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VII

LA MAESTRA NORA

Kiru acompañó a la señora por un pasillo muy adornado con molduras de madera llenas de relieves hasta la puerta de otra sala, cubierta con grandes cortinajes de color azul amarillento algo desgastados. Observó a la señora, pensativa. Era difícil saber su edad; tenía el pelo completamente blanco, pero se movía con mucha agilidad. La señora colocó la mano en el picaporte y la abrió muy lentamente como si no quisiera hacer ruido. Kiru se fijó en que tenía unos arañazos recientes en el dorso de la mano.

La puerta cedió y la señora entró. Kiru la siguió, expectante. Dio un paso adelante y se quedó parada. Había alrededor de quince personas en la sala, de diferentes edades y aspectos, distribuidos en círculo, algunos sentados en sillones, otros en el suelo, otros de pie. Todos la miraban. Kiru dio un paso atrás sorprendida, pero la señora la tomó del brazo y la obligó amablemente a acercarse.

―Bueno, ya la hemos encontrado.

―Un poco más y fríes al de enfrente, ¿eh? ―le dijo uno del grupo, sonriendo.

―Jink se lo hubiera merecido ―dijo otra persona.

―Sí, me hubiera gustado verle la cara…

―Jink es una molestia ―dijo carraspeando la señora―. Pero os recuerdo que es necesario. Manteneos alejados de él, ¿de acuerdo?

La señora miró a Kiru, esperando que contestara. Ella asintió con la cabeza. No tenía intención de acercarse a Jink, pero antes de aceptar más órdenes y aprender más lecciones quería saber dónde se estaba metiendo.

―Enseguida empezamos ―volvió a decir la señora y se marchó de la sala, dejándola sola, de pie, sin saber qué hacer.

El grupo comenzó a hablar y a susurrar en pequeños grupos, y Kiru intentó apartarse y fundirse con la pared sin mucho éxito.

―¿Acabas de llegar a Gathelic entonces? ―le dijo un hombre, con atuendo de pescador.

―¿Cómo has llegado hasta aquí? ¿Eres una de las refugiadas de las cámaras frigoríficas? ―le dijo otra mujer vestida con lo que parecía un pijama de flores.

―Ehmm ―balbuceó Kiru, sin saber qué responder.

―Por la cara de susto, seguramente sí ―respondió el pescador, riéndose a carcajadas.

―Pobrecita, creo que ha sido la peor estrategia hasta la fecha ―dijo la mujer del pijama.

―¿Pero qué dices? ―exclamó el pescador, y empezó a enumerar una lista de nombres que seguramente habían sido peores.

En ese momento volvió la señora con un hombre vestido de negro, con unas gafas azuladas y porte elegante. La señora dio unas palmadas y se hizo el silencio. Todos se incorporaron y se volvieron hacia ella.

―Vale, vamos a empezar ―dijo la señora, que evidentemente parecía ser la líder del grupo―. Sethor tiene noticias.

Le hizo un gesto a Sethor para que hablara. Este asintió y dio un paso adelante solemne.

―Bueno, como sabéis la estrategia de los frigoríficos no está resultando ser la mejor que hemos tenido hasta ahora…

Hubo algún carraspeo entre el grupo y la mujer que llevaba el pijama chasqueó la lengua.

―Lamentablemente, algunos de los camiones que transportaban los frigoríficos se desviaron de la ruta planeada. No sabemos por qué ―hubo susurros―, pero el principal problema es que uno de los camiones acabó en una mina del Gran Líder.

Se hizo el silencio. Kiru miró a su alrededor y vio a la gente con expresión de asombro. Sethor continuó hablando.

―El Consejo no se lo ha tomado bien y, aunque los intrusos consiguieron escapar sin causar muchos daños en la mina, parece que el Consejo se prepara para un conflicto y están planeando hacer registros.

―¡¿Qué?! ―dijo alguien por delante de Kiru.

―¡¿Registros?! ¿Qué vamos a hacer? ―dijo otro.

―Todo por unos frigoríficos…

―¿Qué había en la mina? ―la señora del pijama había alzado la voz por encima de todos los demás. Los que estaban delante se giraron a mirarla. Sethor asintió.

