Читайте только на ЛитРес

Книгу нельзя скачать файлом, но можно читать в нашем приложении или онлайн на сайте.

Читать книгу: «Antología portorriqueña: Prosa y verso», страница 14

Шрифт:

EDUARDO NEUMANN GANDÍA

Nació en la ciudad de Ponce, en el año 1851. Era su padre de origen alemán, como lo indica el apellido, y su madre una dama portorriqueña, descendiente de españoles.

Estudió con notable aplicación, y fué graduado de Maestro Superior de instrucción primaria antes de los 22 años. Ejerció el profesorado público durante los mejores años de su vida, y en las horas que le dejaba libre esta penosa labor, dedicábase con especialidad á estudios históricos y biográficos referentes á su país.

Carecía de imaginación brillante y creadora; pero tuvo siempre gran afición á coleccionar, depurar y coordinar noticias de carácter histórico. Publicó varios opúsculos interesantes acerca de la fundación y progreso de Mayagüez, Aguadilla, Coamo y otras poblaciones de Puerto Rico; fué redactor de algunos periódicos de Ponce, sitio principal de su residencia, y colaboró en los fundados ó dirigidos por Baldorioty de Castro, del cual era amigo y admirador.

Las obras históricas más notables de don Eduardo Neumann son las tituladas Benefactores y hombres notables de Puerto Rico, editada en dos volúmenes con grabados; una interesante reseña de sus viajes por los Estados Unidos, y una Historia de Ponce, muy nutrida de datos para el estudio y conocimiento de esta progresiva ciudad y su jurisdicción, desde el punto de vista político, intelectual, social, económico, mercantil, industrial, agrícola y geográfico, obra escrita con gran amor durante los últimos años de su vida, como tributo á la patria de su nacimiento y de sus amores.

Era muy aficionado al estudio, y amaba principalmente los libros serios y jugosos. En sus últimos años cursaba con gran asiduidad las asignaturas de la carrera de Derecho, y ya se había examinado victoriosamente de algunas de ellas.

Era hombre de carácter y de firme voluntad, y á fuerza de lecturas y de viajes metódicos había logrado adquirir un copioso caudal de conocimientos.

Falleció en Cherburgo, Inglaterra, á mediados de septiembre de 1913.

El siguiente artículo pertenece á su colección de Benefactores y hombres notables de Puerto Rico.

FRAY IÑIGO ABBAD Y LASIERRA

Historiógrafo de Puerto Rico

Hemos buscado noticias inútilmente dentro del cuadro magnífico que trazó el P. Félix Latassa, ó sea en sus Biblioteca Antigua y Nueva de Escritores Aragoneses; y, en verdad, nos sorprende se tenga en deplorable olvido el nombre de varón tan esclarecido como el de Fray Iñigo Abbad y Lasierra; sin duda el prodigioso número de hombres ilustres con que cuenta Aragón, pueblo rico en todo género de grandezas, ha hecho que se acostumbre á contemplar el mérito sin asombro y á considerarlo como cosa corriente; pero si el hermoso recuerdo de la vida de Fr. Iñigo, saturada de simpático perfume, consagrada á los estudios históricos y á los actos austeros se ha borrado de su país; si su espíritu sano y cultivado, ocupado en las investigaciones del pasado, se ha perdido para los aragoneses; su memoria vive y vivirá por siempre en el corazón de los portorriqueños. No nos explicamos cómo un escritor de tan bellas dotes y de un patriotismo tan acrisolado, sea casi desconocido en su propia tierra. Así nos valemos, al ocupamos de este personaje, de los datos que nuestra diligencia y la admiración que siempre él nos ha inspirado, supieron proporcionarnos. Hasta ahora, que sepamos, ningún libro especial se ha dado á los vientos de la publicidad referente á la vida del ilustre benedictino; por lo que nos proponemos transmitir su nombre á la posteridad, ya que supo hundir su mirada escrutadora en las obscuridades del pasado y hacer revivir los hechos más gloriosos de nuestra historia regional.

Escasas son las noticias, que aún en su misma provincia, se nos han podido facilitar sobre la vida del benemérito monje.

Nació Fr. Iñigo el año 1737 en Barbastro-Huesca, – ciudad obispal desde el siglo XII hasta mediados del presente; por cierto, uno de los que estuvieron al frente de esta diócesis fué el célebre Ramiro el Monje, rey de Aragón, figura inmortalizada por el pincel del eminente Casado del Alisal, en su cuadro La Campana del Rey Monje. Barbastro es también patria de los peregrinos ingenios Lupercio y Bartolomé Argensola, tan conocidos en los fastos literarios.

