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Como en un afán de ratificar su adhesión a tales juicios, durante ese mismo mes de septiembre de 1902, Recabarren participó en una convención o “Primer Congreso Social Obrero” convocado por diversas entidades gremiales y mutualistas articuladas en torno al Partido Demócrata, y presidido por el obrero gásfiter y (curiosamente) futuro parlamentario demócrata Zenón Torrealba. En representación de varias sociedades de provincias, entre ellas la de Socorros Mutuos de Tocopilla, la “Académica” de Antofagasta (así se llamaba) y la Federación de Obreros de Imprenta de Valparaíso, Recabarren sometió a la consideración de dicho cuerpo algunos proyectos de mejoramiento organizativo y social. Destacaban entre ellos uno sobre “reglamentación del trabajo de los reos”, otro sobre descanso dominical obligatorio –tema posteriormente recogido por los diputados demócratas “reglamentarios” para su transformación en ley–, otro sobre “gratificación a los obreros que le trabajen al Fisco o al Municipio” y un cuarto sobre supresión del pago en fichas31. Es interesante constatar que ya a esta temprana fecha Recabarren hacía gala de contactos formales con organizaciones obreras del norte salitrero, y auspiciaba iniciativas, como la última mencionada, que iban en beneficio directo de esas regiones. Se anunciaba así una ligazón que, como se verá, ocuparía un lugar trascendental en su futuro político.

Al momento de ocurrir estos hechos Recabarren se hallaba radicado en Valparaíso, hasta donde había debido trasladarse por razones económicas32. Desde allí escribió, firmando como secretario general del Partido Democrático y como director del periódico porteño La Democracia, su célebre carta al presidente de la Sociedad Mancomunal de Obreros de Iquique, Abdón Díaz. Elogiaba en dicha carta la labor general de esa organización, y particularmente la prolongada huelga que había encabezado entre diciembre de 1901 y febrero de 1902. El movimiento mancomunal, como se sabe, fue la primera experiencia chilena de asociación obrera más estable y masiva, y también de mayor alcance territorial, propagándose en su momento de mayor fuerza desde el norte salitrero hasta los puertos de la zona austral. Acogiendo en su seno prácticas mutualistas ya tradicionales junto a otras más propias de la lucha directa contra el capital (como las huelgas), las “sociedades mancomunales” otorgaron a la cuestión social una visibilidad mucho mayor de la que había exhibido hasta el momento, constituyéndose en un foco de atracción para las diversas corrientes en que comenzaba a alinearse la clase obrera organizada: demócratas, anarquistas, sindicalistas y protosocialistas33. Inspirado tal vez por esa circunstancia, e invocando explícitamente la frase de Karl Marx “la emancipación de los trabajadores debe ser obra de los trabajadores mismos”, Recabarren había escrito al presidente de la mancomunal iquiqueña precisamente para expresar su orgullo, “como obrero y como hombre de trabajo”, ante ese “movimiento omnipotente y poderoso que efectúan mis hermanos de trabajo en aquellas zonas tan apartadas del corazón del país”.

Distanciándose de la “mesura” que tanto había ensalzado solo cuatro años antes en su denuncia a Luis Olea, el joven periodista demócrata celebraba ahora la huelga ocurrida en Iquique como “el primer grito de rebelión que lanza el chileno, el primer grito de protesta arrojado al rostro de los capitalistas, que amparados por el gobierno y sus ejércitos, nos explotan a su inhumano capricho”, reivindicando de paso la eficacia de las huelgas como instrumento de emancipación obrera. Llamaba asimismo a luchar por la jornada de ocho horas, por el pago en moneda corriente, y por la elección de representantes genuinamente obreros ante el Congreso y las cámaras municipales. Y concluía, en un desplante abiertamente rupturista: “Nosotros debemos dividir la organización (social) en dos clases: ricos y pobres [...] El patrón es la hiena sedienta de sangre, que se lanza sobre nosotros para devorarnos; nuestro deber, si queremos conservar la vida, es defendernos y darle muerte a la hiena para evitar el peligro”. En su respuesta, junto con agradecer los conceptos vertidos y solicitar las columnas del periódico dirigido por Recabarren para difundir las actividades de su organización en el centro del país, Abdón Díaz concurría en el juicio de haber “sentado la primera piedra del templo de la Emancipación Social del obrero en Chile, mediante la unión y el compañerismo”34.

