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La incertidumbre ronda por la mente de muchos hoy en día, pero debemos saber cómo enfrentar cada duda en nuestra vida.

Tú no tienes que saber todas las cosas, no sufras por ello. Solo Dios lo sabe. Pero sí tienes que saber lo que estás haciendo en este tiempo y la clase de persona en la que te estás convirtiendo.

¡Libérate de tu necesidad de saber, enfócate en tu necesidad de cambiar!

En un momento de la historia, en los días del profeta Samuel, la gran nación de Israel, el pueblo escogido de Dios, se cansó de su normalidad viviendo bajo los designios divinos y pidieron ser como los demás pueblos de la Tierra.

Tenían todas las prerrogativas de ser el pueblo guiado directamente por la mano de Dios y lo habían visto en la manera como ganaban batallas, como Dios les hablaba enviándoles profetas, en su prosperidad y el amparo que siempre tenían bajo la protección de Dios. Pero se cansaron de eso. Lo tomaron como algo natural.

Pensaron algo como esto: Dios siempre tiene que estar con nosotros porque somos su pueblo escogido, entonces ahora podemos vivir como los demás pueblos paganos y tener nuestro propio rey, y aun así, Dios tiene que seguir dándonos su bendición.

Por ese tipo de pensamiento es que en ocasiones Dios tiene que sacudir a su pueblo.

Samuel se entristece por lo que el pueblo está pidiendo, pero Dios le dice: no te preocupes, Samuel, no te desechan a ti, me están desechando directamente a mí. (1 Samuel 8:7)

Su Dios, su Señor, su cuidador, su sanador, el Dios omnipotente es ahora rechazado por un pueblo al que le gustó parecerse a los demás.

La iglesia de hoy en día se parece más al mundo que lo que debería ser la iglesia. Queremos vivir más como lo hacen los inconversos que como lo debe hacer un pueblo consagrado y santo.

Anhelamos tener lo que el mundo tiene y perseguimos con ahínco lo que el mundo persigue.

¿Es esa la normalidad a la que quieres regresar?

No, yo no quiero volver a esa clase de normalidad. Hay grandes desafíos por delante, pero si de algo estoy seguro es que yo no quiero volver a la normalidad de una iglesia llevada por la corriente del mundo que no desafíe los poderes del maligno. No. Mi Señor Jesucristo no derramó su sangre por una iglesia así. Él vino para cambiar este mundo para siempre y su iglesia tiene que ser digna de llevar su nombre.

¿Somos o no somos el pueblo de Dios?

¿Solo lo somos cuando cantamos esa canción o en cada acto de nuestras vidas?

Dios te ama tanto que te ha permitido vivir en este tiempo, pero para que seas transformado.

El virus te va a caer bien, porque no será un virus destructivo como el del coronavirus, sino que será un virus constructivo que hará que replantees tu vida y te conviertas en aquel o aquella que Dios tenía en mente cuando te envió a este mundo.

¡Alguien se está contagiando de ese bendito virus!

En lugar de acercarnos a Dios nos hemos alejado paulatinamente de Él.

Aunque Él ganó para nosotros el acceso al lugar santísimo, aún seguimos parados en el atrio pensando si debemos entrar o no.

En lugar de un temor reverente, lo cambiamos por un pavor a su presencia, porque sentimos que puede ser fuego consumidor si llega a nuestras vidas y se da cuenta de nuestra tibieza espiritual.

Y es por eso que seguimos confundidos porque Dios sigue estando tan distante.

Por eso es que hoy en día seguimos viviendo en cadenas aunque ya Cristo nos hizo libres.

Seguimos viviendo en frustración cuando Jesús nos enseñó a vivir en gozo.

Experimentamos terribles soledades, a pesar de que Dios nos dijo que nunca nos dejaría, nunca nos desampararía.

Seguimos en cautividad, a pesar de que Jesús ya llevó cautiva la cautividad.

¿Es esa la normalidad a la que quieres volver?

¿Y si Dios está usando este tiempo precisamente para quitar de ti todo lo que ha evitado que te parezcas a Él? ¿Aun así quisieras volver atrás?

La multitud de gente que caminaba en el desierto estaba yendo hacia el lugar prometido por Dios, pero querían volver a la normalidad de Egipto.

