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El conde desaparecido

En el archivo de la Catedral de Barcelona, se conserva el único documento que hace referencia a la renuncia al condado de Sunyer I, conde Barcelona y sucesor del ilustre Guifré I, el Pilós. El documento habla de la muerte de su esposa, Riquilda, y permitió en 1948 averiguar qué había sucedido con Sunyer, desaparecido de la historia aproximadamente en 947 sin que se supiera qué había sido de él. Al parecer, Sunyer dejó el mundanal ruido para refugiarse en la iglesia de Santa Maria de Roses, perteneciente al monasterio de Sant Pere de Roda. A Sunyer se le supuso enterrado, erróneamente, en el monasterio de Ripoll y no se había logrado averiguar cuál era el convento en el que había terminado sus días. Finalmente, en 1948, Pere Palol Salellas, investigador y director del Museo Arqueológico de Girona, descubrió en la iglesia de Santa Maria de Roses la lápida bajo la cual estaba enterrado el auténtico conde Sunyer, hijo de Guifré el Pilós.

Barcelona arrasada

Una de las peores calamidades caídas sobre Barcelona en toda su historia fue sin duda la razzia del caudillo cordobés Almanzor, Abu Amir Muhammad ben Abi Amir al-Maafirí Al Mansur Bin Allah. A finales de mayo del año 985 al frente de un ejército, principalmente de caballería, Almanzor se presentó en el Pla de Barcelona aprovechando la extrema debilidad del reino de los francos y la mala relación del rey franco Lotario con su vasallo el conde Borrell. Después de solo seis días de asedio, Almanzor entró en Barcelona a sangre y fuego. Según referencias de la época, logró romper la antigua muralla en lo que hoy es la calle de Regomir y por ahí penetraron los asaltantes. De su paso quedó el recuerdo de la destrucción de la iglesia de Sant Pau del Camp y del monasterio de Sant Pere de les Puel·les, pero no hay duda de que arrasó cuantas iglesias y conventos encontró a su paso, asesinó a gran parte de la población y cuando se retiró seis meses después se llevó cautivos como esclavos a cientos de barceloneses, entre ellos el jefe de los defensores, el vizconde Udalardo, requisó todas las riquezas de la ciudad y la incendió sistemáticamente.

Un pergamino histórico

El número 77 de la calle Almogàvers, junto a la avenida Meridiana, alberga desde 1993 el Archivo de la Corona de Aragón que, desde 1318 ha tenido su sede en Barcelona. Hasta 1993 estuvo situado en el Palacio del Lloctinent, junto a la plaza del Rey y su traslado a la nueva sede supuso una modernización de sus instalaciones y una revisión de sus fondos. Entre los documentos casi olvidados archivados desde tiempo inmemorial se encuentra un pergamino de 1044 firmado tal vez por el mayor número de personalidades de cualquier otro documento de la época. Se trata de un sencillo contrato de compra–venta en el que Ramón o Raimundo Seniofredo, un oscuro clérigo, natural al parecer de Rubí, vende dos libros de gramática latina a cambio de una casa en el barrio del Call y unos amplios terrenos en la llanura que hoy conocemos como Magòria. El autor de los libros no es otro que Prisciano de Cesárea, el más insigne de los gramáticos latinos que vivió a finales del siglo V. La compra la firma una pléyade de grandes hombres: Guislaberto, obispo de Barcelona; Oliva, obispo de Vic que fue abad de Ripoll; Guifredo, arzobispo de Narbona y diversas personalidades como el Arcediano de Barcelona, todo ello certificado por un juez eclesiástico.


Prisciano de Cesárea, el más insigne de los gramáticos latinos que vivió a finales del siglo V.

El tesoro de la gramática latina de Prisciano

La razón de tan importantes personajes en la compra de dos libros están en lo acaecido años antes en Barcelona, la razzia de Almanzor. A su salida de Barcelona, el caudillo cordobés no dejó más que cenizas y entre ellas las de los libros, pergaminos en aquella época, depositados en conventos, iglesias o edificios civiles, de tal modo que la ciudad se quedó prácticamente sin su fondo cultural. De ahí que fuera tan extremadamente importante recuperar, para empezar, la gramática de Prisciano que permitiría al menos empezar a escribir de nuevo con corrección, dado que el latín, en lucha permanente con la corrupción del idioma en la calle, seguía siendo la lengua culta y que permitía comunicarse con el resto del mundo.

