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CAPÍTULO SIETE

Keri estaba totalmente estupefacta. Un momento antes, Anderson había estado llorando al pensar en su hija desaparecida. Ahora tenía colocada una afilada pieza de plástico sobre su garganta.

Su primer impulso fue hacer un movimiento para zafarse. Pero sabía que no funcionaría. No había manera de que ella pudiera hacer algo antes de que él le enterrara la punta de plástico en la vena.

Además, había algo que no estaba bien. Anderson nunca había dado señales de albergar malas intenciones con respecto a ella. De hecho parecía que simpatizaba con ella. Parecía querer ayudarla. Y si realmente tenía cáncer, esto era un ejercicio inútil. Él mismo dijo que pronto estaría muerto.

¿Es esta la forma de evitar la agonía, su versión de suicidio haciéndose matar por la policía?

—¡Arrójalo, Anderson! —gritó el Oficial Kiley, con su arma apuntando en dirección a ellos.

—Baja tu pistola, Kiley —dijo Anderson con una sorprendente calma—. Vas a dispararle por accidente a la rehén y tu carrera habrá terminado antes de empezar. Sigue el procedimiento. Alerta a tu superior. Trae hasta acá a un negociador. No debería tomar mucho tiempo. El departamento siempre tiene uno de guardia. Alguien probablemente estará en esta habitación en diez minutos.

Kiley se quedó allí parado, sin saber qué hacer. Sus ojos miraban alternativamente a Anderson y Keri. Sus manos estaban temblando.

—Él tiene razón, Oficial —dijo Keri, tratando de ponerse a la par del tono tranquilizador de Anderson—. Solo siga el procedimiento estándar y esto se resolverá. El prisionero no va a ir a ningún lado. Salga y asegúrese de que la puerta quede cerrada. Haga sus llamadas. Yo estoy bien. El Sr. Anderson no va a lastimarme. A todas luces quiere negociar. Así que necesita traer a alguien que tenga autorización para hacerlo, ¿okey?

Kiley asintió, pero sus pies permanecieron anclados en el mismo lugar.

—Oficial Kiley —dijo Keri, esta vez de manera más firme— salga y llame a su supervisor. ¡Ahora mismo!

Eso pareció hacer reaccionar a Kiley. Retrocedió hasta salir de la habitación, cerró la puerta y le echó llave, para luego tomar el teléfono de la pared, sin quitarles la vista de encima.

—No tenemos mucho tiempo —susurró Anderson en el oído de Keri al tiempo que dejaba parcialmente de presionar con el plástico su piel—. Siento esto pero es la única manera de que pudiéramos hablar con toda confianza.

—¿Realmente? —susurró a su vez Keri, entre furiosa y aliviada.

—Cave tiene gente en todas partes, aquí adentro y allá afuera. Después de esto, estoy acabado eso es seguro. No pasaré de esta noche. Puede que no pase de esta hora. Pero estoy más preocupado por usted. Si él cree que usted sabe todo lo que sé, podría hacer que la eliminaran, sin importar las consecuencias.

—¿Y qué es lo que sabe? —preguntó Keri.

—Le dije que Cave cometió un error. Vino a verme y dijo que estaba preocupado a causa de usted. Había hecho unas comprobaciones y descubrió que uno de sus hombres había secuestrado a su hija. Como usted lo averiguó, fue Brian Wickwire, el Coleccionista. Cave no lo ordenó ni sabía acerca de eso. Wickwire operaba con frecuencia por su cuenta y Cave con frecuencia ayudaba a facilitar el traslado de las niñas después del hecho. Eso fue lo que hizo con Evie y nunca se paró a pensar en ello.

—¿Así que él no la había señalado? —preguntó Keri. Ella lo había sospechado pero quería estar segura.

—No. Ella era una niña rubia muy linda por la que Wickwire creyó que podía conseguir un buen precio. Pero luego que usted comenzó a rescatar chicas y a generar encabezados, Cave revisó sus registros y vio que estaba conectado con su secuestro a través de Wickwire. Le preocupaba que eventualmente usted llegara hasta él y me pidió que le ayudara a meter a Evie en algún lugar donde quedara bien oculta, manteniéndolo a él fuera de eso. Él no quería saber.