Se acordaron de los ajos y las cebollas que comían allá. Perdieron la perspectiva. En lugar de seguir mirando hacia lo que Dios estaba haciendo, se quejaban por lo que aun ellos no podían mirar, entonces pensaron que era mejor volver a la normalidad de la esclavitud.

¿Es eso de verdad lo que estás ansiando?

¿Te pareces al pueblo de Israel, queriendo volver a la esclavitud en lugar de reafirmar tus pasos que conducen a una tierra que fluye leche y miel?

Los que tienen destino de tierra prometida, no pueden jamás seguir añorando la normalidad de Egipto, jamás.

Pero tienes que tener fe para saber con certeza que lo que viene es mucho mejor que lo que estás dejando atrás.

Yo no quiero una normalidad de gente apática e indiferente.

Yo no quiero una normalidad de jóvenes que no están viviendo una experiencia espiritual.

Yo no quiero una normalidad de familias quebradas, disfuncionales, divorcios por montones, miles de abortos diarios, droga que se consume a mares, violencia y crímenes, vicios que están destruyendo a nuestra juventud, no, yo no quiero esa normalidad.

Nos habíamos acostumbrado a todo eso y ya no veíamos cristianos orando e intercediendo ante el trono de la gloria y rescatando gente de esas condiciones.

No te acostumbres a esas realidades. No te acostumbres a esa normalidad, porque hay algo mejor esperando por ti. El reino de los cielos que vino a enseñar Jesucristo no es como los reinos de la tierra.

La tierra prometida no se parece en nada al Egipto espiritual.

La leche y la miel son mejores que los ajos y las cebollas de la esclavitud.

Los frutos gigantes son mejores que los azotes y el sometimiento.

Pero hay que vencer gigantes y derribar muros. Es cierto.

Hay que sobrepasar epidemias y derribar temores.

Hay que levantarse con valentía y poner la mirada en el futuro con Dios y entonces sabremos que todo esto valió la pena, que el desierto no fue el final, que llegaremos a esa tierra que Dios nos ofrece y no seremos los mismos que éramos antes.

Y déjame hacerte una advertencia. Dios tuvo que matar a toda la primera generación de israelitas que no creyeron que lo que venía era mejor y tuvo que levantar otra generación de gente de fe.

Y Dios lo puede hacer otra vez. Él puede acabar con una generación temerosa e indolente y solo los Josues y Calebs seguirán adelante y entrarán a aquel lugar.

¿Quieres volver a la normalidad?

¿O te estás preparando para entrar en la nueva tierra, en el lugar prometido, en el futuro de Dios, en el mejor tiempo de tu vida?

Y así como el mundo estará cegado a la realidad de las bendiciones eternas, entre ustedes no será así, porque ustedes verán la gloria del Señor por su fe. Recibirán poder cuando venga sobre ustedes el Espíritu Santo, y serán testigos de Cristo hasta lo último de la tierra.

El mundo no podrá ver las maravillas que están destinadas únicamente para los hijos de Dios.

El mundo no podrá ver las revelaciones espirituales que surgen desde los cielos, pero Dios ha preparado grandes cosas para los que le siguen.

El mundo no podrá entender las cosas espirituales y no podrá aceptar este precioso evangelio, pero nosotros no nos avergonzamos de esta palabra porque es poder de Dios para salvación y nosotros caminamos hacia la salvación eterna por el poder de la sangre de Cristo que nos ha limpiado de todo pecado.

¿Aun quieres volver a la normalidad?

Capítulo 3.
No dejes que tu corazón se turbe

“No se turbe vuestro corazón, creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay, si así fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis. Y sabéis a donde voy, y sabéis el camino. Le dijo Tomas: Señor, no sabemos a dónde vas; ¿Cómo podemos saber el camino? Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí. (Juan 14: 1-6)

El ser humano por naturaleza ha tenido una marcada tendencia a mirar hacia atrás para lamentarse o culpar al pasado por lo que le está sucediendo en el presente o simplemente para usar ese pasado como un mecanismo que le haga creer que aquello que vivió fue mejor.

Por el contrario, Dios nos quiere siempre llevar hacia el futuro, aprovechando lo que hemos vivido, pero como experiencias enriquecedoras que nos sirvan para seguir construyendo algo mejor para el mañana.

Por ejemplo, el pueblo de Israel caminaba hacia la tierra prometida, pero su mirada estaba en los ajos y las cebollas de Egipto.

