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¿Será eso cierto para el cristianismo nominal de nuestros días?

¿Estamos preparados para enfrentar cualquier reto que se nos ponga por delante con los argumentos que tenemos?

¿Cómo nos estamos comportando ante un desafío tan grande como el que estamos viviendo con esta pandemia?

Aquí está el gravísimo problema.

En muchas reuniones de pastores o a través de las redes sociales y los medios de comunicación he estado escuchando repetidamente a líderes cristianos que han asumido lo que yo considero como una posición incorrecta. No es mi propósito criticar al gremio pastoral, del cual soy parte, sino más bien de elaborar una posición que disienta sin necesidad de ofender a quien tiene un criterio diferente.

Sus quejas constantes son contra el gobierno, contra las instituciones, contra las normas de protección, contra el uso de mascarillas, contra las órdenes de no congregarse.

La posición que se esgrime es que lo que estamos viviendo es en realidad un ataque premeditado y calculado contra la institución religiosa y eso no es posible soportarlo. Es un ataque contra la predicación de la palabra y por ende es un ataque directo a Cristo Jesús y la difusión del evangelio.

¿Será verdad que lo que está sucediendo es algo concertado para destruir o atacar al cristianismo?

¿Será que nuestra posición como pastores, miembros de comunidades de fe, fieles asistentes a las congregaciones, etc., debería ser la de colocarnos en el papel de víctima que es tan conveniente?

¿Será que hay mentes perversas dedicadas a crear virus para que el pueblo de Dios no pueda congregarse y escuchar el mensaje de la palabra de Dios?

Como siempre habrá quienes así piensen y otros que dirán exactamente lo contrario. Las teorías de conspiración abundan por todas partes.

Pero me parece conveniente examinar un poco más en profundidad este asunto para llegar a mejores conclusiones.

Como primera medida la pandemia actual tuvo su origen, hasta donde se sabe, en la localidad de Wuhan en China. Luego empezó a expandirse por el mundo entero de manera imposible de detener y ha afectado al comercio internacional, la industria, los gobiernos, las aerolíneas, los espectáculos públicos, la industria del cine, la televisión, los deportes, etc.

Si esto es así entonces ¿Por qué deberíamos quejarnos de que el virus tiene una intención antirreligiosa dedicada a impedir la libertad para adorar a Dios?

¿Por qué deberíamos asumir una posición en la cual creemos que las decisiones de los gobiernos, destinadas a intentar controlar la pandemia y a reducir los índices de contagio y de mortalidad, son específicamente dirigidas al libre acceso a la práctica religiosa?

Si bien es cierto que algunos gobiernos han permitido la apertura de otro tipo de actividades, como los bares nocturnos, las cantinas, los restaurantes, etc., eso no significa necesariamente que toda esta actividad es en contra de la iglesia, pues de igual manera están cerrados los cinemas, los estadios, los centros comunales para la realización de actividades sociales de toda índole, los gimnasios y en general cualquier lugar donde se reúnan personas en espacios cerrados por un periodo prolongado, que aumente considerablemente las posibilidades de contagio. De hecho, se ha instado repetidamente a la población en general a evitar las reuniones y comidas familiares durante el tiempo de las celebraciones navideñas, precisamente por las mismas razones de protección que se están implementando.

Como segunda medida deberíamos examinar lo que significa el amor al prójimo. Como pastor entiendo perfectamente la necesidad que tenemos los creyentes de reunirnos para la adoración. Es el tiempo de enriquecimiento personal y comunitario en cuanto a nuestra vida espiritual.

Pero considero también que amar al prójimo es cuidarlo, es impedir de todas las maneras posibles la exposición al riesgo, es preservar la integridad personal de las personas más vulnerables, en fin, es hacer todo lo que esté al alcance para que nuestros hermanos y los que no lo son, sean debidamente cuidados y protegidos contra los peligros que implican situaciones como la de la pandemia que estamos sufriendo. “El distanciamiento social no es una expresión de egoísmo, sino de un amor al prójimo que busca proteger a los demás.”

Pero la parte en la cual quiero hacer un mayor énfasis tiene que ver con la victimización que estamos asumiendo y los peligros que esto conlleva.

