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Читать книгу: «De la resistencia», страница 3

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Muchas de las lecturas de Clausewitz finalizan en este punto y contemplan su objeto teórico como limitado a la forma política del Estado-nación y la intensidad extrema de su guerra. Este es el Clausewitz de una energeia militar capaz de arrastrar la lógica política hacia una escalada autodestructiva de la violencia dirigida hacia su enemigo y hacia sí misma. La perspectiva de la escalada fascinaría a los teóricos de los juegos y los estrategas nucleares de la posguerra de los EE. UU. y la URSS, e impulsaría, al mismo tiempo, tanto los grandes esfuerzos de Raymond Aron por teorizar las bases políticas del control armado en la subordinación renovada de la gramática de la escalada a la lógica política, como la mirada apocalíptica de René Girard. No obstante, en De la guerra Clausewitz había ido más allá del conflicto napoleónico para reflexionar sobre las nuevas guerras de resistencia que surgieron como respuesta, en especial sobre la guerrilla librada por los españoles contra los franceses. Se trataba de una forma de guerra que evitó la seducción de la escalada o la tentación de intentar oponerse al enemigo napoleónico a través de los medios napoleónicos. De la guerra puede interpretarse como un tratado sobre las implicaciones filosóficas de esta estrategia de resistencia que propone, al mismo tiempo, una nueva lógica política y una nueva gramática militar y, más tarde, nuevas formas de concebir la relación existente entre ambas.

Con este paso, Clausewitz se mantuvo fiel a su método: las sociedades que resistieron a la revolución inventaron las nuevas gramáticas de la guerra resistente. La dificultad surgía, sin embargo, al ­preguntarse cómo podía representarse teóricamente la nueva gramática de la guerra de guerrillas y sus implicaciones en la lógica política.10 El sistema filosófico heredado de Kant, Fichte y, especialmente de Hegel, se adaptó a la lógica política de la revolución y a su idea de libertad como autonomía que privilegiaba sus propias leyes. Desde Rousseau, las leyes estaban legitimadas por ser nuestras leyes, otorgadas a nosotros mismos, a las que sería un auténtico disparate oponerse. Kant adoptó esta lógica en la introducción de la Crítica de la razón pura cuando separó la «edad crítica» de las constituciones déspotas y nómadas y sus regímenes filosóficos, principalmente mediante la institución de un «tribunal crítico» que otorgaba leyes al mismo tiempo que evaluaba las demandas presentadas ante el mismo. Para Clausewitz, esta lógica política no fue capaz de comprender la violencia que se había materializado por sí misma, y menos aún la violencia que la rechazaba junto con todos los privilegios que le confería a la autonomía y la razón. Clausewitz era consciente de que su deuda filosófica con Kant y Fichte le colocaba, al igual que a Hegel, en una posición que le permitiría comprender mejor la lógica política materializada en la guerra ofensiva napoleónica, pero no entender la gramática de la violencia que la resistió; a la luz del compromiso de una lógica política de libertad y autonomía, cualquier resistencia a la violencia que se manifestase, solo podría aparecer como un disparate accidental e irracional ante la necesidad de materializar la razón y la libertad en la historia.

De la guerra se encuentra en el mismo predicamento que Los desastres de la guerra de Goya, en el sentido de que tienen que hacer visible una nueva forma de violencia y de guerra. No solo era una cuestión de describir o analizar el monstruo o el coloso del conflicto armado napoleónico cuya escalada voraz de violencia fue alegóricamente representada por Goya como Saturno devorando a sus hijos o como un monstruo merodeando alrededor de la tierra,11 sino también la resistencia y los horrores de la guerrilla. Los grabados de Goya inventan un nuevo lenguaje para expresar con la intensidad justa esta nueva y terrible guerra. El desgaste de la distinción entre civil y militar expresada en la nación armada se encontró con una resistencia que lo confirmó al no hacer distinciones entre el enemigo civil y el militar.