Los discípulos miraban hacia atrás al reinado de David para pedir que se restaurara el reino a Israel en ese tiempo, pero Jesús miraba hacia adelante diciéndoles: “recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo y me seréis testigos.” Es decir, proyéctense hacia lo que ha de venir.

El Nuevo Testamento siempre apunta hacia lo nuevo.

Nuevo nacimiento, nuevo pacto, nuevas criaturas, nuevo y único sacrificio en Jesucristo, un nuevo corazón, un espíritu renovado, un nuevo camino, una nueva esperanza, un nuevo comienzo, odres nuevos, vino nuevo, vestido nuevo, por lo tanto se necesita de hombres y mujeres renovados, para que tengan la capacidad de recibir todo lo nuevo que Dios ha preparado para los que le aman.

Los cielos se han abierto otra vez.

Las redes se tienen que echar de nuevo pero en el nombre de Jesús.

Hay un nuevo poder manifestado en la plenitud de la venida del Espíritu Santo.

La palabra de Dios siempre es nueva, viva, eficaz, poderosa y eterna.

Hay un nuevo Pedro que predica en pentecostés y cinco mil vienen a los pies de Jesucristo.

Para Pablo el que está en Cristo definitivamente es una nueva criatura, las cosas viejas pasaron y todas son hechas nuevas.

Hay un vestido nuevo para los que están en Cristo.

Al final de los tiempos habrá cielos nuevos y tierra nueva para el deleite de las nuevas criaturas.

La Biblia no es un montón de historias separadas. En realidad la Biblia es un relato extraordinario de la obra de Dios en el mundo que tiene que ver con la creación, la caída y la redención.

Si tú logras ver el cuadro completo, podrás comprender que cada relato, cada historia, cada parábola, cada mensaje tiene que ver con esta gran historia. Una historia en la que nosotros somos protagonistas directos.

Y todo está conectado y de esa forma podemos llegar a comprender que Dios siempre ha obrado y seguirá obrando en esta historia que tiene un final feliz para los creyentes.

En el pasaje de Juan 14:1-6, Jesús está con sus discípulos en uno de esos momentos clave, cuando les está hablando aquellas palabras que quedarían para siempre como un legado en sus corazones.

En menos de 24 horas Él iba a ser arrestado y llevado a juicio en sus últimos momentos de vida.

Iba a ser torturado, azotado, golpeado, injuriado y clavado en una cruz. Y sus discípulos empiezan a entristecerse. Están quizás atónitos sin saber cómo responder a las palabras de Jesús quien está a punto de dejarlos.

Podría ser una sorpresa para los discípulos que quizás esperaban otra cosa, pero no era una sorpresa para los cielos.

Recuerden, Él había venido con una misión, y este anuncio no era más que el cumplimiento de la misión de Jesús hasta el final.

Jesús vino desde los cielos para buscar y salvar lo que se había perdido.

La tarea era muy clara y de no ser por el cumplimiento de esa misión, nosotros los creyentes en Jesús, seriamos los más dignos de lástima en el mundo entero. Pero en lugar de eso, somos los más afortunados porque tenemos un Salvador, que vino desde el cielo mismo para deshacer las obras del maligno, para romper con la maldición del pecado, para darnos salvación y vida eterna.

Jesús enseñó pero Él no vino solo a ser un buen maestro.

Jesús predicó pero Él no vino solo para ser un buen predicador.

Jesús sanó pero Él no vino desde los cielos solo para ser un buen sanador.

Jesús hizo montones de milagros, pero Él no vino desde los cielos solo para que lo conocieran por esos milagros.

Él es el Único Salvador de este mundo, Él es el Único camino al Padre, Él es el Mesías esperado y no hay ninguna otra esperanza que Jesucristo El Dios de dioses y Rey de reyes.

Los discípulos podrían estar temerosos ante la perspectiva de quedarse sin Jesús. Pero Él les estaba enseñando algo mucho más grande que quizás no comprendían aún.

Recuerden que Jesús no vino para quedarse físicamente para siempre. Es necesario mirar el cuadro completo.

En algunos otros pasajes de la Escritura, cuando vemos a Jesús anunciándoles a sus discípulos su muerte, vemos que ellos no ponen mucha atención a eso. De hecho hay pasajes en los que ellos están pensando quien será el mayor, quien se sentará a su izquierda y a su derecha, o el mismo Pedro le dice que no es necesario que vaya a la cruz.

