinochet, 26 se abstuvieron y solo 14 se pronunciaron a favor.

Pinochet decidió convocar a un plebiscito –que luego llamaría Consulta Nacional– para el 4 de enero, argumentando que el pueblo chileno debía manifestarse frente a la condena de las ONU. Al día siguiente de la convocatoria, la Fuerza Aérea condenó el acto señalando que era “propio de regímenes personalistas” y que violaba los estatutos de la Junta, sobrepasando los propios límites que se había fijado el jefe de Estado.

El almirante José Toribio Merino, por su parte, lo consideró improcedente tanto en el fondo como en la forma. La Armada agregó que Pinochet “con su actuar, ha vulnerado y atropellado las atribuciones de la Honorable Junta de Gobierno y la ha marginado de la más importante de las decisiones políticas de los últimos años”, insistiendo en su completo desacuerdo con la realización del plebiscito, al igual que todos los almirantes.

Héctor Humeres, el Contralor de la República, también coincidió con la ilegalidad de la consulta. Lo mismo que los expresidentes Jorge Alessandri, Eduardo Frei Montalva y Gabriel González Videla.

El 27 de diciembre Pinochet informó que convocaría a la consulta a través de un decreto supremo –el DL 1308– sin necesidad de pedir la firma a los miembros de la Junta Militar de Gobierno. Al día siguiente, el Contralor insistió públicamente en que la consulta no tenía sustentación jurídica, recomendando que se tramitara mediante un decreto ley que requería la firma de todos los miembros de la Junta. Humeres afirmó ante los periodistas que la Contraloría rechazaba en la forma y en el fondo la consulta.

Pinochet ordenó entonces que se diera curso a la jubilación de Héctor Humeres y nombró, en cosa de horas, mediante el decreto supremo 1295, a un nuevo contralor que le otorgara validez legal a la consulta: el elegido fue el abogado puntarenense Sergio Fernández, recomendado por Mónica Madariaga.

Los primeros días de 1978 se caracterizaron por una dura represión en contra de quienes se atrevieron a llamar a votar No. Sin las mínimas garantías que requiere un proceso plebiscitario, el 4 de enero el Sí obtuvo el 75 por ciento de los sufragios.

El 14 de enero, acusados de participar en reuniones políticas, fueron relegados a distintas localidades apartadas del país 12 integrantes del Partido Demócrata Cristiano que habían osado manifestarse públicamente a favor del No: ellos eran Tomás Reyes, Andrés Aylwin, Belisario Velasco, Ignacio Balbontín, Juan Manuel Sepúlveda, Samuel Astorga, Guillermo Yunge, Hernán Mery, Georgina Aceituno, Elías Sánchez, Juan Claudio Reyes y Enrique Hernández.

1.4. La caída del “Pelao” Carmona

El 7 de diciembre fue asesinado Augusto Heriberto Tadeo Carmona Acevedo (“Oslo”), 38 años, casado, dos hijas, periodista, redactor de la revista Punto Final, miembro del Comité Central del MIR y del secretariado que dirigía la resistencia en el interior. Carmona murió en un falso enfrentamiento con efectivos de seguridad, en un inmueble del populoso barrio de San Miguel.

Los hechos transcurrieron de un modo diferente a lo informado por la CNI. Cerca de las 20:30 horas de ese día llegó hasta el vecindario una veintena de vehículos que cubrió todo el barrio. De ellos descendió un numeroso grupo de civiles fuertemente armados. Allanaron la vivienda ubicada en la Calle Barcelona número 2425 y la contigua a esta. Entraron disparando pero no había nadie. Luego ordenaron a todos los vecinos que fueran a sus casas. A pocos minutos de la medianoche llegó Augusto Carmona caminando, se paró frente al umbral de su casa y extrajo las llaves para abrir la puerta. En ese momento le dispararon desde dentro de la vivienda dos o tres veces y el periodista cayó al suelo. Los agentes abandonaron rápidamente al lugar.

Los agentes de la CNI habían dado con Augusto Carmona gracias a una información que les fue proporcionada por una detenida.

Cuando lo mataron, intentaba asilar a un colega, también del partido. Aquel mirista había abierto poco antes algunos flancos por donde la CNI pudo finalmente detectar y golpear la red que trabajaba con Carmona.

Frente a la detención y desaparición de compañeros, agudizadas en 1975 y 76, “El Pelao” inició de inmediato una campaña de denuncias al extranjero. Escribía hasta altas horas de la noche, mientras su mujer, la periodista Lucía Sepúlveda, trataba de aislar las paredes para evitar que los vecinos escucharan su Olivetti portátil. Cuando se realizó la reunión de Cancilleres de la OEA, Carmona organizó la campaña para denunciar la situación de los desaparecidos9.

