Читать книгу: «Lecciones sobre la Analítica de lo sublime: (Kant, Crítica de la facultad de juzgar, § 23-29)», страница 2

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Antes de emprender la investigación de las condiciones a priori de los juicios, es necesario que el pensamiento crítico esté en un estado reflexivo de este tipo, si al menos no quiere –y debe no quererlo– que estas condiciones a priori no sean de ninguna forma prejuzgadas en su búsqueda de manera que esta no fuera sino un señuelo y sus descubrimientos apariencias. El pensamiento debe observar una pausa en la que suspende la adhesión a lo que cree saber. Presta oídos a lo que va a orientar su examen crítico, un sentimiento. La crítica debe inquirir sobre el «domicilio» de legitimación de un juicio. Este domicilio está constituido por el conjunto de las condiciones a priori de posibilidad de este juicio. Pero ¿cómo sabe que hay un domicilio?, ¿cómo sabe dónde encontrarlo en el supuesto, claro, que no está ya informado de su dirección? E incluso si estuviera informado de esto, todavía haría falta que sepa orientarse para encontrarlo. Ahora bien, tanto para el pensamiento como para el cuerpo, orientarse exige un «sentimiento». Para orientarme por lugares desconocidos, conociendo ya las marcas astronómicas necesarias (los puntos cardinales), me sería todavía, concretamente, «indispensable experimentar, por relación a mí mismo, el sentimiento de una diferencia; me refiero a la de la derecha y la de la izquierda» (Orient, 77). Dicho de otro modo, ¿cómo sabría que, de cara al mediodía, el oriente está a mano izquierda, por ejemplo? Kant subraya: «Me sirvo del término sentimiento, pues visto desde afuera, los dos lados [derecha e izquierda] no presentan en la intuición ninguna diferencia notable» (ibid.) En consecuencia, «me oriento geográficamente sólo en medio de un principio de diferenciación subjetivo» (ibid.). (El sentimiento que guía una manera, ¿puede llamarse un principio, que rige un método? Pero ¿es él subjetivo?).

Transportado al campo del pensamiento, el problema es entonces el de un tal principio subjetivo de diferenciación que permite a la razón determinar a su «Fürwarhalten» cómo va a tener ella por verdadero un objeto de pensamiento en la ausencia de «principios objetivos del conocimiento». Esta problemática del uso empírico de conceptos «ya» determinados (aquí los puntos cardinales) es ciertamente la de una reflexión pura. Kant responderá, en el artículo que he citado, recurriendo al «sentimiento de necesidad inherente a la razón» (ibid.). Pero su respuesta está en sí misma orientada por la envite de la discusión a la que está dedicada el artículo, el «conflicto del panteísmo» entre Jacobi y Mendelssohn. En cuanto a la reflexión estética, el «principio subjetivo de diferenciación» no debe poder ser más que el sentimiento de placer y de pesar. Es únicamente él quien puede dar el satisfecit a tal orientación tomada por la reflexión o rechazarla, y eso inmediatamente, «subjetivamente», en ausencia de todo principio objetivo. Incluso sería necesario que este placer y su contrario sean «puros», a falta de que ellos procederían necesariamente de la satisfacción de una facultad, teórica o práctica, distinta que la del placer y del pesar, o incluso de un simple consentimiento empírico. Perderían por eso todo valor discriminante para la reflexión. Y, sobre todo, testimoniarían que las legislaciones todavía por descubrir ejercen ya sus criterios de satisfacción sobre el pensamiento que busca darles domicilio. La «pausa» no habría sido verdaderamente observada.

Veremos que en verdad esta última coyuntura (del tipo: no me buscarías si no me hubieses ya encontrado) no es evitada por el pensamiento kantiano y que, incluso, ella es inevitable. Pero una cosa es no poder evitar y otra es saber lo que es necesario evitar. Este «saber» ideal es dado a la reflexión en el juicio estético porque ella encuentra ahí el modelo de su «manera» más autónoma. La lectura que preconizo –sin objetar nada de la legitimidad de la otra– admite en consecuencia que, si la tercera Crítica puede cumplir su misión de unificación del campo filosófico, no es sobre todo porque expone en su tema la Idea reguladora de una finalidad objetiva de la naturaleza, es más bien porque ella vuelve manifiesta, a título de la estética, la manera reflexiva de pensar que está a la obra en el texto crítico entero.