La primera peste

Barcelona ha sido siempre la entrada a la Península desde el Mediterráneo y también la ruta por tierra más transitada desde Europa. Para bien y para mal. De esta última característica quedó constancia en el mes de abril de 1348 cuando un barco llegado de Génova cargado de especias, sedas y otros productos de oriente descargó también un visitante indeseado, la bacteria yersinia pestis, causante de la peste, la más terrible plaga que ha conocido la Humanidad hasta la aparición del sida. Los marineros del navío llegaron enfermos la mayor parte de ellos y probablemente las ratas, pasajeros habituales de los barcos, también se encargaron de transmitir la peste negra por la ciudad, primero entre los mozos y estibadores del puerto y luego entre sus familias y vecinos.

Cuando éramos esclavos

En el siglo X, el puerto de Barcelona era uno de los principales lugares de tránsito de esclavos en el Mediterráneo occidental con destino, principalmente, a la Córdoba musulmana y en 1231 tras la conquista de Mallorca por Jaume I, la totalidad de la población, musulmana, fue esclavizada y vendida en Barcelona. Un siglo después, en 1355, cuando se abrió la Plaça Nova, frente a la Catedral, se instaló en ella el lucrativo mercado de esclavos. Pocas veces, cuando se estudia Historia, se hace hincapié en que la esclavitud ha sido una práctica que no acabó, ni mucho menos, con la llegada del Cristianismo. Una de las herencias de la Roma imperial fue el mantenimiento de la institución del esclavismo durante toda la Edad Media, mezclada con la servidumbre.

La reunión del Tinell

Una curiosa leyenda barcelonesa, afirma que cierto día de mediados del año 1218, la Virgen María asistió a un consejo celebrado en el Saló del Tinell entre ella, el rey Jaume, su confesor Ramon de Penyafort y el mercader Pere Nolasc, llegado de Valencia aunque barcelonés de nacimiento. Era efectivamente una aparición de la Virgen, pero una aparición anunciada pues ya había hecho acto de presencia ante cada uno de los reunidos, siempre con el mismo argumento: que había que hacer algo para liberar a los miles de cautivos cristianos retenidos por los piratas musulmanes como esclavos o como rehenes en el norte de África. La Virgen presidió la reunión que ella misma había convocado y en la que se tomó la decisión de crear la Orden de la Merced con la finalidad de redimir a los cautivos mediante rescates o negociaciones. Hasta 1779 en que cambió su dedicación para convertirse en asistencia para presos diversos y marginados, la Orden liberó a unos 60.000 cautivos. Esa fue la causa de que la Virgen, en su advocación de la Mercé, desplazara a Santa Eulàlia como patrona de Barcelona.


En el Saló del Tinell se tomó la decisión de crear la Orden de la Merced.

El enigma de la cripta del antiguo Palau dels Comtes

Pere Nolasc, mercader, murió en 1245 y sus restos fueron enterrados en algún lugar de la cripta del antiguo palacio de los Condes, parcialmente derribado cuando se abrió la Plaça Nova, frente a la Catedral. Se dio la circunstancia de que los frailes dominicos y los mercedarios vigilaron de cerca las obras para intentar localizar las reliquias del santo, canonizado en 1628, y llevárselas a sus respectivos conventos. Uno de los frailes mercedarios se percató de que habían aparecido los restos y engañando a los obreros y a los dominicos que también vigilaban, volvió de noche, los sacó del lugar donde los había visto y se los llevó a su convento. Naturalmente, el retirarlos del lugar en el que estaban se perdió toda referencia de si era o no era el cuerpo del santo, con lo que aquellos despojos no sirvieron ni ante los arqueólogos ni ante la Iglesia.

