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Como ocurriera en la historiografía europea, en España la historia de la vida cotidiana ha ido de la mano del estudio de las actitudes sociopolíticas de la población. Los primeros trabajos que adoptaban esta perspectiva aparecieron a finales de los años ochenta inspirados por la historiografía alemana y, sobre todo, italiana, si bien hacían hincapié en las peculiaridades del franquismo y de la sociedad sobre la que se impuso. Los trabajos en este ámbito han ido la mayoría de las veces ligados al estudio de los apoyos sociales de la dictadura y se han centrado sobre todo en el primer franquismo. Así, aunque en los últimos años ha empezado a ponerse la mirada en las etapas posteriores del régimen, continúa existiendo un importante vacío en lo referente a las décadas de los cincuenta, sesenta y setenta. Entre los pioneros en abordar el tema del consenso bajo el régimen de Franco estuvieron De Riquer, para el caso catalán, Moreno Luzón o Calvo Vicente.25

La historiografía catalana fue de las primeras en explorar, en los años noventa, las posibilidades de la categoría «consenso», si bien no hizo el suficiente hincapié en las actitudes sociales intermedias, presentando un panorama con escasos matices y tendente a la bipolaridad. Estudios como los de Barbagallo o los de Molinero e Ysás pusieron de manifiesto que el franquismo contó en la región con el apoyo mayoritario de la burguesía catalana, temerosa de la revolución social, así como de los sectores católicos. No obstante, las actitudes de rechazo propias de las clases trabajadoras y de las clases medias intelectuales y catalanistas estuvieron más extendidas, pese a que prácticamente no hubiera expresiones de resistencia abierta debido a la fuerte represión y al generalizado miedo en los años cuarenta. Conxita Mir, por su parte, estudió el mundo rural catalán de posguerra, centrándose sobre todo en los procesos represivos y en las resistencias cotidianas. Para este mismo marco espaciotemporal Jordi Font puso de relieve el gran potencial de las fuentes orales a la hora de esclarecer las percepciones de la población del agro acerca de la dictadura. En uno de sus trabajos en Historia Social este autor se refirió a la historia de la vida cotidiana como «una herramienta muy útil para averiguar el grado de eficacia de la dictadura para imponer su dominio».26

Fue a finales de los años noventa cuando el conocido como «Proyecto Valencia» marcó un antes y un después en este ámbito historiográfico. Sus principales investigadores, Saz y Gómez Roda, atendieron a la evolución de las actitudes sociales a lo largo del periodo dictatorial, paralela a las transformaciones económicas y políticas. Los autores concluyeron que el importante desarrollo económico de la región valenciana desde finales de los años cincuenta y, sobre todo, a comienzos de los sesenta le habría granjeado al régimen franquista el apoyo de las clases medias profesionales, contribuyendo así a ampliar su base de consenso.27 Otros historiadores que han trabajado sobre este tema han sido Ángela Cenarro, que hizo hincapié en la violencia como pilar en que se sustentó el «Nuevo Estado»; Antonio Cazorla, reticente a usar la categoría «consenso» al referirse al franquismo; o Francisco Sevillano, que defendió que el «Nuevo Estado» combinó el ejercicio de la violencia con sus esfuerzos por generar consenso.28

Para el mundo rural de Andalucía Oriental destacan los trabajos de Francisco Cobo y Teresa Ortega, centrados en el estudio de los apoyos sociales al franquismo, que han mostrado la heterogeneidad de grupos sociales que se sintieron atraídos por las promesas de paz, propiedad, orden y justicia social de la dictadura. Por su parte, Miguel Ángel del Arco y Peter Anderson han destacado que la represión no vino solo «desde arriba», sino que los ciudadanos comunes jugaron un importante papel en la misma.29 Para este mismo ámbito, y más concretamente para la provincia de Almería, Óscar Rodríguez ha tratado en sus investigaciones las prácticas de resistencia en la década de los cuarenta. También en Galicia se ha avanzado mucho en este terreno, con importantes estudios sobre el ámbito rural como los de Ana Cabana, que ha hecho hincapié en los conflictos y en las resistencias, o los de Daniel Lanero, que ha transitado la todavía poco explorada senda de las políticas sociales de la dictadura.30