En mi trabajo como consejero, he tenido la oportunidad de tratar con muchas personas que presentan una gran cantidad de problemas emocionales que se les hace difícil superar, mientras intentan desesperadamente a través de la fortaleza espiritual que van tomando, salir de estas situaciones que las aquejan.

En muchas personas a las que he entrevistado he visto un patrón similar de victimización, posición asumida de manera inconsciente como producto de experiencias pasadas que las llevan a asumir la vulnerabilidad como un mecanismo de protección adquirido.

Es decir, la victimización es la tendencia de alguien que ha sufrido experiencias traumáticas, a asumir siempre la posición de indefensión, debilidad o fragilidad y que termina por convertir esto en una patología constante en su comportamiento, una forma de asumir la vida desde la perspectiva de alguien a quien la vida solo le reservó su parte más difícil de agresión, violencia o intimidación.

Esta forma de vida representa un gran peligro, pues la tendencia natural para quien vive de esa manera es siempre culpar a alguien de cualquier desgracia, dificultad o un simple error.

Alguien ha sido el culpable y él o ella es únicamente la víctima en toda esta situación.

Desde el mismo momento de la caída del ser humano en Génesis 3, se empezó a observar este modelo de comportamiento, que a medida que pasan los tiempos se acentúa, ya sea por simple conveniencia o por evasión de responsabilidades.

Cuando Dios confrontó a Adán acerca del pecado que acababan de cometer, la reacción inmediata de Adán fue culpar a alguien. “La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí.” (Génesis 3: 12)

En aquel instante, Adán, incapaz de asumir la responsabilidad de sus actos, encontró de manera fácil a alguien en quien descargar sus culpas, mientras él se lavaba las manos. (Y no era Poncio Pilatos.)

Ahora el turno le correspondió a Eva. Dios la confrontó de la misma manera y ella respondió de una forma similar a Adán, pero ahora descargando sus culpas en la serpiente. El relato de Génesis 3: 13 dice lo siguiente: “Entonces Jehová Dios dijo a la mujer: ¿Qué es lo que has hecho? Y dijo la mujer: La serpiente me engañó y comí.”

La misma dinámica se hace evidente con la mujer. Ella no quiso asumir su responsabilidad. Más bien su mecanismo de defensa fue el mismo de Adán, señalar a alguien más para sentirse descargada del problema.

Esto no es únicamente la inmadurez que supone la negación de una responsabilidad, como lo haría cualquier niño pequeño, sino más bien, la ubicación como víctimas de “otro” que los motivó a hacer algo que ellos no querían.

¿Cuál fue el mecanismo de presión que se usó para “obligarlos” a esto?

Sin duda no fue la violencia física ni emocional, pero sí la persuasión con la cual se despertó una ambición demasiado grande en Adán y Eva para ser como Dios. El problema es que esto no quitó la responsabilidad de los hombros de Adán y Eva, pues tuvieron que afrontar las consecuencias de sus actos y de paso llevaron consigo a la humanidad entera en estas mismas consecuencias.

La serpiente no tuvo a alguien más en quien descargar su culpabilidad, por lo tanto ese ciclo no se prolongó más en aquella dinámica experimentada en el paraíso.

La humanidad está constantemente intentando culpar a alguien de sus desgracias, de sus problemas, de sus dificultades, de sus errores. ¿Y quién asume la culpa? ¿Quién afronta debidamente la responsabilidad de los actos que se cometen?

Cuando Jesús ideó a su iglesia en la tierra, no la imaginó como una prolongación del mundo que la rodeaba, sino precisamente supuso la conformación de un organismo glorioso que lo representara adecuadamente en medio de un mundo pagano y hostil.

A pesar de que no es explicita la declaración de responsabilidades de la iglesia en relación a la sociedad en el Nuevo Testamento, su contenido lleva implícito el germen de la ética cristiana que necesariamente produce efectos en las relaciones sociales y en las decisiones frente a temas fundamentales.

De hecho, la Biblia no se conforma de una serie de regulaciones, normas o instrucciones, sino que la enseñanza de Jesús contiene la naturaleza de la fe cristiana que elabora, sobre valores y principios muy definidos, las normas de convivencia entre los seres humanos. La teología se esfuerza por elaborar una doctrina de la fe cristiana que emerja de sus propios pronunciamientos, pero que trascienda y se aplique en la cultura vigente.

