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La «noble negligencia» del estilo de Baxter, que se puede ver reflejada en parte a lo largo de la cita anterior, no debe tomarse como un ejemplo determinante para indicar que la prosa puritana era de alguna manera una prosa negligente. El estilo latinizado de Owen es tortuosamente exacto, al igual que el enmarañado estilo «familiar» de Goodwin; por su parte, Baxter y Bunyan escribieron con una prosa religiosa llena de fuerza y sagacidad, de una manera tal que, desde sus días hasta la actualidad, nunca ha sido igualada, ni mucho menos superada; mientras que William Perkins, Richard Sibbes, Thomas Watson, Thomas Brooks, Thomas Manton y William Gurnall (sin tener que buscar más) son modelos de lucidez pulcra y ordenada, todos ellos salvo Perkins quien sobreabundaba en el uso de analogías e ilustraciones vívidas. Según los estándares de nuestros días, la franqueza casera de estos hombres no es considerada en lo absoluto como «elocuencia»; pero las expresiones y modismos que ellos utilizaban eran escogidos con propósitos muy bien definidos, y en ese sentido, John Flavel expresó muy bien, aunque de manera sentenciosa, las razones detrás de todo eso:

Un estilo crucificado es el adecuado para los predicadores de un Cristo crucificado (…) La prudencia escogerá las palabras más sólidas, en lugar de las más floridas (…) Las palabras no son más que sirvientes en cada asunto. Una llave de hierro, que se ajusta a la forma de la cerradura, es más útil que una llave de oro que no puede abrir la puerta del tesoro (…) La prudencia echará fuera miles de palabras refinadas y se quedará con una sola palabra que sea apta para penetrar la conciencia y alcanzar el corazón».117

Con el tiempo se hará evidente que la sencillez puritana funciona de esta manera para el lector moderno, tal como lo hizo con los lectores contemporáneos de estos predicadores. Nosotros también experimentamos los beneficios en nuestra vida personal y los vemos como un canal de la unción y el poder de Dios, y por eso podemos perdonar las fallas ocasionales en cuanto a la falta de claridad y la redundancia de sus escritos. «Confieso que mi memoria a menudo se olvida de pasajes que he escrito antes, y en ese olvido los vuelvo a escribir: pero no considero que eso sea un asunto demasiado serio», declaró Baxter con una franqueza cautivadora; «la escritura de las mismas cosas es algo seguro para el lector, y entonces, ¿por qué debería ser algo tan grave para mí?»118 ¡ante eso no hay objeción!

En quinto lugar, los puritanos eran hombres del Espíritu; amantes del Señor, guardadores de Su ley y personas que no escatimaban recursos cuando se trataba de servir a su Señor, esas tres cualidades, en todas las épocas, han sido los elementos principales de una vida verdaderamente llena del Espíritu. El pastor renovadode Baxter comienza con una advertencia hacia los pastores de Dios, que dice:

Tengan cuidado de ustedes mismos, no sea que ustedes se queden sin alcanzar esa gracia salvadora de Dios que les ofrecen a otros (…) también asegúrense de mantenerse ejercitando sus gracias de manera vigorosa y avivada, y procuren predicarse a sí mismos los sermones que están estudiando, antes de que los prediquen a otros (…) por lo tanto, velen por sus propios corazones: echen fuera las pasiones y deseos pecaminosos, y las inclinaciones mundanas; mantengan una vida de fe, amor y celo santo; pasen mucho tiempo en casa, mucho tiempo con Dios (…) tengan cuidado de ustedes mismos, no sea que sus ejemplos contradigan su doctrina (…) no sea que refuten con sus vidas lo que proclamen con sus bocas (…) Debemos estudiar lo suficientemente duro como para saber cómo vivir bien, y cómo predicar bien. Debemos pensar y repensar cuál es la mejor manera de mantener nuestras vidas ocupadas en la salvación de los hombres, y en la preparación de nuestros sermones…119