Los trabajos más recientes sobre las actitudes sociopolíticas bajo el franquismo han sido llevados a cabo por una generación más joven de historiadores que han leído sus tesis doctorales en los últimos años. Entre ellos, Claudio Hernández, que ha ahondado en la existencia de una amplia y mayoritaria «zona gris» en Granada integrada por aquellos que no eran ni opositores ni adeptos; Irene Murillo, quien se ha centrado en las resistencias femeninas en la Zaragoza de posguerra; Carlos Fuertes, que ha trabajado entre otras cuestiones la recepción de las políticas educativas franquistas en Valencia o, en fin, Estefanía Langarita, quien ha profundizado en los apoyos sociales y la construcción de la dictadura en Aragón.31

Este libro incorpora todos estos nuevos debates, enfoques y perspectivas que, asumiendo las tendencias internacionales para el estudio de los regímenes autoritarios, han renovado de manera sugestiva y original las preguntas sobre el periodo franquista. La historia de la vida cotidiana ha demostrado ser de gran utilidad para esclarecer las actitudes sociales de la población que vivió en dictadura, de sus prácticas de resistencia frente al poder y de la forma en que recibieron las políticas de consenso del régimen. El presente volumen parte de todas estas premisas, a la vez que trata de ir más allá en lo que respecta a los aspectos cualitativos y a la dimensión sociocultural, en los que hace especial hincapié. Al tiempo, maneja una gran carga empírica y aplica una amplia cronología que abarca desde los años cuarenta hasta los setenta, lo que permite atender a la evolución de la política popular a lo largo de las décadas. De esta forma, esta obra pretende contribuir a una mejor y más profunda comprensión de la, todavía en muchos aspectos desconocida, dictadura de Francisco Franco.

2. LAS «TEXTURAS» DE LO COTIDIANO. La Alltagsgeschichte y sus fuentes

Aunque durante mucho tiempo la historia de la vida cotidiana o Alltagsgeschichte fue despectivamente vinculada con el estudio de lo costumbrista, lo trivial o lo banal, hoy en día ha logrado desprenderse de todos aquellos prejuicios. Como explicara Hernández Sandoica, la historia de la vida cotidiana «no se refiere (o no debe referirse) a los aspectos anecdóticos de la vida diaria».32 Entre otras cuestiones, esta perspectiva historiográfica permite conocer la «microfísica del poder» y las «relaciones extraoficiales de poder» atendiendo a las prácticas cotidianas que conciernen de algún modo al Estado.33 Además, el prisma de lo cotidiano se revela como el más indicado para descubrir cómo se concretan las continuidades y las discontinuidades del proceso histórico en las vidas de los hombres y mujeres «normales y corrientes», así como las implicaciones que tuvieron para ellos en su día a día. Asimismo, la adopción de esta perspectiva ofrece la posibilidad de recuperar la particular «cosmovisión» de la gente de a pie, esto es, los parámetros culturales que configuraban su particular universo cotidiano. En otras palabras, los valores y significados que confirieron al microcosmos en el que actuaban y tomaban decisiones, y que configuraban su visión del mundo.34

En palabras de Franco Crespi, la cotidianeidad tiene que ver con «la exaltación del calor de las cosas simples de la vida, del carácter tranquilo de la vida cotidiana con respecto a las tensiones y los riesgos de los momentos excepcionales».35 Sin embargo, este libro entiende la compleja noción de lo cotidiano, no solo como lo ordinario del día a día, sino también como lo extraordinario que viene a romper la «normalidad» y como la relación que se establece entre ambos. Para el caso de la Alemania nazi, Bergerson ha escrito que «la vida cotidiana durante el Tercer Reich no puede caracterizarse como normal o anormal, integradora o alienante. Normalidad y anormalidad, comunidad y sociedad, no son categorías objetivas sino experiencias subjetivas producidas a través de mecanismos culturales».36 Por tanto, no resulta sencillo delimitar qué es ordinario y qué extraordinario, o qué es normal y qué anormal en el día a día de una dictadura como la franquista durante la que todas estas concepciones quedaron trastocadas. El «anormal» régimen de Franco acabó por «normalizarse» a base de perdurar. Y episodios en otros momentos «extraordinarios» como las pequeñas operaciones estraperlistas devinieron «ordinarios» en los años de posguerra a base de repetirse día tras día.37