Lo que cautivó a los primeros cristianos no fueron las promesas de bendición del evangelio o el pensar que al abrir su corazón a este mensaje transformador todos sus problemas quedarían solucionados completamente. Lo que en realidad los cautivó fue la persona quien expresó el mensaje: fue sin duda Jesucristo de Nazaret.

El Reino de Dios, en contra de lo que piensan muchos cristianos, no significa algo puramente espiritual o no perteneciente a este mundo, sino que es la totalidad de este mundo material, espiritual y humano que ha sido introducido ya en el orden de Dios. Jesucristo es la manifestación perfecta de la creación divina, por quien todo fue hecho. En Él se encuentra colocada la obra redentora universal y es por eso que al fin de cuentas es Él quien representa la esperanza real de la humanidad. Es el Señor de la iglesia, pero también de la sociedad en general. Así mismo es Señor de la historia de principio a fin. Ejerce su soberanía y desarrolla sus propósitos a través de la Iglesia en la proclamación del mensaje salvífico.

Cuando entendemos estos principios nos encontramos entonces frente a una responsabilidad que no puede ser evadida. La iglesia no es la “victima” de la sociedad, todo lo contrario, está destinada a ser sal y luz en este mundo. ¡Está destinada a transformarla!

Los discípulos nunca pidieron lugares para esconderse, sino más denuedo para seguir ejerciendo la difusión del mensaje del evangelio en circunstancias difíciles. Su lenguaje no era de quejas ni lamentos. Por el contrario, experimentaban de continuo el privilegio de haber sido llamados precisamente para tiempos como esos, con un imperio romano que los perseguía y religiosos judíos que intentaban acabar con ellos.

Nunca vemos a Pablo quejándose porque alguien le negaba predicar en una sinagoga. Si le cerraban un templo se dirigía a una casa, a una plaza pública, a un lugar cualquiera y desde allí continuaba predicando.

Y por supuesto, el mejor ejemplo que tenemos es de Nuestro Señor Jesucristo, quien sufrió no por sus pecados sino por los nuestros y pagó no por sus rebeliones sino por las nuestras. “Dios no se ha mantenido alejado del dolor y el sufrimiento humano, sino que Él mismo lo experimentó.”

La iglesia en tiempos de pandemia puede tener templos cerrados, pero eso no implica que las bocas de los fieles estén amordazadas. En lugar de quejarnos porque no nos dejan congregar, deberíamos salir a los parques y lugares abiertos sin necesidad de arriesgar a nadie, y seguir adelante con el llamado que tenemos.

Mientras peleamos con el gobierno porque los templos están cerrados, estamos perdiendo la oportunidad de ser una iglesia relevante en tiempos de crisis, pues la incomodidad de los parques, sin aire acondicionado, sin sillas cómodas, sin calefacción, etc., produce otro tipo de creyentes que no buscan solo la comodidad, sino que tienen una verdadera sed de la palabra de Dios y si es necesario escucharla a la sombra de un árbol o bajo un sol canicular, igualmente lo harán con gozo porque su motivación principal se está cumpliendo.

Si lo pensamos bien, estamos ante una gran oportunidad que Dios mismo nos ha dado para evaluar nuestras congregaciones, observar el comportamiento de aquellos que bajo condiciones ideales parecen ser grandes siervos, pero que cuando llega la incomodidad, la inclemencia del tiempo, las dificultades, simplemente desaparecen y se escabullen culpando al gobierno por el estado de la iglesia.

Es curioso intentar buscar la culpabilidad rio arriba, cuando la corriente está arrastrando la inmadurez, la inconsistencia, la falta de compromiso, la falta de pertenencia, la falta de lealtad, etc., de muchos que quizás por décadas se habrían considerado como cristianos fuertes, pero que como el azúcar, empiezan a derretirse ante los primeros rayos del sol inclemente.

Mientras seguimos elevando nuestras voces de protesta frente al gobierno, estamos cobijando bajo nuestras propias formas de acción a un montón de creyentes consentidos, que no están buscando el reino de los cielos, sino que se esfuerzan por tener su propio reino de tranquilidad, donde nadie los molesta ni les quita su aparente paz interior.

