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Respecto a las divergencias entre el poder político y el militar, es necesario destacar que varios organismos se disputaron la dirección de los asuntos políticos y militares, el Comité Central de la Guardia Nacional, el Consejo de la Comuna y el Comité de Salud Pública. Pero el problema fundamental no era el de qué organismo detentaba la delegación del poder popular, sino de si el poder militar debía estar sometido al poder político o mantener una autonomía total, y de cuál era la organización más apropiada de este poder militar, pues no podemos olvidar que el primer y más importante problema de la Comuna era la guerra. El Comité Central de los veinte Distritos incluía en su programa para las elecciones comunales el mantenimiento de la autonomía de la Guardia Nacional, el reconocimiento del principio de elegibilidad de todos los jefes militares y la subsistencia de la organización federativa del ejército popular parisino. Además, la supresión del ejército permanente en el interior de la ciudad48. La Comuna llevó a cabo la última de las reivindicaciones, al disponer la supresión del reclutamiento. Pero la autonomía de la Guardia Nacional quedó mermada al constituir como jerarquías militares superiores a la comisión militar (entre los que destacan Pindy, Eudes, Duval...) y el delegado para la guerra (entre los que destacan Cluzeret, Rossel y Delescluze). Con estos dos organismos se aseguraba la dirección política del aparato militar. Estas medidas llevaron a una continuada lucha entre los órganos de la Comuna y los de la Federación de la Guardia Nacional. La preponderancia de los órganos civiles es sostenida generalmente por toda la literatura revolucionaria comunalista, aunque de forma más acentuada por los socialistas federalistas que por los jacobinos y blanquistas.

El intento de explicar las causas de la inexistencia de una estrategia política definida y determinada nos llevaría, necesariamente, al estudio, no solo del modo de producción existente en Francia a mediados del siglo xix, sino al de la formación social dominante, y al análisis de las clases y capas sociales que intervinieron en la constitución de la Comuna, de sus necesidades político-económicas y de la correlación de fuerzas entre estas clases sociales. También al análisis de las organizaciones y de grupos dirigentes en determinados aspectos de cada una de las clases sociales interesadas en el derrocamiento del gobierno de Versalles y en la instauración de un poder popular. Es necesario considerar que todo este análisis debe realizarse en el marco de una situación de guerra con el imperialismo prusiano.

Ahora bien, lo que sí puede afirmarse, pues la realidad de los acontecimientos lo confirma, es que la Comuna fue el intento de una revolución popular, ya que no debemos olvidar que en la Francia de 1871 el proletariado no formaba la mayoría del pueblo. Y la revolución no podía ser popular si no englobaba tanto al proletariado como a los campesinos como fuerzas sociales fundamentales del pueblo. La Comuna intentó esta alianza, mediante los movimientos comunalistas que se produjeron en otras poblaciones aparte de París, si bien no alcanzó sus objetivos por las múltiples causas internas y externas conocidas. De todas formas, aunque la clase obrera compartiera el poder con las clases medias parisinas, destaca el reflejo del papel dirigente que jugó la clase obrera en el seno del movimiento popular, como indica Marx en La guerra civil en Francia49, al escribir que «era esta la primera revolución en que la clase obrera fue abiertamente reconocida como la única capaz de iniciativa social incluso por la gran masa de la clase media parisina (tenderos, artesanos, comerciantes), con la sola excepción de los capitalistas ricos. La Comuna los salvó, mediante una sagaz solución de la constante fuente de discordias dentro de la misma clase media: el conflicto entre acreedores y deudores»50.

Si bien la clase obrera no fue la única detentadora del poder político, ya que comerciantes, artesanos y profesionales liberales jugaron también un importante papel, la Comuna ha servido de importante experiencia para el movimiento obrero posterior y para la elaboración de la teoría socialista del poder y del Estado, además de que supo combinar el problema nacional, surgido de la invasión prusiana, con el internacionalismo propio de la clase obrera51.

Marx mismo aprovechó esta experiencia en su lucha posterior, destacando la elaboración realizada a raíz del Congreso de Gotha52.

Posteriormente, cabe señalar el desarrollo llevado a cabo por Lenin, destacando sus folletos El Estado y la Revolución, La Revolución Proletaria y el renegado Kautsky, además de su aplicación práctica a partir de la Revolución Rusa.