Según Alejandro Witker, Ximena Cruzat y Eduardo Devés, durante su residencia en Valparaíso Recabarren habría ocupado importantes cargos partidarios, identificándolo los segundos nada menos que como “presidente provincial” de la colectividad. Habría colaborado también, en una aparente inconsistencia con su alineación “doctrinaria” y su entusiasmo por las mancomunales, en la campaña que dio por resultado, en marzo de 1903, la reelección de Ángel Guarello a la Cámara de Diputados, así como la obtención de una mayoría de regidores demócratas en el gobierno municipal. Sin embargo, un aviso publicado por el partido en El Mercurio de ese puerto no lo nombra entre los integrantes de la directiva, lo que por otra parte sería consistente con su pertenencia a la fracción encabezada por Landa, derrotado en esas mismas elecciones en su re-postulación por Santiago. Sea como fuere, Recabarren resultó involucrado en una acusación judicial por presunta falsificación de actas electorales, lo que derivó en una prisión que los autores nombrados cifran en tres meses, en tanto que el biógrafo obrero Osvaldo López la reduce a dos. Si se descarta una experiencia análoga supuestamente sufrida con motivo de la guerra civil de 1891 (cuando solo tenía quince años), fue este el primero en una larga serie de carcelazos que jalonó su trayectoria política, pero que a la vez fue consolidando su imagen como militante consagrado a la causa.

En lo inmediato, sin embargo, la prisión privó a Recabarren de involucrarse personalmente en la gran huelga portuaria de mayo de 1903, que como se sabe derivó en la primera de las matanzas obreras que jalonaron lúgubremente las décadas iniciales del siglo xx35. Desde su calabozo, y retomando un discurso ya enunciado en la carta a Abdón Díaz del año anterior, el naciente agitador social saludó “el grito revolucionario de todo un pueblo que en medio de sus hambres y sus miserias se hace justicia por sus propios esfuerzos”. Tras 25 días de movilización pacífica, afirmaba, los trabajadores porteños habían perdido la paciencia y se habían lanzado “con paso vengador a hacer justicia práctica, a castigar a sus verdugos y a los explotadores”. Es verdad que prácticamente todas las víctimas producidas por este choque pertenecían al contingente huelguista, pero ello no lo inhibía de señalar que “esos obreros no hacen más que botar del camino los escollos que obstaculizan la marcha de la humanidad hacia la sociedad moderna e igualitaria con que soñamos todos los que tenemos hambre y sed de justicia”. Y concluía, desafiante: “¡Que algunos cadáveres van a cobijarse bajo tierra! Todas las causas tienen sus mártires, y muchas veces es más dulce morir así, en defensa de un ideal sublime, que agonizar por veinte años para morir después de haber pasado la vista por un charco de inmunda miseria y lástima repugnantes”. Así como los mancomunados de Iquique, y más claramente aun en virtud de su martirio, los huelguistas de Valparaíso daban el ejemplo en que debían inspirarse “los obreros timoratos que se humillan ante la soberbia patronal”36.

Una vez recuperada su libertad, Recabarren participó en la organización del Segundo Congreso Social Obrero, realizado precisamente en Valparaíso en septiembre de 1903 para dar continuidad al celebrado un año antes en Santiago. En preparación de dicho evento, exhortaba a sus compañeros de clase a “abandonar nuestras timideces, indolencias y apatía” y confundirse en “una comunidad de hombres que abriguen una sola aspiración: la emancipación y el bienestar de las clases trabajadoras, para hacer imperar una era de verdadera justicia”. “Una vez que hayamos logrado organizarnos para hacernos respetar”, proseguía en clara alusión a la represión recién sufrida, “una vez que hayamos conquistado nuestro verdadero puesto en la vida humana, veremos si la burguesía explotadora se atreve a insultarnos, veremos si se atreve a pedir el aumento de la fuerza armada para ponernos a raya como dicen”37.

