Читать книгу: «Enigmas de la historia de Barcelona», страница 3

Шрифт:

Joan Fiveller, Conseller

En la calle que hoy lleva el nombre de Segovia, más bien un callejón sin salida, sin nada que reseñar, vivió a finales del siglo XIV el que fue Conseller de la ciudad en repetidas ocasiones, Joan Fiveller, cuya estatua puede verse en la fachada del Ayuntamiento en homenaje a sus hazañas y logros al frente de la ciudad. Pero se da la circunstancia que en esa calle, en la esquina con Brocanters, vivió también un herrero del que no ha trascendido el nombre pero, dicen, fue el inventor de la llamada “forja catalana” o el sistema de fundición del hierro mediante aire inyectado a presión, un sistema que se extendió por toda Europa hasta principios del siglo XIX como el mejor método de fundición.

De la calle Segovia a la calle Ferran

En el año 2008, el Ayuntamiento de Barcelona dio el nombre de Joan Fiveller a la plaza–jardín que se encuentra frente al edificio del Parlament, en el interior del Parc de la Ciutadella. La calle Segovia se llamó hasta 1931 Fiveller, pero cuando el Ayuntamiento republicano puso el nombre de Fiveller a la actual calle Ferran, se cambió la primitiva por el actual de Segovia y en 1939 los vencedores de la Guerra Civil sustituyeron el nombre del Conseller por el de Fernando. La familia Fiveller tuvo también dos palacios, el primero en la calle Lledó y posteriormente el de la plaza de Sant Josep Oriol.

Un torneo y una negociación

En el libro Los Secretos de las plazas de Barcelona2 se cita expresamente el actual Passeig del Born como la antigua plaza del mismo nombre en el que se celebraban justas o torneos pues born significa exactamente eso, torneo. En la obra de Manuel de Bofarull Documentos relativos al príncipe de Viana se da cuenta precisamente de un torneo celebrado en 1454 en ese lugar y que tuvo capital importancia para la historia de los reinos hispánicos. El torneo, al fin y al cabo un espectáculo de masas de la época, fue la excusa para que se reunieran en Barcelona don Juan, infante de Aragón que luego sería el rey Juan II, y el marido de su hija Leonor, Gastón de Foix. Juan, que sería rey de Navarra por su matrimonio con Blanca de Navarra, había tenido dos hijos de ese matrimonio, Carlos, Príncipe de Viana y legítimo heredero por tanto, y Leonor, pero Juan, entre lucha y lucha del torneo, llegó al acuerdo con Gastón de Foix, el esposo de Leonor, para que fuera ella la heredera del trono navarro. Aquello provocó una cruenta guerra civil en Navarra y a la larga otro conflicto armado en Cataluña entre 1460 y 1461.

La Mare de Déu de l’Empenta

El Passeig del Born, cuando todavía era una plaza, se instaló el convento de frailes dominicos llamado de Montserrat, por estar bajo la advocación de esa Virgen. Por razones desconocidas, los frailes agustinos, instalados en el convento donde hoy se alza la plaza de Sant Agustí Vell, rivales, dieron por llamar a la Virgen de Montserrat que adoraban los dominicos la Mare de Déu de l’Empenta y así se la conoce en círculos catalanistas y en especial entre los escaladores de la montaña de Montserrat, “la mare de Déu de l’Empenta, patrona dels escaladors”.

Cap i Pota

Muy cerca del Passeig del Born, donde estuvo uno de los más importantes mercados medievales, se encuentra la calle de Malcuinat, curioso nombre para una calle. La razón de este antiguo nombre es que en esa calle, en largas mesas de madera al aire libre, se vendía el plato conocido como “malcuinat” o “cap i pota”, que era guisado con los restos de tripas, cabezas y patas de cordero o de vaca que no se podían vender en el cercano mercado. Aquel guiso, de bajo coste y muy barato para los clientes, era despachado para los trabajadores, esclavos y menestrales de la zona, especialmente los días de mercado.


En la calle de Malcuinat se vendía el plato que hoy conocemos como cap i pota.

