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Las tres privatizaciones

Como resultado de estas indagaciones, he podido constatar que la privatización asume tres formas principales, según el origen de la iniciativa, y las he denominado como el feudo, la comarca y la feria, en clara referencia a tres grandes instituciones del Medioevo (Díaz-Albertini, 2012).

• El feudo tiene al Estado como principal impulsor y surge cuando este actúa como si el espacio público fuera su «propiedad privada» (Formiga, 2007), en vez de ser definido de mutuo acuerdo con los habitantes-ciudadanos. Al enrejar, limitar funciones, cobrar entrada, concesionar y hasta «vender o alquilar» veredas, calles y parques, el Estado está priorizando factores como la eficiencia (por ejemplo, mantener los parques limpios) sobre otras consideraciones que son importantes y contribuyen a cuán habitable es una ciudad. En el caso particular de Lima, la autoridad municipal avasalla el espacio público, determinando sus formas y funciones sin mayor consulta ciudadana y en desmedro de los derechos de los vecinos y ciudadanos. Este proceso afecta negativamente a las tres características esenciales del espacio público: el libre acceso, al cobrar admisión y otras modalidades; la transparencia para decidir la estructuración y usos, pues no se hace una consulta ciudadana; y la multifuncionalidad, al restringir los usos en demasía. Pone en evidencia lo que algunos arquitectos llaman la «feudalización» de las ciudades por algunas autoridades, porque afecta «el derecho de la ciudad de hacer vida en común y recreativa en los parques públicos» (Hernández, 2009, p. 32). Las principales manifestaciones se concretan en parques restringidos en términos de acceso (enrejados) o en sus funciones (solo ornamentales); otros en los cuales se cobra la entrada; en lugares públicos en consorcio con el sector privado, etc. (Ledgard y Solano, 2011).

• En la comarca, la privatización nace del usuario mismo, como resultado combinado de su mayor sentido de individualismo, el temor a la inseguridad y el deseo de distinguirse socioeconómicamente. Estos factores llevan a la subsecuente búsqueda de sistemas formales e informales residenciales y comerciales que controlen el acceso, lo que disminuye los espacios por los cuales puede transitar el resto de la ciudadanía, sean vías o parques (Giglia, 2008; Low, 2008). La comunidad local se apropia del espacio público –normalmente parques y calles– excluyendo a los distintos. Impone sobre la ciudad un tramado fragmentado y desarticulado, a la vez que genera un sentimiento de exclusión (Vega Centeno, 2006). El dominio de lo público pasa del encargo estatal a la organización o asociación de vecinos, que determina el uso en desmedro del derecho al libre tránsito. Esto es menos evidente en las comunidades cerradas verticales, situación cada vez más común en la ciudad, o en las pocas comunidades cerradas horizontales formales (como El Haras, en el distrito de La Molina). Pero sí se manifiesta con creciente presencia en las miles de calles públicas enrejadas por sus vecinos, casi todas sin la autorización respectiva de sus municipalidades. Como se señaló anteriormente, es una forma de privatización informal, es decir, ilegal. Sin embargo, al ser tolerada por las autoridades, se transforma en un cotidiano y flagrante cuestionamiento y disminución de la ciudadanía en la urbe.

• En la feria, el sector privado genera espacios cuasipúblicos cerrados y autocontenidos que crean la ilusión de ser una alameda – que es el significado de mall en inglés– festiva, con la intención básica de retener al usuario e incentivarlo a consumir más. Más allá de apelar al anhelo consumista que caracteriza a la sociedad posmoderna (Bauman, 2004), esta exitosa estrategia también se fundamenta, primero, en que concentra al comercio en una ciudad extensa y descentralizada, y, segundo, en el creciente temor y la inseguridad. En la encuesta, por ejemplo, el 83,5 % de las limeñas y los limeños respondieron estar totalmente de acuerdo (15,5 %) y de acuerdo (68,0 %) con la oración «Prefiero pasear en un centro comercial que en las calles». Otros estudios muestran que ellos se sienten menos inseguros en el centro comercial que en sus propias casas (Díaz-Albertini, 2012). De ahí que algunos analistas definan a los centros comerciales como espacios «cuasipúblicos» (Borja, 2000; Francis, 1991; Akkar, 2005, 2007), principalmente por el libre acceso y porque no obliga a consumir –aunque sí lo alienta– como requisito para beneficiarse de su infraestructura. La apropiación de los centros comerciales por diversos grupos sociales, no obstante, va cuestionando y replanteando los fines mismos de estos espacios. Un ejemplo en este sentido –que se desarrollará en este libro– es el uso que los adolescentes y jóvenes le dan al mall, especialmente a las áreas recreativas y de comida (Pérez, Salcedo, y Cáceres, 2012). Inclusive, los grupos focales con jóvenes señalaron que en los centros comerciales gozaban de mayor libertad que en los parques de los distritos residenciales, ya que en estos últimos era común que los serenos los interrogaran o intervinieran porque los vecinos llamaban a denunciar que había jóvenes «sospechosos» haciendo bulla.