Probablemente podían pensar: hemos visto tu gran poder, te hemos visto hasta levantar muertos de su tumba, ¿quién va a poder matarte, Jesús?

Pero en Juan 14 Jesús nota que el corazón de sus discípulos empieza a sentir esa ausencia, y entonces los consuela diciéndoles: no dejen que su corazón se turbe, crean en Dios, crean también en mí.

¡No dejes que tu corazón se turbe!

Cree en el Padre, cree en el Hijo y tendrás descanso en tu corazón. Buenas nuevas. Evangelio puro.

No es tanto creer en ti mismo. Es creer en el Padre y creer en el Hijo Jesucristo.

Jesús desde el principio ha querido decirle a la humanidad que Él no vino a solucionarles todos los problemas del mundo. De hecho, Él afirmó que vivimos en un mundo de aflicción. Es ese el mundo en el que nos tocó vivir.

Pero lo que sí está diciéndonos Jesús es que, aunque estemos rodeados de problemas, no permitamos que esos problemas aniden en nuestro corazón. No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo.

Por eso es que necesitamos tan urgentemente la palabra de Dios, porque ella nos da seguridad y confianza para no permitir que los problemas que nos rodean aniden en nuestro interior.

Desde el mismo momento en que permitas que los problemas del mundo afecten tu corazón, así mismo pueden afectar tu fe.

Un barco se hunde cuando el agua que lo rodea penetra en él. Si esto no sucede, el barco navegará sobre esas mismas aguas sin tener contratiempos.

Ante la multitud de noticias negativas que hemos escuchado durante este tiempo, pareciera que podemos anegarnos en ese mar infestado de dolor, de angustia, de llanto y de un aroma de muerte y desolación indescriptible. Pero cuando acudimos a la Biblia siempre encontramos en ella una palabra que cambia la perspectiva del dolor y lo convierte en fortaleza para seguir superando obstáculos.

Seguir a Jesús significa también comprender sus palabras y vivirlas en todo momento.

En medio de un mundo de aflicción, encontramos a Aquel que lo ha vencido.

En medio de un mundo de temor, escuchamos de parte de Jesús el llamado a no dejarnos vencer por ese sentimiento.

En medio de un mundo de ansiedad, recibimos de parte de Jesús la paz que trajo desde los mismos cielos.

El contraste es evidente. Para cada dificultad siempre hay una palabra que trae consuelo, seguridad y fortaleza.

Es por eso que la iglesia es la que tiene que tomar el mando en este tiempo para traer esperanza a un mundo desesperado. Somos los líderes de la Iglesia quienes tenemos ahora la palabra para cambiar las circunstancias, de la misma manera que lo hizo Jesús cuando vino a un mundo de esclavitud, de injusticias y de desamor. Y fue Él mismo quien derribó una a una esas barreras y nos enseñó la manera adecuada de enfrentar cada momento con valentía y seguridad. “El hecho es que tendemos a ver el mal en los demás pero no en nosotros mismos.”

Hace un tiempo recibí la llamada de una mujer. Me dijo esto: he orado tanto por mi mamá, pero no se ha sanado, creo que he perdido mi fe.

¿Te das cuenta? Si los problemas nos abruman y no podemos ver el cuadro completo, esto puede afectar nuestra fe.

¿Recuerdan cuando Jesús le dijo a Pedro que el enemigo le pidió permiso para zarandearlos como a trigo? (Lucas 22:31) La oración de Jesús no fue para que el enemigo no les hiciera daño, o que se arrepintiera de zarandearlos. La oración de Jesús fue para que su fe no faltara. Esa fue la oración de Jesús en el momento de la crisis.

Por estos días muchos se están sintiendo zarandeados por los problemas de la vida, y es por esto también que la fe está faltando en muchos que han decidido separarse del camino que traían en Jesús. La fe está tambaleando en muchos que aun creían que estaban firmes.

Hay una multitud de creyentes de lugares cómodos, de tiempos buenos, de sillas acolchonadas, calefacción y buen entretenimiento. Pero esos mismos “creyentes” corren cuando las condiciones cambian y ya no están dispuestos a reunirse en las esquinas, debajo de los árboles o en lugares de incomodidad. Su fe es solo una fe de buenos tiempos.

¿Qué mensaje recibirán ellos si seguimos con la retórica de ser las víctimas de esta situación?

¿Cómo responderán si somos los lideres mismos quienes nos sentimos perseguidos, odiados y reprimidos?

