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Lucas: Quieren que reine el mal.

Terapeuta: [Reflejando.] Quieren que reine el mal. ¿Te refieres a algo así como el lado oscuro de la fuerza, que sale en las películas, o no exactamente? [Dejándolo caer como hipótesis.]

Lucas: Sí, es el lado oscuro. [Rotundo.]

Terapeuta: Y en este otro universo paralelo [lado derecho de la fotografía], ¿qué sucede?

Lucas: Al revés, los buenos quieren exterminar a los malos…

Terapeuta: ¡Ah! ¡Aquí es a la inversa…!

Lucas: Que es lo mismo, pero de distinta forma…

Terapeuta: ¿Quiénes son aquí los buenos?

Lucas: [Señala las dos figuras que están una al lado de otra en la parte superior derecha de la foto.]

Terapeuta: ¿Y qué ocurre en este universo para que los buenos quieran exterminar a los malos?

Lucas: Quieren que reine la paz.

Terapeuta: ¿No tienen ninguna otra manera de lograrlo?

Lucas: [Rotundo.] No.

Terapeuta: [Suena el timbre que indica el fin de la sesión.] Hemos de ir terminando por hoy. ¿Qué necesita este mundo, Lucas?

[Silencio largo.]

Lucas: Naves espaciales, pero no hay.

Terapeuta: Tendré que traer, o podemos construir unas. Bueno, es ya momento de dejar el mundo en la arena. ¿Le pondrías algún título?

Lucas: No.

Terapeuta: Muchas gracias por esta caja de arena. Guardaré el vídeo para llevar un archivo y para que podamos más adelante volver a verlo, con el fin de que podamos aprender más sobre ella.

Comentario: Desde el punto de vista clínico, este chico se debatía inconscientemente entre una parte de él que le indica que haga las cosas bien y otra (aparece en forma de voces interiorizadas) que le dice que haga las cosas mal. Una fuerza constructora y otra destructora. Lucas fue maltratado por su padre, lo cual ha generado en él una parte emocional hostil que debe reclamar como propia e integrar.

La caja de arena ayuda a ir del caos a la diferenciación y permite que ambas fuerzas (bien y mal) se manifiesten, opuestas. Con el trabajo de las cajas de arena (pero sobre todo al protegerlo y darle un contexto de buenos tratos), lo malo irá dejando espacio a lo bueno y logrará la integración de opuestos. Esperamos, como dice Ronnberg (2011), que estas fuerzas, «…por el mero hecho de que estén en conflicto, se unirán de manera gradual, y lo que parecía muerte y destrucción se acomodará en un estado latente de concordia en el que se gestan nuevos valores y actitudes dominantes».

Para concluir este apartado, quiero recordar que las reglas que rigen las diferentes fases de este abordaje terapéutico, es decir, el proceso, deben adaptarse a las necesidades de cada cliente, siendo coherentes con el procedimiento de aplicación, pero también flexibles. «No todos los pacientes pueden hacer todas las fases de la caja de arena en todo momento», recuerda Rae (2013). Por ello, para tomar buenas decisiones terapéuticas, es preciso hacer una buena valoración diagnóstica de los pacientes, antes de proponer técnicas de tratamiento. Esto nos permitirá un conocimiento profundo de las personas que solicitan nuestros servicios, de sus síntomas, problemas personales y sociales, fortalezas, recursos y redes de apoyo social. De este modo estaremos en condiciones de determinar cuáles son las técnicas más adecuadas para trabajar con aquellos. En el caso de optar por la caja de arena, también podremos acomodarla a las necesidades y características de cada paciente. El clínico experimentado sabrá cómo adecuar la técnica de la caja de arena a las características y necesidades de cada persona, siendo coherente pero flexible con las reglas, teniendo presente que «se ha creado la caja de arena para el paciente y no el paciente para la caja de arena».

Para más detalles sobre la técnica y para profundizar en ella, recomiendo consultar Construyendo puentes (Gonzalo, 2013) y La armonía relacional. Aplicaciones de la caja de arena a la traumaterapia (Benito y Gonzalo, 2017).

Ahora que ya sabemos en qué consiste esta técnica, podemos centrarnos en la formación del psicoterapeuta y en lo que este abordaje terapéutico le puede ofrecer. De ello nos ocuparemos en el siguiente apartado.


Tatiana Cáseda y José Luis Gonzalo, en el Centro de Traumaterapia y Psicología Lotura, en San Sebastián, Guipúzcoa (España), donde ejercen como psicólogos y colaboran en calidad de docentes en el posgrado de traumaterapia sistémica infanto-juvenil de Barudy y Dantagnan.

