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El demás resto de la ciudad aún sin extender todavía la consideración a las fatales consecuencias que se esperan, provoca a tan miserable lástima con su ruina sólo material, que la ha hecho inhabitable, tanto la incomodidad, como el horror. Las calles impedidas con el derrumbo de las paredes, apenas dan paso al tráfico, siendo esto más sensible allí donde se juzga más necesario, que es en el tránsito de la Puente, en donde cayó el magnifico arco, que le daba entrada, y era un resto precioso de la mas reglada arquitectura, en cuya atención pocos años antes lo había mandado hermosear el Excmo. Señor Marqués de Villa-García, coronándolo de una muy pulida y grande estatua de nuestro Rey y Señor D. Felipe V. montado a caballo y vestido a la heroica, que dejaba percibir a bella proporción en aquella altura, y era un respectoso prospecto, que pudiera detener con admiración a cualquiera el más aventajado en estos conocimientos, que de nuevo entrase en la ciudad. En fin no se da paso, que no se encuentre un nuevo motivo de la más dolorosa compasión. El Palacio del Excmo. Señor virrey, en donde se encierran las Salas de la Real Audiencia, el Tribunal de Cuentas, Casa Real, y demás oficios de la dependencia del gobierno, han quedado sin habitación, imposibilitado a seguir el curso de su despacho, arruinadas enteramente las viviendas de sus casas y la magnifica hermosa capilla publica que contenía. La Real Universidad, los colegios, y demás edificios de consideración, sirven solo con lo que amaga lo que retienen, de un pavoroso recuerdo de lo que fueron.

Mas aunque tanta magnificencia abatida; y tanta riqueza sepultada, sea sólo en Lima un continuo poderoso incentivo del llanto, allí se mantienen los restos, donde yacen. No así en el presidio, y puerto del Callao, en donde el mismo faltar a la vista los objetos de la lástima dobla el sentimiento de la mental congoja, que no hace más que pasmarse de lo que contempla. La menor señal no aparece de su figura; y ocupando su situación, y recinto, farallones de cascajal, y arena, es un playón amplificado de aquella ribera. Sufrió todo el ímpetu del terremoto, y resistieron a su violencia algunas torres, y la fortaleza de sus murallas; pero apenas iban sus habitadores recobrando el aliento que les robó el susto de la ruina, y el estrago, que le ha ignorado cual fuese, cuanto súbitamente entumecido el Mar o por el impulso que la tierra con su movimiento imprimió en él, haciéndolo más durable en el flexible cuerpo de sus aguas, o como quieran los físicos que se cause en estas ocasiones su elevación; creció a tanta altura, y con tanta compresión, que al caer de la eminencia en que se hallaba, se precipitó con tal violencia sobre la tierra, que aunque esta la domina con un pendiente, bien que insensible, pero que siempre crece hacia la parte de esta ciudad, traspasó con tanta furia, y tanta copia de aguas sus limites, que sumergiendo las más de los Navíos que se hallaban surtos en el Puerto, y elevando algunos por encima de las murallas y torres, los llevó a varar más delante de la población, y desencajándose a esta desde los cimientos cuanto en ella había fabricado de casas, edificios y murallas, a excepción de las dos grandes puertas de la muralla, y tal cual lienzo de ella, que para Padrón de la desgracia, se dejan ver monumento funesto de su memoria; entre ruinas, y ondas, anegó a todos los moradores de aquel vecindario, que a la sazón se compondría de cerca de cinco mil personas de todas edades, sexos y estados, según el cálculo más ajustado de una prudente estimativa. Fluctuaron por mucho tiempo todos aquellos que pudiendo asirse de los maderos, que ofrecía el mismo Mar, innataban sobre las ondas; pero la misma copia de estos fragmentos en los continuos choques de las resacas, fue la que más ayudó al estrago, con los golpes, y las sumersiones, y por la relación de algunos, que lograron salvarse, que llegarían a más de doscientos, se ha podido entender, como encontrándose a causa de los obstáculos que hallaría el Mar, sus reflujos, circunvalaron el presidio, fin dejar recurso de salida, y como los intermedios que calmaban la fuerza de la inundación, cuando el mar se retiraba, se oían los más dolorosos clamores, y las más vivas y ardientes exhortaciones de los eclesiásticos y religiosos, que no olvidaban su ministerio en tanto conflicto, hallándose allí por un piadoso causal accidente seis RRPP maestros, y lectores del orden de predicadores de esta ciudad. Sujetos de señalada y sobresaliente virtud, y letras, que actualmente ejercitaban un octavario distinguidos sujetos de la religión de san Francisco, que había pasado a esperar al Rmo. Padre Comisario General de su Orden, que debía aportar con inmediación, que con los de continua residencia de aquellas mismas religiones, y las de San Agustín, la Merced, Compañía de Jesús, y San Juan de Dios, componían un cuerpo bastante numeroso de Eclesiásticos Testigos del mismo rumor y alarido, son los que embarcados en los navíos, que por tanta elevación fueron arrojados, pudieron quedar libres en ellos. Y de todo se concibe la angustiada confusión en que se hallaba aquel mísero pueblo, librando de cada impetuoso embate del mar la vida, solo para dilatar la aflicción con que inevitablemente esperaba perderla en el que sobrevenía.