En primer lugar, la historia de la vida cotidiana guarda un estrecho vínculo con la nueva historia cultural, que surgió con fuerza a mediados de los años noventa tras el llamado «giro cultural» y que eclipsó a la historia social más clásica.38 El interés de esta corriente historiográfica ha estado del lado del estudio de las mentalidades, las subjetividades y las identidades tanto individuales como colectivas, así como de las representaciones e imaginarios, y de las construcciones discursivas y simbólicas, que –junto a las realidades materiales objetivas– resultan cruciales a la hora de reconstruir el universo cotidiano de las clases populares. Todos estos elementos adquieren significados plurales, por lo que existen multitud de aproximaciones posibles, como las que se hacen desde la historia, la sociología o la antropología. Es precisamente de estas dos últimas disciplinas de donde proviene la noción de «cultura» que manejamos aquí, entendida como «todo el modo de vida» de un pueblo. O, en otras palabras, como «la urdimbre de significaciones atendiendo a las cuales los seres humanos interpretan su experiencia y orientan su acción». Por tanto, la cultura engloba tanto la «alta cultura» como la «cultura popular» (o folclore) y se configura bidireccionalmente, tanto de arriba abajo como de abajo arriba.39 Asimismo, nos resultan de gran utilidad conceptos como el de habitus de Bourdieu, esto es, el conjunto de disposiciones o esquemas mentales que codifican la manera de ser y estar en el mundo de cada grupo social que son «naturalizados» y asumidos de manera inconsciente.40

En segundo lugar, este enfoque teórico-metodológico permite acceder a la política popular a través de lo cotidiano o, en otras palabras, atender a las múltiples formas en que lo político atraviesa contextos cotidianos como el del trabajo, la alimentación, el ocio, o la religiosidad y las festividades populares. Para ello resulta imprescindible comprender la esfera de lo político en un sentido lato que trascienda la política formal, caso de la pertenencia a un partido u organización sindical, y englobe las múltiples «formas de hacer política» de «los de abajo». Ello resulta especialmente cierto si tenemos en cuenta que bajo un régimen dictatorial como el franquista no puede hablarse de la existencia de una «esfera pública» propiamente dicha. No obstante, ello no significa que todos los actos cotidianos de la gente «corriente» tuvieran connotaciones políticas, por lo que debemos evitar caer en el extremo contrario, el panpoliticismo, que acaba vaciando de contenido esta categoría analítica.

Tercero, y en el caso concreto de la dictadura de Franco, la aproximación de la Alltagsgeschichte abre la posibilidad de analizar la problemática relación entre el Estado franquista y la sociedad sobre la que se impuso: los momentos dulces y los episodios críticos por que atravesó, y cómo, cuándo y por qué se acabó deteriorando sin posibilidad de continuidad tras casi cuatro décadas de entendimiento. Por ejemplo, esta perspectiva resulta útil a la hora de observar las pequeñas acciones de resistencia cotidiana puestas en marcha para desafiar al poder franquista. Asimismo, permite dilucidar las formas en que las políticas y los discursos franquistas fueron recibidos por la población «a ras de suelo»: cuáles les resultaron atractivos, cuáles repudiables y cuáles otros indiferentes.

Cuarto, frente a la rigidez de los enfoques estructuralistas, la Alltagsgeschichte se caracteriza por su flexibilidad y dinamismo a la hora de abordar la forma en que los individuos experimentaron el proceso histórico. Como explicara uno de sus principales representantes, Alf Lüdtke, «los hombres hacen su historia en unas condiciones dadas, ¡pero la hacen ellos mismos!».41 Esta corriente historiográfica enfatiza la autonomía de los sujetos y relativiza los límites estructurales que los constriñeron en su quehacer cotidiano. La historia de la vida cotidiana pone el foco sobre los hombres y mujeres «comunes» que durante largo tiempo fueron desatendidos y marginados por la historiografía tradicional. No se trata de negar la capacidad del Estado para condicionar la vida de los individuos, máxime en el caso de regímenes coercitivos y violentos como el franquista, sino de reconocer que los sujetos estuvieron en condiciones de negociar con el poder muchos aspectos de su cotidianeidad. En palabras de De Certeau, pese al poder de las estructuras, los individuos son capaces de poner en marcha prácticas o «maneras de hacer» cotidianas con las que se reapropian del espacio de forma «creativa».42