Las masacres de Goya representadas en Los desastres de la guerra son ejercicios del desastre moral que manifiesta la conducta de la nueva guerra entre los partisanos y las tropas de Napoleón. Figuras uniformadas ejecutan a civiles en el segundo grabado de la serie con el lema Con razón o sin ella, mientras que partisanos resistentes asesinan a soldados uniformados con hachas y dagas en el tercer grabado cuyo lema es Lo mismo.12 La ruptura de la distinción entre civiles y soldados se enfatiza en el quinto grabado, que muestra a una madre con su hijo participando en un acto poco maternal que consiste en lancear a un soldado enemigo quien, además, se encuentra herido en el mismo lugar en el que Cristo fue lanceado por el centurión durante la crucifixión. La madre asesina, el enemigo se convierte en mártir, similar a Cristo, o en el hijo abandonado de otra madre, y toda esta revaluación de valores se realiza bajo el título Y son fieras. Imágenes como las del grabado 36 de un soldado contemplando a un civil ahorcado (reelaborado con un efecto significativo por los hermanos Chapman)13 muestran la importancia de la estética del terror y la demostración del horror en la materialización de la nueva guerra, en la que se emplea el «terror» o la moral además de la fuerza física.

Los lemas de Goya y la preservación de la legibilidad en la orientación de las imágenes de izquierda a derecha ponen de relieve su esfuerzo por hacer visibles los horribles escenarios que provocó la guerra de resistencia. La primera imagen de la serie nos adentra en esta incursión con sus «Tristes presentimientos de lo que ha de acontecer», que hace referencia no solo a las imágenes de esta guerra, sino también a los futuros y aún más horribles conflictos que se vislumbraban en el horizonte. En ocasiones, se rompe la coherencia entre la orientación y la legibilidad de la imagen, como en el grabado 30, que aparece totalmente desorientado. Fue descrito por Todorov como «el más impactante» de la serie Los desastres de la guerra, pues parece capturar el momento exacto de la explosión de un proyectil en un entorno doméstico.14 El desorden de todos los objetos familiares y la total inseguridad que conlleva ejemplifican el intento de Goya de describir «Los estragos de la guerra». En su esfuerzo, Goya intenta hacer visible la colisión de dos gramáticas emergentes de la guerra popular: la nación armada revolucionaria o imperial, y la nación de la resistencia armada. Mientras que su testimonio se basó en la experiencia directa de la resistencia de las guerrillas y la invasión —en dos de sus grabados añadió «Yo lo vi»—, Todorov no se equivoca al insistir en que las imágenes de la serie Los desastres de la guerra son menos una anticipación de un reportaje de guerra que un intento de hacerse una idea sobre las «consecuencias más destructivas» de la guerra y expresar la intimidación que compartió con Clausewitz en el sentido de que con esta guerra algo nuevo y monstruoso había nacido.15

La crítica de la resistencia pura

A la vez que Goya retrataba el espíritu emergente y las consecuencias de la guerra que se desplegaba ante sus ojos, Clausewitz observaba y meditaba minuciosamente sobre las lecciones que podían suscitar los sucesos acontecidos en España. En febrero de 1812, cuando se encontraba próximo a los reformadores prusianos, decidió elegir el Bekenntnisdenkschrift o la profesión de fe para articular lo que había aprendido de la resistencia española sobre las estrategias para resistir a la violencia napoleónica.16 La primera profesión da debida cuenta de la sumisión a la dominación napoleónica a partir de una «esperanza superficial para la salvación de la mano del azar», la esperanza «para el futuro» o el intento de evitar la provocación de «la furia del tirano» que lisiaría y socavaría «la fuerza de las generaciones futuras» (Clausewitz 1966,

689), comprometiendo así la supervivencia de la capacidad de resistencia. En la segunda profesión, sin embargo, llama al príncipe y a su pueblo a organizar «una última y valiente resistencia» (Clausewitz

