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3.3. Racionalismo explicativo

La primera definición de la Ética reza así: “Por causa de sí entiendo aquello cuya esencia implica la existencia, o, lo que es lo mismo, aquello cuya naturaleza solo puede concebirse como existente” (E1Def1). Así se atribuye causalidad al mismo Dios; si se toma junto con los axiomas “De una determinada causa se sigue necesariamente un efecto, y, por el contrario, si no se da causa alguna determinada, es imposible que un efecto se siga” (E1Ax3) y el ya mencionado 1Ax4, resulta que todo en el mundo es causal, y todo es explicable (Garrett, 2003, p. 24). A esto lo podemos llamar “racionalismo explicativo” (p. 30; Bennett, 1984, p. 36).

El racionalismo explicativo se completa con la proposición que establece el paralelismo: “El orden y conexión de las ideas es el mismo que el orden y conexión de las cosas” (E2P7). En virtud de esta proposición el orden y conexión de lo que se sigue causalmente de un ente corresponde al orden y conexión de lo que se deduce de la esencia de este. Para 2P7 ya ha mostrado Spinoza que hay una sola sustancia, Dios, y que las cosas finitas son modos, modificaciones, de esta única sustancia (E1P15C); o, dicho de otro modo, que se siguen de la esencia de esta. Por lo tanto, idealmente, el conocimiento tendría que ser un comprender cómo todo se sigue de la esencia de Dios. Esto será, para Spinoza, la forma más excelsa de conocimiento, que “progresa, a partir de la idea adecuada de la esencia formal de ciertos atributos de Dios, hacia el conocimiento adecuado de la esencia de las cosas” (E2P40S2). Si se toma este conocimiento como modelo del conocimiento, podemos detectar una razón de fondo (más allá de la intención pedagógica que motivaría la forma de escritura de los Principios de la filosofía de Descartes) por la que Spinoza elegiría el método sintético por sobre el analítico.

3.4. Definiciones, axiomas y esencias

Sirva el prefacio de Meyer para dar una idea de lo que tradicionalmente se entiende por definiciones y axiomas:

Las definiciones no son otra cosa que explicaciones muy claras de los términos y nombres con que se designan los objetos que se van a tratar. Por otra parte, los postulados y axiomas, o nociones comunes de la mente, son enunciados tan claros y perspicuos que ni siquiera quienes sólo han entendido rectamente sus palabras podrán negarles su asentimiento. (PPC, Praef, 127)

Respecto a la definición, en cuanto es equivalente a la esencia de la cosa, tiene que ser mucho más que un claro acuerdo de léxico; y ya hemos visto que los axiomas espinozistas no cumplen con el alto parangón de claridad que exige Meyer.

Para Spinoza existen dos clases de definición: “La definición que sirve para explicar una cosa, de la cual sólo se busca la esencia, […] y la definición que tan sólo se propone para someterla a examen” (Ep9, 42). En el primer sentido, la definición va más allá del acuerdo en el léxico y “no se diferencia de la proposición y del axioma, sino en cuanto ella sólo se aplica a las esencias de las cosas o de sus afecciones mientras que éste es mucho más amplio” (Ep9, 43). La definición es una verdad acerca de la esencia de alguna cosa particular, en tanto el axioma es una verdad que puede ser de aplicación universal (TIE, § 93).

Spinoza rechaza la idea tradicional de definición a través del género y la especie (KV, I,7,9), y, de forma más fundamental, los universales: “Si las cosas particulares deben concordar con otra naturaleza [los universales], no podrán concordar con la suya propia” (KV,I,7,7), por lo que “Pedro debe concordar necesariamente con la idea de Pedro y no con la idea de hombre” KV,I,7,7). La definición debe dar cuenta, pues, de la esencia particular de la cosa. ¿De qué manera?

[La definición deberá] comprender su causa próxima. El círculo, por ejemplo, conforme a esta regla, deberá ser definido diciendo que es la figura que es descrita por una línea cualquiera, uno de cuyos extremos es fijo y el otro móvil […].