Y aparte de todo esto, muchos creyentes afirman que creer en el coronavirus y sus efectos es simplemente ser personas sin fe que no representamos adecuadamente a Dios en este mundo. Es por eso que se declaran en rebeldía y no siguen ninguno de los protocolos o se enojan con los que tratan de seguirlos. “Seguir las recomendaciones de los médicos no demuestra incredulidad. Dios puede protegernos y sanarnos, pero espera que seamos sabios y que usemos todos los recursos que nos ha dado, incluyendo la medicina.”

¿Está hablando Dios en este tiempo?

Por supuesto, y quizás lo está haciendo más fuerte que en otros tiempos, pero hemos cerrado nuestros oídos a su voz, para escucharnos a nosotros mismos. Y resulta que lo que sale de nosotros son solo quejas y lamentos y nos estamos perdiendo una de las oportunidades más gloriosas que tenemos frente a nosotros. “Ten cuidado con los que afirman que Dios no tiene nada que decir a través de esta pandemia, particularmente a las sociedades occidentales que le han dado la espalda y lo consideran totalmente irrelevante para sus culturas.”

Este es en realidad un gran tiempo, este es el tiempo para alcanzar la madurez que como iglesia debemos procurar y el Señor desea que tengamos. No perdamos algo así. La iglesia no es la victima de estas circunstancias, por el contrario. Hemos sido llamados a brillar en tiempos de oscuridad, a traer vida en tiempos de muerte, a traer esperanza en tiempos de desespero.

A propósito, al terminar estas letras ya me hice otro examen del coronavirus y salió negativo.

Eso me convierte oficialmente en un sobreviviente de la pandemia.

¿Podrá la iglesia decir lo mismo?

Capítulo 2.
¿Ansiando volver a la normalidad?

“Entonces Jesús, llamándolos, dijo: Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que no son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.” (Mateo 20:25-28)

En los tiempos que estamos viviendo hoy por hoy, hay una frase muy común que se escucha entre la gente: “Quiero volver a la normalidad.”

El anhelo por tener una vida “normal” ha penetrado profundamente entre la gente de hoy en día, afectados por las dificultades que implican las restricciones impuestas por las autoridades locales.

Si analizamos todo esto desde el punto de vista natural, volver a la normalidad puede ser anhelar ir de nuevo a los almacenes, las playas, los conciertos, los restaurantes, el cine, etc.

Pero si queremos pensarlo, desde el punto de vista espiritual, esto puede ser algo completamente diferente.

¿Qué significa hoy en día volver a la normalidad?

¿Qué es lo normal para la humanidad y que debería ser lo normal para el cristiano?

Si tú eres un creyente, no sé qué este pasando por tu mente en estos días, pero si aún no has reflexionado en torno a lo que Dios está haciendo, entonces estás perdiendo quizás uno de los mejores tiempos que Dios te ha regalado, precisamente para que medites en tu vida espiritual.

¿Anhelamos volver a lo que éramos antes, o estaremos en un proceso de cambio real alcanzando los propósitos que Dios siempre ha querido para nosotros?

Jesucristo en su palabra siempre estableció un contraste entre el mundo y el reino de Dios.

El problema es que la iglesia se adaptó al mundo y ha querido seguir el camino equivocado. En lugar de ser diferentes al mundo queremos ser como el mundo es.

Lo mismo sucedió con el pueblo de Israel en tiempos del profeta Samuel. Aunque Dios los gobernaba ellos prefirieron parecerse a los demás pueblos de la tierra y pidieron un rey como las demás naciones paganas.

Hay un nuevo reino que es diferente a los reinos de este mundo.

Hay un estilo de vida que es completamente diferente a lo que el mundo en general tiene.

El problema puede ser que tú estés haciendo toda clase de esfuerzo para parecerte al mundo, en lugar de estar anhelando parecerte cada día más a Jesús, tu Maestro.

Hoy en día la gente está ansiando volver a la normalidad. ¿Cuál normalidad?

¿La que teníamos antes en la que quizás como iglesia no estábamos teniendo niveles de consagración y santidad como lo exige el reino de los cielos?