Es evidente que hay otras formas de privatización que resultan de la acción empresarial en la ciudad global, algunas de las cuales ya se han mencionado. En términos residenciales, aumenta la oferta de condominios cerrados, sean verticales u horizontales. En términos corporativos, se incrementan las edge cities en los suburbios. En los centros de las ciudades, la empresa privada también crea espacios abiertos (plazas, paseos, galerías, jardines), y «hoy en día la oferta de dichos espacios por el sector privado representa un cambio fundamental en la creación y el consumo del espacio público en el centro de la ciudad» (Loukaitou-Sideris y Banerjee, 1998, pp. 86-87)7.

En sus diferentes manifestaciones, la apropiación privada de los espacios públicos de la ciudad de Lima es una muestra de lo que Gonzalo Portocarrero denomina la «falta de ciudadanía». Y explica que esto es así porque «una sociedad es ciudadana si está compuesta de gente que prefiere poner la ley por encima de sus conveniencias particulares» (Portocarrero, 2015). Al quedar relegadas las leyes, quien tiene mayor fuerza impone sus condiciones sobre el resto de los ciudadanos, lo que genera una ciudad fragmentada.

El camino por recorrer

En el capítulo 1, se examina brevemente el concepto de espacio público, especialmente sus principales características y las tendencias actuales en las ciudades globales. Una vez establecida la definición, se analizan algunas de las principales amenazas que enfrenta. En primer lugar, el incremento de la delincuencia y la creciente sensación de inseguridad ciudadana. En segundo lugar, el dominio del parque automotor sobre las vías y veredas, lo cual aumenta los riesgos sobre los peatones y ciclistas, e inhibe una mayor presencia de ellos en las calles y veredas de la ciudad. En tercer lugar, la hegemonía del paradigma liberal y su cuestionamiento de lo público como mecanismo eficiente de gestión de la ciudad, que se traduce en asumir que las fuerzas del mercado son las más apropiadas para asignar los usos de los espacios urbanos. Para finalizar, indago sobre la relación entre el territorio y la identidad social en el pasado y el presente. Intento, principalmente, discutir sobre el efecto de la globalización en nuestra relación con el territorio.

Sobre la base de estas observaciones y los datos recolectados –siguiendo la metodología que detallo al final del libro–, construyo la imagen de una ciudad que se privatiza, pero bajo la condición de la sub-institucionalidad8. Con ello, me refiero a una situación en la cual las normas formales y las instituciones encargadas de formularlas y hacerlas cumplir tienen baja legitimidad. Ello conduce a la relativización de las reglas y a comportamientos particularistas, que reducen la efectividad de los marcos normativos. En términos referenciales e ilustrativos, en los tres capítulos que siguen describo y analizo las tres principales formas de privatización bajo el signo de la informalidad, cada una en un capítulo separado.

Con el feudo, en el capítulo 2, me refiero al patrimonialismo –la apropiación privada de lo público– que ejercen algunos alcaldes sobre el espacio público, muchas veces en complicidad con grupos de vecinos o empresas. En términos espaciales, incluye la reestructuración inconsulta de parques y plazas, la restricción de usos y acceso, el cobro de admisión, la rebaja de la condición ciudadana por la de usuario, por inversiones de dudosa necesidad y estética, entre otros. La autoridad municipal «feudal» saca provecho de las reglas de juego de un sistema político de baja legitimidad, en el cual se busca el apoyo de los vecinos vía prácticas populistas y clientelistas. Esto se logra ejecutando obras, casi siempre de carácter efectista y, desafortunadamente, como solución cortoplacista. En este proceso, la ciudad termina perdiendo ante la ausencia de visiones de mediano a largo plazo, a la vez que no se cultiva la participación ciudadana.