Una boda real e irreal

El 28 de julio de 1476, en el Saló del Tinell de Barcelona, tuvo lugar una boda de Estado, al estilo de la realeza, que unió a Juana de Aragón, hija del rey Juan II y hermana menor del futuro Fernando el Católico, con el rey de Nápoles, Fernando I. Nada extraordinario alrededor de una boda pactada, salvo el hecho de que Fernando I no vino a Barcelona para sus esponsales, sino que envió a su hijo, Alfonso, duque de Calabria, para representarle y tomar por esposa a la joven Juana en una boda por poderes. Juana, de 22 años y Alfonso, de 26, hacía una magnífica pareja en un día muy celebrado por la ciudad de Barcelona, salvo por el detalle que el marido no era Alfonso, sino su padre, de 53 años y viudo de Isabel de Tarento. Unos días más tarde, el 6 de agosto, Juana fue coronado como reina de Nápoles en una ceremonia en la Plaça del Rei y el día 22 embarcaba con destino a Nápoles.

El rey más longevo

El día 19 de enero de 1479, o el 20 según algunos historiadores, murió en Barcelona el rey Juan II de Aragón, hijo de Fernando I, que había reinado desde 1458 en Aragón y desde 1425 en Navarra. La muerte tuvo lugar en el Palau Episcopal donde se había recluido desde el día 24 de diciembre después de una actividad frenética en las últimas semanas dedicado a la caza, a los actos religiosos y a recorrer a caballo los alrededores de Barcelona. Pere Miquel Carbonell, notario e historiador al servicio de la Corona, cuenta3 que durante el mes de diciembre, el rey Juan, cumplidos los 83 años, empezó por asistir en Barcelona a la procesión de la Inmaculada y dos días después partió a caballo para una cacería por el valle del Llobregat y el macizo de Garraf, llegando hasta la localidad de Vilanova i la Geltrú. Con un tiempo infernal, frío y tempestuoso, siguió la cacería, siempre a caballo, pernoctando de pueblo en pueblo, Calafell, Cañellas, Vilafranca, sufriendo ataques de gota, enfriamientos, fiebres y hasta un dolor de muelas que requirió que viniera desde Barcelona su médico personal, Gabriel Miró y el mejor cirujano que pudo encontrar. Incapaz su cuerpo de asimilar semejante trote, cayó en el lecho el día de Navidad y ya no pudo levantarse.

La joven y el clérigo

Paralela a la Rambla, entre Boqueria y Ferran circula la calle de Aroles que hace referencia a la familia de ese nombre. Hacia 1520 una de las casas nobles de la calle, en el lado contrario a la muralla y con un gran jardín, era la de un noble ciudadano llamado Joan Gualbes que fue Conseller Segon en 1519 y 1520. Al parecer, Joan Gualbes tenía una bella hija que en 1520 tenía 18 años de edad y era de gran belleza. No ha trascendido el nombre, pero sí el hecho de que a través de la reja del jardín tenía encuentros furtivos con un presunto amante, Gaspar Burgués de Santcliment, que en una noche del mes de julio intentó, con dos cómplices, forzar la entrada de la reja para que la joven se fugara con él. No consiguió su propósito y el padre se llevó a la muchacha a otra de sus casas en Sarrià, pero ella se las ingenió para comunicarle su nuevo encierro y el joven, esta vez a la luz del día y con un grupo armado, asaltó la casa y se la llevó. Denunciados al Consell de Cent, los fugitivos fueron localizados y detenidos, la joven encerrada en un convento y Gaspar, que era clérigo aunque no muy fiel al voto de castidad, fue también juzgado por un tribunal eclesiástico aunque no ha quedado constancia de su condena, si es que la hubo.

San Sebastián contra la peste

El día 12 de abril de 1507, Guillem de Santcliment, Conseller en Cap, procedió a la colocación de la primera piedra de una nueva iglesia en un espacio junto a la Llotja, frente a la Volta dels Encants, dedicada a San Sebastián, santo invocado siempre contra la peste, tal vez porque fue soldado y participó en diversas guerras. La iglesia, que sobrevivió hasta 1875 en que fue derribada, fue un intento de luchar contra la peste, asociada siempre a la guerra y los cadáveres sin enterrar, una enfermedad presente por la falta de higiene que era una constante, no solo en Barcelona claro está, sino en todo el mundo medieval. La peste de 1507 fue especialmente virulenta en Barcelona con un impacto trágico en la ciudad especialmente durante los meses de marzo y abril. Además de la asistencia a los enfermos más necesitados, el Consell de la ciudad organizó un equipo de cuatro alguaciles “capdeguaitas” encargados de vigilar los bienes y las casas de los enfermos o huidos de la ciudad que eran objeto de los desalmados que aprovechaban la desgracia para apoderarse de los bienes o pertenencias de los ausentes.