Ya inaugurado el congreso obrero, Recabarren fue elegido vicepresidente de la mesa directiva, quedando a su cargo uno de los discursos estelares y la presentación de uno de los proyectos sometidos a la concurrencia38. Según el periódico capitalino La Ley, en dicho evento se debatieron mociones que “tienden a llenar los vacíos tan lamentables de que adolecen las relaciones entre el capital y el trabajo, otras que procuran hacer cesar los abusos de que son víctimas algunas clases trabajadoras, y no pocas que tienen por objeto consolidar y perfeccionar la organización obrera que ha dado origen al Congreso mismo”. Especial beneplácito mereció de parte del citado órgano radical, y seguramente también de Recabarren, una propuesta aprobada por unanimidad sobre “abstinencia total de las bebidas alcohólicas”, así como otra de la célebre dirigenta Juana Roldán de Alarcón sobre educación laica femenina, causas ambas a las que el citado organizador consagraría innumerables jornadas39.

Fue en esa ocasión que Recabarren conoció personalmente a Gregorio Trincado, presidente de la Mancomunal de Tocopilla, quien lo invitó a esa ciudad a fundar un periódico obrero para “representar y defender los intereses de la Mancomunal y de los trabajadores a que pertenecemos”40. Como se dijo más arriba, Recabarren ya había tenido contactos con organizaciones obreras de ese puerto salitrero, pero esta invitación le brindaba la oportunidad de trasladarse en persona, nada menos que como editor de un periódico, a la región donde más fuerza había cobrado el movimiento mancomunal. Años después recordaría ese momento también como un ejemplo encomiable de autoilustración obrera: “Yo encuentro de una sublimidad majestuosa el pensamiento de estos obreros –peones, playeros, estibadores, cargadores, lancheros– que soñaban con tener una imprenta para desarrollar sus facultades mentales, viéndose huérfanos en esta sociedad, que no los ayudaba a instruirse, a ilustrarse”41. Recabarren iniciaba así la primera de sus varias estadías en la pampa salitrera, y junto con ello su etapa de verdadera consagración como dirigente obrero y social. Con veintisiete años de edad, y con un cargo que le permitiría conjugar la subsistencia material con el activismo político, podía finalmente materializar su entusiasmo por conocer y participar directamente de la experiencia mancomunal. A esa labor dedicaría los próximos dos años de su vida.

La región a la cual llegaba Recabarren experimentaba por aquel tiempo el apogeo del ciclo salitrero, signado contradictoriamente por la acumulación de grandes fortunas empresariales (y también públicas, puesto que el impuesto al salitre otorgó al Estado parlamentario ingresos nunca antes vistos) y por igualmente grandes sacrificios obreros, originados tanto en los rigores del paisaje desértico como en la rudeza de un trabajo sometido sin contemplaciones a la lógica capitalista42. Había surgido allí, precisamente a causa de tales contrastes, un vigoroso movimiento obrero, encarnado principalmente en las mancomunales a las que Recabarren venía ahora a incorporarse como periodista. Ya instalado en Tocopilla, sin su familia, por cierto, el 18 de octubre de 1903 iniciaba la publicación de El Trabajo, un modesto impreso de cuatro carillas (un pliego) similar a la gran mayoría de los periódicos obreros que por aquellos años circulaban profusamente por el país43. Pese a su modestia, Recabarren aseguraba que había sido recibido “en medio del entusiasmo y la febril alegría del pueblo trabajador, que lo acogió como el Mesías de la redención social”44. En una veta similar, un colaborador de El Marítimo, órgano oficial de la Mancomunal de Antofagasta, identificaba al periódico dirigido por Recabarren como un “nuevo faro” en la zona y se refería a su editor como un “antiguo e incansable periodista obrero”. “Recabarren”, proseguía, “quien haya tenido el gusto de leer sus inspiraciones siempre basadas en el trágico luchar en defensa de sus hermanos los proletarios, se habrá convencido que su pluma de granito jamás se ha rendido ante las inclemencias de los agiotistas a quienes ha hecho temblar”. Y concluía: “su potente brazo y su amor por el bienestar de su país son timbre de estímulo con que el pueblo entero de Chile le distingue y por lo cual no dudamos que hará una nueva era de adelanto cortando de raíz la ambición corrompida de los capitalistas”45.