De hecho, eso fue lo que realmente hicieron los puritanos, y sus escritos testifican de la calidad de su propia vida cristiana. «Un hombre no puede predicarles bien a otras personas si no le ha predicado su sermón primeramente a su propia alma», escribió John Owen. «Y aquel que no se alimenta y se nutre digiriendo primeramente el alimento que está proveyéndole a otros, no puede esperar que esas personas sientan apetito por esa comida; y además de eso, él no puede saber si la comida que está proveyendo está envenenada, a menos que verdaderamente la haya probado por sí mismo. Si la palabra no mora con poder en nosotros, no puede pasar a través de nosotros con poder».120 Perkins dijo: «Las buenas palabras son vanas sino hay una buena vida que las respalde. Que los pastores no piensen que sus palabras de oro harán mucho bien, porque si sus vidas son vidas de plomo harán mucho daño. Así como no existe un hombre más honorable que aquel que es un pastor culto y santo, tampoco existe un hombre más despreciable y miserable en este mundo que aquel que por medio de su vida liviana y lasciva hace que su doctrina sea vituperada».121 Y con respecto a eso, Calvino habló sin rodeos, diciendo: «Si él [el predicador] no se esfuerza por ser el primero en seguir a Dios, lo mejor que le podría pasar sería que se le rompiera el cuello mientras va subiendo al púlpito».122

Los maestros puritanos entendían que eso era verdad, y por lo tanto actuaban en conformidad a ello, ya que, por encima de todas las cosas eran hombres santos, y la autoridad que conllevaban sus palabras impresas no sólo era la autoridad misma de las Escrituras como Palabra de Dios, sino también la autoridad de las Escrituras como poder de Dios aplicado a la experiencia —su propia experiencia— a través de lo que ellos reconocían como la agencia iluminadora y aplicativa del Espíritu Santo. Con respecto a la doctrina de la justificación, Owen escribió:

A aquel que la quiera tratar de la manera correcta, se le exige que pese todo lo que afirma, tanto en su propia mente como en su experiencia, y que no se atreva a sugerirle a otros algo que no es una realidad dentro de él mismo, es decir, algo que no se encuentra en los rincones más íntimos de su mente, ni en sus acercamientos más cercanos a Dios, o algo que no puede testificar como real en su experiencia cuando su corazón es sorprendido por peligros, o cuando es sumergido en profundas aflicciones, ni tampoco sugiera cosas que no ha experimentado cuando piensa en su propia muerte, o cuando piensa humildemente en la infinita distancia que hay entre él y Dios.123

Lo mismo se aplicaba, según lo percibían los puritanos, a todas las demás doctrinas. En consecuencia, los predicadores se dirigían hacia las conciencias y los corazones de otros, no sin antes aplicar a sus corazones y conciencias cada una de las verdades que iban a enseñar. De esa manera ellos pusieron en práctica la fórmula que Pablo enseña en 2 Corintios 2:17: «Pues no somos como muchos, que medran falsificando la palabra de Dios, sino que, con sinceridad, como de parte de Dios, y delante de Dios, hablamos en Cristo».

La autoridad espiritual es difícil de precisar con palabras, pero la reconocemos cuando la encontramos. Es un producto compuesto de una fidelidad concienzuda a la Biblia; una percepción vívida de la realidad y la grandeza de Dios; un deseo firme de honrarlo y complacerlo; una auto examinación profunda y una autonegación radical; un gran amor por la intimidad con Cristo; una generosa compasión hacia los hombres; y una sencillez franca, enseñada por Dios y forjada por Dios, la cual es adulta en su conocimiento, pero infantil en su franqueza. El hombre de Dios tiene autoridad cuando se inclina ante la autoridad divina, y el modelo del poder de Dios en él, es como un modelo bautismal para nosotros, a través del cual aprendemos que debemos ser levantados sobrenaturalmente de las experiencias de muerte que aquejan nuestras vidas.

