Читать книгу: «En pos de los puritanos y su piedad», страница 8

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Y dentro de la hermenéutica puritana estaba incrustada una creencia, la cual había sido argumentada de una manera tan exitosa por los reformadores, que sus sucesores ingleses pudieron darla por sentada y ponerla en práctica, y esa era la creencia de que, la justificación por gracia y por fe a través de los méritos de Cristo, era como un prisma dado por Dios, a través del cual tenían que ser pasadas todas las Escrituras, para poder ver plenamente cuál era la luz y la verdad que éstas tenían para nosotros. William Tyndale, quien, en éste como en muchos otros asuntos, puede ser llamado el abuelo de la teología práctica puritana, explicó la afirmación anterior de la siguiente manera:

Por lo que estos dos puntos, es decir, la ley interpretada espiritualmente, entendiendo cómo es que aquello que no es hecho con un amor sincero desde lo profundo del corazón es un pecado condenable (…) y el hecho de que las promesas que han sido dadas al alma arrepentida que tiene sed de ellas y clama por ellas ante la misericordia paternal de Dios, sólo a través de nuestra fe, sin tener mérito alguno por nuestras obras, sino sólo por Cristo y por los méritos de Sus obras (…) yo considero que, si esos dos puntos están escritos en tu corazón, serán la llave que abrirán las Escrituras ante ti…99

Y las directrices para el estudio de las Escrituras continúan. Tyndale hace referencia a 2 Timoteo 3:16; Romanos 15:4; y 1 Corintios 10:11, y procede diciendo:

Por lo tanto, busque en las Escrituras, conforme las va leyendo, primero la ley (lo que Dios nos manda hacer); y después las promesas (…) en Cristo Jesús nuestro Señor. Luego busque ejemplos, primero de consuelo, cómo Dios purga a todos los que se someten a caminar en Sus caminos, en el purgatorio de tribulación (…) nunca queriendo que ninguno de ellos perezca, sino que se aferren a Sus promesas. Y finalmente note los ejemplos que están escritos para infundir temor a la carne, para que no pequemos; es decir, cómo es que Dios soporta a los pecadores impíos y perversos, permitiendo que continúen en su maldad (…) los cuales endurecen sus corazones contra la verdad, y como consecuencia, Dios los destruye por completo.100

Y continúa instruyendo:

para que pueda usted tomar las historias y las vidas que están contenidas en la Biblia como ejemplos seguros e indubitables de que Dios tratará con nosotros hasta el fin del mundo.101

Una vez que esos principios son aplicados, de acuerdo con Tyndale, las Escrituras se interpretarán a sí mismas: «La Escritura da cuentas de sí misma, y siempre se expone a sí misma por medio de otro texto abierto».102 La llave es la justificación por la fe, y la puerta (como es de esperarse) es la epístola a los Romanos. «Una luz y un camino hacia la Escritura completa», como Tyndale la llama, y traduce el veredicto de Lutero al respecto: «una luz brillante, y suficiente para alumbrar toda la Escritura».103 Estos principios exegéticos fueron transmitidos a la hermandad puritana por Perkins, quien estableció que, si uno comenzaba a estudiar Romanos y continuaba con el Evangelio de Juan, tenía la clave para entender toda la Biblia.104 En ese sentido, los estudios más detallados nos demuestran que, prácticamente estos principios tienen un estado axiomático en toda exégesis puritana.

Los recuentos puritanos acerca de la fe —la fe que trae justificación y por la cual los cristianos viven cada día— no son uniformes en todos los aspectos. Todos los escritores están de acuerdo en que la fe es más que una simple creencia de hechos conocidos, pero cuando intentan mostrar qué más es, sus definiciones divergen un poco. Perkins, consciente de la manera en la que los reformadores utilizaban las Escrituras para correlacionar la fe con el testimonio del Espíritu en las promesas de Dios, llegó a la conclusión de que la esencia de la fe está en la seguridad aplicativa, la cual veía como un ejercicio de la mente; Ames, su discípulo, consciente de la manera en la que los reformadores usaron la Escritura para presentar al Cristo vivo, crucificado y resucitado, como el objeto de la fe, y evidentemente influenciado por la perspectiva voluntarista de los Arminianos, con quienes debatía constantemente, concluyó que la esencia de la fe reside en recibir y confiar personalmente en Cristo a través de los términos del pacto, lo cual él veía como un ejercicio de la voluntad; y la mayoría de los recuentos puritanos que se escribieron después de Ames, y posiblemente también antes, incluyen ambos elementos.105 Pero todos los puritanos ven la fe como algo que involucra la conciencia, es decir, el juzgarse a sí mismo en la presencia de Dios a la luz de la verdad bíblica, y por lo tanto, estructuran todas sus exposiciones bíblicas con el propósito de inducir y nutrir la fe, utilizando directrices prolongadas y apelaciones a la conciencia. Un ejemplo típico de esta disciplina mental consciente en este asunto es la directriz de John Owen al comienzo de su gran y complejo tratado The Doctrine of Justification by Faith[La doctrina de la justificación por la fe]:

Es la dirección práctica de las conciencias de los hombres, en su aplicación a Dios por Jesucristo, para la liberación de la maldición debida al estado apóstata, y para la obtención de la paz para con Él (…) eso es lo único para lo cual está destinado el manejo de esta doctrina (…) Y no podemos tratar esta doctrina de manera segura o útil, sino únicamente en lo que respecta a los mismos fines para los cuales es declarada, y para los cuales se aplica en la Escritura, no debemos (…) apartarnos de atender este caso y su resolución, en todos los discursos de este asunto. Porque nuestra obligación con respecto a la función de esta doctrina es buscar la instrucción, la satisfacción, y la paz de las conciencias de los hombres, en lugar de ocuparnos en las nociones curiosas y las disputas sutiles.106

Y esto sucedía no solamente respecto a la justificación, sino que en todas las cosas, desde el principio hasta el fin, la consideración puritana del enfoque, ejercicio y fruto de la fe, se estructuraba en términos de la conciencia que recibe la Palabra de Dios, y que por Su luz, emite un juicio propio equivalente al de Dios, y considera que su propio estado delante de Él puede ser, o es en misericordia de pacto mediante Cristo. Eso explica por qué, en esa época, ellos a menudo eran llamados «experimentales», y nos aclara a qué se referían cuando hablaban de la «experiencia» cristiana. En ese sentido, no usaban esa palabra para referirse a todos los estados de conciencia y emoción como tales; la usaban con cuidadosa precisión para referirse a todo lo que está relacionado con vivir la vida de fe, a través del ejercicio de conciencia en la palabra de Dios. Y cuando hablaban acerca de la experiencia, tampoco se referían a su propia experiencia como un punto de referencia; en realidad, lo que hacían era leer la Biblia como un libro de experiencia normativa, sin dejar de considerar que también es un libro de doctrina normativa. Así que, cuando hacían eso, estaban en busca de un ideal que era un tesoro peculiar del biblicismo agustiniano, el cual estaba presente en el mismo Agustín, en San Bernardo, en los reformadores, en los puritanos originales, o en los puritanos de los últimos días tales como C. H. Spurgeon y Martyn Lloyd–Jones. De manera que, lo que los agustinos ven, en contraste con lo que otros no ven, es que aquellos documentos bíblicos en los que los escritores transmiten su enseñanza al contar su experiencia, son textos que deben establecer estándares de experiencia espiritual y estándares de verdad divina, y deben exponerse de tal manera que se enfaticen y se hagan cumplir tanto los unos como los otros. Si, en particular, la enseñanza apostólica ha de ser presentada como definitiva, también lo debe ser la experiencia apostólica, ya que los apóstoles regularmente cuentan su doctrina en términos de su efecto en sus propias vidas, y la respuesta de sus propias conciencias ante ella: una y otra vez, tanto su mensaje como su experiencia se expresan en términos que se relacionan unos con otros. (Para ilustrar esto, podemos considerar Romanos, 2 Corintios, Gálatas, Filipenses y 1 Juan como ejemplos). Aquí hay otro asunto sobre el cual es apropiado decir: lo que Dios juntó, no lo separe el hombre.