¿La normalidad de tomar en nuestras manos las riendas de nuestra vida espiritual dejando a Dios de último en nuestras decisiones?

Si es esto lo que estamos anhelando, simplemente significa que no habremos aprendido nada y que la iglesia pasará por este tiempo sin crecer espiritualmente, sin madurar, sin hacer la voluntad de Dios.

¿Es esa la normalidad que tú anhelas?

Déjame darte hoy algunos ejemplos bíblicos para que comprendamos mejor este tema en particular.

Piensa esto: ¿Cuál era la normalidad de Babilonia?

Idolatría, paganismo, doblar rodillas delante de ídolos humanos, reprogramación de la mente, de la adoración, etc. Eso era lo normal para ellos, pero no para el pueblo de Dios.

Pero los judíos que fueron llevados allí en el tiempo del exilio se acomodaron a esa normalidad y pronto, aquellos que antes habían adorado al Único Dios verdadero, estaban hincados adorando la estatua de Nabucodonosor.

¿Es ese tipo de normalidad la que ansiamos tener?

Solamente un pequeño remanente de hombres fieles, Daniel, Sadrac, Mesac y Abed-nego se negaron a hincarse para adorar aquella estatua y estos últimos tres, fueron llevados al horno de fuego hirviente. Si conoces la historia, estos hombres no murieron allí sino que Dios mismo respaldó a aquellos que se atrevieron a hacer una diferencia. (Daniel 3: 16-30)

Cristo está sacudiendo a su iglesia en estos tiempos de pandemia, pero aún hay muchos que no se han dado cuenta. Siguen viviendo como si Dios estuviera mudo y toda esta pandemia no significara nada.

Aún están pidiendo: Dios, háblanos; Dios, háblanos. Y Él lo está haciendo pero no reconocen su voz en medio de todo lo que el mundo habla.

¿Cuál es la normalidad en el reino?

Jesús dice que lo normal en este mundo es que los reyes se enseñoreen de las naciones, que los poderosos ejerzan dominio, que los adinerados humillen a los pobres, que los fuertes se burlen de los débiles.

Pero el Señor Jesucristo vino a edificar un reino que es completamente diferente.

Un reino en el que cuando se es débil se es fuerte, porque el poder de Dios se perfecciona en la debilidad.

Un reino en el que se humilla será exaltado y el que se exalta será humillado.

Un reino en el que Aquel que vino del cielo y se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, se levanta en victoria y se le da un nombre que es sobre todo nombre y ante el cual algún día toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que Él es el Señor por encima de todos los señores, reyes, emperadores, millonarios, potentados, poderosos, opulentos, monarcas, sumos pontífices, eméritos, de todo ser humano en los cielos y en la tierra.

¿Qué significa hoy en día volver a la normalidad?

¿Tener vidas tibias, sin compromiso, sin propósitos, sin desafíos, llenos de temor, dirigidos por un mundo que hace todo, y la iglesia escondida en el último lugar del desván?

¿Es eso lo que estamos anhelando?

En Mateo 20, Jesús acababa de decirles a sus discípulos lo que iba a padecer en Jerusalén.

Les estaba dando el mensaje que iba a cambiar este mundo.

Iba a ser entregado, condenado, escarnecido, azotado, golpeado y llevado a la cruz. Pero Santiago y Juan estaban pensando en la gloria del reino y en sentarse cada uno al lado de Jesús cuando se estableciera este reino.

El mejor lugar, eso querían. Un lugar privilegiado. Un lugar que resaltara. Un lugar sobresaliente.

Los demás discípulos se enojaron. ¿No se les ocurrió antes la idea a ellos? Estos dos se adelantaron.

Jesús los sentó a su lado y les empezó a hablar: “los gobernantes de las naciones se enseñorean de las naciones, y los grandes ejercen sobre ellas potestad.” (Mateo 20:25)

Jesucristo está estableciendo un contraste entre la gente del mundo y la gente del reino de Dios.

Mis amados, en la tierra suceden estas cosas, en un reino que no es de Dios, en medio de los hombres, en una empresa, en el gobierno, etc. Esa es la estructura que gobierna al mundo.