Los artículos de El Trabajo, en efecto, se convirtieron muy rápidamente en motivo de escándalo y preocupación para “agiotistas” y “capitalistas”. En las primeras entregas firmadas directamente con su nombre, Recabarren fustigó duramente las pretensiones gubernamentales de implantar un sistema de ahorro forzoso de dependencia fiscal para los obreros, señalando que “ese dinero acumulado sería una tentación para los ricos: se harían empréstitos entre ellos y lo harían girar en su beneficio”. Mucho más sensato era confiar en sus propios compañeros de clase asociados en las Mancomunales, “porque con las cuotas que paga tiene ahorros de sobra para atenderse en sus horas de desgracia”. Estas entidades de administración estrictamente obrera, agregaba, no solo brindaban beneficios materiales, sino también morales: “Todos los trabajadores que teniendo vicios antes de entrar a estas sociedades, una vez en su seno, los abandonamos y aprendemos a vestirnos con limpieza, nos acostumbramos a la sociabilidad culta, y las horas dedicadas al servicio social, son horas sustraídas a la embriaguez, al juego o a otros vicios”. Por tales “lógicas y poderosas razones”, concluía, la clase trabajadora debía rechazar de plano cualquier mecanismo de ahorro forzoso, “aun cuando se necesiten para aplicarlo centenares de cadáveres y ríos de sangre”46.

Con expresiones igualmente dramáticas, el periódico editado por Recabarren se contrajo a denunciar la ley de servicio militar obligatorio, “ley odiosa y despótica, que es un sarcasmo en la república y que por desgracia el pueblo ha soportado”. “Somos nosotros mismos”, decía en otra parte, “los que vestidos de soldados asesinamos a nuestros compañeros o los perseguimos por orden de los tiranos”. Por esa razón, la propaganda mancomunal debía encaminarse a que “ningún trabajador sea soldado, porque los jefes lo obligarán a convertirse en un verdugo de sus mismos compañeros”, y porque mientras hubiesen soldados, “los patrones cometerán abusos con nosotros”. Exhortaba finalmente a los soldados a desobedecer las órdenes de disparar contra los trabajadores, o derechamente a abandonar “ese infame servicio”47.

Generalizando a partir de esas y otras denuncias concretas, El Trabajo volvía una y otra vez sobre el “desprestigio natural que pesa sobre las autoridades, por la multitud de actos torpes y estúpidos y sus disposiciones déspotas e inicuas, que siempre gravitan sobre las espaldas del pueblo”. “El gobierno del país”, precisaba, “el Congreso y los municipios, las autoridades judiciales y toda la mazorca que constituye la llamada administración del país es formada, directa e indirectamente por las mismas personas que, dueñas del capital, son los patrones que como epidemia mortífera causa la eterna ruina de los trabajadores”48. Se sindicaba así a los patrones como responsables directos de los abusos que a diario se cometían en las oficinas salitreras y otros lugares de trabajo, y que el periódico también se ocupaba de denunciar. “El capital”, sentenciaba, “exige lujo, vanidades. Vive en la orgía y pernocta en el tapete, derrochando el sudor de oro del trabajador”. Por esa razón, añadía, “vamos a realizar una revolución en el orden social”. En ese trance, “si las clases burguesas nos ayudan a encontrar expedito el camino limpiándolo mutuamente de las dificultades, no habrá lucha, ni sangre”. Pero si al contrario “nos colocan mayores obstáculos y emplean medidas coercitivas, haremos lo del minero: porfiar para encontrar el metal cuando hay seguridad que existe, apartando las piedras o quijos, con los materiales que se necesitan para ello”. Y como para no dejar ninguna duda sobre la índole de dichos materiales: “Si eventualmente han aparecido justicieros en Francia, Italia, España, Rusia, Estados Unidos”, en referencia a los atentados anarquistas que habían costado la vida a estadistas y gobernantes de dichos países, “pueden aparecer aquí también”49. Evidentemente, se estaba muy lejos de las condenas con que se habían fulminado las ideas de Luis Olea solo cinco años antes.

Considerando el tenor de estas expresiones, no es extraño que a las pocas semanas de la llegada de Recabarren a Tocopilla, la Mancomunal de ese puerto, y más específicamente su periódico, se hayan convertido en blanco de las iras oficiales. A mediados de diciembre de 1903, el prestigioso Ferrocarril de Santiago llamaba la atención sobre la “gravedad y trascendencia antes desconocida” que cobraban en Chile los “conflictos relacionados con el trabajo y las clases obreras”. Refiriéndose específicamente a las provincias salitreras, foco preferencial de dichos conflictos, denunciaba la existencia en ellas de “una propaganda activa y permanente de perturbación”, identificada explícitamente con El Trabajo de Tocopilla, que “puede producir extravíos deplorables de criterio entre los trabajadores cuyos intereses dice representar”. Y sentenciaba: “Cuando hemos podido presenciar en este mismo año lo ocurrido en Valparaíso, a consecuencia de la huelga de las gentes de mar, y poco antes en las faenas carboníferas de Lota, la más elemental prudencia aconseja abordar de lleno y por completo problemas sociales de tanta trascendencia, estudiando su índole y la tendencia perturbadora y subversiva de la propaganda que se ejercita en aquellos territorios”50.