―No lo sabemos todavía. ―Sethor se quitó las gafas como si de pronto le molestaran. Kiru se fijó en una cicatriz que le cubría el ojo izquierdo y que le impedía abrirlo del todo―. Aún no hemos encontrado a las personas que escaparon de la mina.

―Bueno, eso no es del todo cierto ―carraspeó la dueña de la casa, con una media sonrisa, mirando directamente a Kiru.

A Kiru le dio un vuelco el corazón. No quería hablar de la mina. No quería hablar de nada. Ni siquiera sabía el nombre de la señora que la había rescatado de la casa de Jink ni si había venido al lugar correcto…

La señora volvió a carraspear forzadamente pero como Kiru no se dio por aludida, se rindió.

―Ven aquí ―le dijo.

Todos la miraron.

―Lo sabía ―dijo el pescador que había hablado con ella al principio.

―¿Has salido de la mina? ―susurró la mujer del pijama haciéndole un gesto al pescador.

―Ven ―repitió la dueña de la casa.

Kiru dio un par de pasos al frente hacia ella de mala gana.

―Viniste en un frigorífico, ¿verdad? ―le preguntó. Todos callaron, expectantes.

Kiru asintió.

―Escapaste de una de las minas, ¿cierto? ―le volvió a preguntar la señora.

―Sí… ―dijo Kiru.

Una exclamación se escapó entre los asistentes de la sala.

―¡Magnífico! ¡Os dije que los encontraríamos! ―exclamó Sethor triunfante y comenzó un aplauso al que el resto del grupo se unió titubeante.

―Esto nos da algo de ventaja, desde luego. ¿Tu nombre? ―le dijo la señora.

―Kiru ―contestó ella.

―Ah, sí, escapaste de los Sertis ―asintió la señora, como si supiera ya la historia―. Lástima que tu camión se desviara.

―¡Perfecto! ―volvió a exclamar Sethor, entusiasmado―. ¡Tenemos alguien que sabe dónde está la mina secreta y que ha estado dentro!

Sethor volvió a aplaudir, pero la señora lo miró con una mirada desaprobadora y nadie se le unió.

―Ya hablaremos de esto más tarde. Ahora continúa con las noticias.

―Ah, sí, claro ―Sethor de contuvo, y volvió a ponerse serio―. Bueno, como os decía, el Consejo ha empezado a hacer registros en casas de la ciudadanía. Por el momento creo que no saben nada y que son registros aleatorios para asustarnos. Ninguno de los que han registrado tiene conexión con nosotros.

La gente en el salón contenía la respiración.

―Sin embargo, estad preparados, por si acaso.

―Podéis traer aquí todo lo que temáis que encuentren ―dijo la dueña de la casa, muy calmada.

―¿Y si registran aquí? ―dijo el pescador en voz baja.

La dueña de la casa, sin embargo, lo escuchó.

―No se atreverán a registrarme ―dijo, muy seria―. Y si lo hacen, ya sabéis lo que haré.

A juzgar por las miradas del grupo, a Kiru le pareció que eso no les calmaba. «¿Qué haría?». Probablemente usar el Eco durante un registro sería algo contraproducente.

―También ―continuó Sethor―, han empezado a controlar los accesos a Gathelic. Los guardias de las puertas están vigilando quién entra y quién sale. ―Más miradas preocupadas―. Por ahora no hay problema, siempre y cuando justifiques la salida. Simplemente tendremos que prepararnos mejor.

―¡Vila ha salido antes! ―dijo un chico, con un gorro amarillo de paja que le ocultaba casi toda la cara.

―Lo sé ―respondió Sethor―, ha salido bajo mis órdenes y os aseguro que ha salido preparada.

―¿Y Taras? ―preguntó la mujer del pijama―. ¿Registrarán el Consejo también?

―Por el momento no sabemos nada del Consejo, pero seguro que Taras está también preparado ―le dijo Sethor, volviéndose a poner las gafas.

―Bueno ―dijo la señora, esbozando una sonrisa como si no hubieran dicho nada preocupante―. Eso es todo, ¿verdad, Sethor? Ya nos seguirás informando cuando haya noticias, ¿sí?