Eran hasta veinte y tres las embarcaciones que se hallaban en el puerto entre grandes y pequeñas, y de ellas fueron las que se han dicho que vararon cuatro, que son el Navío de Guerra San Fermín que apareció en las tierras bajas de la Chácara alta, que es la parte opuesta al lugar en que se hallaba surto, y junto a él, el San Antonio de Don Thomas Costa, que venía de fabricarse en el Astillero de Guayaquil, el Michilot de don Adrian Corzi en el sitio en que [estaba] antes el Hospital de San Juan de Dios; y el Socorro, de D. Juan Baptista Baquijano, que aquella tarde acababa de llegar con carga de Chile, hacia lo de Cordones, y unos y otros distantes muchas cuadras de la Mar, y todos los demás se fueron a fondo. Las grandes bodegas en que se depositaban los frutos, que abastecen esta ciudad de Trigos, Sabos, Caldos de vinos y aguardiente, Jarcias, Maderas, Fierro, Estaño, Cobre y demás que se conducen de fuera, y hacen crecida parte de comercio, se hallaban bien cargadas de ellos; y en el vecindario de aquel lugar era bastante la opulencia, y había caudales de alguna cuantía, que con los muebles, adornos de las iglesias, que eran sobresalientes en alajas de plata, y oro y en la actual coyuntura con el motivo del referido Octavario, se habían llevado muchas de esta ciudad, y con los haberes, pertrechos y municiones de S. Mag. que se guardaban en sus atarazanas y almacenes reales, suben a una suma considerable la pérdida efectiva, fuera del importe de lo edificado y valor de las fincas.

Mientras en aquella triste noche perecían efectivamente los del Callao, ahogaba en Lima la aprehensión del riesgo, y la congoja del temor, con la repetición de temblores, que se continuó por toda ella, haciéndola de interminable duracion; pero creció mucha más después, con la noticia de tan infeliz tragedia, que no ha tenido ejemplo en los antiguos grandes terremotos, en que aunque tal vez le inundó aquel presidio, fue solo con susto, pero no con estrago. Fueron los que con evidencia la aseguraron por la mañana, los soldados que de orden del Excmo. Señor Virrey habían pasado a cerciorarle de ella, y ya fueron llegando muchos de los que de parte de los dependientes de aquellos vecinos y de los interesados en el comercio, y carga de los navíos la inquirieron, que solo respondían de lo que no vieron, y de lo que pudieron informarse a algunos de los que salvaron la vida, que a reserva de muy pocos, todos fueron pescadores y marineros, los cuales después de haber sido arrebatados varias veces hasta la isla de San Lorenzo, distante más de dos leguas del puerto, pudieron conservarse en algunas tablas, y por accidente volvieron a ser arrojados, unos a las playas, y otros a la misma isla, en donde se libraron. Llenó a todos de espanto la novedad del suceso, pero la misma exorbitancia de aquel daño la mitigaba el dolor del trabajo presente, agradeciéndolo cada uno a Dios por misericordia.