Felipe, heredero de la Corona

En 1543, el palacio Requesens, sede hoy de la Acadèmia de les Bones Lletres, situado en la calle Bisbe Caçador, registró un acontecimiento importante. Lo ocupaba entonces Galcerán de Requesens, recién nombrado Lugarteniente General de Cataluña y distinguido con el título de conde de Palamós, por lo que el palacio se identificaba más por su esposa, la condesa de Palamós, pues Galcerán pasaba mucho más tiempo viajando al servicio del rey Carlos I que en su casa. En esas fechas, vivió en Barcelona el príncipe Felipe, hijo y heredero de Carlos I, que reinaría con el nombre de Felipe II y se cuenta4 que en el palacio de los Requesens, fieles servidores de la monarquía, se organizó una fiesta de máscaras y disfraces para agasajar el joven príncipe, que tenía entonces 16 años, donde se le presentaron las jóvenes más bellas de la ciudad. Más de setenta damas trataron de hacer que se divirtiera el príncipe, según cuenta Van de Nesse, desde las tres de la tarde hasta las cuatro de la mañana.


El palacio Requesens fue el palacio más grande de Barcelona durante la Edad Media.

Un conflicto superficial

El Portal de l’Àngel, la más aristocrática de las entradas a Barcelona, tuvo un gran día el 23 de febrero de 1559 cuando por ella hizo su entrada el nuevo virrey nombrado por el emperador Carlos V, rey de España y conde de Barcelona. El virrey no era otro que el ilustre marino García de Toledo, marqués de Villafranca, que había participado en la gran batalla de Túnez al mando de seis galeras armadas en Nápoles, entonces perteneciente a la Corona española. El recibimiento fue apoteósico pues la operación, una de las primeras grandes acciones de desembarco de la historia, alivió notablemente del acoso que las costas catalanas sufrían por parte del pirata y almirante turco Jeireddín Barbarroja. La “luna de miel” entre Barcelona y García de Toledo se rompió cuando al final de su mandato, en 1564, el virrey quiso asistir a un oficio religioso en la Catedral y ocupar su sitio en el Altar Mayor, que le correspondía como representante del rey. A ello tenía derecho según los fueros barceloneses, pero García de Toledo quiso que le acompañara su esposa, la italiana Victoria Colonna, algo habitual en Nápoles, pero a lo que se negaron las autoridades con una interpretación estricta de los privilegios de la ciudad. El conflicto no fue más allá, pero la ciudad de Barcelona y García de Toledo, que marchaba para sumir el mando de la Flota del Mediterráneo, quedaron enemistados para siempre.

El torneo acuático

El conocido como Manual de Novell Ardits o Dietari de l’Antic Consell Barceloní, da cuenta de un gran fiasco en el puerto de Barcelona durante el mes de diciembre de 1586, acaecido a cuenta de la llegada del duque de Osuna, Pedro Téllez de Girón, llegado desde Nápoles donde había ostentado la representación del rey Felipe II como Lugarteniente General. En aquel momento ejercía el cargo de Lugarteniente Real en Cataluña un sobrino del duque, Juan Manrique de Lara, quien intentó por todos los medios implicar a la ciudad en la recepción a su tío, sin demasiado éxito. Después de fracasar en su intento de que Barcelona recibiera a las galeras con salvas de artillería, algo reservado solo a la realeza, organizó un torneo marítimo, es decir, caballeros armados con lanzas y escudos sobre una estrecha plataforma sujeta a la proa de sendas embarcaciones. Naturalmente los caballeros, los músicos y los ayudantes acabaron en el agua debido a la mala mar, antes incluso de haber podido medir sus habilidades con la lanza.

La plaga

El 22 de diciembre de 1586, los Consellers de la ciudad hicieron quemar en la bocana del puerto una nave recién arribada por el peligro que representaba dado que llegaba de Girona, donde se había declarado la peste. Unos meses después, el virrey hizo encarcelar a un hombre que llegó también de la zona infectada, lo que da una idea del terror que la sola palabra “peste” significaba en la época. Pero todo fue inútil y en junio de 15895 los primeros casos de peste se manifestaron en la zona portuaria dando lugar a la peor epidemia de la historia de la ciudad. En octubre se habían contabilizado ya 10.935 muertos, una cuarta parte de la población de la ciudad, y eso contando con el hecho de que una parte de los afectados no llegaban a morir, lo que da una idea de la extensión de la epidemia.

