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El delirio acróbata

La hazaña del siglo (Man on Wire)

Reino Unido-Estados Unidos, 2008

De James Marsh

Con Philippe Petit

En La hazaña del siglo, oscareado tercer documental largo del estadunidense heterodoxo de 45 años James Marsh, basado en el libro autobiográfico El hombre sobre el alambre de Philippe Petit, evoca de manera brillante, elocuente y archidocumentada la gratuita pero autorrealizadora y ambigua hazaña del diminuto equilibrista francés que, el 6 de agosto de 1974, arrostrando prohibiciones, vigilancia, asedios policiales y riesgos, logró sostenerse a 450 metros de altura durante tres cuartos de hora, caminando sobre un cable tendido con arco y flechas entre las torres gemelas del hoy desaparecido World Trade Center de Nueva York, desafiando toda legalidad, durante un acontecimiento que ha pasado a los anales estadunidenses como “el crimen artístico del siglo”, aparte de otras contradictorias lindezas de época por ese estilo, siempre oscilantes entre la embobada admiración cardiaca y la abstinente condena hipócrita y bienpensante. El delirio acróbata acomete la imposible recreación / evocación del hecho mediante atesoradas mil fotos de archivo, retazos de TVnoticieros y testimonios actuales ad hoc, llevando hasta sus últimas consecuencias un equivalente fílmico del proyecto absurdo, de la obsedente idea fija y del máximo grado del show suicida sin objeto, cual cumbres del Juego y del pensamiento individualista que burlan (y se burlan de) toda sociedad del consumo y del espectáculo. El delirio acróbata aprovecha las experiencias previas del realizador en El viaje de la muerte de Wisconsin (1999), sobre los devastadores sismos decimonónicos en ese estado americano, y en El equipo (2005), sobre los triunfos foráneos de un equipo de futbol neoyorquino integrado por indigentes, o séase experiencias masivas olvidadas e inusitadas experiencias presentes, volcadas a la celebración de un malabarista callejero que festejó como nadie su 25 aniversario, en grande, a 110 pisos sobre el suelo, bailando y haciendo cabriolas, arrodillándose, recostándose y brincoteando sobre la ilegal cuerda floja, tras seis años de preparación y luego de invocativos ensayos en Notre Dame de París y en el Puente de la Bahía de Sidney. El delirio acróbata se finca en los madruguetes habilidosos con los cómplices y en la ejecución apabullante, en el pasmo estético y en las declaraciones jamás lamentosas ni arrepentidas ni perdonadoras a destiempo, creyendo a pie juntillas en la nobleza de su objeto de indagación. El delirio acróbata incursiona por turno en diversos géneros: el cuento de hadas, el thriller detallista, la crónica en cinéma vérité desplazado, la reconstrucción impertinente, la cinta de aventuras insólitas, el suspenso lastrado, la comedia hilarante, el drama distanciado, poniendo a la proeza irrepetible bajo luces iridiscentes, íntimas y, para decir lo menos, shockings, más el arresto y las imprevisibles consecuencias perdurables. Y el delirio acróbata consigue elevar la pasión a niveles tan personales e intransferibles como la memoria interior y la colectiva.

El pesticida apetitoso

Comida, S.A. (Food, Inc.)