2. La sensación como tautegoría

Retomemos la distinción de estas dos especies de operaciones asignadas a la reflexión, que no es sencilla de pensar en conjunto: operaciones de guiado, que he llamado heurísticas, para la actividad trascendental del pensamiento, y de «sensaciones» que informan al pensamiento de su «estado». La dificultad reside en la combinación de estas dos disposiciones. Recogeríamos lo que está en juego en la doble cuestión, de un modo un poco sumario, ciertamente: ¿Cómo los sentimientos pueden orientar la crítica? ¿Por qué esta tiene necesidad de eso?

Veamos primero el sentimiento mismo. Como se sabe, el término «estética» sufre, en la tercera Crítica, un desplazamiento semántico importante con respecto a su uso en la primera. Paso por alto los problemas, en verdad primordiales, que están vinculados con esta pequeña revolución. En todo caso, ella debe prohibir transportar sin precaución la problemática de las formas puras a priori de la sensibilidad a la del análisis del juicio sobre lo bello y lo sublime.

«Estética» significa primero, en la problemática de las condiciones de un conocimiento en general, la captación de datos de la intuición sensible en las formas a priori del espacio y del tiempo. En la tercera Crítica, el término designa el juicio reflexionante mismo en tanto que interesa exclusivamente esta «facultad del alma» que es el sentimiento de placer y de pesar. Kant subraya que el término sensación como «determinación del sentimiento de placer y de pesar […] significa algo muy distinto, etwas ganz anderes» que como «representación de una cosa» (31; 42). La sensación era una pieza indispensable en el «montaje» de las condiciones de posibilidad de un conocimiento objetivo en general, cuya articulación esencial consiste en la subsunción de un dato intuitivo, ya sintetizado por un esquema, bajo la síntesis de un juicio mediante concepto, el cual el entendimiento tiene a su cargo. En la Analítica del gusto, ella no tiene ya ninguna finalidad cognitiva, no da ya ninguna información de un objeto, sino sólo del «sujeto» mismo.

En este segundo sentido, la sensación informa al «espíritu» de su «estado». Digamos que el «estado de espíritu», el «Gemützustand», es un matiz. Este matiz afecta al pensamiento mientras piensa algo. El afecto ocupa una posición sobre una gama de afectos que se extiende del placer extremo al pesar extremo, que serían como la derecha y la izquierda para el pensamiento reflexionante puro. La sensación, la aisthesis, señala dónde está el «espíritu» en la escala de tintes afectivos. Podemos decir que la sensación es ya un juicio inmediato del pensamiento sobre sí mismo. El pensamiento juzga que ella está «bien» o «mal» dada la actividad que es entonces la suya. El juicio sintetiza así el acto de pensamiento, que está en vías de cumplirse con ocasión de un objeto, con el afecto que le procura este acto. El afecto es como la resonancia interior del acto, su «reflexión».

Sigue a esta breve localización de la sensación dos características notables que se relacionan con el «sujeto» y el tiempo, ambos estéticos. La primera es que la sensación está siempre ahí. No diría que ella es permanente, sabiendo, sobre todo aplicado al sujeto, qué problema plantea en el pensamiento crítico la idea de permanencia. Volveré a ello. Por «siempre ahí» solamente entiendo que ella está ahí «cada vez» que hay un acto de pensamiento, lo que Kant llama un «conocimiento» o una «representación». El término «acto de pensamiento» no carece de dificultad. Podemos esperar disminuir ésta limitando su alcance a la noción de pensamiento actual más que activo, ocurrente más que performante: «Pues en tanto que está encerrada en un instante, in einem Augenblick enthalten, ninguna representación puede ser jamás otra cosa, niemals etwas anderes, que una unidad absoluta, als absolute Einheit (KRV A, 111-112 t.m.; 143; destacado en el texto).

