Читать книгу: «Un Rastro de Esperanza », страница 3

Шрифт:

CAPÍTULO CINCO

Cuando Ray entró a la sala de conferencias tres horas después, Keri todavía no tenía esa ventaja. Pero creía tener una idea más precisa de quién era Jackson Cave.

—Encantada de verte, Detective Sands —dijo Mags, en cuanto entró cargado con sándwiches tipo submarino y unos cafés que ya estaban helados.

—Igual digo, Roja —mientras repartía los sándwiches sobre la mesa.

—Bueno, ¡válgame Dios! —replicó ella, malhumorada.

Keri no estaba segura de cuándo Ray había comenzado a llamar a Margaret Merrywether "Roja” pero se deleitaba con ello. Y a pesar de su reacción de ahora, Keri estaba bien segura de que a Mags no le importaba.

—Traje los registros financieros y de propiedad del sujeto —dijo Ray—. Pero no creo que vayan a ser la respuesta. Los revisé con Edgerton y él no pudo encontrar nada deshonesto. Pero para un hombre con tanto dinero y poder, ya eso por sí solo tiene algo de deshonesto.

—Estoy de acuerdo —dijo Keri—. Pero deshonesto no es suficiente para actuar.

—Él quería traer a Patterson, pero le dije que por ahora lo aplazara.

El Detective Garrett Patterson respondía al sobrenombre de "Trabajo Laborioso", y por una buena razón. En la unidad era el segundo mejor hombre en la tecnología, por detrás de Edgerton, y aunque carecía de la intuición de Edgerton para descubrir conexiones ocultas en informaciones complejas, poseía otro talento. Adoraba examinar registros de manera minuciosa, a fin de hallar pequeños pero cruciales detalles que otros pasaban por alto.

—Era la selección correcta —dijo Keri al cabo de un momento—. Él podría descubrir algo en los registros de propiedad. Pero me preocupa que no pudiera evitar contárselo a Hillman o que accidentalmente por echar una red muy amplia se activen las luces de alarma. No quiero involucrarlo a menos que no tengamos opción

—Puede que lleguemos a eso —dijo Ray—. A menos que hayas descifrado el código de Cave en las últimas horas.

—No diría eso —admitió Keri—. Pero he descubierto unos datos sorprendentes.

—¿Cómo qué?

—Bueno, para empezar —intervino Mags—, Jackson Cave no fue siempre un completo desgraciado.

—Eso es una sorpresa —dijo Ray, desenvolviendo un sándwich y dándole un buen mordisco—. ¿Cómo así?

—Trabajó en la oficina del Fiscal de distrito —replicó Mags.

—¿Era fiscal? —preguntó Ray, casi atragantándose con la comida— ¿El defensor de violadores y acosadores de niños?

—Fue hace mucho tiempo —dijo Keri—. Se unió a la fiscalía en cuanto salió de la Universidad del Sur de California; trabajó allí dos años.

—¿No pudo con el trabajo? —preguntó Ray.

—De hecho, su porcentaje de convicciones era muy impresionante. Aparentemente no le gustaba llegar a arreglos así que llevó la mayoría de los casos a la corte. Consiguió diecinueve convicciones y dos jurados que no pudieron ponerse de acuerdo. Ninguna absolución.

—Eso está bien —reconoció Ray—. ¿Entonces por qué cambió de equipo?

—Para saber eso hubo que cavar un poco —dijo Keri—. De hecho fue Mags quien lo averiguó. ¿Quieres explicarlo?

—Será un placer —dijo ella, levantando la vista del mar de papeles que tenía delante—. Supongo que toda una vida haciendo investigaciones tediosas es recompensada de cuando en cuando. Jackson Cave tenía un medio hermano llamado Coy Trembley. Tenían padres distintos, pero se criaron juntos. Coy era tres años mayor que Jackson.

—¿Era Coy también un abogado? —preguntó Ray.