Estados Unidos, 2009

De Robert Kenner

Con Joel Salatin, Eric Schlosser, Michael Pollan

En Comida, S.A., film-ensayo debutante del TVdocumentalista Robert Kenner (viajero del National Geographic Channel y The American Experience), el idealista granjero virniniano-virgiliano demasiado concreto Joel Salatin sueña con proporcionarle a sus clientes una comida sana así sea un poco más costosa de la que ofrecen los supermercados, por lo que alimenta a sus reses puristas con forraje genuino y mata a sus pollos por métodos artesanales, pero sus sueños sueños son, porque debe enfrentarse a la competencia desigual-desleal y al poder avasallante de las compañías transnacionales de alimentos industrializados (carnes, lácteos, vegetales, semillas, embutidos) que se valen de lo que sea (cereales transgénicos, pesticidas, adherentes petroquímicos, nutrientes animales atiborrados de medicamentos, ganado con severo tratamiento de hormonas, granos modificados, residuos tóxicos y conservadores en casi todos los alimentos) para obtener una producción inalcanzablemente alta a precios muy accesibles, amenazando con anacronizar, barrer y liquidar todo lo que el pobre tipo enarbola, representa y defiende, dotado de un tenaz heroísmo tan estoico y sacrificado cuan ingenuo. El pesticida apetitoso no se ocupa de la voracidad depredadora que destruye el medio ambiente y llena el planeta de comida próxima a la chatarra, sino de la avidez industrial que se apodera de los alimentos y daña sin misericordia ni sentimientos de culpa e impunemente, la salud de sus consumidores. El pesticida apetitoso devela con ironía, sarcasmo y dulce buen humor burlón la verdad deliciosa y aterradora de la comida industrializada que ingerimos ya todos los días (en Estados Unidos, en el mundo entero), pero se deja engullir por el análisis reporteril sobre la marcha (a lo infausto Michael Moore), por las televisivas anticinematográficas cabezas parlantes de expertos (así sean los simpáticos cruzados de la comida orgánica Eric Schlosser, de la Fast Food Nation, y Michael Pollan, de The Omnivore’s Dilemma), por la evidencia bien investigada pero insuficientemente vivenciada y por el rollo denunciador contra empresas desalmadas tipo Monsanto, al amparo de los grandes intereses que gobiernan Washington. Y el pesticida apetitoso ha acometido una devastadora denuncia de la industria alimenticia desde una perspectiva humanista total que incluye todos los aspectos vitales, racionales e irracionales del caso, con un afán liberador, diría Unamuno, que nos hace dudar hasta de nuestra propia existencia, presente y futura.

El clandestinaje minifilmador

Iraqi Short Films

Argentina, 2008

De Mauro Andrizzi

Con intérpretes no profesionales

En Iraqi Short Films, segundo largometraje documental del marplatense de 28 años Mauro Andrizzi (Mono, 2007; cortos: Tres visiones de un robo, 2000, y Playa terminal, 2001), reclamando sólo los créditos de realización e investigación (puesto que nada había que dirigir) y apenas acompañándose de su coeditor Francisco J. Vázquez Murillo, conjunta un medio centenar de micropelículas producto de filmaciones amateurs y caseras, o de plano efectuadas con teléfono celular, referentes a hechos de la guerra de Irak (matanzas, explosiones, rodajes propagandísticos), indistintamente aprehendidas por ambos bandos del conflicto armado (los 140 soldados invasores, los 140 grupos procedentes de todas las naciones árabes y reunidos en 25 milicias resistentes / terroristas), rara vez exhibidas en público, pero subidas a la Internet y de allí bajadas, para ser elegidas, depuradas e insertas, conservando sus sonidos originales en off, dentro de dos largas partes (la exterior espectacular, la íntima cotidiana), apenas interrumpidas por algunos letreros históricos (Robert Fisk), contextualizadores (T. E. Lawrence, “La economía de guerra” de C. Wright Mills), o inesperadamente lírico-sarcásticos, como un discurso laudatorio pitoniso de Dick Cheney y “La oración de la guerra” de Mark Twain. El clandestinaje minifilmador hace coexistir largas esperas de explosiones y estallidos que se producen donde menos se les aguarda, acciones y situaciones que apenas se adivinan pero donde destaca la individual angustia de los soldaditos atrapados pecho a tierra y clamando por volver a casa antes de perecer sin entrar a campo, la paciente cacería de hummers al paso, la práctica de guerrita improvisada con bazookas coreográficas, la matazón inmostrable alrededor de la cámara, la idílica canción feroz añorando la paz islámica (el honor del terrorismo como remedio celestial) y el rap desesperado, con lentas disolvencias en negro. El clandestinaje minifilmador puede adoptar también, aunque parezca mentira, a cada instante, el punto de vista de una inusitada alegría de vivir, tanto la alegría de vivir que se registra desde el mirador superior o la panza de un convoy de mastodónticos tanques (con costo de 3.4 millones de dólares cada uno) en el momento de inmovilizarse, cual si cesara de jugar carreritas con autos chocones para explotar a gusto o simplemente dejase de resollar, como la alegría de vivir del soldado inglés que avanza danzando felizazo y haciéndose acompañar de sus colegas y discípulos iraqís a lo TVserie “Glee” hasta culminar en las puertas de dos mingitorios portátiles que nos saludan sin que sus clientes dejen de hacer sus necesidades. El clandestinaje minifilmador cocina una propuesta límite del cine del futuro (la nueva retórica de pronto imprescindible de las filmaciones con celular ubicuo), se ampara en el arte potencial (50 esbozos distintos y ninguno ficcional definitivo) y rinde cuentas expeditas de una guerra en marcha, multívoca, unívoca, alienada por la superabundancia de información y el no menos vasto ocultamiento de ella, simultánea y siempre ajena, cuyos hechos atroces y revulsivos no son a fin de cuentas más que imágenes (ya no atroces: mudas, neutras, fáciles, comunes, corrientes, indigeribles, nunca indigestas). Y el clandestinaje minifilmador ha logrado capturar, sin paranoia ni énfasis alguno, la inminencia de la muerte (¡el sitio del minifilmador invadido!) que no ceja de asediarte en el espacio fuera de campo, para conseguir por fin, acaso, manifestarse en el fondo del encuadre, ya sin significado posible, jamás de manera insignificante, rumbo a un colosal monumento a la chatarra bélica.