—¿Estaba cubriendo su rastro incluso antes de que yo sospechara que él estaba involucrado? —preguntó Keri, maravillada ante la previsión de Cave.

—Es un hombre brillante —convino Anderson—, pero en lo que no cayó en cuenta es que le estaba pidiendo ayuda precisamente a la persona equivocada. No podía haberlo sabido. Después de todo, yo soy el que lo corrompió en primer lugar. ¿Por qué iba a sospechar de mí? Pero yo me había decidido a ayudarla. Por supuesto, lo hice de tal manera que, así lo pensaba, me mantendría protegido.

Justo entonces Kiley abrió la puerta con un crujido.

—El negociador viene en camino —dijo, con voz trémula—. Estará aquí en cinco minutos. Solo mantén la calma. No hagas ninguna locura, Anderson.

—¡No hagas que yo haga alguna locura! —le gritó en respuesta Anderson, presionando de nuevo con el cepillo de dientes sobre el cuello de Keri, y pinchándola sin querer. Kiley cerró rápidamente la puerta.

—Ay —dijo ella—, creo que me ha sacado sangre.

—Lo siento —dijo, sonando sorprendentemente manso—. Es difícil maniobrar despatarrado así en el piso.

—Solo deje de presionar un poco, ¿okey?

—Lo intentaré. Falta mucho que decir, ¿sabe? En todo caso, hablé con Wickwire y le dije que llevara a Evie a una ubicación en algún lugar de Los Ángeles donde sería bien cuidada, en caso de que la necesitáramos más adelante. Quise asegurarme de que ella no dejara la ciudad. Y no quería que pasara… por más cosas como aquellas por las que había tenido que pasar.

Keri no respondió, pero ambos sabían que no había nada que él pudiera hacer con respecto a los años anteriores y los horrores que su hija debió de haber sufrido en ese tiempo. Anderson continuó rápidamente, a todas luces no quería detenerse en ese pensamiento más de lo que ella lo había hecho.

—No supe lo que hizo con ella, pero resultó que la puso con el viejo que usted descubrió finalmente.

—Si se había decidido a ayudarme, ¿por qué simplemente no averiguó su paradero y la fue a buscar usted mismo?

—Por dos razones —dijo Anderson—. Primero, Wickwire no iba a darme la ubicación a mí. Era una información preciada y él la tenía muy bien guardada. Segundo, y no estoy orgulloso de esto, sabía que quedaría arrestado si venía hasta usted con su hija.

—Pero usted se hizo arrestar unos pocos meses después por secuestros de niños —protestó Keri.

—Hice eso después, cuando me di cuenta que tenía que tomar una acción drástica. Sabía que usted eventualmente investigaría a los secuestradores y traficantes de niños y llegaría hasta mí. Y sabía que podría ponerla en el camino correcto sin que Cave sospechara de mí. En cuanto a procurar que me arrestaran, eso es cierto. Pero recuerde que yo mismo me defendí en la corte. Y si verifica atentamente el registro de la corte, descubrirá que tanto el fiscal como el juez cometieron varios errores, errores en los que yo los hice incurrir, que casi con seguridad llevarían a que mi condena fuese anulada. Solo estaba aguardando el momento correcto para apelar mi caso. Por supuesto que es algo lejano ahora.

Keri levantó la vista y vio una conmoción a través de la ventanilla de la habitación. Podía ver a varios oficiales que pasaban, al menos uno de ellos llevaba un arma larga. Era un francotirador.

—No quiero sonar fría, pero necesitamos finiquitar esto —dijo—. No sería de sorprender que alguien allá afuera fuese un gatillo alegre o que Cave haya ordenado a uno de los suyos que le liquide a usted como precaución.