El concepto o definición de la cosa debe ser tal que, considerada en sí sola y no unida a otras, se puedan concluir de ella todas sus propiedades, como se puede ver en esta definición del círculo. De ella, en efecto, se concluye claramente que todas las líneas, trazadas desde el centro a la circunferencia, son iguales. (TIE, § 96)

Asimismo, la línea se produce por el movimiento de un punto (TIE, § 108), y el movimiento de un semicírculo sobre sí mismo produce una esfera (TIE, § 72). La causa de la cosa da cuenta de la esencia de la misma (cfr. también Ep60), cosa que puede deducirse de 1Ax4.

En carta a Spinoza, Tschirnhaus pregunta cómo es posible extraer nuevo conocimiento de una definición: “Por ejemplo, si considero la periferia del círculo, por sí sola, no podré concluir otra cosa, sino que es por todas partes semejante a sí mismo o uniforme […] y no podré jamás deducir otra alguna” (Ep82, 333-334). Spinoza responde así:

Respecto a lo que usted añade, que la definición de una cosa cualquiera, considerada en sí misma, nosotros sólo somos capaces de deducir una propiedad, quizás tenga lugar en las cosas simplicísimas o en los entes de razón (a los cuales refiero también las figuras) mas no en las cosas reales. En efecto, del solo hecho de que yo defino a Dios como el ser a cuya esencia pertenece la existencia concluyo varias propiedades suyas, a saber, que es único, inmutable, infinito, etc. Y podría aducir otros muchos ejemplos del mismo tipo. (Ep83, 335)

Spinoza realmente no responde la pregunta: pone un contraejemplo y promete otros, pero no da una razón de cómo de una definición se pueden extraer propiedades de lo definido no explicitadas en esta. Se puede concebir la definición no como una descripción estática, sino como un procedimiento dinámico, como una receta, lo que podría dar cuenta de las propiedades emergentes no explicitadas en la definición (es de esta forma que, por ejemplo, los fractales de Mandelbrot, 2009, a partir de la iteración de una fórmula sencilla, tras cierto número de iteraciones, llegan a presentar propiedades sorprendentes).

¿Cómo se manifiestan las esencias en lo físico? Por los mismos 1Ax4 y 2P7, un individuo será la encarnación física de su esencia: “Como el orden del ser se modela sobre el del conocer, un individuo no será otra cosa que la transposición ontológica de su propia definición”13 (Matheron, 1988, p. 10).

La definición de un individuo corresponde a la manera en que este se produce físicamente; de este modo, se conoce la esencia de la cosa y no solo sus propiedades; conocemos la cosa como si la hubiéramos producido (Matheron, 1988, p. 11). Los ejemplos que proporciona Spinoza con círculos y esferas son tan solo analogías; las figuras geométricas son entes de razón, no cosas reales (p. 12). Otro es el caso, por ejemplo, del Estado; en el Tratado político, Spinoza intenta reconstruir su génesis a partir del Estado de Naturaleza y derivar las propiedades del Estado de dicho proceso genético (p. 329).

¿Cuál es la relación entre un individuo y su esencia? El individuo será la instanciación dinámica de dicha esencia:

La definición genética […] debe ser la expresión de la cosa misma. Todo individuo, por consiguiente, debe realmente presentarse bajo dos aspectos complementarios y recíprocos: una actividad productiva (analógicamente, un semi-círculo girando) y el resultado de dicha actividad (el volumen engendrado por el semi-círculo girante). El resultado no es nada distinto de la actividad misma: es simplemente la estructura que ésta se da en su hacerse efectiva, […] la esfera no posee realidad alguna por fuera del movimiento del semi-círculo: tan pronto deja de girar, desaparece. La actividad, dicho de otro modo, es causa inmanente de su propia estructura.14 (Matheron, 1988, p. 12)

Si la definición genética da plena cuenta de un individuo, el individuo no puede ser nada distinto que esa misma actividad productiva. La distinción entre lo productivo y lo producido, en el individuo, es una distinción de razón: cada individuo tiene un aspecto “naturante” y uno “naturado” (Matheron, 1988, p. 12). Por ello, conocer la definición de un individuo es conocer la manera en que este es producido; es poder, en principio, producirlo: “Como Bacon, Spinoza considera que la comprensión procede de la producción, de la construcción” (Rojas, 2005, p. 32).