1966, 703-4). Llama la atención que esta resistencia se declarase ­contra toda probabilidad, como un gesto no necesariamente pensado para triunfar a corto plazo, incluso si «esta resistencia [Widerstand] debe contemplarse como el último y único medio de salvación» (Clausewitz 1966, 704). La propia resistencia continúa siendo incipiente y se le otorgan inicialmente cualidades casi apocalípticas. No obstante, en la tercera profesión, Clausewitz recurre a las consideraciones estratégicas concretas de la organización de una guerra popular a la vez que mantiene el régimen monárquico. En la tercera profesión se aporta un inventario de la capacidad material para resistir de Prusia mientras se citan los precedentes morales y estratégicos del Landsturm en el Tirol, la Vandea y España.17 Clausewitz cita estos precedentes con una considerable admiración y no se retrae ante la lección que suponen respecto a la lógica terrorista de la escalada: «Combatamos el terror con terror y la violencia con violencia. Nos será fácil superar al enemigo y devolverle a los límites de la moderación y la humanidad» (Clausewitz, 1966,

734). Clausewitz defiende esta «sombría insinuación» de la lógica de la escalada de violencia, que posteriormente analiza en De la guerra, partiendo de la base de que en el caso de una última o absoluta resistencia, y sin nada que perder, los defensores siempre deberán superar a los agresores en la preparación de la escalada de la violencia y del terror. Sin embargo, incluso en este caso, esta eventualidad se ve moderada por su convicción de que el terror de la guerra popular puede ser controlado por el gobierno o el monarca y, en última instancia, ser sometido al control político o diplomático.

Esta visión de la guerra en la que se incluye la escalada de terror o de violencia moral se aleja mucho de la guerra profesional del ancien régime, y responde a la violencia desencadenada por los ejércitos revolucionarios y napoleónicos. La guerra del ancien régime, que parecía un movimiento de masas sólidas coreografiado con esmero y cómplice, fue destruido por lo que Clausewitz describió en De la guerra como las ofensivas de tipo líquido, como olas, de los ejércitos revolucionarios.18 En algunos de sus grabados sobre las consecuencias de la guerra, Goya muestra los restos del paso del ejército revolucionario: edificios ­destruidos y cientos de cuerpos mutilados. ¿Cómo podría resistirse a una fuerza tan irresistible, a esta riada de violencia? Al reflexionar sobre esta cuestión en el capítulo 26, «El pueblo en armas» del libro VI «La defensa», Clausewitz contrarresta la metáfora de la violencia líquida con otra de evaporaciones y condensaciones. A partir de la derrota de las masas sólidas de los ejércitos del ancien régime por parte de las masas líquidas de los ejércitos revolucionarios, surge una guerra popular (Volkskrieg) de ataques episódicos y puntillistas, momentáneas condensaciones políticas no tangibles en forma de nube o de vapor que suponen la materialización de una nueva capacidad de resistencia.

Clausewitz abre el capítulo sobre «el pueblo en armas» especificando que este fenómeno político-militar de la Europa civilizada supone «una manifestación del siglo XIX» y ubicándolo rigurosamente como una respuesta a la violencia napoleónica. Esta cercanía a la revolución se subrayó en su respuesta a críticas anónimas que objetaron que armar al pueblo constituye un «medio revolucionario» asociado a la «anarquía» y que, consecuentemente, supone un gran riesgo interno tanto para el orden social como para cualquier enemigo externo al que pudiera dirigirse. A esa objeción política se le suma una objeción estratégica en una de las primeras críticas al concepto de resistencia: que los resultados de una guerra popular no son proporcionales a las fuerzas que en ella se invierten.

Clausewitz responde a ambas objeciones argumentando que una guerra popular constituye la materialización de las mismas condiciones políticas de posibilidad que surgieron de las guerras napoleónicas y observa además que «una guerra del pueblo ha de ser considerada como consecuencia de la forma en que, en nuestros días, el elemento bélico ha roto sus antiguas barreras artificiales; por consiguiente, como una expansión y un fortalecimiento de todo el proceso fermentativo que llamamos guerra» (Clausewitz 2010, 460). La guerra popular intensifica y acelera la descomposición de la distinción entre la sociedad civil y militar inaugurada por la revolución, alcanzando un punto de intensidad suficiente como para evaporar el elemento líquido de la guerra, «intensificación del elemento bélico [...] para la humanidad» (Clausewitz 2010, 461). Clausewitz deja la cuestión de si este proceso resulta o no beneficioso «en manos de los filósofos», aceptando la revolución de la sociedad como un hecho político con consecuencias literalmente incalculables para la gramática de la guerra. Su respuesta práctica a las objeciones contra la guerra popular, tanto en Bekenntnisdenkschrift como en De la guerra, es que la revolución ya ha tenido lugar, que la guerra popular es su consecuencia y no su causa, y que en definitiva se trata de un fenómeno —la materialización de una nueva intensidad de violencia— que no puede someterse a los cálculos militares convencionales ni entenderse en los términos de su obsoleta gramática.