Esta ocurrencia de la sensación acompaña todos los modos de pensar, cualquiera sea la naturaleza. Para retomar los términos que Kant emplea para situarlos en la «escala gradual» de representaciones (KRV; 266; 354), que se le «intuya» o que se le «conciba», que se forme una «noción» o una «idea», hay siempre sensación. La dicotomía por la que comienza esta clasificación interesa directamente a nuestra cuestión. En las representaciones «acompañadas de conciencia», ella distingue los conocimientos, «Erkenntnis (cognitio)», percepciones objetivas, y las sensaciones «Empfindung (sensatio)», percepciones «que se relacionan únicamente con el sujeto, como modificación de su estado» (ibid.). La intuición como la sensación es una representación inmediata, pero del objeto, no del «sujeto». Es entonces un «conocimiento». La sensación, a pesar de la presencia inmediata del estado del pensamiento que señala, o a causa de ella, no es el conocimiento de un sujeto. En el pasaje citado no se dice que ella está ahí cada vez que hay representación, al menos consciente. Pero veremos, en la «deducción» del «sentido común» en el parágrafo 21 de la tercera Crítica (aquí 8, 2), que tal debe ser el caso si al menos el juicio estético no debe ser reducido a una opinión particular ligada a una simple acreditación empírica (54-55; 46-48). El mismo argumento sobre la universalidad de las condiciones a priori del conocimiento en general (del pensamiento) ha sido anunciado, como se ha visto, en la Introducción (37; 28), para legitimar la pretensión del gusto a la universalidad.

Entonces, todo acto de pensamiento está acompañado de un sentimiento que señala al pensamiento su «estado». Pero este estado no es otro que el sentimiento que lo señala. Estar informado de su estado es, para el pensamiento, experimentar este estado, ser afectado. La sensación (o el sentimiento) es a la vez el estado del pensamiento y la advertencia hecha al pensamiento de su estado por este estado. Tal es la primera característica de la reflexión: la inmediatez fulgurante y la coincidencia perfecta de lo sintiente y de lo sentido, al punto que, incluso, la distinción de lo activo y de lo pasivo de este «sentir» es impropio al sentimiento, puesto que se introduciría allí el bosquejo de una objetividad y, con ella, de un conocimiento. Si puedo afirmar que se trata aquí ciertamente de reflexión, la sensación se relaciona con el único criterio de diferenciación placer/pesar (y de ningún modo verdadero/falso o justo/injusto). La facultad del alma que tiene la carga de esta diferencia es el sentimiento de placer y de pesar, al que corresponde, del lado de las facultades llamadas de conocimiento, la simple «facultad de juzgar» (42; 36). Ahora bien, en su modo puro, esta es reflexionante. La reflexión pura es, primero, la capacidad que tiene el pensamiento de ser informado inmediatamente de su estado, por este estado y sin el medio de otros criterios que el sentimiento.

En el parágrafo 9 de la tercera Crítica, Kant introduce la sensación. La cuestión es saber cómo tomamos conciencia, en el juicio del gusto, del acuerdo de las facultades (de conocimiento) que allí está en juego, si es por sensación o «intelectualmente». He aquí cómo la respuesta a esta cuestión se argumenta: «Si la representación dada, que ocasiona el juicio del juicio de gusto, fuese un concepto que unificara entendimiento o imaginación en la estimación, la Beurteilung, del objeto con vistas a un conocimiento de este, la conciencia de esta relación sería intelectual (como en el esquematismo objetivo de la facultad de juzgar del cual trata la crítica). Pero, entonces, el juicio no estaría ya referido al placer y al pesar, y en consecuencia no se trataría de un juicio de gusto. Ahora bien, el juicio de gusto determina el objeto en relación con la satisfacción y con el predicado de la belleza independientemente de conceptos. Se sigue que la unidad subjetiva de la relación sólo puede manifestarse [kenntlich machen] a través de la sensación» (62; 57). Más adelante (§ 36), cuando se trata de proceder a la «deducción» de los juicios de gusto respondiendo a la pregunta ¿cómo los juicios de gusto son posibles?, Kant distingue este problema de aquel de la posibilidad de los juicios de conocimiento en los siguientes términos: a diferencia de los segundos, en los primeros la facultad de juzgar «no tiene simplemente que subsumir [datos] bajo conceptos objetivos del entendimiento y no es sumisa a una ley, sino que es allí, para sí misma, subjetivamente, objeto tanto como ley, Gegenstand sowohl als Gesetztist» (123 t.m.; 138).