Amaneció del todo el día, y la luz, que nunca más ansiosamente se anhelaba como consuelo, fue la que más anocheció los ánimos, descubriendo a la vista con claridad, todo lo que de la ruina no permitió concebir la misma confusión del susto, y hubiera acabado del todo, imitando en el abatimiento a los edificios, a no haber preparado el cielo otra luz, que alumbrase en los corazones, para que cobrasen de aliento, todo lo que se imposibilitaban de alegría. Dejóle ver a caballo en todas las calles el Excmo. Señor Virrey, que sin temor de los eminentes restos de las paredes, después de haber pasado la noche, negado a la propia atención de su persona por prestarla toda a las urgencias de tanto cuidado, quiso extender el consuelo a los más distantes y alentando a todos con un esfuerzo, que hacía ver bien en aquel común desmayo todo el vigor de que es capaz una generosidad, que se anima del zeño del público bien, y del Real servicio, a cada uno le parecía que cesaban con su presencia los males. Reconoció las ruinas y enterado de todo se volvió a la plaza mayor para entregarse al pronto afanado expediente de tan innumerables providencias como juzgaba precisas. Quien no se suspenderá aquí a admirar las sabias disposiciones de la Divina Providencia, que atenta siempre a nuestro bien, proporciona para la calidad de los accidentes, los reparos y dentro de los mismos castigos hace patentes sus piedades! Las grandes calamidades, que tanto afligieron el reino en el antecedente gobierno, daños fueron de inmensa arduidad, pero que bastaba a combatirlos la prudencia, y así vimos toda la alentada resistencia con que se las opuso el Excmo. Señor Marqués de Villa-García, disimulando con serena frente el grande torcedor de males, que penetraba su madura reflexión; pero este es un trabajo en que todo el gobierno del Príncipe ha de ser la actividad infatigable de su propia persona; y así debemos engrandecer las misericordias del señor, alabando su infinita bondad por el premio que le concedió en la resuelta deliberación de su próxima inmediata ausencia, y por el singular imponderable beneficio que hemos recibido en la protección de su glorioso sucesor, cuya prevenida prontitud, y la veloz indefensa aplicación con que ocurre hasta a las menores necesidades, no sólo confirman la experiencia de su natural benéfica propensión al común bien, sino que parece que tenía estudiados los accidentes, para la oportunidad de los remedios, y que le ha cogido de repente el suceso, habiendo tan diestramente repartido los cuidados para atajar, ya que no la inevitable fuerza del daño, sus temibles consecuencias.

Como lo primero que debía recelarse era la falta de granos consumidos los que se depositaban en las bodegas del Callao, y que desbaratados en esa ciudad los hornos en que se había de amasar el pan, e impedidos los conductos por donde el agua se lleva a los molinos, se había de turbar el corriente de tan preciso abasto, al punto mandó su Excia. partir tres soldados de su guardia a las circunvecinas de Canta, Cañete y Jauja, para que a un mismo tiempo previniesen a sus Corregidores que fuesen remitiendo los trigos que en ellas se hallasen y mandó convocar a los Panaderos de toda la ciudad para que pidiesen el auxilio que hubieran menester, a fin de habitar sus oficinas y hornos, y facilitándoselo con la mayor brevedad, ordenó al Juez de Aguas, y Maestro de Cañerias, pasasen a reconocer y reparar todos los acueductos y caños de los Molinos y Pilas de la ciudad, para que no parase el curso de las aguas, y haciendo requerir a los abastecedores de carne sobre que continuasen la matanza de los ganados en la misma forma de siempre, a lo que se ofrecieron prontos por hallarse con suficiente copia de ellos: libró el puntual cumplimiento de este encargo en el cuidado y vigilancia de los dos alcaldes ordinarios, don Fernando Carrillo de Córdova y don Ventura Lobatón y Azaña, quienes en su ejecución y en las demás proficuas económicas disposiciones con que su prolija atención se ha dedicado al común alivio han acreditado que tanto les inspiran el amor a la Patria las obligaciones del empleo, como las de su clara distinguida nobleza. Y habiendo concedido también su Exc. al Arrendatario del Estanco de la Nieve, los soldados de a caballo que pidió, para que facilitasen gente que abriese los caminos por donde le conduce, que le habían cerrado con el movimiento de la tierra y enviado orden al corregidor de Huarochiri, para que por su parte la contribuyese a ese fin, se han visto tan prontamente practicadas estas diligencias, que en nada se ha alterado el orden, y concierto del regular abasto, haciendo menos sensible la calamidad, la abundancia de los mantenimientos.