Sethor asintió y se marchó sin despedirse. A nadie le pareció extraño.

―Creo que es hora de retirarse ―la señora dio unas palmadas, y todos empezaron a recoger. Algunos salieron y otros se adentraron en la casa, susurrando.

―Un placer conocerte, Kiru ―oyó que alguien le decía, a la vez que le daban un toque en el hombro. Se giró y se encontró con el chico del sombrero amarillo―. Yo soy Rib.

Kiru no se atrevió a decir nada y simplemente asintió.

―Kiru ―la llamó la dueña de la casa―. Ven conmigo.

Volvió a salir al pasillo y Kiru la siguió hacia el interior de la casa. El pasillo zigzagueaba continuamente y parecía que descendía. Pronto, Kiru se dio cuenta de que no estaba segura de en qué parte de la casa se encontraban. La señora, en cambio, no se detuvo. Continuaron girando esquinas del pasillo y descendiendo durante otro par de minutos. «¿Dónde iban?». Kiru escuchó.

Los suelos de madera crujiendo debajo de sus pies y por encima de su cabeza. Había varios pisos más por encima y un par por debajo. Pasos lejanos, correteando de un lado al otro. Agua salpicando contra el suelo. Botes de cristal. Risas. Sonidos de sábanas. Gente yéndose a dormir. Luz, vibrando. Una cocina. Alguien masticando. Susurros. Casi podía entender lo que decían…

―Ya vale ―dijo la señora, que se había detenido de pronto y se había girado a mirarla―. En la casa no espiamos, ¿de acuerdo?

Kiru enrojeció. ¿Cómo lo sabía? Nunca nadie antes había podido distinguir cuando estaba escuchando.

―Que podamos hacer cosas, no quiere decir que las hagamos continuamente. Aquí en la casa nos respetamos, ¿entendido?

Kiru asintió. La señora dejó caer la mueca de enfado y volvió a sonreír.

―Ya hemos llegado a tu cuarto. Lo compartirás con Vila, ¿te parece bien? Cada vez llega más gente y no hemos podido empezar las obras de ampliación.

La señora abrió la puerta y la invitó a pasar. Kiru se sorprendió al encontrar una habitación enorme, más grande que la que había tenido nunca en Sertis. Había una cama en cada esquina. Un lado estaba completamente vacío mientras que el otro tenía multitud de objetos y decoración sobre las estanterías. Supuso que era el lado de Vila.

―Cómo sabes, Vila ha salido, pero no creo que tarde…

Kiru entró y se fijó en una ventana al fondo, que daba al exterior. Se podía ver la casa de Jink, algo ennegrecida, pero sin rastro de llamas.

―Las llamas ya no están… ―susurró Kiru.

―Ah, sí, claro ―le respondió la señora―. Las llamas que provoqué eran de corto alcance. Lo suficiente para distraerlo un poco, pero no causan más que un poco de humo.

Kiru se quedó mirando la casa de enfrente, sin atreverse a preguntar…

―Jink estará bien, pero mejor que no te dejes ver hasta que se le olvide. Es bastante molesto y no necesitamos más gente detrás de nosotros.

Un gato saltó fuera de la ventana y se apoyó en el alféizar. Kiru abrió los ojos. Era el mismo gato que había visto saltar al principio de la noche delante de la casa abandonada… ¿Dónde estaba exactamente? Se giró a preguntarle, pero no encontró las palabras.

―Sí, sí, es la casa abandonada ―sonrió―. Que no es otra cosa que un anexo a la mía y que mantenemos oculta. Ya te explicaré como funciona ―parecía orgullosa―. El gato es de la casa, se llama Eme.

―¿Y usted…? ―se atrevió a decir Kiru.

―Ah, ¿no me he presentado? ¡Qué despiste! Yo soy Nora, aunque he oído que me llaman Maestra a veces, así que igual te suena más ―parecía hacerle mucha gracia el apodo, como si aún no lo tuviera asumido.

―¿El Maestro…? ―se corrigió, dándose cuenta del error―. ¿La Gran Maestra del Eco?