Los grandes puritanos siguieron este patrón en su propio día mientras luchaban contra la mala salud, las distracciones circunstanciales y las angustias, y sobre todo cuando batallaban con sus propios corazones lentos para predicar el evangelio «con vida, luz y peso»; y nosotros, que leemos tres siglos y medio después lo que ellos prepararon para sus propios púlpitos (porque, como hemos visto, la mayor parte de los materiales puritanos consiste de sermones), descubriremos que esa autoridad todavía tiene la capacidad influenciarnos. Los reformadores dejaron a la iglesia exposiciones magistrales de lo que nuestro Dios lleno de gracia hace por nosotros; mientras que el legado puritano también contiene declaraciones autoritativas de lo que ese mismo Dios hace en nosotros. Recurrir a las obras de los «escritores ingleses prácticos y fervorosos» es como entrar en un mundo nuevo; se despeja la visión, se purgan los pensamientos, se agita el corazón; uno es humillado, instruido, avivado, vigorizado, rebajado en arrepentimiento y elevado en seguridad. ¡No hay una experiencia más saludable que esa! Las iglesias y los cristianos de hoy son lamentablemente laodicenses: complacientes, somnolientos, superficiales, y tibios. Nos estamos sofocando y necesitamos ser avivados. ¿Qué podemos hacer? Abrir las ventanas de nuestras almas para dejar que entre el aire fresco del siglo XVII; creo que esa sería la cosa más sabia que podemos hacer.

LOS PURITANOS Y LA BIBLIA

Capítulo cinco

JOHN OWEN Y LA
COMUNICACIÓN DE DIOS

1

uién era John Owen? Su nombre ya ha aparecido en este libro (y aparecerá muchas veces más), aunque hasta el capítulo doce analizaremos su perfil de manera más amplia y detallada. Por ahora sólo me queda decir que, en la opinión general de la gente, él no es el más versátil, pero sí el más grande entre los teólogos puritanos. Si consideramos la solidez, la profundidad, la vastedad y la majestad con las que, a través de las Escrituras, exhibe los tratos de Dios para con la humanidad pecadora, no hay nadie que se le compare. En cada tema que maneja, sin contar los límites que impone sobre los sínodos y magistrados, sus escritos se encuentran en el centro de la corriente principal puritana, totalmente alineados con los estándares de Westminster y con el ideal de piedad que hemos ido desarrollando. Todos mis capítulos acerca de Owen dan evidencias que respaldan esa afirmación, tal como podrán notarlo. En sus días, Owen fue visto como el principal bastión de Inglaterra y como el mejor defensor de la ortodoxia evangélica reformada, y él no dudó que Dios le hubiera dado este papel; pero su interés radicaba en ampliar y profundizar la comprensión de las realidades confesadas por la ortodoxia, y por otra parte, todo lo que escribió está impregnado de una conciencia humilde y dispuesta a humillarse más, reconociendo que, debido a sus limitaciones (pues así lo creía sinceramente), el entendimiento que tenía hasta ese momento, aunque él lo consideraba como algo verdadero, seguía siendo deficiente. En esto, como en la mayoría de las cosas, se parecía más a Juan Calvino que a ningún otro líder puritano.

2

Si el título de mi capítulo actual se interpretara de acuerdo con el idioma Oweniano, podría tener licencia de abarcar todo el campo de la obra del Espíritu Santo al aplicar la redención: porque John Owen usó la palabra «comunicación» para referirse a cada beneficio divino que es otorgado al hombre. Sin embargo, yo me limito a utilizar esa palabra en su sentido moderno, y lo que propongo explorar es la manera en la que John Owen expone la comunicación cognitiva de Dios a los hombres; en otras palabras, su doctrina del Espíritu y la Palabra, o la manera en la que él respondería a la pregunta: ¿Cómo es que Dios nos lleva a conocerlo y a comprender el mundo de la realidad espiritual?

Evidentemente, la transmisión del entendimiento espiritual no es un fin en sí mismo; y, como Owen lo reconoce, siempre tiene que ser vista y valorada como un medio para alcanzar algo más grande: conocer a Dios y disfrutar de Él. No obstante, aunque no es un fin, es un tema en sí mismo, y se puede delimitar claramente en términos del concepto de la comunicación de la mente de Dios hacia las mentes de los hombres. De hecho, esos fueron los términos bajo los que Owen veía y discutía esa doctrina, antes que tratarla en términos de las categorías formales de revelación, inspiración, iluminación e interpretación, las cuales eran, y todavía son, las divisiones temáticas más comunes en los libros de texto de teología. Eso no significa que Owen evite por completo el uso de estas categorías, porque sí usaba esas categorías, pero lo que captaba principalmente su interés era la acción comunicativa de Dios como un todo, y lo sorprendente de su presentación es la forma orgánica en la que, al igual que Calvino, mantiene estos temas unidos dentro del contexto tan amplio y dinámico que nos provee esta doctrina que nos enseña la manera en la que Dios hace que su mente sea conocida por los pecadores.