No le pareció a su Exc. menos urgente la atención de socorrer a los forzados que se hallaban en la Isla del Callao, destinados a la saca de piedra en ella para las fábricas de aquel presidio, y asi ordenó que con presteza se afrontasen embarcaciones menores que los transportasen a tierra y pusiesen en seguridad, como con efecto se consiguió habiéndose con este motivo logrado el conducir muchos de los que del Callao se libraron en aquella isla y pudieron por este medio repararse de posquebrantos que habían padecido con los repetidos golpes de las ondas y fragmentos. Y prevenido este piadoso auxilio con los vivos, pasó luego a cuidar de que se diese sepultura a los cadáveres de los que perecieron en esta ciudad, haciendo convocar para ello a la hermandad de la caridad, que auxiliada de los regidores procurase recogerlos y conducirlos a las iglesias y conventos, con cuyos superiores había facilitado el que los recibiesen, para que ayudando a los curas de las parroquias se adelantase esta religiosa diligencia, que tanto miraba al espiritual beneficio de los difuntos, como libertar la ciudad del contagio que podía ocasionar su corrupción.

Igual cuidado le debió al mismo tiempo cuanto a su Mag. trocaba procurando en lo posible hacer menor la pérdida de su Real haber; por lo que mandó al capitán de la sala de armas de su palacio, que luego hiciese desmontar la ruina que hubo en ella, y sacase y trasladase a parte segura las armas que en ella se guardaban; y despachó al capitán de fragata don Juan Bonet a que reconociese los Navíos que habían quedado, y trajesen puntual razón de su estado; lo que ejecutó, avisando lo que se han referido que vararon, los lugares en que se dejaban ver, y como se había salvado la carga de trigo y sebo del Navío el Socorro, que podría ayudar al abasto de la ciudad, y luego mandó que el señor Marqués de Obando, jefe de escuadra de este mar del sur, pasase a examinar si el Navío de Guerra San Fermín era capaz de habilitarse en el sitio en que quedó. Y habiéndolo ejecutado halló inevitable el que se desbarate por ser imposible su composición. Expidió asimismo decretos para que el veedor del Callao, el Oficial Real de Turno de aquel presidio, el teniente general de la artillería, y el capitán de la sala de armas, fuesen a ver y reconocer los géneros y efectos que se hubieran librado, y respectivamente tocasen al ministerio de cada uno, y diesen providencia para que se recibiesen y asegurasen como pertenecientes a la real hacienda, dándose a este fin la mano con el maestre de campo del referido presidio, que se hallaba a su vista con soldados y gente pagada de trabajo. Mandó poner guardas en la real casa de moneda, que quedó enteramente arruinada, y donde se encerraban crecidos caudales en oro y plata de S.M. y particulares, los cuales estaban expuestos al robo, en la distancia en que se halla aquella Casa de las Reales Cajas, que con la inmediación a su S. Exc. se aseguran de riesgo. Y reparado en aquel mismo día cuanto pedía la principal atención en tal conflicto, prosiguió las demás cuidadosas providencias en que incesantemente le ejercitan, no solo las necesidades del publico, sino las de cada individuo, que como halla tan franca su benignidad no excusa repetir el recurso para satisfacerse siquiera con el consuelo de reconocer imposible lo que a su amparo no remedia.

Avisaron del Callao, y de los Pueblos de la costa, como iban varando a las playas de toda ella los cadáveres de los que fueron inundados, y como al mismo tiempo arrojaba el mar muchos de los géneros y alhajas que arrebató, y que era innumerable el concurso que atraía el deseo de aprovecharse de aquellos despojos. Considerando S. Exc. que por más que apurase el Maestre de campo del Callao los esmeros de su vigilancia, le sería imposible evitar las substracciones en tan dilatada extensión, dio orden al corregidor del cercado para que con más soldados y gente pagada de trabajo pasase a los pueblos de miraflores, y los chorrillos de la jurisdicción de su oficio, e hiciese lo primero sepultar los cuerpos que se encontrasen en la ribera, y luego recoger los efectos que fuesen saliendo del Mar, y para que tan precisa cuidadosa diligencia pudiese tener todo el pronto eficaz cumplimiento que requirió, expidió decreto al tribunal del consulado, a fin de que diese las más oportunas providencias de evitar los robos, y recoger lo que se hallase para entregarlo y distribuirlo entre los interesados y dueños, que constase serlo de lo recaudado, conforme a las leyes de justicia y de comercio, comunicándose con el referido maestre de campo D. Antonio de Navia Bolaño, a quien estaban dirigidos los ordenes convenientes sobre el mismo asunto, y agregando lo que el corregidor del cercado, don Juan Casimiro de Veytis, hubiese recogido en los pueblos de su encargo, impidiendo todos que persona alguna que no fuese conocida, aportase a aquellos parajes, para lo que se publicó bando con pena de la vida al que hiciese cualquiera sustracción, fijándose desde luego dos horcas en esta ciudad y otras dos en la playa del Callao, cuya vista contuviese la codicia de aquellos que fueran capaces de ocultar lo que recogieran y no exhibirlo, como lo han ejecutado todos los que han sabido reconocer su propia obligación.