Los rasgos fundamentales de la experiencia de la Comuna, extraída por Lenin y la generación bolchevique de 1917, se condensan en los puntos siguientes, elaborados por Lenin en abril de 191753: «1º La fuente del poder, no está en una ley, previamente discutida y aprobada por el Parlamento, sino en la iniciativa directa de las masas populares desde abajo y en cada lugar, en la toma directa del poder, para emplear un término en boga. 2º Sustitución de la policía y del ejército, como instituciones apartadas del pueblo y contrapuestas a él, por el armamento directo de todo el pueblo; con este poder guardan el orden público los mismos obreros y campesinos armados, el mismo pueblo en armas. 3º Los funcionarios y la burocracia son sustituidos también por el poder directo del pueblo, o, al menos, sometidos a un control especial, se transforman en simples mandatarios, no solo elegibles, sino amovibles en todo momento, en cuanto el pueblo lo exija; se transforman en casta privilegiada, con una elevada retribución, con una retribución burguesa de sus puestecitos, en obreros de un arma especial, cuya remuneración no exceda al salario corriente de un obrero calificado. En esto, solo en esto, radica la esencia de la Comuna de Paris como tipo especial de Estado».

Francesc Bonamusa

(Agosto de 1970)

1.- Citemos entre las obras más interesantes las de Georges Bourgin, Histoire de la Commune, París, 1907; La Guerre de 1870-1871 et la Commune, París, 1939; Maurice Dommanget, Hommes et choses de la Commune, Marsella, hacia 1937; Edouard Vaillant, un grand socialiste (1840-1915), París, 1956; Henri Guillemin, L’héroïque défense de Paris (1870-1871), París, 1959; Heinrich Koechlin, Die Pariser Commune im Bewusstsein ihrer Anhänger, Mulhouse, 1950, trad. castellana, Buenos Aires, 1965; Guy de La Batut, Les Pavés de Paris. Guide illustré de Paris révolutionnaire, París, 1937; Albert Ollivier, La Commune, París, 1939, trad. castellana, Madrid, 1967; Edward S. Mason, The Paris Commune. An Episode in the History of the Socialist Movement, Nueva York, 1930.

2.- Notes et souvenirs (1870-1873), París, Calmann-Lévy, 1901.

3.- et la Commune. Opérations de l’armée de Paris et de l’armée de réserve, París, Plon, 1872.

4.- París, Hachette 1878-1879, 4 vols.

5.- Elisée Reclus, La Commune de Paris au jour le jour 18 mars-28 mai 1871, París, Reinwald-Schleicher 1908. Louise Michel, Mémoires, París, F. Roy, 1886.Jean Larocque, Souvenirs révolutionnaires, París, Savine, 1888.

6.- En la editorial Anciènne maison Quantin, 3 vols.

7.- La primera editada en París, Neuchatel y Bruselas, Sandoz et Fischbacher 1874. La segunda en Bruselas, Kistemaeckers y en Neuchatel, Sandoz, 1878.

8.- Neuchatel, G. Guillaume fils, 1871.

9.- Había pertenecido a la Federación del Jura y militaba en ella cuando Kropotkin ingresó en la misma (P. Kropotkin, Memorias de un revolucionario), p. 597, editorial Cajica, Puebla, México,1965.

10.- Bruselas, Kistemaeckers, 1871, 3 vols.

11.- Neuchatel, Imp. G. Guillaume fils, 1871.

12.- Reeditado en París en 1896 por Dentu. Posteriormente se han publicado varias reediciones más.

13.- Según Jean Bruhat, Jean Dautry y Emile Tersen en La Commune de 1871, París 1960, Edition Sociales.

14.- El principal colaborador era Henri Maret y tenía una extensión de dos páginas en gran formato, vendiéndose al precio de 10 cts.

15.- Los principales colaboradores eran Henri Maret y Edmond Lepelletier. Su extensión era de dos páginas en gran formato y se vendía al precio de 10 cts.

16.- viii-322 págs. Es un esquema de la Histoire de la Commune de Paris, 1871.

17.- Es una evocación literaria de las pesadillas de los jueces de Versalles que asisten a la resurrección de sus víctimas.

18.- Desterrado durante la persecución realizada a raíz del atentado al zar Alejandro ii, tomó parte en la Comuna de París, que le envió a Bruselas y a Londres para organizar la ayuda exterior. Pudo escapar de la represión y en 1873 se estableció en París, donde fundó el periódico Vperiod. Socialista convencido ya, elaboró sus doctrinas sociológicas. Durante los años de la principal campaña terrorista se mantuvo alejado del movimiento revolucionario ruso. Posteriormente se unió a la Narodnaya Volya.

19.- El Estado y la Revolución, Petrogrado, 1917. La Revolución Proletaria y el renegado Kautsky, Moscú, Petrogrado, 1918.