—Tiene mucha razón, Detective —convino Anderson—. Aquí estoy yo parloteando en torno a mi conversión moral cuando todo lo que usted quiere saber es cómo recuperar a su hija. ¿Estoy en lo correcto?

—Lo está. Así que dígame. ¿Cómo la recupero?

—La verdad es que no lo sé. No sé dónde está. No creo que Cave sepa dónde está. Podría saber la ubicación del evento Vista de mañana por la noche, pero no es probable que asista. Así que es inútil hacer que lo sigan.

—¿Así que me está diciendo que no hay esperanza de recuperarla? —exigió saber Keri, incrédula.

¿He pasado por todo esto para esa respuesta?

—Probablemente no, Detective —admitió él—. Pero quizás pueda hacer que él se la regrese.

—¿Qué quiere decir?

—Jackson Cave la consideraba una molestia, un obstáculo para su negocio. Pero eso cambió el año pasado. Se ha obsesionado con usted. Él no solo cree que usted va a destruir su negocio. Él piensa que usted quiere destruirlo personalmente. Y como él ha retorcido la realidad para hacer de sí mismo el hombre bueno, piensa que usted es el malo.

—¿Él piensa que yo soy el malo? —repitió Keri, incrédula.

—Sí. Recuerde, él manipula su código moral como le parece mejor para poder seguir funcionando. Si creyera que está haciendo cosas malvadas, no podría vivir consigo mismo. Pero ha encontrado maneras de justificar incluso los actos más execrables. Una vez me dijo que las chicas que están en estas redes de esclavitud sexual estarían pasando hambre en las calles si no fuera por él.

—Se ha vuelto loco —dijo Keri.

—Él está haciendo lo que puede para mirarse en el espejo todas las mañanas, Detective. Y en estos días, parte de eso significa creer que usted lleva a cabo una cacería de brujas. Él la ve como el enemigo. Él la ve como su némesis. Y eso lo hace muy peligroso. Porque no estoy seguro de qué tan lejos irá para detenerla.

—Entonces, ¿cómo puedo hacer que un hombre como ese me devuelva a Evie?

—Si fuese con él y lo convenciera de que usted no va tras él, que todo lo que quiere es a su hija, quizás él transigiría. Si pudiera convencerlo de que una vez que tenga a su hija a salvo en sus brazos usted se olvidará de él para siempre, que incluso pudiera abandonar la fuerza, él podría quedar convencido de bajar la guardia. Ahora mismo él cree que usted quiere su destrucción. Pero si se le lleva a creer que usted no lo quiere a él, que usted solo la quiere a ella, quizás haya una oportunidad.

—¿Cree que eso funcionaría? —preguntó Keri, incapaz de ocultar el escepticismo que había en su voz— ¿Solo decir devuélvame a mi hija y le dejaré para siempre en paz y que él accede?

—No sé si funcionará. Pero sé que no le quedan opciones. Y nada pierde con intentarlo.

Keri empezó a considerar la idea en su mente cuanto alguien tocó a la puerta.

—El negociador está aquí —gritó Kiley—. Viene por el pasillo ahora mismo.

—¡Espera un minuto! —gritó Anderson—. Dile que se quede allí. Yo le diré cuándo puede entrar.

—Se lo diré —dijo Kiley, aunque su voz indicaba que estaba desesperado por ser relevado tan pronto fuese posible.

—Una última cosa —susurró Anderson en su oído, incluso más quedo que antes, si ello fuese posible—. Tiene un topo en su unidad.

—¿Qué? ¿En la División Los Ángeles Oeste? —preguntó Keri, asombrada.

—En su Unidad de Personas Desaparecidas. No sé quién es. Pero alguien le está pasando información al otro bando. Así que cuide su espalda. Más que de costumbre, quiero decir.

A nueva voz se escuchó al otro lado de la puerta.

—Sr. Anderson, soy Cal Brubaker. El negociador. ¿Puedo entrar?