En ese sentido, los puritanos eran verdaderamente ejemplares. Al estudiar las epístolas del Nuevo Testamento, los Salmos y los «ejemplos» de fe y fidelidad y sus contrapartes en ambos Testamentos, los puritanos, además de elaborar una completa serie de formulaciones de la doctrina de la gracia de Dios, también formularon una serie de experiencias distintivas que deberían resultar de cada una de esas doctrinas; y así como aprendieron a refutar herejías y corregir errores que estaban distorsionando el evangelio apostólico, también aprendieron a diagnosticar y prescribir tratamiento, no como los curanderos charlatanes (que eran «empíricos ciegos» como los llama Holland, los cuales causan estragos en el alma que son mucho más severos que los estragos causados por los curanderos corporales) sino como verdaderos médicos con una base teórica adecuada para respaldar los diagnósticos y los remedios que ofrecen. Aquellos que ven a los reformadores como quienes le han dado a la iglesia las formulaciones clásicas de la doctrina de la gracia salvadora de Dios, deberían reconocer a los puritanos como exponentes clásicos, por su comprensión de la fe y la conciencia, y por la aplicación de esa doctrina a las necesidades espirituales humanas. Si los reformadores son los teólogos clásicos, entonces los puritanos tienen que ser los guías espirituales y pastores clásicos, eso es algo que cualquiera puede descubrir casi inmediatamente después de empezar a leer sus escritos.

En tercer lugar, los puritanos eran educadores de la mente. En este punto hago referencia a su método de enseñanza. Durante los siglos XVI y XVII se le dio mucha importancia a la teoría educativa, de manera que los pastores puritanos como cuerpo tenían una técnica educativa bien planificada, y eso es justo lo que ahora vamos a explorar.

El punto de partida fue su certeza de que la mente debía ser instruida e iluminada antes de que la fe y la obediencia fueran posibles. «La ignorancia constituye casi cada error», escribió Baxter, y una de sus máximas favoritas sobre la predicación era: «primero la luz, después el calor». El calor sin luz, es decir, la pasión en el púlpito sin precisión pedagógica, no le serviría a nadie. Para ellos, si los congregantes de la iglesia demostraban una falta de disposición para aprender la fe y aceptar la instrucción de los sermones, eso era una señal segura de la falta de sinceridad que había en sus corazones. «Si alguna vez llegan a ser convertidos, esfuércense por hallar el verdadero conocimiento», le dijo Baxter a su congregación de la clase trabajadora, y cuando ellos se comportaron como las congregaciones modernas y objetaron diciendo: «nosotros no somos personas letradas, y por lo tanto, Dios no exigirá mucho conocimiento de nosotros», él respondió de la siguiente manera:

(1) Todo hombre que tenga un alma capaz de razonar debe conocer al Dios que lo creó; y saber el fin por el cual debe vivir; y conocer el camino hacia su felicidad eterna, y eso es una realidad tanto para ustedes como para los más eruditos: ¿acaso sólo los hombres letrados tienen la necesidad de que sus almas sean salvadas para que no se pierdan? (2) Dios les ha aclarado Su voluntad en Su Palabra; Él les ha dado maestros y muchas otras ayudas; para que no tengan excusa si son ignorantes; y aunque no sean eruditos tienen la obligación de saber cómo ser cristianos. Ustedes pueden encaminar sus almas hacia el cielo en su lengua materna, aunque no tengan conocimientos del hebreo o del griego; pero si permanecen en la oscuridad de la ignorancia nunca van a encontrar el camino. (3) …Por lo tanto, si ustedes creen que pueden permanecer privados del conocimiento, también pueden creer que estarán privados del amor y de toda obediencia; porque no puede haber ni amor ni obediencia sin conocimiento (…) Si en lo que respecta a la disposición de obtener el conocimiento de Dios y las cosas celestiales tuvieran la misma disposición que tienen para adquirir el conocimiento necesario para trabajar en sus negocios, entonces hoy mismo antes de que empezara el día se habrían encargado de buscar ese conocimiento, y no habrían escatimado en costos ni esfuerzos hasta que lo hubieran obtenido. Pero ustedes consideran que siete años es apenas el mínimo suficiente para aprender un oficio, y no están dispuestos a apartar un día entre siete para aprender diligentemente acerca de los asuntos de su salvación.107

Y en otra parte les dijo:

Si el cielo es algo demasiado alto como para que ustedes piensen en él, y se preparen para entrar en él, entonces también será algo demasiado alto como para que lo posean.108