Kiru no pudo contener la expresión de asombro. Estaba en casa de la legendaria Maestra del Eco que, según las historias de los Sertis, había conseguido vencer los elementos y había creado una academia en la que los Malditos aprendían a dominarse a ellos. Las leyendas no decían que fuese una maestra, pero eso no le sorprendía; las leyendas siempre ocultaban a las mujeres. De todas formas, los Sertis hablaban de esta persona como la más poderosa del continente, solamente después del emperador de Nixandría, y aunque había venido precisamente a encontrarla, no podía creérselo. Sin embargo, ahí estaba, delante de ella, con una sonrisa afable y divertida, viendo todo lo que le pasaba por la cabeza en unos segundos. Kiru había embarcado en las cámaras frigoríficas, huyendo de su tierra natal para conocerla y ahora que la tenía delante... Kiru comenzó a temblar.

―Tranquila, tranquila ―se rio Nora―. Ay, me temo que las historias cada vez exageran más.

Kiru intentó calmarse y le sonrió de vuelta.

―Bueno, ahora intenta descansar, ¿vale? Mañana hablaremos de Sertis, de las minas, de la escuela… ―volvió a su semblante serio―. Tenemos mucho que hacer, así que duerme un poco. Vila te despertará por la mañana.

Nora se giró para marcharse y pareció pensárselo mejor:

―Ah, bienvenida, Kiru ―le dijo por último antes de marcharse y dejarla sola en la habitación.

VIII

PLEGARIAS

Taras avanzó un tramo de camino, agarrado todavía de la ritualista porque sabía que el guardia de la puerta lo estaría observando, y porque ella no parecía querer soltarlo.

―Me llamo Seyla ―le dijo ella―, y es maravilloso que haya decidido usted unirse a la expedición lunar esta noche. La luna está esplendida…

―Bueno, verá ―comenzó Taras, intentando soltarse suavemente del abrazo de Seyla―. Con todo el respeto, yo es que iba a…

―Alzar una plegaria a la luna rojiza, ¿verdad? ―otra persona lo había cogido por el otro brazo.

Taras intentó zafarse y giró la cabeza para decirle a su nuevo acompañante que no pretendía hacer tal cosa cuando vio quien era. Vila. Empezó a sofocarse.

―Creo que sería una muy buena idea alzar la plegaria, señor consejero ―repitió Vila―. Desde luego que no nos vendría mal un poco de ayuda, ¿no cree?

Sin esperar a que Taras respondiera, Seyla apretó más fuerte su brazo al otro lado.

―Efectivamente, con ese asunto del ataque a la mina estamos bastante preocupados. Yo sé que ustedes los consejeros lo tienen todo solucionado ―añadió Seyla, acariciándole el brazo―, pero una no puede evitar preocuparse.

―Pero no hay nada de lo que preocuparse, ¿verdad, consejero? ―dijo Vila, apretándole el otro brazo.

―No, bueno… ―llego a decir Taras confuso.

―En cualquier caso, la luna rojiza nos ayudará ―dijo Vila.

―Efectivamente ―añadió Seyla.

Taras se dejó llevar por el camino del bosque entre las dos algo nervioso, pero ya no tan apurado. Si tenía que reunirse con Vila, desde luego la había encontrado. Taras suponía que Vila había necesitado también una excusa para salir de la ciudad con el cierre de puertas y se había unido a la expedición lunar de la misma manera que él. Sin embargo, no estaba muy seguro de cómo iba a hablar con ella de lo que debía, delante de toda esa gente…

Llegaron al claro del bosque junto al acantilado, el lugar en el que Taras había quedado con Sethor, o Vila. No había nadie más que el grupo de lunáticos. Por fin lo soltaron y Taras sintió que la sangre volvía a circular por sus brazos. Agitándolos un poco, miró el acantilado y se preguntó cómo iban a reunirse a partir de ahora. En la distancia, veía el mar y la playa, completamente vacías. Al parecer las noticias sobre el toque de queda se había extendido con velocidad.

Se dio la vuelta y vio al grupo de personas haciendo estiramientos. Confuso buscó la mirada de Vila, que imitaba al resto, como si siempre hubiera formado parte del grupo. Vila alzó la ceja y le indicó a Taras que los imitara. Sin ganas, Taras copió los últimos estiramientos e intentó hacerlos al ritmo de los demás, lo que le resultó totalmente imposible.