—Un segundo, Cal —exclamó Anderson. Entonces se inclinó más para acercarse a Keri—. Tengo la sensación de que esta es la última vez que hablemos, Keri. Quiero que sepa que creo que usted es una persona en verdad impresionante. Espero que encuentre a Evie. Realmente lo espero. Entra, Cal.

Cuando la puerta se abrió, él apuntó de nuevo el cepillo hacia su cuello pero sin tocar la piel en realidad. Un hombre barrigón, de camino a los cincuenta, con una mata de pelo grisáceo y delgadas gafas con una montura de aros de metal, que Keri sospechaba era solo cosa de imagen, entró con calma en la habitación.

Llevaba blue jeans y una camisa arrugada, a cuadros, tablero de damas y todo. Bordeaba lo risible, como la versión "acostumbrada” de un inofensivo negociador de rehenes.

Anderson la miró y ella pudo ver que pensaba lo mismo. Parecía estar luchando con la ganas de poner los ojos en blanco.

—Hola, Sr. Anderson. ¿Puede decirme qué es lo que le está molestando esta noche? —dijo en tono inofensivo y ensayado.

—La verdad, Cal —replicó Anderson con suavidad— mientras te esperábamos, la Detective Locke me dijo cosas de mucho sentido. Me di cuenta que me estaba dejando abrumar un poco por mi situación y reaccioné... pobremente. Creo que estoy listo para rendirme y aceptar las consecuencias de mis decisiones.

—Okey —dijo Cal, sorprendido—. Bueno, esta es la negociación menos sufrida de mi vida. Ya que está haciendo las cosas tan fáciles para mí, tengo que preguntar: ¿está seguro de que no quiere nada?

—Quizás unas pocas cosas sin importancia —dijo Anderson—. Pero no creo que ninguna sea un problema para ti. Me gustaría que me aseguren que la Detective Locke será llevada directo a la enfermería. Accidentalmente la pinché con la punta del cepillo de dientes y no sé qué tan limpio esté. Ella debería ser atendida de inmediato. Y apreciaría que el Oficial Kiley, el caballero que me trajo hasta acá, sea el que me espose y me lleve adondequiera que sea enviado. Tengo la sensación de que algunos de esos otros sujetos podrían ser más bruscos de lo necesario. Y quizás, una vez deje caer el objeto puntiagudo, podría pedirle al francotirador que baje el arma. Me está poniendo un poco nervioso. ¿Las peticiones son razonables?

—Todo es razonable, Sr. Anderson —convino Cal—. Haré lo más que pueda para satisfacerlas. ¿Por qué no comienza a poner en marcha las cosas dejando caer el cepillo de dientes y dejando ir a la detective?

Anderson se inclinó de tal manera que solo Keri pudiera escucharlo.

—Buena suerte —susurró de forma casi inaudible, antes de dejar caer el cepillo de dientes y levantar sus brazos en alto para que ella pudiera deslizarse por debajo de sus esposas. Ella se arrastró para alejarse de él y lentamente se puso de pie con la ayuda de la mesa volcada. Cal alargó su mano para ofrecerle ayuda pero ella no la tomó.

Una vez quedó de pie y recuperó el equilibrio se volvió para encararse con Thomas "El Fantasma” Anderson por lo que estaba segura sería la última vez.

—Gracias por no matarme —musitó, tratando de sonar sarcástica.

—Seguro —dijo, sonriendo dulcemente.

Mientras caminaba hacia la puerta de la sala de interrogatorios, esta se abrió por completo y cinco hombres con todo el equipamiento SWAT irrumpieron y pasaron pitando por su lado. Ella no miró hacia atrás para ver lo que hacían mientras se abalanzaba fuera de la habitación y salía al pasillo.

Al parecer Cal Brubaker había cumplido al menos parte de su palabra. El francotirador, recostado de la pared opuesta, con el arma a su lado, estaba en posición de descanso. Pero el Oficial Kiley no estaba a la vista por ningún lado.