La peste en Barcelona

Según consta en los anales de la ciudad relatados por Campmany, el día 20 de octubre de 1589 el ciudadano francés Bernard Rigaldi fue condenado a muerte por curar la peste sin ser médico ni estar facultado para ello y en agosto, dos viajeros habían sido condenados a doscientos latigazos por entrar en la ciudad cuando estaba prohibido a causa de la enfermedad. Y aún en agosto del año siguiente se condenó a un boticario a ser expulsado de la profesión por distribuir medicinas falsas contra la enfermedad.

¡Piratas!

El día 5 de octubre de 1590 pasó a la historia de la ciudad de Barcelona como uno de esos días que tal vez no cambiaron la historia pero que permaneció por mucho tiempo en el recuerdo de sus gentes. Hacia las 4 de la tarde la alarma circuló por la ciudad porque a la playa del barrio de La Ribera llegaron dos galeras presumiblemente de piratas turcos, como sucedía con demasiada frecuencia. Curiosamente, el desembarco pareció pacífico y decenas de hombres, vestidos algunos con harapos y otros con cierta prestancia, se dirigieron a la multitud que se había agolpado para verles. La arribada era realmente pacífica y todos aquellos hombres resultaron ser los galeotes cristianos, esclavos de los piratas turcos, que amotinados, habían conseguido lanzar al mar a las tripulaciones y capataces y se habían hecho con el control de las naves. La rebelión había estado capitaneada por un italiano, Horacio Roma, gravemente herido en el combate, que falleció poco después a pesar de los cuidados que recibió en casa de un veneciano llamado Simon Frigeri, cerca de la Llotja.

La construcción de los baluartes

En gran parte de su historia, Barcelona ha estado abierta al mar, en ocasiones demasiado abierta, como le sucedió a partir del siglo XVI cuando las galeras turcas y sus protegidos, los piratas del norte de África, dominaban el Mediterráneo. La mayor parte de los baluartes y fuertes construidos por las autoridades de Barcelona datan de esa época. En 1513 se inició la construcción de la muralla de mar. En noviembre de 1527 se inició la construcción del Baluard de Migdia, aproximadamente donde se encuentra hoy el Port Vell y en 1536 el Baluard de Llevant, ya en el barrio de La Ribera. En 1540 se construyó el Baluard de la Plaza del Vi, ya desaparecida, situada más o menos donde hoy está el Portal de la Pau y en 1553 el de las Drassanes.


La antigua muralla del mar de Barcelona, 1870.

Los desastres de la guerra

El día 1 de noviembre de 1623 se construía en las Drassanes varias galeras que debían participar en la Guerra de los Treinta Años en la que España y sus aliados luchaban contra Francia. Desde Mallorca llegaron un centenar de soldados para su dotación que, ociosos, protagonizaron una pelea en el interior de Santa Maria del Mar con el resultado de la muerte del cónsul del Gremio de Plateros que intentó poner orden. Meses después, en abril de 1624 otro contingente de soldados, esta vez genoveses, llegaron a la ciudad para nutrir la dotación de varios buques que se fabricaban bajo las órdenes de los hermanos Júdice, genoveses establecidos en la calle Montcada. Por causas de la bebida y la prepotencia se originó una violenta pelea entre soldados genoveses y mallorquines (supuestamente aliados en el mismo bando de la guerra) con el resultado de Consellers agredidos, casas incendiadas y desmanes y saqueos por toda la ciudad. Poco después, uno de los hermanos Júdice, mató de una puñalada a un marinero que no quiso obedecer su orden de sumergirse por segunda vez para recuperar un mástil que la impericia de Júdice había hecho que fuera a parar bajo el agua por dos veces.

El origen de la Guerra dels Segadors

Es bien conocido el episodio del Corpus de sang que, en 1640, inició un violento estallido social principalmente en Barcelona pero que se extendió después a toda Cataluña en la llamada Guerra dels segadors. Una de las causas, se ha dicho, fueron los desmanes de los soldados acantonados en Cataluña en el marco de la Guerra de los Treinta Años, y uno de esos primeros acontecimientos6 fue el episodio de Santa Maria del Mar.