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1 Para formarse y ser un Jungian Sandplay Therapist (terapeuta junguiano de la caja de arena), es necesario cumplir unos requisitos formativos. Véase: https://www.esperanza-psicologos.com/requisitos-que-debe-cumplir-un-terapeuta-de-sandplay/

2 Para más información sobre Margaret Lowenfeld, véase: http://sussex-academic.com/sa/titles/psychology/LowenfeldBiography.htm

3 Un ejemplo de un paciente jugando con la arena entre sus dedos puede verse en este vídeo de YouTube. Es también un resumen de los aspectos más importantes de la técnica sandtray. https://www.youtube.com/watch?v=E0F5PtI6nTw&t=1s

4 A este respecto, consultar la Ley de Protección de Datos de Carácter Personal. Ley Orgánica 3/2018, de 5 de diciembre, de Protección de Datos Personales y garantía de los derechos digitales.

5 «El cuerpo calloso es un conjunto de tejidos con forma de puente que permiten la división y la comunicación entre el hemisferio derecho e izquierdo del cerebro; sin embargo, esta no es su única función.» (Fuente: https://asociacioneducar.com/cuerpo-calloso.)

6 Término en inglés que en psicología se utiliza para indicar con ello que un paciente puede darse cuenta y percibir nuevos conocimientos sobre sí mismo. Insight significa literalmente «ver por dentro».

7 Este concepto quiere decir cuánta cantidad de estrés emocional podemos tolerar sin desbordarnos o desconectarnos.

8 «En la terapia psicoanalítica, proceso de descargar la tensión psíquica generada por una experiencia traumática, reviviéndola mediante su verbalización o a través de actos, en general en presencia del terapeuta».(Fuente: Diccionario de términos médicos, https://www.cun.es/diccionario-medico.)

9 «Definimos mentalización como una forma de actividad mental imaginativa, predominantemente preconsciente, que interpreta el comportamiento humano en términos de estados mentales intencionales (necesidades, deseos, creencias, sentimientos, objetivos, etc.).» Allen, J. G., Fonagy, P., Bateman, A. (2008). Mentalizing in Clinical Practice. American Psychiatric Publishing.

10 La «neurocepción» es un concepto propuesto por Porges (2011) y es diferente de la percepción. Se trata de un conocimiento proveniente de las señales de nuestro sistema nervioso que nos informa, por debajo del umbral de la conciencia, cuán segura es una situación y/o personas. Mediante el lenguaje de las sensaciones corporales, pero también con reacciones provenientes del sistema nervioso autónomo (luchar, huir o inmovilizarse), este pone en marcha el sistema de defensa de los mamíferos, el más antiguo desde el punto de vista de la herencia de la especie.

11 Puede verse un ejemplo de cómo un niño de 9 años juega con la caja de arena en el vídeo que se ofrece al lector en el material adicional de descarga que viene con este libro.

12 «Interpretar», para nuestro propósito, es desentrañar o aclarar los significados de los símbolos y de toda la gramática de la caja (establecer relaciones entre todos los elementos que conforman la escena global), logrando entre paciente y terapeuta una comprensión, que puede ir desde un nivel más básico hasta otro más profundo, de qué aspectos (puntos de vista que considerar) se le revelan al primero sobre sí mismo y su vida.

13 Lanza, G. (20 de agosto de 2021). El intercambio dialéctico entre paciente y analista. Hablando de los tiempos de la interpretación, entendida como un proceso, André Green. Publicaciones. Facebook. https://www.facebook.com/gustavo.lanzacastelli

Capítulo 3
LA FORMACIÓN DEL PSICOTERAPEUTA:
CARENCIAS

JOSÉ LUIS GONZALO MARRODÁN

La salud es la capacidad de permanecer en los espacios entre las realidades sin perder ninguna de ellas: la capacidad de sentirse uno mismo mientras se es muchos.