Quince días después, el ministro del Interior Arturo Besa, casualmente propietario de establecimientos mineros amagados días antes por disturbios obreros, telegrafiaba al intendente de Antofagasta ordenando abrir un sumario criminal contra El Trabajo por “publicar artículos amenazantes [contra las] autoridades, procurando inspirar odio al gobierno y subvertir el orden público”. Casi al mismo tiempo, un oficial de ejército a cargo de un destacamento militar acantonado en Tocopilla denunciaba al periódico mancomunal ante el gobernador departamental por inducir a sus subordinados a la deserción y la sedición. En reiterados artículos, acusaba, se hacía aparecer “odiosa y ruin la vida militar”, comparando ese régimen y su disciplina “con la vida y la exactitud de la mula que acude al son del cencerro”. En otra parte se afirmaba que al cumplir la ley de servicio militar obligatorio, los trabajadores cometían un crimen contra sus propias familias, razón por la cual debían “abandonar ese infame servicio”. Tal vez esos llamados no lo hubiesen alarmado tanto, aclaraba, si no hubiese visto circular clandestinamente entre la tropa bajo su mando ejemplares de El Trabajo, dando lugar a “conversaciones o especies que pueden originar trascendencias o dar mal ejemplo a la subordinación y disciplina”. De hecho, ya se había producido al menos un caso de deserción, en la persona del excabo 1º del Regimiento Arica, Benjamín Rodríguez, quien había cultivado amistades “entre los mismos que escriben”51.

Impulsado por ese vendaval de denuncias, el 15 de enero de 1904 el promotor fiscal de Tocopilla encausó al directorio en pleno de la Mancomunal, y a Recabarren como director del periódico, por los delitos de subversión y amenazas, lo que derivó en veinte días de prisión para todos los acusados. Liberados por disposición de un ministro de la Corte de Apelaciones de Tacna, quien estimó (en un arranque intransigentemente liberal) que un delito de opinión no podía dar lugar a un juicio criminal, Recabarren retomó sus labores con mayores bríos: “Si hasta antes de mi prisión he guardado contemplaciones para las autoridades inescrupulosas y que dilapidan el tesoro público, desde hoy cumpliré con mi deber más estrictamente, a fin de que comprendan que los hombres que tenemos conciencia no sabemos vacilar ni doblegarnos ante la persecución tirana y brutal”. Mientras la libertad de prensa lo amparase, desafiaba, “mi pluma continuará destilando hiel porque soy un revolucionario que anhelo ver pronto una sociedad nueva, más humana, más justiciera que la actual”52.

Incansable, por esos mismos días participó (o tal vez promovió) una iniciativa de la Mancomunal de arrendar un terreno en plena pampa para levantar un local que, aparte de albergar las ya habituales actividades societarias (“teatro, salas de lectura, de diversión, diversas escuelas, salas de hospital, secretarías gremiales, y todo lo que constituya medios de progreso y de cultura para el trabajador alcanzados por el mismo trabajador”), permitiera instalar un almacén cooperativo donde los obreros de las salitreras pudiesen burlar el monopolio de las pulperías, adquiriendo mercaderías a precios más baratos. Este proyecto, que Recabarren auspiciaría posteriormente una y otra vez en las organizaciones en que le cupo actuar, se inspiraba seguramente en experiencias ya materializadas por el socialismo europeo a través de “Casas del Pueblo” que cumplían las mismas funciones recién enumeradas, de las que seguramente se había informado a través de sus lecturas. Lejos de apreciar las bondades de la iniciativa, el gobernador de Tocopilla, embarcado en una política de abierto hostigamiento a la Mancomunal, impidió la ocupación de los terrenos arrendados, pero a la postre las obras de construcción se iniciaron de todas formas. Para el 1º de mayo ya podía anunciarse triunfalmente la inauguración del local53.