Al acabar los estiramientos, todos se tumbaron en el suelo boca arriba. Vila aprovechó y, fingiendo que buscaba sitio, se acercó a Taras para situarse a su lado. Vila se tumbó a sus pies y le hizo gestos para que hiciera lo mismo. Con un gemido apenas audible, Taras se agachó también al suelo, y se tumbó junto a ella. Su capa quedaría para el arrastre, y su pijama también. Iba a matar a Sethor y sus malditas ideas.

A la altura de sus ojos podía ver la luna rojiza brillando con más fuerza que nunca. Oyó la voz de Seyla algo más lejos, que comenzó a entonar una canción dedicada a la luna. La mayoría del grupo la siguieron a distintos pulsos, formando un canon musical. Entre el sonido y la imagen de la luna, parecía realmente una experiencia mística hasta que Vila susurró en su oído, rompiendo la magia.

―¿Qué has oído de las minas?

Taras tuvo que hacer casi un esfuerzo para recordar por qué motivo había salido casi corriendo del Consejo. Giró el rostro hacia Vila y encontró el suyo bastante cerca. Se sintió incómodo y apartó la mirada. Volvió a mirar a la luna, mientras susurraba:

―El Gran Líder ha pedido colaboración de los consejeros, pero no ha dicho mucho más. Había intrusos. ¿Eran…?

―Sí ―respondió Vila.

―¿Y dónde…?

―Llegaron a la ciudad. Han sido vistos por unos guardias.

Taras cerró los ojos. Si atrapaban a estas personas, probablemente les sonsacarían el paradero de la escuela…

―Tranquilo, los encontraremos antes. El resto han ido apareciendo.

Taras abrió los ojos. El grupo cantaba a la luna con cada vez más intensidad.

―¿Han sobrevivido a los frigoríficos?

―Claro ―dijo Vila, sonriendo, como si la respuesta fuera obvia.

―¿Y no odian a Sethor? ―comentó Taras.

―¿Y quién no? ―dijo Vila, reprimiendo una carcajada.

―Parece que la vigilancia en la ciudad se ha extremado. En el Consejo hablaron de peligro para la autonomía de Gathelic.

―Ya ―respondió Vila―. No podremos andar tan libremente. Necesitaremos una excusa para poder vernos.

―Me pregunto qué…

―La luna es preciosa. Creo que me apetece unirme a los ritualistas… ―dijo Vila, mirando al frente.

―¿Qué? No lo dirás en serio…

A modo de respuesta, Vila comenzó a cantar con los demás, repitiendo el estribillo que llevaban un rato oyendo. Taras suspiró y miró a la luna. La verdad es que la religión lunática podía ser una buena tapadera… Nadie le haría preguntas y entenderían que se marchara del Consejo con frecuencia. Muchos consejeros tenían fe en alguna religión del continente; no sería tan raro. Vila volvió a susurrar a su lado:

―Creemos que podemos encontrar la mina.

Taras volvió a mirarla, sobresaltado.

―¿La mina? ―no entendía. ¿Qué importaba ya la mina si los refugiados habían escapado?

―Hay que descubrir qué hay en ella y por qué tanto revuelo.

Taras la miró con asombro. ¿Pretendían volver a adentrarse en la mina? ¿Querían causar un conflicto?

―Es solo una mina del líder, una fuente de recursos importante para Gathelic ―dijo Taras, repitiendo las palabras de la presidenta.

―¿Sí? Entonces, ¿por qué tienen tanto miedo? ―preguntó Vila.

―Porque amenaza nuestra autonomía en el continente… ―dijo Taras, repitiendo las palabras que había oído en el Consejo. Se quedó callado, dándose cuenta de que ese no podía ser el único motivo. Giró la cabeza y vio que Vila lo miraba sonriendo.

―Hay que investigar más.