En aquella ciudad estuvo en 1868 el inolvidable enaltecedor de nuestras letras y entusiasta propagandista de la cultura intelectual en la Isla, don Alejandro Tapia y Rivera, con el fin de hacer reproducir un retrato de nuestro bien querido historiador, retrato del que es copia el que adorna los salones de la Sociedad Económica de Amigos del País, en San Juan, que á nuestro juicio no guarda parecido con la fotografía directa, hecha tomar del que existe en la biblioteca pública de Barbastro. La copia al óleo ya mencionada, ni por su parecido ni por la posición sentada en que se encuentra el personaje guarda semejanza con el retrato auténtico. Fr. Iñigo en el original aparece de pie y su fisonomía revela mayor dulzura y benevolencia.

Descendía Fr. Iñigo de noble familia aragonesa, que procuró darle esmerada educación, que aprovechó de un modo brillante desde sus primeros años, y después fué monje benedictino en el monasterio de San Juan de la Peña, en el que se dedicó al estudio de la historia y antigüedades. Recordamos los nombres de dos hermanos suyos, que por sus talentos y virtudes alcanzaron puestos distinguidos y altas dignidades eclesiásticas. El uno, de mayor edad, se llamó don Manuel Abbad y Lasierra, individuo correspondiente de la Academia de la Historia, Prior de Meya, presentado por S. M. para Obispo de Ibiza y de Astorga, Arzobispo de Selimbria in partibus infidelium y autor de obras recomendables, Inquisidor general de España, al principio del reinado de Carlos IV, el cual Abbad comisionó al canónigo don Juan Antonio Llorente, el conocido autor de la Historia Crítica de la Inquisición, para trazar un plan benigno de importantes modificaciones en el orden interior y procedimientos del Santo Oficio, que le encaminase á sustanciar sus procesos por el derecho civil, por lo cual, teniendo presente el fin del odioso tribunal, equivalía á su abolición; empero la intransigencia fanática, que había hecho fracasar con anterioridad los filantrópicos proyectos del conde de Floridablanca en igual sentido, hizo destituir al hermano de Fr. Iñigo y consiguió se le recluyera en el monasterio de Sopetrán; plan que el insigne Jovellanos quiso luego llevar á la práctica, y no pudo, por haber caído del ministerio. El otro se nombraba don Augustín, quien después de ser catedrático de Humanidades, llegó al episcopado y por sus ideas benévolas y humanitarias fué encausado por el Santo Oficio. En nuestra admiración por los miembros de esta ilustre familia, nos complacemos en consignar que ninguno de ella brilló por su intransigencia y sí por sus méritos indiscutibles, saliendo al fin ilesos de las redes inexplicables de la autocracia romana y de las iras inquisitoriales.

Si Fr. Iñigo no tuvo la llama del genio; si no fué un Laurent ó un Ranke, historiadores de la humanidad; si no fué un Jacolliot describiendo la India; si no fué un Champollión descifrando los geroglíficos egipcios; si no fué un Curtius, autor de la más famosa Historia de Grecia en nuestros días, recomendable por el caudal de preciosos datos que atesora y abrillantada por el vigor filosófico del lenguaje; si no fué un Mommsen, el feliz restaurador alemán de la prehistoria y grandezas romanas; si no fué un Bancroft que estudia con bella erudición la génesis de los pueblos americanos; si no fué un Macaulay en sus estudios sobre la revolución inglesa; si no fué un Lamartine sublimando los girondinos; si no fué un Taine al pintar á los jacobinos, ó á Napoleón Bonaparte; fué nuestro primer historiador, y supo dar animación, vida, unidad á nuestros dispersos é ignorados anales históricos en síntesis notables.

La esfinge misteriosa del pasado surge bella, ante la vista de los lectores, al recorrer las páginas trazadas por la pluma de Fr. Iñigo; al admirar la veracidad, la exactitud de sus apreciaciones, sobre todo, al tratar del carácter y costumbres del pueblo portorriqueño en su época; al deleitarnos con la mágica de su estilo claro, sencillo, espontáneo; cual corresponde á la índole de su obra.