Vemos bosquejarse ya, sobre todo en este último pasaje, una capacidad que llamaría domiciliadora: para un conocimiento del objeto, el pensamiento puede referir eso al poder del entendimiento; en cuanto al gusto que tiene por el objeto, se lo confía a su propia competencia, a su «ley», que es el principio subjetivo ya mencionado. Pues no tiene que juzgar sino según su estado, juzgando lo que guste. Así este estado, que es el «objeto» de su juicio, es el mismo placer que es la «ley» de este juicio. En la estética, estos dos aspectos del juicio, referencialidad y legitimidad, por así decirlo, son sólo uno. Desviando el término del uso exacto que le dará Schelling (aunque se trate de un problema análogo), es esta disposición notable que llamo la tautegoría de la reflexión. El término designa la identidad de la forma y del contenido, o de la «ley» y del «objeto», en el juicio reflexionante puro tal como nos lo entrega la estética.

La recurrencia de la sensación con cada ocurrencia del pensamiento (consciente) tiene como efecto que el pensamiento «sabe» (sin conocerlo, pero la sensación es una representación acompañada de conciencia, una percepción) el estado en el cual ella se encuentra en la ocasión. La sensación puede así transitar a través de las diferentes esferas del pensamiento que la ha distinguido la crítica. Tiene lugar con ocasión de todo objeto que puede pensar el pensamiento, donde quiera que esté en el «campo» de los conocimientos posibles. Pues es sólo con ocasión de un pensamiento que la sensación tiene lugar. Las diferencias que han permitido jerarquizar el simple «domicilio» de un objeto de pensamiento en relación con un «territorio» en el que su conocimiento resulta posible, y con un «dominio» en el que el pensamiento legisla a priori (23-24; 9-10), han permitido delimitaciones que no impiden que en cada ocasión el pensamiento se sienta. Debe sentirse todavía, supongo, cuando se relaciona con objetos de este «campo ilimitado» (25; 11) que es lo suprasensible, incluso si no encontramos allí más que Ideas de la razón de la que no podemos conocer los objetos de forma teórica (ibid.).

Se podrá objetar que se tiene certeza de esta transitividad desde el momento en que se supone un espíritu, un pensamiento, un sujeto, y que de esta manera la reflexión no es sino, en definitiva, el predicado de una o de otra de estas entidades. De manera que la recurrencia de la sensación no haría sino traducir, en la sucesión, la permanencia de un substrato. Tal objeción no suscita nada menos que la cuestión del sujeto en el pensamiento kantiano. Volvemos a ello. Pero la refutación de esta hipótesis es sencilla tratándose de la presuposición de un sustrato «portador» de la sensación. Si es cierto que hay sustrato en el pensamiento kantiano es, lo sabemos, a título de Idea reguladora, pues el sustrato es lo supra-sensible y de eso no tenemos conocimiento alguno (168-169; 203-205). Puesto que debe convenir a cada una de las antinomias propias de las tres facultades que son el objeto de la crítica, la idea que nos hacemos de eso incluso no puede ser única. Para representarse este sustrato es necesario no una sino tres ideas: la de un «suprasensible de la naturaleza en general», la de una «finalidad subjetiva de la naturaleza para nuestra facultad de conocer» y la de una finalidad de la libertad en armonía con la finalidad de la moralidad (169; 205; 8,7). Estamos por ello muy lejos de la representación de un secuaz para predicados como el sentimiento de placer y de pesar.