1.5. El verano caliente de 1978

Los diarios de Santiago, todos proclives a la dictadura, acogían en sus páginas, sin confirmación alguna, los comunicados que les entregaban los servicios de seguridad. Así, cuando en enero de 1978 la CNI comenzó a buscar intensamente a Hernán Aguiló Martínez, máximo dirigente del MIR en Chile, los periódicos publicaron fotografías suyas y entregaron los datos proporcionados por los agentes. Según estos, Aguiló tenía 31 años, era ingeniero de Ejecución, 1,78 de estatura, pelo rubio, ojos claros. Había sido presidente del sindicato del diario Clarín y del Provincial Santiago de la CUT. En 1973 pasó a integrar el Regional Santiago del MIR como encargado de trabajos sindicales y en 1974 llegó al comité central, en calidad de suplente de la comisión política. Ese mismo año quedó a cargo de Organización. El vespertino La Segunda, dirigido entonces por el abogado Hermógenes Pérez de Arce, agregó:

En 1975 Aguiló estuvo a cargo de los vínculos internacionales de la organización recibiendo remesas de dinero de Argentina, de las que se apropió. En el mes de octubre de 1975, cuando se asilaron los líderes máximos, pasó a ser secretario general del MIR. Era casado con Margarita Marchi Badilla, pero luego convivió con Pilar Achurra Rodríguez. Usa los nombres de “Nancho”, “Roberto” y “Aldo”. También emplea la identidad falsa de Carlos Pedro Guirardi Giordano. En 1976 huyó por minutos de un allanamiento en calle Venecia 172210.

En la mañana del 17 de enero dos microbuses con carabineros y agentes de la CNI llegaron a un departamento situado en el tercer piso del edificio signado con el número 010 en la calle Pablo Goyeneche Iver, en La Cisterna, a la altura del paradero 24 de la Gran Avenida, en Santiago. Lanzaron gases lacrimógenos y empezaron a disparar. En su interior el ingeniero mirista Gabriel Octavio Riveros Rabelo, 28 años, soltero, ingeniero en Ejecución Mecánica, repelió el asedio por casi media hora, pero finalmente lo mataron de un balazo en la cabeza.

En el lugar fueron detenidas la pareja de Riveros, Sara Eliana Palma Donoso, y la madre de esta, Sofía Donoso Quevedo, y llevadas a Villa Grimaldi, donde fueron torturadas durante varios días. Luego fueron trasladadas a la Cárcel de Mujeres y de allí expulsadas del país.

Gabriel Riveros formaba parte del apoyo logístico de Germán Cortés y de Haydée Palma Donoso y en su departamento esporádicamente se reunía la dirección del MIR.

El día que mataron a Riveros, Hernán Aguiló se dirigía hacia el lugar en un taxi para intentar retomar contacto con Cortés, quien no había llegado a algunos puntos de encuentro en los días previos.

Dos días más tarde la CNI informó que a las 0:20 del miércoles 18 de enero agentes de seguridad ultimaron al exseminarista Germán de Jesús Cortés Rodríguez (“Cura Luis”, “Jerónimo”, “Bascur” o “Atrala”), 29 años, miembro del Comité Central del MIR. La versión oficial sostuvo que Cortés era jefe del aparato militar y que tras ser detenido se le llevó a su casa, donde extrajo una pistola oculta bajo una cama y disparó a los funcionarios de seguridad, quienes, al repeler el ataque, le ocasionaron la muerte.

La verdad, sin embargo, era muy distinta. Germán Cortés fue detenido el 16 de enero y conducido a Villa Grimaldi. Tras ser intensamente torturado se le trasladó a su domicilio en calle Estados Unidos N°9192, en La Florida, para luego sacarlo y ejecutarlo fríamente. Una persona que estuvo cautiva junto con él relató que unos días después de su aprehensión fue conducida a la casa de Germán Cortés, a quien llevaban en otro automóvil. Al llegar a ese lugar pudo apreciar cómo lo sacaron arrastrando y con la cabeza caída, ya que se encontraba en muy mal estado debido a las torturas recibidas. Un instante después escuchó los balazos y la voz de uno de los guardias dando cuenta por un transmisor de que Cortés ya estaba muerto.