En línea con lo anterior, este libro trata de subrayar el papel que tuvieron los hombres y mujeres «corrientes» en el sostenimiento de la dictadura franquista. Al tiempo, pretende revalorizar la capacidad de agencia que lograron preservar en aquel contexto altamente opresivo y hostil. Entre estos individuos estuvieron las mujeres, los jóvenes, los trabajadores agrarios o los vendedores ambulantes, que aparecen en las siguientes páginas como sujetos con voz propia que, pese a vivir parcialmente encorsetados, tomaron las riendas de sus vidas cotidianas. No obstante, esta atención especial a los grupos ordinarios y marginales, que constituían el grueso de la población, no es óbice para que ampliemos nuestras miras a toda la comunidad, sin ignorar a las élites locales. Además, a la hora de aplicar la metodología propia de la historia de la vida cotidiana toma en consideración la clase social, el entorno familiar, el sexo o la edad de estas personas como factores configuradores de sus múltiples y plurales experiencias cotidianas.

En quinto lugar, los temas por los que se han interesado los historiadores de lo cotidiano han sido de una gran riqueza y diversidad. En el caso de los estudiosos de las dictaduras europeas del siglo XX que han aplicado los presupuestos teóricos de la Alltagsgeschichte, uno de los predilectos ha sido el de las actitudes sociopolíticas de la población. Esta cuestión aparece estrechamente vinculada al estudio de la cotidianeidad, al abrir la posibilidad de recuperar las variadas formas en que los hombres y mujeres que vivieron en dictadura experimentaron este sistema político. En otras palabras, abre al historiador la posibilidad de conocer la dictadura «realmente» vivida por la gente de a pie. Este libro se inserta en esta línea temática, englobando tanto los sentimientos de aquiescencia y conformidad que suscitaron las políticas más magnánimas del régimen franquista, como las prácticas de resistencia cotidiana protagonizadas por los disidentes o disconformes.

Sexto, la historia de la vida cotidiana resulta especialmente valiosa cuando se aplica a pequeñas escalas de análisis. Es por ello que aquí se asume la perspectiva de la historia desde lo local, un enfoque que emergió al calor del llamado «giro local» de principios de la década de los noventa ante la necesidad de descentralizar la historia dando mayor protagonismo al marco local, el ámbito de gestión más inmediato y en el que empiezan a construirse las identidades individuales, que no podía continuar siendo un mero reflejo de lo global.43 La adopción de este prisma permite hacer aportaciones de relevancia al conocimiento general sobre el franquismo: corroborar, desmentir o formular nuevas hipótesis de trabajo.44

Su aplicación resulta altamente pertinente para esta investigación por varias razones. En primer lugar, porque el microanálisis o «reducción de la escala de observación de los objetos con el fin de revelar la densa red de relaciones que configuraron la acción humana» ofrece la posibilidad de ampliar el zoom para captar la pluralidad y las sutilezas de las actitudes, comportamientos y percepciones de la «gente corriente», haciendo hincapié en lo social, lo cotidiano y lo cultural. Aunque presenta estrechas conexiones con la microhistoria, con la que comparte el interés por la «descripción densa», la historia desde lo local pone el foco en toda la comunidad, en lugar de tender a centrarse en un único individuo. En segundo lugar, porque introduce en el análisis «lo periférico, lo marginal, lo descentrado», que es precisamente donde se pone el acento. En tercer lugar, porque permite conocer y reconstruir con mayor nivel de profundidad el contexto espacial en que vivieron los sujetos históricos que analizamos.45 Finalmente, contribuye a revalorizar el a menudo olvidado mundo rural y a minar algunos de los tópicos que siguen pesando sobre él.

Ahora bien, no se trata de hacer historia local de un lugar, con lo que se correría el riesgo de caer en el localismo que tan solo resulta de interés para los nativos, sino de responder a preguntas historiográficas de interés general desde lo local. Para ello conviene mantener un equilibrio con las escalas regional, nacional e internacional mediante el recurso a análisis multiescalares que nos impidan perder la perspectiva. Se trata de casar lo micro o particular con lo macro o general de forma que podamos comparar los diferentes, similares o idénticos ritmos evolutivos, así como confirmar o desmentir procesos y tendencias generales. Este libro es, por lo tanto, una historia desde lo local que recurre a diversos casos como pretexto para analizar cuestiones de relevancia historiográfica.