—Difícilmente —dijo Mags—. Coy tuvo problemas con la ley en su adolescencia y su primera juventud, casi todo cosas de poca monta. Pero a los treinta y uno, fue arrestado por asalto sexual. Básicamente fue acusado de violar a una niña de nueve años que vivía en su misma calle.

—¿Y Cave lo defendió?

—Oficialmente no. Pero pidió un permiso de nueve meses en la oficina del fiscal justo después del arresto. Él no era el abogado de Trembley y su nombre no está en ninguno de los documentos legales archivados en la corte sobre el caso.

—Me parece a que continuación viene un ‘pero’ —dijo Ray.

—Estás en lo correcto, querido —declaró Mags—. Pero por razones tributarias, el trabajo que declaró durante ese tiempo fue ‘consultor legal’. Y he comparado el lenguaje en los expedientes del caso Trembley. La lógica y algunas frases son muy similares a casos recientes de Cave. Creo que es lícito suponer que estaba asistiendo secretamente a su hermano.

—¿Cómo le fue? —preguntó Ray.

—Bastante bien. El caso de Coy Trembley acabó porque los jurados no pudieron llegar a un acuerdo. Los fiscales debatían sobre si volver a juzgarlo cuando el padre de la pequeña se apareció en el apartamento de Trembley y le disparó cinco veces, incluyendo una vez en la cara. No lo logró.

—Dios —musitó Ray.

—Sí —convino Keri—. Fue en esa época que Cave introdujo su dimisión en la fiscalía. Estuvo fuera de escena durante tres meses luego de eso. Entonces, repentinamente, reapareció con un bufete que servía principalmente a clientes corporativos. Pero también hacía la defensa de pequeños casos de cuello blanco, y de manera creciente, con el pasar de los años, trabajos pro-bono para individuos como su medio hermano.

—Esperen —dijo Ray incrédulo—. ¿Se supone que crea que este sujeto se convirtió en un abogado defensor para honrar la memoria de su hermano muerto o algo así, para defender los derechos de los moralmente pervertidos?

Keri meneó su cabeza.

—No lo sé, Ray —dijo—. Cave casi nunca habló de su hermano en todos esos años. Pero cuando lo hizo, siempre sostuvo que Coy fue falsamente acusado. Era categórico al respecto. Creo que es posible que comenzara su práctica con buenas intenciones.

—Okey. Digamos que le doy el beneficio de la duda por lo que a eso respecta. ¿Qué diablos le pasó entonces?

Mags intervino en ese punto.

—Bueno, está bastante claro que la culpa de la mayoría de sus clientes pro-bono era altamente dudosa. Algunos de ellos parece que habían sido simplemente reconocidos en ruedas de identificación o arrestados en la calle. A veces lograba sacarlos, pero por lo general no era así. Entretanto, pronunciaba discursos en conferencias sobre las libertades civiles, buenos discursos de hecho, muy apasionados. Se habló incluso de que algún día se presentaría como candidato para un cargo.

—Hasta ahora suena como una historia de éxito americano —dijo Ray.

—Lo era —convino Keri—, hasta hace diez años. Fue entonces cuando aceptó el caso de un hombre que no llenaba el perfil. Era un secuestrador en serie de niños que aparentemente lo hacía de manera profesional. Y le pagó muy bien a Cave para que lo representara.

—¿Por qué de repente tomó ese caso? —preguntó Ray.

—No está cien por ciento claro —dijo Keri—. Su trabajo corporativo no había despegado todavía. Así que pudo haber sido una decisión económica. Quizás no veía a este sujeto tan objetable como lo verían otros. Los cargos en su contra eran por secuestro por contrato, no asalto ni acoso. El hombre básicamente secuestraba chicos y los vendía al mejor postor. Él era, usando una descripción generosa, un ‘profesional’. Cualquiera que haya sido la razón, Cave se encargó de este hombre, logró que lo absolvieran, y entonces la represa se abrió. Comenzó a aceptar a toda clase de clientes similares, muchos de los cuales eran menos… profesionales.