Revela nuestro historiador un amplio criterio para juzgar de hombres y de acontecimientos, regulado por un espíritu justiciero, si bien su Historia Geográfica, Civil y Política de la Isla de San Juan Bautista de Puerto Rico, que fué lo más clásico que escribió, resulta, en el día, deficiente, un cuadro muy apagado de nuestras primitivas crónicas y con grandes lagunas en los sucesos acaecidos entre unos y otros siglos; sin embargo de las anotaciones hechas por don José Julián Acosta y no obstante los altísimos dones intelectuales de Fr. Iñigo. La obra fué escrita en medio del torbellino del mundo, por encargo de don Francisco Antonio Moñino, conde de Floridablanca, alto protector ó íntimo de la familia Abbad, en la época de Carlos III, en el último tercio del siglo pasado; el manuscrito fué presentado al Gobierno Metropolítico el 25 de Agosto de 1782. Poseemos un precioso ejemplar de la primitiva edición madrileña, que tiene capital importancia por su fecha – 1788 – edición debida á la actividad de don Antonio Valladares de Sotomayor; ejemplar que conservamos como curiosidad bibliográfica y como recuerdo de la amistad que nos une á una de las ilustraciones del País, tan modesta como verdadera, el doctor don Calixto Romero Cantero, que ejerce con aplauso la medicina en Cayey, y que tan amante es de las investigaciones prehistóricas.

Vino Fr. Iñigo á Puerto-Rico en edad viril, á los treinta y cinco años, en 1772, como confesor del Illmo. Sr. Obispo don Manuel Jiménez Pérez, de feliz memoria; viajó por los pueblos y lugares más recónditos de nuestra isla; consultó los archivos oficiales y recogió la tradición oral de los descendientes inmediatos de los primitivos colonizadores para escribir su obra citada; si bien su labor se resiente de muchos errores tipográficos, que el editor confiesa en el prólogo, por haber sido publicada en Madrid, en ausencia de nuestro primer historiador.

Veamos ahora lo que motivó el viaje forzoso del P. Abbad á Europa.

Las relaciones entre el Gobernador de la Isla y el Prelado llegaron más que á interrumpirse, á ser tirantes, con motivo de la intervención que pretendió tener el primero en el expediente de divorcio promovido entre don José de la Torre y su esposa doña Juana de Lara, que dió lugar á graves escándalos, y hasta que descendiese una Real cédula sobre el asunto, reprendiendo severamente á don Pedro Vicente de la Torre, padre del anterior, que se permitió en pleno Palacio episcopal inferir graves ofensas al señor Prelado Jiménez Pérez, envalentonado por el apoyo del Gobernador don José Dufresne; he aquí, el secreto de la animosidad que este señor cobró á Fr. Iñigo, confidente del Obispo y la persona de su mayor estimación, que supo defender los prestigios y fueros de su superior y poner de relieve la invasión de atribuciones que se intentaba. Don José Julián Acosta nos dice, en sus anotaciones á la obra del P. Abbad, que desconoce aquellas causas; pero no fué otro el origen de la inquina que demostró el Gobernador con sus actos arbitrarios mandando incoar un expediente á Fr. Iñigo sobre si había adquirido mal un siervo de corta edad; y, del cual expediente resultó el viaje de nuestro historiador á la Península, acto que llenó de gran indignación al señor Jiménez Pérez, y por el que llegó á pedir se le trasladase á otra diócesis; pero S. M. con consulta del Consejo de Indias, y teniendo á la vista las nulidades y defectos cometidos en los trámites de los autos y la falsedad de la denuncia hecha por Agustín Sánchez, declaró á Fr. Iñigo limpio de toda culpa, reservándole sus derechos para que pudiera ejercitarlos en la vía y forma correspondientes contra su acusador por los delitos de calumnia y de ilícito comercio.

Ya de nuevo en la Península debido á sus meritorias cualidades y á las altas influencias con que contaba en la Corte, fué Fr. Iñigo presentado por su S. M. para la mitra de su ciudad natal, donde murió en la segunda década de este siglo XIX. En el ejercicio del episcopado fué muy estimado por su magnánimo y generoso corazón. De cómo realizó tan bellos sentimientos y cuan ímprobas tareas se impuso en aras de su loable entusiasmo por la instrucción de su pueblo nativo, es prueba evidente la fundación de una biblioteca pública que levantó con su peculio; establecimiento donde á su muerte se colocó su retrato para perpetuar su memoria, y al cual retrato nos hemos referido en párrafos anteriores.

Deseó sacar de la ignorancia en que yacían á sus feligreses en aquella remota época, como queriendo repetirles aquellas palabras de una célebre escritora: "Santificad vuestra alma con la lectura, si queréis que el ángel de los nobles pensamientos se digne descender á ella."