Todos los puritanos consideraban que los sentimientos religiosos y las emociones piadosas sin conocimiento eran algo peor que inútil. Para ellos, sólo después de haber sentido la verdad, era posible que las emociones se volvieran de alguna manera deseables. Cuando los hombres sentían y obedecían la verdad que conocían, eso se consideraba como una obra del Espíritu de Dios, pero cuando ellos eran sacudidos por sentimientos sin conocimiento, eso era considerado como una señal segura de que el diablo estaba obrando, ya que los sentimientos divorciados del conocimiento, junto con la urgencia por actuar en la oscuridad de la mente, ambas cosas eran consideradas tan dañinas para el alma como lo era el conocimiento sin obediencia. Entonces, la enseñanza de la verdad era la tarea principal del pastor, y de la misma manera, el aprendizaje de la verdad era la tarea principal del laico.

¿Pero de qué manera debía ser enseñada la verdad? Principalmente, desde el púlpito, por medio de un análisis sistemático y una aplicación bíblica de los textos, y todo eso era abordado como declaraciones del Espíritu Santo. El método básico fue establecido por Perkins en su obra The Art of Prophecying [El arte de profetizar]. El predicador tiene la obligación de ser un siervo del texto, convirtiéndose en un simple portavoz de su mensaje. Lo primero que debe hacer es parafrasear el texto, dar la «conexión» (contexto) y señalar su estructura y sus componentes, es decir, «dividir» el pasaje: y todo eso para asegurarse de que sus lectores entiendan el significado general y el alcance que estaba en la mente del escritor bíblico. Después tiene que extraer una o más proposiciones doctrinales que están afirmadas, implicadas, presupuestas, o ejemplificadas en el texto. Por ejemplo, Arthur Hildersam a partir del Salmo 51:1–2 «plantea» las siguientes tres «doctrinas»:

Que el pueblo de Dios, cuando está en aflicción, debe correr a Dios en oración y buscar consuelo de esa manera; que el perdón del pecado es más deseable que la liberación de los juicios más grandes que nos pueden sobrevenir; que aún los mejores siervos de Dios no tienen ningún fundamento para buscar el favor de Dios para el perdón de sus pecados, sino solo el fundamento de la misericordia del Señor.109

John Owen, a partir de la segunda mitad de Romanos 8:13, plantea estas tres doctrinas:

Los creyentes más selectos, quienes tienen la seguridad de que han sido librados del poder condenatorio del pecado, aún deben ocuparse todos los días en la mortificación del poder del pecado interno; El Espíritu Santo (…) es el único suficiente para esta obra (…); El vigor, el poder y el conforte de nuestra vida espiritual dependen de nuestra mortificación de las obras de la carne.110

El libro de Baxter A Call to the Unconverted [Un llamado a los inconversos] es una extensa exposición de siete doctrinas derivadas de Ezequiel 33:11:

Es una ley inmutable de Dios, que los impíos vivirán si se vuelven; Dios se complace en la conversión y la salvación de los hombres, pero no se complace en su muerte o condenación (…); Eso es una verdad innegable, que (…) Dios (…) ha confirmado (…) solemnemente por Su juramento; El Señor reitera Sus mandamientos y persuasiones a los impíos para que se vuelvan; El Señor condesciende al razonar el caso con ellos, y les pregunta a los malvados, ¿por qué moriréis? Si después de todo esto, los malvados no se vuelven, Dios no dejará que pase mucho tiempo antes de que perezcan, pero perecerán por sí mismos (…) ellos morirán porque quisieron morir.111