La inteligencia sonora

Pianomanía (Pianomania)

Austria-Alemania, 2009

De Robert Cibis y Lilian Franck

Con Stefan Knüpfer, Pierre-Laurent Aimard, Lang Lang

En Pianomanía, tercer largometraje docuficcional de los austriacos Robert Cibis y Lilian Franck, siempre con versatilidad minuciosa y agudeza suficientes para pasar de un duro estudio sociopolítico (Capital humano, el negocio del empleo, 2004) a una divertida vivisección de la mentalidad futbolística (Jesús te ama, 2008), el atareadísimo afinador de pianos alguna vez ejecutante Stefan Knüpfer se comporta como un simple empleado de la Steiway & Sons, con sede en la Kunsthalle vienesa, si bien es el único experto mundial en sonido con capacidad para adaptar y readaptar sobre la marcha pianos de cola al gusto de los más feroces monstruos del virtuosismo teclístico actual (Lang Lang, Alfred Brendel, o una hilarante pareja performancera), e incluso preparar durante seis arduos pavorosos meses a uno de esos colosales instrumentos hasta satisfacer las exigencias casi absurdas del recitalista francés Pierre-Laurent Aimard que requiere de un piano-orquesta multiplicado en cuatro “situaciones” distintas (de órgano, de clavicordio, de cámara y de concierto), cual cuatro instrumentos en uno, para una nueva imposible grabación del Arte de la fuga de Bach para la Deutsche Grammophon. La inteligencia sonora acosa y elabora las búsquedas, el frenesí, el sudor y el éxtasis allí donde la neurosis auditiva no es sinónimo de especialización, sino el punto preciso (sólo atisbado, pero compartido) donde la especialización puede encauzar, resolver y superar la neurosis fundamental de cualquier individuo excepcionalmente dotado, en una suerte de autotrivializada megaepopeya acústica. La inteligencia sonora dispone que los verdaderos héroes del film no sean los pianistas (demasiado cotidianos, caprichosos) ni los Schumann o Brahms o Carter cuyas piezas se esbozan, sino el destrozado piano K 245, el K 109 antes de ser vendido a Melbourne, el aún rígido K 780, o la reposición en suspenso de un puñado de martinetes dañados. Y la inteligencia sonora ha delineado un ensayo en acto sobre la profundidad del color tonal y los infinitos matices acústicos en el camino hacia la perfección: perfección siempre inasible y evanescente, pues una vez titánicamente alcanzada (su respiración, su magia) por nuestro proteico afinador-duende, ni él mismo puede ya aguantarla, ni a la hora del concierto, ni su reproducción en uno de tus atesorados CD insuperables.