—En esa misma época —añadió Mags—, el trabajo corporativo empezó a entrar. Se mudó de un local que daba a la calle en Echo Park a la oficina en una torre del centro donde está ahora. Y nunca ha mirado hacia atrás.

—No lo sé —dijo Ray escéptico—. Es difícil leer entre las líneas del luchador por las libertades civiles, al menos para nosotros, al tiburón legal sin remordimientos que representa a pedófilos, y que posiblemente coordina una red de esclavas sexuales infantiles. Creo que nos falta una pieza.

—Bueno, tú eres un detective, Raymond —dijo Mags con mordacidad—. La palabra lo dice, detecta.

Ray abrió su boca, listo para replicar, antes de darse cuenta que era objeto de una tomadura de pelo. Los tres rieron, felices de poder aliviar la tensión que sin darse cuenta había ido creciendo. Keri intervino de nuevo.

—Tiene que estar relacionado con ese secuestrador en serie que él representó. Ahí fue cuando todo cambió. Deberíamos mirar eso con más detenimiento.

—¿Qué tienes sobre ese? —preguntó Ray.

—El caso es uno de esos que se quedan en un punto muerto —dijo Mags, frustrada—. Cave representó al hombre, lo sacó, y el hombre desapareció del radar. No hemos podido encontrar nada sobre él a partir de entonces.

—¿Cuál era el nombre de ese individuo? —preguntó Ray.

—John Johnson —contestó Mags.

—Suena familiar —musitó Ray.

—¿De verdad? —dijo Keri, sorprendida—. Porque no hay casi nada sobre él. Luce como una identidad falsa. No hay un registro de él luego de ser absuelto. Es como si hubiera dejado la sala del tribunal para desaparecer completamente.

—Aun así, el nombre me suena —dijo Ray—. Creo que fue antes de que te unieras a la fuerza. ¿Intentaste conseguir la foto de su prontuario?

—Comencé a buscar —dijo Keri—. Hay setenta y cuatro John Johnson en la base de datos con fotografías tomadas en el mes en el que los arrestaron. No tuve oportunidad de revisarlos todos.

—¿Te importa si le echo un vistazo?

—Adelante —dijo Keri, abriendo una ventana y deslizando la portátil hacia él. Podía asegurar que él tenía una idea pero no quiso decirlo en voz alta en caso de que estuviese equivocado. Mientras recorría las imágenes, habló casi distraído.

—Ambas dijeron que era como si hubiera salido del radar, como si hubiera desaparecido, ¿correcto?

—Ajá —dijo Keri, observándolo atentamente, sintiendo que su respiración se agitaba.

—Casi como… ¿un fantasma? —preguntó.

—Ajá —repitió.

Dejó de recorrer la galería y contempló una imagen en la pantalla antes de mirar hacia Keri.

—Creo que es porque es un fantasma; o para ser más preciso, ‘El Fantasma’.

Ray giró la pantalla para que Keri pudiera ver la foto. Al contemplar la imagen del hombre que puso a Jackson Cave en el mal camino, un escalofrío recorrió su espalda.

Ella lo conocía.

CAPÍTULO SEIS

Keri trató de controlar sus emociones mientras un chorro de adrenalina se repartía por su organismo, haciendo que todo su cuerpo se pusiera en tensión.

Reconocía al hombre que la contemplaba. Pero ella no lo conocía como John Johnson. Cuando se habían conocido, él respondía al nombre de Thomas Anderson, pero todos se referían a él como El Fantasma.

Habían hablado en solo dos ocasiones, cada una en la Correccional Twin Towers en el centro de Los Ángeles, donde se hallaba encarcelado por crímenes que no se diferenciaban mucho de aquellos por los cuales John Johnson había sido absuelto.

—¿Quién es, Keri? —preguntó Mags, entre preocupada y contrariada por el largo silencio.

Keri cayó en cuenta de que se había quedado muda, contemplando la foto durante varios segundos.