Una vez que estas doctrinas eran establecidas, los predicadores procedían a «probarlas» por medio de un análisis más profundo del texto, además de apelar a otros pasajes de la Escritura; ellos también tenían la obligación de «aclarar» los posibles malentendidos y dificultades del texto y «confirmar» la veracidad del texto ante las objeciones que pudieran surgir en la mente de los oyentes. Por otra parte, los predicadores debían llevar la «doctrina» hacia la aplicación o «uso». Por lo general ellos subdividían la aplicación en varios «usos» particulares, es decir, los diferentes usos de la información, a través de los cuales la verdad se aplicaría para instruir a la mente y moldear el juicio, de modo que el hombre pudiera aprender a ajustar sus pensamientos y opiniones en conformidad a la mente revelada de Dios. Entre estos usos se encontraban: los usos de exhortación o de disuasión, mediante los cuales le mostraban al oyente qué hacer y qué no hacer a la luz de una doctrina; los usos de lamentación y persuasión, mediante los cuales el predicador intentaba que los oyentes fueran conscientes de la necedad ciega de aquellos que no responden a la gracia de Dios que era demostrada en la doctrina, con el objetivo de despertar en ellos la intención de actuar en respuesta a esta gracia; los usos de consolación, mediante los cuales la doctrina era mostrada como una respuesta a las dudas y la incertidumbre; los usos de juicio, o de auto examinación, mediante los cuales el predicador llamaba a la congregación a juzgar su propia condición espiritual a la luz de una doctrina (la cual, por ejemplo, podía declarar una de las marcas de un hombre regenerado, o alguna obligación o privilegio del cristiano); y muchos otros tipos de usos. Los detalles particulares de este método expositivo pudieron haber variado, pero siempre dentro de los conceptos de la doctrina y los usos. En ese sentido, John Owen comentó: «Si un sermón no tuviera doctrina y uso, sería un sermón muy burdo».112

La aplicación siempre debe ser relevante, de lo contrario lo único que tendríamos en los sermones sería un histrionismo hueco, y debido a que las congregaciones contienen personas con muchas condiciones espirituales diferentes, se debe presentar una amplia gama de aplicaciones constantemente. Siempre debe haber algo de aplicación para cada oyente. Perkins les ofrece a los predicadores una cuadrícula de siete partes para planificar sus aplicaciones.113 En primer lugar, él dice que el predicador se va a encontrar con «no creyentes: sin conocimiento y sin disposición a ser enseñados»; para los cuales propone la estrategia de «reprender en ellos algunos de sus pecados notorios, para que, siendo perforados y aterrados en sus corazones, se vuelvan personas con mayor disposición para ser enseñados». En segundo lugar, habla de que los «no creyentes, sin conocimiento, pero con disposición para ser enseñados», quienes necesitan ser instruidos con las doctrinas fundamentales del evangelio, de preferencia, a través del uso de las preguntas y respuestas del catecismo (un medio de instrucción puritana que tiene muchas ventajas) como ayuda complementaria después de los sermones. En tercer lugar, habla de las «personas con un poco de conocimiento y que no son humildes»: quienes necesitan escuchar la manera en la que la ley de Dios los condena. En cuarto lugar, las «personas humildes»: quienes necesitan escuchar «las doctrinas de la fe y el arrepentimiento, junto con las consolaciones del evangelio». En quinto lugar, las «personas que creen»: quienes necesitan ser cimentados en «(1) las doctrinas relacionadas con el evangelio: la justificación, la santificación y la perseverancia. (2) En la ley sin su maldición, a través de la cual se les debe enseñar a dar frutos dignos de arrepentimiento procedentes de una obediencia renovada». En sexto lugar, las «personas que han caído», ya sea con respecto a la fe o a la verdadera justicia: quienes necesitan « ser instruidos en esa doctrina de la que se han desviado hacia el error (…) siendo persuadidos e inculcados (o en un sentido, siendo azotados) tanto con la doctrina del arrepentimiento, como con un afecto fraternal». Y en séptimo lugar, menciona a «las personas mezcladas, un grupo mixto que se congrega en nuestras iglesias» (esto era cierto. La asistencia a la iglesia era requerida por la ley durante el reinado de Isabel. Existía una cuantiosa multa de un chelín para la primera vez que uno faltaba a la iglesia, la cual se incrementaba si uno repetía la ofensa de faltar. Esta ley, cuyo propósito era acabar con los recusantes católicos, provocó que los pastores tuvieran una audiencia cautiva constantemente, sin embargo, eso no quería decir que siempre fuera una audiencia despierta), ¿qué se recomienda hacer en esos casos? Que los predicadores cambien sus tipos de aplicaciones de manera constante. Luego entonces, las aplicaciones serán relevantes para varios oyentes, y así, el pozo de material para las aplicaciones nunca se quedará sin agua. Muchas formas y niveles de aplicaciones para hacer que uno «regrese a casa» (expresión utilizada por Alexander Whyte) pueden extraerse por inferencia de casi cualquier texto que el predicador esté utilizando.