IX

OSCURIDAD

Kiru se despertó sobresaltada. Había soñado que tenía mucho frío, le castañeteaban los dientes y no podía sentir los dedos. Había sido un sueño muy real. «Como si lo hubiera vivido», pensó esbozando una sonrisa. Se incorporó en la cama, mirando a su alrededor. Estaba en la habitación que le habían asignado y entraba mucha luz por la ventana. Parecía casi mediodía. El gato que había visto las otras veces estaba apoyado en el alféizar, durmiendo.

Puso los pies en el frío suelo y se dio cuenta de que había otra persona con ella en la habitación durmiendo en la cama contigua. Era una chica joven, más o menos de su edad. Nora le había dicho que se llamaba Vila. ¿Cuándo había llegado? No se había despertado ni la había oído llegar. Eso era muy extraño en Kiru…

Se incorporó y la madera crujió bajo de sus pies. Vila abrió un ojo, después el otro, y una expresión de pánico acudió a su rostro. Dio un salto de la cama y se puso de pie rapidísimo. Kiru se asustó y adoptó una postura defensiva, esperando el golpe. No vino.

―Madre mía, madre mía ―decía la chica―. Pero ¡¿qué hora es?!

Vila se quitó la camisa con la que había dormido, abrió el armario y comenzó a vestirse rápidamente. Kiru la miró asombrada. Vila se detuvo en seco y la miró también como reparando en ella por primera vez.

―Ah, perdona ―le dijo en parghi, sonriendo―. Soy Vila, tu nueva compañera de cuarto, y tú eres Kiru, la chica del frigorífico. Ahora, hechas las presentaciones, yo que tú me vestiría, o nos van a echar la bronca.

―¿La bronca? ―preguntó Kiru, sin comprender la expresión de Gathelic.

―¡Casi mediodía! Bronca aseguradísima, vaya.

Vila terminó de vestirse y se agachó a atarse las botas. Llevaba un pantalón ancho negro y una especie de poncho verde.

―¡¿Pero por qué no te vistes?!

―Ah, sí ―contestó Kiru y comenzó a ponerse rápidamente la ropa de ayer, que incluía la chaqueta diminuta del tendero. No tenía otra.

―¿Viniste con eso? ―le preguntó Vila.

―Sí… bueno, lo intercambié en la calle por…

Una masa de tela le cayó en la cabeza.

―Ponte esto, al menos está limpio ―oyó la voz de Vila amortiguada por la tela.

―Hmm, vale ―Kiru se lo apartó de la cara para verlo, era un poncho verde, como el que se acababa de poner Vila. Y olía bien. Sin pensárselo se lo pasó por la cabeza y se ató los zapatos también, intentando disimular los agujeros.

Vila se dirigió hacia la puerta y desapareció sin decir nada. Kiru se quedó sola, pensando si seguirla. Oyó la voz a lo lejos de Vila.

―¡Venga, vamos!

Kiru se puso en pie y salió corriendo al pasillo detrás de Vila hasta que la alcanzó.

―No voy a esperarte cada mañana, ¿eh? Si tardas mucho, vas sola a clase y te las ves tú sola con Nora.

Kiru asintió, sin comprender exactamente.

―Aunque reconozco que esta vez me vas a ser útil… ―Vila le sonrió, antes de echar a correr escaleras abajo.

Bajaron varios pisos y se adentraron en un sótano. Allí había otro pasillo kilométrico casi en la penumbra. Lo atravesaron al trote. Llegaron a una gran puerta negra. Jadeando, Vila se giró a decirle:

―Ya casi estamos.

Con un giro de muñeca, Vila pareció hacer encajar algo en la puerta, haciendo que esta se hundiera hacia dentro. La mano de Vila pareció hundirse en la madera. Sonó un ligero click y la puerta cedió. Vila sacó la mano de la puerta que volvía a tener un aspecto sólido. Vila empujó, y una luz verdosa muy intensa cegó a Kiru. Vila atravesó la puerta y tiró de Kiru.

Cuando los ojos de Kiru se acostumbraron, pudo ver una sala enorme de paredes brillantes con un tono verdoso. Parecía piedra, pero Kiru nunca había visto ese material. En el centro de la sala había una escalera de caracol construida del mismo material. No había ventanas; seguían estando bajo tierra. Kiru se dio cuenta de que la luz provenía de las paredes. Vila tomó las escaleras y empezó a subir.