El volumen analiza el mundo rural, el mayoritario en la España de la época,46 y se centra, sobre todo aunque no exclusivamente, en Andalucía Oriental. Frente al criterio estrictamente poblacional utilizado por el INE a la hora de discernir entre zonas urbanas y rurales, Cazorla Pérez propuso el empleo de un criterio mixto que considerase, no solo el número de habitantes, sino también su ocupación predominante. Sin embargo, más que en el tamaño o la actividad económica, sería conveniente introducir parámetros cualitativos como las formas de vida o la mentalidad de sus habitantes.47 Es indudable que durante el franquismo el mundo rural presentaba una serie de peculiaridades respecto al ámbito urbano. En este sentido, Veiga y Cabo apuntaron algunas de estas especificidades, como la prudencia, la cohesión de la familia y la comunidad, la desconfianza hacia el exterior, la importancia de la cultura oral, el faccionalismo y clientelismo o las estrategias basadas en las «armas de los débiles».48

Por último, uno de los principales obstáculos que han encontrado los investigadores para practicar la historia de la vida cotidiana ha sido el de las fuentes. Ello ha tenido que ver con las dificultades a la hora de dar con evidencias que recojan las vivencias de los hombres y mujeres de a pie, dado que su voz rara vez quedó reflejada en documentos oficiales, pues muchos ni siquiera eran capaces de leer y escribir. Además, constatar documentalmente las subjetivas percepciones cotidianas de la población no resulta sencillo, en tanto que prácticamente solo son accesibles para el investigador en aquellos casos en que se tradujeron en comportamientos concretos y acabaron registrados de algún modo. En general, las actitudes aquiescentes pueden ser rastreadas en las fuentes mediante las huellas documentales que dejaron los colaboracionismos –actas de denuncia–, mientras que aquellas de rechazo son recuperables a partir de las sanciones impuestas a las acciones de resistencia que quebrantaban las normativas. Sin embargo, acceder al «estado de opinión» más o menos favorable hacia las políticas de la dictadura, la mayor parte de las veces no exteriorizado ni colaborando ni resistiendo, resulta mucho más difícil.

Para soslayar estos obstáculos recurrimos a fuentes alternativas y muy diversas entre sí, susceptibles de complementarse mutuamente. La investigación que vertebra este libro se apoya en abundantes evidencias primarias, superando una de las quizá más recurrentes carencias de los trabajos centrados en las actitudes sociopolíticas, el desequilibrio entre un exceso de teorización y una escasa carga empírica. Algunas de ellas son fuentes tradicionales a las que se han lanzado nuevas preguntas, caso de las hemerográficas, estadísticas o (algunas de las) archivísticas. Otras resultan más originales, como las epistolares, las orales o los cuadernos escolares. Todas estas fuentes han sido tomadas con las debidas precauciones en tanto que fueron elaboradas en el contexto de un régimen que nunca garantizó las libertades individuales.

Respecto a las fuentes archivísticas, hemos estudiado la documentación procedente de una decena de archivos municipales andaluces. Tanto en estos como en los archivos provinciales de Málaga, Jaén, Almería y Granada –en esta última ciudad también el Archivo de la Real Chancillería– hemos consultado fuentes de carácter judicial como los expedientes instruidos por los juzgados de paz, los incoados por el inspector de abastos y otras autoridades locales por infracción de las ordenanzas municipales, los partes de la Guardia Civil o las denuncias formuladas por los guardias rurales de las HSLG. Al manejar esta documentación, mayoritariamente generada tras la denuncia de un agente de la autoridad o de un particular, hemos de tomar la precaución de considerar que muchas de aquellas acusaciones pudieran ser sencillamente falsas. Entre los archivos nacionales en los que hemos trabajado se encuentra el Archivo General de la Administración, donde hemos consultado sobre todo las memorias anuales enviadas por los gobernadores civiles, la documentación generada por la Obra Sindical del Hogar o el suculento fondo del Gabinete de Enlace. También el Archivo del Partido Comunista, donde recopilamos numerosas cartas remitidas a la emisora de radio La Pirenaica por los oyentes de las zonas rurales. Por último, los archivos internacionales, concretamente The National Archives (Londres, Reino Unido), donde accedimos a la documentación diplomática generada por el Foreign Office.