BROMBERG (1973)

Cuando allá por 1987 comencé a estudiar la licenciatura en Psicología (con un plan de estudios que no se parece en nada al actual), esta ciencia no gozaba del desarrollo y prestigio social con el que cuenta en la actualidad. Además, en el programa formativo que cursé (actualmente se denomina grado en Psicología), no existían las prácticas. Ha habido una clara mejora de la calidad formativa, ofreciendo a los futuros psicólogos experiencias laborales en entornos profesionales reales. Al finalizar el grado, los alumnos han de estudiar un máster (que también contempla prácticas) para poder habilitarse como psicólogos sanitarios. La inclusión de la psicología dentro de las profesiones sanitarias ha sido un logro que ha puesto en valor el rol y la utilidad social de la profesión, contribuyendo a su normalización. Aunque aún pesan estereotipos y creencias falsas sobre el hecho de acudir al psicólogo, no tiene nada que ver con la situación en la que estábamos en 1994, cuando abrí la consulta. Hoy en día, el alumno que termina el máster de psicología general sanitaria (es preciso que se incorporen a este más formadores y profesores que estén en el ámbito laboral, en contacto con la realidad profesional, pues hay un exceso de académicos) sigue su formación cursando otros másteres o posgrados donde también se ofrecen prácticas supervisadas. Se cuida este aspecto de la formación, al igual que los conocimientos científicos. No cabe duda. Aun así, considero que en el currículo de la carrera de Psicología existen importantes lagunas formativas. También creo que deberían mejorarse los programas instructivos de posgrado. ¿Qué echo en falta en la educación de los profesionales? En mi opinión, en la actualidad, en general, en las formaciones de posgrado de los psicólogos sanitarios o clínicos (que son los que mayoritariamente ejercerán la psicoterapia), no se considera la importancia que tiene el trabajo personal. Una de las razones por las que me matriculé en la diplomatura de traumaterapia infanto-juvenil sistémica de Jorge Barudy y Maryorie Dantagnan, allá por 2004, era porque en la propuesta de formación se explicitaba en el folleto de presentación que el programa consideraba tres aspectos: «a) Adquirir conocimientos teóricos resultado de las experiencias clínicas y de la investigación académica para integrar un modelo comprensivo de las secuelas traumáticas de los malos tratos y de los contextos de violencia en los niños, los adolescentes y los adultos. b) Una formación práctica para permitir el aprendizaje de técnicas e instrumentos diagnósticos y terapéuticos. c) El trabajo de la persona del terapeuta, es decir, el ofrecimiento de espacios seguros donde los profesionales en formación puedan explorar las experiencias más significativas de sus historias de vida, incluyendo tanto las fuentes de recursos y capacidades como las experiencias adversas e incluso traumáticas». Esto último me pareció muy importante y me atrajo poderosamente, pues ya era consciente de que los traumas personales se escenifican en la relación de transferencia-contratransferencia con los pacientes a través de las enactuaciones1 (Lyons-Ruth, 1999). Renik (1993) afirma que «la toma de conciencia de la contratransferencia es siempre retrospectiva y viene precedida de una enactuación».

Lo que la diplomatura de traumaterapia sistémica de Barudy y Dantagnan ofrecía, y ofrece en la actualidad, se corresponde con lo que años más tarde Mario Marrone (2017), psiquiatra, ha denominado «modelo tripartito». Como refiere Marrone (2017), «una sólida formación en psicoterapia debe hacerse sobre la base del modelo tripartito. No puede ni debe ser de otra manera. Y esto debe ser así en relación con las diferentes escuelas de psicoterapia».

Analizando brevemente este concepto (tema fundamental en el psicoanálisis relacional), creo que en nuestro trabajo como profesionales necesitamos del «modelo tripartito» para poder abordar las enactuaciones, pues estas son, como dice Kuchuck (2021), caminos para comunicar algo que emerge de lo que ha sido reprimido en el inconsciente (a menudo, no simbolizado, es decir, material disociado) o una manera de comunicar algo importante. Las enactuaciones no son algo que hay que evitar, hay que integrarlas en nuestro trabajo. Algunas de ellas pueden ser dolorosas y perturbar la terapia, incluso aunque sean procesadas. La terapia personal y la supervisión nos ayudan a detectarlas y resolverlas adecuadamente. Sobre todo, porque «el beneficio terapéutico se deriva de restaurar la relación entre el terapeuta y el paciente, que se ha descarrilado…». En nuestras palabras, hemos de resolverla para recuperar la «armonía relacional» (Benito y Gonzalo, 2017). «Un beneficio terapéutico añadido es que las enactuaciones son un fórum necesario para el conflicto y su resolución, cuando un paciente o un terapeuta son incapaces de reconocer e implicarse conscientemente en revelaciones directas cargadas de afecto negativo» (Kuchuck, 2021).