Con seguridad tendremos detrás de nosotros a muchos que harán eco de nuestras palabras pero no podrán madurar para enfrentar más tiempos difíciles como los que se avecinan.

Y Jesús no le está dando una sugerencia a sus discípulos acerca de no abrumarse, sino más bien un mandato para tener firmeza en tiempos de dificultad.

Las circunstancias pueden ser agobiantes, pero la compañía de Jesús garantiza algo que precisamente el mundo no puede comprender y es el tener paz aun en medio de la tormenta.

Las opciones para el creyente están dadas. Tú puedes ser como la generación que salió de Egipto. Vieron la mano poderosa de Dios. Los libró del enemigo, abrió el mar para ellos, los alimentó con maná, los guió en su travesía, pero se olvidaron de Él.

O puedes ser como Josué y su casa que entraron, poseyeron la tierra prometida y se juraron siempre servirle a El Señor.

La primera generación recibió todo de Dios, pero avergonzó al Señor, la segunda generación poseyó las promesas de Dios.

¿De cuál quieres ser tú? ¿Qué es lo que motiva tu vida cristiana?

¿En realidad deseas seguir según los pasos de Jesús?

Y no podríamos entender nada de esto, a menos que comprendamos que no fuimos hechos solo para este mundo, sino para la eternidad.

Jesús, tú me estás diciendo que no deje que mi corazón se turbe, cuando mi matrimonio está en problemas, cuando mis hijos son rebeldes, cuando me acecha la ansiedad, la depresión, la angustia, cuando el mundo confronta el coronavirus, etc. ¿Y tú me dices que no deje que mi corazón se turbe?

Claro que todo eso nos dañaría, a menos que sepamos con certeza que ahora en Cristo, hemos sido diseñados para vivir eternamente. Ese es el evangelio.

Escucha lo que dice Jesús allí mismo: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay.”

Y Él agrega algo realmente poderoso y si tú lo crees, entonces muchas de tus preocupaciones se van a ir porque tomarás la certeza de esta afirmación que salió de la boca de Jesús, escucha bien esto:

Es cierto que me voy, ¿pero saben a qué me voy?

Voy pues a preparar lugar para vosotros, ¿escuchaste eso? Lo quiero repetir: voy pues a preparar morada para vosotros en la mansión celestial.

¡Y vendré otra vez y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, (alguien tiene que escuchar esto hoy, alguien que ha perdido un ser querido recientemente, alguien a quien le han diagnosticado una enfermedad grave, alguien que solo ve problemas a su alrededor) para que donde yo estoy, vosotros, estén también conmigo en esa eternidad!

Hay una habitación en los cielos y en su puerta dice: reservado para Rosa, Pepe, Carlos, etc., para los hijos de Dios.

¿Y saben cómo llama Jesús a ese lugar? La casa de mi Padre.

Qué manera maravillosa de llamar al cielo, la casa de mi Padre.

No es solo un lugar paradisiaco, no es solo un lugar de paz y gozo eterno, no es solo un lugar de felicidad eterna, también es la casa de mi Padre. El cielo al cual vamos a llegar es también la casa de mi Padre y eso nos atrae, sin duda.

Hay ocasiones en las que se llama la ciudad del Dios vivo, el Reino de los cielos, el paraíso, etc., pero también es un lugar para una familia, la familia de Dios, el lugar al cual Jesús denomina la casa de mi Padre.

En este mundo nos reunimos como familia y allá lo haremos también, pero con una familia aún mucho más grande formada por todos los hijos que han llegado a la casa de su Padre. ¿Qué te parece?

¿Eres tú un/a hijo/a de Dios? Si es así, te espera la casa de tu Padre, tienes el mejor de los destinos.

El problema es que los judíos pensaban que ese lugar era solo para ellos, para su pueblo.

Pero Dios dice: no, tengo una familia aún mucho más grande y la estoy formando con gente como tú, de todo pueblo, lengua, raza o nación. El evangelio extendido y predicado a las naciones.

Así que escucha bien esto para que nunca lo olvides: ¿Estás preparado/a?

Jesús dice: en la casa de mi Padre hay muchas moradas, pero hay una sola puerta, un solo acceso.

Y Yo soy esa puerta, ese camino, ese acceso, ¡nadie va al Padre si no es a través de mí!

Pero escuchen en detalle la conversación, porque Jesús dice: voy a preparar lugar para vosotros en la casa de mi Padre donde hay muchas moradas y ustedes conocen el camino.