Años después, Sofía Donoso Quevedo entregaría su testimonio sobre lo vivido en aquellos días:

El día 16 de enero de 1978 llegaron a la casa donde vivía mi hija Haydée, a eso de las 14 horas. La golpearon en la cara, le botaron los lentes y casi aturdida la llevaron a Villa Grimaldi junto a otras personas. Después, como a las 4 de la tarde llegaron a mi casa, donde yo vivía con mi hija Eliana y su compañero Gabriel Rivero Rabelo, quien trabajaba en la Embotelladora Andina. Venían armados con metralleta, entraron violentamente golpeando a mi hija, quien se defendía con mordiscos y patadas. En ese momento no me daba bien cuenta de lo que pasaba, porque todo era una confusión; donde sentían un ruido ametrallaban… comencé a gritar desde el baño qué era lo que pasaba. Yo me libré solamente en un rincón… todo lo demás quedó hecho pedazos con la metralleta. Hasta que uno de los hombres me hizo salir con las manos en alto –de mi hija Eliana no supe dónde se la habían llevado– y me condujeron por toda la casa que estaba completamente destrozada. Me preguntaron acerca de quién era esa persona que estaba ahí (por el compañero de mi hija); ellos dijeron que era un extremista y continuaron disparando hacia las piezas donde él se encontraba. Luego pidieron refuerzos a Carabineros, quienes empezaron a tirar bombas lacrimógenas, las que le produjeron asfixia a mi yerno. Este se acostó en su cama y ahí un carabinero le dio el golpe de gracia con un disparo en la cabeza. Ellos querían que yo fuera donde mi yerno para matarme también y así no quedara ningún rastro. Yo verdaderamente no lloré, tenía rabia en ese momento y me encontraba impotente al no poder hacer nada.

Me subieron a un auto con carabineros y militares a cada lado, armados. No dejé de hablar y saqué mi mano fuera del vidrio, grité que nos llevaban detenidos, que no teníamos armas y esto que hacían era un atropello a personas que no tenían nada que ver con lo que ellos buscaban. En ese momento no sabía que habían tomado a mi hija Haydée.

Cuando llegué a la Villa Grimaldi lo hice con mi hija Eliana, a quien la sacaron primero; a mí me dejaron con la vista vendada, con la cabeza agachada afirmada en el auto. Sentía de lejos los gritos de mi hija. Sería esto como a las nueve de la noche. Momentos después, cuando aún estaba con la cabeza agachada comenzaron a pasar unos hombres y cada uno de ellos me golpeaba en la espalda, en la cara, en la boca, hiriéndome en un ojo y botándome un diente. Después de esto me llevaron a otro lugar custodiada por un militar al que yo le enrostré lo que hacían.

Durante esa noche y a pesar de estar vendada, traté de ver a las otras personas que allí había. Reconocí a mi hija Haydée, a la señora que le arrendaba una pieza y a Germán Cortés –un joven que era amigo nuestro desde hacía muchos años–, al que lo tenían con las manos atrás, parado y apenas podía sostenerse en pie. Cada vez que a Germán lo llevaban a las sesiones de tortura, me ponían en una silla al lado de él para que yo sintiera todo lo que le hacían; pero a mí me pasó algo extraño, no sentía dolor, ni alegría, ni pena; me quedé en blanco, pero me daba cuenta de todo y escuchaba cuando a Germán lo golpeaban y le decían: ‘Oye cura, tú que fuiste cura llama a tu Dios para que te venga a salvar’. Otra noche llegaron otros hombres y le preguntaron: ‘¿Y bueno, este cura habló?’. ‘No ha hablado ninguna palabra, está mudo’. ‘¡Ah! Este que está mudo yo lo voy a hacer hablar para que su Dios lo venga a salvar’. Y le dio un tremendo golpe con la culata de la metralleta en el estómago, dejándolo inconsciente. Al día siguiente, de amanecida, lo llevaron a su casa, donde lo asesinaron disparándole en la cabeza.

Todos los días de esa semana y a cada momento llevaban a mis hijas a sesiones de tortura, aplicándoles corriente y otros tipos de flagelaciones y tormentos. Yo sentía los gritos desde lejos11.

El viernes 20 de enero de 1978 fueron puestas a disposición de la Tercera Fiscalía Militar otras seis personas detenidas por la CNI. Se trataba de Bernarda Nubia Santelices Díaz, conviviente de Cortés Rodríguez, detenida en el domicilio de calle Estados Unidos; Guillermina Reina Figueroa Durán, Aurora Giadrosic Figueroa y Dinko Giadrosic Figueroa, domiciliados en San Isidro 1414; y Sofía Haydée Donoso Quevedo y Sara Eliana Palma Donoso, detenidas en el departamento de Riveros Rabelo.

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