Por lo tanto, concluimos este apartado estando de acuerdo con Mario Marrone (2017) cuando dice: «Una sólida formación en psicoterapia debe hacerse sobre la base del “modelo tripartito”. No puede ni debe ser de otra manera. Y esto debe ser así en relación con las diferentes escuelas de psicoterapia».

3.1 «El 60 % de los psicólogos tiene trauma complejo…»

Asumir el rol de psicoterapeuta configura las perspectivas vitales de la persona. Es una experiencia absorbente que influye en todas las relaciones interpersonales y en las experiencias de la persona. Hay una interacción continua entre la personalidad del terapeuta y la práctica de la psicoterapia […].

El 36 % de los psicoterapeutas en activo encuestados no se sometió a tratamiento antes de licenciarse, mientras que el 45 % se negó a iniciar un tratamiento después de empezar la práctica profesional.

GUY (1995)

Es posible que usted, amable lector, se haya quedado boquiabierto después de leer este epígrafe. Es una frase pronunciada en un taller de la caja de arena por mi colega Montse Lapastora. Y así es, aunque a los psicólogos nos cueste reconocerlo. Como otro colega afirmó en una formación, no hemos llegado a esta profesión por casualidad. Muchas personas se acercan al grado de Psicología con el fin de conocerse mejor a sí mismas, de profundizar en el conocimiento de sus historias y en la ciencia de la personalidad y los trastornos mentales, así como de nutrirse de las diferentes escuelas que nos ayuden a sanar las heridas sufridas a lo largo de nuestra vida. Y aunque esto, sin duda, puede facilitar el autoconocimiento, no es suficiente para que lleguemos a ser conscientes de cómo nuestros problemas personales nos afectan en la vida; y mucho menos aún de cómo nuestras historias y traumas personales, a menudo inconscientes, repercuten en la relación paciente-terapeuta. Si yo como psicólogo he sido maltratado (por ejemplo, he sufrido negligencia afectiva por parte de mis padres, que es una forma de maltrato) y recibo a una persona que también lo ha sufrido, ¿me bastará con haber estudiado Psicología y una formación en psicoterapia que incluya conocimientos, prácticas y supervisión? Obviamente, no. ¿Por qué? Porque el terapeuta, influenciado por una historia de vida similar a la de su paciente no elaborada, corre el riesgo de negar, minimizar, amplificar o distorsionar la experiencia de este. De este modo, dicho terapeuta es posible que haga intervenciones que pongan el foco en aspectos que no recojan el mundo interno del cliente, ignorando o invalidando sus emociones y sin reconocerle el dolor que ha padecido. O, al contrario, el profesional puede sentir que con su terapia podrá salvar a la persona de su sufrimiento, alimentando una «fantasía de rescate» (Muller, 2020).

No debería sorprendernos la frase de mi colega Montse Lapastora. En un curso impartido por Ana María Gómez, psicóloga experta en trauma, preguntó a toda la clase, psicólogos, quién consideraba que tenía un trauma… No todo el mundo levantó la mano, a lo cual ella dijo: «No hay nadie que no tenga ningún trauma». Y no solo los psicólogos, sino que en otras profesiones (médicos, psiquiatras, educadores, maestros, trabajadores sociales…) también hay una amplia presencia de traumas complejos.

Todo esto es aún más trascendente, sensible y preocupante cuando se trabaja con niños y adolescentes. Si estos han sufrido la desgracia de ser maltratados, abandonados y/o han sido víctimas de abusos, necesitan mucho más que un profesional con muchos másteres. Los títulos, siendo imprescindibles, no hacen a los hombres y a las mujeres. Los niños precisan, además, de alguien con una sólida formación en conocimientos y experiencia en su trabajo, una persona madura y equilibrada emocionalmente, empática, con «un estado de mente con respecto al apego» (George, Kaplan y Main, 1985) seguro o «ganado a la seguridad», con su historia de vida trabajada y con una buena salud mental. Porque el principal instrumento de cambio terapéutico, por encima de cualquier técnica, lo es la persona del terapeuta. Todavía hoy en día esto no se contempla por parte de determinados enfoques psicoterapéuticos, que ven al profesional como un mero técnico, y la relación terapéutica como algo que trabajar solo para conseguir una alianza enfocada en el análisis y la interpretación, o en el aprendizaje de determinadas técnicas cognitivas y/o conductuales.