En cuanto a las fuentes orales, contamos con una muestra de alrededor de treinta informantes procedentes de diversos municipios de Andalucía Oriental. Este tipo de fuentes proporcionan la subjetividad imprescindible para el estudio de las percepciones bajo la dictadura que, lejos de suponer un lastre, constituye una virtud. Además, complementan y suplen parcialmente las carencias de las fuentes documentales en las que las mujeres, por ejemplo, quedan infrarrepresentadas, abriendo la posibilidad de dar voz a quienes tradicionalmente no la han tenido.49 A la hora de escoger a los sujetos entrevistados se ha tratado de mantener el equilibrio entre sexos, pero también entre generaciones, clases sociales y grado de implicación política durante el periodo de estudio, factores que condicionaron la forma en que experimentaron sus vidas cotidianas. El procedimiento seguido ha sido el propio de las historias de vida, entendiendo la entrevista como una conversacion flexible y fluida entre entrevistador y entrevistado en la que este último narra las cuestiones más significativas de su vida. Para ello se ha partido de un cuestionario previamente preparado a modo de guion orientativo. Una vez realizada la entrevista, se ha procedido a su transcripción teniendo siempre presente la necesidad de deconstruir el testimonio.50 Por supuesto, estas fuentes no están exentas de las limitaciones y deficiencias inherentes a todas las fuentes históricas, pero basta con ser conscientes de las «trampas» de la memoria –distorsiones o recuerdos a medida en función de la experiencia vivida y los cambios identitarios experimentados por el sujeto– y de que estas también pueden y deben de ser interpretadas para que ello no represente un obstáculo insalvable.

En este sentido, aunque algunos se refieren a la historia como el conocimiento objetivo por oposición al conocimiento subjetivo representado por la memoria, a la que atribuyen un menor grado de rigurosidad y cientificidad,51 lo cierto es que ambas son formas complementarias de representar el pasado que se construyen socialmente.52 Incluso hay quienes niegan esta distinción, arguyendo que ambas son «actos de rememoración y reunión de evidencias».53 En el diálogo que se establece entre las fuentes escritas, «acabadas y limitadas», y las fuentes orales, «abiertas y vivas», existen puntos de confluencia y de divergencia, potenciaciones y contradicciones.54 La importancia de estas últimas residiría «no tanto en su observación de los hechos, sino en su desviación de ellos, en cuanto permite que la imaginación, el simbolismo y el deseo emerjan. Y estos pueden ser tan importantes como las narraciones factualmente ciertas».55 La dialéctica recuerdo-olvido no está desprovista de intencionalidad, sino que responde a unos determinados anhelos y necesidades tanto individuales como colectivas. Así, en palabras de Thelen, «en un estudio sobre la memoria, lo importante no es hasta qué punto un recuerdo encaja exactamente con un fragmento de la realidad pasada, sino por qué los actores históricos construyen sus recuerdos de una cierta forma en un momento dado».56 El análisis de la memoria resulta de gran utilidad para desentrañar la relación entre los recuerdos y el posicionamiento ideológico-político de los sujetos en el pasado.57 La memoria y la desmemoria nos ofrecen importantes pistas acerca de las actitudes sociopolíticas de los individuos, pudiendo leerse en clave de conformidad o disconformidad hacia el «Nuevo Estado» franquista. Como explicara Alessandro Portelli, uno de los historiadores que con mayor éxito ha trabajado con fuentes orales,

el distanciamiento entre el hecho (acontecimiento) y la memoria no se puede atribuir al deterioro del recuerdo, al tiempo transcurrido, ni quizás a la edad avanzada de algunos de los narradores. Sí puede decirse que nos encontramos delante de productos generados por el funcionamiento activo de la memoria colectiva, generados por procedimientos coherentes que organizan tendencias de fondo.58

3. «NI BLANCO NI NEGRO». LA PALETA DE GRISES DE LAS ACTITUDES SOCIOPOLÍTICAS DE LA POBLACIÓN HACIA LA DICTADURA FRANQUISTA