Es al prestar atención a esta nueva forma de guerra cuando Clausewitz la identifica con la resistencia. Como parte del libro VI

«La defensa», surge la doctrina de la resistencia en el contexto de la posición de Clausewitz en el que se prefiere la defensa frente al ataque, una postura que desconcierta a muchos de sus lectores del siglo XIX que no conseguían comprender del todo que Clausewitz no solamente teorizase sobre las guerras ofensivas napoleónicas, sino también sobre su intensificación en una guerra popular de resistencia. El autor plantea nuevas preguntas adecuadas para la nueva gramática de la guerra: «Así pues, ya no preguntamos: ¿qué le cuesta a un pueblo la resistencia [Widerstand] que el pueblo entero opone con las armas en la mano?, sino que preguntamos: ¿qué influencia puede tener esa resistencia, cuáles son sus condiciones y cuál es el uso de las mismas?» (Clausewitz 2010, 461). Estas nuevas preguntas servirán de muestra a los movimientos y pensadores radicales de los siglos XIX y XX, quienes también vieron la revolución como un hecho intensificador, un acontecimiento irreversible materializándose a sí mismo con intensidades impredecibles.

Entre ellos, podemos destacar a Lenin, Mao Zedong y Che Guevara.

Cuando Clausewitz se aventuró a dar respuesta a estas nuevas preguntas, se encontró a sí mismo pensando no solo más allá de la física de los cuerpos axiomáticos sólidos opuestos con respecto a la doctrina militar tradicional, sino también más allá de los cuerpos militares líquidos de la revolución. Comienza entonces con la problemática de describir la realidad de la resistencia. Es evidente que «una resistencia repartida de este modo no es adecuada para el efecto [Wirkung] de grandes golpes concentrados en el tiempo y el espacio» (Clausewitz 2010, 461), en lugar de compararse con la presencia física en estado sólido o líquido, la materialización de la guerra popular debe compararse con «la naturaleza física del proceso de la evaporación» (Clausewitz 2010, 461). El uso que Clausewitz hace de la doctrina de los cuatro elementos no ha sido muy debatida, pero existe una alineación lógica de la guerra con el fuego, con la intensidad de su expresión clasificada en función de un grado bajo de materia sólida (la tierra), un grado intermedio de materia líquida (el agua) y el grado más alto de evaporación (el aire). En esta escala, la guerra absoluta, en su máxima expresión de intensidad, es la violencia evaporada de la guerra popular.19 En esta guerra de gran intensidad, la materialización de la violencia es puntillista y erosiva, y surte efecto en la repetición de pequeños pero acumulativos ataques, extensos en cuanto al espacio y prolongados en el tiempo, que condensan y evaporan. Al igual que un fuego que continúa ardiendo silenciosamente, destruye los fundamentos del ejército enemigo. Como necesita tiempo para producir sus efectos, existe, mientras los elementos hostiles actúan uno sobre otro, un estado de tensión que, o bien cede gradualmente si la guerra del pueblo se extingue en algunos puntos y prosigue lentamente su acción en otros, o bien conduce a una crisis, si las llamas de esta conflagración general envuelven al ejército enemigo... (Clausewitz 2010, 462).

El destino del ejército de Napoleón en España y Rusia era, sin duda, la principal inquietud de Clausewitz, pero el último ejemplo supuso, en el caso de la guerra europea, un extraño alivio para su pensamiento al subordinar la nueva gramática de violencia a una lógica política ya existente, en la que resultaba concebible para la guerra popular el hecho de complementar al ejército habitual.