La terapia personal del profesional es un aspecto clave de su formación que no es obligatoria para ejercer la psicoterapia (esta ni siquiera está regulada legalmente). Algunos programas formativos (como las sociedades o escuelas psicoanalíticas) la contemplan como requisito para ser acreditado y poder ejercer. Sin embargo, dentro de la amplia oferta de programas para poder formarse como psicoterapeuta (normalmente se accede a esta profesión desde los grados de Psicología o desde la especialidad de psiquiatría, más minoritariamente desde otros grados), la terapia personal depende de la decisión de cada profesional y del nivel de conciencia que este tenga sobre cómo influye la propia historia y salud mental en el trabajo y la relación con los pacientes. Si el terapeuta valora y es consciente de la necesidad de conocerse bien y sanar la propia mente antes de tratar de sanar la de otros, entonces contemplará, dentro de su formación, la terapia o, al menos, el trabajo personal. Afortunadamente, hay bastantes profesionales que deciden hacer terapia personal antes de empezar. Otros, en cambio, ni se lo plantean, a no ser que desarrollaran una patología o problemas personales de gran calado que repercutieran clara y negativamente en su trabajo y fueran conscientes de esta necesidad. Es importante para crear cultura de autoconocimiento y autocuidado entre los nuevos profesionales graduados de las facultades de Psicología. Y las formaciones de posgrado han de hacer una apuesta por el «modelo tripartito», o al menos incluir en sus programas módulos que aborden el conocimiento de la persona del terapeuta.

En mis investigaciones sobre este aspecto formativo de los terapeutas, entre las webs de los profesionales consultadas en Internet, recabé en la página de la psicóloga Ángela de La Fuente Martín, la cual resalta como un valor el hecho de que se haya sometido a terapia para conseguir su propia sanación. Es una excelente noticia que existan profesionales como Ángela que cuidan esta área de su formación, y que lo publiquen entre sus méritos, porque es importante que sus clientes sepan que se ponen en manos de una psicóloga no solo con formación académico-profesional y supervisión de casos, sino también con una terapia personal cumplimentada. Ángela explica en su página web2:

Empecé en la psicología hace años, intentando solucionar conflictos personales que venían desde la adolescencia. Movida por un cambio de etapa vital y de relaciones personales, empecé a sufrir. Este sufrimiento fue derivando en diferente sintomatología como ansiedad y episodios depresivos. El inicio de todo esto coincidió con el momento en el que tuve que escoger una carrera. Quise estudiar psicología desde la idea de que comprender cómo funcionaban las personas a nivel físico, psicológico y emocional me traería las herramientas para sanar mis heridas.

Evidentemente, no encontré la respuesta a mis dificultades internas en el conocimiento (por lo menos no totalmente). Si conocer mejor qué me pasaba no era toda la ayuda que necesitaba, no sabía ya qué más hacer. Quizás, empecé a pensar, yo era así y debía resignarme a vivir en ese sufrimiento.

Paradójicamente, nunca se me ocurrió lo más evidente para una psicóloga: ir a terapia. Afortunadamente, a las personas que me querían y me veían pasarlo mal sí se les ocurrió y con gran perseverancia consiguieron convencerme para que acudiera. Esta sanación que buscaba empecé a encontrarla en la psicoterapia personal que comencé a realizar.

Desde el posgrado de traumaterapia de Barudy y Dantagnan, conscientes también de que los profesionales han de trabajar y sobre todo relacionarse con niños y adolescentes, desde el comienzo, un pilar del programa de formación lo ha constituido el trabajo personal del terapeuta. Desde el inicio, como una declaración de intenciones, para ser seleccionado en este programa, pedimos al candidato o candidata que escriba una carta en la que debe elegir un momento de su vida pasada, ponerse en contacto con el niño interior que habita en su interior, como si fuese un registro mental, y que redacte desde el yo adulto cómo se sintió y lo vivió. Le pedimos que escriba el relato de lo acontecido y añada con qué puntos de apoyo contó que lo pudieron ayudar a sobrellevar el acontecimiento traumático y elaborarlo. Nos interesa no lo que le ocurrió, sino cómo el profesional ha construido y elaborado su historia. Esto es muy útil para valorar en qué medida una persona tiene «conciencia autonoética» (Siegel, 2007) de sí mismo y cómo narra lo ocurrido y/o vivido, cómo lo ha elaborado. No importa tanto qué paso, sino el relato construido sobre lo ocurrido, y si se ha podido integrar en la propia biografía (Wallin, 2012). Durante el posgrado dedicamos varios módulos al trabajo de la persona del terapeuta, practicando y experimentando las mismas técnicas que se proponen para los niños o adolescentes en terapia, entre las cuales destacamos: (1) las destinadas a acceder al «modelo interno de trabajo» (Bowlby, 1989); (2) las que están pensadas para ayudar a la elaboración de la historia de vida; (3) las que favorecen el empoderamiento, y (4) las que contribuyen a procesar los acontecimientos traumáticos. Y, dentro de todas las técnicas, la que ocupa un lugar central en el posgrado es, precisamente, la técnica de la caja de arena. Además, aconsejamos a todos los alumnos que hagan su propia terapia personal. La gran mayoría de los profesionales de la Red Apega hemos hecho, además del trabajo con la persona del terapeuta que el posgrado contempla, nuestra propia terapia personal, pues somos conscientes de la necesidad de sanar nuestras propias heridas emocionales antes de trabajar en terapia con los niños y sus familias.