Mientras caminaba por el pasillo, escoltada por una oficial que dijo que la estaba llevando a la enfermería, Keri estuvo segura de haber escuchado el sonido de unos proyectiles al chocar con huesos humanos. Y aunque no escuchó ningún grito en consecuencia, oyó un gruñido, seguido por un gemido profundo e incesante.

CAPÍTULO OCHO

Keri se apresuró a regresar a su auto, esperando abandonar la estructura del estacionamiento antes de que alguien notara que se había ido. Su corazón latía al ritmo de sus zapatos, que resonaban con fuerza y rapidez en el concreto.

Su ida a la enfermería había sido un regalo de Anderson. Él sabía que después de una situación de rehenes, de seguro ella tendría que encarar horas de interrogatorio, horas que ella no tenía para malgastar. Al pedir que a ella se le permitiera ir a la enfermería, le estaba asegurando una ventana de tiempo en la que habría poca supervisión y así, posiblemente sería capaz de irse sin ser acorralada por un hatajo de detectives de la División Centro.

Eso es exactamente lo que ella había hecho. Luego que una enfermera hubo limpiado un pequeño pinchazo en su cuello y puesto una gasa, Keri había simulado un breve ataque de pánico atribuido a una crisis post-rehén y había solicitado usar el baño. Ya que ella no era una reclusa, fue fácil escabullirse después de eso.

Caminó hacia el ascensor junto con el personal de mantenimiento que salía a las 9 p.m. El Oficial de Seguridad Beamon debe de haber estado disfrutando de un receso porque había otro hombre ocupando la recepción y este no la miró más de una vez.

Una vez fuera del edificio, comenzó a cruzar la calle en dirección al estacionamiento, esperando todavía que algún detective saliera corriendo detrás de ella exigiendo saber por qué había estado interrogando a un prisionero estando suspendida. Pero no escuchó nada.

De hecho, estaba en la sola compañía de sus latidos y sus pisadas, luego que los empleados de mantenimiento se dirigieron, bajando la calle, a la parada de autobús y la estación del metro. Aparentemente ninguno vino conduciendo al trabajo.

Solo fue cuando llegó al segundo piso de la escalera que escuchó el sonido de unos zapatos más abajo. Eran sonoros y pesados y parecían venir de la nada. Los habría notado si hubieran estado caminando desde antes. No podían haber cruzado la calle. Casi era como si alguien hubiera estado esperando su llegada para comenzar a moverse.

Se dirigió a su auto, como a medio camino de la hilera de la izquierda. Las pisadas la siguieron y ahora se hizo obvio que no era un par de zapatos sino dos, y que ambos claramente pertenecían a unos hombres. Sus pasos eran lentos y pesados y podía escuchar a uno de ellos resollar ligeramente.

Era posible que estos hombres fuesen detectives, pero lo dudaba. Lo más probable es que ya se hubiesen identificado si quisieran hacerle alguna pregunta. Y si fueran policías con malas intenciones, no estarían aproximándose a ella en el estacionamiento de Twin Towers. Había cámaras por todas partes. Si estuvieran en la nómina de Cave y se propusieran hacerle daño, habrían aguardado hasta que ella hubiese salido del edificio público.

Keri deslizó su mano automáticamente hasta la funda de su pistola antes de recordar que había dejado su arma personal en la cajuela. Había querido evadir preguntas sobre seguridad, y por ello había decidido que llevar su arma personal a la cárcel de la ciudad no la ayudaría a alcanzar ese objetivo. Por la misma razón, su pistola de tobillo se encontraba en el mismo lugar. Estaba desarmada.

Sintiendo que su pulso se aceleraba, Keri se ordenó a si misma guardar la calma, y no acelerar el paso para dejarle saber a estos sujetos que ya estaba al tanto de ellos. Ellos tenían que saber. Pero mantener el disimulo podría darle tiempo. Igual pasaba con voltear a mirar sobre su hombro; se rehusó a hacerlo. Eso era ponerlos a correr tras ella.