20.- Terrorisme et communisme (L’anti-Kautsky). Edición original, mayo 1920. Edición consultada, París 1963.

21.- Anarquismo y socialismo.

22.- Marx afirma que Thiers influyó en el Segundo Imperio para la guerra con Prusia «arremetiendo ferozmente contra la unidad alemana, no por considerarla como un disfraz del despotismo prusiano, sino como una usurpación contra el derecho conferido a Francia de mantener desunida a Alemania» (La guerra civil en Francia, p. 38).

23.- Entre los firmantes del manifiesto destacan Camélinat, Langevin, Benoit, Malon, etc., que jugarán más tarde un importante papel en la Comuna.

24.- En el que destacan Jules Favre, Gambetta, Picard, Rochefort, Jules Simon, etc. J. Bruhat, J. Dautry y E. Tersen, La Commune de 1871, p. 70.

25.- F. Engels, Introducción a la guerra civil en Francia de Karl Marx, Berlín, 1891. Editorial Progreso, Moscú, p. 7. Marx, La guerra civil en Francia, Editorial Progreso, Moscú, p. 53.

26.- La Candidatura estaba formada por cuarenta y tres miembros de la Asociación Internacional de Trabajadores, la Cámara Federal de las Sociedades Obreras y la delegación de los veinte distritos. J. Bruat, J. Dautry y E. Tersen, La Commune de 1871, pp. 90-92.

27.- Introducción a La guerra civil en Francia, p. 8.

28.- J. Bruhat, J. Dautry y E. Tersen, La Commune de 1871, pp. 103-104.

29.- F. Engels, Introducción a La guerra civil en Francia, p. 10.

30.- Entre ellos destacan: Charles Beslay, Charles Longuet, Jean Baptiste Clément, Louis-Jean Pindy, A. A. Assi, Victor Duval (primer delegado de la Comisión de Policía y Seguridad), Albert Theisz (director de Correos) y, sobre todo, Benoit Malon, Allemane, François Jourde (dirigente de la Comisión de Hacienda), R. Z. Camélinat (director de la Casa de la Moneda), Eugène Varlin (dirigente de los sindicatos obreros, miembro de la Comisión de Finanzas y uno de los dirigentes de la Internacional en París), Léo Frankel (dirigente de la Comisión de Trabajo y Cambio y el más joven de los de la Internacional).

31.- F. Engels, Introducción a La guerra civil en Francia, p. 12.

32.- La primera comisión ejecutiva estaba formada por Eudes, Tridon, Vaillant, Lefrançais, Duval, Pyat, y Bergeret.

33.- J. Bruhat, J. Dautry y E. Tersen, op. cit. p. 150.

34.- Id., pp. 153-166.

35.- Le Proletaire, 10 de mayo de 1871.

36.- Según Bruhat, Dautry y Tersen, de los conservados el que mejor lo resume es del Club Saint Ambroise.

37.- Destacan entre ellos el Club de Libres Penseurs y el Club de la Révolution Sociale (Bruhat, Dautry y Tersen).

38.- La Révolution politique et sociale, 2 de abril de 1871.

39.- J. Bruhat, J. Dautry, E. Tersen, op. cit., pp. 145-150.

40.- Le Mot d’Ordre, de Rochefort; Le Crit du Peuple, de Jules Vallès; Le Vengeur, de Félix Pyat (J. Bruhat, J. Dautry y E. Tersen, op. cit., p. 170).

41.- P. L. Lavrov, La Comuna de París del 18 de marzo de 1871, edición de la Librería Goloss, Petrogrado 1919. (Trotsky, Terrorisme et communisme, p. 124.) Primera edición. Ginebra, 1880.

42.- «Hasta los guardias municipales, en vez de ser desarmados y encerrados como procedía, tuvieron las puertas de París abiertas de par en par para huir a Versalles y ponerse a salvo. No solo no se molestó a las gentes de orden, sino que incluso se les permitió reunirse y apoderarse tranquilamente de más de un reducto en el mismo centro de París». (Marx, La guerra civil en Francia, p. 46.) «En su repugnacia a aceptar la guerra civil iniciada por el asalto nocturno que Thiers realizó contra Montmartre, el Comité Central se hizo responsable esta vez de un error decisivo: no marchar inmediatamente sobre Versalles, entonces completamente indefenso, acabando así con los manejos conspirativos de Thiers y de sus rurales». (Marx, La guerra civil en Francia, pp. 47-48.)