La incertidumbre impregna el debate de Clausewitz, expresada en el intento de adaptar la guerra popular a la guerra convencional al mismo tiempo que la concibe en sus propios términos como una nueva intensificación de la violencia. En cuanto a la última, es extraordinariamente presciente en su análisis de las peculiares dificultades a las que se enfrenta una guerra popular:

Según la idea que tenemos sobre la guerra del pueblo, ésta, al igual que una esencia en forma de nube o de vapor, no se condensa en ninguna parte ni forma un cuerpo sólido. De otro modo el enemigo enviaría una fuerza adecuada contra su centro, lo aplastaría y tomaría muchos prisioneros. A consecuencia de ello el valor se extinguiría, todos pensarían que la principal cuestión se hallaba ya decidida, y que cualquier otro esfuerzo sería inútil y las armas caerían de las manos del pueblo (Clausewitz 2010, 464).

Los estrategas de la guerra popular deben mantener su estado nebuloso, resistir a la tentación de asumir una forma sólida y acceder a un conflicto convencional; sin embargo, tampoco puede uno permanecer constantemente suspendido en el aire si lo que quiere es el triunfo:

«Es, pues, necesario que ese valor se reúna en algunos puntos en masas más densas y forme nubes amenazadoras desde las cuales de vez en cuando se produzca un relámpago formidable» (Clausewitz 2010, 464).20 No solo deben existir estos puntos de condensación sin una presencia constante y sin manifestarse por sí mismos a intervalos impredecibles, sino también tienen que aparecer cuando menos se espera que lo hagan y desaparecer después sin entablar una confrontación con el enemigo. La resistencia se efectúa por medio de amenazas, sorpresas, manifestaciones impredecibles y desapariciones; es decir, por la negativa a aceptar la gramática militar del enemigo.21 La violencia, por tanto, se dirige contra los márgenes del enemigo, la guerra de la resistencia no busca ganar territorio, sino mantener altos los costes del enemigo en cuanto a vidas y medios materiales, mediante ataques a sus sistemas de comunicaciones, sus puentes, pasos o vados recomendados, con la única intención de perturbar las líneas del enemigo y que abandonen el frente por tales ataques, trasladando así el punto de condensación a otra ubicación impredecible. Clausewitz predice ya el error de todas las futuras guerras de guerrillas, como las de los polacos a principios y los franceses a mediados de la Segunda Guerra Mundial, cuando advierte a las fuerzas de la resistencia contra «confinarse en un pequeño y estrecho refugio, condensarse en una postura defensiva y dejarse atrapar» (Clausewitz 2010, 465).

Clausewitz aporta su más amplia reflexión sobre la estrategia de la resistencia en el capítulo II del libro primero de De la guerra, «El fin y los medios en la guerra» al abordar el tema de la «resistencia pura». En este capítulo se medita sobre lo contrario al axioma de que el objetivo de la guerra es hacer que el enemigo se rinda por ser incapaz de «ofrecer más resistencia». ¿Cuáles son entonces las ventajas estratégicas de observar este objetivo desde el otro lado, es decir, de perseguir el propósito de la «preservación» de la capacidad de resistir ante el ataque enemigo? ¿Es la estrategia de la defensa, de la preservación, una forma eficaz o indirecta de atacar la propia «capacidad de resistencia» del enemigo? Clausewitz se abre a una serie de meditaciones sutiles sobre la guerra de resistencia situándola en términos de un «ataque» prolongado sobre los recursos morales y materiales del enemigo, señalando que en esta forma de guerra el tiempo es crucial: a la resistencia le interesa prolongar el conflicto el máximo tiempo posible. El «fin» o el objetivo (Zweck) de la guerra pura de resistencia es exclusivamente la preservación de la capacidad de resistir a través del tiempo y, con ello, erosionar los recursos materiales y las voluntades políticas del enemigo.