En su lugar, miraba con naturalidad las ventanillas de algunos de los utilitarios más brillantes, con la esperanza de tener una idea de con quiénes se las veía. Al cabo de unos cuantos autos, fue capaz de detallarlos. Dos sujetos, ambos de traje: una grande, el otro enorme con una panza que sobresalía por encima de su cinturón. Era difícil calcular la edad, pero el más grande se veía más viejo también. Él era el que resollaba. Ninguno llevaba armas, pero el gordo tenía lo que parecía un Taser, y el más joven apretaba en su mano una especie de porra. Aparentemente alguien la quería viva.

Tratando de parecer desenfadada, sacó las llaves de su cartera, deslizando hacia afuera los extremos agudos por entre los nudillos mientras pulsaba el botón para abrir su auto, ahora a solo siete metros de distancia. Los dos hombres todavía estaban a tres metros de ella, pero no había forma de que llegara al auto, abriera la puerta, se subiera, cerrara la puerta, y la asegurara antes de que la atraparan, incluso para su tamaño. Se maldijo en silencio por no haber estacionado en reversa.

El bip que hizo su auto pareció sorprender al gordo y lo hizo tambalearse un poco. Luego de eso, Keri supo que pretender que no los notaba a estas alturas parecería más sospechoso que voltear, así que se detuvo abruptamente y se giró rápidamente, tomándolos por sorpresa.

—¿Cómo les va, amigos? —preguntó dulcemente, como si toparse con dos tipos descomunales justo detrás de ella fuera lo más natural del mundo. Ambos dieron un par de pasos antes de extrañamente detenerse a metro y medio de ella.

El más joven pareció estar confundido. El más viejo comenzó a abrir la boca para hablar. Los sentidos de Keri hormigueaban. Por alguna razón, notó que el hombre había dejado una porción de pelo en el lado izquierdo de su cuello la última vez que se había afeitado. Casi sin pensarlo, pulsó el botón de alarma de su auto. Ambos hombres miraron sin querer en esa dirección. Ahí fue cuando ella se movió.

Se abalanzó con rapidez, abanicando su puño derecho, el que tenía las llaves sobresalientes, hacia el lado izquierdo de la cara de él. Todo comenzó a moverse en cámara lenta. Él la vio demasiado tarde y para cuando comenzó a levantar su brazo izquierdo para tratar de bloquear el puñetazo, ella ya había hecho contacto.

Keri supo que había sido un golpe directo porque al menos una de las llaves se hundió bastante antes de encontrar resistencia. El grito salió casi de inmediato mientras la sangre salía a borbotones de su ojo. Ella no se paró a admirar su obra. En lugar de ello, usó el impulso hacia adelante para abalanzarse, pegando su hombro derecho con la rodilla izquierda de él, aunque ya estaba desplomándose en el suelo.

Escuchó un desagradable pop y supo que los ligamentos de la rodilla se habían desgarrado violentamente al caer al suelo. Sacó ese sonido de su cerebro mientras intentaba rodar con suavidad hacia atrás para poderse poner de pie.

Desafortunadamente, lanzarse contra una persona así de corpulenta había estremecido su cuerpo de pies a cabeza, volviendo a agravar el dolor de las lesiones que había sufrido solo unos días antes. Su pecho se sentía como si lo hubiesen impactado con una sartén. Estaba casi segura de que al abalanzarse se había golpeado su rodilla lesionada con el concreto del suelo del estacionamiento, y la colisión además había dejado su hombro derecho palpitando de dolor.

Más problemático que todo lo demás era que aplastar al hombre había ralentizado lo suficiente sus movimientos como para que el más joven, que estaba en mejor forma, recuperara el sentido. Cuando Keri terminó de rodar y trató de recuperar el equilibrio, ya él estaba moviéndose hacia ella, llameando en sus ojos una mezcla de furia y temor, mientras comenzaba a abanicar hacia abajo la porra que cargaba en su mano derecha.

Se dio cuenta que no iba a ser capaz de evitarla por completo y giró su cuerpo de tal manera que el golpe aterrizara en el lado izquierdo en lugar de su cabeza. Sintió el brutal mazazo en las costillas en el lado izquierdo de su torso justo por debajo del hombro, seguido por un agudo dolor que se irradió desde el punto de impacto.