Pero “no así entre vosotros”. Entre ustedes debe suceder totalmente lo contrario. Una actitud totalmente diferente, algo opuesto. El que quiera hacerse grande será vuestro servidor, y el primero será el siervo.

¡La normalidad del mundo no puede ser tu normalidad!

Sin duda la imagen de los gobernantes era negativa y por eso ellos esperaban que el Mesías fuera un gobernante distinto y poderoso que aniquilara a todos los demás en el mundo y por eso no pudieron reconocer el estilo de liderazgo de Jesús.

Él decía: Dense cuenta cómo son estos hombres que se enseñorean y ejercen potestad sobre los pueblos, pero escúchenme bien: entre ustedes no será así.

Ese es uno de los más grandes problemas que tenemos como creyentes, que aún no hemos entendido cómo es el reino que Jesús vino a enseñarnos.

¿Cuál era la normalidad para los fariseos? ¿Porque no podían aguantar a Jesús?

Los fariseos querían colocar a Jesús bajo su propia forma de hacer su religión.

Las quejas contra Jesús siempre estuvieran dirigidas a la forma de establecer su ministerio.

¿Por qué hace milagros en Sábado?, ¿por qué perdona pecados?, ¿por qué come con prostitutas y publicanos?

La iglesia de los fariseos era sectaria, racista y clasista. No permitía el ingreso de aquellos que no les gustaban. ¿Sería eso lo que Dios quería? ¿La normalidad de los fariseos?

Los fariseos no clamaban por más misericordia, por más amor, por más compasión, por más perdón. No. Nada de eso. Tradiciones, reglas, religiosidad. Estatutos de hombres para practicar sus ritos. Oraban como ellos querían. Ofrendaban con gran pompa para ser vistos. Vestían para notarse, anunciaban sus actos públicos con gran ruido, pero sus corazones estaban vacíos, no seguían la voluntad de Dios.

Hay demasiado engaño en el mundo, mentira e hipocresía como para que la iglesia sea una extensión del mundo, manifestando lo mismo.

Hay una gran diferencia entre las cosas hechas a la manera de Dios y las cosas hechas a la manera de los hombres.

Los hombres cuando quieren vencer, matan; Jesús, para vencer, muere.

Para subir en la vida, el ser humano miente, lastima a los demás, pisa sus sentimientos, traiciona y no mide esfuerzos; Jesús, para recibir la gloria, se entrega, renuncia, se humilla, guarda silencio y finalmente perece. ¡Qué diferentes caminos para el mismo fin!

La paz que los hombres buscan es apenas la ausencia de lucha, y cuanto más la buscan más lejos la ven.

La paz que Cristo ofrece es la paz interior que genera esperanza en medio de la persecución, las dificultades y las provocaciones.

Jesús nunca prometió que sus hijos no derramarían lágrimas en esta vida. Lo que prometió fue enjugar las lágrimas de sus hijos.

Cristo quiere una iglesia con discípulos dispuestos a enfrentar con valor los desafíos que se presenten con una entrega genuina. Que sepan entender los tiempos y asuman la posición que les corresponde en respuesta a cada circunstancia.

¿A cuál normalidad quieres tú regresar?

Los fariseos atacaban a Jesús porque sus discípulos no cumplían con todo el ritual externo de purificación.

¿Cómo es esto que no se lavan las manos antes de comer con todo el ritual que tiene que ser?

Pero Jesús los confronta con su realidad.

Uds. se limpian por fuera pero por dentro están llenos de maldad, de envidias y de apariencias.

Uds. dan su dinero pero con grandes demostraciones para ser vistos por los demás, pero ¿dónde están sus corazones? ¿Acaso están amando al extranjero, a la viuda, al desvalido, al inocente? ¿Apariencia de piedad pero corazones que maquinan el mal? Apariencia, apariencia y apariencia.

A esos líderes religiosos de ese tiempo, les dijo que eran sepulcros blanqueados.

Uds. saben lo que significa un sepulcro. Por fuera puede ser blanqueado, puede ser adornado, puede ser incluso decorado con lujo, pero por dentro hiede, huele mal, hay corrupción y putrefacción.

Él les está diciendo: Uds. están muertos espiritualmente. No hay vida en Uds., solo apariencia de vida.