El santo bandolero

Otro mercedario muy famoso y santo es Pere Ermengol de Rocafort, hijo de Arnau Ermengol, que por causas de una pelea debida a su carácter altivo y violento, fue perseguido por la justicia y se dedicó al bandidaje durante un tiempo. Fuera por la intercesión de la Virgen de la Mercè o por la de su padre ante el rey Jaume I, el caso es que dejó el bandolerismo y se dedicó a la redención de cautivos como fraile mercedario. La leyenda dice que fue ahorcado por los sarracenos en la ciudad de Bugía, en Argelia, pero fue resucitado por la Virgen, o el ahorcamiento fue defectuoso, por lo que volvió sano y salvo a Barcelona.

Expertos en la ballesta

Una de las razones que explican las libertades concedidas por los reyes francos, aragoneses o castellanos a la ciudad de Barcelona viene dada sin duda por el hecho de tratarse de una ciudad fronteriza, bastión contra las invasiones o penetraciones desde Europa a partir de una época, el final del Imperio romano, especialmente turbulenta. Tal y como se construía la muralla medieval, desde 1260, la principal preocupación del Consell de Cent era tener siempre a mano ciudadanos lo suficientemente preparados militarmente para hacer frente a los peligros que pudieran venir del exterior, pero sin la necesidad de un ejército permanente y sin que tuvieran que dejar sus actividades diarias. Ya desde el siglo XIV, la preparación de los ciudadanos consistió en enseñarles el manejo del arma defensiva de la época, la ballesta. Al parecer, el primer espacio en que los barceloneses practicaban el tiro fue en el lugar que se llamaría Portal de l’Àngel y en aquella época era la riera de Santa Ana. Unos años después se construyó un auténtico recinto de entrenamiento en el barrio de La Ribera.

Una batalla naval

Hubo un tiempo en que el mar llegaba más o menos a donde hoy está la calle Consolat de Mar, y los arcos que todavía sobreviven, Voltes d’Encants, tenían la utilidad de refugio para los constructores o reparadores de barcos que trabajaban en la playa y para los vigías que escudriñaban el horizonte para localizar piratas o enemigos que se aproximaran a la ciudad. Tal cosa es lo que sucedió el 9 de junio de 1359 cuando una flota de más de cincuenta naves del rey de Castilla Pedro el Cruel, mandada por el veneciano Boccanegra, se presentó ante la ciudad con ánima de asaltarla. Descubiertas las naves por los vigías de las Voltes d’Encants, la ciudad, en la que se encontraba en aquel momento el rey Pere el Cerimoniòs, organizó a toda prisa la defensa encomendada a una flota de diez galeras y unas decenas de pequeñas embarcaciones. Las bombardas, armas de fuego, instaladas en algunas de las galeras catalanas, causaron tal daño en las atacantes que éstas, armadas solo con brigolas, pequeñas catapultas que solo lanzaban piedras, tuvieron que retirarse sin intentar el desembarco en la ciudad.


Pere el Cerimoniòs.

Asegurar el negocio

En el siglo XIII y XIV, el tráfico de esclavos en Barcelona era muy notable y, como cualquier otra mercancía, precisaba no solo de compradores y vendedores, sino de financieros o banqueros que aseguraran dicha mercancía. Uno de estos aseguradores, bien documentado, era Andreu Crexells1 que entre 1453 y 1467 aseguró 34 de 43 transacciones de compraventa de seres humanos. Crexells aseguraba en cantidades de 30 a 84 libras por persona a esclavos de entre 11 y 30 años. Las esclavas embarazadas las aseguraba entre 40 y 70 libras. Los esclavos, en esos años, ya no era solo “moros” sino que eran rusos, búlgaros, tártaros y especialmente griegos, capturados por los mercenarios conocidos como Almogávares.

El esclavo aprendiz

En 1431 el censo de esclavos en Cataluña era de 1748, asegurados por la Generalitat, de los que 1255 estaban censados en Barcelona. Por lo general eran dedicados a los trabajos más duros, pero algunos menestrales o artistas los empleaban como aprendices.