Como multiplicaba S. E. los cuidados, porque con una prevención productiva de remedios no se contentaba con reparar los daños, sino evitaba los peligros; apenas hallaba ya de quien servirse para los providencias; y asi le fue preciso aumentar el número de gente a las dos compañías de sus guardias de infantería y caballería, con sueldos competentes y destinó tres patrullas de soldados con sus cabos que rondasen continuamente la ciudad, para evitar las muertes, robos y demás discordias que en el desconcierto de las habitaciones facilita la ocasión y excita la necesidad, principalmente en la turba incorregible de la plebe, en quien no hace impresión el más triste espectáculo de la desgracia, y es menester que el rigor efectivo del castigo refrene su insolencia.

Así pudo S.E. sino satisfacer, contentar a su propio deseo, que era a un tiempo el que pedía, y el que mandaba en las causas de la común utilidad. No bastándole a su anhelo la continua tarea en que tenía desvelados los Ministros de su gobierno; habiendo necesitado bien su Asesor General el Señor Don Juan Gutiérrez de Arce, Alcalde del Crimen de esta Real Audiencia, toda la fortaleza de su genial infatigable aplicación al ministerio de Justicia, sólo comparable con la firme solidez de los dictámenes de su prudencia, y acerto, para no rendirse al peso de tanto trabajo; y no menos el Señor Brigadier D. Diego de Hesles y Campero, su Secretario de Camara, haber traslado la prontitud del talento a la agilidad de las operaciones pareciendo, que o maravillosamente duplicaba la presencia, o que la extendía con la facilidad que el pensamiento; pues sin faltar al despacho se ha dejado ver en todas partes para el consuelo, el reparo y el remedio de todas las urgencias y necesidades; zelando a un tiempo con la misma cuidadosa vigilancia que los capitanes de las guardias, D. Victorino Montero del Aguila y D. Baltasar de Abarca, cuanto pudiera ocasionar daño, o desorden, que era el principal cuidado de su Exc. Y sobre que ya menester fuerzas más que humanas, los Alcaldes Ordinarios por las incumbencias de que le cargaban, tanto, que contemplando el mismo Señor Virrey cuán imposible les sería continuar en tan laborioso afanado desvelo, les hizo propagar la Jurisdicción, y nombrar en cada Barrio un Alcalde que atendiese a la quietud de los Vecinos y la seguridad de las Casas, y que hiciese descubrir los que pudieran permanecer debajo de las ruinas para sepultarlos, y arrojar las bestias muertas por el temor de que infectasen el aire; dando a cada uno comisión bastante para prender los delincuentes y ordenándoles que de todo lo que acaeciese diesen cuenta a su Exc., quien se la confirió por escrito, y fue necesario emplear en ello más de dos días por la multitud de nombramientos en la dilatada extensión de la ciudad; con lo que pudieron los referidos Alcaldes Ordinarios dedicarse más eficazmente con los Regidores y Cuerpo del Cabildo al urgente cuidado en que entendían de hacer derribar las fábricas de Casas, Conventos, Iglesias y Hospitales que amenazaban ruina, y de habilitar las panaderías y molinos, como también de evitar el que se saliese a los caminos a comprar los géneros que venían de abasto, porque así llegasen libremente a la Plaza, en donde todos pudiesen libremente proveerse, sobre que se publicó Bando de Orden de S. Exc. con pena a los transgresores de doscientos azotes, siendo de baja condición, y de cuatro años de destierro a los demás; mediante lo cual, ni se ha experimentado penuria en lo necesario, ni ha podido la indigencia apadrinar aquella exorbitante codicia con que se suelen fingir las faltas para encarecer los precios.