Y debido a esto, y a causa de que de un mismo texto era posible derivar muchos puntos de doctrina diferentes, y además, ya que una vez que las doctrinas eran introducidas, ellos tenían la inclinación a sentir la necesidad de dar una explicación completa y exhaustiva para evitar malas interpretaciones, los predicadores puritanos podían «quedarse parados» en el mismo texto y usar ese mismo texto para muchos sermones consecutivos, y permanecer con un solo pasaje durante meses o incluso años. Ver el resultado de eso en su forma impresa es algo desalentador para el ojo moderno: el despliegue de tantos títulos y subtítulos es algo imponente, y uno termina fácilmente sintiéndose abrumado. Pero una de las razones principales por la que estas exposiciones nos dejan abrumados, es porque están controladas por un interés muy fuerte por la Biblia como un todo, con mucha más intensidad de lo que estamos acostumbrados. Mientras nosotros estamos acostumbrados a concentrar toda nuestra atención en el flujo de un solo pasaje sin hacer muchas alusiones a otras partes de las Escrituras, los expositores puritanos se esforzaban por mostrar cómo cada pasaje se refleja y se vincula con la enseñanza del resto de la Palabra de Dios. Además, una segunda razón por la que nos sentimos abrumados es porque, nuestra manera de presentar un tema es dar por sentado una ignorancia total e iniciar a construir de manera inductiva a partir de un punto de partida dado; pero los puritanos daban por sentado un conocimiento previo del tema y comenzaban a desglosarlo a través de un análisis transversal. La afirmación de Petrus Ramus, un educador protestante francés del siglo XVI, de que el análisis dicotómico era la mejor manera de entender cualquier tema, llevó a muchos puritanos a «dividir» de esa manera los textos y a explicarlos con lujo de detalle desde el púlpito, bajo el supuesto de que eso haría que todo lo que expusieran fuera claro y memorable. Confiamos que verdaderamente fue así para las personas de entonces, pero no podemos negar que para nosotros la lectura de los tratados puritanos en un inicio resulta ser muy compleja. Sin embargo, el ir anotando los encabezados mientras leemos, puede ayudarnos bastante para seguir la estructura de sus presentaciones en nuestras mentes.

Este método analítico puritano es la razón por la cual las exposiciones puritanas eran tan extensas: 6 000 páginas (en formato de cuarto) de Joseph Caryl acerca del libro de Job; más de 2 000 de John Owen (tamaño folio) acerca de la carta a los Hebreos; 152 sermones de Hildersam sobre el Salmo 51:1–7; más de 800 páginas (con letra pequeña en todas las ediciones modernas) de William Gurnall en su Tratado de Efesios 6:10–20, titulado: El cristiano con toda la armadura de Dios; ¡etcétera! Lo que llevó a los puritanos escribir de una manera tan extensa, fue su pasión por la minuciosidad al extraer todas las doctrinas y desarrollar todas las aplicaciones. Claramente, una vez que comenzaron a extraer implicaciones y aplicaciones, les resultó difícil detenerse. Sin embargo, su variedad de temas es excelente, y muy pocas veces repiten las mismas ideas, por otra parte, la sensación de que comienzan en el medio en lugar de al principio es algo que se olvida fácilmente a medida que continúas leyendo, y finalmente, una vez que atrapan tu interés es muy difícil que éste se desvanezca. Y si hubiera quienes me dijeran que no creen eso, yo les respondería: ¡Gustad y ved!

En cuarto lugar, los puritanos eran encargados de hacer cumplir la verdad. Este punto tiene que ver con la forma de sus palabras. Ellos le dieron la espalda a los aires de grandeza que se ganaban los predicadores «ingeniosos» de gran reputación en la corte o en Oxford y Cambridge. Por lo que, ellos en lugar de eso, escogían un estilo sencillo, directo, y solemne, que a su vez era vivaz y sin pretensiones, y ese era el estilo que tenían sus mensajes; pero esa sencillez estaba acompañada con poder. Perkins dio de qué hablar en Cambridge al predicar resueltamente de esta manera simple y lúcida; algunos que lo escucharon lo describieron como «un hombre vacío y estéril, y un académico insignificante y mezquino»114, pero cuando Thomas Goodwin fue a Cambridge en 1613, encontró el recuerdo del ministerio de Perkins todavía vivo, a pesar de que su muerte había ocurrido 11 años atrás. Al principio, Goodwin había propuesto en su corazón convertirse en un predicador «ingenioso» como el Dr. Senhouse de Saint John’s, cuyos sermones eran «el más eminente y variado fárrago de flores de ingenio en comparación con cualquiera de los padres, los poetas, las historias, o cualquier clase de texto que pudiera tener plasmada la elegancia del ingenio». Sin embargo, después de su conversión, renunció a tal presunción.