El Señor está buscando nuestros corazones entregados y no una simple apariencia externa.

Dios ha decidido cambiar la normalidad que teníamos y si no reconocemos esos cambios, entonces nos quedaremos estancados en el mismo lugar que estábamos antes y no podremos avanzar.

Dios no quiere rituales espirituales secos y sin vida, no. Quizás esa era la normalidad. Pero Dios quiere corazones entregados a su causa. Oídos abiertos que vibren ante la palabra. Espíritus despiertos que contagien de vida a los demás. Ojos que busquen en las necesidades de los demás para traer consuelo y ayuda. Manos que se abran para trabajar en la obra y pies que recorran los lugares donde la luz de Cristo tiene que brillar.

¿Cuál es la normalidad a la que quieres regresar?

Ya no preguntes más si has sido llamado para evangelizar o compartir con otros el mensaje de salvación. Esto no es solo tarea de pastores o líderes. Esto no es solo tarea de un ministerio específico. Todos sin excepción, todos los que disfrutan de la salvación eterna, todos los redimidos, todo el pueblo de Dios, recorriendo calles y lugares públicos, testificando del amor de Dios. Todos contándole al mundo que hay un Dios que nos ha librado de condenación y que también es poderoso para rescatar del hoyo la vida de quienes a Él se acercan.

Pablo diría: «Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios» (Hechos 20:24).

¿Te das cuenta? Dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios. Nada es más precioso que esto.

Pablo no se estaba contemplando a sí mismo. Él contemplaba la maravillosa gracia que había caído sobre su vida. ¿Lo estás haciendo tú también?

Los de la iglesia antigua no cesaban de predicar y enseñar porque era su tiempo. No podían parar, hubieran dejado pasar su momento.

Si nosotros no hacemos la obra del Señor ahora, en este momento, entonces vamos a dejar pasar nuestro momento y alguien más lo hará, porque la obra de Dios no se va a detener.

Por eso la frase clave de este mensaje es: entre vosotros no será así.

El mundo corre tras el dinero, la fama y el poder, pero entre vosotros no será así.

El mundo busca satisfacerse con más, más posesiones, más carros, más casas, más dinero en el banco, más ropa en mi closet, más y más, pero entre vosotros no será así.

El mundo vive de manera egoísta, individualista, pensando solo en el bien propio, pensando solo en la satisfacción de sí mismos, pero entre vosotros no será así.

El mundo se deleita en el pecado, vive en medio de la injusticia y la mentira, está lleno de vicios y de malos hábitos, pero entre vosotros no será así.

Nuestra normalidad no puede ser nunca como la normalidad del mundo que nos rodea. Dios prepara lo mejor de sus ejércitos para sus batallas más exigentes y es en medio del fragor de los grandes desafíos donde se conocen los verdaderos soldados que saben cómo ir al frente cuando la batalla se hace más cruenta.

¿Cómo quieres vivir? ¿Como el mundo vive o como los hijos de Dios debemos vivir?

Debemos inundar este mundo literalmente con el poder de Nuestro Señor manifestado en su palabra.

¿Cuál es la normalidad para el mundo y cuál es la normalidad para el cristiano?

Si tu normalidad era no dar frutos, llegó tu tiempo para fructificar.

Si tu normalidad era una vida sin servicio, entonces tendrás que pensarlo muy bien cuando vuelvas a escuchar al Señor, porque Él mismo te va a mostrar lo inútil de una vida así.

Si tu normalidad era Egipto, tu nueva normalidad será la tierra prometida.

¿Te estás preparando para eso?

Si te habías acostumbrado al desierto, llegó la hora de que cruces el rio Jordán.

La temporada ha cambiado, ya no es tiempo de sequía, ahora es tiempo de fructificación. ¿Estás preparado?

Para muchos esta temporada es de incertidumbre, pero para el cristiano, ningún tiempo es desperdiciado.

El desierto no fue en vano, Dios estaba formando un pueblo con identidad de tierra prometida.

Incluso en el desierto las bendiciones nunca cesaron. El maná cayó, el agua salió de la roca, la nube los cubrió y la columna de fuego los calentó. Los milagros no cesaron en el desierto porque la obra de Dios no se detiene en tiempos de dificultad.

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9781953540393
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