El antipapa en Barcelona

En 1387, la Catedral de Barcelona acogió en uno de sus oficios religiosos, celebrado el día 24 de febrero, a un ilustre personaje, fundamental en la historia de la Iglesia. Se trataba de Pedro Martínez de Luna y Pérez de Gotor, en aquel momento cardenal nombrado por el Papa Gregorio XI, y que sería Papa poco después con el nombre de Benedicto XIII en medio del caos conocido como Cisma de Occidente. El cardenal Luna pronunció el sermón de ese día en presencia de Violante de Bar, la esposa del rey Juan I y de María, reina de Sicilia. Para entonces, los papas ya habían abandonado la sede de Aviñón donde habían permanecido de 1309 a 1377, pero la irregular elección del papa Urbano VI en Roma hizo que una parte de los cardenales, entre los que estaba Pedro de Luna, la rechazaran y volvieron a Avignon donde eligieron un nuevo Pontífice, Clemente VII, con el apoyo de la monarquía francesa. A la muerte de Clemente, Pedro de Luna fue elegido papa en la sede de Avignon con el nombre de Benedicto XIII, enfrentado al papa de Roma, Urbano VI y a su sucesor Bonifacio IX. El cónclave de 1409, en Pisa, intentó solucionar la existencia de los dos papas eligiendo a un tercero, Alejandro V, lo que hizo que, falto del apoyo de Francia, Benedicto XIII (Pedro de Luna), se retirara a vivir a Barcelona y posteriormente a Peñíscola donde murió en 1423. A pesar de haber sido reconocido como papa por los reinos hispánicos, la Iglesia Católica le considera un antipapa.

¿Qué fue de los judíos barceloneses?

El espacio situado alrededor de la calle del Call, fue durante siglos el barrio judío de Barcelona, uno de los más importantes de Europa. Tras el salvaje asalto al barrio en agosto de 1391, la colonia judía barcelonesa, que debía tener unos 5.000 miembros, desapareció de la historia como si nunca hubiera existido. Se calcula que unos trescientos ciudadanos fueron asesinados y el resto o bien se convirtieron oficialmente al cristianismo o bien huyeron, principalmente por mar, a Italia, al norte de África y a Portugal, aunque algunos se refugiaron en pequeños pueblos lejos de las ciudades. No existe constancia de que se anotaran los nombres o apellidos que los conversos tomaron al bautizarse; los nombres habituales entre los judíos barceloneses como Abraham, David, Isaac o Samuel figuran en el santoral cristiano sin tener ninguna relación con el judaísmo y lo mismo se podría decir de los apellidos Salomó, Bonhom, Bondia, Bendit, Maimó, Vidal o Durán. Otros como Astruc, Jucef, Bonjudà, Bonsenyor, Benvenist, Baruc, Bellshom o Jaffia, han desaparecido prácticamente. En cuanto a los nombres femeninos como Regina, Clara, Esther o Sara han sido incorporados a los nombres cristianos sin que exista ninguna relación y otros habituales en la comunidad judía como Preciosa, Rica, Bonadona, Bonafilla, Dolça, Goig, Estel·lina o Astruga han desaparecido. Cuando el decreto de los Reyes Católicos de 1492 obligó a los judíos a salir de los reinos hispánicos, en Barcelona prácticamente no quedaba ninguno.


Un Call es como se llamaba antiguamente un barrio judío.

1609, el año de la expulsión de los moriscos

La expulsión de los moriscos, es decir ciudadanos que habían sido musulmanes y figuraban ya como cristianos, fue más tardía, en 1609, aunque ya los Reyes Católicos habían publicado algún edicto en su contra, pero en 1503 el Consell de Cent había obtenido del rey el compromiso de no expulsar a los moriscos de la ciudad. En Barcelona no eran numerosos y ni siquiera tenían un barrio propio, pero en todo el Reino de Aragón se calcula que fueron expulsados unos 64.000 a través del puerto de Los Alfaques o por la frontera francesa.