43.- «La Comuna parece perder mucho tiempo en bagatelas y querellas personales. Se ve que hay otras influencias que las de los obreros. Pero todo esto no significaría nada si recobrasen el tiempo perdido». (Carta de Marx a Frankel y Varlin (13 mayo 1871), reproducida en J. Bruhat, J. Dautry y E. Tersen, Op. Cit., p. 147.)

44.- P. L. Lavrov, La Comuna de París del 18 de marzo de 1871, Petrogrado, 1919, pp. 64-65. Reproducido en Terrorisme et Communisme, de L. Trotsky, p. 116.

45.- P. L. Lavrov, op. cit. p. 71. Reproducido en Terrorisme et Communisme, p. 116.

46.- L. Trotsky, Terrorisme et Communisme, p. 113.

47.- J. Bruhat, J. Dautry Y E. Tersen, op. cit., p. 195.

48.- De la proclama electoral del Comité Central de los 20 Distritos. Citado por Lefrançais en Étude sur le mouvement communaliste à Paris 1871. Piéces Justificatives, p. 33. Consultado en Ideologías y tendencias en la Comuna de París, p. 272, de Heinrich Koechlin.

49.- P. 59.

50.- El 18 de abril, la Comuna publicó un decreto sobre vencimientos, concediendo una moratoria de tres años para el pago de las deudas.

51.- «La Comuna era la verdadera representación de todos los elementos sanos de la sociedad francesa, y, por consiguiente, el auténtico gobierno nacional. Pero, al mismo tiempo, como gobierno obrero y como campeón intrépido de la emancipación del trabajo, era un gobierno internacional en el pleno sentido de la palabra. Ante los ojos del ejército prusiano, que había anexionado a Alemania dos provincias francesas, la Comuna anexionó a Francia los obreros del mundo entero» (K. Marx, La guerra civil en Francia, p. 61.).

52.- Marx, Crítica del Programa de Gotha, mayo de 1875. Publicado por Engels en 1891.

53.- V. I. Lenin, La dualidad de poderes, Pravda, 9 de abril de 1917. Obras escogidas, Editorial Progreso, Moscú, vol. 2, pp. 40-41.

Primera parte El desastre

Capítulo I Prólogo del combate el derrumbamiento del segundo imperio Francia antes de la guerra

El Imperio es la paz.

Luis Napoleón Bonaparte

Octubre de 1892

9 de agosto de 1870. En tres días, el Imperio ha perdido tres batallas. Douay, Frossard, Mac-Mahon se han dejado sorprender, aplastar. Alsacia está perdida, el Mosela al descubierto, Emile Ollivier ha convocado al Cuerpo Legislativo. Desde las once de la mañana, París se ha echado a la calle, llena la plaza de la Concordia, los muelles, la calle Bourgogne, rodea el Palais-Bourbon.

París espera la consigna de los diputados de la izquierda. Son, desde la derrota, la única autoridad moral. Burgueses, obreros, todos se les unen. Los talleres han vomitado un verdadero ejército a la calle; capitaneando los grupos, se ven hombres de probada energía.

El Imperio cruje, está a punto de derrumbarse. Las tropas, formadas delante del Cuerpo Legislativo, están emocionadas, dispuestas a pasarse al pueblo, a pesar del viejo mariscal Baraguey-d’Hilliers, gruñón y cubierto de entorchados. Gritos: «¡A la frontera!». Los oficiales murmuran: «¡Nuestro puesto no está aquí!».

En la sala de Pas-Perdus, republicanos que han forzado la consigna, apostrofan a los diputados adictos al Imperio y claman por la República. Los mamelucos, pálidos, se escabullen por entre los grupos. Thiers llega asustado; le acosan y responde: «¡Implantadla, pues, vuestra República!». Pasa el presidente Schneider hacia el sillón presidencial. Gritos: «¡Abdicación! ¡Abdicación!».

Los diputados de la izquierda, a quienes acosan los delegados de los que aguardan fuera, acuden aturdidos: «¿A qué esperáis? ¡Está todo preparado! ¡Presentaos en lo alto de la escalinata o en la verja!». «¿Hay bastante gente? ¿No sería mejor dejarlo para mañana?». No hay, en efecto, más que cien mil hombres. Alguien viene a decir a Gambetta: «En la plaza Bourbon aguardaremos varios millares». Otro, el que escribe, apremia: «Haceos cargo del poder, que aún es tiempo; mañana os veréis obligados a afrontar la situación, cuando sea ya desesperada». De aquellos cerebros embotados no brota una idea; de las bocas abiertas no sale una palabra.