Los estudiosos de las actitudes han tendido a agruparse en la tendencia de quienes priman los procesos represivos y los comportamientos resistentes, de un lado, y en la de quienes dan prevalencia a las actitudes de consenso y a las prácticas colaboracionistas, de otro. Sin embargo, este libro presta atención a todo el espectro actitudinal, entendiendo que no se trata de dos esferas desconectadas, sino de un continuo. Además, adoptamos un marco cronológico que abarca las distintas etapas de la dictadura, con la indiscutible ventaja que ello entraña a la hora de atender a la evolución del sentir popular hacia el régimen de Franco.59 Asimismo, y a diferencia de lo que ha ocurrido con otras propuestas de clasificación, tratamos de ir más allá del esquema teórico aplicándolo a un caso real y concreto, la historia de vida de una mujer del mundo rural malagueño.

3.1 Clasificación de las actitudes sociopolíticas de la población

Que solo espero el fallo justo y leal de la justicia de Franco, como demostrativo de mi acrisolada conducta y honradez sin tacha (…) Por la España nueva que con tanto ardor defendió aquel héroe y mártir fundador de un credo nuevo por el que dio su vida. ¡JOSÉ ANTONIO! ¡¡¡PRESENTE!!! Y por los que cayeron defendiendo la libertad y el honor de España, con la gloriosa camisa azul, a cuyo Partido en la Sección Femenina milita mi referida hija, y como mujer Española ruego a V.E. y exijo a la ley se me haga JUSTICIA a secas para que resplandezca la verdad, y se me devuelva a mi hijita, alegría de mi casa y consuelo de estos humildes viejecitos que si algún pecado cometieron en su vida fue ser siempre trabajadores, católicos, querer mucho a esa chiquilla que su ausencia nos va a enterrar y adictos siempre a los postulados de FALANGE y con ella a Franco y ESPAÑA (…) ¡Saludo a Franco! ¡Arriba España!60

El fragmento forma parte de la carta enviada por la vecina de Almería Adela Trillo al gobernador civil de su provincia el 23 de junio de 1950. En ella la mujer suplicaba que permitiera la vuelta de su ahijada, apartada del matrimonio después de que la arrendadora de la habitación que tenía alquilada la denunciase por inmoral y escandalosa al utilizar presuntamente la alcoba para la práctica clandestina de la prostitución. Sus exaltaciones de José Antonio Primo de Rivera y de Francisco Franco o sus apelaciones al rol de «mujer española modelo de esposa y de madre» que le correspondía asumir en la Nueva España parecen apuntar hacia un uso inteligente del lenguaje del poder. Mediante el recurso a sus mismas referencias religiosas, patrióticas y de género la remitente esperaba conseguir la gracia de la autoridad.61 Pero ¿era toda esta retórica mera impostura e instrumentalización del discurso del régimen o había sido, aunque fuera parcialmente, interiorizada? Si Adela había sido realmente convencida y, tal y como aseguraba, confiaba en la justicia de Franco, ¿a través de qué discursos y políticas fue conquistada para la causa de la Nueva España?

Como han puesto ya de manifiesto diversos investigadores, las actitudes sociales y políticas fueron heterogéneas y dinámicas. Es por ello que no pueden estudiarse a partir de esquemas dicotómicos reduccionistas que obvian la multiplicidad de factores que conforman la «opinión popular» –cuya existencia bajo regímenes que no garantizan la libertad de prensa resulta discutible– con respecto a las diferentes políticas puestas en marcha por el régimen franquista en sus distintas etapas.62 En esta línea, y frente al modelo binario del blanco o negro, apostamos por una explicación en escala de grises que atienda a los sutiles matices existentes entre el extremo de la adhesión y el de la oposición. Las actitudes sociopolíticas de la población fueron plurales e incluso a veces contradictorias. Un mismo sujeto pudo albergar simultáneamente diversas actitudes respecto a diferentes ámbitos de expresión del poder dictatorial, aceptando unos aspectos y rechazando otros. Y al tiempo, experimentar una evolución actitudinal paralela a la que sufrió la esencia del régimen. La conformación de las actitudes hacia el franquismo se debió a factores tanto materiales como ideológicos y estuvo en función de cuestiones tan diversas como el bando en el que el individuo se implicó durante la Guerra Civil, sus distintos y cambiantes intereses o el peso que concedió en cada momento a sus también múltiples y mutables identidades (familiar, de clase, de género, religiosa o generacional).63

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9788491347132
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