Si esto es así, la comprensión que tiene el ser humano de los individuos es también, ipso facto, comprensión de Dios en tanto poder creativo (Kaplan, 1998, pp. 14-15). Es posible remontar las causas remotas de un individuo hasta una causa puramente naturante: el semicírculo se construye a partir del movimiento de una línea recta, que a su vez se genera por el movimiento de un punto; al final nos topamos con el movimiento como propiedad del atributo de la extensión (Matheron, 1988, pp. 12-13). Así, pues, remontando la génesis de la esfera, nos topamos con un atributo constitutivo de la esencia de Dios mismo (E1Def4 y 2P2), la causa inmanente de todas las cosas (E1P18) y naturaleza naturante, esto es, “lo que es en sí y se concibe por sí” (E2P29S); la extensión, en este caso, ya es pura “actividad espacializante que se produce a sí misma al producir las estructuras que se da”15 (Matheron, 1988, p. 13). Este remontarse hacia la naturaleza naturante sería posible para cualquier cosa finita, pertenezca esta al Pensamiento o a la Extensión.

Como el orden de las cosas es el mismo de las ideas, estas están conectadas de la misma manera que aquellas:

Aquellas cosas que tienen conexión con otras, como sucede con todas las que existen en la Naturaleza, serán entendidas, y sus esencias objetivas tendrán esa misma conexión unas con otras; es decir, que de ellas serán deducidas otras ideas que tendrán, a su vez, conexión con otras, con lo que aumentarán progresivamente los instrumentos para adelantar en el conocimiento. (TIE, § 41)

Como toda la naturaleza está conectada causalmente, todas las ideas están conectadas deductivamente, y el conocimiento de unas facilita el de otras y de la totalidad (cfr. E5P24). El fin último del método es concatenar y ordenar las ideas, “de suerte que nuestra mente reproduzca objetivamente, en cuanto le sea posible, la formalidad de la Naturaleza, en su totalidad o en sus partes” (TIE, § 91). La manera óptima de hacerlo es aquella que “progresa, a partir de la idea adecuada de la esencia formal de ciertos atributos de Dios, hacia el conocimiento adecuado de la esencia de las cosas” (E2P40S2). Quien así conoce, descubre su propia eternidad, en cuanto se descubre perteneciendo a la esencia de Dios desde la perspectiva de la eternidad (E5P22), y, de este modo, siente y experimenta que es eterno (E5P23S).

Con esto llegamos a la experiencia beatífica que, para Henry (2008), está al comienzo, más que al final, de la Ética. Para el autor, esta experiencia se dio con independencia del andamiaje racional; esta inspiró a aquel, y aquel le sirve de racionalización y justificación. Ahora bien, según el propio texto, la experiencia de unión con Dios es la experiencia de reproducir dinámicamente en la mente el orden interconectado de la naturaleza, a través de definiciones genéticas que producen las propiedades de lo definido; se asume, de este modo, una perspectiva de creación y de eternidad. Henry (2008) no aventura una explicación de cómo, sino fue a través del ejercicio racional, pudo Spinoza alcanzar la experiencia beatífica. No parece haber una justificación adecuada para no escuchar al mismo Spinoza en este punto.

La experiencia de eternidad descrita en la Ética es, precisamente, aquella a la que se llega a través de la reproducción mental del orden natural: tal experiencia cuenta como felicidad suprema sin necesidad de contenidos místicos adicionales (Moreau, 1994, pp. 287-293), y no sería lo que es si de ella se sustrajera el aspecto racional: una mente que ha logrado la “velocidad absoluta” (Deleuze, 1996, pp. 206-208) para contener dinámicamente al menos una parte de la naturaleza, y entenderse a sí misma como contenida en la misma fuerza impulsora que da cuenta de la totalidad del universo. Para Spinoza no sería suficiente un salto inmediato hacia Dios, un arrebato de inspiración, un don de la gracia divina: “Todo lo excelso es tan difícil como raro” (E5P62S).