—Lo siento —replicó, forzándose a volver al momento presente—. Su nombre es Thomas Anderson. Lo tienen en una cárcel del condado por secuestro y venta de niños, a cuenta de personas que viven fuera del estado y no reúnen los requisitos para poder adoptar. No puedo creer que no se me ocurriera que Johnson y Anderson podían ser la misma persona.

—Cave trata con un montón de secuestradores, Keri —dijo Ray—. No había razón para que hicieras esa conexión.

—¿Cómo es que lo conoces? —preguntó Mags.

—Me topé con él el año pasado cuando estaba revisando el archivo de casos de secuestradores. Hubo un momento en que pensé que él podría haberse llevado a Evie. Fui a Twin Towers a entrevistarlo y rápidamente quedó claro que él no era el hombre. Me dio incluso unas pocas pistas que me ayudaron eventualmente a atrapar al Coleccionista. Y ahora que lo pienso, él fue la primera persona que mencionó a Jackson Cave; dijo que Cave era su abogado.

—¿Nunca habías escuchado acerca de Cave antes de eso? —preguntó Mags.

—Sí que había escuchado. Él es muy conocido para los policías de Personas Desaparecidas. Pero nunca me había reunido con alguno de sus clientes, ni tenía razón alguna para pensar en él como algo más que otro imbécil, hasta que Anderson llamó mi atención sobre su persona. Hasta que me conocí a Thomas Anderson, Jackson Cave nunca estuvo en mi radar.

—¿Y no crees que eso es una coincidencia? —preguntó Mags.

—Con Anderson, no estoy segura de que nada sea una coincidencia. ¿No es extraño que salga impune como ‘John Johnson’, pero luego sea arrestado por lo mismo de los secuestros usando su verdadera identidad, Thomas Anderson? ¿Por qué no usó de nuevo su identidad falsa? Quiero decir, el hombre fue bibliotecario durante más de treinta años. Básicamente arruinó su vida al usar su nombre real.

—Quizás pensó que Cave podía sacarle en una segunda ocasión —sugirió Ray.

—Pero ahí está el asunto —dijo Keri—. Aunque Cave fue técnicamente el abogado defensor en su último juicio, ese donde lo hallaron culpable, Anderson se defendió a sí mismo. Y al parecer, lo hizo de manera extraordinaria. Se dijo que fue tan convincente que si el caso no hubiese estado blindado, habría salido.

—Si este tipo es un genio —objetó Mags—, ¿cómo es que, en primer lugar, el caso en su contra era tan sólido?

—Le hice la misma pregunta —replicó Keri—. Y convino conmigo en que era extraño que alguien tan astuto y meticuloso como él fuese atrapado de esa manera. No me lo dijo de manera directa, pero básicamente insinuó que buscaba quedar convicto.

—Pero, ¡por qué en el nombre de Dios! —preguntó Mags.

—Esa es una excelente pregunta, Margaret —dijo Keri, cerrando la portátil—. Y es la que pretendo hacerle al Sr. Anderson ahora mismo.

*

Keri estacionó su auto en la enorme estructura que se hallaba cruzando la calle frente a Twin Towers y se dirigió al ascensor. A veces, si tenía que hacer una visita en el día, la enorme instalación anexa al centro de detención del condado estaba tan abarrotada que tenía que subir hasta el décimo piso —a cielo abierto— de la estructura para encontrar un espacio donde aparcar. Pero eran casi las 8 p.m. y halló un puesto en el segundo piso.

Mientras cruzaba la calle, repasó su plan. Técnicamente, debido a su suspensión y a la investigación de Asuntos Internos, no tenía autorización para reunirse con un prisionero en una sala de interrogatorios. Pero eso no era todavía de conocimiento general. Aspiraba a que su familiaridad con el personal de la prisión le permitiera abrirse paso bajo engaño.

Ray se había ofrecido a venir con ella para allanarle el camino. Pero a ella le preocupaba que ello atrajera preguntas que podrían meterlo en problemas. Incluso si ello no ocurriera, podría estar obligado a formar parte de la entrevista a Anderson. Keri sabía que el hombre no se abriría bajo esas circunstancias.