La primera república

El 17 de enero de 1641, Pau Claris, Conseller en Cap de la Generalitat de Catalunya, proclamó la República Catalana ante la proximidad del ejército real enviado para reprimir el levantamiento iniciado el Corpus de sang. Al mismo tiempo se puso bajo la protección del rey de Francia, Luis XIII, con el que firmó una alianza que se mantendría hasta el final de la guerra en 1652. Entre agosto de 1651 y octubre de 1652 la ciudad sufrió un férreo cerco por parte del ejército real mandado por Juan José de Austria en el que la mayor parte del esfuerzo defensivo recayó sobre la población barcelonesa, abandonada por el ejército francés y agrupada, como era costumbre de la época, según los oficios. El sector de la Muralla de Mar, donde se luchaba enconadamente para recibir precarios suministros por mar, lo defendían las cofradías de Mercaderes, Cerrajeros, Plateros, Marineros y Pescadores con el apoyo (moral, claro) de los Padres Mercedarios y el clero de Santa Maria del Mar.

Auto de fe

Hubo un tiempo en que se quemaban vivas personas en el nombre de Dios. Sin embargo, la Inquisición en Barcelona obró siempre de forma menos drástica y criminal que en otros puntos de Europa. Uno de los autos de fe del Tribunal del Santo Oficio, presidido por fray Pío Vives, prior del Convento de Santa Caterina, tuvo lugar el día 7 de noviembre de 1647 en la plaza del Born contra varios ciudadanos acusados de brujería en distintos grados. La primera de las acusadas era una mujer, Mariana Cots, nacida en Berga, que acusada de hechicera reincidente y de no haber cumplido una anterior condena de destierro, debía sufrir la pena de doscientos azotes y un destierro por diez años de los obispados de Barcelona y Solsona. Le seguían hasta catorce acusados, hombres y mujeres. Uno de ellos, un joven marinero llamado Juan Gallart, ya fallecido en un combate naval, fue condenado a que la figura de madera que le representaba fuera quemada por haber abjurado del cristianismo y hacerse musulmán. El único condenado a muerte, a garrote vil, fue Sebastián Barata, tintorero de Barcelona, por crimen nefando contra la moral, sea lo que sea eso a juicio de los inquisidores.

La visita de Felipe V

Una de las razones por las que el rey Felipe V se desplazó a la Ciudad Condal nada más tomar posesión de la Corona de España, en 1701, fue la de recibir a la que sería su esposa, María Luisa Gabriela de Saboya, en el limite de su reino, Barcelona, como era costumbre de la época. El rey llegó a la ciudad en el otoño de 1701 después de pasar por Zaragoza donde juró los fueros del Reino de Aragón, y por las ciudades de Lérida y Cervera donde hizo lo propio. El recibimiento en Barcelona fue el que cabía esperar a un rey, apoteósico, pero las dificultades empezaron por los problemas de comunicación7. Felipe de Anjou tenía entonces 17 años, era tímido y de pocas palabras, solo hablaba francés, apenas entendía algo de castellano y de latín y ni una palabra de catalán. Los malos entendidos siguieron ese camino, como el hecho de abandonar la explanada ante la Llotja en un acto oficial antes del desfile gremial protocolario que el rey no conocía. Cuatro años después, en 1705, una parte de la nobleza catalana, desconfiando de Felipe V, se sumó a la alianza en contra de los Borbones auspiciada por Austria, Inglaterra y otros países europeos. De ese modo Cataluña retiró su apoyo a Felipe V y se sumó a las filas del pretendiente Carlos de Austria, lo que a la larga fue nefasto para el país.

El privilegio de insaculación

Hubo otros detalles que hicieron desconfiar profundamente a una parte de la nobleza catalana. Uno de estos detalles tenía que ver con el privilegio ancestral de que los Consellers podían cubrirse la cabeza en presencia del monarca. Felipe V lo respetó a su manera, estableciendo que podrían cubrirse cuándo él así se lo ordenara. Un sutil cambio que no gustó en la ciudad. El martes día 4 de octubre, el rey Felipe juró las constituciones de Cataluña, pero al mismo tiempo los representantes catalanes también juraron fidelidad al rey. El conflicto se presentó en las Cortes catalanas, cuando el rey se negó repetidamente a devolver el privilegio que autorizaba a elegir a los regidores o Consellers por suerte, con sus nombres en un saco. Este privilegio, llamado de insaculación, había sido suspendido por Felipe IV tras la Guerra dels Segadors.


Felip d’Anjou llegó a Barcelona cuando tenía 17 años, era tímido y de pocas palabras.

399
672,88 ₽
Возрастное ограничение:
0+
Объем:
269 стр. 100 иллюстраций
ISBN:
9788499176208
Издатель:
Правообладатель:
Bookwire
Формат скачивания:
epub, fb2, fb3, ios.epub, mobi, pdf, txt, zip

С этой книгой читают