Pero Tomás se levanta en medio de los demás y dice: No, no sabemos adónde vas, ¿Cómo podemos saber el camino?

Entonces Jesús la da la respuesta en tres formas. Tres formas para una pregunta.

Antes de dar esa respuesta, pensemos esto por un momento.

Jesús está hablando de la casa del Padre, del camino para llegar a ella.

¿Y cuándo fue que se perdió ese camino? ¿Cuándo se perdió esa casa?

¿Cuándo fue que se hizo necesario que se estructurara un camino para ir por él hacia la salvación?

En Génesis 1 Dios creó todo perfectamente y nuestros primeros padres habitaban en el paraíso o en la casa del Padre, de una manera libre y gozosa.

Pero llegamos al fatídico capítulo 3 de Génesis y allí viene la caída.

El Señor creó al hombre y la mujer en su punto culminante de perfección. Varón y hembra los creó a su imagen y semejanza y los puso para que fructificaran en esta tierra. Había una particularidad en ellos: Estaban totalmente satisfechos como eran. Vivian felices en el paraíso.

Al finalizar el capítulo 2 hay algo interesante que la Biblia nos dice: Que estaban desnudos y no se avergonzaban. No había complejos, no había malicia, no existían ese tipo de cosas que hoy en día abundan por todas partes. Había inocencia. Un estado de pureza que el ser humano tenía.

Y es interesante que el Señor no dice que no tenían temor, que no tenían enojo, que no tenían gozo o cualquier otro sentimiento humano. Lo que Dios resalta de manera particular entre todas las emociones humanas es que no sentían vergüenza. Que el ser humano no fue creado originalmente para experimentar esa vergüenza.

Ellos vivían tranquilos en el paraíso y no sentían ninguna vergüenza. Pero aparece el enemigo para poner sobre ellos este tipo de mal.

¿Y por qué sucedió eso? ¿Por qué el enemigo se empeña en hacernos experimentar esta condición?

La vergüenza se define como un sentimiento humillante y deshonroso que viene por haber cometido alguna falta o por haber sido víctima de alguna cosa terrible. Es una turbación del ánimo que hace a las personas sonrojarse y sentirse mal con los demás.

Y el origen de todo esto está precisamente en Génesis 3 pero hasta el día de hoy sigue igual.

La forma como el enemigo opera es precisamente ocasionando cosas por las cuales las personas terminen sufriendo vergüenza de sus actos, o por los actos ajenos. De hecho, esta cultura ha sido denominada la cultura de la vergüenza por periódicos norteamericanos.

Y todo esto tiene atados a muchos en esta generación. Atrapados por la vergüenza, el descontento con sus vidas, la falta de propósito y de dirección.

Si los oídos solo están preparados para escuchar a Dios, lo demás deberían resultar sonidos extraños.

Pero Adán y Eva estando en el paraíso se dieron el permiso de escuchar a quien no deberían y eso trajo consecuencias terribles para la humanidad por siempre.

¿Te gustaría ser como Dios? Le insinuó el enemigo a Eva. Aún te falta algo, no estás completa, tienes que alcanzar un mejor logro que lo que tienes hasta ahora.

Y Eva sintió que algo estaba fallando, que tenía que tener otro logro mejor, que aun podía seguir ascendiendo por la escala de valores y ser como Dios sabiendo el bien y el mal.

Piensa en esto: cuando Dios creó la humanidad usó el poder de su palabra. Él decía y todo se hacía. Pero el enemigo también usa ese poder para destrucción. El habló a Eva, usó las palabras pero de manera contraria a la manera como Dios las había usado.

Unas palabras se habían pronunciado para crear, las otras se usaron para destruir.

Parece que la táctica sigue siendo la misma hoy en día.

El Señor les da una advertencia a Adán y Eva cuando ellos están viviendo plácidamente en el paraíso: no toquen ese fruto, porque si lo hacen morirán. Seguramente ellos no sabían lo que esto significaba. En un ambiente de vida no encaja la muerte.

En un ambiente de belleza no encaja el dolor.

Pero la advertencia está hecha. No lo hagan, no toquen de ese fruto. Vendrán consecuencias.

Sin embargo el enemigo siempre habla diciendo lo opuesto: No morirán; por el contrario, sabe Dios que el día que coman este fruto serán como Él, sabiendo el bien y el mal. Anti creación. Rebeldía.