Como resultó, ello no tuvo que preocuparse.

—¿Cómo le va, Detective Locke? —le preguntó el Oficial de Seguridad Beamon mientras ella se acercaba al detector de metales de la recepción— Me sorprende verla tan recuperada luego de la refriega con ese sicópata a principios de esta semana.

—Oh, sí —convino Keri, decidiendo que sacaría provecho de esa pelea—, yo también, Freddie. Me veo como si hubiera estado en una pelea de campeonato, ¿no crees? De hecho estoy todavía de permiso hasta que esté en forma. Pero estaba enloqueciendo un poco en el apartamento, así que se me ocurrió venir a chequear un caso viejo. No es algo formal, así que ni siquiera traje la pistola y la placa. ¿Importará si entrevisto a alguien incluso fuera de horario?

—Por supuesto que no, Detective. Solo espero que se tome las cosas con calma. Pero sé que no lo hará. Firme. Tome su carnet de visitante y vaya al nivel de interrogatorios. Ya conoce el procedimiento.

Keri conocía el procedimiento y quince minutos después estaba sentada en una sala de interrogatorio, esperando la llegada del recluso #2427609, o Thomas "El Fantasma” Anderson. El guardia le había advertido que se estaban preparando para apagar las luces y tomaría un tiempo adicional buscarlo. Ella intentó permanecer serena mientras esperaba, pero estaba perdiendo la batalla.

Anderson siempre parecía meterse bajo su piel, como si secretamente le estuviese quitando el cuero cabelludo para descubrir su cerebro y leer sus pensamientos. En ocasiones, se sentía como si fuese una gatita mientras él sostenía uno de esos finos rayos láser, haciéndola corretear a su capricho en cualquier dirección.

Y sin embargo, fue su información la que la puso en el camino que la había acercado como nunca lo había hecho ninguna otra cosa hasta encontrar a Evie. ¿Eso fue planeado o fue por azar? Él nunca le había dado indicación alguna de que sus reuniones fueran otra cosa que casualidad. Pero si tenía el control del juego, ¿por qué lo hacía?

La puerta se abrió y él pasó adentro, luciendo en buena medida como ella lo recordaba. Anderson, a mitad de la cincuentena, era más bien bajo, alrededor de uno setenta y dos, con una constitución sólida y robusta, que sugería una asistencia regular al gimnasio de la prisión. Las esposas colocadas en sus musculosos antebrazos se veían ajustadas. Con todo, parecía más delgado de lo que ella recordaba, como si se hubiera saltado algunas comidas.

Su espeso cabello estaba partido de manera impecable, pero para sorpresa de ella, ya no era el negro azabache que recordaba. Ahora estaba bastante entrecano. En los bordes de su uniforme de prisión, se podían ver fragmentos de los múltiples tatuajes que cubrían el lado derecho de su cuerpo hasta el cuello. Su lado izquierdo estaba todavía impecable.

Mientras era conducido a la silla de metal al otro lado de la mesa frente a ella, sus ojos grises no se despegaron de ella. Sabía que la estaba estudiando, examinando, midiendo, tratando de aprender lo más que pudiera sobre su situación antes decir una palabra.

Luego que se hubo sentado, el guardia se paró al lado de la puerta.

—Estamos bien, Oficial… Kiley —dijo Keri, echándole un rápido vistazo a su portanombre.

—Es el procedimiento, señora —dijo el guardia con brusquedad.

Ella le echó un vistazo. Era nuevo… y joven. Dudaba que se dejara sobornar, pero aun así no podía permitirse que nadie, limpio o corrupto, escuchara esta conversación. Anderson le sonrió ligeramente, sabiendo lo que venía. Probablemente esto sería entretenido para él.

Ella se levantó y miró al guardia hasta que este sintió los ojos de ella sobre él y la miró a su vez.

—Primero que nada, no es señora. Es Detective Locke. Segundo, me importa un carajo su procedimiento, nuevo. Quiero hablar con este recluso en privado. Si no puede plegarse a eso, entonces necesito hablar con usted en privado y no va a ser una charla agradable.