En el capítulo 3, se ve cómo, en la comarca, los vecinos se apropian del espacio público como si fuera propio y restringen el acceso y uso de los demás ciudadanos. La creciente delincuencia e inseguridad es esgrimida como principal razón detrás del enrejado de calles y urbanizaciones. Pero ello se realiza sin autorización gubernamental, por lo que constituye una violación de facto del derecho al libre tránsito, y debilita más aún la institucionalidad democrática en la ciudad. Mis pesquisas, no obstante, confirman lo analizado por otros autores: la inseguridad puede ser una razón para enrejar, pero de igual o mayor importancia es el afán de excluir.

En la ciudad posmoderna surgen espacios públicos alternativos a los tradicionales, y este es el tema del capítulo 4. Entre estos espacios el shopping mall es el más importante9. El mall cumple varias funciones importantes en ciudades como Lima –de gran extensión y multicéntrica– al concentrar el comercio de bienes y servicios en una zona. Su carácter festivo y lúdico lleva a asociarlo con las ferias regionales de los últimos dos siglos del feudalismo. Sin embargo, es evidente que su principal razón de ser es el consumo y que restringe las posibilidades de expresión ciudadana por ser propiedad privada. De ahí que expertos lo cataloguen como espacio «cuasipúblico». La enorme popularidad de estos centros y el éxodo hacia ellos desde la calle y el parque, debido a la inseguridad –real y percibida–, preocupa porque no es un proceso muy propicio para el fortalecimiento de la ciudadanía. En este capítulo, se analizan esta y otras cuestiones, y se indaga sobre el uso de estos espacios por los adolescentes y jóvenes que nacieron cuando los malls ya eran hechos concretos y cotidianos.

En el epílogo, intento rescatar las principales ideas y preocupaciones examinadas, casi todas ellas relacionadas con el peligro de una creciente privatización acompañada de informalidad. Como se verá, no es ningún consuelo que en varias partes del mundo existan procesos de privatización, especialmente cuando nos comparamos con países desarrollados. Estos últimos tienen sociedades que consolidaron sus instituciones democráticas durante la modernidad y ahora estas son el soporte que permite conjugar la convivencia con los procesos de hiperindividualización que caracterizan a la posmodernidad. Nuestra realidad, en cambio, es muy distinta porque estamos ante procesos de gran individuación, pero en ausencia de instituciones sólidas. El liberalismo económico no ayuda en este sentido, pues convierte en un fetiche el mercado y el crecimiento, restando importancia a los otros procesos que hacen posible una ciudad justa: democracia, equidad, diversidad y sostenibilidad (Fainstein, 2005).

Los aspectos metodológicos de la investigación se abordan en la coda metodológica, en la cual se desarrolla cómo se recolectó la información que sustenta las interpretaciones presentadas en los capítulos previos. He ubicado este capítulo al final para no interrumpir el análisis sobre los espacios públicos de la ciudad. Asimismo, su tratamiento por separado permite tocar algunos hallazgos importantes que resultaron marginales al énfasis interpretativo. No tiene el carácter analítico de los capítulos anteriores, sino que más bien cumple una tarea afín a un inventario de procesos y resultados. Es decir, relata la aventura de la investigación y la indagación. Me permite, entonces, compartir mis impresiones de un proceso metodológico que me facultó para armar la información como piezas de un rompecabezas. Así ofrezco un panorama general de qué opinan los habitantes de la ciudad sobre los espacios urbanos y sus usos. Primero, examino cómo los limeños se apropian y usan sus espacios públicos, cuán seguros se sienten en ellos, qué opinan de sus vecinos y barrios, y qué prácticas aprueban o desaprueban. Para ello, fundamentalmente, cuento con los datos de la encuesta realizada y comparo esta información con otros estudios y encuestas de los últimos años. Segundo, narro cómo organizamos –con los alumnos y alumnas– las visitas a diferentes espacios públicos y cuasipúblicos de la ciudad, y muestro algunas de las principales observaciones sistematizadas. Tercero, presento una breve síntesis de los grupos focales efectuados, información que resultó esencial para recrear los imaginarios de los niveles socioeconómicos (NSE) A/B. Para terminar, analizo las entrevistas a los funcionarios municipales, prestando especial atención al lugar que ocupan los espacios públicos en las políticas y gestiones ediles.