Llegué a tomar esta resolución como un principio de vida, que predicaría palabras íntegras y sanas, sin recurrir a los artificios y la vanidad de la elocuencia (…) Yo (…) me he mantenido en ese propósito y práctica durante estos 60 años [Goodwin estaba escribiendo esto al final de su vida]. He predicado lo que considero que ha sido verdaderamente edificante, tanto para la conversión de las almas como para prepararlos en el camino a la vida eterna.115

Eso era algo típico en esa época. Los puritanos como cuerpo tenían claro que el trabajo del predicador no era presumir su propio conocimiento, sino mostrar la gracia de Cristo, diseñando sus sermones con la intención de buscar el beneficio de otros, en lugar de buscar aplausos para sí mismo. Por lo tanto, la predicación puritana giraba en torno a las tres erres de la religión bíblica: ruina, redención, regeneración, y vestía a estas verdades del evangelio con el vestido formal de la simplicidad instruida.

En el prefacio de su Treatise on Conversion [Tratado sobre la conversión], Richard Baxter busca desarmar a los escarnecedores del «estilo sencillo» al explicar que en los sermones que constituyen su tratado «tenía el deber de predicar no solo a una audiencia popular, sino también a la parte más ignorante y torpe de la audiencia». Y después continúa:

Las palabras más sencillas son la oratoria más provechosa que se puede utilizar para tratar los asuntos de mayor importancia. Las palabras finas sirven para adornar, y las palabras delicadas, para deleitar a la gente; (…) y cuando estas dos clases de palabras se unen, para el oyente (…) o para el lector se vuelve muy difícil observar el asunto principal en medio de todos los adornos y las delicadezas, y es casi imposible hacer que la audiencia no se desvíe del tema (…) también es imposible escuchar o leer un discurso meticuloso, breve, y sentencioso, sin ser lastimado por él; porque eso a veces estorba la función del tema, y mantiene al corazón lejos de lo que es importante, y lo detiene por causa de tanta sofisticación, y hace que el corazón se vuelva tan ligero como ese estilo. Ninguna persona se porta con galantería y delicadeza cuando tiene que correr a apagar un incendio, y cuando vemos a una persona en riesgo no le pedimos que salga de ahí con palabras elocuentes. Cuando vemos que una persona cae en el fuego o en el agua, ninguno de nosotros levanta gentil y delicadamente a esa persona (…) Nunca olvidaré el placer que sintió mi alma, cuando Dios avivó mi corazón por primera vez con estos asuntos, y cuando recién ingresé a la seriedad en la religión: cuando leí un libro como el de los sermones del obispo [Lancelot] Andrewes , o cuando escuché ese tipo de predicación, no sentí vida en ella; pensé que estaban jugando con las cosas santas (…) Pero fue ese predicador sencillo y apremiante el único que parecía producir en mí una tristeza buena (…) y el hablar con vida, con luz, y con peso: y fueron ese tipo de escritos los que resultaron extremadamente placenteros y agradables para mi alma. Y sin embargo, debo confesar que, aunque en ese tiempo no podía digerir la exactitud y la sobriedad de esos mensajes como lo hago ahora, aun así, valoro la seriedad y la sencillez: y cuando estoy escuchando o leyendo, siento en mí mismo un desprecio por ese ingenio en la predicación, pues lo veo como una tontería orgullosa, que tiene un sabor a liviandad, y que tiende a evaporar verdades que tienen un peso importante, convirtiéndolas en fantasías y manteniéndolas alejadas del corazón. Así como un actor de teatro, o un bailarín de las danzas Morris, son diferentes a un soldado o a un rey, también existe una gran diferencia entre esos predicadores y los verdaderos ministros fieles de Cristo; pues debido a que estos hombres parecen más jugadores que predicadores en el púlpito, por lo general sus oyentes más bien van a jugar con un sermón en lugar de ir a escuchar un mensaje del Dios del cielo acerca de la vida o la muerte de sus almas.116

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9781629462639
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