—Pero —Kiley comenzó balbucear mientras se recargaba en uno u otro pie.

—Pero nada, Oficial. Tiene dos opciones. Puede dejarme hablar con este recluso en privado. ¡O podemos tener esa charla! Usted decide.

—Quizás debo consultar con mi supervi...

—Eso no está en la lista de opciones, Oficial. ¿Sabe qué? Yo decido por usted. Salgamos afuera para que yo pueda darle una pequeña charla. Cualquiera pensaría que arrestar a un pedófilo y fanático religioso me daría un permiso para el resto de la semana, pero supongo que tengo también que instruir a un oficial de correcciones.

Puso su mano sobre el picaporte de la puerta y se disponía a accionarlo cuando el Oficial Kiley perdió lo que le quedaba de aplomo. Ella estaba impresionada con lo mucho que había durado.

—No se preocupe, Detective —dijo precipitadamente—. Aguardaré afuera. Pero, por favor, tenga cuidado. Este prisionero tiene una historia de incidentes violentos.

—Por supuesto que lo tendré —dijo Keri, ahora con voz melosa—. Gracias por ser tan comprensivo. Trataré de ser breve.

Él salió y cerró la puerta, y Keri regresó a su asiento, llena con una confianza y energía que hacía solo treinta segundos no estaban presentes.

—Eso fue divertido —dijo Anderson suavemente.

—Estoy segura de ello —replicó Keri—. Puede apostar que espero a cambio información valiosa por haberle brindado un entretenimiento de calidad.

—Detective Locke —dijo Anderson en un tono de falsa indignación—, usted ofende mi delicada sensibilidad. ¿Han pasado meses desde que nos vimos y aun así su primer impulso al verme es pedir información? ¿Nada de hola? ¿Nada de cómo está?

—Hola —dijo Keri—. Le preguntaría cómo está, pero es obvio que no está muy bien. Ha perdido peso. Su cabello ha encanecido. Tiene bolsas en sus ojos. ¿Está enfermo? ¿O es algo que pesa en su consciencia?

—Ambas cosas de hecho —admitió—. Verá, los muchachos aquí han sido un poco rudos conmigo últimamente. Ya no estoy entre los populares. Así que de vez en cuando ‘toman prestada’ mi cena. Recibí un masaje no solicitado en las costillas. Además, he recibido un toque de cáncer.

—No lo sabía —dijo Keri en voz baja, genuinamente sorprendida. Todas las señales físicas de un desgaste cobraban sentido ahora.

—¿Cómo iba a saberlo? —preguntó— No lo anuncié. Podría habérselo dicho en noviembre, en mi audiencia de libertad bajo palabra, pero usted no estuvo allí. No me la concedieron de todas formas. No es su culpa, sin embargo. Su carta fue adorable, muchas gracias.

Keri había escrito una carta a favor de Anderson luego de que él la hubo ayudado. No abogó por su liberación, pero había sido generosa en su descripción de cómo había ayudado a la fuerza.

—¿No le sorprendió que no se la dieran, supongo?

—No —dijo—, pero es difícil no tener esperanza. Era muy última oportunidad real de salir de aquí antes de que la enfermedad me lleve. Tenía sueños viéndome caminar por una playa en Zihuatanejo. Pero, ya no será. Pero dejemos la charla, Detective. Vamos al meollo por el que en verdad está aquí. Y recuerde, las paredes tienen oídos.

—Okey —comenzó, entonces se inclinó y murmuró—, ¿sabe acerca de lo de mañana por la noche?

Anderson asintió. Keri sintió resurgir la esperanza en su pecho.

—¿Sabe dónde se llevará a cabo?

Él meneó la cabeza.

—No puedo ayudarla con el dónde —murmuró igualmente—. Pero podría estar en capacidad de ayudarla con el por qué.

—¿En qué me beneficiará? —preguntó ella con amargura.

—Saber el por qué podría ayudarla a averiguar el dónde.