Con tan próvidas regladas disposiciones ha quitado S. Exc. mucha parte de fuerzas al mal, que suele crecer más que por la adversidad, por el desorden, y con la igualdad del rostro que le ha mostrado se ha dejado ver superior a las desgracias, para más bien asegurar la obediencia, habiendo conseguido que respondiese en todo como eco de su voz la observancia de sus ordenes, que fue sostenerle, es respeto, y la autoridad para haber sosegado el impetuoso tumulto con que enloquecida la ciudad por falsa voz que a un mismo tiempo se esparció en toda ella, de que ya el Mar llegaba a sus contornos, corría en tropas confusas sin libertad, ni destino, a buscar los cercanos Montes en que salvarse, siendo tan irresistible la fuerza con que todas se apresuraban, que aun los mismos que por las circunstancias, que la hacían inverosímil y por las noticias de semejante acaecimiento sucedido el año 86, no ha creían, se dejaban llevar, o eran impelidos del torrente común que formaba un verdadero Mar de las oleadas de gente, que iban ahogándose de la fatiga, y congoja, como sucedió a algunos, siendo así, que tanto favorecía la claridad por ser el principio de la tarde, pero esto mismo favorecía la noticia, no pudiendo detenerse a averiguarle el uno por otros, que no todos le habían de arrebatar sin fundamento; y es que la consternación en que tenía los corazones el suceso del Callao, hacía adelantar el miedo sobre los límites de la razón, que no le paraba a discurrir el nivel de la situación de esta ciudad, respecto del Mar, que sube hasta ciento y setenta varas, en la Plaza mayor, y todavía se adelanta a más en los extremos superiores hacia el Oriente, para conocer que haya antiguas memorias de que sus aguas se han extinguido algunas leguas sobre la tierra en ocasiones de otros grandes Terremotos acaecidos en estos Reynos, nunca pudo ser en partes de tanta altura. Pero S. Exc. que en la misma elevación de ánimo gozaba de toda la eminencia que podía desearle para efugio, y que además tenía bien premeditada la seguridad y se la confirmaba la falta de aviso de las Vigías que había puesto en toda la Costa, que le hubieran participado cualquiera movimiento del mar, luego concibió con claridad la falsedad de aquel rumor, y la comenzó a persuadir, no sólo con la serenidad, y confianza con que se mantenía en el mismo sitio de su habitación en la plaza, sino con la más viva, y fuerte aseveración de modo que consiguió detener, y sosegar a cuantos allí se hallaban, y despachó soldados por todas partes que detuviesen la innumerable gente que atropelladamente corría; más esta a quien el aprehendido temor no le permitía el asenso, miraba como tiranía la piadosa compasión de contenerla, y juzgaba que era cortarle la vida, estorbarle la fuga, y así a pesar de la resistencia, continuaba el desbarato tropel de la carrera, en que nada dejaba distinguir la confusa multitud desordenada.