Conclusión

¿Es concebible una Ética en prosa ordinaria? Nada impediría que un argumento en prosa contuviera las mismas ideas que contiene la Ética; llamémoslo Ética B. Ahora bien, ¿produciría la Ética B el mismo efecto en el lector? Así como un texto ordinario invita a una lectura lineal y un acróstico requiere una lectura en dos sentidos, la Ética invita al lector a reconstruir los argumentos que se presentan, a que compruebe por sí mismo su validez recorriendo la forma en que están articulados.

Hemos visto que la Ética pretende, mediante este ejercicio de lectura, transformar al lector, hacer que para él ciertas cosas se hagan evidentes a través de procedimientos deductivos. Esto entronca con la ontología y la epistemología enunciadas en la propia Ética: el entendimiento deriva consecuencias de las esencias del mismo modo que las esencias, en su afirmarse en su ser, producen efectos. La reforma del lector que pretende la Ética (Rojas, 2005, p.16) tendría que poner al lector en camino del telos ético y cognitivo de ella: intuirse a sí mismo como eterno, como derivado de la esencia eterna de Dios. Estos efectos solo los conseguiría la Ética B si activara en el lector los procedimientos que activa la Ética: pero esto querría decir que la Ética B tendría que disfrazar de prosa ordinaria un orden geométrico subyacente, o lo que es lo mismo, tendría que tener un orden geométrico.

Si asumimos que la Ética tiene como propósito transformar al lector, más que transmitir ciertas proposiciones, entonces hay que reexaminar la pregunta por si el orden geométrico es un método de exposición o de descubrimiento. El saber, en Spinoza, no es un contenido proposicional desligado del proceso por el cual se llega a este (razón por la cual el conocer que 4 es a 2 lo que 6 es a 3 puede representar desde el más bajo hasta el más excelso género de conocimiento; TIE, § 23-24; E2P40S2); un mismo contenido proposicional no es equivalente a otro si se ha arribado a uno por vía de la deducción y al otro por vía de la mera noticia verbal. Desde este punto de vista, el método de exposición de la Ética tiene que coincidir con su método de descubrimiento, porque es el lector quien debe llevar a cabo lo segundo.

En este capítulo he sentado algunas posiciones respecto al sentido y propósito del método geométrico. En el siguiente, quisiera dar mayor sustento a estas ideas examinando la metáfora espinozista de que las proposiciones son los ojos del alma. Lo que quiero explicar a fondo es qué quiere decir entender una demostración.

Este problema se examinará en relación con algunas ideas de Husserl, quien defendió, en el siglo XX, la validez e importancia del conocimiento racional-deductivo. Me parece importante que este libro sobre Spinoza no se vea como un aporte a la historia de las ideas, sino como un aporte vigente a los problemas de la educación. Para ello, es importante enfrentarse a la idea de que el racionalismo es una reliquia de la modernidad temprana, que ha sido superada por el pensamiento científico, el único que puede reclamar validez (Reichenbach, 1975). La mejor defensa del tipo de investigación que emprende Spinoza es una explicitación de esta; se mostrará en ella no solo la manera en que el conocimiento deductivo garantiza su validez, sino también su importe ético y pedagógico, en cuanto se relaciona con la autonomía.

CAPÍTULO 4 LOS OJOS DEL ALMA: LO EVIDENTE EN SPINOZA Y HUSSERL 16
Introducción

En lo que sigue, ensayo una reflexión en relación con un pasaje notable de la Ética de Spinoza que habla de cómo es posible experimentar la propia eternidad a través del entendimiento: “Pues tan percepción del alma es la de las cosas que concibe por el entendimiento como la de las cosas que tiene en la memoria. […] Los ojos del alma […] son las demostraciones mismas” (E5P23S). Más que el problema de la eternidad y su percepción, me interesa el problema de lo evidente, de la forma en que la demostración puede hacer que ciertas cosas se hagan patentes para el alma y lo que esto tiene que ver con la realidad de lo así demostrado. Para ello, establezco un diálogo entre Spinoza y Husserl en torno a la idea de que puede conocerse con certeza aquello que se presenta como evidente para el entendimiento. En primer lugar, establezco el sentido y contexto de la metáfora que nos ocupa en los dos lugares de la obra de Spinoza en que ocurre; posteriormente, hago una breve exposición de las ideas de Husserl y de Spinoza que me interesan, para luego establecer algunos paralelos a través de los cuales construiré una posición en torno a la idea de las demostraciones como ojos del alma.