¿Demasiada tentación?

El enemigo no cambia su táctica.

¿Acaso alguien ha visto el estado de este mundo? ¿Acaso no hemos visto las consecuencias de la rebeldía y la desobediencia? ¿No nos hemos dado cuenta de que estamos en ambientes de muerte, de desolación y tristeza?

No te preocupes, eso no va a afectar tu familia, eso no va a dañar tu salud, eso no va a afectar tu economía, susurra constantemente el enemigo al oído humano.

Por eso tiene a este mundo sumido en la vergüenza. Hombres y mujeres que van por el mundo cargando un peso demasiado grande para llevarlo todos los días.

Serás como Dios, dijo el enemigo. Allí está la fuente de todo esto. La idolatría. Nos idolatramos demasiado. Queremos ser como Dios, queremos elevarnos por encima de todo para proclamar nuestra propia independencia de Dios y de su palabra.

El evangelio tiene que llevarnos a la verdad para podernos transformar.

Sin embargo escuchamos a diario frases como estas: No me digas cómo vivir. Yo sé muy bien lo que hago. A mí me gustan las cosas de esta manera. Así soy y así me quedaré. Que nadie se meta en mi vida. Yo tomo mis propias decisiones.

¿Has oído eso con frecuencia? ¿Lo has dicho tú también?

Todo se trata de mí. Todo se trata de mi propia satisfacción, de mi propia realización. Lo que yo sienta, lo que yo opine, lo que finalmente yo decida.

Es que Dios no quiere que sean como Él, les dice el enemigo.

El paraíso estaba preparado para que fuera disfrutado por Adán y Eva y su descendencia. Todo estuvo preparado perfectamente. De hecho, Dios primero creó todo para dárselo al hombre para su deleite.

La desobediencia causó que la humanidad fuera echada de la casa del Padre.

¡Alguien tiene que restaurar esto!

¿Lo podrá hacer el ser humano con toda su carga de malicia y egoísmo?

¿Lo podrán hacer los gobiernos con todos sus recursos?

No, nadie lo puede hacer.

Solo hay uno que puede restaurar el camino de regreso a la casa del Padre y se llama Jesucristo.

Hay buenas nuevas de salvación, hay un evangelio puro que apunta solo hacia Jesucristo, hay promesas del Señor que se hacen realidad en quienes las escuchan y las reciben.

Y Dios, sabiendo que ellos habían caído en desobediencia, no llegó con su carga de ira sobre ellos y con llamaradas de fuego para consumirlos, no.

Él llegó para hacerles tres preguntas.

La primera pregunta fue: ¿Dónde estás tú?

Dios entra en aquel jardín para buscar a los suyos. ¿Por qué se esconden?

El Creador buscando a sus criaturas. El que sopló aliento de vida sobre ellos, buscándolos en el Edén. Pero ¿Dónde están? ¿Adónde se han ido?

Dios lo sabe todo, pero en ese momento no era la ubicación física lo que Dios quería conocer, sino la ubicación espiritual que el ser humano tendría a partir de ese terrible acto de desobediencia.

Adán, hiciste algo que te desconectó de mi Espíritu, ¿dónde estás? Si te has desconectado de mi Espíritu, ¿en dónde estás ahora?

La humanidad ha estado perdida desde entonces, porque no saben dónde están. Se perdió el camino hacia el cielo, se perdió la senda que conduce a la puerta de la salvación, se perdió la relación perfecta que se tenía con el Dios vivo. ¿Dónde estás tú?

Adán dice: Oí tu voz en el huerto y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí.

Oí tu voz en el huerto y tuve miedo. ¿Miedo? ¿Tienes tú miedo de escuchar esa voz?

¿Cuándo miras tu vida y tus decisiones tienes temor que Dios hoy te confronte?

¿De dónde salió este sentimiento?

¿Tienes temor de escuchar la voz del Señor cuando te llama?

Ellos no conocían lo que era el miedo, pero ahora sus ojos fueron abiertos para entender estas cosas.

Desde aquel momento la gente vive en temor, experimenta miedo todos los días.

Sí, tuve miedo, dice Adán, porque estaba desnudo y me escondí.

La desnudez no es solo del cuerpo. ¿Tienes miedo de desnudar tu alma hoy delante del Señor? ¿Tienes temor de mostrarte tal como eres?

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9781953540393
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