—Déjeme preguntarle por otro por qué —dijo, consciente de que la rabia la estaba atrapando y nada podía hacer.

—Muy bien.

—¿Por qué, después de todo, me está ayudando? —preguntó— ¿Ha estado guiándome todo el tiempo, desde la primera vez que vine a verlo?

—Esto es lo que puedo decirle, Detective. Usted sabe lo que yo hacía para ganarme la vida, cómo coordinaba el robo de niños a sus familias para dárselos a otras, con frecuencia a cambio de sumas altísimas. Fui capaz de dirigirlo a distancia usando un nombre falso y viviendo una vida feliz y sin complicaciones.

—¿Como John Johnson?

—No, mi feliz vida como Thomas Anderson, bibliotecario. Mi otro yo era John Johnson, facilitador de secuestros. Cuando fui atrapado, fui con alguien que ambos conocemos para asegurarme de que John Johnson fuese exonerado y que Thomas Anderson nunca fuese conectado con él. Esto fue hace casi una década. Nuestro amigo no quería hacerlo. Dijo que solo representaba a los que eran maltratados por el sistema y que yo era, y es gracioso pensar en ello ahora, un cáncer en ese sistema.

—Muy gracioso —convino Keri, sin reírse.

—Pero como sabe, puedo ser convincente. Le convencí de que me llevaba los niños de familias acaudaladas que no se los merecían, y se los daba a familias amorosas sin los mismos recursos. Luego le ofrecí una enorme cantidad de dinero para que lograra que me absolvieran. Yo creo que él sabía que yo estaba mintiendo. Después de todo, ¿de dónde sacaban esas familias de pocos recursos el dinero para pagarme? ¿Y eran estos padres que perdían a sus hijos así de terribles? Nuestro amigo es muy inteligente. Tuvo que haber sabido. Pero le di algo de dónde agarrarse, algo que decirse a sí mismo cuando tomara mi efectivo de seis cifras.

—¿Seis cifras? —repitió Keri, incrédula.

—Como dije, es un negocio muy lucrativo. Y ese pago fue el primero. En el transcurso del juicio, le pagué como medio millón de dólares. Y con eso, se puso en camino. Luego que fui absuelto y retomé mi trabajo usando mi propio nombre, él comenzó incluso a ayudarme a facilitar los secuestros para familias 'más merecedoras'. En tanto pudiera encontrar una forma de justificar las transacciones, estaba cómodo con ellas, incluso era entusiasta.

—¿Así que le dio el primer mordisco de la fruta prohibida?

—Lo hice. Y descubrió que le gustaba el sabor. De hecho, le encontró el gusto a muchas cosas grandiosas en las que nunca había pensado que podrían gustarle.

—¿Qué está diciendo exactamente? —preguntó Keri.

—Solo digamos que en algún punto del camino, ya no tuvo necesidad de justificar las transacciones. ¿Conoce el evento de mañana por la noche?

—¿Sí?

—Fue su creación —dijo Anderson—. y no es algo que él comparta. Se dio cuenta de que había un mercado para esa clase de cosas y para todos los festejos similares, más pequeños, a lo largo del año. Él llenó ese nicho. Controla en esencia la versión elegante de ese… mercado en el área Los Ángeles. Y pensar que antes de mí, él trabajaba en un despacho de una sola habitación junto a una venta de donas, representando a inmigrantes ilegales que eran imputados al azar por crímenes sexuales, por policías que tenían que cumplir cuotas.

—¿Así que desarrolló una consciencia? —preguntó Keri apretando los dientes. Se sentía disgustada, pero quería respuestas y le preocupaba que exteriorizar demasiado ese disgusto podría hacer que Anderson se cerrara. Él pareció percibir cómo se sentía ella pero prosiguió de todas formas.

—No en ese momento. Eso no fue lo que me hizo cambiar. Sucedió mucho después. Vi una historia en el noticiero local, hace como año y medio, acerca de una detective y su compañero que rescataron a una pequeña niña que había sido secuestrada por el novio de su niñera, un auténtico asqueroso.