Durante el desarrollo de la investigación, tuve la oportunidad de publicar artículos y preparar ponencias con los avances de diferentes etapas de este estudio. En el presente libro, incluyo algunos de estos textos, que han sido parcialmente modificados para encajar mejor dentro de la lógica y organización antes descrita.

Como todo esfuerzo intelectual, la investigación que condujo a este libro fue posible gracias al apoyo de muchas personas. Debo agradecer, en primer lugar, al Instituto de Investigación Científica de la Universidad de Lima por el apoyo financiero, el respaldo anímico y la paciencia. A mis colegas –muchos de ellos también mis amigos–, gracias por compartir sus impresiones y sugerencias respecto a la investigación; especialmente a quienes me acompañaron en los cursos de Sociales y de Problemática Nacional que fueron pacientes y generosos con sus ideas. Agradezco especialmente a los alumnos y alumnas de la Escuela Universitaria de Humanidades, que me apoyaron con las observaciones in situ. A mi compadre –antropólogo y sociólogo Iván Mendoza–, por enviarme con regularidad artículos académicos sobre los espacios públicos y ser un atento escucha y comentador de los avances del estudio. Finalmente, el apoyo del «frente interno», de mi familia, siempre crucial por ser el soporte cotidiano de mis actividades, por inspirar y por acompañarme dentro y fuera de los espacios públicos. Raquel, Kai y Miguel son una parte esencial de este libro. Fue justo pensando en las familias –particularmente en los hijos y las hijas– que me inspiré para realizarlo. Los padres y las madres que vivimos en Lima nos preocupamos, con toda razón, por nuestros hijos cuando deambulan por las veredas, calles y parques de la ciudad. Con frecuencia nos sentimos tentados a pedirles que se queden en casa por los riesgos percibidos, pero también somos conscientes de que para crecer sanamente deben «tener calle» y que la mejor manera de hacer frente a los riesgos es prepararlos para ello. Sin embargo, también es necesario que los ciudadanos nos apropiemos de estos espacios porque nos pertenecen y luchemos para que se conviertan en lugares acogedores de la diversidad.

Javier Díaz-Albertini

Capítulo 1.
El espacio público: entre la privatización y la reivindicación

La barricade ferme la rue mais ouvre la voie.

[La barricada cierra la calle, pero abre el camino.]

Grafiti, París, mayo de 1968

1.1 El espacio como sentido e identidad

A pesar de la importancia del espacio en el desarrollo de la vida social, mucha de la teoría e investigación sociológica ha tendido a tratarlo como algo dado, preexistente o, en todo caso, como un escenario dentro del cual los actores ejercen sus papeles sociales. Desde esta visión, lo importante no es el escenario, que es visto como un sitio vacío, sino lo que ocurre entre los actores, el montaje, la decoración, el vestuario y maquillaje. La acción humana –en este caso, al montar una obra teatral– ocupa el espacio pre-establecido y lo adorna, como tomándolo prestado, por el tiempo que duran las funciones. Luego hay que desmontar la obra para armar un nuevo espectáculo y un renovado proceso de «vestir» o «llenar» el espacio. En esta perspectiva, las personas y las cosas son plenamente reconocidas como creaciones humanas, mientras que se considera que el espacio de la acción ha estado siempre presente. Son visiones parecidas a las interpretaciones sobre el espacio propuestas por la mecánica clásica o newtoniana, en las cuales –en conjunto con el tiempo– el espacio tenía un valor absoluto: todo minuto y metro era similar y exacto, en todo momento y lugar1.

Como bien indica Castells (2001), el espacio social –para diferenciarlo de las ciencias físicas– no es un mero reflejo de la sociedad, sino más bien su expresión misma. Es así porque es el soporte material de las prácticas sociales: una parte inseparable de la acción humana. Para Giddens (1986), toda acción ocurre en un marco temporal y espacial, y este anclaje es lo que remite a su existencia. En otras palabras, la estructura solo cobra existencia en la acción humana misma, que necesariamente ocurre en un marco temporal y espacial. En el ejemplo anterior del teatro, el escenario no es un espacio vacío que debe ser llenado; por el contrario, su misma presencia indica que tiene nombre y existencia, porque es parte del soporte y sentido de la actividad que se realiza. El escenario ha sido rediseñado y recreado incesantemente en la historia humana. No fue, significó y expresó lo mismo en la Inglaterra isabelina que en nuestros días, cuando compite con el cine, la televisión y el YouTube. Las vivencias actuales en el teatro quizás guarden algunas coincidencias con las del pasado, pero el conjunto de esta actividad y su mismo soporte (espacio) han variado radicalmente. Se encuentra, entonces, que, por una parte, el espacio impone ciertas condiciones físicas a la conducta humana (topografía, clima, área), pero, al mismo tiempo, la acción humana es capaz de transformarlo, asimilarlo, redefinirlo al darle variados significados, formas, contenidos, segregaciones y relaciones2.