Trazados los rasgos culminantes de la vida del P. Abbad, réstanos presentarle como uno de los más dignos y verdaderos benefactores de la sociedad portorriqueña, que supo con su hermosa inteligencia y la antorcha de su talento, iluminar los hechos oscuros de nuestra vida social, á través de los siglos. De todos modos, abrió nuevos horizontes á la cultura intelectual del país, rompiendo aquella especie de muralla de la China, que nos incomunicaba hasta con la misma Metrópoli; nos dió á conocer al mundo civilizado y nos dignificó ante sus ojos, relatando nuestros orígenes, las proezas de nuestros hombres extraordinarios y los episodios que enaltecen nuestra lealtad y adhesión á la nacionalidad española. Así pagó de modo espléndido la hospitalidad que le dieron los portorriqueños, quienes por su parte le recuerdan con gratitud. Si su obra tiene errores, disculpables son, dados el tiempo en que escribió, las escasas fuentes de qué dispuso y los limitados documentos que la informaron; lo cierto es que nunca los ardores de extraviado y mentido patriotismo ni las exageraciones de la animadversión, mancharon la pureza de su pluma; siempre la guiaron sentimientos justicieros y cristianos.

FEDERICO DEGETAU Y GONZÁLEZ

Nació en la ciudad de Ponce, en el mes de diciembre de 1862, y quedó huérfano de padre á los ocho meses. Era hijo único, y su buena madre doña Consuelo González concentró en él todo el afecto de que era capaz su gran corazón de esposa y de madre. Con una exaltación de cariño que traspasaba los límites de lo humano, consagró su vida entera y todas las potencias de su voluntad al cuidado, á la educación y al culto idolátrico de Federico. No tuvo desde entonces otra aspiración ni otra esperanza que la de formar con la esmeradísima educación que le proporcionaba, con el propio ejemplo de sus virtudes y con la sublimidad de su amor maternal, aquella inteligencia privilegiada y aquel corazón admirable de bondad, de generosidad y de dulzura que dieron tan alto relieve á la vida intelectual y moral de Federico Degetau.

Cursó en Ponce las primeras asignaturas de la instrucción primaria que continuó después en Barcelona, (España), á donde se trasladó en compañía de su madre, y allí obtuvo el título de Bachiller.

Á pesar de sus pocos años, Federico era ya entonces amigo de algunos hombres ilustres que por aquella época residían en la Ciudad Condal, como don Víctor Balaguer y el Doctor Letamendi, que admiraban el entusiasmo del estudiante portorriqueño, su bondad de corazón y su alteza de pensamiento.

Para ir conociendo varias regiones importantes de España, mientras ensanchaba el círculo de sus conocimientos, se trasladó á Madrid, y cursó en la Universidad Central las primeras asignaturas de la Facultad de Derecho. Allí le siguió su madre amantísima, rodeándole de todos los medios propios para estimularle en el estudio, fortalecer su salud y aumentar en lo posible las bondades de su alma.

Al apreciar hoy la cultura exquisita, las grandes virtudes sociales, la noble inteligencia y los méritos extraordinarios de don Federico Degetau, no sería justo dejar en olvido el nombre de aquella madre meritísima, que supo reunir y fomentar en él tan relevantes virtudes.

En Madrid contrajo Federico amistad con muchos hombres de ingenio y ciencias, que le conservaron afecto y estimación durante toda su vida.

Además de sus estudios científicos cultivaba Degetau la literatura y la música. Llegó á tocar el violín con notable perfección; su madre era más que regular pianista, y organizaban en su casa unas veladas artísticas muy frecuentadas por los hombres de letras y por la élite social de la villa y corte.

Siendo aún estudiante de Leyes, reunió Federico en ocho días autógrafos y pensamientos de los más famosos personajes de la literatura, la cátedra, la política y las bellas artes, añadió algunos trabajos suyos y formó con ellos un interesante libro, con la venta del cual adquirió dinero suficiente para redimir á un estudiante compañero suyo, que había caído soldado y no tenía medios para pagar un sustituto. Este rasgo, que fué muy celebrado por profesores y estudiantes, y del que hizo merecidos elogios la prensa de Madrid, da una feliz idea de la nobleza de sentimientos de su autor.

Sus primeros ensayos oratorios los hizo en Madrid durante una huelga violentísima de estudiantes que allí se promovió. En los días en que la manifestación estudiantil adquiría caracteres de mayor vehemencia, llamaba la atención general un jovencito alto de cuerpo, aunque de semblante aniñado y candoroso, de expresión simpática, de maneras distinguidas y de palabra elocuente, invocando á gritos los fueros del respeto público, los beneficios de la paz, y las ventajas de la razón serena sobre los actos de una violencia irreflexiva. Era Federico Degetau procurando calmar las demasías tumultarias de sus compañeros.

Poseía el don de gentes en alto grado, y gozaba de gran estimación entre sus profesores y amigos. El insigne Maestro de maestros, don Francisco Giner de los Ríos, le quería como á un buen hijo.