El cuerpo se quedó sin aire al caer de rodillas delante de él. Sus ojos se llenaron de lágrimas, inmediatamente después de recibir el golpe, pero aun así logró captar algo terrible justo delante de ella. Los pies del hombre más joven habían comenzado a ponerse de puntillas, y sus talones ya se despegaban del suelo.

A Keri le tomó menos de una fracción de segundo entender lo que eso significaba. Él se estaba alzando, levantando la porra por encima de su cabeza, para aplicar un golpe de lleno sobre ella y así noquearla. Ella vio el pie izquierdo comenzar a moverse hacia adelante, y comprendió que estaba iniciando el movimiento hacia abajo.

Ignorando todo —su incapacidad para respirar, el dolor que rebotaba entre su pecho, su hombro, sus costillas y su rodilla, su visión borrosa— se abalanzó hacia él. Sabía que las rodillas no le proporcionaban mucho impulso, pero esperaba que este fuera suficiente para impedir un golpe directo en su coronilla. Al hacerlo, lanzó su mano derecha, la que todavía sostenía las llaves, en dirección a la entrepierna del sujeto, esperando hacer cualquier clase de contacto.

Todo sucedió al mismo tiempo. Ella sintió que la porra golpeó la parte superior de su espalda al tiempo que escuchó el gruñido. El golpe que le clavaron le dolió, pero solo por un segundo, al darse cuenta de que el hombre había aflojado la porra casi inmediatamente después de hacer contacto. Escuchó que golpeaba el concreto y rodaba a lo lejos, mientras ella caía al suelo.

Al levantar la vista, vio que el hombre se doblaba, con ambas manos atenazando la zona de su ingle. Maldecía a voz en cuello sin hacer pausa. Al menos por el momento, parecía ajeno a ella. Keri miró al gordo, que estaba a unos metros de distancia, todavía rodando por el suelo, gritando en su agonía, con ambas manos cubriéndose el ojo izquierdo, aparentemente inconsciente de lo que pasaba con su rodilla, que había quedado doblada de una manera extraña.

Keri aspiró una buena bocanada de aire por un momento que pareció eterno, y se forzó a sí misma a entrar en acción.

Levántate y muévete. Esta es tu oportunidad. Puede que sea la única.

Ignorando el dolor que sentía por todas partes, se levantó del duro suelo y entre cojeando y corriendo se dirigió hasta su auto. El más joven apartó la vista de su entrepierna e hizo el intento de extender el brazo para agarrarla. Pero ella se apartó bien de él y se abalanzó hacia su auto: subió, cerró, encendió y arrancó sin siquiera mirar por el retrovisor. Parte de ella esperaba que el joven estuviera allá atrás y ella escuchara un golpe sordo al impactar sobre él.

Pisó el acelerador, pasó volando la esquina del segundo piso, y bajó al primero. Al acercarse a la caseta de salida, le sorprendió ver al hombre más joven bajar por las escaleras y arrastrarse en dirección al auto de ella.

Pudo ver el horror en la cara del empleado de la caseta, que estaba mirando alternativamente al hombre encorvado que se arrastraba en dirección a él, y los neumáticos chirriantes que iban a toda velocidad hacia el mismo punto. Casi se sintió mal por él. Pero ello no impidió que pasara acelerando por la salida, golpeando el portón de madera, y haciendo volar pedazos del mismo en medio de la noche.

*

Pasó la noche en casa de Ray. Por un lado, no parecía aconsejable que regresara a la suya. No sabía quién había venido tras ella. Pero si estaban dispuestos a atacarla en un estacionamiento repleto de cámaras y cercano a la cárcel, su apartamento no lucía como una gran fortaleza. Además, para cómo se sentía, Keri no estaba en condiciones de enfrentar esa noche a otros atacantes.