Los módulos del posgrado de traumaterapia en los que se aprende a usar la caja de arena, en los cuales cada alumno crea y coexplora su propia caja, siendo acompañado por otro alumno en el rol de terapeuta (previamente, el profesor ha modelado cómo conducir una sesión con alumnos voluntarios, para instruir sobre cómo debe usarse la técnica), han sido tremendamente sanadores para nuestros alumnos. Muchos de ellos descubren aspectos de sí mismos que no habían contemplado, otros se dan cuentan de que deben trabajar en un espacio propio de terapia cuestiones de su historia que aún no se han cicatrizado ni cerrado, otros creían tener superado un determinado momento o periodo de su vida, o rasgo de su persona, y comprueban que aún no está finalizado del todo… Y a otros, a pesar de tener hecho un excelente trabajo personal en terapia, el proceso de elaboración de la caja de arena les ofrece una experiencia tan profunda de conexión, toma de conciencia y de integración cuerpo/mente/cerebro que les sirve de colofón a dicho trabajo. Del mismo modo ha ocurrido en otros talleres que he impartido sobre este abordaje terapéutico a lo largo de toda la geografía española: los profesionales que han acudido han hecho grandes descubrimientos sobre ellos mismos.

Durante la celebración de los módulos de la caja de arena (22 y 23 de abril de 2021) dentro del posgrado de traumaterapia con el grupo de San Sebastián (promoción Apega 5 Donostia), fuimos plenamente conscientes del poder de esta herramienta terapéutica como coadyuvante en la formación personal del profesional traumaterapeuta. Las revelaciones que emergieron durante la elaboración de las cajas, la conexión emocional que se produjo entre los participantes del taller, profunda e intensa, y la sensación de «reintegración resiliente» (Puig y Rubio, 2011; 2015) lograda por los profesionales fue de tal magnitud que decidimos dar a conocer en un libro las propiedades de este instrumento como un componente más dentro de la terapia del profesional, imprescindible si se quiere hacer, a nuestro juicio, un trabajo en profundidad sobre uno mismo.

Así pues, a través de estas páginas, compartimos con usted, lector, lo que los profesionales experimentaron, las vivencias que tuvieron, las narrativas que desarrollaron, los aspectos que se les revelaron y cómo todo ello ha contribuido a mejorar sus vidas. Ellos decidieron hacer públicas sus cajas de arena y regalarnos sus historias plasmándolas en este libro, con el fin de sensibilizar al profesional de la salud, la educación y la intervención social de la necesidad de una formación que contemple la terapia y/o, al menos, el trabajo con la persona del terapeuta. Porque no hay nadie que no tenga nada que revisar en su vida.

Pero antes nos centraremos en disertar sobre la caja de arena en la formación del psicoterapeuta. Hablaremos sobre los modos de acercamiento a la técnica (consciente e inconsciente). También ofreceremos un guion para que los profesionales reestructuren la experiencia de trabajo que han tenido con este abordaje terapéutico. Seguidamente, expondremos lo que estos opinan sobre la caja de arena. Compartiremos dos fascinantes experiencias de profesionales en formación y explicaremos cómo se organiza y desarrolla un taller sobre la caja de arena, tomando como base el que celebramos en abril de 2021 dentro del posgrado de traumaterapia de Barudy y Dantagnan en San Sebastián-Donostia.

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1 Las enacciones son las escenificaciones creadas conjuntamente que reflejan las vulnerabilidades y necesidades solapadas, inicialmente inconscientes, del paciente y del terapeuta (Lyons-Ruth, 1999).

2 Información obtenida de la página profesional de la psicóloga Ángela de La Fuente Martín: https://afpsicologia.com

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9788426734068
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