Se abre la sesión. Jules Favre invita a la asamblea del desastre a que tome en sus manos el gobierno. Los mamelucos, furiosos, amenazan, y, en la sala de Pas-Perdus, se presenta, desgreñado, Jules Simon: «Quieren fusilarnos»; yo me presenté en medio del recinto con los brazos cruzados y les dije: «¡Fusiladnos si queréis!». Una voz le grita: «¡Acabad de una vez!». «¡Sí, es preciso acabar!», y vuelve a sentarse, con gesto trágico.

Se acabaron las contemplaciones. Los mamelucos, que conocen bien a la gente de la izquierda, recobran el aplomo, y, quitándose de encima a Emile Ollivier, imponen por la fuerza un ministerio encabezado por Palikao, el saqueador del Palacio de Verano. Schneider levanta la sesión precipitadamente. El pueblo, suavemente rechazado por las tropas, vuelve a apelotonarse a la entrada de los puentes, corre detrás de los que salen de la Cámara, a cada instante cree proclamada la República. Jules Simon, ya lejos de las bayonetas, le cita para el día siguiente en la plaza de la Concordia. Al día siguiente, la policía ocupa todas las bocacalles.

La izquierda dejaba en manos de Napoleón iii los dos últimos ejércitos de Francia. El 9 de agosto, hubiera bastado un empujón para barrer aquel despojo de Imperio; Pietri, el prefecto de Policía, lo ha reconocido. Guiado por su instinto, el pueblo brinda sus brazos. Pero la izquierda rechaza la revuelta liberadora, y abandona al Imperio el cuidado de salvar a Francia. Hasta los turcos tuvieron en 1876 más inteligencia y más ímpetu.

Francia pasa tres semanas enteras rodando al abismo, ante la impasibilidad de los imperialistas y los apóstrofes declamatorios de la izquierda.

En Burdeos, meses más tarde, una asamblea aúlla contra el Imperio, y en Versalles se alza un clamor entusiasta cuando un gran señor declama: «¡Varus, devuélvenos nuestras legiones!». ¿Quién increpa y quién aplaude esta suerte? La misma alta burguesía que se pasó dieciocho años muda, besando el polvo y entregando a Varus sus legiones.

Aceptó el segundo Imperio por miedo al socialismo, como sus padres se habían entregado al primero para clausurar la revolución. Napoleón i le prestó dos grandes servicios, que no se pagan con la apoteosis, por grande que esta sea. Impuso a Francia una centralización y mandó a la tumba a cien mil miserables, que caldeados aún por el vendaval revolucionario, podían alzarse el día menos pensado, reclamando la parte que les correspondía en los bienes nacionales. A cambio de esto, dejó a la burguesía aparejada para los amos de mañana. Al arribar al régimen parlamentario, adonde Mirabeau quería exaltarla de un salto, estaba absolutamente incapacitada para gobernar. Su motín de 1830, transformado en revolución por el pueblo, fue una irrupción de estómagos glotones. La alta burguesía de 1830 no tenía más que una aspiración, como la del 89: atracarse de privilegios, artillar la fortaleza que defendía sus dominios, subyugar y explotar al nuevo proletariado. Con tal de engordar, el porvenir del país le importa poco. Para dirigir a Francia y embarcarla en sus aventuras, el rey orleanista tiene carta blanca, como el César. Cuando en el 48 un nuevo arranque del pueblo le entrega el timón, no acierta a empuñarlo más de tres años en su mano gotosa, y a pesar de todas las proscripciones y matanzas, el primer advenedizo se alza insensiblemente con él.

Del 51 al 69 reanuda sus orgías de Brumario. La burguesía jubilosa de ver salvados sus privilegios, deja que Napoleón iii desangre el país, lo enfeude a Roma, lo deshonre en México, lo aísle en Europa y lo entregue al prusiano. Lo puede todo, por sus influencias, por su riqueza, y no protesta ni con un voto ni con un murmullo. En el año 69, otro empujón del pueblo la enfrenta con el poder; no tiene más que veleidades de eunuco: se lanza a besar la bota del tirano, y pone lecho de rosas al plebiscito que rebautiza la dinastía.

¡Pobre Francia! ¿Quién pugna por salvarte de la invasión? El humilde, el trabajador, el que, desde hace tantos años, lucha por rescatarte del Imperio.

Al llegar aquí, tenemos que detenernos un momento. ¿A quién se debe esta jornada del 9 de agosto de 1870, esta guerra, esta invasión, estos hombres, estos partidos? Viene obligado un prólogo en las tragedias que van a reseñarse. Lo menos árido posible, pero al que el lector que quiera enterarse deberá prestar atención.

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