Resulta notable que sólo raramente se hace mención del sujeto en la mayor parte de los textos relativos a la reflexión ya citados. En general las excepciones se encuentran en la Introducción. Cualquiera que ella sea, la noción de un sujeto, bajo su forma sustantiva, no parece necesaria a la inteligencia de lo que es la reflexión. Es suficiente la noción de «pensamiento actual», más arriba evocada. A la inversa, las formas adjetivas o adverbiales, subjetivo, subjetivamente, son abundantes en estos textos. No designan una instancia, la subjetividad, con la que la sensación se relacionaría. Permiten distinguir la información que la sensación suministra al pensamiento de aquella que le aporta un conocimiento del objeto. Leímos (62; 57) que Kant sitúa la susodicha sensación en una especie de simetría con el esquema. El paralelo es pronto abandonado puesto que el esquema vuelve un conocimiento posible mientras que la sensación no procura ninguno. Sin embargo, algo de la simetría puede ser conservado: como el esquema une las dos facultades, imaginación y entendimiento, para volver posible el conocimiento de un objeto, del lado del objeto, si puede decirse, y del lado del pensamiento, la sensación es el signo de su unión (placer) o de su desunión (pesar) sólo con ocasión de un objeto. En ambos casos se trata ciertamente de una relación entre las mismas dos facultades. Queda que el esquema es un operador de determinación del objeto por conocer, mientras que la sensación un simple índice, para el pensamiento, del estado del pensamiento de este objeto. Este índice suministra la indicación de este estado cada vez que el pensamiento piensa. Podemos decir que ella se reflexiona allí, a condición de admitir una reflexión sin representación, en el sentido moderno de esta última palabra (Freud, por ejemplo, concibe el afecto como un «representante» sin representación).

Para dar cuenta de esta disposición, Kant introduce la noción de una facultad suplementaria –hasta aquí bastante descuidada, sobre todo bajo el aspecto «tautegórico»–, la simple capacidad de sentir placer o pesar. No tiene ya necesidad de estar relacionado con un «sujeto» sustancial como las otras facultades. Estas facultades no son, después de todo, en el pensamiento crítico, o no deben ser, otra cosa que conjuntos de condiciones que vuelven simplemente a priori juicios sintéticos. Una facultad puede reducirse, por su connotación lógica, a un grupo de proposiciones «primeras» que son las llamadas condiciones a priori: definición de objetos pensables, axiomas de síntesis que se pueden efectuar sobre ellos. Y lo que Kant llama el «territorio» o el «dominio» de la facultad sería lo que el lógico llama el dominio de aplicación del grupo de axiomas (mutatis mutandis…).

Lo «Subjetivo» determina siempre un estado del pensamiento (del «espíritu», si se quiere, pero el Gemüt del Gemützustand es más un modo sentimental que un Geist). El término «subjetivo» obliga a la crítica a preguntarse por lo que siente el pensamiento cuando piensa. Sobre lo que no puede no sentir en todos los casos, o como escribe Kant, en todas las «ocasiones». Entonces, si se puede hablar de la transitividad de la sensación a los usos del pensamiento, que no haya engaño: ella no es sino la insistencia de la sombra que porta sobre sí mismo tal pensamiento actual, y no la persistencia de un predicado sustancial vinculado a «el pensamiento». En la sensación, la facultad de juzgar juzga subjetivamente, es decir refleja el estado de placer o de pesar en que se siente el pensamiento actual. Esta característica casi elemental, en la que se apoyará la deducción de la universalidad subjetiva del gusto, resplandece en el juicio estético ya que en este caso el juicio no tiene ningún valor objetivo, y la facultad de juzgar, en efecto, no tiene que juzgar más que un estado de placer o de pesar, que es este juicio, ahora.

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9789560014665
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