Al observar el espacio, se intenta entender al grupo social específico que lo activa. Esto abre las puertas a la comprensión de las relaciones sociales, porque es una indicación de cómo organizamos nuestras interacciones, de cómo se plasman las jerarquías existentes y los desplazamientos que todo esto motiva en nuestro diario vivir. Un ejemplo conciso es la simple constatación de la ubicación de los distritos residenciales de ingresos medianos a altos en Lima (véase el plano 1). Estos distritos tienden a ser contiguos y siguen, en líneas generales, cierta proximidad a la avenida Javier Prado, desde La Molina hasta Magdalena y San Miguel. De acuerdo con los cálculos de la Asociación Peruana de Empresas de Investigación de Mercados (APEIM) (2014), el 72,9 % de los limeños del nivel socioeconómico A –el más alto– vive en los distritos destacados (sin considerar Barranco ni Surquillo).

Plano 1

Zonas residenciales A y B de Lima (destacadas en amarillo)


Este limitado espacio es Lima para la mayoría de los integrantes del NSE A, a pesar de que solo alberga al 15 % de la población y ocupa una parte reducida del área de la ciudad. Es denominada como moderna por la empresa IPSOS para sus estudios de mercado-opinión y corresponde a lo que Pereyra (2006) llama ZAR (zona de alta renta) en su investigación sobre la segregación en la ciudad. Tiende a ocupar una parte esencial del área agrícola de antaño y, gracias a la infraestructura de riego, sigue ahora verde, elemento claro de diferenciación en una ciudad ubicada en pleno desierto. Los sectores de menores ingresos habitan los cerros rocosos pelados y los arenales. Lo destacado en amarillo también es el espacio con mayor integración a lo moderno y posmoderno, a la vez que comulga diariamente con una globalización consumidora.

El espacio tiende a coincidir con –y exacerbar– las diferencias socioeconómicas y de clase. Un caso lo ilustra con claridad. Hace unos años evalué un proyecto que intentaba erradicar o disminuir el trabajo adolescente en el empleo doméstico y tuve la oportunidad de realizar una dinámica grupal con un grupo de veinte púberes y adolescentes que participaban en él. Una de sus principales líneas de acción era la creación de un «lugar de encuentro» para las chicas trabajadoras, en el cual hallaban la posibilidad de compartir, capacitarse y protegerse mutuamente. El encuentro ocurría todos los domingos en los salones de una parroquia ubicada en un asentamiento humano de Chorrillos, a donde acudían las jóvenes para tomar cursos de capacitación, conversar entre ellas, divertirse, sostenerse, entre otros. Como parte de la evaluación del proyecto, les pregunté qué actividades del «lugar» les habían producido mayor satisfacción. Casi todas mencionaron que fue cuando el proyecto las invitó al cine. Al principio no entendía cómo podían apreciar tanto una actividad que me parecía prácticamente rutinaria en la vida de cualquier metrópoli. Cuando insistí en el asunto, la respuesta resultó inmediata y clara: fue su primera ida al cine. Lo sorprendente es que no eran inmigrantes recién llegadas del campo; todas habían nacido en Lima, estaban vestidas a la moda juvenil, bailaban y cantaban los éxitos musicales del momento y portaban teléfonos celulares. No era una juventud sumida en la extrema pobreza, es decir, podían pagar una entrada al cine de vez en cuando. ¿Pero por qué no lo habían hecho?

Reflexionando sobre esta pregunta, me di cuenta en aquel momento (2003) de que los cines «modernos» no habían llegado a las zonas populares de Lima. Por un largo periodo, el video (y la piratería) había significado la muerte de los cines de barrio en la Lima popular y la decadencia de los cines de estreno en la Lima central o residencial. Recién en los años noventa comenzaron a crearse los multicines, primero en las zonas de mayores ingresos y lentamente en el resto de la ciudad. La primera gran incursión hacia la «otra» Lima se llevó a cabo con el centro comercial Megaplaza en 2004. Las jóvenes entrevistadas habían crecido con referentes espaciales que no incluían el cine y no habían participado de una experiencia emblemática urbana3.