Contra los planes de campaña positivos y articulados de un enemigo logísticamente superior, Clausewitz plantea el «kleinste Zweck» o el objetivo mínimo de «la resistencia pura, es decir, una lucha sin ninguna intención positiva» (Clausewitz 2001, 46). Con la adopción de una de las fórmulas estéticas de Kant para la belleza ­desinteresada, la «Zweckmässigkeit ohne Zweck», Clausewitz se embarca en el análisis del carácter de la resistencia pura, preguntándose primero: «¿Hasta qué punto es posible perseverar en este modo negativo de actuar?». La negación, concebida aquí como la ausencia de un fin o propósito positivo, no llega al punto de «pasividad absoluta, porque un simple aguante cesaría de ser un combate» (Clausewitz 2010, 46). Esta reflexión característica sobre el caso límite, solo análoga en apariencia al enfoque de Hegel sobre la negación, le permite afirmar que la negación de la resistencia pura es, sin embargo, que «las fuerzas militares tienen que ser destruidas, es decir, deben ser situadas en un estado tal que no puedan continuar la lucha» (Clausewitz 2010, 46). Se trata de una actividad negativa orientada a mermar los recursos materiales y morales del enemigo: en pocas palabras, su capacidad de organizar una contrarresistencia eficaz. Clausewitz afirma entonces que esta gramática de la guerra se caracteriza por el sometimiento de la «efectividad a través de un único acto» (Wirksamkeit im einzelnen Akt) a favor de un periodo prolongado de tiempo o de la «duración de la contienda». Anticipándose a lo que Mao llamaría más tarde «la guerra de resistencia prolongada», Clausewitz vincula la guerra de resistencia, ahora denominada «mera» o «pura» resistencia (bloßen Widerstand), a una lucha que se ubica en el tiempo y se despliega para él, que persigue el objetivo mínimo de «agotar» al enemigo por pura persistencia, por el cálculo político de que su objetivo militar resultaría demasiado costoso de alcanzar a largo plazo en términos de fuerzas materiales y morales. De esa forma, la capacidad del enemigo para ofrecer contrarresistencia se ve fatalmente comprometida.22

Hacia el final del capítulo, Clausewitz parece establecer una distinción entre la guerra positiva —cuyo objetivo es destruir la capacidad de resistencia del enemigo— y la guerra negativa, orientada a agotar o minar su capacidad. De este modo, Clausewitz llega a una percepción que volverá a aparecer junto con los conceptos de alineación de la resistencia y el resentimiento en La genealogía de la moral, de Nietzsche.

En la resistencia pura falta la intención positiva, y, por lo tanto, en este caso nuestras fuerzas no pueden ser dirigidas hacia otros objetivos [nur bestimmt sein], sino que deben limitarse a hacer fracasar las intenciones del enemigo (Clausewitz 2010, 52).

Clausewitz considera recíproco el juego de lo positivo y lo negativo pero no dialéctico. Si la dialéctica y la resolución dialéctica caracterizan la lucha «positiva» de ejércitos enemigos dedicados a conseguir un resultado por medio de la subversión en la batalla, la postura «negativa» de la resistencia pura y su objetivo de preservar la capacidad de resistencia debilita más que subvierte.

El esfuerzo destinado a destruir las fuerzas enemigas tiene un objetivo positivo y conduce a resultados positivos, cuyo propósito final sería la derrota del adversario. La conservación de nuestras propias fuerzas tiene un objetivo negativo, y consiste en intentar desbaratar las intenciones del enemigo, es decir, conduce a la resistencia pura, cuyo propósito último no puede ser otro que el de prolongar la duración de la contienda, para que el enemigo agote sus propias fuerzas (Clausewitz 2010, 52).

El objetivo de agotar al enemigo en lugar de buscar la victoria por medio de una lucha napoleónico-hegeliana por el reconocimiento desafía no solo a la fuerza enemiga, sino también a las bases de su lógica política y de su gramática estratégica. El flujo líquido de los ejércitos napoleónicos requiere un constante abastecimiento de material que solamente podría incautarse a un enemigo estático, lo que no sería posible en el enfrentamiento contra el adversario vaporoso de la guerrilla que puede garantizar la interrupción total del abastecimiento al no llevar consigo unos recursos cuya captura pudiera ser de alguna forma provechosa para el enemigo.