—Carlo Junta —dijo Keri automáticamente.

—Correcto. En todo caso, en la historia, mencionaban que esta detective era la misma mujer que había ingresado a la academia de policía unos pocos años atrás. Y mostraron un vídeo de una entrevista que dio luego de su graduación en la academia. Dijo que se había unido a la fuerza porque su hija había sido secuestrada. Dijo que aunque no pudiera salvar a su propia hija, siendo policía, podría quizás ayudar a la hija de alguna otra familia. ¿Le suena familiar?

—Sí —dijo Keri suavemente.

—Así que —continuó Anderson— como trabajaba en la biblioteca y tenía acceso a todo tipo de vídeos de noticias pasadas, regresé y encontré la historia de la hija de esta mujer que fue secuestrada y la de su conferencia de prensa donde suplicó por el regreso a salvo de su hija.

Keri recordó la conferencia de prensa, casi toda borrosa en su recuerdo. Recordaba hablándole a una docena de micrófonos colocados delante de su cara, rogándole al hombre que había raptado a su hija en medio de un parque, que la había arrojado en una van como una muñeca de trapo, que la regresara.

Recordaba el grito de "Por favor, mami, ayúdame” y las bamboleantes colitas de pelo rubio alejándose, al tiempo que Evie, con solo ocho años en ese momento, desaparecía del parque. Recordaba los pedacitos de grava que todavía estaban incrustados en sus pies durante la conferencia de prensa, incrustados cuando ella corrió descalza por el estacionamiento, persiguiendo la van hasta que la dejó atrás con el rastro de polvo. Lo recordaba todo.

Anderson había dejado de hablar. Ella le miró y vio cómo asomaban las lágrimas a sus ojos, al igual que asomaban a los de ella. Él prosiguió.

—Luego de eso, vi otra historia, unos meses después, donde esta detective rescató a otro niño, esta vez un chico raptado cuando iba de camino a su práctica de béisbol.

—Jimmy Tensall.

—Y un mes después, ella encontró una bebé que había sido sustraída de un cochecito en el supermercado. La mujer que la había robado tenía un certificado de nacimiento falso y planeaba huir con la bebé hacia el Perú. Usted la atrapó en la puerta cuando se disponía a abordar el avión.

—Lo recuerdo.

—Ahí fue cuando decidí que ya no podía hacerlo más. Con cada transacción me acordaba de usted en la conferencia de prensa rogando por el regreso de su hija. Ya no pude tener ese recuerdo tan cerca. Me ablandé, supongo. Y justo entonces, nuestro amigo cometió un error.

—¿Cuál? —preguntó Keri, con una sensación de hormigueo que solo aparecía cuando sentía que algo grande estaba a punto de ser revelado.

Thomas Anderson la miró. Ella podía asegurar que debatía consigo mismo una importante decisión. Entonces su ceño se distendió y sus ojos se aclararon. Parecía haberse decidido.

—¿Confía en mí? —preguntó en voz baja.

—¿Qué clase de pregunta es esa? No me venga con esa m...

Pero antes de que finalizara la frase, él ya había apartado de un golpe la mesa que los separaba, rodeaba con sus esposas el cuello de ella, y la hacía caer al suelo, deslizándose hasta un rincón de la sala de interrogatorio.

Cuando el Oficial Kiley irrumpió en la habitación, Anderson se escudó con el cuerpo de ella, manteniéndola delante de él. Ella sintió una aguda punzada en su cuello, miró hacia abajo y vio lo que era. Parecía el mango de un cepillo de dientes que había sido afilado. Y estaba siendo presionado sobre su yugular.

399
599 ₽
Возрастное ограничение:
16+
Дата выхода на Литрес:
10 октября 2019
Объем:
321 стр. 3 иллюстрации
ISBN:
9781640298484
Правообладатель:
Lukeman Literary Management Ltd
Формат скачивания:
epub, fb2, fb3, ios.epub, mobi, pdf, txt, zip

С этой книгой читают