El reparto mortífero

La vida loca

España-Francia-México, 2008

De Christian Poveda

Con intérpretes no profesionales

En La vida loca, cuarto documental largo shocking del exfotoperiodista bélico francoespañol de 51 años Christian Poveda (No se mata sólo el tiempo, 1996; Viaje al fondo de la derecha, 1999), las labores de una panadería comunal fundada como tapadera e incentivo para la rehabilitación y la reinserción social de jóvenes pandilleros hipertatuados y pandilleras tatuadas con un 18 hasta en la cara, sirven para registrar, describir, aglutinar y exhibir, a ritmo de rap (“Conviviendo con la muerte / sin saber cuándo te toca” rimando con La Vida Loca) y desesperantemente hablando en salvadoreño (sin subtítulos en castellano), atisbos de miserable vida cotidiana barrial y ecos salvajes de las luchas intestinas entre dos feroces maras (pandillas), la Mara 18 y la Mara Salvatrucha, en la zona marginal-territorio botín de La Campanera en San Salvador. El reparto mortífero se llena de escenas claramente discriminatorias en juzgados, semidesnudos jodidos berreantes en las prisiones, estoicas ceremonias de tatuaje, cadáveres reventados a media banqueta, inconsolables arrebatos de parientes, entierros entre aullidos, detenciones masivas o de cierta conmovedora parejita amorosa de extorsionadores criminales, una semiorgía de cumpleaños y hasta la extracción en directo de una prótesis ocular. El reparto mortífero lleva histórica e histológicamente a sus consecuencias extremas el método Flaherty que consiste en filmar el tejido social conviviendo e involucrándose con algunas de sus criaturas más representativas y exóticas, para profundizar en ellas como seres contradictorios y no como meros sujetos-objetos de estudio o de entrevista, al grado de que el director-fotógrafo no pudo desenchufarse tan fácil y, un año después de concluida su cinta, apareció asesinado en las mismas calles donde había filmado. El reparto mortífero se queda de plano con la materia prima, en crudo y en carne viva, sin comentarios ni análisis, pasto de un hábil montaje que a veces se pasa de listo, jamás sensacionalista pero sí tremendista discreto, explotando lo impactante que resulta ver a un personaje vivito en una secuencia y dentro de un rústico ataúd en la siguiente, tras una rápida pantalla a oscuras y tres tiros sonando en off, según el más bárbaro y seco de los rituales pandilleros. Y el reparto mortífero hace apurar hasta las heces, con una posbuñueliana ternura aberrante, la exclusión social, los vanos intentos de sortear al envilecido medio circundante, las resignadas tragedias de la violencia establecida (esa madre que prefiere mantener a su hijo entambado) y el desdichada cuerpo exánime de la entrañable pandillera tuerta luego de asistir felizaza al salón de belleza para estrenar su nuevo ojo flamante.

El desastre educativo

Esperando a Superman (Waiting for Superman)