4.1. Dios, eternidad y ojos del alma

En el Tratado teológico-político, Spinoza sostiene que las Sagradas Escrituras no deben verse como fuente de enseñanzas metafísicas, sino que enseñan tan solo la obediencia a la ley. Como premisa, sostiene que los profetas no eran científicos ni filósofos, sino personas de imaginación particularmente viva que hablaban para ser entendidos por las masas. Todo esto implica que el conocimiento de Dios no está disponible a cualquiera:

¿Quién no ve, en efecto, que el conocimiento de Dios no ha sido igual en todos los hombres y que la sabiduría, así como la existencia, no se da por un mandato? Hombres, mujeres, niños, todos pueden igualmente obedecer, pero no llegar a ser sabios. Si alguno cree que no se necesita conocer los atributos de Dios, sino creer simplemente y sin demostración, será ésta una verdadera humorada, porque las cosas invisibles y todo lo que es objeto propio del entendimiento no pueden percibirse de otro modo que por los ojos de la demostración; aquellos, pues, a quienes falten estas demostraciones no tienen conocimiento alguno de las cosas, y todo lo que de ellas oyen no hiere su inteligencia o no tiene para ellos más sentido que los vanos sonidos pronunciados sin juicio y sin inteligencia por un autómata. (TTP, XIII, 156)

De este pasaje cabe destacar los siguientes elementos: a) que la visión de la demostración está reservada solo a los sabios y b) que sin la visión de la demostración, lo que se diga en torno a los atributos de Dios devienen mera palabrería, parloteo sin relación con la inteligencia.

La metáfora ocurre en la Ética en un escolio donde se contrasta la eternidad, que puede percibirse a través de la demostración, con el carácter de finito en la duración del cuerpo humano:

Esa idea que expresa la esencia del cuerpo humano desde la perspectiva de la eternidad es, como hemos dicho, un determinado modo del pensar que pertenece a la esencia del alma y es necesariamente eterno. Sin embargo, no puede ocurrir que nos acordemos de haber existido antes del cuerpo, supuesto que de ello no hay en el cuerpo vestigio alguno, y que la eternidad no puede definirse por el tiempo, ni puede tener con él ninguna relación. Mas no por ello dejamos de sentir y experimentar que somos eternos. Pues tan percepción del alma es la de las cosas que concibe por el entendimiento como la de las cosas que tiene en la memoria. Efectivamente, los ojos del alma, con los que ve y observa las cosas, son las demostraciones mismas. Y así, aunque no nos acordemos de haber existido antes del cuerpo, percibimos, sin embargo, que nuestra alma, en cuanto que implica la esencia del cuerpo desde la perspectiva de la eternidad, es eterna, y que esta existencia suya no puede definirse por el tiempo, o sea, no puede explicarse por la duración. Así, pues, sólo puede decirse que nuestra alma dura, y sólo puede definirse su existencia refiriéndola a un tiempo determinado, en cuanto que el alma implica la existencia actual del cuerpo, y sólo en esa medida tiene el poder de determinar según el tiempo la existencia de las cosas, y de concebirlas desde el punto de vista de la duración. (5P23S [cursivas agregadas])

Spinoza distingue entre el orden de la eternidad y el orden de la duración: el primero refiere a lo que es necesario por esencia y, por tanto, su existencia no tiene que ver con la duración de las cosas; el segundo, a la interacción de los modos finitos, en la que comienzan y dejan de existir, y cuyas duraciones pueden compararse entre sí (E2P45). En la medida en que la razón concibe las cosas en tanto necesarias, las concibe desde una perspectiva de eternidad, es decir, de necesidad (E2P44S2). Habría mucho más que decir acerca del tiempo, la duración y la eternidad en Spinoza, pero lo que nos interesa aquí es, específicamente, la manera en que “los ojos del alma […] son las demostraciones mismas”; esto es, la manera en que el alma ve a través de las demostraciones, y en que lo así evidente puede considerarse cierto. Para ello, recurrimos a algunas ideas de Husserl.

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