Por lo que contemplando S. Exc. toda la realidad del daño, que ya iba formando y podía aumentar la imaginación de aquel peligro, tomó la resolución de montar a caballo y seguir, y penetrar todo aquel denso concurso, que salía más que sí, que de la ciudad, y o prodigio de la natural fidelidad de estos dominios. Sin más que la presencia del gobernador calmó una tempestad, que ya en alaridos, y llantos, no solo era tormenta de la tierra, sino espantosa confusión en el aire; y lo que no había conseguido el vínculo estrecho del conyugal amor, la ingenita natural ternura de los hijos, ni el doloroso abandono de los bienes, venció sólo el imperio de una voz, a quien o se sacrificaban como holocausto de la lealtad las vidas, o era capaz de infundir una firme creencia de que quien tanto procuraba conservarlas, no las aventurara, sin la más fundada certidumbre de su seguridad. Contúvose cada uno allí donde le alcanzó este adorable consuelo, y comenzando a sentir todo lo que no había reparado el susto, fue el más triste espectáculo de la compasión aquel regreso, en que la separación de los más conjuntos, y los suspiros de las madres por los hijos, formaban todavía otra confusión, que no daba lugar aun a sentir, y reconocer los efectos de la fatiga, y del cansancio, pero todo terminó antes que el día, y con justa razón mereció S. Exc. las gracias de una universal aclamación, pues libertó el pueblo de un peligro tan dañoso, como pudiera serlo el efectivo naufragio. Como tan públicos universales beneficios hacia comprender, que tanto como la obligación animaba a S. Exc. la piedad, no dudo hallar en ella su consuelo la necesidad de las religiosas, cuyo desamparo se ha ponderado en la noticia de la ruina de los monasterios, y así algunos de los que gozan, y tienen rentas en la real caja por la imposición de algunos principales, le representaron el triste estado que les obligaba, aunque con el mayor sentimiento de aumentarle los cuidados, a hacer recurso por algún socorro, y luego ordenó, que a cuenta de sus créditos fuesen socorridos con pan, y carne, y que los regidores de la ciudad distribuyesen entre sí el cuidado de todas, para derribar lo que les amenazase ruina, y asegurarles los insultos, que pudieran padecer de ladrones, haciendo particular objeto de su atención la de su alivio, y remedio, en las juntas, que ha tenido S. Exc. para conferir con los Señores Ministros de la Real Audiencia, y con Cabildo, y Regimiento de la ciudad, todo lo que puede conducir a los más útiles ahorros de la Real Hacienda, y el restablecimiento, y reparos porque insta el orden de la república suspenso, y cuya necesidad, pide toda la considerada reflexión, que un solo ciña las providencias al actual preciso remedio, sino también a la futura seguridad; y en esta atención expidió decreto para que Don Luis Godin, de la Real Academia de las Ciencias de París, que es Catedrático de Prima de Matemáticas de esa Real Universidad, formase un Plan, y Diseño de las medidas, forma y regla que debe observarse en la fábrica de las Casas, y viviendas de la ciudad, de modo que no peligran en ella sus habitadores en ocasión de iguales terremotos, que siempre deben temerse y sean menos los daños, y estragos de las ruinas que ocasionan, cuyo encargo desempeño con puntualidad, y se queda entendiendo en allanar las dificultades que para practicarlo se ofrecen al cabildo, con quien se sustancia este importante negocio, para resolver y dar regla fija en materia tan grave, y de tanta utilidad al bien publico.

No fatigaba tanto a S. Exc. la multitud de embarazos por el peso de la ocupación pues hacia ver la experiencia, que aun más le debía el acierto a la prisa, que pudiera esperar de la premeditación, sino por lo que le detenía el ardiente deseo con que se hallaba de reparar en lo posible el Callao; y así luego que pudo desahogarse, paso personalmente, llevando consigo al referido don Luis Godin, a reconocer todo aquel terreno, y observar sitio proporcionado a construir Fortificacion competente que pueda servir de defensa a la Marina, en cualquiera invasión, que intenten los Enemigos, o Piratas; y así mismo en que se puedan fabricar Bodegas para el desembarque de los frutos, que se han de conducir de fuera, porque no cese el comercio y con efecto hizo la demarcación, para formar después el plan de aquellas obras, como lo ha ejecutado, hallando bastante comodidad para uno y otro, bien que en la distancia en que quedaran las bodegas, juzgaba S. Esc. conveniente, que se habilitase una Ria de la parte de Pitipiri, por donde en Canoas, y barcos se facilite la descarga de los géneros y efectos que conduzcan los navíos, acercándose a ellas o sus inmediaciones cuando tanta oportunidad ofrece el Rio, que por allí descarga al Mar. Y satisfecho de tan preciso principal cuidado, se volvió a la ciudad a entender en todos los medios, que puedan afrontar su ejecución, como que fin aquel propugnáculo se hiciera vano todo el cuidadoso restablecimiento de esa capital.

De los demás vigilantes desvelos con que todo ha hecho S. Exc. que primero se canse la admiración del publico en observarlos que la constancia de su celo en el bien que le procura, tiene hartas lecciones que estudiar en lo venidero la prudencia, si puede haber reglas contra los accidentes; pero no tendrá menos que venerar el ejemplo, si atiende a la religiosa cristiandad con que ha manifestado la mayor resignación en el mayor contraste, y mostrando el temor mas reverente dentro del mas esforzado aliento, ha dado a conocer, que los reparos con que resiste el mal, solo son obligación de su cargo, no confianza de sus prevenciones; y asi fue el primero su recurso a lo Divino y en la capilla que desde el principio pudo construir la devoción a la Santísima Virgen de la Merced, cuyo peregrino singular culto se condujo desde su convento a la plaza para el universal consuelo de tanta aflicción, es tan continua su asistencia, como sus ruegos, buscando con lo que se humilla, el acierto para lo que ordena.

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