―Sígueme la corriente, ¿vale? Como eres nueva creo que no dirá nada.

―¿Quién? ¿Por qué?

―A Nora no le gusta que nadie llegue tarde, se lo toma muy mal ―hizo un gesto con los ojos como imitándola―. Pero claro, luego me mandan a hacer excursiones nocturnas y esperan que no duerma nada…

―Puedes dormir antes de las excursiones, Vila ―se oyó la voz de Nora como un estruendo, haciendo eco desde algún puso superior―. Esto ya lo hemos hablado.

Kiru se sobresaltó. Vila maldijo en un susurro.

―Te he oído ―volvió a decir la voz de Nora.

Esta vez Vila movió la boca sin emitir sonido y Nora no la oyó. Continuaron ascendiendo. Kiru estaba asombrada; nunca había conocido a nadie que pudiera escuchar como lo hacía ella misma. Siempre le había parecido algo propio, un secreto que guardar. En cambio, para Nora era fácil hablar abiertamente de sus habilidades.

Llegaron por fin al equivalente a la segunda planta del edificio, donde la luz del sol azulado entraba por las ventanas y se mezclaba con la del mármol verde, creando un reflejo en las paredes de piedra del todo inusual. Kiru se quedó mirándolo maravillada, y tardó un poco en darse cuenta de que Nora estaba en la misma habitación, mirándolas con cara de pocos amigos, acompañada de Sethor.

―Es que Kiru no tenía ropa… ―comenzó Vila.

Nora le hizo un gesto con la mano para que se interrumpiera y Vila dejó de hablar al instante:

―¿Taras?

―Todo bien ―respondió Vila―, nos hemos inscrito en la sociedad de ritualistas de la luna para poder salir de Gathelic por la noche con frecuencia.

Nora sonrió por fin. Sethor se ajustó las gafas y dijo entusiasmado:

―¿Ritualistas? ¡Qué buena idea!

¿Ritualistas de la luna?, pensó Kiru. Fuera lo que fuera eso, no parecía agradable. En la cultura de los Sertis, adorar algo que no fuera el dios Sert era una abominación. Sin embargo, había abandonado su cultura para venir aquí…

―Vale, ve a contarle a Sethor y te quiero de vuelta en cinco minutos.

Vila asintió y se marchó con Sethor por una de las puertas de la sala. Nora entonces miró a Kiru de arriba abajo.

―Te mandaré ropa luego a la habitación. No hace falta que vistas igual que Vila. ―Nora sonrió―. Al fin y al cabo, aquí ya no hace falta uniforme.

La invitó a pasar por la puerta contraria en la habitación. Kiru hizo caso y entró en la sala para encontrarse un grupo de personas sentadas en el suelo. Reconoció algunas caras que había visto en la reunión de la noche anterior, como el chico del sombrero amarillo que había preguntado por Vila.

No sabía muy bien qué hacer, así que imitó a los demás y se sentó en el suelo junto a una ventana. Apoyó la espalda contra la pared, sintiendo la fría piedra. No había ningún mueble en la sala; estaba completamente vacía. Kiru miró por la ventana y se sorprendió al ver la casa de Nora al otro lado de la calle así como la casa abandonada en la que al parecer había dormido. ¿Estaba al otro lado? El largo pasillo hasta la puerta verde era un túnel que cruzaba la calle. «Entonces, estaban… en el colegio abandonado», pensó Kiru, dándose cuenta. Desde fuera, lo había visto completamente estropeado y destruido, pero por dentro era un precioso edificio de piedra verdes brillantes veteada. Parecía más bien un palacio. Parecía… se dio cuenta de inmediato. Estaba en la academia. Con la Gran Maestra del Eco. El shock le impidió escuchar que la llamaban. Unas risas a su lado la sacaron de su ensimismamiento.

―Desde luego, no tendrá el Eco de la Escucha ―se reía el chico del sombrero amarillo.

Kiru miró a su alrededor y vio que Nora la miraba atentamente.

―Bienvenida de vuelta, Kiru ―dijo con paciencia―. Te preguntaba que si has tenido algún entrenamiento previo en Sertis.