Hasta donde yo sé, Owen nunca mencionó que, por implicación, debido a que fue creado a la imagen de Dios, el hombre tenía la capacidad de recibir y responder a las comunicaciones del Creador. Sin embargo, esto se presupone constantemente debido a que, por un lado, insiste en que la imagen de Dios en Adán era un estado conformidad responsiva a la voluntad de Dios y, por otro lado, insistía en que Dios nos da conocimiento de Su mente por medio de poner en acción nuestras mentes. Owen afirma que Dios nos instruirá en lo que respecta su mente y voluntad, por medio de las facultades racionales de nuestras almas.124 Al igual que todos los teólogos reformados de su época, y ciertamente con el respaldo de la Biblia, Owen presupone una afinidad directa y una correspondencia entre la mente de Dios y del hombre, de modo que Dios puede hablarnos con palabras, y, nosotros, dentro de los límites de Su propia revelación, podemos comprenderlo en nuestros pensamientos. Pero, obviamente, eso no quiere decir que podamos medir a Dios en ningún sentido: Dios mide al hombre, pero el hombre no es capaz de medirlo a Él. No podemos sondear el misterio de Su ser (en ese sentido, Él es totalmente incomprensible para nosotros), y hay muchas «cosas secretas» (Deuteronomio 29:29) en Su plan que no nos ha dicho; además, podemos estar completamente seguros de que, sin importar cual sea el estado actual de nuestra peregrinación, muchas de las cosas que nos ha dicho aún no las hemos entendido. Sin embargo, en la medida en que nuestros pensamientos sobre Él corresponden con lo que Él dice sobre Sí mismo, serán pensamientos verdaderos acerca de Él, y constituirán un conocimiento real de Él, y ese es un conocimiento fundamental para nuestro trato real con Él. En este sentido, Owen, al igual que Calvino, parece ser un racionalista cristiano, quien, sin pensarlo dos veces, habría condenado el irracionalismo de la idea neo–ortodoxa de un «conocimiento» de Dios que proviene de «encuentros» con Él, que no son de carácter comunicativo. Lo fundamental para nuestro conocimiento de Dios, según la opinión de Owen, radica en nuestro conocimiento acerca de Él, el cual nos es dado por Él mismo por medio de Su propio testimonio verbal.

Sin embargo, Owen, como todos los pensadores reformados convencionales, ve un problema aquí. El pecado dentro de nosotros, ese impulso anti–Dios que forma parte de la composición humana debido a que es el legado de Adán para su posteridad, tiene consecuencias noéticas y de comportamiento: ya que garantiza de manera universal una falta de respuesta a la verdad y a la realidad espiritual, lo cual el Nuevo Testamento denomina como dureza y ceguera de corazón. Por lo tanto, una instrucción más racional resulta ineficaz sobre los corazones de los hombres; solo la iluminación del Espíritu Santo, la cual abre nuestro corazón para recibir la palabra de Dios y abre la palabra de Dios para que sea clara en nuestros corazones, puede traer entendimiento, convicción y aceptación de las cosas que Dios declara. Ningún puritano tiene un sentido más agudo que Owen de la trágica oscuridad y la perversidad de la mente humana caída y, por lo tanto, de la absoluta necesidad de que el Espíritu obre tanto en el predicador o maestro como en el oyente o alumno, porque de otra manera sería imposible que ocurriera una comunicación efectiva de las cosas divinas.

Por esta razón, resulta conveniente analizar el concepto de la comunicación divina de Owen bajo los siguientes cinco encabezados: (1) la transmisión de la revelación; (2) la inspiración de la Escritura; (3) la autenticación de la Escritura; (4) el establecimiento de la fe en la Escritura; (5) la interpretación de la Escritura. Cada uno de esos encabezados cubre lo que Owen veía como un elemento distintivo de las complejas actividades a través de las cuales el Espíritu Santo introduce en nuestra mente los pensamientos que están en la mente de Dios.