Desde esos años, ha existido una mayor desconcentración comercial. Sin embargo, la desigualdad sigue siendo notable porque la nueva estructuración está marcada por flujos de información cuyos principales nodos continúan concentrados en los distritos de la Lima moderna o zona de alta renta (ZAR):

Esto es relativamente comprensible si sabemos que los principales centros de producción del capitalismo avanzado se situarán en los lugares que presenten mejores condiciones para su rendimiento: mayor cantidad de gente con educación superior, mejores canales de comunicación, menor violencia urbana, mayor dotación de servicios públicos y privados, etcétera. Debido a que estos factores no están igualmente distribuidos en toda el área metropolitana, es clara la tendencia del sistema a reproducir la desigualdad entre las zonas «conectadas» y las zonas «desconectadas» de la ciudad. (Ramírez Corzo, 2006, p. 116)

En uno de los libros más importantes de sociología urbana en los últimos años –Place Matters [El lugar importa]–, Dreier, Mollenkopf y Swanstrom (2004) muestran cómo en las principales ciudades de Estados Unidos el lugar de residencia todavía es esencial en la determinación de la calidad de vida y las perspectivas futuras de las familias e individuos. La disposición de servicios públicos e infraestructura, la seguridad ciudadana y la certidumbre personal, la calidad de la educación y la salud, el acceso a bienes y servicios, la existencia de áreas verdes y recreativas, y muchos aspectos más, dependen fuertemente del lugar. Y la calidad del lugar, a su vez, tiende a estar en función de los ingresos personales y familiares. A pesar de que el desarrollo de las TIC lleva a pensar que el espacio, la geografía y el tiempo son menos importantes, estos autores consideran que tal afirmación es una falacia y que incluso entre los que gozan de mayor conectividad, o sea, los altos ejecutivos y profesionales de éxito, sigue siendo esencial dónde viven y trabajan. La zona residencial resulta fundamental en la determinación de la calidad de las escuelas, el perfil socioeconómico de los vecinos y cuán asequibles son los servicios que valoran desde su vecindario. Pero para los demás, señalan estos autores:

El lugar se vuelve mucho más importante cuando descendemos en la escalera económica. Ubicados en el lado equivocado de la «brecha digital», las familias pobres y de clase obrera tienen menor probabilidad de poseer una computadora, un acceso a internet, o la capacidad de enviar y recibir e-mails. Las redes locales son más importantes al momento de ayudarlos a encontrar un empleo u otras oportunidades económicas. Con frecuencia no cuentan con un auto (o servicio de transporte público adecuado) y deben vivir cerca de donde trabajan. No pueden enviar a sus hijos a colegios privados y dependen de las escuelas públicas locales. Tampoco pueden pagar guarderías y, por ello, las familias de menores ingresos necesitan de familiares y amigos que funcionan como sistema de guardería informal. (p. 4)4

En torno al espacio social, es posible estudiar una gama muy variada de aspectos y temas. No obstante, debido a las características que he resaltado en los párrafos anteriores, resulta que hay dos que destacan debido a su peso en la vida de las ciudades posmodernas: (a) la situación de su espacio público y (b) cómo se forman las identidades territoriales. La situación del espacio público permite examinar hasta qué punto en una ciudad desarticulada y fragmentada como Lima existen condiciones espaciales que puedan paliar la creciente segregación, desigualdad y concentración de recursos en la ciudad. Las identidades territoriales, por su parte, conducen a entender cómo los habitantes se están apropiando simbólicamente de su ciudad o parte de ella. Para muchos especialistas, el estudio del tipo y forma de espacio público es esencial para comprender las principales dinámicas de la ciudad (Borja, 2001), e incluso tiene «relación directa con las prácticas socioespaciales, el respeto a las normas, las relaciones interpersonales, el sentido y el concepto del “otro”» (Formiga, 2007, p. 173). Por su parte, el análisis de la identidad territorial posibilita una aproximación a cómo las personas en la era posmoderna incorporan el territorio en la construcción de su identidad y sentido de pertenencia. En las próximas dos secciones, se examinarán estos dos conceptos en mayor detalle.

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9789972453632
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