La guerra de resistencia pura no es un mero detalle de la filosofía general sobre la guerra de Clausewitz, sino un vínculo conceptual clave entre la guerra y la política. La guerra de resistencia va dirigida a desengranar la gramática de la guerra —el tipo de guerra que necesita librarse contra un ejército de guerrillas— desde la lógica política del enemigo entendida en términos materiales y morales. La incapacidad para luchar como las guerrillas trae a escena la lógica política y las consideraciones políticas, anteponiéndolas a las evaluaciones puramente estratégicas y prácticas. En el caso de una guerra prolongada deliberadamente, se mina la iniciativa del enemigo, se pierde ímpetu militar y la gestión de la guerra se traslada del campo de batalla al ámbito político. La guerra de resistencia pone de relieve la triada de fuerzas y capacidades que Clausewitz vio al final de su vida como los componentes de la anatomía de la guerra política moderna: el pueblo, el comandante y el político. La pasión del pueblo en el momento de la guerra podría complementar el alma o el genio del comandante a la hora de anular los cálculos del político, pero si la guerra se prolonga, entonces el papel de los cálculos políticos —lo que Clausewitz llamó en numerosas ocasiones el «balance» de costes y beneficios—

se reafirma. Por consiguiente, la guerra de la resistencia se lleva a cabo de forma explícita en un plano tanto militar como político; esta perspectiva teórica por parte de Clausewitz se confirmaría en la práctica en varias ocasiones durante las guerras revolucionarias del siglo XX.

La guerra prolongada de resistencia —armada o no— dirigida a comprometer los recursos materiales y morales del enemigo, como veremos más adelante, caracteriza las estrategias de resistencia violentas y no violentas de Mao y Gandhi, respectivamente.

En sus obras posteriores de los años 60, Carl Schmitt reconoció la importancia del análisis de Clausewitz sobre la guerra popular, y continuó desarrollando sus reflexiones sobre las doctrinas maoístas y marxistas-leninistas de la guerra revolucionaria y la doctrina defensiva suiza de la «resistencia total». En Teoría del partisano y en su último ensayo sobre Clausewitz, Schmitt desarrolló la tesis de que la guerra popular es la contienda que se acerca a su grado absoluto de intensidad, y sugiere una materialización de la violencia que se intensifica cuando se eleva al nivel de la lucha de clases mundial. A nivel mundial, la guerra popular no puede seguir sosteniendo sus expresiones imprevisibles y vaporosas contra los movimientos de un ejército regular: sus tácticas de condensación y sorpresa se vuelven predecibles y caen sobre terreno seguro, como en la doctrina maoísta. En el capítulo 3 volveremos al análisis del partisano mundial que realiza Schmitt, y a su visión de Mao Zedong como el katechon u obstáculo que impide una guerra civil mundial y como legislador de una nueva «ley de la tierra». Schmitt escribió tras la experiencia de más de un siglo y medio de guerras revolucionarias y de resistencia mientras que, para Clausewitz, la gramática de las guerras imperiales y revolucionarias y el arte de la resistencia ante ellas, suponía un nuevo fenómeno al que él contribuyó a estudiar y comprender. Al reflexionar desde una perspectiva histórica y filosófica sobre la oleada napoleónica de violencia y la resistencia a esta, transformó el escenario de la guerra y la política modernas.

Resistencia al imperio

Marx, en el artículo «Truth Testified» escrito para el New York Daily Tribune en 1859, cita a Clausewitz como un crítico ejemplar de la ideología, como alguien que supo ver más allá de las ilusiones de la lógica de la política y observó la realidad de la violencia: «las victorias y las derrotas, si se contemplan con los ojos de la ciencia, se parecen más al dorso de su propia fotografía reflejada en los cerebros de los políticos chismosos» (Marx y Engels 1980, 435; véase también 444). Esta visión del estratega carente de ilusiones políticas, hasta el punto de llegar al cinismo, fue compartida por Marx y Engels.

En una carta escrita a Marx el 7 de enero de 1958, mientras leía de nuevo

De la guerra, Engels indica que Clausewitz tiene un «extraño modo de filosofar, pero en la sustancia es óptimo» y reconoce su analogía: «el combate es a la guerra lo que el pago en metálico al comercio, porque, aunque se produzca pocas veces, todo está dirigido a él, y al final tiene que tener lugar inevitablemente y resultar decisivo» (Marx y Engels 1983, 242). Marx estuvo de acuerdo y añadió: «Este buen hombre alienta un sentido común que cautiva» (Marx y Engels 1983, 247).

1 046,08 ₽
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454 стр. 7 иллюстраций
ISBN:
9788418994029
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