Los documentos fuente en los que encontramos esas verdades, son principalmente tres. El primero, publicado en 1658, se titula: Of the Originall, Authority, Self–evidencing Light and Power of the Scriptures, with an Answer to that Enquiry, How we know the Scriptures to be the Word of God [Del origen, la autoridad, y la luz y el poder auto atestiguadores de las Escrituras, con una respuesta a la pregunta: ¿cómo sabemos que las Escrituras son la Palabra de Dios?]. El segundo y el tercero pertenecen a una serie de tratados, de los cuales, Pneumatologia: A Discourse Concerning the Holy Spirit [Pneumatología: Un discurso concerniente al Espíritu Santo] (1674) era el primero, y en el cual Owen se abre paso sistemáticamente a través de todo el material bíblico acerca de la tercera Persona de la Trinidad. Pero los dos tratados que nos interesan, el tercero y el segundo tanto de la serie de Owen como de nuestra lista de fuentes, son: The Reason of Faith: or an Answer to the Enquiry, Wherefore we believe the Scripture to be the Word of God; with the causes and nature of that Faith wherewith we do so [La razón de la fe, o una respuesta a la pregunta: ¿Por qué creemos que la Escritura es la Palabra de Dios?; con las causas y la naturaleza de la fe con la cual creemos eso] (1677), y, Causes, Ways, and Means of Understanding the Mind of God as revealed in His Word, with assurance therein: and a Declaration of the Perspicuity of the Scriptures, with the external means of the Interpretation of them [Causas, formas y medios para entender la mente de Dios como se revela en Su Palabra, con una confianza en ella: Y una declaración de la perspicuidad de las Escrituras, con los medios externos de la interpretación de ellas.] (1678).1 Todas estas obras golpearon ocasionalmente a iluministas y a teólogos racionalistas, pero principalmente tienen una inclinación hacia la polémica anti romana; Owen está escribiendo para derrocar las afirmaciones romanas, en primer lugar, la afirmación de que la fe en la Escritura como la Palabra de Dios debe basarse en la autenticación tradicional de la Iglesia y, en segundo lugar, la idea de que el cristiano común no debe intentar interpretar la Biblia por sí mismo, sino que debe dejar que la Iglesia institucional haga eso por él. El objetivo de Owen es mostrar que todo eso pertenece al oficio prometido y revelado del Espíritu Santo, y que Él se encarga de llevar al pueblo de Dios hacia la fe en la Escritura como divina, y también se encarga de llevarlos a una comprensión de la Escritura como la ley de la vida y el mensaje de salvación. Sin embargo, dado que su método para argumentar en estos tratados siempre es expositivo, mediante apelaciones a diferentes textos bíblicos, y debido a que los tratados mismos son constructivos y edificatorios en lo que respecta a su propósito principal, y además, gracias a que el toque polémico es muy tenue (como es común en los escritos de Owen, aunque era muy poco común en su época), es fácil leerlos sin pensar en su propósito controversial. Pero necesito aclarar algo, ¡no estoy diciendo que sea fácil leerlos! (estaría mintiendo); aunque sí me aventuro a decir que, el trabajo pesado que conlleva leer estos tratados desorganizados y tediosos es una labor que puede producir frutos abundantes y muy valiosos.

No hay duda de que estos temas que aborda Owen siguen siendo muy importantes en la actualidad. Pues en estos días, la doctrina de la revelación ha sido puesta en el crisol; es decir, la creencia histórica en la comunicación verbal de Dios a través de la Biblia está siendo menospreciada; ¿será posible que Owen, el teólogo británico más grande de sus días (y posiblemente el más grande de todos los tiempos), nos ayude a recuperar y restablecer esta verdad? ¿O acaso él también es vulnerable a las criticas? Una característica de la escena teológica contemporánea es la polémica de Karl Barth y algunos de sus seguidores en contra de los expositores de la ortodoxia reformada del siglo XVII, porque de acuerdo con lo que ellos afirman, estos expositores son culpables de haber abreviado su doctrina de la comunicación divina, por medio de «congelar» al Espíritu en las Escrituras. La queja que Barth plantea es que, habiendo comenzado bien afirmando el origen divino de la Escritura, estos teólogos permitieron que el racionalismo se infiltrara en su exposición bíblica y en su teología, debido a que no consideraron este asunto eficazmente, es decir, no analizándolo a través de la doctrina del Espíritu como Señor e instructor de la Palabra escrita. Pero debido a que la propia doctrina que Barth propone acerca de la Escritura, cuando habla de Su origen divino es totalmente problemática, y debido a que sus interpretaciones teológicas de la misma parecen ser impuestas al texto en lugar de ser extraídas del mismo, uno se siente tentado simplemente a replicar diciendo: «Médico, cúrate a ti mismo», y quisiéramos dejar ese asunto por la paz —pero esa es una crítica seria, que fue hecha de buena fe, de manera que, si esa crítica es válida en contra de Owen, quien, de entre todas las cosas que era, ciertamente fue uno de los teólogos reformados más importantes, eso sería una verdadera limitante para que sus escritos pudieran ayudarnos en la actualidad. ¿Pero acaso es una queja válida en contra de él? Será interesante seguir avanzando para encontrar la respuesta. Y lo que encontraremos es que, cuando esa crítica se aplica a Owen es completamente inválida, y también veremos que ese punto en el que Barth considera que la generación de Owen era deficiente, en realidad es el punto más sólido de Owen, y el que mejor dominaba.