Ray había preparado un baño para ella. Lo había llamado estando en camino para que supiera lo esencial, y él, misericordioso, no la acribilló a preguntas mientras trataba de recuperarse. Mientras ella descansaba en el agua, dejando que su tibieza aliviara los huesos adoloridos, él se sentó en una silla junto a la bañera, intentando con paciencia que de cuando en cuando sorbiera unas cucharadas de sopa.

Más tarde, luego de secarse y ponerse un pijama de él, se sintió mejor como para hacer un análisis. Se sentaron en el sofá de la sala de recibo, iluminada tan solo con media docena de velas. Ninguno de ellos comentó el hecho de que las armas de ambos descansaban sobre la mesita cercana.

—Luce tan descarado —dijo Ray, refiriéndose a la gravedad del ataque en el estacionamiento— y como desesperado.

—Estoy de acuerdo —dijo Keri—. Asumiendo que fuesen esbirros de Cave, ello me hace pensar que realmente le preocupaba que Anderson lo haya contado todo en esa sala de interrogatorios. Pero lo que no entiendo es, si estaba dispuesto a ir tan lejos, ¿por qué simplemente no hizo que esos dos sujetos me dispararan por la espalda y terminaran con esto? ¿Para qué lo del Taser y la porra?

—Quizás quería averiguar qué sabías, y ver quién más lo sabe, antes de deshacerse de ti. O quizás no fue Cave en lo absoluto. Mencionaste que Anderson te dijo que hay un topo en la unidad, ¿correcto? Quizás alguien más no quiere que esa información se descubra.

—Supongo que es posible —admitió Keri, aunque esa parte la dijo con la voz tan baja que casi no podía escucharse—. Pero es difícil imaginar que eso suceda en un recinto lleno de cámaras, donde cualquiera puede ser captado. Para ser honesta, todavía tengo problemas para procesar esa parte de la información.

—Sí, yo también —convino Ray—. Entonces, ¿qué hacemos a partir de ahora, Keri? Yo me quedé un par de horas más en esa sala de conferencias junto con Mags, pero no averiguamos nada nuevo. No sé cómo continuar.

—Creo que voy a seguir el consejo de Anderson —replicó.

—¿Qué, hablas de ver a Cave? —preguntó, incrédulo—. Mañana es sábado. ¿Simplemente vas a aparecerte en la puerta principal de su casa?

—No creo tener otra opción.

—¿Qué te hace pensar que eso vaya a aportar algo bueno? —preguntó.

—Nada me lo hace pensar. Pero Anderson está en lo correcto. A menos que algo reviente pronto, no quedan opciones, Ray. ¡Evie va a ser asesinada frente a una cámara de circuito cerrado en veinticuatro horas! Si hablar con Jackson Cave —para suplicarle por la vida de mi hija— tiene alguna posibilidad de que resulte, entonces voy a intentarlo.

Ray asintió, tomó la mano de ella en la suya, pasando sus enormes brazos alrededor de sus hombros. Lo hizo con delicadeza, pero ella no pudo evitar gemir de dolor.

—Lo siento —musitó—. Por supuesto que haremos lo que sea necesario. Pero voy contigo.

—Ray, no albergo muchas esperanzas de que esto funcione. Pero definitivamente él no dirá nada si tú estás parado junto a mí. Tengo que hacer esto sola.

—Pero él podría haber intentado matarte esta noche.

—Probablemente solo me habría mutilado —dijo sonriendo débilmente, tratando de enfriar las cosas—. Además, él no lo hará si me presento en su casa. Él no me va a estar esperando. Y sería demasiado riesgoso. ¿Qué clase de coartada tendría si algo me sucede mientras estoy en su casa? Quizás se engaña a sí mismo, pero no es estúpido.

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599 ₽
Возрастное ограничение:
16+
Дата выхода на Литрес:
10 октября 2019
Объем:
321 стр. 3 иллюстрации
ISBN:
9781640298484
Правообладатель:
Lukeman Literary Management Ltd
Формат скачивания:
epub, fb2, fb3, ios.epub, mobi, pdf, txt, zip

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