¿Sertis? Oyó que susurraban algunos miembros del grupo asombrados. No parecían haber nunca conocido a alguien de Sertis. Kiru negó con la cabeza.

―Bueno, lo suponía, pero quería asegurarme.

―¿En Sertis no queman a los Hilos? ―volvió a preguntar el chico del sombrero amarillo.

―¿Los Hilos? ―preguntó Kiru.

―Los que podemos encontrar el Eco ―aclaró Nora.

―Los Malditos… ―susurró Kiru, recordando como les llamaban en Sertis.

―Aquí evitamos esa palabra ―dijo Nora―. Preferimos usar Hilos ya que pertenecemos a la misma red del Eco.

―Pero ¿los queman o no? ―repitió Rib algo más alto, insistente.

―Rib ―lo llamó Nora, como reprimiéndolo.

―Sí, son ajusticiados ―contestó Kiru y no dijo nada más. Se hizo el silencio. Probablemente Rib no esperaba que el rumor fuera cierto.

―Os recuerdo que Gathelic es de los lugares más tolerantes del continente en cuestión a las habilidades del Eco ―respondió Nora―, y aun así sabéis que no podemos hablar de ellas abiertamente, así que no os sorprendáis tanto.

La puerta de la sala se abrió en ese momento con un gran crujido. Vila entró y se acomodó al lado del chico del sombrero amarillo. Este la abrazó.

―Ah, perfecto, ya estamos todos ―dijo Nora―. Por fin. Vamos a comenzar.

Nora cerró los ojos y todo el mundo la imitó. Kiru miró a su alrededor. Todos estaban concentrados en algo, pero no entendía en qué. No vio que sucediera nada. Kiru cerró también los ojos y escuchó buscando su Eco. Escuchó el silencio de la piedra verde a su alrededor. Los pasos de alguien en el edificio en otra sala contigua, probablemente, Sethor. En la calle, silencio. Escuchó más. Llegó a la casa de Jink. Oyó unos martillazos. La madera crujir. Clavos. Estaban arreglando una puerta.

«Vuelve aquí», escuchó en su cabeza.

Asombrada, Kiru abrió los ojos. Nora los tenía abiertos también y la miraba atentamente. Nora asintió y cerró los ojos de nuevo. Había sido ella, le había hablado dentro de su mente. ¿Como lo había hecho? ¿Había escuchado lo que pensaba?

«Concéntrate»,volvió a escucharla.

Kiru asintió y volvió a escuchar. Esta vez se concentró en la sala en la que estaba. Latidos. Muchos latidos, de todas las personas que había en la sala. Respiraciones. Algún movimiento. El falso silencio de la sala. ¿Qué estaban haciendo? Los latidos crecían. Apenas podía escuchar otra cosa. Intentó centrarse en la piedra, las ventanas, cualquier otra cosa para alejarse de los latidos, que comenzaban a retumbar en su cabeza. Buscó. No había nada más en la sala en lo que centrarse. Los latidos seguían en su cabeza martilleándole. ¿Cuántos minutos habían pasado?

Sonido de pasos a lo lejos. Gritos. Abrió los ojos. Miró por la ventana y vio alguien que entraba en la calle corriendo, seguido de un grupo. Llevaban palos. ¿Palos? Se acercaban a la casa abandonada de enfrente. Uno de ellos se separó del grupo y cruzó la calle hacia la casa de Jink. Kiru oyó un timbre. El crujido de la puerta. La voz de Jink.

―Es la hora ―dijo el que lo había llamado y, solo entonces, Kiru se dio cuenta de que reconocía la otra voz. Era uno de los amigos de Jink que habían bebido con él la noche anterior.

―A por la vieja―dijo Jink, riéndose.

Kiru giró la cabeza hacia el grupo de la clase, sintiendo el pánico. Tenía que avisar a Nora. Sin embargo, Nora seguía con los ojos cerrados como el resto del grupo, ajenos a todo. Kiru carraspeó y susurró:

―Nora.

«Tranquila», volvió a oír la voz de Nora en su cabeza, mientras la miraba. Están vez estaba segura de que no había movido los labios.

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