3

Habiendo dicho eso, procedamos a ver la primera de nuestras subdivisiones: la transmisión de las revelaciones. Normalmente, Owen utilizaba la palabra «revelación» para denotar cualquier comunicación informativa directa de Dios, es decir, el dar a conocer las cosas que no podrían ser conocidas de otra manera. Tales comunicaciones, de acuerdo con él, fueron transmitidas a los receptores por medio de una voz o impresión interna, que en ocasiones era acompañada por un sueño o una visión. Owen agrupa todas las revelaciones de este tipo bajo el título de profecía, definiendo a un «profeta» como a «uno que solía recibir revelaciones divinas».125 Él afirma que los patriarcas, de Adán en adelante, que recibieron revelaciones de Dios, fueron «guiados por un espíritu profético», y pueden ser llamados profetas, tal como fue llamado Abraham en Génesis 20:7.

La transmisión de estas revelaciones fue la obra del Espíritu Santo, Quien es «el autor inmediato de toda revelación divina»,126 y a partir de las narrativas, es evidente que estas revelaciones estaban acompañadas de certeza de su origen divino. Ya que por sí mismas les daban a sus receptores la evidencia de que se trataba de un mensaje de parte de Dios, y por lo tanto, exigían lealtad y obediencia de manera absoluta, sin importar cuan inexplicable pudiera parecer su contenido, como en el caso de Abraham cuando se le dijo que sacrificara a Isaac (la naturaleza de esta cualidad auto evidenciable o autoatestiguadora será analizada más adelante). Adán, Abraham, Moisés y todos los demás a quienes vino la palabra de Dios no necesitaban preguntar cuál era la fuente del mensaje; pues ellos sabían — es decir, se encontraban en una condición de completa seguridad y eran incapaces de dudar— que provenía de Dios y actuaron en conformidad a ello. De manera que, por fe alcanzaron buen testimonio.

En la mayoría de los casos, las revelaciones dadas a los profetas no fueron principalmente para ellos, sino para otros, a quienes se les encargó que las transmitieran. Owen sabía que los profetas eran, tanto pronosticadores como comentaristas, o como él mismo dice: «los profetas son los intérpretes, los declaradores de la Palabra, la mente, la voluntad, o los oráculos de Dios para los demás».127 En la providencia de Dios, esas revelaciones, que ahora «son de uso general para la Iglesia»128, fueron plasmadas por escrito, y de esa manera, las Escrituras del Antiguo Testamento comenzaron a crecer hasta alcanzar su tamaño actual. Un proceso similar fue el que produjo el Nuevo Testamento: el Espíritu capacitó a los apóstoles para «recibir, comprender y declarar infaliblemente todo el consejo de Dios en Cristo»,129 de manera que pudieran escribir lo que sabían para la instrucción de las generaciones posteriores. En un pasaje anti romano, Owen refuerza su argumento diciendo que, un registro escrito, a diferencia de la mera tradición oral, siempre es necesario para que las revelaciones de Dios sean preservadas de la corrupción y la pérdida:

Antes de que empezara la comisión de redactar las Escrituras, Dios le había dado al mundo una prueba de eso, ya que los hombres guardaban esta revelación por tradición oral; pero en el transcurso de unos cientos de años después del diluvio, todo el conocimiento que había de Él se había perdido, tanto por causa de las artimañas de Satanás, como por la vanidad de las mentes de los hombres, la cual es indescriptible; de tal manera que, no había nada mejor que la creación de un mundo nuevo, o la erección de un nuevo estado–iglesia por medio de nuevas revelaciones, para poder restaurar ese conocimiento. Después de esa gran prueba, no sé qué cosa buena podemos esperar de la tradición oral.130

Una vez que se redactaron las Escrituras y se completó el testimonio profético y apostólico acerca de Cristo, no hubo más necesidad de revelaciones privadas de nuevas verdades, y Owen no creía en ninguna clase de revelación privada. Él se opuso al «entusiasmo» de aquellos que, al igual que los cuáqueros, pusieron su confianza en supuestas revelaciones dadas aparte de la Palabra, y que iban más allá de la enseñanza bíblica. Así que, debido a que tenían esa actitud, Owen se refería a los cuáqueros con la palabra en latín fanatici(fanáticos). Y se apresuró a aplicar contra ellos el viejo dilema de que, si sus «revelaciones privadas» concuerdan con las Escrituras, no son necesarias, y si no concuerdan, son falsas.

En todo esto, Owen siguió el camino trillado de la exposición reformada, el mismo que tomó Calvino y los que le siguieron, y no hay nada nuevo en ninguno de los puntos que presenta.

Ahora, procedamos con nuestro segundo tema: la inspiración de la Escritura. Aquí, una vez más, la línea que sigue Owen es el estándar de enseñanza reformada de su época. Él define la «inspiración» como la exhalación del Espíritu Santo a través de la cual las revelaciones son dadas, recibidas y transmitidas tanto de manera oral como escrita. Los medios humanos de la inspiración, de acuerdo con Owen, son pasivos durante el proceso, en el sentido de que no participan en el origen de la revelación: pues, aunque sus mentes están activas en un sentido psicológico, en realidad están actuando en respuesta, o, en palabras de Owen, «actúan» por el Espíritu, en otras palabras, son «inspirados [movidos] por el Espíritu Santo» (2 Pedro 1:21). Para ilustrar eso, voy a citar parte de lo que Owen afirmó cuando estaba exponiendo el texto anterior:

El Espíritu los preparó [a los profetas] para recibir las impresiones que hizo sobre ellos, y confirmó sus memorias para que las retuvieran. Aunque en realidad, Él no iluminó y elevó sus mentes como para darles un entendimiento claro y una comprensión completa de todas las cosas que les fueron declaradas. En estas inspiraciones había cosas más profundas de lo que ellos podían indagar [Owen está pensando en la declaración de 1 Pedro 1:10–11, en la que se afirma que ni los profetas mismos entendían el significado completo de sus propias palabras cuando hablaban acerca de Cristo]. Pero sí elevó y preparó sus mentes de una manera tal que, ellos fueron capaces de recibir y retener las impresiones de las cosas que les fueron comunicadas por Él. Así como un hombre afina las cuerdas de un instrumento, para que éste sea capaz de recibir de manera correcta las impresiones de sus dedos, y pueda producir los sonidos que él pretende producir (…) de esa manera Él inspiró sus facultades, haciendo uso de ellos para expresar Sus palabras, no las palabras de ellos.131

Con lo anterior podemos comparar el relato del mismo Owen acerca de la obra del Espíritu Santo para inspirar a los redactores de las Escrituras:

Por lo tanto, hay tres cosas concurriendo en esta obra. 1. La inspiración de la mente de estos profetas, con el conocimiento y la comprensión de las cosas comunicadas hacia ellos. 2. La sugestión de palabras hacia ellos, para expresar lo que fue concebido en sus mentes. 3. La guía de sus manos, al plasmar las palabras sugeridas; o la guía de sus lenguas, al pronunciarlas a aquellos a quienes tenían la comisión de escribir; como cuando Baruc escribió la profecía que fue pronunciada por boca de Jeremías (Jeremías 36:3,8). Si alguno de estos elementos faltara, la Escritura no podría ser absoluta y completamente divina e infalible.

Sin embargo, esta integridad de la iniciativa y el control divinos no significó que las personalidades o características humanas de los escritores fueron eliminadas.

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