Leones en Barcelona


Una de las muchas consecuencias colaterales que tuvo la destrucción del Call, el barrio judío de Barcelona, en 1391, fue la crisis planteada con los leones que en aquel momento poseía la ciudad. La existencia de leones en la ciudad de Barcelona se remonta a la época de los reyes de Aragón que gustaban tenerlos como expresión de la magnificencia no solo de la ciudad de Barcelona sino de otras como Valencia, Zaragoza o Perpiñán y precisamente un impuesto especial que gravaba a los judíos era el modo de mantener a esos leones. Al liquidarse el Call se planteó de pronto el problema de dónde sacar dinero para mantenerlos y de momento el rey Juan I decidió que una parte de los honorarios de los altos funcionarios se dedicaran a ese menester. Más adelante se ordenó que los animales muertos accidentalmente en el interior de la ciudad fueran destinados a comida de los leones y las pieles vendidas para obtener dinero. La cosa no quedó ahí y suprimido ese sistema, el Consell de Cent acordó subvencionar anualmente al leonero con diez libras anuales hasta 1653 en que se impuso al arrendatario del abastecimiento de carne de ternera a la ciudad la obligación de alimentar a las fieras.


La Casa dels Lleons en el Parc de la Ciutadella.

La Casa dels Lleons

El Parc de la Ciutadella luce todavía la fachada de la que fue “Casa dels Lleons”, un edificio obra de Pere Falqués de 1894 y que sustituyó a un ala del Palau Menor, desaparecida en 1860, para abrir la calle de Sobradiel, y que llevaba ese mismo nombre. El cargo de “leonero” no era algo superficial o anecdótico, sino que era un funcionario real hasta el reinado del emperador Carlos y desde el siglo XVI un nombramiento del Consell de Cent. Hay constancia de los nombres de algunos de estos funcionarios, como Nicolas Ça Pisa, nombrado por el rey Martín el Humano, Antoni Barceló, que lo era en 1439, Juan de León, Pedro de Saldaña y Bernardo Falcó que fue el último nombrado por el Rey. Todos ellos provenían en su mayoría del funcionariado de la Corona. Los nombrados por el Consell de Cent a partir del siglo XVI eran ya ciudadanos corrientes de diferentes oficios, como el pintor Antoni Toreno, el zapatero Cirstòfol Riera o el peletero Josep Benca.

Iglesias y terremotos

Entre enero y febrero de 1428 andaba por Barcelona el fraile franciscano Mateo de Agrigento, italiano de nacimiento pero de ascendencia española, que por aquella época predicaba en los reinos hispánicos. Mateo, como buen franciscano, lanzaba desde el púlpito sus diatribas contra la opulencia, la riqueza y la inmoralidad de las costumbres y he aquí que el día 2 de febrero, día de la Candelaria, un violentísimo terremoto sacudió la ciudad y toda Cataluña. Cerca de dos mil muertos y derrumbes de cientos de casas fueron el resultado del temblor que incluso provocó la caída del rosetón de Santa Maria del Mar sobre los fieles que asistían en aquel momento al servicio religioso, con unos veinticinco muertos por los cascotes. Tal desgracia la achacó Mateo inmediatamente a la falta de moralidad de las costumbres especialmente a la usura, que se había extendido con práctica de comprar “censos”, algo así como obligaciones financieras a medio o largo plazo derivadas de contratos de pago en especies. Esos censos obraban en realidad como préstamos financieros con altos intereses y no eran sino usura encubierta. Mateo declaró que participar en esas operaciones como comprador, vendedor, testigo o notario era objeto de pecado mortal y consiguió que esa práctica de crédito fuera desapareciendo.


La iglesia de Santa Maria del Mar ha sufrido dos grandes terremotos que destruyeron Barcelona en la Edad Media.

Terremotos en Santa Maria del Mar

La iglesia de Santa Maria del Mar, construida entre 1329 y 1350, ha sufrido en su estructura dos de los grandes terremotos que asolaron Barcelona en la baja Edad Media. Uno de ellos el mencionado de la Candelaria y el otro en la noche del 21 de febrero de 1373 causando la caída del campanario de la iglesia además de muchos destrozos en los edificios de la ciudad. El terremoto fue de tal intensidad que se sintió en los castillos de los alrededores muchos de los cuales se agrietaron.

399
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9788499176208
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