Por esos mismos días se abrió un nuevo juicio en contra de la Mancomunal, esta vez por una demanda de liquidación de la sociedad iniciada por un antiguo socio, según Recabarren “vendido al oro de los burgueses”. El juez a cargo de la causa, el mismo que había ordenado la prisión del directorio tan solo semanas antes, dispuso ahora el embargo de la imprenta de El Trabajo, lo que dio lugar a un enfrentamiento entre la policía y un grupo de mancomunados que terminó con al menos tres heridos y varios detenidos, entre ellos nuevamente Recabarren. Liberado a los tres días bajo fianza, la lectura de unas cartas incautadas durante el allanamiento dio a las autoridades pretexto para someterlo a una nueva acusación criminal, esta vez por “propalar ideas que tienden al anarquismo en su forma más violenta”. En lenguaje más técnico, se le acusó por “subversión del orden público y amenazas”, y en referencia específica a los disturbios acontecidos en la defensa de El Trabajo, por “atentado a la autoridad”. A diferencia de las oportunidades anteriores, Recabarren ahora permanecería siete largos meses en prisión54.

Sustraído del fragor de la militancia cotidiana, el encarcelado periodista obrero consagró sus meses de forzado inmovilismo a reflexionar y escribir sobre diversos temas vinculados a la coyuntura política y social, tales como las proyecciones del movimiento mancomunal, la condición obrera, el significado del socialismo y la necesidad de unir a todos los trabajadores por encima de diferencias doctrinarias. Como su propio periódico había sido clausurado, estos escritos fueron difundidos a través de otros medios mancomunales u obreros de la zona, tales como El Marítimo de Antofagasta o La Voz del Obrero de Taltal. En el primero, por ejemplo, desarrolló un detenido diagnóstico sobre la medida represiva que lo afectaba, atribuyéndola a una campaña sistemática contra las Mancomunales que solo demostraba el temor que dichas organizaciones comenzaban a despertar entre las clases dirigentes.

“Día por día”, comentaba en referencia a la fundación de nuevas mancomunales a lo largo del país, “se organizan nuevos gremios, nuevas secciones, son reclutas que llegan a tomar las armas del derecho para la conquista de la justicia”. “Las clases proletarias”, proseguía, “no luchan hoy por utopías o por ideales imposibles, como pretenden sostenerlo los burgueses que en su egoísmo corrompido niegan al pobre la justicia que reclama”. Por el contrario, lo que inducía esa lucha eran objetivos tan concretos y naturales como más y mejor alimentación, habitaciones higiénicas y decentes, salarios suficientes para las necesidades del hogar, descanso suficiente “para no suicidarse paulatinamente”, educación, ciencia, luz, honradez y dignidad para aspirar a una felicidad común. Y concluía: “Por imponer esto batallaremos, derramaremos sangre, rendiremos la vida, si la ignorancia, si la torpeza, si el egoísmo de los satisfechos se opone por la fuerza bruta, único baluarte tras donde se defienden, ya que la razón nunca les acompaña”55.

Como dándoles la razón a tales denuncias, coincidió con el encarcelamiento de Recabarren la visita a las regiones salitreras de una comisión consultiva gubernamental motivada precisamente por la agitación vivida durante los meses anteriores. Esta comisión, presidida por el ministro del Interior del presidente Germán Riesco, Rafael Errázuriz Urmeneta, se estableció por decreto supremo de 12 de febrero de 1904, entre cuyos considerandos figuraba explícitamente el interés del Gobierno por “conocer de cerca las condiciones generales en que se desarrollan en las regiones salitreras la vida del trabajo, la del capital y sus relaciones recíprocas”. Tras un recorrido de varias semanas por las provincias de Tarapacá y Antofagasta, visitando oficinas salitreras y entrevistándose con autoridades locales, empresarios y trabajadores, los comisionados elaboraron un informe que, junto con sus voluminosos anexos, se ha convertido en una de las fuentes más citadas en los estudios de la sociedad pampina al despuntar el siglo xx. Tras un cuarto de siglo de explotación salitrera, el Estado de Chile finalmente documentaba una preocupación por los problemas sociales que venían desarrollándose bajo el alero de esa poderosa industria56.