Estados Unidos, 2010

De Davis Guggenheim

Con Geoffrey Canada y Michelle Rhee

En Esperando a Superman, alentador segundo largometraje documental de Davis Guggenheim (tras su polémica cinta anticambioclimático La verdad incómoda, 2006), con guion suyo y de Bily Kimball, enfoca las desgarradoras experiencias de media docena de niños talentosos de barrios jodidos (y sus angustiados padres) en busca de lugar en una buena escuela, para ilustrar las razones del bajísimo nivel de la educación pública de Estados Unidos, cada vez más en declive y empezando sarcásticamente por su capital Washington, DC, pese al opulento gasto en el ramo, discursos presidenciales, duplicaciones de presupuesto, leyes, reformas, y a pesar de que el iluminado afromaestro Geoffrey Canada dejó de creer que su ídolo infantil Superman (en la TVversión de los años cincuenta con George Reeves) iba a rescatar siempre a los niños y demostró que, con imaginación y conciencia, puede salirse del hoyo, creando una red nacional de escuelas piloto de alto rendimiento, por desgracia demasiado escasas aún y a las que sólo puede ingresarse por vil sorteo. El desastre educativo predica con el ejemplo, comienza reconociendo con tristeza la evidencia de que los elogios que el propio realizador le había hecho a un puñado de honestos profesores de primaria en su inicial incursión fílmica en el tema educacional (El primer año, 1999) eran falsas apreciaciones, que dada la ocasión él mismo hubo de inscribir a sus hijos en un oneroso colegio privado y que el despeñadero de la educación nacional inició en 1970, cuando se consolidó el Sindicato Nacional de Maestros (el SNTE gringo y tan podrido como él), nacido para defender los derechos de los docentes contra politiquerías e injusticias, pero pronto convertido en el primerísimo obstáculo reactivo a todo cambio, impidiendo modificar el obsoleto y criminal sistema, pues sólo ha generado irresponsables profes imposibles de justificado despido y líderes demagogos que descalifican cualquier propuesta relevante como amenaza a los intereses del gremio (y a los suyos). El desastre educativo lleva al cine didáctico a un plano de vivacidad y pulcritud admirables, permitiendo que las cosas y las ideas alegremente fluyan por sí mismas, jamás desencarnadas aunque sí descarnadas, sin tratar de imponer ni demostrar nada a priori, patentizando de manera muy gráfica y mediante irónicas imágenes a veces idílicas las numerosas causas eficientes de cada tropiezo, desmenuzando hechos y conceptos, tan complejos y falaces como ese “factor de error” (evaluaciones que no miden nuevos errores del educando, sino su persistente recurrencia acumulativa en los mismos), o esas desdeñadas “fábricas de abandono” (a las escuelas modelo sin seguimiento posible), o esa jocundísima “danza de los limones” (profes reconocidamente nefastos que van pasando de plantel en subplantel en forma degenerativa). Y el desastre educativo comprende a esa pomposa canciller gubernamental Michelle Rhee que llegó cortando cabezas a directores solapadores de profes ineptos sólo para acabar ofreciendo jugosos incentivos económicos al desempeño u horas extras en vano, a esa maestra que conjuró al coco de las matemáticas enseñándolas a través del rap, y a esa niñita superdotada mirando desde la nostálgica ventana a los niños que sí lograron entrar a la escuela, entre esa humillante lotería para decidir tu porvenir educativo y esa milagrosa admisión del huérfano de afrodrogadicto Anthony ingresando al salvador internado-escuela piloto como a una cárcel.

La guerra encubierta

El día del gorrión (Der Tag des Spatzen)

Alemania, 2010

De Philip Scheffner

Con intérpretes no profesionales

En El día del gorrión, bella docuficción vanguardista del cineasta ornitólogo Philip Scheffner (Los archivos de la media luna, 2007), se establecen inusitadas pero significativas relaciones entre dos noticias del 14 de noviembre de 2005, en apariencia sin conexión: el derribo de un gorrión en el norte de Holanda que provocó el desplome de 23 mil dominós propuestos por la TV, cual tremenda reacción en cadena, y la muerte de un soldado alemán en Kabul, a consecuencia de un atentado suicida contra las supuestas tropas de paz. La guerra encubierta arranca como un simple ensayo de cine sobre la naturaleza para observar a los pájaros, de todas especies, solos, en bandada, amenazados, víctimas de la caza campestre y del exterminio urbano, o en heroico monumento funerario kitsch, pero pronto se abre a testimonios, incluso de un juicio político secreto, siempre en voz off o telefoneados en el margen superior, cada vez más comprometedores, que abarcan las bases militares germanas en la Mosela o el Báltico y llegan hasta los comandos de seguridad alemana rechazando cooperar en la cinta que estamos viendo. La guerra encubierta envenena, sin tocarlos, valles dorados, playas radiantes, cielos azules, soldaditos superarmados vigilando tras alambradas y demás espléndidos espacios idílicos, para resolver la sardónica interrogante de si estamos en guerra o en paz. Y la guerra encubierta se sitúa con inteligencia en algún lugar entre un informulable docuthriller de espionaje y un folletinesco panfleto novelado, llevando sus planteos idílico-bélicos a sus últimas consecuencias poético-políticas, siempre indirectas, rompiendo brillante e irónicamente con toda práctica de entrevista-peste a cámara o de ilustración tautológica, tanto las indagadoras como las autorreferentes / autorreflexivas.

382,08 ₽
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Объем:
931 стр. 3 иллюстрации
ISBN:
9786073009225
Правообладатель:
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