Antes de haber obtenido la Licenciatura de Derecho y cuando contaba apenas 19 años de edad, fué nombrado Presidente de la sección de ciencias morales y políticas de la Academia de Ciencias Antropológicas, de Madrid, y con este motivo hizo un viaje á París, para tratar con Victor Hugo acerca de la Liga internacional para la abolición de la pena de muerte. Fué también admitido por entonces en la Academia Española de Jurisprudencia y Legislación.

Estudió en la Universidad de Granada el tercer grado de Derecho (1885), el cuarto y quinto en las Universidades de Salamanca y Valladolid, respectivamente, y dos años después recibía la investidura de Abogado en la Universidad Central.

Sus aficiones dominantes le llevaban al estudio de las cuestiones morales: la instrucción pública, la educación moral y física, el bienestar del pueblo, la organización de las clases obreras, la protección del niño, la pureza de las costumbres, etc. El amor patrio le llevaba también á la lucha política; pero en ella rehuía los apasionamientos y los enconos. El odio no encontraba albergue en aquel corazón, que sólo tenía latidos generosos.

Mostró desde muy joven sus aficiones al cuento literario, y á este género pertenecen sus primeras producciones El fondo del algibe, El secreto de la domadora, ¡Qué Quijote! y Cuentos para el camino. Escribió después una novela de costumbres, titulada Juventud, y deja inéditos dos libros más de cuentos para niños, á los cuales cuentos pertenece el que se inserta á continuación de estos apuntes.

Se interesó siempre por los progresos escolares, fué el primer propagador en España de los dones y juegos instructivos de Froebel, el famoso creador de los Jardines de la Infancia, y fué durante toda su vida un amante decidido de los progresos escolares.

Amaba á los niños, se deleitaba contemplando sus distracciones y sus juegos, intervenía en sus estudios y se interesaba vivamente por sus progresos mentales. Gustaba de proteger á los huérfanos infantiles, educándolos personalmente, y aplicando en esta labor sus especiales métodos pedagógicos. Algunos de los protegidos y dirigidos por él han llegado á ser hombres de ciencia y escritores de valer.

Poseía también en grado meritorio el amor á la patria portorriqueña, y trabajaba en Madrid activamente para dotarla de reformas liberales, valiéndose de la amistad que le profesaban hombres de gran influencia en el gobierno de Madrid.

Figuró siempre en los partidos republicanos españoles.

En el año 1887, cuando la reacción conservadora produjo aquí los lamentables sucesos á los que se dió el nombre de compontes, fundó y sostuvo con su peculio propio en Madrid un periódico titulado La isla de Puerto Rico, en el que hizo una vigorosa campaña contra el gobierno del general Palacio, y en compañía de Labra, Cortón y otros defensores de Puerto Rico, logró conjurar aquella lamentable crisis.

Al organizarse en Puerto Rico el gobierno autonómico, Federico Degetau fué electo diputado á Cortes, y actuó como tal en el Congreso hasta que ocurrió el cambio de soberanía de Puerto Rico. Entonces se trasladó definitivamente á esta isla, resuelto á seguir la suerte de su patria.

En 1901 fué electo Representante de Puerto Rico ante el Congreso de los Estados Unidos, cargo que desempeñó durante cuatro años y en el que prestó servicios eminentes. Vuelto á su país, fué nombrado vocal de la Junta de Síndicos de la Universidad de Puerto Rico en organización. Encariñado con el proyecto de una Universidad Panamericana, hizo esfuerzos de propaganda aquí y en Washington para dotar á Puerto Rico de esta institución, y en un reciente viaje que hizo á Europa (1911 y 1912), adquirió unos 200 cuadros de pintores acreditados, antiguos y modernos, destinados á la pinacoteca de la futura Universidad. En este trabajo le auxilió un artista portorriqueño de mérito, don Adolfo Marín, que habitualmente residía en San Juan de Luz.

Regresó Federico de su citado viaje en los últimos meses del año 1912 – algo quebrantado de salud, y, de resultas de una operación quirúrgica grave, falleció el día 20 de enero de 1914.

Era un hombre de gran bondad, de mucho talento, de trato agradabilísimo, escritor delicado y ameno, orador elocuente, patriota, generoso y sincero, legista competente, amigo cariñoso y leal, y un grande, noble y generoso corazón.

Deja, al morir, legados importantes para obras de cultura y de caridad.

Возрастное ограничение:
12+
Дата выхода на Литрес:
27 сентября 2017
Объем:
230 стр. 1 иллюстрация
Правообладатель:
Public Domain

С этой книгой читают