Ya desde sus primeras impresiones, fechadas en abril de 1904, los integrantes de la comisión reconocían abiertamente que “en la vida del desierto no se deja sentir con eficacia la intervención moderadora de los agentes naturales de toda cultura, a saber, la mujer, la familia, la propiedad distribuida entre muchos, la diversidad de las transacciones y de los negocios, y en suma, las satisfacciones de diverso orden que un nivel común de educación y moralidad trae consigo”. Fruto de ello, “bien se comprende que la población obrera de la Pampa sea fácilmente excitable y acepte con docilidad sugestiones de toda índole”. La alusión casi transparente a las mancomunales y a su prensa se hace explícita a través de diversos antecedentes incluidos en el informe, tales como uno elaborado por la Municipalidad de Tocopilla en que se sostiene en relación con el periódico dirigido por Recabarren que “cierta prédica que en algunos artículos se ha venido haciendo, la consideramos fuera de lugar, nociva a la sociedad misma y extemporánea”.

Haciéndose eco de la misma inquietud, Belisario Gálvez, reportero del periódico conservador santiaguino El Chileno que viajó junto a la comisión consultiva, señalaba que “El Trabajo de Tocopilla usa un lenguaje de fuego y vapulea a las autoridades que da miedo”. Y agregaba: “Predica sin rebozo contra las instituciones, el militarismo, las creencias, etc.”. Pero matizaba a continuación: “Debemos advertir que la situación de la autoridad y los obreros en este puerto, es también de una tirantez lamentable. Es posible pues que la exacerbación del órgano de los trabajadores, sea hija de esta situación excepcional y que convendría cesara cuanto antes”.

Profundizando en su análisis, y revelando bastante más sensibilidad respecto a la manera de evaluar y abordar los conflictos sociales, Gálvez se preguntaba si podía acusarse a las mancomunales de responder meramente a la acción de “agitadores de oficio”, como lo aseveraban casi invariablemente los empresarios salitreros y no pocos personeros de gobierno. Sin pronunciarse taxativamente al respecto, llamaba sin embargo la atención hacia la existencia de quejas concretas y atendibles entre los trabajadores, y dejaba entrever que el solo hecho de hacerse portavoces de dichas reclamaciones y darles un giro “a veces violento” no hacía de los diaristas obreros necesariamente agitadores de oficio. Opinaba también que “la Mancomunal es una asociación poderosa, porque encierra a todos los gremios de trabajadores, y se extiende de un extremo a otro del país”, y podía por tanto ser un elemento relevante en la solución de los conflictos laborales, “desde que representan los intereses de una de las partes”. “Pero en todas partes”, se lamentaba, “se persigue a los mancomunados, y esto los exaspera”, como lo demostraba palmariamente la situación de Tocopilla. En conclusión, y sin perjuicio de sugerir a sus miembros “mayor moderación en el lenguaje y más paz y tranquilidad en sus ideas”, recomendaba a las autoridades suspender su campaña de hostigamiento: “Un cambio de política, a nuestro juicio, daría buenos resultados, restablecería la armonía entre los obreros y las autoridades y facilitaría la solución de los conflictos”57.

En medio de todo esto, y escribiendo desde su calabozo, Recabarren se congratulaba del efecto provocado por “la campaña cruda y sin vacilaciones emprendida por la Mancomunal de Tocopilla, con su periódico El Trabajo a la cabeza”. Era esa campaña, aseveraba, la que había “sacudido del letargo a los empedernidos gobernantes de Chile” y “hecho tronar conmovida a toda la prensa mercenaria, ponderando nuestra actitud amenazadora”58. Sin embargo, no cifraba demasiadas expectativas en la visita de la comisión oficial, para la cual “la situación del obrero es excelente y solo hay una que otra aspereza en las relaciones del obrero y el patrón, muy fácil de subsanar”. “Los señores aristócratas”, añadía, “visitaron las administraciones relumbrantes y oyeron solo la voz de los patrones y la de los infelices trabajadores llevados aleccionados por los mismos patrones. Escucharon las falsedades con que negaban su acción y si algunos trabajadores tuvieron la audacia de llegar hasta la comisión a exponer la verdad de sus dolencias y malestar, los patrones lo clasificaban del número de los agitadores que exageraban la real situación”. Conclusión: “Expulsando a los agitadores que hay en la zona del norte, los capitalistas podrán entenderse amigablemente con sus obreros”.

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9789560013309
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